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❈•≪39. Travesura interrumpida≫•❈

Hongjoong suspiró con pesadez y tras pasar unos doce o tal vez quince minutos viendo el blanco techo de su habitación, ladeó su rostro. Sus pequeños dedos sobre su abdomen, se enredaron entre sí. Inquietos.

Minuciosos sus castaños orbes recorrieron el concentrado y entretenido perfil del chico que también yacía junto a él en su cama. Jugando a él no tiene idea qué en su móvil. Sus facciones se mantenían relajadas y suaves. Sus rasgados ojos, ligeramente entrecerrados por la concentración y sus labios, apretados.

Era sábado y se supone que debía de estar estudiando para su prueba del lunes, pero su menor le había llamado, murmurado que estaba solo, ligeramente aburrido y que deseaba verle. Le habló tan dulce que, luego de hacerlo rogar otros segundos, lo invitó a su casa.

Apenas lo vio al otro lado de su puerta, sonriente y tan bien vestido, su corazón se desbocó del júbilo. Antes de que siquiera le saludara con un suave «hola». Aquellos sonrientes belfos habían atrapado los suyos como sus largos brazos, se habían cernido entorno a su cuerpo con rapidez. Se sorprendió pero consiguió corresponder con propiedad. Se besaron hasta que sus pulmones ardieron y sus bocas dolieron.

En su habitación, volvieron a unir sus bocas y anatomías. Terminaron sobre su mullido colchón y cuando el calor comenzó a ser enloquecedor, decidieron que sería buen momento para detenerse. Si bien Sonhee no se encontraba en casa, Hongjoong no tenía la menor idea de en qué momento regresaría y a su madre, algunas veces (la mayoría de ellas), se le olvidaba tocar antes de ingresar.

Conversaron de banalidades y para cuando fue al baño y volvió de éste, Mingi se encontraba entretenido jugando a algo en su móvil. El silencio era cómodo por lo que, no le importó. Tampoco sería la primera vez que compartiese espacio con alguien y no hicieran nada.

Una arraigada costumbre entre él y Seonghwa.

Pero, Mingi no era Seonghwa y al parecer, su pequeño cuerpo se estaba tornando codicioso. Quería la atención del pelirrojo.

Resopló y su cabeza sacudió—. ¿Qué juegas?— cuestionó al acercar su cuerpo al contrario. «Demasiado brillo», pensó al fijar sus orbes en la resplandeciente pantalla.

—Cartas.— musitó Mingi con simpleza.

Hongjoong simplemente asintió y continuó viéndolo jugar. Ignorando lo ridícula que su pregunta había sido.

—¿Estás jugando contra la maquina?— inquirió tras el pasar de unos pocos segundos.

El de llamativas hebras negó—. Online.

—¿Conoces a la otra persona?

—No. Las partidas son aleatorias.

La garganta de Hongjoong vibró con ligereza. Comprendiendo.

—¿Puedes invitar amigos?— su menor asintió—. ¿Qué juegas, exactamente?

—Vete a pescar.

Kim arrugó su ceño, no recordaba nunca haber jugado a ese juego. De hecho, no recordaba haber jugado cartas antes por lo que, simplemente observó la pantalla ajena con atención. Atención que le duró unos cinco minutos hasta que sus labios se fruncieron en un sutil mohín.

Resopló por segunda vez y se enderezó, peinó sus hebras y miró de soslayo al contrario yacido a su derecha. «Sólo hazlo», pensó tras el correr de otros silenciosos segundos.

Inspiró hondo y vacilante, tomó asiento sobre las caderas del menor. Instantáneamente, éste le miró. Inquisitivo y con su recta ceja izquierda, enarcada.

—Préstame atención.— farfulló un cohibido Hongjoong, su rostro ardía pero mantenía su color natural.

«Estás siendo ridículo».

El alto sonrió de forma, imperceptiblemente ladeada y volvió a centrar sus ojos en su móvil—. ¿Prestarte atención?— preguntó con desconcierto fingido.

—Sí, el silencio es casi tan aburrido como tu juego.— replicó tras, nervioso, dejar sus manos sobre su regazo.

