El final del cuento
Érase una vez un cuento con:
Una princesa olvidada
Un príncipe desencantado
Y una falsa princesa.
Érase una vez un cuento
sin finales felices.
Hace dos años.
Todos los días en la vida de Camille Clark era lo mismo. Levantarse, vestirse, hacer el almuerzo, darle de comer a Cuzco –el perro de la familia–, limpiar la casa y prepararse para ir a su trabajo en la cafetería del centro de Sacramento.
Se hizo un moño despeinado en su cabello rubio y tiró agua fría a su rostro para despertarse. Se miró al espejo pensando en que tendría que limpiarlo después, las gemelas ayer hicieron un desastre con el baño y había polvo de maquillaje por todos lados. Sacudió la cabeza dejando eso de lado y siguió con su trabajo de cepillarse los dientes.
De repente, sintió que tocaban la puerta y acto seguido se abría. Camille puso los ojos en blanco al ver como Graciela, una de las gemelas, entraba como si nada, como si no supiera lo que era la privacidad.
—Hola Cami —comenzó buscando su cepillo para peinar su cabello castaño.
—Estaba yo, ¿sabes? —le reprochó Camille con pesadez.
—Buenos días a ti también —se quejó la gemela bufando molesta.
Camille escupió la pasta de dientes y se enjuagó la boca mirando de reojo a la gemela. Observó a través del espejo como Graciela tarareaba una canción mientras seguía peinando su cabello sin señales de que fuera a retirarse. Así que la que decidió retirarse del baño fue Camille.
«Siempre lo mismo», pensó.
Caminó tranquila por los pasillos de la casa que aún se encontraba silenciosa y a oscuras. Los Clark no vivían en una casa tan ostentosa, pero estaban bien acomodados y no les faltaba nada.
«Por lo menos a mi hermano menor, Jordan, y a mis hermanastras no», pensó la rubia.
Bajó las escaleras y Camille se dedicó unos largos segundos a mirar el cuadro familiar que se encontraba en el recibidor. Era una foto de cuando era una niña de ocho años.
Camille tenía cuatro años cuando su padre se casó con otra mujer ya que la madre de nuestra Cenicienta murió al tenerlos a ella y a su hermano mellizo, Tyler. De aquella unión entre su padre y Reynard, su madrastra, nació Jordan.
En aquella foto de navidad sacada unos años antes de la muerte del padre, estaban todos. Su padre al centro de la foto, Jordan al medio junto con Reynard, del lado de aquella hermosa mujer se encontraban las gemelas, Ana y Graciela y, del lado del hombre, Tyler y Camille.
Todos eran felices viviendo en una pequeña ciudad de Fresno, pero a los dieciséis años de Camille todo eso cambió cuando su padre murió de un ataque al corazón. Como su mellizo y ella no tenían más familia que Jordan, Reynard se encargó de aquellos dos niños y se los llevó con ella a Sacramento, lugar donde vivía su hermano, quien era un importante hombre de negocios.
Camille aún podía recordar el desprecio con el que Reynard los trataba, haciéndolos sentir como si fueran más una carga que otra cosa. Reynard no estaba tan contenta con la idea de criar a dos huérfanos más, pero tenía que cumplir con la última promesa que le había hecho al señor Clark. Así que se decidió por conocerlos más y llevarlos a una escuela privada bastante conocida y pagada por el hermano de Reynard, quién amaba a todos estos niños por igual.
Y así fue como Camille cayó a un nido de serpientes liderado por la familia de serpientes más populares y codiciadas de todo el nido, los Jones y fue culpa de la serpiente reina que hoy en día Camille consideraba que su hermano estaba muerto.
Esa víbora tóxica que terminó por consumirlo, convertirlo en alguien que no era y, por último, matarlo, determinaba Camille siempre y su familia le creía.
— ¡Buenos días, Cam! —La voz de Jordan la quitó de sus pensamientos—, vamos a desayunar.
Camille se volteó a sonreírle.
—Todavía no hice el desayuno —comenzó la rubia caminando con él hacia la cocina.
—No importa, lo hacemos juntos —contestó con una sonrisa.
Se volteó a verlo y le regaló una sonrisa.
Camille amaba a su hermano, a su parecer, era la única cosa buena que le quedaba en su vida llena de miseria.
***
Ya para el mediodía, Camille se quitó los guantes amarillos mientras caminaba rápidamente hacia el comedor. Dejó los guantes al paso y llegó a donde todos estaban desayunando. Su hermano Jordan le regaló una sonrisa para volver a concentrarse en su comida, las gemelas ni se percataban de la presencia de la rubia y Reynard levantó la vista regalándole una sonrisa.
