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❈•≪34. Un Wooyoung inquisitivo y un Hongjoong atrevido≫•❈

«No estés nervioso, hombre. Respira».

Hongjoong asintió, de acuerdo con su propio pensamiento y, antes de llamar a la puerta frente a él, bajó su mirada y centró sus orbes en sus prendas. Llevaba la sudadera rosa que el pelirrojo le había comprado, abrigaba lo necesario y era linda, ideal para el fresco otoño que, más notorio que antes, eclipsaba la luminosa Seúl. Un tejano negro y ligeramente ajustado a sus piernas, sus zapatillas de siempre cubrían, cómodamente sus pies.

Todo parecía estar donde debía y, principalmente, limpio. Inmaculado.

Suspiró y su mano alzó, el timbre sonó y sin tener una razón lo suficientemente válida, sus nervios se desataron y sus entrañas se revolvieron sobre sí mismas. Juntó sus manos tras su espalda y, ligeramente, se balanceó sobre sus talones. Impaciente y nervioso.

La puerta se abrió y su corazón se comprimió como la boca de su estómago se hundió.

Tenía que buscar una forma de sobrellevar su recién descubierto enamoramiento o terminaría sufriendo de un ataque cardíaco.

Mingi portaba una sencilla y fina camiseta blanca de mangas largas y unos, sutilmente holgados tejanos azules. Sus rojas hebras estaban algo ondulas y revueltas.

La boca de Hongjoong se secó y seriamente se cuestionó, ¿cómo era posible que se viera tan bien portando prendas tan sencillas como esas?. No entendía.

—Hola.— murmuró tímidamente el pelinegro una vez dejó de escrutar la apariencia ajena.

Song sonrió de manera ladina y avanzó una precisa y no muy corta zancada, terminando, hábilmente frente al contrario. Sus largos brazos se movieron y enredaron en la cintura contraria, tras el ejercer de un suave ademán. Su anatomía terminó pegada a la ajena.

Hongjoong se sonrojó y colocó sus pequeñas manos en el pecho impropio. Más tímido que antes. Mingi sonrió más ampliamente y su rostro ladeó, viendo con fijeza el colorido rostro de su mayor.

—Te ves bien.— terminó diciendo poco después, Kim asintió y esquivó su mirada. Avergonzado—. Hablo en serio, además, la sudadera te queda excelente.

El mayor acentuó su sonrojo—. Gracias, supongo.

El pelirrojo rió y segundos después, no dudó en atrapar los labios impropios con los suyos. El pelinegro se sorprendió pero una vez dicha emoción quedó en un rincón, olvidada. Correspondió.

¿Qué más daba?

Estaban fuera, a la vista de cualquiera que caminara por aquella calle. Visibles y, ¿qué más daba? Kim quería aquel contacto que siempre se había sentido bien.

Él realmente quería eso. Demasiado.

Sus manos ascendieron por la firme y cubierta superficie de su menor, pasando por sus pectorales y amplios hombros. Una vez en su cuello, sus brazos se enredaron, firmemente entorno a éste y el beso se profundizó. Sus lenguas invadieron la cavidad bucal contraria y, fervientes como húmedas, se saludaron. Se enlazaron entre sí como intentaron doblegar a la ajena.

Siendo un encuentro de voluntades bastante arrítmico, vehemente, sofocante como salvaje en cierto punto.

Hongjoong gimió en la boca contraria tan pronto la intensidad fue aún más elevada. Los gruesos labios de Mingi se movían con mayor insistencia, devoción y ardor sobre los suyos. Dientes y lenguas chocando. Belfos maltratándose diestramente.

Hongjoong comenzaba a marearse con tan embriagante sensación.

Sus pulmones comenzaban a pedir oxigeno, sus magullados labios un descanso y el deseo latiendo en sus pechos; más. La, dulcemente sofocante sensación de asfixia era cada vez más palpable y difícil de ignorar por lo que, casi un minuto después. Se apartaron. Agitados y jadeantes.

Tal vez y sólo tal vez, el que no se hubieran visto por un día, les hizo actuar, o mejor dicho, besarse con tan intenso fervor y sutil pero aún así, tangible hambre. Desespero.

—Te extrañé.

El de oscuras hebras se apartó del pelirrojo, abochornado, e ingresó a la casa de éste sin decir nada. ¿Acaso debía?, «tal vez, sí», le susurró su inconsciente y le ignoró. Esas cosas seguían siendo difíciles para él.