Mingi rió sin verle—. Así que, ¿estás aburrido?— cuestionó tras apartar su móvil y clavar sus rasgados orbes en los contrarios. Hongjoong asintió—. ¿Tienes planeado montarme?

El de baja estatura chilló y su calmo rostro cobró vida, ardiendo en un furioso granate. Avergonzado sus pequeñas manos impactaron en el firme abdomen impropio.

—¡¿Qué estás diciendo?!— inquirió en un agudo tono, aún escandalizado y golpeando al contrario—. Tú, bastardo pervertido..., ¡¿cómo te atreves?!

—Okay, bien. Lo siento.— murmuró ahogado por la risa, defendiéndose de los inofensivos golpes—. Es que, vamos Hongjoong, estás sobre mí. ¿De qué otra forma puedo interpretarlo?— cuestionó tras reposar sus grandes manos en las rodillas ajenas.

—No lo sé— respondió el susodicho, evitando su mirada—. Tienes que dejar de sexualizarlo todo, maldición.— agregó con seques, deslizando su pequeña mano izquierda por entre sus oscuras hebras.

—De acuerdo, lo consideraré.— aseguró tras expandir sus labios en una socarrona sonrisa.

—Bien.— asintió tras suspirar—. Deja de verme tan fijamente, por favor.

Mingi rió con suavidad y sus manos ascendieron hasta donde alcanzaron, sus gruesos muslos—. ¿Querías mi atención, cierto?, te la estoy brindando.

—Pero no de esa forma.— objetó por lo bajo.

—¿De esa forma?— el de bronceada tez ladeó su rostro—. No entiendo.— aseveró tras encogerse de hombros.

Hongjoong resopló—. Me haces sentir desnudo...

—¿Quieres estar desnudo?— recibiendo un sentido golpe, el alto se disculpó—. Sólo te estoy viendo, sin perversiones en mi mente.— el de blanca tez entrecerró sus ojos, desconfiado y su menor rió—. Sabes que me gusta verte y pienso que te gusta oírlo.

—¿Que me gusta oírlo?— el mayor ladeó su rostro—. ¿A qué te refieres, exactamente?— cuestionó tras sonreír, ladino.

Song sonrió, divertido—. No te lo diré.

—¿Qué no me dirás?

Mingi rió y su cabeza sacudió. Sujetando fuertemente a su pequeño amante, giró sobre sí hasta tenerlo, elegantemente bajo su cuerpo.

—Mi cama es para una persona, idiota. Pudiste tirarnos.— regañó al notar lo cerca que quedaron del borde.

—Posiblemente habría amortiguado el golpe.— replicó tras acomodarse mejor entre sus piernas.

—No es consuelo.

—Compra una cama más grande.— sugirió al relamerse los labios.

—Mi habitación no es tan amplia.

—Cierto.— concedió con un ligero asentir—. Quiero besarte...

—¿Tienes hambre?— cuestionó tras expandir sus orbes, falsamente sorprendido—. Yo también, andando.

Mingi arrugó su ceño pero antes de que pudiese decir algo, Hongjoong lo apartó y se levantó de la cama, grácil e indiferente. Le sonrió y se encaminó fuera de la habitación. El pelirrojo sonrió también.

Amaba a ese chico.

—Eso fue injusto, ¿sabes?— murmuró al llegar a la cocina, Hongjoong se rió sin verle—. Sólo quería un beso.

—Tus besos nunca son sólo besos.— objetó al voltearse, Mingi estaba de brazos cruzados en el umbral—. ¿Ramen picante?— ofreció al mostrar el mediano recipiente entre sus manos—. ¿Mingi?

El aludido elevó las comisuras de sus labios y los vellos del más bajo se erizaron, era aquella sonrisa. Tan suya y maliciosa. Sus nervios se desataron.

Parsimonioso, el alto avanzó hasta el pelinegro. Una vez frente a él, sus largos brazos se deslizaron por su cintura hasta enredarse en ésta, acercándolo a sí con suavidad. Obnubilado, Hongjoong no hizo más que observar sus relajadas facciones y brillantes ojos.

«Es realmente atractivo».

