Un ángel
Dicen que cuando vas a morir ves pasar toda tu vida; desde que estas riendo a carcajadas con tus padres en la cama un domingo hasta lo último que hiciste hoy de desayuno.
La muerte; ella es elegante y sus pasos que suenan como un tacón fino, y con su vestido tallado como un árbol. Que cuando menos te lo esperas…
¡Pum! El carro impacto mi cuerpo, no tan duro como para que dejara de vivir, pero si lo suficiente para que mi piel se hiciera un corte.
Caí en el suelo con los ojos cerrados, me hice un puño y quise llorar. Me dolía la cabeza y el brazo derecho en el cual me había apoyado al caer. Mis caderas estaban raspadas, mi frente tenía una cortadura de la cual botaba gotitas de sangre.
No estaba consciente de lo que pasaba a mi alrededor. Mi cabeza daba vueltas y mi cuerpo parecía una maldita gelatina que no paraba de temblar. Levante mi mirada y vi por abajo del pick up. Estaba sorda, solo escuchaba la voz de una chica que gritaba.
—¡Llama a la ambulancia! ¡Llama a los paramédicos!
A la persona a la que le gritaba parecía correr hacia mí. O era ella la que marchaba hacia mí.
—¡Ey! Chica. ¿Estás bien? —la suave voz de la muchacha me hizo sentir que aún estaba viva. Era tan calurosa que me hizo sonreír débilmente.
—Es-estoy bien. No te preocupes. —mi voz era irreconocible para mis oídos.
—Tranquila. No hables. —susurró. —¿Sabes cuál es tu nombre?
—Tara. —respondí intentado verle el rostro fino y delicado. — y tu nombre es Miranda Caeli. — cuando reconocí a la muchacha me sentí segura y con sosiego…Aunque casi me mata la cabra loca.
La muchacha me miró con una mirada entre dulce, de nervios y de tranquilidad. Era cómico ver a alguien con unos ojos verdes tan demostrativos.
Hice ademan a levantarme, pero me punzo demasiado mi pierna derecha. Miranda me sostiene y me ayuda con suavidad hasta quedar inclinada. Mi rodilla me ardía, estaba sucia pero no ensangrentada.
—Ya llamé a la ambulancia, mi amor.—la voz proveniente de un chico detrás del carro llamó nuestra atención.
—No,no. Yo estoy bien. —le dije ambos muchachos, ellos se miraron entre sí.
No obstante Miranda no se confió mucho.
—Mi amor, ayúdame con Tara para que se siente. Y de una vez pásame el bolso que creo que ando unos dulces adentro.
¡Coño! Esta chica es como una mamá siempre anda de todo en su bolso.
El moreno corrió a ayudarme; era fuerte por eso fue más fácil para mí y para Miranda sentarme hasta en la cera.
—¿Él es tu novio? —pregunte curiosa.
Ya saben siempre metiche nunca inmetiche.
Miranda sonrió mientras miraba como el muchacho sacaba su bolso del pick up.
—Sí. —respondió suspirando bajando su mirada hacia sus manos.
Fue algo raro, porque cuando respondes que un chico tan guapo es tu novio lo dices con orgullo, y Miranda no había respondido con tanta emoción, más bien parecía afligida.
—¿Y tú? ¿Cómo te sientes?
—Me duele solo un poco la rodilla—paso mi mano por esta. —y mi codo. —se lo enseño.
******
El chequeó medico fue rápido; me hicieron unas preguntas de cómo había pasado el accidente, y quienes eran los chicos que me habían atropellado. Por ser menor de edad e tenía que estar a la tutela de mis padres, pero gracias mi cédula falsa donde decía que era de 21 años me dejaron pasar por esta vez y no llamar a policía.
No quise poner denuncia, porque estaba consciente de que había sido mi culpa por haber salido huyendo de ese casi prostíbulo.
Miranda y su novio -Julian- me pidieron disculpas miles de veces, estaban muy angustiados, se notaba en sus caras. Ellos me compraron una soda sabor a fresa y unas galletas de mantequilla de maní.
Yo chantajee a la pelinegra en que, si quería que la perdonara me tenía que dejar dormir esta noche en su casa. No deseaba ir a casa y escuchar la cantaleta de mi Emilia, preguntando dónde andaba y por qué no le conteste las llamadas.
Al llegar a la casa de Miranda, anhelaba irme para mi casa y poder descansar, pero no quería darle más molestias a Julian.
—Hablamos mañana, Mir. —le dijo Julian a Miranda que se bajaba del vehículo.