Pero solamente recibió de Camille un asentimiento educado. Reynard por años, y más que nada luego de la muerte de su hijastro, quiso acercarse a ella, pero Camille con los años se volvió una persona retraída a quien no era tan fácil llegar.
—Camille, hasta que apareces —comenzó—, te estábamos esperando para desayunar.
Camille decidió sentarse al otro lado de la punta de la mesa, paralelo a Reynard.
Camille no sabía con exactitud las intenciones de Reynard, pero aun así podía seguir viendo detrás de la cortina la mala persona que era.
—Estaba baldeando el balcón —contestó Camille tomando unas tostadas.
— ¿No crees que limpias demasiado? —se quejó Ana aún con la vista fija en su teléfono.
—No deberías de quejarte si ella lo hace y tú no —se quejó Reynard.
«Sí, porque a la única que favorece que lo haga es a ti», pensó Camille con rencor.
—Podrías intentarlo, Ana, a ver si te ayuda para bajar de peso —se rió Graciela llevándose una mala mirada de su gemela.
Son gemelas, de lo último que pueden burlarse es de su físico, pero eran tan idiotas así desde niñas.
Pensó Camille para luego compartir una mirada disimulada con Jordan mientras escuchaban la lluvia de insultos entre las gemelas que iban de cosas suaves como “tonta” hasta las más fuertes que eran “puta”.
—No necesito que discutan ahora —las cortó Reynard a ambas y suspiró cuando ambas hicieron silencio—. Como seguía, su tío me llamó hace un rato y extendió la invitación de la fiesta de los Becher hacia nosotras también.
Camille tenía la firme creencia de que Reynard solamente se encargaba de eso, de vivir del dinero de su hermano y asistir a fiestas de la gente rica con la esperanza de poder casar a alguna de sus hijas al mejor postor.
Las gemelas no tardaron en emocionarse.
— ¡Tendremos que comprarnos ropa! —exclamó Ana.
— ¡Por supuesto, ya veo que nos cruzamos a Adam Becher! —comentó Graciela.
— ¿A quién? —preguntó Camille desinteresada.
— ¡¿Cómo no vas a saber quién es Adam Becher?! —se quejó Graciela dándole una mirada mordaz.
— ¿Qué va a saber? Si es una ermitaña, no vale la pena explicarle —contestó Ana haciendo un gesto con la mano para restarle importancia.
Ana y Graciela eran un caso aparte. Ana si podía, ni se volteaba a ver a Camille. No era por nada en particular, simplemente porque no le interesaba su existencia. Por otro lado, Graciela en un principio, luego de la muerte de Tyler, intentó entablar una relación cercana con Camille, pero, al no obtener una respuesta por parte de la rubia, decidió seguir el ejemplo de su hermana.
Ambas se levantaron y, con un pequeño aviso a su madre de que irían a comprar ropa, salieron rápidamente del comedor.
Camille bajó la vista a su plato mientras me llevaba una tostada a su boca. Volviendo a su propio mundo e ignorando a todos.
— ¿Y tú no quieres venir?
La voz de Reynard la sacó de sus pensamientos. Levantó Camille la vista para ver cómo la observaba esperando su respuesta.
— ¿Por qué querría ir? —contestó encogiéndome de hombros.
—No lo sé, tal vez quieras salir, ver gente, tal vez puedas hacer alguno que otro amigo —comenzó Reynard en otro intentó por llevarla de vuelta al mundo real.
—No, gracias —contestó la rubia secante—. Tengo trabajo, adiós.
—Recuerda que tienes cita con la doctora Western a la tarde —le recordó Reynard.
Camille asintió enojada sin siquiera mirarla mientras salía de la habitación.
«No necesita recordarme que estoy loca», pensó la rubia.
***
La noche cayó rápidamente. Camille hizo horas extras en su trabajo y, luego de visitar a su psicóloga, cagó durante unas horas por las calles de Sacramento para no cruzarse con Reynard ni las gemelas saliendo para su estúpido baile de máscaras.
Camille entró a la casa y por suerte esta estaba tranquila y silenciosa. Subió las escaleras saboreando el silencio hasta que llegó a su habitación y se detuvo en seco.
Un hermoso vestido celeste claro, con detalles en encaje y tul se encontraba colgado en la puerta de su armario. Camille caminó lentamente hasta este pensando que, si llegaba a tocarlo desaparecería. Pero no fue así, el vestido era real así como la máscara de encaje celeste con pequeñas perlas a su lado.
Un carraspeo hizo que pegara un salto asustada y, saliendo de su ensoñación, se volteó a ver a Jordan quien observaba a su hermana apoyado en el umbral de la puerta con una sonrisa.
