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❈•≪36. El último cubículo≫•❈

Y cuando una semana transcurrió, podía asegurarse, realmente afirmarse con exagerado fervor que, Hongjoong, estaba más que irritado.

El pelinegro se dirigía a todos, sin excepciones, de manera antipática. Mostrando una expresión seria y, ciertamente arisca.

Y el bajo chico no tenía un porqué. De hecho, tenía varios.

El primero, sus compañeros le tenían más que harto. Su acentuada tirria comenzaba a mutar, volviéndose, de manera lenta, aversión. Y agradecía que no fueran todos sus compañeros los que, descaradamente, se acercaran a él y, sin pudor alguno, le cuestionaran qué tanto hacían él y su dongsaeng.

Los primeros dos días, Kim pasaba de ellos. Simplemente los miraba mal y se iba con su amigo. Al tercer día, su paciencia se agotó. Y quizá debió medir sus palabras ante aquella usual y poco inteligente cuestión, pero no lo había hecho y tampoco se arrepentía.

Por lo que, cuando ese tercer día llegó y apenas el timbre del primer receso sonó. Él explotó y, tan pronto una de sus compañeras se le acercó y cuestionó qué tan bueno era su dongsaeng en la cama, Kim no dudó en verla a los ojos y responderle. Siendo, tal vez, excesivamente crudo.

Pero, ¿qué más daba?, estaba harto y si la chica quería molestarlo. Él podía molestarla también.

«Malditamente bueno, Che. Podría pasar horas brincando sobre su miembro pero, mi resistencia es pésima. Aunque, dejarlo hacer todo el trabajo, tampoco es malo ¿sabes?». Había dicho de manera casual, casi monótona.

Escandalizada, la chica había chillado. Sus mejillas se bañaron de un intenso rosa y tras pronunciar que era un cerdo, huyó. No se esperaba aquello y al pelinegro poco le importó las miradas que recibió.

Y Hongjoong pensó que, con respuestas tan crudas y directas como esas, asquearía a más de uno lo suficiente como para que, al fin, dejaran de molestarle. Pero, había funcionado con cuatro personas únicamente y todas parecían chicas fáciles de impresionar.

Los chicos no se rendían y seguían empujándolo más y más cerca del borde. Haciendo comentarios despectivos cada que tenían oportunidad y él sabía que buscaban ofenderle pero, Kim se negaba a reaccionar de manera agresiva. Él no era así por lo que, desgraciadamente, se callaba.

El segundo motivo, era Mingi. O las chicas que le rondaban con tanta osadía.

Él no se consideraba alguien celoso, vamos, que en su vida lo había sido y si, sí. No lo recordaba.

Pero, sus recién descubiertas actitudes posesivas con respecto al alto de rojas hebras, le irritaban. Justificadas o no, el pelirrojo era un ser independiente, perteneciente a sí mismo.

Y aunque lo supiera, su mandíbula se apretaba cada vez que una chica batía sus pestañas con coquetería y usaba la tonta excusa de que, el chico de dorada tez, tenía alguna pelusa, casualmente ubicada en su antebrazo para, "sacarla" e, innecesariamente, acariciarlo.

Su sangre hervía cada vez que sus castaños orbes observaban cómo, parsimoniosamente, los dedos de alguna fémina se deslizaban por los brazos de su menor y le sonreían con una supuesta, convincente inocencia. Como si no se estuvieran insinuando.

Realmente su temperatura aumentaba.

Y en el tramo opuesto a ese, estaba su corazón. Inexorablemente, éste se contraría cada vez que tales escenas sucedían y no por la escena en sí, sino por su menor. Éste dejaba las cosas pasar. Y él podía entender, de alguna extraña forma, que no las notara. Porque Song constantemente estaba distraído pero, habían chicas demasiado obvias.

Aún así, él permitía que le tocaran. Aunque sólo fueran sus brazos..., simplemente no. Debía apartarlas.

