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❈•≪53. Ese era el trato, ¿no?≫•❈

«Apesto, tengo la peor suerte del mundo».

Hongjoong resopló y se dejó caer en la primer banca que sus castaños ojos divisaron. Se encorvó y sus codos apoyó sobre sus rodillas, y en sus abiertas palmas, su rostro. Estuvo un minuto en la misma posición, lamentándose, hasta que sintió el caer de otro cuerpo a su lado derecho. Brincó más no desarmó su postura, cuando sintió una mano descansar sobre su cabeza y unos largos dedos, deslizarse entre sus hebras.

Mingi movió sus dedos con lenidad, acariciando la cabeza de Hongjoong mientras lo observaba con su rostro inclinado. Encontraba tierno que se abatiera tanto por el medio fracasar de su cita. No iba a mentir, aquello le conmovía.

El día anterior y mientras andaban por los pasillos, inesperadamente y entre murmullos, el pelinegro le había comentado que, tal vez le gustaría tener el viernes libre de compromisos porque tendrían una cita.

Y desde su perspectiva, la misma había comenzado bien. Su mayor había ido hasta su casa y tras recibir, torpemente un beso en su mejilla y un entrecortado «hola», comenzaron a caminar. Fue un andar tranquilo y agradable, aunque bastante silencioso. Para cuando llegaron al cálido y pequeño café de su primera cita, las palabras fluyeron más cómodamente entre ellos. Aunque muchas de ellas fueron tontas y sin sentido, pasaron un buen rato.

Para cuando salieron, Hongjoong lo tomó por la muñeca y comenzó a arrastrarlo hacia ningún rumbo en específico. No habían planificado qué harían o a dónde irían, aparte del café, claro. Pensaron que así sería más interesante y divertido, y lo fue. Hasta que, sin explicación alguna, las cosas comenzaron a torcerse.

Recorrieron calles concurridas y conocidas, chocando de vez en cuando con algunas personas que iban tan distraídas como ellos. Nada importante. Ingresaron a algunas tiendas y miraron ropa por varios minutos, comentado su calidad y precio. Pero como si tuvieran idea de qué estaban diciendo, compartieron algunas risas y muecas exageradas. Todo bien, hasta que salieron de una de esas tantas tiendas y chocaron con un niño que, obviamente fue de bruces al suelo. Lloró y su madre los regañó severamente por ir tonteando. Dos calles más arriba, le pisó la cola a un pequeño y peludo perro que no vio, ambos se llevaron el susto de su vida cuando el can les ladró e inconscientemente, él tiró del pelinegro hacia el animal para salir de su irritado alcance. Recibió malas miradas de su parte y un ligero golpe que lo desequilibró, no fue al suelo pero sí chocó con un trío de chicos e hizo que el móvil de uno cayera.

Continuaron chocando con algunas personas más a medida que se alejaban de aquel lugar y así, su cita se vio eclipsada por sus constantes disculpas. La pena consumió al mayor de ambos y por eso, terminaron ocupando asiento en una banca de una iluminada plaza. El chico estaba demasiado avergonzado y frustrado como para continuar haciendo algo.

Pero Mingi insistía, si le preguntaban a él, no había sido una cita tan mala. Tampoco la mejor pero, se divirtió y el sol aún no se ocultaba. La tarde todavía era joven, podían hacer más cosas.

—Vamos cariño, no fue tan malo.

Hongjoong destapó su rostro y aún encorvado, le miró. Aunque sus mejillas ardieran.

—Me tiraste hacia un perro que pudo morderme.— masculló y el pelirrojo se disculpó con la mirada—. Nos regañaron cinco veces y casi hacemos que otro niño llore.

—Somos un peligro para el mundo.— bromeó y el más bajo enarcó una ceja—. Tengamos una tercera cita en la seguridad de mi casa, ¿qué dices?

Hongjoong se enderezó y su ceja se elevó aún más—. ¿Una cita en tu casa?— el más alto asintió—. ¿Qué estás tramando, pervertido?

Mingi rió, realmente divertido y su mano apartó—. Nada que estés pensando.— respondió al menear su cabeza—. Mamá se empecinó en enseñarme a cocinar algunas cosas y quiero cocinarte algo.

