Presencias oscuras
Eran las doce de la noche, y Miranda yacía dormida en el suelo. La pelinegra no me quiso dejar dormir en el suelo, porque decía que los invitados son siempre especiales, y que tenía que ganarse mi confianza en que no era una criminal atropella personas.
No podía dormir, me dolía el estómago por comer aquellos espaguetis en salsa blanca. Estaban ricos, pero estaban muy pero muy espesos, solo deseaba que no se me saliera un pedo silencioso, que esos son lo más mortales.
Me levante en silencio para no despertar a Miranda, pase mis pies con cuidado para que el colchón no sonara. La linterna de mi celular era lo suficientemente brillante para alumbrar casi todo el cuarto.
Terminé de salir de la habitación y caminé con cuidado hasta llegar a la cocina. ¿Alguna vez han olido el bloqueador? Ese olor que te hace querer estar en la playa con las nalgas peladas.
Pues algo así olía a la sala de estar de los Lemart.
Tomé un vaso de agua y me senté en la silla de madera que estaba al lado del comedor.
Los carros se escuchaban a los lejos de la casa; eso era lo malo de vivir en una calle tan principal como en la que estaba en estos momentos.
Tranquila me encontraba, esperando a que mi dolor de tripa se calmara, gracias al cielo ya se me iba aliviando, y el sueño me estaba llegando.
No tenia ni un solo mensaje de Eva. Seguro no se había dado ni cuenta que yo me había ido y que por poco muero a manos de una cabra loca y un moreno salvaje.
De seguida, en el momento que me levante para ir a dormir me tope con el cuerpo de un chico delgado, alto y de cabello lacio.
Trague grueso y quise no hacer ruido para que él no notara mi presencia por estar ingerido al celular.
—¡PERO QUÉ COÑO! —gritó el muchacho cuando levantó la mirada y se encontró conmigo.
Era típico de mí, asustar a la gente guapa.
—¡Joder! ¡Tara! ¿Qué haces aquí? —podía ver la angustia en sus ojos y la sonrisa fluyente que quiere salir de sus carnosos labios. —Me quieres matar. —asegura comenzando a reír.
Yo no me contuve más y comencé a reírme del pelinegro, de su cara, de su pelito al pegar el susto, de sus ojos que se hicieron enormes. Fue muy gracioso ver como el cabello de alguien se menea por un susto.
Me agarre el vientre para poder respirar, me dolía de tanto reírme. Francis parecía divertido, pero a la vez ofendido.
—Ya deja de reírte de mí. —me reprende abriendo la refrigeradora para sacar la leche.
—N-no puedo. —medio logre hablar entre risas. —Es que brincaste como un conejo excitado.
—¿Qué? —ríe—¿Cuándo has visto un conejo excitado? —se muerde el labio inferior, ocultando su sonrisa coqueta
—No lo sé… Pero fue gracioso. —limpie mis lágrimas de tanto reír.
—Y a todo esto… ¿Cómo llegaste aquí? ¿Y por qué andas ropa de Miranda? —me mira sentándose donde yo estaba hace un par de minutos.
Me cruzo de brazos para que el mayor no note mis lonjas y sonrió ocultando mi inseguridad.
—Digamos que tu hermana casi me mata. —llevó mi dedo índice a mi frente y le muestro el rasguño.
—¿Cómo así? —riñe acercándose a mí.
El muchacho era de mi misma altura, solo era su cabello lacio que lo hacia verse más grande.
Francis llevó sus dedos gruesos a mi frente y a la acaricio sin quisiera pedirme permiso. Yo solo podía quedarme muy quieta, sin respirar ni parpadear.
A ver, chicas. Esta es la primera vez que un chico sobrio me acaricia y ¡LA FRENTE!
¡Oh, vamos Francis mete esos dedos en otro lado… Nah! Ni se crean.
—¿Te duele? —me preguntó entrecerrando sus ojos verdes oscuro.
Aparto la mirada y quitó la mano ajena suavemente.
—Estoy bien. No te preocupes.
—Vamos a mi cuarto para echarte algo. —hace una pausa reaccionando a lo que acaba de decir, se sonroja levemente.
—¡Vaya! No sabia que eras tan coqueto, eh. —lo molesto. —Apenas me conoces y ya me quieres echar cosas en la frente.
Francis se comienza a reírse negando con la cabeza. Lo miró mientras ladeo la cabeza y sonrió para él.
¡ESPEREN! ¡QUÉ ESTA PASANDO!
—Deja de pensar en esas cosas. No quiero que mi baje mi hermana y nos vea un poco tensos.
Era extraño para mi que alguien me siguiera la corriente. Esta noche en serio estaba volviéndose rara. Primero un idiota se quiere pasar de listo conmigo y ahora un chico más o menos guapo me sigue la corriente.
¡Que mierda esta pasando!
