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XIV- Que pida de su ayuda.

Estaba arreglando una de las motocicletas, se había estropeado y los demás polluelos no tenían conocimiento, ni mentalidad para poder arreglarla, teniendo que hacer el trabajo él.

La chaqueta estaba en una de las sillas colgada y tenía las manos embarradas de grasa, estaba a punto de sacarse la remera por lo sucio que se sentía, pero había logrado colocar la solución.

— Raphael.

El mayor cabeceó mientras rodeaba los ojos y dejaba escapar un suspiro agotador, no quería a ese chiquillo cerca de él en estos momentos cuando estaba de mal humor y había sucedido algo hace días atrás.

— ¿Dónde estás grandulón?

Chequeó la lengua odiando como lo había llamado.

— Aquí, polluelo.

Comenzó a limpiar su mano con un trapo viejo y espero la llegada del polluelo.

— Aquí estás...— dijo Simón.

Mientras miraba la habitación y después a él, colocó su mano en su chaqueta y se movió hacia atrás y adelante como un niño pequeño.

— ¿Qué?— pregunto molesto Raphael.

El menor comenzó a morder sus labios de una manera que le dio a entender a Raphael que quería algo pero que a él no le gustaría, aunque morder sus labios lo hacia ver... sexy. 

— Sabes que eres el mejor vampiro del mundo y que no puedes odiarme ni deshacerte de mí aunque quisiera.

— Sí, no, y lamentablemente si— interrumpió Raphael— eres un piojo en este lugar, apareces, quiero hacerte desaparecer y vuelves a aparecer.

Vio como Simón lo miraba molesto y eso logro hacerle sonreír, no era verdad lo que estaba diciendo.

— Y somos amigos— dijo Simón.

— ¿Qué quieres?

El menor apretó sus labios para después continuar.

— Necesito que me ayudes a ir a la casa de mi madre.

— ¿Y tus dueños Nephilim no pueden?

Simón volvió a mirarlo molesto.

— Oh vamos, solo estoy bromeando— dijo Raphael— pero cabe decir que ya no serás la mascota de oro de ellos.

— ¿Vas ayudarme o no?

—No— dijo Raphael.

Mientras se colocaba la chaqueta.

 —¡Raphael!— grito Simón— eres mi amigo, mi jefe, mi... Mi adiestrador debes ayudarme, por favor.

El chico suplicó una y otra vez más.

— Raphael creí que compartir historietas y mensajes de texto ya éramos amigos, que podíamos ayudarnos mutuamente.

Después de eso las caras de súplicas de Simón y las pequeñas rabietas convencieron a Raphael aceptando ayudar. Y por eso odiaba a Simón, porque podía manipularlo con facilidad.

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