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❈•≪Extra I: Una oportunidad tomada≫•❈

«¿Qué se supone que pasó ahora?».

Mingi arrugó su ceño con su mirada aún fija en el mensaje que había recibido de parte de su bajo amigo. «Ven al gimnasio, por favor», eran las escuetas palabras que yacían en la pantalla de su móvil, brillantes y claras. Sumamente vagas también.

Chasqueó su lengua para sí e intentó hallarles una respuesta con el simple hecho de observarlas, pero como era de esperarse, no llegó muy lejos y la campana sonó. Anunciando de manera estridente que ese corto receso había llegado a su fin.

Su pie se movió de manera inquieta mientras su vista se fue hacia la puerta abierta, sus compañeros aún no aparecían y era el único en su salón. Su ceño se arrugó aún más y con un resoplido escapando de sus labios, se levantó de su asiento para dirigirse fuera de su clase.

Apenas salió al pasillo, observó que algunos chicos se encontraban ingresando a sus respectivos salones de manera escandalosa y desorganizada. Dio unos pocos pasos hasta que se acobardó, se giró sobre sus talones y dio dos pasos cuando volvió a mirar hacia el frente, algo más que indeciso.

San
¿Por qué tardas tanto?
Me fundiré con el metal de las gradas esperándote.

9:59 am.

Mingi guardó su móvil y apresuró sus pasos hacia las escaleras. Topándose con algunas curiosas miradas de sus compañeros que se encontraban subiendo, torpemente les sonrió y más que avergonzado circuló entre ellos. Rogando para que ninguno lo delatara si el profesor llegaba a preguntar por él.

Él adoraba a San, pero si se topaba con su profesor de camino al gimnasio, se encargaría de matarlo.

Y temeroso ante la idea de ser atrapado circulando por los pasillos fuera de horario, dio grandes zancadas hacia el gimnasio. Agradeciendo mentalmente por tener piernas largas que le permitieran desplazarse rápidamente hacia su destino, aunque en ciertos deportes le fueran una desventaja completa.

Apenas ingresó al ruidoso lugar, observó hacia las gradas y se topó con su rubio amigo de brazos cruzados y semblante arrugado, claramente harto de esperarlo. Rodó sus ojos cuando sus miradas se encontraron y la contraria no reflejó más que impaciencia. Y con tal de agravar su actitud nerviosa, hizo de sus zancadas, un andar exageradamente lento.

—Eres realmente un idiota cuando quieres, ¿sabías?

Mingi sonrió apenas tomó asiento a su lado derecho, complacido por conseguir exasperarlo.

—Por supuesto.— admitió con una gran y burlona sonrisa—. Pero aún así me cuentas tu basura emocional.

San enarcó una ceja, viéndole—. ¿Así le llamas a mis problemas?

—No, así les llamas tú a los míos.— corrigió encogiéndose de hombros.

—Eres desesperante.

—Gracias.— murmuró tras una corta risa—. Y dime, ¿qué pasó esta vez? ¿tu gato volvió a enfermar?— se aventuró con la vista al frente—, ¿problemas en el club?— prosiguió en el mismo tono sereno—, ¿Wooyoung?

San suspiró y supo que dio en el clavo.

—Es complicado compartir club con él.

—¿Por qué?— cuestionó al darle un corto vistazo—, ¿guerra de egos?

—No, no.— respondió al menear su cabeza—. Es bastante generoso hasta en el escenario.— reconoció con una pesadez que el más alto no comprendió—. Destaca aunque no esté frente al grupo regularmente.

—¿Entonces?

—Se quejan de que lo favorezco.— murmuró al despeinar sus rubias hebras y dirigir la vista a la clase que se encontraba allí—. No creo hacerlo, pero esos dos chicos siguen viniendo a mí a decirme que sí lo hago.

Mingi asintió, comprendiendo—. ¿Y estás seguro que no lo haces?

—Por supuesto.— aseguró con sus labios fruncidos, convencido y claramente ofendido—. Si lo recomiendo para algunas partes es porque considero que él las hará mejor. Sé que puede expresarlas de una forma distinta al resto y además, merece un poco de protagonismo. Lleva trabajando duro unos cuantos meses.— finalizó con sus brazos cruzados, algo ofuscado.