Dejando el recipiente a un lado, Hongjoong no dudó en separar sus labios y atrapar los contrarios con determinación. No podía evitarlo, besarlo era lo mejor que había hecho nunca. Un vicio completo y profundo en este momento de su lo qué sea.

Mingi no hizo mucho, al principio. Simplemente dejó sus labios flojos y le permitió a su mayor dominar. Sus delgados belfos se movían hábiles sobre los suyos, moldeándolos y, suavemente robando de ellos lo que se les otorgaba y más. Suspiró, complacido.

Aferrándose más a su pequeño cuerpo, decidió actuar.

Ladeó su rostro con ligereza y al enterrar sus dientes en labio inferior impropio, su lengua consiguió adentrarse en aquella cálida y más que conocida cavidad. Parsimonioso, recorrió cada pequeño rincón como si fuera la primera vez, impetuoso y minucioso. Su lengua lo degustó todo. Inconscientemente, su cuerpo se pegó más al ajeno. Sus sentidos estaban despiertos y vibrantes.

Jadeando de manera ahogada, Hongjoong consiguió corresponder. Su lengua enredada con la ajena, tontamente intentando doblegarla. Sus pulmones comenzaban a arder.

—Tenías razón— musitó un agitado Song al apartarse de aquellos rosas labios—, mis besos jamás serán sólo eso.— agregó en un bajo murmullo, deslizándose por su mandíbula con exasperante lentitud. Kim se sentía como arcilla—. Pero realmente me gustas y besarte aún más.

Hongjoong ahogó un gemido y su rostro ladeó apenas sintió aquellos regordetes labios acariciar la curva de su cuello. Se estremeció cuando se apoyaron en la misma con sutileza. Un toque tan fugaz como imperceptible. Superficial.

Suspiró y sus brazos se aferraron al cuello impropio cuando una porción de su piel fue succionada, sus piernas temblaron y se sintió al borde del delirio tan pronto la succión fue lamida. Gimió de manera audible cuando dos grandes y descaradas manos se posaron en su trasero, apretando ligeramente el mismo como masajeándolo segundos después.

Su cerebro y él mismo ya no podían concentrarse en nada, mucho menos pensar. Su cuello seguía siendo maltratado con tanta destreza al igual que su trasero seguía siendo amasado.

Muchas distracciones y sensaciones.

Jadeó sorprendido cuando fue levantado del suelo, sus ojos se abrieron y se fijaron en quien le sostenía. Su mirada brillante y oscura, hebras revueltas y sus regordetes labios, hinchados y rojizos.

Relamió los suyos y no protestó cuando fue dejado sobre la fría encimera. La vista era significativamente más valiosa.

—Eres realmente lindo.— murmuró Mingi a medida que separaba las piernas de su mayor y se colaba entre ellas—. Encantador.

Hongjoong contuvo su respiración tan pronto sintió un cálido aliento chocar en la cara interna de su cuello, apretó sus labios y se estremeció cuando aquellos carnosos belfos besaron su sensible garganta. Sintiéndose derretir por las placenteras sensaciones, sus pequeñas manos se aferraron con firmeza a sus amplios hombros. Buscando la estabilidad que le faltaba y la cercanía que tanto le gustaba.

Mingi sonrió, ladino, y sus labios descendieron por aquella, ligeramente decorada garganta. Antes de llegar a la curva de su cuello por quién sabe qué vez, se entretuvo momentáneamente en aquellas zonas blancas y sin marcas.

Varios y tendidos minutos después, se apartó. Sus rasgados orbes capturaron cada pequeña y no tan pequeña marca con dedicación y entusiasmo. Aquella blanquecina tez se encontraba ahora, irregularmente salpicada de diferentes marcas rojizas. Estaba satisfecho.

—Contempla tu trabajo luego.— masculló el pelinegro, enredando sus piernas en la cintura de su dongsaeng.

—No contemplaba las marcas— replicó el pelirrojo al colocar sus manos en las caderas adversas—. Contemplaba lo bien que te ves con ellas.

Adquiriendo un leve rosa en sus mejillas, Hongjoong llevó su rostro hasta la garganta de Mingi, ocultándose allí de su intensa como sincera mirada. Sintió el cuerpo de éste vibrar y de sus labios el escapar de una ligera risa.