Ese motivo y él que llevara cuatro días sin ver, apropiadamente, a Mingi. Hicieron de su humor lo que, actualmente era.

El cuarto motivo o porqué, era su madre. Hongjoong amaba a su madre, pero la mujer comenzaba a exasperarle. Comprendía que apreciara a Mingi y que también lo quisiera como un segundo hijo, pero que, regularmente hiciera alusiones de cuán feliz sería si un día él llegaba y le comentaba que su relación era oficial. Comenzaban a volverle loco.

Pasaría cuando tuviera que pasar y si era nunca, bien. El corazón roto lo tendría él.

El quinto motivo y quizá, el menos importante, era la absurda cantidad de tarea que recibía día con día. Apenas tenía tiempo suficiente como para descansar una pocas horas.

El sexto y último, lo desbordante que cada uno de los anteriores motivos eran para su mente. Le agotaban demasiado y sus ganas de golpear su frente contra una dura superficie hasta romperse un hueso, aumentaban. Y no exageraba.

¿No podía tener un descanso?

Suspiró y sus nervios terminaron de estallar cuando, sus cansados ojos captaron como, a la lejanía, una chica ocupaba asiento junto a su apuesto menor y sin vergüenza alguna, posaba su pálida mano en su brazo izquierdo y, ligeramente, invadía su espacio personal. Mingi había apartado aquella mano y hecho una efímera venia, disculpándose. Tal vez. No tenía idea.

Pero eso no bastó para el pelinegro.

Estaba harto.

—¿A dónde vas?— inquirió Seonghwa al verlo levantarse de su asiento con brusquedad.

—A saludar a Mingi.— replicó con una tensa sonrisa. Park enarcó una ceja—. Hace días no nos vemos...

—No luces como si fueras a saludarlo.— señaló como interrumpió el castaño.

—Bien.

Sin más, se giró sobre sus talones y caminó hacia su objetivo.

Podría estar siendo caprichoso y sumamente infantil pero, extrañaba a Mingi y el contacto de éste. Estaba celoso también. Y si bien no era una excusa válida y mucho menos razonable, es como se sentía y para él bastaba.

Y aunque su dongsaeng estuviera rodeado de sus amigos y él sólo conociera a los melosos de San y Wooyoung, eso poco le importó y terminó por llegar hasta aquella mesa. Y menos le importó las miradas que recibió apenas su pequeña mano se posó en el hombro del alto y sus finos labios pronunciaron su nombre.

—Hongjoong.— expresó un sorprendido Mingi, apartando la femenina mano de su brazo por quinta vez—. Hola.

—Hola.— murmuró al observar a la castaña que, intensamente, perforaba el perfil de su menor con sus pequeños ojos. «A la mierda si alguien más escucha»—. Te extrañé.

Aunque sus honestas palabras salieron en un débil susurro, más de uno clavó sus ojos en él, impresionados y curiosos. Cuestionándose internamente si no habían oído mal.

—Oh. Yo también.— replicó con suavidad el pelirrojo, sonriendo con notable timidez. Su mayor nunca decía aquellas cosas y tenía la ligera sospecha de porqué ahora sí. No se estaba quejando tampoco—. ¿Querías...?

—Raptarte un rato.— respondió al ladear su rostro—. ¿Vienes?

—Por supuesto.

Ignorando la protesta de la chica y el sugerente comentario de Jung, Song se levantó y luego de recibir una sonrisa, caminó detrás de su mayor. Siguiéndolo.

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Mingi jadeó cuando los labios de Hongjoong se cerraron en la piel de su cuello y tan pronto éste succionó, todo su cuerpo tembló. Complacido. Sus dedos se aferraron a las caderas impropias tan pronto aquellos rosados labios descendieron por su sensible piel, cada vez más cerca de su clavícula y cuando estuvieron allí, su respiración contuvo. La húmeda y cálida lengua del pelinegro apareció y acarició una parte de aquel extenso hueso. Lo mordisqueó y poco después, lo besó con verdadero afán.