— ¿Qué tal? —comenzó.
Camille miró del vestido hacia él una vez más sintiendo como algo de frustración subía por su cuerpo.
—No me digas que Reynard compró esto para que fuera a ese estúpido baile —se quejó
—No fue así, yo te lo compré —comenzó Jordan entrando a la habitación.
—Jordan… —comenzó su hermana aturdida— ¿Por qué?
—Porque te lo mereces. Estuve pensando mucho en la conversación de esta mañana y creo que debes ir a ese baile —determinó.
—Jordan no… —comenzó la rubia dispuesta a echarlo de su habitación pero Jordan entro y se sentó en su cama.
—Cam, desde que Tyler murió tú no eres la misma —habló.
— ¡¿Y cómo quieres que lo sea?! —Se quejó Camille ofuscada— ¡Mi hermano murió, Jordan! ¡Lo asesinaron!
— ¡Murió por un accidente de coche! ¡Y te recuerdo que también era mi hermano! —La cortó Jordan dolido levantándose de la cama— ¿Tú crees que a él le hubiera gustado verte así? ¿Así de desanimada, como si fueras una muerta en vida, así de vacía?
Jordan amaba a su hermana y odiaba el verla así, vagando por los rincones de la casa como si fuera un fantasma.
Sus palabras hicieron eco en toda la habitación causando que Camille se quedara en silencio.
Jordan prosiguió.
—No, no creo que a Tyler le hubiera gustado verte así. Todos querríamos que volvieras a ser la de antes, Camille. Sí, Tyler murió, pero tú aun sigues aquí, sigues con vida. Y no hay nada más valioso, hermoso y desperfecto como lo es vivir. Sé que si nuestro hermano estuviera aquí, te pediría que siguieras adelante.
Un sollozo se escapó de los labios de Camille ante las palabras de Jordan. Se secó una lágrima que caía por su mejilla y negó con la cabeza.
Tyler era mi vida, ¿cómo podría seguir sin él?, Pensó Camille, eso se sentiría injusto.
Cada mañana ella se despertaba y, por una fracción de segundos, imaginaba que Tyler aún seguía aquí, que en cualquier momento irrumpiría en su habitación a despertarla diciendo que la vida no vendría a buscarla y sacarla de la cama. Después de que pasaban esos segundos, ella volvía a esta realidad. Realidad en la que él ya no estaba.
—Mi vida ya no es perfecta, Jordan… —dijo casi en un murmullo.
— ¿Y quién dice que la vida tiene que ser perfecta para ser maravillosa? —contestó su hermano menor.
Camille no pudo evitar sonreír levemente.
—Eso decía Tyler siempre… —recordó.
—Exacto, por eso, te pondrás ese lindo vestido e irás esta noche a vivir tu vida como seguramente Tyler hubiera querido —la animó Jordan.
Llegó hasta ella dejando caer sus manos en sus hombros para que lo viera y le regaló una sonrisa. Acto seguido, ella lo abrazó y él correspondió su abrazo al instante.
—Viviré, viviré todo lo que Tyler no pudo —murmuró contra su pecho.
Los hermanos se separaron y Jordan limpió una lágrima rebelde que salía por la mejilla de Camille.
—Y con eso me haces feliz, Cam —habló—. Ahora, hay que empezar a arreglarte para ir a esa fiesta.
—Bien, pero no le pienso decir nada a Reynard y tú menos —advirtió la rubia—. No quiero que piense que ella ganó.
***
Eran solo las ocho de la noche y Adam Becher ya estaba borracho.
La “joyita” de la familia Becher entró a su habitación auto felicitándose por lograr cruzar toda la casa, como pudo, sin cruzarse ni una vez con su padre. Él sabía que si lo veía en ese estado se llevaría la reprimenda de su vida.
Había salido a divertirse, distraerse un poco del hecho de que su hermana, Adela, se había instalado en su casa junto con su esposo de turno por la dichosa fiesta de su padre.
No es que la odiara, pero sabía que su relación nunca volvería a ser la misma luego de que, dos años antes, le haya dado la espalda en algo que a él le importaba. Si se la cruzaba podía tener un diálogo educado, pero eso no sucedía la mayoría de las veces. El estar respirando el mismo aire que Adela significaría crear un caos en la casa en la que Adam siempre se vería como el malo del cuento.
Adam se recostó sobre su cama y suspiró tranquilo, pero aquella tranquilidad se esfumó al instante en la que su padre entró.
— ¿En serio creíste que no notaría que entraste a la casa oliendo a alcohol? —Fue lo primero que dijo al entrar.
Adam rodó los ojos.