«¿Morirá si no le digo que también lo extrañé?, por supuesto que no. Entonces, a la mierda eso».

—¿Qué tanto tard...? Oh, Hongjoong-hyung. Hola.

El nombrado alzó su vista una vez se quitó las zapatillas, confundido y con su ceño, levemente arrugado. El amigo rubio de su menor estaba allí, con su rostro ladeado y sus pequeños ojos fijos en él, suaves, curiosos y sorprendidos también.

Hongjoong no diría que estaba decepcionado por ver a San ahí, pero, lo estaba.

—Umh... hola, ¿cómo estás?

—Sorprendido de verte por aquí, pero bien.

El mayor evitó rodar sus ojos y asintió—. También estoy bien, San.

—Me alegra.— replicó el susodicho, sonriendo.

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Hongjoong no estaba incómodo de ver a dos chico interactuar tan..., ¿amorosamente? sería ridículo teniendo en cuenta cuán pegada solía estar su boca con la de su menor.

Pero, estaba ligeramente envidioso, no en el mal sentido. Aunque, ¿se podía ser envidioso de buena manera?

Cómo sea.

El pelinegro resopló y ladeó su rostro. San estaba sentado en el suelo, sus piernas cruzadas mientras su espalda se apoyaba en la vacía y sobrante parte derecha del sofá. Se veía relajado y concentrado en película que veían y él desconocía. Su brazo derecho descansaba en los hombros del bajo chico a su lado mientras su sien, también derecha, descansaba en la parte superior de su mullida y lacia cabellera lavanda. Wooyoung, quien sabía que era el mejor amigo de Yeosang y pareja del rubio, tenía sus brazos envueltos firme pero suavemente, entorno a la cintura impropia.

Realmente, entre ellos, no había brecha o espacio alguno. Parecían fundidos en el cuerpo contrario.

Hongjoong suspiró y su rostro viró, observando al chico a su izquierda y lejos de su persona por unos poco centímetros. Siete o tal vez diez. Sus largas piernas estaban cruzadas, su codo izquierdo reposaba en el brazo del sofá y su espalda, estaba ligeramente curvada. A pesar de verse desinteresado o, aburrido de lo que en aquella pantalla pasaba, no lo estaba. Realmente estaba enfocado en la película, había reído un par de veces y murmurado algunas incomprensibles cosas también.

El pelinegro miró, escasamente a la pareja allí y, por segunda vez, suspiró. Repentinamente frustrado.

Quería una relación tan íntima como la de ellos, aunque, ciertamente, parecía difícil de conseguir. Algo entorno a ellos se lo gritaba, era peculiar, atractivo y especial. Honestamente inefable.

Mingi y él tenían una peculiar pero buena relación, era íntima también. No en el sentido sexual de la palabra sino de... un vínculo sorprendentemente estrecho, en el cual existía cierta confianza y un grado de profundidad, considerable e intenso. Demasiado. Ignorando el desbordante deseo sexual por el contrario y la innegable atracción mutua.

No se quejaba de eso, ¿cómo podría?, él simplemente quería ¿algo más serio?

Quería una estúpida e innecesaria etiqueta, una que le diera seguridad y certeza. Una que acabara con sus inseguridades, tal vez irracionales y molestas dudas.

Meneó su cabeza, deshaciéndose de esas ideas. No tenía que pensar en ello, de momento, daba igual.

Su rostro se giró y sus ojos se volvieron a posar en su menor, lo admitía, le gustaba verlo. Y tras volver a suspirar, su dongsaeng de rojas hebras, le miró también. Le sonrió con sus labios apretados, suave y con cierta dulzura, alterando su sosegado corazón. Mingi estiró su largo brazo derecho y posó su mano, fugazmente, en la blanca mejilla impropia, su pulgar acarició aquella blanda zona con lenidad y Hongjoong se estremeció.

Y cuando el contacto se perdió, Kim abultó sus labios con ligereza. Honestamente, Mingi lo tenía comiendo de su palma.

—Fue una buena película.— murmuró el de hebras violetas, soltando al rubio y estirando sus brazos, bostezando en el proceso—. Pero apenas presté algo de atención.

San rió y su cabeza palmeó—. No me sorprende.