Sus piernas temblaron cuando los dientes contrarios se deslizaron por su marcada clavícula, ascendentes. Suspiró cuando aquellos finos pero ahora diestros belfos, se cerraron en la unión de su cuello y gimió cuando su lengua lamió la, probablemente nueva marca.

El calor en su vientre se trasladó a todo su cuerpo, enloqueciéndolo. Era desmesurado y poco tolerable. Estaba harto. Desesperado.

Con absoluta brusquedad, pegó el diminuto cuerpo ajeno al suyo, chocando sus pechos en el proceso y colisionando sus labios en el final.

Hongjoong jadeó pero su boca no tardó más de un segundo en abrirse y dar total acceso a la demandante y traviesa lengua contraria. La cual buscó la suya con desenfreno y se enlazó a la misma con firmeza. Sometiéndola sin mucho esfuerzo. De manera algo torpe, consiguió corresponderle.

Y Kim jamás se imaginó estar encerrado en el último cubículo de los baños, jadeante y ligeramente excitado mientras un chico devoraba su boca con tan sofocante ímpetu.

Pero, no se estaba quejando ya que, él había arrastrado a su menor a dicho cubículo e iniciado dicha situación.

—N-No ir-iremos más a-allá..., ¿cierto?— cuestionó un jadeante Mingi apenas sus labios se apartaron de los contrarios.

—¿Por qué no?— replicó el de oscuras hebras al elevar su mirada y conectarla con la impropia. Ambas centelleantes.

—Es e-el baño y..., está sucio.

—¿Qué más da?— inquirió Kim al ladear su rostro, indiferente.

Mingi tragó duro, su mayor se la estaba poniendo difícil.

—La ca-campana...

—No seríamos los primeros en llegar tarde.— musitó tras encogerse de hombros—. Ni los últimos.

La válvula de la razón en Mingi, explotó. Inspiró hondo por su nariz y sus dedos ascendieron, colándose bajo las prendas ajenas.

Hongjoong se estremeció y antes de que, aquellos hábiles dedos llegaran a sus pezones, los apartó con suavidad, le sonrió al confundido chico y cayó, sin cuidado o gracia alguna, de rodillas al frío y duro suelo de aquel cubículo que ocupaban.

Dichas articulaciones se crisparon como resintieron ante el impacto, su propietario, las ignoró.

En cambio Mingi, terminó de enloquecer al ver aquella escena; Hongjoong arrodillado ante él, desprendiendo con cierta maestría su tejano y desbordando confianza en ello.

Todas sus coherentes y racionales facultades, se fundieron. La boca de su estómago, pesó y el deseo habitando allí, se tornó más espeso. Al igual que su erección tomó más forma y dureza.

Estaba perdido. Y qué bien se sentía estarlo de esa forma.

—N-No tienes que hacerlo...

Kim alzó su mirada apenas bajó, tanto el tejano como la prenda interior contraria. Song ya no tenía saliva que pudiera tragar.

—No es la primera vez que lo haga.— susurró de manera suave, baja. Tomando con seguridad el miembro ajeno, prosiguió:—. Y quiero hacerlo.

Mingi alzó sus ojos y los fijó en el techo a varios metros sobre ellos, tan pronto como sintió la suave y caliente boca de Hongjoong, deslizarse por su longitud, lentamente. Sus piernas temblaron e, inconscientemente, su mano derecha se dirigió a sus abundantes y oscuras hebras. Aferrándose a ellas con cierta y considerable fuerza. Brusco.

Jadeó cuando el pelinegro retrocedió, lento también. Hasta casi soltarlo pero, no lo hizo y se detuvo en su sensible cabeza. Sus entrañas ardieron y él se desesperó con ligereza apenas su húmeda lengua acarició, tentativamente, su también sensible hendidura.

La lengua de Hongjoong, vacilante, jugó allí un tiempo no muy corto pero tampoco muy extenso. El suficiente como para enloquecer al contrario.