Reproches, siempre reproches, pensó.
—Tenía que intentarlo, ¿No? —contestó con simpleza.
Su padre bufó molesto. Desde hace tiempo que quería corregir las actitudes rebeldes de su hijo.
A su edad incluso ya tenía familia, pensó su padre, ¿Cuándo será que siente cabeza de una maldita vez?
No quería considerarlo un caso perdido, él aun sabía que detrás de toda esa fachada de niño problemático aún se encontraba el hijo que había criado.
—No vengas con altanerías ahora, Adam —dijo su padre suspirando con cansancio—. Mejor quédate aquí esta noche y diré que estás enfermo o algo.
—Bien —Adam se encogió de hombros sin el más mínimo interés—, suerte en la fiesta.
Adam cerró los ojos y escuchó los pasos de su padre alejándose y luego como se cerraba la puerta. Luego volvió a abrirlos para mirar fijamente el techo. Sentía como la cama se movía de un lado al otro, pero por lo menos las ganas de vomitar se habían ido.
Pensó que lo mejor sería no aparecer en esa fiesta, ni siquiera recordaba desde qué hora estaba bebiendo y sospechaba que había fumado alguno que otro cigarrillo. No tenía ganas de ver gente hoy y mucho menos en esa fiesta con gente pretenciosa. Con Lilith fuera de la ciudad por su campamento, el aviso del abuelo de que no vendría porque no tenía ganas y el saber esta mañana que Sophie no había mejorado casi nada con el tratamiento sus ganas de poner una cara de falsedad habían reducido un 90%.
Estaba a mitad de sus vacaciones, las cuales las pasó casi todos los días en el hospital, ya sea por ayudar a su padre enterrándose en todo aquel papeleo o visitando “cayendo de sorpresa” a Sophie en sus tratamientos. En el pasado seguramente hubiera estado de fiesta en fiesta, pero luego de darse cuenta de las personas que tenía a su alrededor, ya les había perdido el gusto.
La pantalla de su teléfono se iluminó y Adam levantó para ver la notificación de WhatsApp de Travis. Abrió el chat para ver mejor el mensaje que su amigo de la infancia le había enviado.
Travis: Ey Adam, esta noche nos juntaremos con Marcus en su casa.
Travis: Beberemos, comeremos y veremos una película, algo tranquilo.
Travis: ¿Vienes?
Adam lo pensó durante unos largos segundos, con la mirada perdida en la pantalla del teléfono, hasta que algo hizo clic en su cabeza ordenándole a contestar.
Adam: No puedo.
Le pareció algo frío, así que agregó.
Adam: Mi padre tiene una fiesta está noche y quiere que esté ahí.
Aún le seguía pareciendo frío.
Adam: Lo siento.
Bueno, eso mejoraba las cosas.
No era del todo una mentira, sí, su padre daría una fiesta, pero no quería que él estuviera en ella. El mensaje de Travis le llegó al instante.
Travis: No hay problema!!
Travis: Marcus dice que no vienes porque seguro llorarás con Si decido quedarme.
Adam soltó una carcajada como si fuera la mejor broma del mundo aunque su mejor amigo no pudiera verlo.
Apagó el teléfono y lo dejó a un costado. Llevó sus manos debajo de su cabeza y siguió con su tarea de mirar fijamente el techo. No sabía bien aún como comportarse alrededor de sus mejores amigos. Amigos a quienes le había dado la espalda años antes por estar con Richards y los otros.
Casi hasta le pareció un milagro el que Travis y Marcus volvieran a hablarle como si nada hubiera ocurrido.
Adam no sabía cuándo tiempo pasó viendo el techo, pero las risas y el murmullo de las charlas del salón llegaron hasta sus oídos. Se sentó en la cama y pasó su mano por su rostro quitando el sueño que le había bajado de golpe. Tanteó en la mini nevera al lado de su cama por algo para beber y maldijo en silencio cuando no encontró nada.
«Bajaré y subiré rápido, nadie me verá», pensó.
Le gustó la idea, lo que lo hizo levantarse, pero se echó atrás unos segundos cuando otro pensamiento llegó a su cabeza.
¿Y si su padre se entera? No, no lo haría.
Adam siguió su camino. Abrió la puerta lentamente y, en el pequeño espacio, vio a ambos lados esperando no encontrar a nadie. El pasillo estaba vacío, así que salió sin más.
Su mareo seguía latente, pero ya no estaba tan borracho así que lograba caminar sin tropezar.
De repente, se quedó helado al ver la puerta que reconoció como la del baño, abrirse.
Esa puerta se supone que está cerrada.