—Ahora sólo quiero abrazarte.— aseguró el de intensas hebras tras apretar aquel diminuto y avergonzado cuerpo con sus brazos—. Eres realmente adorable, Hongjoong.— continuó en un agudo tono. Fascinado.

—Creo que... n-no es momento pa-para que digas ese tipo de cosas.— murmuró en un ahogado tono.

Mingi se apartó y con sus manos acunó el rostro de su amante, sus mejillas calientes y encendidas en un vibrante carmín.

—Considero que cualquier momento es bueno para decirlo.

Hongjoong desvió su mirada, abochornado. Estaban por probablemente hacer algo descarado en la cocina de su casa y su alto chico salía con palabras dulces como esas. No podía creerlo.

Era tan íntimamente cariñoso que le incomodaba, no estaba familiarizado con ese tipo de interacciones o comportamientos por lo que, no sabía de qué forma reaccionar. Aparte de avergonzarse, claro.

No iba a mentir o a negarlo tampoco, le gustaba oír aquellas sinceras palabras. Su cuerpo se derretía del gusto y su corazón se alteraba en segundos pero, su persona se descolocaba y él mismo se desorientaba. Hasta su lengua se enredaba en sí misma al no saber qué decir. Era un desastre.

Estaba más acostumbrado y en sintonía con el aspecto sexual de su íntima relación que con el amoroso. Un verdadero desastre.

—Sólo bésame y cállate.

Mingi separó sus labios dispuesto a replicar o tal vez molestar al más bajo, pero Hongjoong se apresuró y lo tomó por la nuca, firmemente tiró de ella y sus labios colisionaron. Le sorprendía que no se hubiesen roto un diente aún, pero tampoco eran agresivamente brutos.

Y aunque él inició el beso, Mingi se encargó de profundizarlo y dictar la intensidad con la cual devoraban sus bocas.

El de largas hebras suspiró cuando sintió aquellos gruesos labios tomar de su belfo inferior para, lentamente comenzar a succionarlo. Jadeó y su diminuta silueta se pegó más a la contraria y fornida. Sus piernas se sostuvieron con mayor insistencia a la cintura ajena y cuando sus labios comenzaron a ser delineados por aquel caliente y húmedo órgano conocido como lengua, tembló y sus labios separó aún más. Su cavidad bucal fue rápidamente invadida y recorrida.

El conocido ardor en sus pulmones, apareció, al igual que aquel sofocante calor en su cuerpo. Sus pequeñas y ansiosas manos descendieron por aquellos amplios hombros, acariciaron aquellos firmes pectorales como, parsimoniosas, sintieron aquel sólido y cubierto abdomen.

Sus manos, ahora más confiadas, se colaron bajo aquella gruesa sudadera y palparon, entusiasmadas aquel cálido torso. Subieron como bajaron, en todas las direcciones posibles tocaron aquella bronceada piel. Y cuando a sus magullados labios se les dio un descanso, no dudó un segundo en volverse a acercar a la pulcra garganta contraria, apenas sus labios rozaron la sensible piel allí, Mingi suspiró y sus manos se aferraron con vigor a sus caderas.

Hongjoong sonrió y su lengua, maliciosamente recorrió un pequeño, realmente escaso tramo de aquella piel y cuando el agarre en sus caderas se hizo más sentido, sus labios se cerraron donde yacía el pulso contrario, succionó con suavidad y sintió al bronceado chico temblar. Antes de apartarse, sus dientes tomaron un poco de piel y, ligeramente, apretaron de ella. Mingi gruño y sus labios volvieron a unirse.

Pegándose de una extraordinaria forma, ambos chicos devoraron sus bocas con verdadero fervor. Sus lenguas se enredaron como sus dientes también participaron, maltratando sus hinchados belfos a más no poder.

La razón en Hongjoong comenzaba a desaparecer, lentamente se retiraba para, amistosa, cederle espacio y dominio a la naciente como burbujeante lujuria yacida en sus entrañas.

—Quiero creer que no irían más allá de besos húmedos en mi cocina.