Camine detrás del muchacho de tez blanca. Mientras él andaba, yo tenia una buena vista de sus dos nalgas que, por cierto, eran bastante huesudas, todo lo contrario, a mí que era un trasero grande y grasoso.
—¿Cómo ha estado la mi rubia? —dijo Francis dejándome entrar a su cuarto.
¡Yisus crais! Este cuarto era hermoso, y conste que no tenía sogas, ni cuerdas para azotar, al estilo papasito Grey.
—¡Wow! —exclame ignorando la pregunta anterior, echando un vistazo a los dibujos de Marvel que tenia en las paredes de su cuarto.
—¿Te gusta Marvel o solo el Capitán América? —me mira lanzando su bolso en la cama.
—Uhm… creo que me gustan ambos. —me acercó al poster que tenia de Iron Man. —¿Tú dibujaste esto? —lo mire incrédula.
—Síp. Yo solito. —me volteo para seguir hurgando en las paredes blancas del cuarto. —Desde los ocho años me gusta dibujar. También retrato personas.
—No te creo. — estaba tan sorprendida del talento del chico.
—Si, mira. Esta era mi madre. —abre la gaveta de su mesa de noche y saca un pequeño cuadro tamaño carta.
Al parecer mi suegra era hermosa, ja, ni se crean.
La mamá de Miranda y Francis era muy hermosa. Tenía unas grandes pestañas, su nariz era respingada, sus pómulos estaban resaltados y su pequeña boca era el conjunto perfecto a sus ojos negros.
—Es una mujer muy linda. —le sonrió con empatía.
—Era. —me corrige tomando de nuevo el cuadro para guardarlo donde estaba. —Falleció en un accidente de motocicleta con mi papá. —susurra dejando de verme.
—Lo siento mucho, Francis. —quise acercarme a él y darle una palmadita en su espalda, pero estaba muy lejos de mí.
—No pasa, nada. —se aclara la garganta y continúa revisado en su gaveta. —Anda siéntate que no te dolerá. —se muerde el labio inferior y comienza a reírse.
—¡Qué carajos contigo, Francis! —mis gordos cachetes se ponen calientes e intento ocultarlo con mi cabello.
Me senté y él hizo lo mismo al frente mío.
Sacó un poco de crema de rosas y con sumo cuidado la comenzó a esparcir por la herida.
—¡Auch! —gimotee cerrando mis ojos.
—Perdona. — concibo su aliento golpear mi melena. —Hueles a flores, Tara. —su risita era algo jocosa.
—Es que uso Pantene. —abro un ojo y notó al muchacho muy cerca mío.
Bruscamente me tiró hacia atrás y lo miró seria. Francis no parece entender.
—¿Te volví a lastimar? —frunce el ceño con preocupación.
Niego y me levantó de su cama.
—Creo que mejor me iré a dormir. No quiero que Miranda piense que te vine a buscar o algo así. —comienzo a caminar la salida sin dejar a hablar al chico.
—Creme que Miranda no es una chica que juzga a las demás chicas, sean como sean. —camina detrás de mí.
Me detengo en seco y me volteo para verlo.
—Sí, yo lo sé. Pero… no creo que sea buena idea que me sigas curando.
—Tara, pero no quiero que pienses que me estaba aprovechando de la situación. —sale del cuarto y se recuesta en el marco de la puerta. —De verdad. No sé de donde sacas ese disparate.
Por alguna razón me siento más fea de lo normal, me siento más gorda y más insegura con esta ropa.
“Claro, Tara. Solo a ti se te ocurre que Francis ambicionara sobrepasarse contigo. Mírate, eres solo una gorda.” Pensé dándole la espalda al chico.
—Descansa, Francis.
******
Sali de la casa de los muchachos a las cinco de la mañana. Tome un Uber para llegar más rápido a casa.
Entre, mi mamá ya había salido a trabajar, mientras que Federico aun dormía.
Subí hasta llegar a mi cuarto, me duché y me acosté a dormir hasta las nueve de la mañana, que la jodida alarma no paraba de sonar.
Revise mi móvil y tenia varios mensajes de la princesita de Barbie.
Eva: ¡Ayer estuvo de locos! Jajaja. Nunca me habían hecho tantas cosas en una misma noche.
Audio de Eva: Gordis, ayer no me di ni cuenta cuando te fuiste. Un chico de lentes muy guapo estaba preguntando por ti. :P ¿Acaso se la chup…
No quise terminar de reproducir el audio, ni tampoco me dio la gana de reproducir los otros dos audios de cuatro minutos cada uno.
—¡Que te den, Eva Smith! —grite al móvil.
Me levante con tanta rabia que sentía el poder de levantar un camión de gallinas o de puercos.
Abrí las cortinas de mi cuarto y a lo lejos vi que Nicholas estaba debajo de mi casa, moviéndose de un lado a otro como si estuviera practicando para una exposición de Historia.
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