De esta, apareció una chica de vestido celeste, cabello rubio algo aplastado gracias al listón que sostenía su máscara y caminaba algo tambaleante hacia las escaleras que conducían al salón.
Adam suspiró aliviado cuando la rubia ni siquiera se dio cuenta de su presencia, así que siguió caminando sin más.
Llegó a la cocina sin problemas. Su padre ni lo había notado ya que, con los años, Adam había aprendido a moverse a través de la casa sin que nadie pudiera notarlo, sabía el camino de memoria.
Tomó una botella con agua y estuvo tentado en agarrar la botella de vodka, pero se detuvo y cerró al instante la heladera.
Caminó de vuelta por el pasillo evitando a los camareros con la vista baja cuando notó un movimiento raro. Pasó una mano por su rostro para asegurarse de que no era producto de su embriaguez y parpadeó varias veces aclarando su vista.
Era una chica, de vestido celeste también, rubia también y una máscara de encaje con pequeñas perlas quien hablaba frenéticamente con uno de los guardias.
«¿Acaso era la misma del pasillo?», pensó Adam.
Decidió acercarse cuando vio que el guardia tenía una mano sobre el brazo de la rubia.
—Sin invitación no puede estar aquí, señorita —habló el guardia con voz grave.
—Pero si tengo invitación —contestó la chica frenética, pero aún así con voz dulce—. La tengo en el auto.
Había algo en su voz que había hipnotizado a Adam, quién se acercó a ellos sin pensarlo –tal vez haya sido por culpa de la borrachera también– y se paró en frente de la chica para enfrentar al guardia.
—Viene conmigo —comenzó.
—Pero señor, ella no… —comenzó el guardia.
—Ya sé, no necesita invitación porque es mi invitada —lo cortó Adam felicitándose internamente por no trabarse con las palabras—. Si quiere podemos hablar con mi padre acerca de su decisión.
El guardia negó al instante con la cabeza viendo de la chica rubia a él varias veces hasta suspirar resignado ante la decisión del hijo del jefe y, luego de darle una última mirada de desconfianza a la rubia, se dio vuelta y se fue.
—Gracias… —comenzó la rubia.
—No hay de qué —Adam se encogió de hombros. Aún no sabía que era lo que lo motivaba, pero agregó sin pensar—. Ven, las mejores bebidas están en la parte de atrás de la cocina.
La rubia misteriosa dudó un poco, ladeando la cabeza de un lado al otro pero terminó por asentir y empezar a seguir a su también misterioso salvador.
Caminaron tranquilamente entre la gente del servicio quienes los observaban de reojo pero ninguno los detenían.
Adam se decidió por dejar la botella de agua y sacar dos cervezas. A una de estas se la extendió a la rubia misteriosa, quién dudó unos largos segundos pero terminó por tomarla.
Todo era nuevo para ella, desde la casa grande, el baile de máscaras hasta el hecho de que un desconocido la haya defendido.
— ¿Y tienes algún nombre? —comenzó Adam cuando llegaron al invernadero, lugar donde sabía que nadie los molestaría.
—Esta noche me siento como Cenicienta —suspiró la rubia viendo a su alrededor.
—Bien… Cenicienta ¿Metí a una extraña a mi casa o en serio tienes invitación? —habló Adam sentándose en la fuente.
La rubia, quién miraba a su alrededor fascinada, lo observó saliendo de su ensoñación con, por lo que pudo denotar Adam detrás de la máscara, el ceño arrugado.
—Tengo invitación, pero me la olvidé en el auto —dijo la rubia mirando en dirección a la puerta.
—Aja… —comenzó Adam mirando con desconfianza las acciones de la rubia misteriosa.
—No quiero que mi madrastra vea que vine a la fiesta —aclaró la rubia al notar la mirada de su acompañante.
—Mierda, en serio eres Cenicienta —se rió Adam.
Bajó la vista a su cerveza para analizar si seguir tomando o no por si llegaba a estar alucinando. No podía creer en la situación que se había metido y aún con alcohol en sangre.
La rubia misteriosa, ahora apodada Cenicienta, se rió también y, luego de cerciorarse de no encontrarse con su madrastra una vez más, tomó asiento al lado de Adam.
—Entonces ¿Eso te haría mi príncipe encantador? —comenzó la rubia.
Adam no pudo evitar soltar una carcajada ante las palabras de la rubia. No se consideraba un príncipe, muchísimo menos alguien encantador. A decir verdad era una mierda de persona.
—Estoy muy lejos de serlo —contestó simplemente.
—Para mí lo eres —Esa declaración hizo que Adam se volviera a verla. La rubia se encogió de hombros afirmándolo—. Si no fuera por ti, mi noche se hubiera arruinado.