—Vale. Me mandas un mensaje cuando llegues. —cerró la puerta y el moreno partió.
Camine junto a los ojos verdes en silencio hasta llegar a la puerta blanca donde era su casa. Miranda abrió y puede sentir el calorcito de hogar.
—¿Con quién vives, Miranda? —pregunte observando los cuadros que habían colgados en la pared del pasillo.
—Con mis abuelos y Francis. —se quita el gorrito de su cabeza y su melena negra oscuro cae en sus hombros. —¿Y tú? —se quita los zapatos y los deja debajo de una mesa que está al lado del comedor.
Quería preguntar dónde estaba sus padres, pero preferí callar y contestar.
—Con mi mamá y el increíble hermoso de mi padrastro. —
Miranda me mira y suelta una risita.
—Típico de padrastros. En mi caso tengo una suegrastra y una suegra. —su sonrisa me hace sonreír. —la mamá de Julián está casada con una mujer. —se encoge de hombros.
Y yo pensando que la lesbiana era ella.
—¿Quieres algo de comer? —me pregunta ahora recogiendo su cabello en una coleta.
Niego pero no me hace caso. De verdad tenía hambre.
Miranda se detiene antes de llegar a la cocina y me mira con esos ojos abiertos y asustados.
—¡Joder! Mira que mala amiga he sido. —se agarra la cabeza y camina hacia otro pasillo.
Era una casa bella, de un solo piso, no había cosas lujosas, ni cortinas de Channel, ni sillones de felpa, todo en esa casa era cálido, incluso hasta la muchacha que corría hacia a una puerta.
Me puse a curiosear un poco, a revisar las fotografías que estaba en la mesita. A tocar la cortina que eran de color rosado palo. La alfombra blanca que estaba en el centro de la sala era hermosa.
Miranda volvió, pero con una pijama larga y grande, una camisa negra que era más grande que ella.
—Tara. Tal vez esto te quede. La camisa es mía y el buzo era de mi madre. —me lo lanza.
—¡Ay! ¡Jamás! Como esta camisa va a ser tuya. —ella se encoge de hombros.
—Me gusta la ropa de hombre. —se encoge de hombros y camina otra vez a la cocina a cocinar.
—¿Y qué vas a cocinar rico? —pregunte como niña pequeña mientras me sentaba en la silla.
—Hare espaguetis con jamón y salsa blanca. —sonrió orgullosa.
—Eso suena bien. —mire a mi alrededor y suspire preguntándome donde estaba la muerte, me refiero a Francis. —¿Y tu hermano? —
—Anda trabajando. Llega hasta tarde. —la chica de cabello ondulado se pone a picar la cebolla.
—¿Y en qué trabaja?
—En el día es mi hermano y en la noche es una zorra barata. —bromea echando los olores al sartén.
—Con razón tiene tantas ojeras. —comparto las risas con la jovencita.
¿Alguna vez han encontrado a una chica o chico con el que hagan clic al instante? Pues eso me pasaba con Miranda.
Ella era alegre, irradiaba belleza y seguridad. Todo en ella hasta el momento era casi perfecta. Sus dientes eran pequeños y se veían más blancos por aquel labial rojos que usaba; que por cierto resaltaba sus ojos verdes claro.
—¿Y tú y Julian llevan mucho tiempo juntos? —le pregunte sin titubeo.
—Desde que yo cumplí los quince. —me responde encogiendo los hombros. —Y digamos que esos tres años juntos solo he sido feliz un año.
Creo que eso ha sido lo más triste que oído. Ella tan bonita y ando con un idiota; por alguna razón ese chico ahora me cae en las puras tetas.
—¿Hablas en serio? —dije preocupada.
Ella lo nota y retira lo dicho.
—Claro que no, Tara. Julián es un chico complicado, pero es bueno. —enciende la cocina. —¿Y tú? ¿Tienes novio?
Hacer esa pregunta es tonta, es como que yo les pregunte a ustedes, que, si tienen novio, como no. ¿Tienen novio o novia?
Creo que están igual que yo de solteras. Ja.
—Yo estoy en una situación complicada. —me encoge de hombros restando importancia.
—Dímelo a mí. —rueda los ojos con aire de diversión.
No sé cual seria la relación con Julián y ella, pero ya no los shippeaba.
Ambas terminamos de cenar, y nos fuimos a acostar a las 9 de la noche. Solo espero que la salsa blanca no me dé mal de estómago. Ya saben esas flatulencias malnacidas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro