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Prólogo: Una noche de placer.

El retumbar de la música en sus oídos. Cuerpos sudorosos bailando. Una bebida en su mano. Su mente dispersa. Hannah movía las caderas al ritmo de la música, la discoteca estaba tan llena que chocaba ligeramente con algunas personas, pero no le importaba. En momentos como este, solo le interesaba pasarla bien y disfrutar de la noche. Se tambaleaba de vez en cuando, la bebida afectándole más de lo que quería admitir.

Sus amigas la veían a lo lejos, preguntándose qué harían con la chica borracha que se encontraba bailando en la pista. No es que fuera algo nuevo para ellas, por supuesto. El círculo era un grupo de chicas que estaban acostumbradas a beber sin detenerse, pero Hannah solía quedarse a un lado. De hecho, era la más mojigata del grupo. Solían burlarse de ella todo el tiempo por ser tan reservada en las discotecas, sobre todo porque su personalidad solía ser vibrante y un poco aniñada.

Pero no esta noche.

Esta noche solo era una chica de diecinueve años alcoholizada. Una chica sin responsabilidades, sin problemas y sin ataduras.

Hannah bailó toda la noche, sin detenerse a pensar en su hermana en coma, en el estrés de su carrera, y mucho menos en Joseph. Solo bailó al ritmo de la música, divirtiéndose a pesar de la oscuridad que envolvía su vida al día a día.

Sintió una cálida mano envolver su cintura, bailando seductoramente con ella. ¿Quién era? Pues no lo sabía. Sin embargo, se dejó llevar. No le importaba quien estaba detrás de ella siempre y cuando no se propasara. Siempre y cuando solo se dedicara a bailar. Sus pasos eran torpes, tanto como los de Hannah, pero siguieron bailando sin decir ni una palabra. Era un baile sexy, picante y seductor. Sus cuerpos se entremezclaron con el humo del ambiente, con la música, con el alcohol. El tipo sabía moverse, había que admitirlo.

Mientras el tiempo pasaban, ambos comenzaron a ser más atrevidos. No supo quien dio el primer paso, pero cuando se dio cuenta ya se estaban besando con desesperación. Ni siquiera había visto su rostro cuando ya estaba besándolo. Cuando sus labios ya conocían el sabor de aquel desconocido. Cuando su cuerpo comenzó a responder ante la candente necesidad de estar más cerca.

Hannah se desconocía a sí misma, pero siguió adelante. No le interesaba lo que los demás pensaran de ella. Se merecía una diversión, al menos por una vez.

—Eres tan hermosa —susurró el desconocido en su oído, intentando recuperar el aire.

Hannah no respondió, no hacían falta las palabras. Entre besos, caricias y susurros, ambos salieron de la discoteca, buscando un sitio más privado. El juicio de ambos se encontraba tan nublado por el deseo, que no les importó seguir con aquel coqueteo fuera de la discoteca, en la fría noche.

Se mantuvieron en la acera, como si intentaran decidir que harían a continuación. Por la mente de Hannah pasó la idea de que necesitaba su abrigo, pero él solo la envolvió con sus brazos, susurrando cerca de su oído.

—¿A tu lugar o al mío? —preguntó el chico.

Era apuesto, muy apuesto. Ahora que lo veía con mejor luz, podía decir que era una buena pesca. Su cabello castaño estaba desordenado a causas de los besos, sus ojos grises la analizaban entera, pidiendo una respuesta. Su nariz quizás fuera un poco grande, pero encajaba perfecto con su rostro, con sus carnosos labios y sus cejas pobladas.

—No soy de la ciudad —pudo responder luego de un rato, carraspeando.

—Entonces al mío —decidió, como si ya supiera que ahí terminarían desde un principio.

La guio hasta un auto color champán, un clásico que brillaba con la luz de la luna. Le abrió la puerta, como todo un caballero. ¿Por qué hacía eso? ¿Acaso no veía que solo eran un rollo de una sola noche? Hannah no necesitaba de un caballero esta noche, solo quería enredarse con el caliente hombre a su lado.

Él pareció dudar una vez que ambos estuvieron dentro del auto, ambos habían bebido demasiado. Sin embargo, la lujuria del momento ganó, pues comenzó a manejar con cuidado.

Hannah lucía un poco distante. Se preguntó si estaba bien lo que hacía, después de todo, su hermana estaba en una habitación de hospital en coma y ella se había ido con un desconocido sin avisarle a nadie. Bah, tampoco había nadie a quien avisar. Sus padres de seguro dormían y Ethan era capaz de mover cielo y tierra solo por encontrarla. Mejor se quedaba calladita.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó el apuesto desconocido, rompiendo el silencio.

—Soy Hannah.

—Lindo nombre para una linda chica —coqueteó un poco, intentando aligerar el pesado ambiente —. Yo soy Adam. ¿Qué hace una chica como tú sola en una ciudad como esta?

—No estaba sola —susurró, un poco enfadada—. Mis amigas estaban conmigo.

—¿Y tus amigas permiten que bailes por horas con un desconocido y luego te vayas por ahí?

—No es como si yo necesitara una niñera.

—Eso veo —comentó, repasándola con la mirada de manera seductora.

—¿Y qué hace un hombre como tú solo en una discoteca como aquella?

—Necesitaba olvidar algo. No esperaba encontrarte a ti, luciendo ese pequeño vestido azul que me está volviendo loco.

Hannah no quiso responderle. Se dispuso a ver a través de la ventanilla del auto la ciudad. Su hermana había hecho una buena elección al instalarse allí, pensó con amargura.

El efecto de la bebida comenzaba a menguar, haciéndola preguntarse una vez más en qué se estaba metiendo.

Adam estacionó el auto. Era un gran edificio, ni muy costoso ni tampoco del bajo mundo. Era bastante bonito. Adam saludó al portero, invitándola a subir al elevador con un gesto en la cabeza. Él también se veía dudoso, pero la invitó a entrar a su apartamento.

—¿Te apetece beber algo? —le preguntó apenas entraron. Hannah dio vistazo al apartamento, las paredes pintadas de verde, el gran ventanal que dejaba ver la ciudad entera con sus luces centellantes. Notó cuadros en las paredes, la firma de su hermana en ellos.

Era tan famosa, pensó con un suspiro.

Tampoco podía juzgar a la gente por tener buen gusto. Todos matarían por tener un cuadro de Lissie H. Había visto a un alcalde y a un gobernador luchar por uno de esos cuadros. Todos soñaban con colocar uno de sus cuadros en sus propias paredes, la ambición y la codicia dándose la mano.

—Por supuesto, algo de vino estaría bien.

—Enseguida vuelvo, ponte cómoda.

Lo hizo. Se quitó los tortuosos tacones que la lastimaban y se sentó en el sofá más cercano. Quizás no era buena idea, pero le gustaba la presencia de Adam, la hacía sentir reconfortada, aún sin intentarlo. No la veía como si estuviera comparándola con otra persona. No parecía esperar algo de ella, más que una noche caliente.

Podía dárselo. ¿Por qué no? Era soltera, el tipo era agradable y la ponía caliente. ¿Necesitaba algo más?

Él llegó, con dos vasos de vino y su camisa con dos botones desabrochados. Se sentó junto a ella, muy cerca y le tendió un vaso. Era atractivo y su mirada intensa. Sentía que podía ver a través de ella, saber lo que necesitaba y cedérselo.

Hannah no dudó, apenas tuvo la bebida entre sus dedos se la llevó a los labios, no se detuvo hasta que no quedó nada. Miró a Adam, quién parecía sorprendido por lo que había hecho.

—¡Vaya! Sí que estabas sedienta.

No le dio oportunidad de hacer otro comentario. Se colocó ahorcajadas, sus piernas a ambos lados de Adam. El vestido se le subió, pero no le dio la más mínima importancia. De cualquier forma, sus braguitas no iban a quedarse en su lugar por mucho tiempo más. Lo besó sin piedad, saboreando el vino en sus labios.

¿Qué estaba haciendo? Se preguntó por un momento, pero todo se lo olvidó cuando Adam le devolvió el beso con fuerza, arrasando con todo a su paso.

Lo sintió colocar el vaso de vino en la mesita más cercana, justo antes de que sus manos llegaran a sus muslos y los acariciaran sin parar. Hannah llevó sus manos hasta su cabello, sintiendo su textura. Era tan suave que provocaba pasar sus dedos uno y otra vez sobre el. Así que lo hizo.

Adam gruñó de aprobación, apretujando su cuerpo contra el de ella.

Se dejaron llevar por la pasión, cada beso volviéndose más intenso. Gemidos y jadeos salían de sus gargantas, el deseo enloqueciéndolos.

—Vamos a tu habitación —suplicó Hannah.

Él no respondió, pero la tomó en sus brazos y caminó con seguridad hacia su habitación.

Se arrancaron la ropa con descaro, consumieron su deseo sin preocuparse por las consecuencias. Fue todo un desastre de caricias y besos, susurros y olvidos, pasión y deseo.

—Eres tan hermosa —susurró en su oído, haciéndola temblar de deseo—. Tan hermosa, Allie.

¿Había escuchado mal o él la había llamado por otro nombre? Perdió la razón cuando sus cuerpos se encontraron, cuando perdió su virginidad en las manos de un desconocido en una noche de placer que no olvidaría.

¿O sí?



¡Hola, hola! Es un placer tenerlos aquí para acompañarme en este nuevo viaje. 

Esta historia viene cargada de emociones potentes, me siento muy orgullosa de los resultados que estoy viendo en esta historia. 

¡Los amo!  Gracias por todo su amor y apoyo incondicional. 

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