Y el de bronceada tez se sintió desfallecer tan pronto la lengua de Kim se enredó en su erección y, sucesivamente, la misma era tragada. Lenta y tortuosamente.

Un gutural y ronco gemido vibró en su garganta. Su cabeza cayó y sus oscurecidos orbes se clavaron en Hongjoong, quien se encontraba viéndole y terminando de tragar parte de su miembro, la sobrante era envuelta por su pequeña mano.

Su rostro entero se crispó y todo su cuerpo se tensó. Sobrecogido por las sensaciones y la imagen ante él. Sus dedos se aferraron aún más a las hebras ajenas que, incluso, el propietario de éstas, gimió. Probablemente adolorido.

A Mingi no le importó mucho.

Y cuando encontró tortuoso y sofocante el, excesivamente lento estimular de Hongjoong. Decidió que era buen momento para acelerarlo e ir a su propio ritmo. No sería muy rudo con él ni tampoco se excedería. Sería, bestial de una moderada forma.

Su mayor podría con ello.

Más fuertemente, sus dedos se sujetaron a aquellas oscuras hebras y tras vaciar, profundamente, sus pulmones de todo su contenido oxigeno. Se movió.

Sus caderas, al principio, se balancearon de una forma cuidada y gentil. Entrando en aquella calienta cavidad con cierta parsimonia, la cual se mantuvo por unos siete minutos, tal vez. Los suficientes como para que el contrario se acostumbrara a dicho ritmo. Debido a que, cuando esos minutos pasaron y se acabaron, inesperada como sorpresivamente para el chico de rodillas, el vaivén de su menor trasmutó. Volviéndose más frenético, seco, algo asfixiante y más que profundo.

Su boca estaba llena, al igual que su garganta.

Aún no se acostumbraba a tener algo de semejante magnitud en su boca, mucho menos si se movía con tan impetuoso salvajismo. Por lo que, era normal que pequeñas arcadas azotaran su cuerpo.

No sólo le faltaba acostumbrarse, sino que práctica también.

Aunque ahora supiera qué hacer, seguía siendo un tanto inexperto.

A pesar de ello e ignorando la asfixiante pero aún así soportable sensación de opresión en su garganta, y las sutiles lágrimas aglomeradas en sus cristalizados ojos, se sentía bien. Jodidamente bien.

Su aprisionado y desatendido miembro estaba de acuerdo. Su ropa interior más que húmeda también, y el espeso como insoportable deseo retorciendo y hundiendo sus entrañas en lo más profundo, no dejaban espacio para las dudas.

Mingi siguió arremetiendo contra la cavidad de Hongjoong, tan duro y seco como intenso. Sin compasión o cuidado alguno y cuando, distraídamente, éste liberó sus dientes y con ellos rozó su sensible miembro, el alto se estremeció.

Sus frenéticos vaivenes se hicieron más descuidados y arrítmicos, igualándose con su intermitente respirar. Se hundió aún más profundo en la boca de Hongjoong, hasta casi estar por completo en él, tan sólo unos cuatro o tal vez cinco centímetros no cupieron allí. Y ante tan erótica imagen, sus extremidades se entumecieron de una forma tan dulce que, sin pensarlo demasiado, se dejó arrastrar por su tan codiciado y aplastante orgasmo.

Tembloroso, jadeante y más que satisfecho, apartó su miembro de los hinchados y rosados como suaves labios de su pelinegro.

Una vez éste tragó el viscoso líquido de su dongsaeng y limpió sus labios con el dorso de su mano, le sonrió y tomó asiento en el, probablemente, sucio suelo.

—Ahora no sabría decir si me extrañaste a mí o a mi miembro.— pronunció con notoria burla una vez se subió su prenda interior como su tejano.

Hongjoong enrojeció en un intenso carmín, aún así, ladeó su rostro hacia la izquierda y bateó sus pestañas, coqueto—. A ambos.

Mingi rió y su cabeza meneó, incrédulo. Bajó la tapa del inodoro y tomó asiento en éste, palmeó sus muslos y sonrió de manera torcida una vez relamió sus regordetes labios.