El más alto continuó asintiendo con cada afirmación de su amigo, comprendiendo su frustración y comprendiendo de alguna forma, el reclamo que los otros miembros del club le hacían. A pesar de no ser el líder, San era tan antiguo allí como el líder mismo y sus aportaciones tenían casi el mismo peso y valor. Por lo que no era descabellado pensar que se encontraba favoreciendo al joven de risa escandalosa, y más cuando para nadie era un secreto que se traían algo bastante confuso y complejo. Pero, quien conociera a San, sabría que no haría tal cosa. Ante todo, era un profesional.

—Tienes buen ojo y criterio, San— expresó al golpear su hombro, llamando su atención—, sabes que no estás favoreciendo a Wooyoung y él debe saberlo también— prosiguió apaciblemente—. Sólo habla con el líder, él entenderá y solucionará el problema.

—Lo sé, pero...

—Sé que no quieres causar ningún conflicto allí dentro— le interrumpió tan pronto notó sus intenciones—, pero los causarás callándote y queriendo solucionar algo que es responsabilidad del líder. Sólo dile, es alguien sensato.— animó al golpear su espalda secamente—. Aunque me volvió a rechazar.

—Cree que no tienes el compromiso suficiente.

Mingi resopló y cruzó sus brazos—. Tonterías, simplemente no le gusta que sea demasiado bromista.

—Conoce de tu fama también.— agregó el más bajo con más color en su voz.

—¿Fama?

San asintió—. De impuntual.

Mingi boqueó, fingiendo estar indignado de manera exagerada y casi graciosa. Pero vamos, era puntual con las cosas que le gustaban y realmente le interesaban. Si quería unirse al club era para probar, llamaba a su curiosidad de manera corta pero justa, y bailar le gustaba. No más, no menos. Por lo que, tal vez, reconocía muy internamente, no estar del todo comprometido.

—No puedo culparlo.— terminó diciendo al sacudir sus hombros.

—Al menos lo reconoces.

—Por supuesto.— afirmó sin más—. Y para que sepas, mi siguiente clase era inglés.

—Luego te ayudo.— farfulló al realizar un vago ademán, restándole importancia a sus palabras—. ¿No es mejor estar aquí, descansando tu cerebro de un idioma que muy penosamente entiende mientras ves a esos competitivos chicos molerse por un balón?— inquirió con serena diversión, cruzando sus brazos tras su cuello mientras veía en su dirección.

El de intensas hebras bufó, rodando sus ojos—. Primero, siempre dices que me ayudarás y no lo haces.— San se rió y se disculpó sin verdaderamente sentirlo—. Segundo, inglés no se me da tan mal. Y tercero, el fútbol me parece aburrido.

—No te engañes, inglés se te da fatal.— el alto se encogió en su sitio, crispado—. Y fútbol es lo que veremos por la siguiente media hora, búscale lo interesante hasta que la campana suene.

Las palabras ya no fluyeron entre ambos y Mingi quiso levantarse e irse hacia su clase, inventarle alguna tontería poco creíble a su generosa profesora con tal de ingresar y prestar atención a lo qué sea que estuviera explicando para tomar apuntes y luego estudiar horas extras con tal de comprender lo más mínimo. Realmente quería irse y pasar por todo eso, que seguir allí sentado, aburrido y viendo el reluciente suelo como si fuera de alguna manera interesante.

Resopló e intentó de hallarle lo entretenido al deporte, pero no intentó con ganas y fracasó dos minutos después. Desistió y su mirada se desvió hacia el grupo mixto que se encontraba jugando quemados. El deporte no le llamaba especialmente la atención pero sin dudas le gustaba más que el fútbol.

Observó a ambos equipos con endeble interés, hasta que, aquel que se hallaba de cara hacia él, logró atraer de manera silenciosa y tardía, su curiosidad dormida a flote. Inconscientemente acomodó su torcida postura y cerró sus despatarradas piernas. Haciéndose hacia delante mientras apoyaba su codo izquierdo en su misma rodilla, descansando su mentón sobre la superficie de su palma.

No iba a mentir, el desempeño del equipo no era lo que había llamado su atención. Siendo objetivo, se defendían y lo hacían bien, mejor que los contrarios que le daban la espalda pero tampoco eran de otro mundo.

Lo que había llamado su atención era el bajo chico que se encontraba al frente, esquivando los balones que sañosamente le lanzaban.