—Cómo sea.— Wooyoung se giró y sus orbes clavó en el pelinegro allí, curioso—. Mingi ha hablado un poco de ti y nunca te había visto antes, eres lindo.

—Gra-Gracias.— murmuró sonrojado y por lo bajo.

Realmente no sabía cómo tratar con los cumplidos, pocas veces los había recibido en su vida y, aún así, seguían siendo incómodos. Para él, al menos.

—¿Por qué te gusta?— inquirió al ladear su rostro, Hongjoong arrugó su ceño, desconcertado—. Me refiero, puede que tenga cierto encanto y bueno, su rostro no está mal y su cuerpo...

—Wooyoung.— interrumpió San, seco.

—Lo siento.— replicó el nombrado, ligeramente avergonzado—. A lo que iba, Mingi es distraído, ruidoso y molesto la mayoría del tiempo y sus chistes no tienen gracia. ¿Por qué?

El único con oscuras hebras allí, arrugó aún más su ceño. «¿Por qué?», no tenía uno, tenía varios. Aún así, no diría ninguno.

—Con el tiempo te acostumbras.— terminó diciendo tras sacudir sus hombros.

—Oh vamos.— Jung cruzó sus brazos, disgustado. Aquello no le servía—. ¿Te acostumbraste a su perversión también?

—¿Cómo?

—Ya sabes, ese bastardo es un depravado de primera.— respondió tras señalar al ameno pelirrojo con su mentón—. Constantemente hace bromas con doble sentido e insinuaciones exageradamente vulgares, si con nosotros es ligero contigo debe ser lo contrario, peor. Mucho peor.

Hongjoong se sonrojó, aquello era cierto y algo a lo que nunca se acostumbraría.

—Tienes un punto.— le dijo poco después, mirando a nadie.

—Entonces— insistió el segundo más bajo—, ¿cómo te fijaste en él?

«A la mierda».

—¿Cómo no fijarme en él?— expresó con fastidio, rendido. Cruzó sus brazos y miró al novio de San con exasperación, no sabía lidiar con las personas tenaces—. Estaba insistentemente a mi alrededor, como una jodida mosca. Acosándome. ¿Cómo no me fijaría en él?— reiteró, efusivo—. Pasaba más tiempo con él que con mi maldito mejor amigo.

—Pudiste simplemente detestarlo.— señaló el de cabellera lacia. Ansioso de más.

—Y por supuesto que lo hice.

—¿Entonces?

—Tú lo dijiste; tiene cierto encanto.— masculló tras rodar sus ojos, «¿por qué se lo digo?, Mingi está aquí y aunque, en varias ocasiones haya confesado, de manera inconsciente que me gusta... es vergonzoso y apenas sí conozco a esos dos»—. Ignorando el hecho de que es, asquerosamente atractivo, es también alguien divertido y la atracción, fue algo difícil de pasar por alto. Simplemente pasó, y ya.— musitó y sus hombros sacudió, tenso. Mingi le estaba mirando demasiado fijo para su gusto.

—Según Mingi eras heterosexual.

—Sí, bueno eso... da igual ahora.

—Pero...

—Ya cállate, Wooyoung.— interrumpió el pelirrojo, mirándole con censura y cierta advertencia. El mayor allí estaba incómodo y parecía el único que no lo notaba—. Alardea de tu relación mejor, para eso eres bueno.

—¿Ves?, es un idiota.— murmuró el nombrado a Kim, éste sonrió con ligereza—. Sólo quería saber un poco más, tú y San nunca me cuentan mucho.

—Hay cosas que mejor desconocer, Wooyoung.— le dijo el rubio, sonriéndole cariñosamente.

—Cómo sea.

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Dos horas después, Hongjoong ingresó a la habitación de su dongsaeng y, descuidada como perezosamente, se dejó caer en su cama. Bocabajo, brazos extendidos al igual que sus piernas, intentando abarcar toda aquella basta superficie. No consiguiéndolo.

Sus labios se torcieron en una mueca al igual que por ellos, escapó un pequeño pero audible quejido.

—Maldición, Mingi. Pesas, idiota.

Expresó tan pronto el peso de su menor fue más que tangible y su pecho como él mismo, fueron presionados de una incómoda y, ligeramente dolorosa forma, contra la blanda superficie en la que yacía.

—Mingi.— pronunció de manera ahogada pero aún así, amenazante.