—Bueno sí, me doy algo de mérito por eso —afirmó Adam causando que ambos se rieran.
Había algo armonioso en la risa de la rubia misteriosa que hacía que Adam se volteara a verla. No parecía una chica fea, debajo del vestido era delgada, de facciones finas y ojos de un color azul claro que se oscurecían gracias a la tenue luz del invernadero.
La rubia se le quedó viendo unos largos segundos hasta que volvió a hablar.
—Tú eres Adam Becher, ¿No?
La pregunta descolocó a Adam y en cierta parte llegó a desanimarlo. La chica era bonita e incluso parecía demasiado amable, pero al fin y al cabo no había conocido a nadie que no conociera el apellido Becher y no quisiera algo a cambio, al parecer esta chica no era la excepción que tanto quería encontrar.
—Depende de quién pregunte —se limitó a contestar— ¿Por?
—Me hablaron de ti, solo por eso —comenzó.
—Y no me digas, esperabas otra cosa —comenzó Adam tomando un largo trago.
—No suelo ser alguien que espere algo de alguien —La rubia misteriosa se encogió de hombros.
—Entonces nos llevaremos bien; las personas no suelen esperar mucho de mí tampoco —comentó Adam volviendo a mirar al frente.
No era que estuviera exagerando, Adam sentía que la mayoría del tiempo era así. De la forma en la que su familia se dirigía a él, incluso sus propios amigos… tal vez no fuera cierto, pero no podía evitar pensar que todos lo seguían apuntando con el mismo dedo acusatorio de hace unos años atrás.
La rubia misteriosa le dio una larga mirada a su acompañante.
—Eso es bastante… triste —dijo dudosa. La rubia suspiró y también habló—. A veces también siento lo mismo.
— ¿En serio? —preguntó Adam sin tanta confianza.
La rubia misteriosa asintió y Adam pudo denotar de reojo como sus ojos azules se ensombrecían.
—A veces siento que soy un cero a la izquierda, incluso dentro de mi propia familia —soltó por fin la rubia—. Luego de perder a alguien importante para mí me siento como si fuera un fantasma donde sea que vaya, como que mi vida entró en una rutina monótona sin fin… a veces me siento como si estuviera muerta por dentro.
—A veces no estamos muertos por dentro, solo infinitamente rotos —dijo Adam sin pensarlo.
—Supongo… —pensó la rubia asintiendo lentamente— tal vez podamos arreglarnos con el tiempo, como puede que no…
—Y si no es así seguiremos rotos de por vida —cortó Adam.
—Nada prevalece roto por siempre, incluso después de cierto tiempo, los fragmentos de algo pueden volverse cosas nuevas —La rubia miró al cielo con una sonrisa nostálgica.
Adam pudo notar el gran peso que había dentro de esas palabras, por lo que decidió quedarse un momento en silencio, observando a la rubia que, a pesar de decir aquellas palabras para su propio significado, habían tenido una gran repercusión para Adam.
Lo roto podía recuperarse, tal vez no de la misma manera que antes, pero si en algo mejor si uno mismo quería.
—Supongo que tienes razón… —comenzó.
Ambos se miraron por unos largos segundos. Los grillos cantaban a la distancia y el silencio como la oscuridad era enceguecedora dentro de aquel poco iluminado invernadero. Adam dudó un poco, y no sabía si era gracias al alcohol en sangre o qué, pero las ganas de cortar la distancia con aquella rubia que en solo unos minutos logró entenderlo mucho más que muchas personas en su vida, eran cada vez más grandes.
Adam se inclinó, pero luego dudó unos segundos a causa del torrente de emociones que recorría todo su cuerpo.
¿Es acaso posible enamorarse de alguien en solo una noche?
Sus rostros estaban a solo centímetros del otro y la rubia iba a hablar cuando las puertas corredizas que conectaban el invernadero con el salón principal se abrieron de golpe, casi violentamente, haciendo que la luz los golpeara a ambos de golpe y se levantaran, separándose en el camino, a ver quién se encontraba del otro lado de la puerta.
***
Algo que nunca imaginó Ivanova Jones fue que lograran meterse de colada en una fiesta de niños ricos. Al principio era solo por diversión, luego, su plan terminó saliendo redondo al conseguir vestidos y robarles unas máscaras a unos invitados que pasaban por ahí.
Ivanova se auto felicitaba mientras caminaba tambaleante por los pasillos de la gran casa. Llegó hasta una de las puertas que especuló era del baño y giró el picaporte para darse con que no abría. Forcejeó un par de veces hasta que quitó un pasador con forma de mariposa de su cabello y la pasó por la cerradura.