Claramente era más bajo que él y en su mente intentó calcular qué tanto podría serlo, divirtiéndose consigo mismo y rindiéndose poco después. Era imposible de precisar estando a la distancia que estaban. Sus hombros no eran muy amplios, tal vez lo necesario. Pero claro, si seguía comparándolo con su complexión, seguiría pareciéndole pequeño. Lo viese por donde lo viese. Cintura considerablemente estrecha y buenas caderas. Su mirada continuó descendiendo, sin restricciones o pudor alguno. Notando sus gruesos muslos y cuando se volteó, enfurruñado por ser golpeado por un sorpresivo balón, la complacencia en su sistema burbujeó con mayor evidencia ante la nueva vista.

—¿Qué o a quién tanto vez?

Mingi brincó en su sitio y con el entrecejo arrugado, viró hacia el inquisitivo rubio de enarcada ceja.

—Al chico.

—¿Al chico?— repitió confundido—. ¿Dijiste chico? ¿qué chico?

—El pelinegro enfurruñado.— musitó al señalarlo con su mentón—. El más bajo de cara a nosotros.

—Bajo y... ¡Oh!, okay, okay. Lo vi.— avisó con una mueca insegura—. ¿Juega bien o lo conoces?

—No juega mal— admitió con un corto asentimiento—, pero tampoco lo conozco.

—¿Entonces?

—Me pareció interesante.

—¿Interesante?— San seguía sin comprender y eso divirtió al alto—, ¿interesante cómo? ¿en qué sentido?— cuestionó exasperado consigo mismo.

—En el sentido de lindo, ¿no te parece lindo?

San parpadeó tantas veces como pudo, asimilando sus palabras y cuestionándose internamente si estaba siendo serio o sólo jugando. Y vamos, él no iba por ahí admitiendo qué chicos le parecían lindos o cuáles no. Primero, no tenía problema en ello, pero tampoco es que se fuera fijando tan detenidamente en su entorno como para hacerlo. Porque no lo hacía. Segundo, no escrutaba a los chicos con tanto interés. Y tercero, San no tenía idea de que estos le gustaran, por lo que entendía su repentino desconcierto.

—Dame un segundo— pidió al alzar un dedo—, ¿te refieres a que...?

—El chico es lindo.— interrumpió y reiteró como si no hubiera sido lo suficientemente claro ya.

—Te atrae un chico y aún somos amigos. Wow.

Mingi rió entre dientes, realmente divertido mientras golpeaba al más bajo en su hombro.

No era la primera vez que le atraía un chico, incluso ya había salido con uno, pero había sido todo tan complejo y secreto, que nunca lo habló con su amigo. Inconscientemente y debido a la situación en general, lo postergó hasta olvidarlo. Y en su defensa, la última vez que tuvo algo con un chico fue hace casi un año.

—Sí, sí, créelo y mueve tu trasero hacia la cafetería, tengo hambre.— pronunció jocosamente el pelirrojo, levantándose apenas la ruidosa campana sonó.

—Deberías intentar hablar con él.— aconsejó Choi al imitarle.

—Seguro, luego.

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Y si no se hubiera topado al lindo y bajo pelinegro por los pasillos o en la cafetería, Mingi habría olvidado su existencia.

El chico había dejado una muy buena impresión en él, aunque no hubiera sido nada más que algo superficial. Y a pesar de eso, no tenía el valor necesario para acercarse y preguntar por su nombre, su rostro ardía ante la idea e inexplicablemente se avergonzaba. Lo que encontraba patético.

Tan patético como los casi tres meses que suspiró a su causa, en los que fue burlado por San y en los que le lloriqueó a su padre, sin realmente hacerlo, por consejos o algo de consuelo. Porque las cosas seguían malditamente tensas con su madre como para acudir a ella.

«Esto es ridículo, no puedo estar encaprichado tres meses con un chico que no conozco».

—No puedes, Song Mingi. Es tonto.

Le dijo a su reflejo en los espejos del baño, pero su seriedad le pareció aún más tonta. Resopló y se giró sobre sus talones, dispuesto a irse a su casa y enloquecer por el exceso de tarea en la comodidad de ésta. Pero el impactó de algo contra su cuerpo detuvo sus pasos. Bueno, el impactar de alguien para ser exactos.