—Tenemos un problema que solucionar. Ven.

Kim jadeó apenas se levantó y aquellos muslos ocupó, no esperaba ir a clases con semejante problema entre sus piernas.

Primero, porque era doloroso e insoportable. Segundo, porque no era un cerdo. Tercero, aquello era inapropiado. Y cuarto, simplemente no.

Las habladurías aumentarían y su humor estaba, considerablemente estable como para arruinarlo de tal forma.

Además, ¿cómo ocultaba una erección así?, su tejano era demasiado apretado y su sudadera demasiado corta como para que eso fuera posible, o siquiera factible.

—Creo que llegaremos verdaderamente tarde esta vez.

Pronunció Mingi de manera baja al oír la campana sonar, Hongjoong relamió sus labios y se encogió de hombros, ¿soportar a sus irritantes compañeros y sus acusadoras miradas, o ser complacido por los diestros dedos de su dongsaeng?

No había mucho que pensar o siquiera dudar.

—Lo compensaremos luego.— replicó con palpable impaciencia, acercándose aún más al fornido cuerpo contrario.

—¿Ansioso?— inquirió el pelirrojo con burla, deslizando sus largos dedos por los cubiertos muslos ajenos.

Hongjoong chasqueó su lengua y entornó su mirada—. ¿Tú qué crees?

—Que realmente la pasaremos bien.— respondió mientras su ladina sonrisa se acentuaba y su rostro se aproximaba al cuello contrario—. Y que deberías ser cuidadoso con tus sonidos— agregó una vez se encontró a centímetros de aquella blanca e inmaculada piel. Estremeciendo al propietario una vez respiró sobre la misma—. No queremos ser descubiertos.

Sin poder evitarlo, Kim jadeó de manera sonora y clara, una vez aquellos voluminosos y suaves labios, se apoyaron en su sensible piel. Más que audible gimió, tan pronto y segundos después, los dientes del pelirrojo atraparon un poco de esa misma piel y, sañosos, tiraron de ella.

Se retorció en su regazo cuando la segunda acción se repitió, más sentida que la primera vez. Volvió a jadear cuando la lengua del alto se deslizó por aquella maltratada zona.

Le dolía que le mordiera tan descuidadamente, pero también le gustaba. El ardor que seguía de tan insoportable y dolorosa acción, era bueno. Placentero de alguna forma.

—Mi-Mingi... de-deja de hacer eso.— farfulló con dificultad, ahogado.

—Creí que te gustaba.— expresó al apartarse y verle a los ojos.

Hongjoong asintió—. Lo hace pero..., es demasiado.

El chico de dorada tez, asintió y simplemente besó como succionó el cuello impropio. Asegurándose de plasmar duraderas marcas en él.

El de blanca tez convulsionó con ligereza apenas la mano de su dongsaeng se coló por su apretado tejano, jadeó de manera grave cuando rozó su adolorida erección y meció sus caderas cuando la misma fue cogida con propiedad y firmeza.

Su interior se incendió al igual que su cuerpo entero ardió. Desesperado y buscando acallar sus quejidos, enterró su cara en la unión del cuello ajeno. Besó y succionó la piel allí, distrayéndose así, de los suaves y tortuosos movimientos que la mano ajena realizaba.

Hongjoong realmente hizo un esfuerzo sobrehumano para no gemir en voz alta cuando, el pulgar de su dongsaeng, presionó la hendidura de su rosa cabeza y masajeó la misma con sutileza. Se retorció sobre su regazo cuando aquellas superficiales caricias fueron más tangibles e intensas.

Al parecer, aquel punto era uno muy sensible para él.

Sus labios temblaron al igual que su cuerpo cuando, más fervientemente, el pelirrojo movió su mano a lo largo de su extensión. Arriba y abajo. De manera circular como pausada. Apretando con ligereza la base y acariciando con insistencia su húmeda hendidura.