—Bien, siento que será interesante.

—Lo será.— aseguró el pelirrojo una vez se levantó y su mano le tendió—. No es que esté exagerando pero, soy bueno.

—¿Y te lo dijo...?

—Mamá.— musitó tras sonreír en grande—. Y ella no miente. Un poco, tal vez.

—Mientras no prendas fuego nada, estará bien.

Y para cuando se encontraron en la casa de Mingi, Hongjoong pudo comprobar que, el chico tenía los conocimientos suficientes como para saber qué estaba haciendo. Dudó un poco de sus palabras, lo reconocía pero su madre, alguna vez le dijo que, un precavido valía por dos. O algo similar. No recordaba bien.

Y ya que su menor no le permitió hacer mucho, por no decir absolutamente nada, se dedicó a observarlo. Siempre sería su actividad favorita, aunque no estaba seguro de confesarlo en voz alta pronto.

Sentado sobre la encimera ajena, porque la vista que desde allí obtenía era mejor que en una silla a espaldas del alto, lo observó hurgar en su nevera en busca de los ingredientes. Lo observó colocarlos en un bol con absoluta confianza y vio cómo su ceño se arrugaba, producto de la concentración mientras batía. Su oscura chaqueta había desaparecido para este entonces, no ensuciándose. Pero viendo su blanca remera, notó algunas pequeñas salpicaduras provenientes de la mezcla y harina. La cual también había caído en sus oscuros tejanos.

Un desastre bastante ordenado, si es que eso tenía sentido.

Se rió de su propio pensamiento por lo bajo, y su acción cobró volumen sólo cuando observó a su menor deslizar su mano izquierda entre sus rojas hebras, manchándolas con los restos de harina que en ella quedaban. Mingi frunció su ceño y ladeó su rostro, confundido.

«Parece un cachorro».

—Ven.— le pidió al cesar su risa—. ¿Cómo se siente tu ego ahora que te pavoneaste?— preguntó cuando el chico se encontró entre sus piernas y él se dedicó a limpiar su cabellera.

—¿Te impresioné?— inquirió Mingi al dejar sus manos sobre las caderas ajenas. Hongjoong reprimió su risa y asintió—. Se siente muy bien.— afirmó tras inflar su pecho y elevar su mentón.

—Fanfarrón.— masculló tras rodar sus ojos y bajar sus manos, procediendo a limpiar su remera.

—Y cuando pruebes el pastel, fanfarronearé más.

Hongjoong sonrió y distraídamente procedió a limpiar los tejanos adversos, pasando sus dedos por donde habían rastros de harina. Por debajo de los muslos, los muslos mismos y tal vez, estaba demasiado distraído vagando por su mente que, sus dedos se entretuvieron más de la cuenta limpiando la entrepierna ajena.

Parpadeó confundido cuando los dedos yacidos en sus caderas se enterraron en su cubierta piel y la risa del pelirrojo se volvió un entrecortado jadeo.

—¿Estás bien?— preguntó tan pronto elevó su mirada—. ¿Por qué estás sonrojado?— cuestionó en un agudo tono, asombrado.

Mingi resopló y desvió la mirada, repentinamente avergonzado—. Por nada.

—¿Nada?, pero si yo estaba...— la mirada del pelinegro cayó en busca de una lógica respuesta y sus orbes se terminaron expandiendo como sus mejillas ardiendo en un sutil sonrojo—. ¿Por qué rayos tienes...?

—Palpabas mi entrepierna, ¿qué te pensabas que sucedería?— interrumpió como masculló con su sonrojo, ahora convertido en un intenso rubor.

—Estaba limpiándote la harina de los tejanos, idiota pervertido.— replicó con la mirada puesta en la lejanía.

—Lo siento.— farfulló entre dientes.

Con firmeza, Hongjoong enredó sus piernas en la cintura de su menor, evitando que se deslizara fuera de éstas. ¿Por qué?, el chico estaba avergonzado y es algo que quería admirar de cerca. En primera fila. No desde la distancia, dándole oportunidad de que se cubriera.

La primera y última vez que Hongjoong vio a Mingi avergonzarse o incluso, sonrojarse. Fue cuando estuvieron en la cocina de su casa y su madre llegó de improvisto, atrapándolos. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, demasiado.