Nova se reía sola pensando en que podría conseguirlo, tenía bastante experiencia viendo películas de acción así que se convencía de que no sería tan difícil.
La cerradura se dio vuelta y Nova se tomó su tiempo para bailar por el pasillo mientras se reía como foca al haberlo conseguido. Abrió la puerta rogando que fuera el baño y, cuando prendió la luz, el destello blanco la encegueció pero sonrió al encontrarse con un baño totalmente limpio y blanco. Entró y cerró la puerta detrás de sí y dejando la máscara encima del lavabo blanco.
Se tomó el tiempo, tarareando una canción pegadiza que había escuchado en la radio del auto de Kira, hizo lo primero acomodando su vestido celeste como podía y una vez que terminó, se levantó, se limpió y se tiró agua del lavabo en la cara para verse en el espejo y sonreír al notar lo ebria que se encontraba.
Acomodó su cabello y volvió a ponerse la máscara para salir del baño. Escuchó unos pasos detrás de ella por lo que decidió enderezarse y fingir que había sido invitada pero ya estaba preparada para correr si querían hablar con ella. A pesar de que intentaba moverse con naturalidad con sus tacones, el mareo se había apoderado del cuerpo de la rubia causando que caminara muy cerca de la pared.
Bajó las escaleras como pudo pero, en vez de llegar al salón donde sus amigas la estaban esperando, llegó a uno muy distinto, uno que estaba vacío.
«¿Acaso viajé a una realidad alterna?... Cool», pensó.
Ivanova se rió de su propio pensamiento y negó con la cabeza. Llegó hasta el último escalón y se apoyó en uno de los barandales mirando a su alrededor. En el lugar no corría ni un alma, cosa que, luego de la fascinación, el miedo se apoderó de Ivanova. No por el hecho de que perdió a sus amigas en una casa el doble de grande que la suya, sino que podría aparecer algún fantasma por la esquina y asustarla.
No dejaría que eso ocurriera.
Jugó a “de tin marin” con las puertas dobles enfrentadas en cada lado del salón y la de la derecha terminó ganando así que se dirigió hacia ahí en el camino analizando el techo del lugar, con la araña brillante que iluminaba todo el lugar con una luz cálida y un techo hermoso.
«Casi hipnotizante», pensó Nova.
Se chocó contra el marco de la pared y soltó una queja buscando pelea contra el umbral blanco. Pasó por las puertas chocando su hombro con el umbral cuando se cruzó a alguien de frente y tuvo que parpadear varias veces para enfocar la vista en los dos hombres que la miraban con extrañeza, bueno, en realidad uno de ellos, el otro la miraba con desprecio al reconocer quién se encontraba debajo de la máscara.
El hombre de la tercera edad notó al instante el sonrojo debajo de la oreja de la rubia, el sonrojo característico de una familia prestigiosa y que lamentablemente también compartían con una familia deshonrosa. Al cabello rubia que caía por los hombros de Nova también lo reconoció al instante.
«Tiene el mismo cabello que la arrimada de su madre», pensó el hombre más viejo.
—Señorita… —comenzó el más joven en comparación a su compañero.
Para él aquella rubia no venía de una familia deshonrosa, tenía las mismas facciones finas a simple vista que su madre y, al notar como la rubia se ponía a la defensiva, supo al instante que aquella misma acción la había heredado de su padre. Esto hizo que el hombre joven sonriera con nostalgia.
—Muévete niña —espetó el hombre más viejo con desagrado.
—Muévase usted que yo estaba pasando primero —se quejó Nova.
La rubia sabía que fácilmente podría hacerse a un lado, es más, lo hubiera hecho con gusto, pero hubo algo en el tono desdeñoso del tipo que la hizo reaccionar así.
—Niña maleducada, ni invitación debes de tener —se quejó el hombre que no iba a dar el brazo a torcer.
—Bueno, padre… —comenzó el más joven queriendo terminar la situación.
—Padre nada, llama a seguridad así se llevan a esta salvaje —se quejó su padre.
—Ah… ¿Yo soy la salvaje? —se rió Nova apoyándose un poco en el umbral para no perder el equilibrio.
—Lo lamentamos… —comenzó el hijo.
—Piérdete, mocosa insolente —Y el más grande redobló la apuesta.
Ivanova arrugó el ceño cruzándose de brazos. ¿Era ella la insolente cuando este tipo era el que la trataba mal desde el inicio?
—Vete al carajo —finalizó Nova y se dio vuelta para ir a la otra puerta.
Caminó casi hasta el centro del salón vacío cuando volvió a escuchar la voz del hombre más viejo, pero se le heló la sangre al saber que no se dirigía a ella, sino a otras personas.