Kim se sentía al borde del delirio.

Y, tentativamente como a ciegas, deslizó, ascendente, sus labios de aquella bronceada y maltratada unión. Besando, sutilmente, el largo de su cuello. La cara interna de éste y su definida mandíbula. Sus dientes se deslizaron por ésta de manera fugaz y, hábil, sus labios consiguieron atrapar los voluminosos y contrarios.

Desesperado y torpe, los devoró. Pequeños espasmos sacudieron su persona y cuando su ansiada liberación llegó, sin demoras y aplastante. Se dejó guiar como deshacer por ésta.

—Ahora mi ropa se arruinó.— masculló el de negras hebras una vez se recuperó y Mingi sacó su mano.

—Aparte de ti, nadie más notará eso.— aseguró tras sacudir sus hombros e inclinarse, tomando un poco del papel que allí había, limpiando su mano con rapidez—. Relájate, Hongjoong y no pienses en eso.— agregó al fijarse en su desconfiada expresión—. Y límpiate, anda.

—Cállate, imbécil.

Su rostro se calentó, obedeció y se limpió con la atenta y penetrante mirada contraria sobre él. Apresurado, acabó y cuando sus castaños orbes se alzaron, sintió las grandes manos ajenas sobre sus rodillas. Acariciándolas superficialmente.

—Has sido un bruto al dejarte caer de esa forma.— murmuró al chasquear su lengua—. Puedes lastimarte, pequeño tonto. ¿Cómo estás?— inquirió con mayor suavidad.

—N-No exageres, estoy bien.— farfulló sin verlo—. Además, no soy de cristal.

—Aún así, sé más cuidadoso la siguiente vez.

«¿Siguiente vez?, madre santa».

Para cuando ambos salieron de aquel último cubículo, únicamente el más bajo pero mayor allí, enrojeció. Su rostro se incendió en un escandaloso y difícil de ignorar granate. Sumamente avergonzado y cohibido.

Un chico más alto que él pero un poco más bajo que Mingi, se encontraba frente a ellos, lavando sus manos y con sus orejas ligeramente sonrosadas. Lucía asombrado y sus medianos orbes, se mantenían fijos en su bronceado chico.

Hongjoong quería, de ser posible, esfumarse.

—¿Cómo está siendo matemáticas hoy, Hyun?— preguntó el más alto allí. Su tono había sido casual y sereno. «¿Lo conoce?». Kim ardió con mayor intensidad ante tal posibilidad.

El nombrado sacudió sus hombros y apartó la vista—. Parece que la señora Jung no tuvo el mejor despertar posible, está siendo dura con todos.

—¿Crees que me deje ingresar?— cuestionó con ligera diversión mientras abría una llave a su lado y lavaba sus manos.

Hyun chasqueó su lengua y meneó su cabeza, vacilante—. Eres de sus favoritos pero, ciertamente lo dudo.

Mingi rió y asintió, él también dudaba que la mujer le dejase ingresar. Era estricta y toleraba, mínimo, que sus alumnos llegaran cinco minutos tarde. Y él llevaba quince, no pasaría. Estaba seguro.

—Lava tus manos también, Hongjoong.

El susodicho asintió y cabizbajo, obedeció. Dándose cuenta que aquel desconocido chico era, o un amigo de su dongsaeng, o un compañero suyo.

Razón por la cual, su bochorno aumentó.

«¿Habrá escuchado algo?... no estaba siendo precisamente silencioso pero tampoco muy ruidoso ¿cierto?. Mierda, mierda, mierda. Quiero morir».

—Es lindo.— murmuró el de hebras café, sacudiendo sus limpias manos y viendo a su alto compañero con afabilidad.

—Definitivamente. Lo es. Mucho.— concordó tras asentir.

Hyun sonrió y su cabeza meneó—. Si se te ocurre una excusa válida de porqué vas tarde, te apoyaré.

—Pensaré una entonce. Gracias.