—No soy un pervertido.— musitó el pelirrojo al cruzar sus brazos—. Es una reacción natural por la caricia. Inevitable.— explicó con mayor seguridad, realizando un vago ademán con su mano derecha.

—No te estaba acariciando.— aclaró tras sonreír, divertido—. Y si no lo sexualizaras todo, tu cuerpo no reaccionaría.

—Ya deja de burlarte.

—No lo estaba haciendo.— negó y su sonrisa se expandió—. ¡Mingi!— chilló cuando el susodicho azotó su muslo—. Eso dolió, idiota.

—Lo siento.— murmuró sin hacerlo, colocando su gran mano derecha sobre la zona "atacada"—. No es divertido cuando tú te burlas de mí.— agregó apenas comenzó a acariciarlo.

—Tampoco lo es para mí cuando tú lo haces.— aseguró tras cruzar sus brazos.

Mingi sonrió, ladino—. Yo no te molesto, te digo cosas lindas.— corrigió con su mano izquierda descansando sobre el muslo derecho de su mayor—. Cosas como que eres lindo, hoy te lo dije. Ayer también...

—Cállate.— masculló el de oscuras hebras, escondiendo su rostro en la garganta impropia.

—Yo sé que te gusta.

Por supuesto que le gustaba, ya se lo había dicho hace no mucho. Eso no significaba que sus mejillas no ardieran cada vez que las oía.

Avergonzado y queriendo vengarse, HongJoong aprovechó que no había centímetros entre ellos y que, prácticamente estaba pegado a la garganta ajena para morderlo. No aplicó demasiada fuerza ni fue muy sañoso, simplemente tomó un poco de piel entre sus dientes y apretó. Causando que las relajadas manos sobre sus muslos se cerraran y que la garganta de Mingi ahogara un jadeo.

Y pensó que, tal vez y sólo tal vez, esa no fue una idea de venganza muy acertada.

—El pastel se quemará.— informó el de baja estatura, sintiéndose acalorado por la fija mirada que sus labios estaban recibiendo.

Mingi relamió sus labios y alzó la mirada—. Un beso y me apartó por completo.

Hongjoong ladeó su rostro y fingió pensar en el pedido del alto, asimismo, aseguró su agarre en la cintura de éste como elevó sus brazos, rodeando su cuello y acercando sus cuerpos.

Quería el beso tanto como Mingi, pero prefería jugar con su resistencia. Considerando con fingida seriedad algo que, internamente ya había aceptado.

Sonrió para sus adentros cuando la paciencia del pelirrojo pareció agotarse y terminó por unir sus labios sin esperar por su respuesta verbal.

Sus labios se movieron casi al instante, correspondiendo el acelerado y demandante ritmo que Mingi marcó en una milésima de segundo. Intentó aplastar aquellos gruesos labios con los suyos más finos, con el propósito de quitarle las riendas, pero no consiguió mucho. Complacer al alto de manera inconsciente pero obtener el mando, no.

Hongjoong jadeó tan pronto su labio inferior fue mordido y su boca se abrió, permitiendo que la lengua contraria ingresase y doblegase la suya sin mucho esfuerzo. Posible o no, se pegó más a la silueta impropia y el calor que éste desprendía, se enlazó con el suyo al instante, elevándolo. La mano sobre su muslo izquierdo se cerró, sañosa y firme. Mientras que la otra mano se deslizó por sobre su muslo derecho, parsimoniosa y juguetona. Caminó por su cadera y recorrió sus costillas con una lentitud cosquilleante y tangible a pesar de la remera que portaba.

Sus labios fueron soltados de improvisto, se quejó por lo bajo y sus pestañas se elevaron, perezosas. Mingi escudriñaba su rostro con intensidad mientras sus largos dedos seguían escalando por el lateral de su cuerpo. Apretó sus labios y evitó jadear cuando el rumbo de aquellos dedos se desvió hacia el interior de su torso, subieron y subieron mucho más. Su cuerpo se tensó cuando su cubierto pezón derecho fue rozado con fugacidad y tembló cuando el índice de Mingi lo presionó de improvisto.

—Ya me puedes soltar.— murmuró el pelirrojo, observando cómo sus largos dedos acariciaban la blanca piel del cuello ajeno.