—Lo siento, ya.

Segundos después, Kim pudo volver a respirar con normalidad y la incómoda opresión en su pecho, desapareció. Mingi se colocó a su lado izquierdo, discretamente sonriente y boca arriba.

—Hongjoong.

—¿Qué?— murmuró tras conectar su mirada con la contraria.

—Móntame.

En menos de un segundo, al pelinegro se le subieron los colores. Un suave rosa nació en el centro de sus mejillas, se extendió, rápidamente por toda aquella blanca superficie y, apenas cubrió gran parte de su rostro, se volvió carmín. Una vez lo abarcó todo, se tornó granate.

Llamativo y distintivo.

—Déjate de tonterías, idiota.— masculló, abochornado. Queriendo levantarse y correr lejos.

Mingi sonrió, ladino—. Sabes que no es ninguna tontería.

Por supuesto que lo sabía, nunca solían serlo. Razón por la cual, la boca de su estómago se hundió y sus entrañas ardieron, deseosas. Su garganta se resecó al igual que sus labios. Él quería hacerlo.

«A la mierda Kim, hazlo».

Tras humedecerse los labios, Hongjoong se sentó y bajo la siempre atenta y expectante mirada de su menor, pasó su pierna derecha por sobre sus caderas, tomó asiento sobre él y colocó sus pequeñas manos, en su firme y cubierto pecho. Clavando sus castaños orbes en los oscuros de su menor que, fija como fervientemente, le miraban.

El de rojas hebras relamió sus labios, a la vez que deslizó sus largos dedos por sobre los muslos impropios—. Preferiría que fuera sin ropa.

—¿Qué esperas a quitarla?

El alto gruñó y sin mucho esfuerzo, se enderezó. Su mano derecha fue a parar a la nuca del bajo, jaló la misma con cierta brusquedad y sus labios colisionaron duramente.

Sus bocas se abrieron al instante y sus lenguas ingresaron a las cavidades ajenas, sin demoras, desesperadas se encontraron y saludaron. La intensidad del beso no tardó en ser desmedida y sofocante. Sus dientes aparecieron poco después, mordisqueando los belfos contrarios con verdadero ímpetu. Magullando los mismos con destreza y afán.

El abrasador calor de siempre, los envolvió. Palpable y sofocante. Inexorablemente, el de blanca tez, balanceó sus caderas. Buscando fricción y estimulación, para él como para el contrario.

Siguieron besándose, más y más, mucho más. Hasta que sus pulmones mandaron aquella indeseada orden a sus cerebros; «oxigeno. Necesitamos oxigeno».

El pelinegro fue quien rompió el beso, era quien menos resistencia tenía y a quien más le costaba pasar por alto vitales necesidades como el correcto oxigenar de sus pulmones. Jadeante y con su pecho moviéndose de manera desordenada, alterado por tan pasional y netamente hambriento encuentro.

Sin vacilo alguno, sus pequeñas manos descendieron. Sus castaños y dilatados orbes, observaban los contrarios; más oscuros y brillantes a causa de la lujuria más pura. Una vez sus manos llegaron al final, no fueron tímidas al colarse bajo aquella blanca y fina prenda como tampoco lo fueron a la hora de hacer contacto con aquella bronceada y tibia piel. El pelirrojo se estremeció y él sonrió, ladino.

Aún acariciando aquella tibia, trabajada como firme superficie, Hongjoong acercó sus labios al cuello de su menor y no repartió suaves presiones en él, como normalmente haría, al contrario. Sus labios se cerraron en aquella dorada piel con avidez y destacable destreza. Succionando de la misma con empeño, Mingi se estremeció por segunda vez y los vellos yacidos en su nuca, tomaron vida. La electrizante corriente que nació por todo su cuerpo ante tan simple pero aún así placentera acción, enloquecieron su corazón al punto de que éste golpeó con fuerza contra las paredes de su pecho. Y sus dedos no dudaron en enterrarse, sañosos, en la cubierta carne de las caderas ajenas.

Probablemente, marcándolas.

Hongjoong entreabrió sus labios y jadeó ante el sentido apretón en sus caderas. Dolía en la misma forma que le complacía.