—Bruta como su padre y maleducada como su madre tenía que ser —siseó Tyron Jones—. Señor guardia, ella no tiene invitación.
Nova abrió los ojos en sorpresa y de tambaleó un poco pero aún así sin dejar de caminar esta vez con el paso más apurado hacia la otra puerta. Si tenía suerte, podía pasar por alto a los guardias escondiéndose o mejor encontrar a Sam y Kira.
Escuchaba como una voz masculina la llamaba detrás de ella pero no le hacía caso. Llegó casi corriendo hacia unas puertas corredizas y las abrió de golpe encontrándose a dos personas sentados en una fuente. Ambos se voltearon a verla mientras que a Nova le chocó el aire de golpe causándole que casi vomitara. Atravesó el lugar cuando se chocó con una de las dos personas que la tomó por los hombros para evitar que Nova se cayera.
— ¿Estás bien? —preguntó el chico.
Nova se detuvo a verlo durante unos segundos. No iba vestido como si fuera parte de la fiesta, ni siquiera tenía una máscara puesta. Era de cabello negro y ojos verdes oscuros por la poca luz.
A Nova le pareció bastante atractivo, hasta si no fuera por el guardia que le estaba pisando los talones se habría detenido a ligar.
Se separó al instante de este y, alejándose de él, contestó.
— Perfecto, adiós.
Nova desapareció dejando a Adam desconcertado por el apuro de la rubia y Camille a su lado se había quedado paralizada sabiendo que conocía aquella voz apresurada de algún lado. Adam se volteó a verla y se encogió de hombros sin darle tanta importancia, pero Camille quería que volviera para esclarecer su duda.
—Hey, tú —llamó a Nova.
Pero Ivanova ya se encontraba bastante alejada de ellos al correr por el pasillo. Dobló a la derecha y luego a la izquierda, percibió una cocina y de ahí siguió de largo siguiendo a algunos camareros sintiendo el verdadero alivio cuando llegó al salón principal y, de ahí, vio a Kira y Sam charlando y riendo a lo lejos.
El alivio de Nova se esfumó al instante al notar que, detrás suyo, tanto el guardia como la rubia que acompañaba al tipo atractivo la estaban siguiendo.
— Carajo, estos zapatos no están hechos para correr —se quejó Nova mirando al techo.
Y una vez más se dio a la fuga, llamando la atención de algunos al ver a una rubia correr a través de todo el salón. Sentía retumbar sus pasos en sus oídos, aún seguía con ganas de vomitar y más porque estaba corriendo y un sentimiento de adrenalina se alojó en su pecho haciendo que el aire fuera cada vez más asfixiante y su corazón latiera como loco.
Se chocó con alguien tirándole una bebida encima de su esmoquin y, con una rápida disculpa, en menos de unos segundos llegó hasta Kira y Sam.
—Hay que irnos —soltó Nova al instante.
Kira y Sam la miraron entre sorprendidas y preocupadas por su amiga, pero entendieron todo al instante que vieron al guardia.
Salieron de la casa corriendo a través del césped y Nova rió al tener esa imagen suya y de sus amigas. A lo segundos escuchó como sus amigas se reían también.
Entraron al auto y estallaron en carcajadas más fuertes por la noche bizarra que estaban teniendo.
— ¡Arranca! —gritó Nova.
Salieron rápidamente de aquella fiesta que entraron coladas mientras en el camino Sam averiguaba sobre la verdadera dirección de la fiesta, Kira siseaba cosas inentendibles y Nova apoyaba su cabeza en el respaldar del asiento del copiloto, sonriendo y mirando por la ventana al imaginar lo que se reirían mañana al recordar toda esta noche.
***
Y este es el final del cuento de hadas.
Con una princesa que después de esa noche volvió a su vida monótona, resignándose a qué su príncipe no la buscaría; un chico que se había propuesto a buscar por cielo y tierra a la chica que lo había entendido más que nadie, su Cenicienta; y una falsa princesa que horas después, luego de una de las mejores noches con sus mejores amigas, tendría un accidente haciéndole olvidar todo lo ocurrido.
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Estrellitaas ✨✨
Espero que les haya gustado este especial que me quedo bastante largo pero es hecho con musho amogggg❤️❤️❤️❤️
Se vienen tiempos oscuros dijo alguien en algún momento ah
Pregunta random del día:
¿Alguna vez se emborracharon hasta el punto de olvidarse lo que hicieron?
Ya saben dónde buscarme:
Instagram: dhalia_s.g
Twitter: XdhaliaS
Eeeeen fin, sin más que decirles, los quiero estrellitaas 🌟❤️
Dhalia fuera.
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