Hongjoong arrugó su ceño, confundido—. ¿Qué?

Mingi le miró y torció sus labios en una sonrisa—. Un beso y me apartaba, ese era el trato ¿no?

«Este bastardo...».

—No me jodas, Mingi.

El nombrado alzó sus cejas, falsamente sorprendido como desentendido—. Tú lo dijiste.

—Yo no dije nada.

—Pero la torta...

—Apaga el horno.— cortó al chasquear su lengua, disgustado.

—Quería que la probaras.

—Puedo hacerlo luego.— propuso con exasperación marcada en su tono.

—Pero...

—No voy a rogarte, Mingi.— masculló el de oscuras hebras con su ceño, profundamente fruncido.

—¿No lo estás haciendo ya?— inquirió al ladear su rostro, malicioso y más que divertido. Hongjoong bufó—. No te enojes, lo apagaré, lo apagaré.

Hongjoong desenredó sus piernas y cruzó sus brazos con firmeza, Mingi evitó reír y fue hacia el horno, observó que la torta ya estaba y lo apagó. Girándose hacia el disgustado pelinegro.

—Ya no quiero nada.— expresó el pelinegro luego de un silencioso minuto.

—¿Seguro?

Hongjoong apretó sus labios y desvió la mirada. Por supuesto que no. Su cuerpo estaba caliente, ardiendo por la expectación de algo más y él definitivamente quería algo más que un par de intensos y húmedos besos.

—¿Cariño?— Mingi inclinó su rostro y expandió sus orbes, queriendo verse encantador, tal vez—. No puedo leerte la mente.

—Sólo ven, idiota.— murmuró al separar sus piernas y estirar los brazos en su dirección—. Pero no haremos nada aquí.— negó cuando su menor terminó de acercarse.

—¿Y qué íbamos a hacer?

—Estás ganándote un golpe.— le advirtió con su mirada entrecerrada—. Y perdiéndote la oportunidad de manosear mi trasero de camino a tu habitación.— finalizó con un tinte mal disimulado de diversión.

—Lo he tocado antes.— aseveró apenas lo rodeó con sus brazos y lo apartó de la encimera—. Y no tenías ropa en aquellas veces.— prosiguió cuando sus manos se posaron, sin vergüenza alguna, en el trasero contrario—. Aunque, con ropa o sin ropa, su firmeza se sigue apreciando.

—Eres todo un galán, Mingi. En serio.— replicó, sardónico.

—Así te gusto.

Hongjoong separó sus labios, decidido a refutar, pero Mingi se apresuró y sañoso, azotó su nalga izquierda. Obteniendo un jadeo en respuesta. El pelinegro arrugó su entrecejo, sorprendido y falsamente ofendido. Le había calentado pero no lo admitiría.

—Eres...

—Sin groserías.— advirtió el más alto—. Los chicos lindos no las dicen.— agregó cuando se encontraron frente a su azul puerta.

—Púdrete.— masculló entre dientes, claramente audible—. ¡Deja de azotarme!— vociferó tan pronto recibió un segundo azote. Más firme que el anterior.

—Me gusta hacerlo, lo siento.— exclamó sin sentirlo, acariciando la nalga afectada—. Pero los chicos lindos tampoco ruedan sus ojos.

Hongjoong resopló tan pronto fue dejado sobre una mullida superficie y su corazón se desbocó cuando el pelirrojo se encontró sobre él, obnubilando su persona y entre sus piernas. Enrojeció sin un porqué y clavó su mirada en el cubierto pecho ajeno.

Mingi quiso decir cuán lindo encontraba su sonrojado mayor, pero éste se le adelantó y lo tomó por su remera, jalándolo hacia abajo y consiguiendo que sus labios chocaran, sin realmente hacerlo, en un sorpresivo beso. Se asombró pero no tardó más que, dos o cuatro segundos en corresponder. Y cinco segundos después, tomó las riendas del beso.