Hongjoong ahogó un grito y sin pensarlo demasiado, apartó sus menos del abdomen contrario. Su rostro se incendió en un brillante granate y su lengua se enredó sobre sí, avergonzado y cohibido. Mingi apartó también sus manos y sus mejillas apenas adquirieron un sutil sonroso.

Ambos adolescentes se cuestionaban para sí cómo era posible que no escucharan el abrirse de la puerta, los pasos de la mujer o a la misma caminar hacia donde ellos estaban.

El pelinegro miró a su serena madre y su brillante granate se intensificó. La castaña mantenía su ceja enarcada, sus facciones relajadas y la comisura derecha de su boca, curvada. Parecía ligeramente divertida como algo asombrada.

«Por favor tierra, trágame».

—Mamá...

—Sí, cómo sea Hongjoong.— Sonhee sacudió su mano derecha en un desinteresado ademán, ingresando a la cocina con bolsas que ninguno de los dos y únicos adolescentes allí habían notado—. ¿Mingi se quedará para cenar?

—Claro.— respondió el susodicho una vez el rosa abandonó sus mejillas—. Baja de ahí y deja de verme de esa forma.— le susurró a su pasmado y aún avergonzado mayor—. Puedo irme si te incómodo.— procedió al tenderle una mano.

—Cállate, no he dicho nada.— farfulló al tomar su mano y bajar de la fría encimera.

—Puedes huir a tu habitación hasta que el color abandone tu rostro.— sugirió la castaña, viéndole y con una cuchara de madera en la mano—. No necesito ayuda y pareces a punto de explotar.— agregó al señalar su colorido rostro.

Sin esperar más, Hongjoong se giró sobre sus talones y apresurado, abandonó aquel espacio que, repentinamente comenzaba a reducirse de una agobiante forma.

—Siento e...

—No pasa nada.— interrumpió la castaña—. Fui joven alguna vez— alegó con suavidad—, aún así, limítense a tener sexo en su habitación únicamente.— continuó tras señalarle con el utensilio—. Y cuando yo no me encuentre, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.— aseguró tras asentir—. ¿El baño está permitido?

Sonhee expandió sus orbes, incrédula y poco después, rió entre dientes—. Si no fuera tan liberal como mi padre, te hubiera echado de mi casa.— aseguró tras menear su cabeza—. Pero me agradas.

—¿Entonces...?

—Vete con mi hijo de una vez antes de que se arranque algunos cabellos.— cortó en un apacible tono.

—¿Significa que no?— la mujer entrecerró sus ojos, Mingi alzó sus manos—. Bromeaba.

—Estoy segura de que no lo hacías, largo.

Mingi sonrió y se giró sobre sus talones, le agradaba aquella mujer.

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—Maldición, Mingi. Pesas.

Exclamó el pelinegro apenas sintió el descuidado caer de su menor sobre su espalda, aplastando con su enorme cuerpo el suyo más pequeño, oprimiéndolo contra su suave colchón. Una sensación de deja vu despertó su congelado cerebro.

—Quería distraerte— musitó en un suave murmullo, sin apartarse—, llevas un minuto lloriqueando cosas sin sentido.

—¿Qué esperabas?— farfulló con su ceño arrugado—. Mi madre nos vio y..., qué vergüenza.

Hongjoong quería, honestamente ser tragado por la tierra. No visualizó, en ningún momento, que su madre ingresaría y los atraparía en tan comprometedora situación. Razón por la cual quería desaparecer.

¿Por qué su suerte era tan mala?, no comprendía y realmente quería saber.

Tardaría días o semanas en olvidar lo que hoy sucedió y probablemente tardaría más en actuar con completa normalidad entorno a su madre. Seguramente rehuya de ella por unos cuantos días, así de vergonzosamente cobarde era.

Pero vamos, sus manos habían estado pegadas al cuerpo ajeno como sus cuerpos mismos habían estado pegados. Y ni se diga de sus bocas, maldición, de sólo recordarlo el blanco rostro de Hongjoong volvía a incendiarse con la misma intensidad, anteriormente experimentada.