Enarcó una ceja y se agachó para tomar las hojas que se encontraban a sus pies, observándolas con repentina curiosidad. «Examen de matemáticas». Sus ojos se expandieron imperceptiblemente con las otros palabras impresas y rápidamente miró a quien aún yacía en el suelo.

«Oh por Dios».

No sabe a causa de qué su corazón decidió saltarse un latido. Si por lo inesperado de su encuentro, si por lo bonito que le parecía el nervioso rostro del pelinegro o si por el hecho de estar sosteniendo las respuestas a un examen y que eso no le esté importando en lo más mínimo. Podía ser por las tres o dos de ellas, no estaba seguro y le daba igual estarlo.

Y una vez salió de su estupefacción, lo ayudó a ponerse en pie. Percatándose de lo bajo que era en su comparación, sonrió para sus adentros y en lo que su mente vagaba libremente por aquellas bonitas facciones, él se encontraba teniendo una ridícula discusión sobre quién había robado esas hojas.

—No me delates...

El chico se rindió luego de cruzar unas pocas palabras más, escasas en lógica debía admitir. Y sin poder evitarlo, Mingi sonrió ante la inopinada pero firme llegada de una descabellada idea.

Normalmente, alguien en su lugar debería tomar al chico por el brazo y llevarlo hasta los directivos para que se encarguen de la situación. Era lo correcto y él, simplemente ensanchó su sonrisa y le aseguró al más bajo que no le delataría, viendo su rostro relajarse por unos pocos segundos antes de tornarse receloso por sus preguntas.

—¿Por qué te lo diría?

Mingi quiso reírse, su mirada desconfiada y su ceño fruncido le parecieron encantadores. Lo que era raro a más no poder y se preguntó de manera floja, qué estaba mal en su cabeza.

—Sólo hazlo, ¿cerca o considerablemente lejos?

—Lo suficientemente cerca.

Asintiendo para sí, el pelirrojo procedió a guardar las hojas en su mochila.

Podía sólo ignorar la situación y dejarlo ir, aceptando ese desenlace y efímero encuentro como el predispuesto a suceder entre ambos. Sin nada más trascendental o significativo en el medio, o más allá de ese medio imaginario. Pero si lo pensaba un poco más, no tenía otra excusa para mantenerse junto al desconocido bajo que no fueran esas hojas.

—¿A cuántas calles?— cuestionó cuando se percató de estar siendo seguido.

—A cinco.

Rápidamente su mente procesó la respuesta. San lo tachaba de cobarde todo el tiempo y la mitad de éste, aseguraba que era un bastardo realmente exasperante, entonces ¿por qué no comportarse como uno?. Podría terminar siendo odiado o amado, pero fue la mejor excusa que se le ocurrió para validar y respaldar su repentina idea.

—No es muy lejos— murmuró al verle de soslayo—, te estaré esperando para que cargues mis libros.

Y como se esperaba, el chico se mostró más que descontento por sus palabras. Deteniendo su andar apenas cruzaron el gran enverjado que se alzaba a sus espaldas.

—¡No lo haré!

Y la firmeza de sus palabras no concordaba en lo más mínimos con el vacilante temor en sus ojos. Mingi no era el bastardo que San aseveraba y por ello quiso decir que estaba jugando, que no había hecho más que una retorcida broma para aligerar el ambiente entre ambos, pero lastimosamente sí era un bastardo. No uno tan grande, pero sí era uno al final del día. Además, pocas veces se retractaba o arrepentía de algo.

—Lo harás, no queremos que tontamente se escape de mis labios tu fechoría, ¿cierto?

El pelinegro colapsó ante sus ojos, moviendo sus labios como un pequeño pez que salía a la superficie y boqueaba por oxigeno mientras su entorno lo asfixiaba. Realmente intentó decir algo, pero al final sólo calló y se mostró tan disgustado como en ese momento se sentía. Y en respuesta, Mingi le mostró una ladina sonrisa. Divertido y fascinado a partes iguales por su reacción.

«Algo no funciona bien en mi cabeza, sin dudas».

—Nos vemos.

Y camino a su casa, Mingi pensó que muy seguramente el chico terminaría odiándolo, pero tenía personalidad y era realmente su tipo, por lo que valía la pena ser un desgraciado y observar todo aquello de cerca.

«Será un año interesante, estoy seguro».






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