Exigente, pegó sus labios a los contrarios y con desmedido ahínco, consiguió que abriera su boca. Su lengua ingresó y se enredó con aquella más vacilante. Elevó su mano derecha y deslizó sus dedos entre aquellas frondosas hebras, sujetándolo firmemente por éstas. Sin excederse o causarle algún daño. Hongjoong levantó sus piernas y lo rodeó por la cintura, acercándolo, inconscientemente más a sí. Sin poder o querer evitarlo, Mingi presionó su entrepierna en la contraria. Obteniendo un quebrado jadeo en respuesta.

Hongjoong mordió su belfo inferior y se apartó, deslizando sus rosados y ahora hinchados labios, por su mandíbula. Lento. Mientras una mano que él no tenía idea de cuándo consiguió colarse bajo su remera, se deslizaba sobre su piel. Ascendente.

Sus oscuros ojos se clavaron en aquellos más claros, expectantes y curiosos por el rumbo que aquella pequeña mano estaba tomando. Su mirada se desvió y observaron aquellos hinchados labios con mayor interés, relamió los suyos y descendió con intensiones de volverlos a capturar. Pero no consiguió más que rozarlos cuando un grave gemido escapó fuera de sus labios. Hongjoong había elevado su cadera y rozado su semi erección con fugacidad, a la misma vez que, sus intrusos y vacilantes dedos, capturaron su pezón derecho.

No era una sensación o estímulo nuevo para su cuerpo, bastante conocida de hecho. Por lo que, tan pronto su pezón fue apretado y retorcido con algo de duda, su erección terminó por formarse y de su garganta escapó otro gemido. Más grave y audible que el anterior.

Cerró sus ojos y permitió que el pelinegro jugara con su pezón tanto como quisiera. Separó sus labios con ligereza y jadeó tanto como quiso, sin poder contenerse. Disfrutando de cómo Hongjoong apretaba o estiraba su pezón, mucho más confiado. Y sañoso también, debía señalar. Lo rozó con fugacidad destacable y lo hizo danzar entre sus yemas. Lo presionó por varios segundos y lo estiró por varios más.

Le permitió experimentar un rato largo, pero cuando se encontró cerca del delirio más puro, lo detuvo. Tomando su muñeca izquierda con firmeza y llevando su brazo hasta por encima de su cabeza, la sostuvo allí y cuando sus miradas se enlazaron, meció su pelvis. Arrancando un jadeo de ambos.

La tensión danzó invisible entorno a ellos mientras que sus cuerpos danzaron tangibles entre sí. Una tonalidad sensual y lenta. Pasos precisos y certeros. El abrasador calor se hizo notar y participó en su baile con maestría. Sus entrecortados gemidos se convirtieron en la música y la tierna lujuria observó de su creación, encantada. Orgullosa.

Hongjoong mordió su labio inferior y retuvo un gemido lo mejor que pudo cuando los gruesos labios de su menor se hundieron en la curva de su cuello, besuqueándola con lenidad y mordisqueándola con fervor. Se estremeció cuando aquellos voluminosos labios capturaron el lóbulo de su oreja y lo succionaron con diestra sensualidad.

La ropa le molestaba cada vez más, pero estaba claro que Mingi no se la quitaría, mucho menos la propia. Su espalda se curvó ante la mordida en su lóbulo y un apretón en su muslo. El calor en su vientre comenzó a crecer, abrasador e insoportable. Los embistes aceleraron y su entrecortada respiración también.

Rudamente sus labios volvieron a ser tomados y dominante, la lengua impropia sometió a la suya. La oscuridad apareció y lo rodeó, empujándolo a un placentero abismo. Sus extremidades se entumecieron y las luces explotaron en la parte posterior de sus párpados, coloridas y brillantes. El fornido cuerpo de Mingi le aplastó, pero no le importó.

—La ausencia de ropa habría estado bien.— murmuró Hongjoong de manera vaga, rodeando el cuello de Mingi con delicadeza.

—Sí, pero ni pensarlo.— negó lenidamente, ocultando su rostro en el cuello ajeno—. Habría sido una tentación difícil de ignorar.— prosiguió en un amortiguado tono.

—No entiendo.— farfulló el pelinegro, frunciendo su ceño con sutileza.

—Está bien así.— aseguró tras reír—. De seguro luego lo captas.

—Pero...