Tan pronto como el chico se fue, Hongjoong cubrió su rostro con sus pequeñas palmas, estaba caliente y la risa de su dongsaeng, lo alteró más.

—¿Nos escuchó, verdad?— cuestionó en un amortiguado tono, aún cubriéndose.

—Sí, estoy seguro.

—¡Te odio!— exclamó una vez su rostro descubrió, aún granate. Pasando junto a él y saliendo del baño con furiosos pasos.

—Yo no inicié nada.— musitó apenas lo alcanzó.

—Lo sé...., malditos celos.— farfulló entre dientes.

Mingi arrugó su ceño, confundido—. ¿Qué dijiste?

—Maldito seas.

Aunque a Song eso no le convenció, tampoco insistió.

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—Estoy seguro que, hace dos horas, no tenías esas marcas en tu cuello.

Hongjoong se sonrojó y su mirada desvió—. Ya sabes... eh...

—Sí, sí. Extrañabas a Mingi.— musitó el castaño tras sacudir su mano, despreocupado—. Los vi desaparecer y no volver.

—Nunca dije que lo extrañara...

—No empieces.— interrumpió Park, cerrando su casillero y colgándose su mochila en un hombro—. No tengo que recordarte tus lloriqueos por no venir a clases juntos, ¿verdad?

Hongjoong separó sus labios y segundos después, los cerró. Cruzó sus brazos y resopló. En su defensa, llevaban tres días sin poder ir juntos a clases y, sea bueno o no, se había acostumbrado.

Estaba asquerosamente acostumbrado a ver el rostro de su dongsaeng temprano por la mañana y de camino a clases. Estaba condenadamente acostumbrado a almorzar con éste en ciertos recesos y a que le mandara, muy escasamente, mensajes si estaba en clases y aburrido. Y se había, malditamente acostumbrado a su asfixiante persona.

Cuando, paulatinamente muchas de ellas dejaron de suceder, su humor cayó y él se quejó. Por supuesto que lo hizo, estaba enamorado y al parecer, era alguien caprichoso.

Un defecto más que a su interminable lista, se sumaba.

Por otro lado, gustaba de la atención que su dongsaeng le brindaba. Se había apegado a ella y, valga la redundancia, acostumbrado también.

—No necesitas hacerlo, los recuerdo.— farfulló con fastidio.

—Bien. El amor te pone ligeramente insoportable.— señaló una vez comenzaron a caminar.

—Tú eres imbécil e insoportable y no estás enamorado.

Seonghwa rió y su hombro palmeó, brusco—. A pesar de eso corres a mí en busca de consejos.

—Porque eres mi único amigo.— replicó tras lanzarle una mala mirada—. De tener otros no acudiría a ti.

—Ambos sabemos que mientes.— objetó con ligereza, elevando su mentón. Arrogante. Hongjoong rodó sus ojos—. Mira quien está allí, tu impecable amante. Esperándote como siempre.

El de baja estatura se sonrojó apenas sus orbes conectaron con los de Mingi. Aguardando por ellos..., o él, cerca del enverjado.

Y su sonrojó se volvió carmín cuando los gruesos labios del alto, se posaron, dulce y fugazmente, en su caliente mejilla. Desbocado y ferviente, su corazón martilló en las paredes de su pecho ante la suave y ladina sonrisa que, seguido del beso, recibió.

—No seas tan pegajoso.— masculló al golpear su pecho y pasar por su lado.

Mingi rió—. Eso no es nada.

Hongjoong le miró de soslayó y no contradijo. No estaba seguro de que, aquello aseverado, fuera del todo verdadero. Si tenía en cuenta cuán seguido su menor se inclinaba sobre él y cuán regular e inconscientemente, buscaba eclipsarlo con su alta persona. Podría darlo como, parcialmente válido.

Puesto a que, ignoraba cuán meloso el alto podía ser.

Realmente y de momento, desconocía qué tan profundas eran esas tendencias en su preciado amante.

—Cállate y camina.— terminó diciendo.

—Cómo órdenes, dulzura.






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