—Algunas veces quiero tu quietud.— habló tras unos silenciosos segundos—. No pareces ser fácil de impresionar.

El cuerpo de Mingi vibró a causa de la risa, consecuente a ello, el de Hongjoong también pero con levedad—. Tú consigues impresionarme con bastante facilidad.

—¿En serio?— inquirió al enarcar una ceja de la que sólo él era consciente.

—Por supuesto.— aseguró tras asentir, frotando su mejilla izquierda con las oscuras hebras ajenas—. Sólo cuido mis reacciones.

—¿Por qué?

—No quiero ahogarte.— replicó con ligereza, encogiéndose de hombros.

—Literalmente, me estás ahogando ahora mismo.— replicó tras resoplar, Mingi volvió a reír para, segundos después, apartarse—. Gracias.— agregó al voltearse y sus orbes clavar en aquellos oscuros y rasgados.

—De nada.— murmuró tras asentir y sentarse. Ladeó su rostro y sus rasgos se suavizaron—. Tus ojos son grandes.— Hongjoong enarcó una ceja y Mingi negó, divertido—. Me gustan, son lindos y brillantes.

El más bajo curvó sus labios, sonriendo—. Gracias. Tus ojos son lindos también.

—Gracias.

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—¿Todavía estás inquieto?

Hongjoong alzó la vista de los platos que se encontraba lavando, su madre yacía en el umbral de la cocina, brazos cruzados y una ceja enarcada, expectante. Sus mejillas ardieron y volvió a fijar su vista en el plato que sostenía.

—No.— murmuró entre dientes, Sonhee rió—. No te burles de mí.

—Se supone que lo peor ha pasado, ¿no?— cuestionó al suspirar e ingresar—. La cena ya pasó, relájate hijo.

—Para mí no es tan sencillo.— replicó tras dejar el plato, ahora limpio, donde los otros—. Eso... y-yo... simplemente necesito olvidarlo pronto.

—¿Por qué eres tan vergonzoso?— preguntó la castaña al llegar a su lado y ver su sonrosado perfil—. He sido joven también, hijo y si bien nunca llegué a esos ¿niveles?— prosiguió al ladear su rostro, insegura de qué palabra usar—. Tampoco he sido una blanca paloma...

—¿Realmente tenemos que hablar de esto?— murmuró con repentina frustración, su persistente vergüenza volvía.

—Sólo quiero que comprendas que está bien.— respondió la mujer tras sacudir sus hombros—. No hicieron nada malo, quizá poco cortés pero nada malo.— agregó con ligereza, apartándose y yendo hacia la nevera—. Eso sí, procuren mantener su intimidad para ustedes y entre las paredes de tu habitación, ¿de acuerdo?

Hongjoong enrojeció furiosamente—. Ma-Mamá...

—Hablo en serio, Hongjoong.— interrumpió su progenitora, sirviéndose un poco de jugo—. Para algo tienes tu habitación, tengan sexo en ella no en los rincones de mi maldita casa.

«¡Jesús!».

—Y-Ya lo sé, maldición ¿podrías no ser tan directa, por favor?— expresó con desespero notorio, la situación le incomodaba.

Hablar de algo relacionado al sexo con su madre, definitivamente no era su actividad favorita.

—Bien, pero para asegurarme, tampoco quiero que hagan nada mientra esté presente ¿entendido?— musitó, monótona. Tomó el vaso y miró el rojo perfil de su hijo—. Aunque estén en tu habitación n...

—Por favor, mamá, basta. Lo sé, yo... por favor, basta.— imploró sin verle.

—Bien, entendido. No olvides que siempre deben usar protección.

Hongjoong resopló y se puso en cuclillas, avergonzado buscó cubrir su rostro, ahogar su frustrado grito y desaparecer, literalmente de la vista de su progenitora. Ésta rió y salió de la cocina, molestar a su único hijo era diversión pura, sin dudas.

Cuando el calor en su rostro disminuyó, Hongjoong se enderezó. Respiró profundo y decidido a no pensar en absolutamente nada, continuó limpiando lo ensuciado en la cena.

Suficiente había tenido por hoy, quería terminar e irse a dormir, la tarea que se jodiera.






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