—Está bien así.— interrumpió como repitió, besando la garganta contraria de manera fugaz—. Si no lo comprendes significa que, o tu mente aún es pura o sigues siendo torpe para divisar el doble sentido de las palabras y los mensajes no implícitos en éstas.— murmuró meditabundo—. Personalmente me voy por la segunda.

—Bastardo.— masculló con exagerado disgusto.

Mingi se apartó del cuello contrario y se alzó sobre la silueta de su mayor, sonriente y con sus cejas moviéndose sugerentes.

—Llegaste a segunda base con este bastardo.

—Como si fuera algo nuevo.— susurró tras rodar sus ojos—. Quita esa cara de idiota y préstame ropa interior, estoy incómodamente pegajoso por si se te olvida.— demandó con seriedad fingida, estirando su mano hasta apoyarla en el rostro contrario, buscando alejarlo del suyo.

—Por si se te olvida, cariño. Estoy igual.

—Apresúrate entonces.

—¿Por qué?— Mingi se enderezó y apoyó sobre sus talones—. ¿Nos ducharemos juntos?— preguntó con una torcida sonrisa en sus labios.

—Que no.— sonrojado, Hongjoong empujó al pelirrojo con su pie—. Sólo apresúrate y cállate.

—Bien, bien. Tranquilo, aunque ¿estás seguro?

—Mingi...

—Lo siento, ya.

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Arrastrando sus pies, Hongjoong caminó hasta Mingi, quien yacía sobre su cama viendo su móvil con desinterés absoluto. Abrió sus brazos y sin cuidado alguno, se dejó caer sobre su cuerpo. Obteniendo un quejido bajo en respuesta.

—Procura ser más cuidadoso, dulzura. Soy un hombre frágil.— le advirtió con afabilidad, colocando su mano izquierda sobre su cabellera.

—Tienes el doble de tamaño que yo y no te importa tirarte sobre mí aunque puedas aplastarme.— señaló con una ceja enarcada que no fue vista.

—Me gusta tirarme sobre ti.— aseguró por lo bajo, dejando su móvil.

—Mejor cállate y levántate, quiero probar tu pastel e ir a casa.

—Oh, había olvidado el pastel.— farfulló con verdadera sorpresa, enderezándose cuando el pequeño cuerpo del pelinegro se apartó—. Estará frío pero te gustará.

Era un pastel, no necesitaba estar recién salido del horno para que fuera delicioso. Rodó sus ojos y siguió al apurado chico hacia la cocina, el horno fue abierto y el pastel sacado. Lucía bien y cuando fue cortado en un triángulo perfecto, su estómago rugió.

Aguardó a que Mingi se cortara una porción para él y luego comió. Degustando del dulce postre con lentitud, ignorando la insistente y nerviosa mirada sobre su rostro.

—Deja de verte tan nervioso, te vi hacerlo y es obvio que sabe mejor que bien.— murmuró cuando el pastel desapareció de su mano.

Mingi suspiró, acabando con el suyo—. Eso no significa nada pero, te lo dije. Sabía lo que estaba haciendo.

—Sí, sí. Fanfarronea luego y acompáñame a casa.

—¿No te quieres quedar?— murmuró tras ladear su rostro.

Hongjoong quería, pero su madre lo mataría. No podía simplemente llamarla y preguntarle si podía quedarse en la casa del pelirrojo esa noche, la mujer era permisiva y adoraba al chico. Pero también tenía sus límites y prefería que se le pidiera algo con horas de antelación, mínimo.

—Quiero pero si tú quieres tener un poco más en tu vida, te abrigarás y me acompañarás a casa.— respondió tras suspirar.

—Bien, al menos lo intenté.

Hongjoong se rió y asintió, lo intentó. Mingi volvió a colocarse su negra chaqueta y una vez estuvo frente a su mayor, se inclinó y besó la punta de su nariz. Simplemente porque quería.

Mientras caminaban hacia su casa, Hongjoong reconocía que tendía a volverse pegajoso luego de intimar con Mingi, pero éste le ganaba. Sin dudas y no se quejaba, ¿cómo podría?. Tampoco era excesivo o agobiante.

Y estando en la comodidad de su cama, abrazado por sus sábanas y sumido en la oscuridad más pura. A Hongjoong se le vino una idea a la mente que, le hizo sonreír y entusiasmarse al instante.






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