Sus labios se movieron por aquella sensible y colorida piel, una vez llegaron a la cara interna de su cuello, sus labios volvieron a cerrarse y a succionar de la piel allí. Su lengua apareció en la escena, y la humedad de la misma, hizo suspirar al pelirrojo. Hongjoong hizo estragos en aquella zona. Con besos y succiones. Una vez se hartó, sus dientes hicieron aparición, deseosos de ser participes de tan interesante como adictiva y placentera actividad.

Sus dientes tiraron de aquella piel que ya había sido maltratada como de aquella que no. Algunas veces delicados y, algunas otras, descuidados. Mingi era un desastre a causa de esto; corazón desbocado y respiración acelerada. Ciertamente trabajosa.

Hongjoong gimió y detuvo sus movimientos cuando, repentina como agradablemente, una ya conocida dureza, apareció. Más que palpable o perceptible.

La erección de Mingi no sólo había tomado forma sino que, rigidez también.

El de abundantes y largas hebras negras, se apartó de aquella magullada zona, observándola, complacido. Habían varias marcas y de un intenso rojo todas ellas. Sin lugar a dudas, tardarían en irse.

Y estaba orgulloso de ello. Había realizado un buen trabajo.

Y más pronto que tarde, su sudadera como la camiseta del pelirrojo, volaron fuera de sus cuerpos. Antes de que pudiera unir sus labios con los de su menor, éste se había adelantado como encorvado ligeramente, para así poder posar sus belfos, en la blanca y pulcra piel de su pecho.

Aleatoriamente, lamió como succionó diferentes áreas de su pecho como cercanas a su clavícula izquierda, asegurándose de dejar duraderas marcas. Mientras Hongjoong se retorcía en su regazo y gimoteaba complacido como exasperado.

Aquello era bueno, le fascinaba pero era también, tortuoso. Quería más, sus entrañas ardían, desesperadas. Agonizantes.

Varios minutos después, Song se apartó. Admirando su obra creada. Satisfecho con ella.

Sus labios volvieron a colisionar, ansiosos y voraces. Aplastándose de la mejor forma posible, empleando sus lenguas y dientes en el proceso. Y cuando la necesidad de más fue desbordante, se apartaron. Sus miradas se enlazaron por unos miseros segundos y aún así, presenciaron la aplastante lujuria brillando en ellas.

Mingi separó sus piernas y le indicó a su mayor que tomara asiento entre ellas, obediente, el pelinegro lo hizo. Tragó en seco cuando, los largos y expertos dedos del pelirrojo se dirigieron, confiados, al botón de su tejano. Contuvo su respiración. No era la primera vez que esos traviesos dedos estarían allí pero, era inseguro y siempre que se encontraban en tan íntima situación, sus irracionales nervios florecían.

Y cuando el botón fue desprendido y su cremallera bajada, sus nervios tomaron dimensión. Respiró con dificultad, presenciando el bajar de su oscura prenda, la misma deslizándose por sus blancos muslos y piernas, parsimoniosamente hasta que, ya no se encontraba cubriéndolo. Sino que, yacía en el suelo, a un lado de la cama impropia.

Contuvo su respirar cuando el alto le miró, ladeado y expectante. Aquella implícita demanda brillaba, intensamente, en sus oscuros orbes.

Exhaló con brusquedad y, sutilmente vacilante como tembloroso, dirigió sus manos a la entrepierna ajena. Torpe desprendió su botón y aún más torpe, consiguió bajar su cremallera. Su rostro ardió ante lo complejo que le fue despojarle de su tejano. Y se quemó una vez observó, inconscientemente, su cubierta erección.

Tan apretada, asfixiada y aún así, excelsamente notoria.

Sus ojos no pudieron capturar más de aquella imagen porque, Mingi, colocó su mano derecha en su nuca y lo jaló hacia sus labios, estrellándolos con severidad. Sus bocas se abrieron a la contraria con rapidez y por quién sabe qué vez, sus lenguas se dieron la bienvenida. Ardientes y devotas.

Con un fino hilo de saliva uniendo sus, ahora separadas bocas, Hongjoong y Mingi respiraban de manera errática.

Pronto, sus únicas y delgadas prendas, ya no estaban en sus cuerpos.

Hongjoong estiró sus brazos y los enredó en el cuello del pelirrojo, acercándose a éste de manera casi imposible. Sus pechos aplastados, realmente fundidos. Y sus bocas, otra vez, se devoraban, verdaderamente hambrientas y desesperadas. A este punto, estaban más que sensibles, hinchadas o enrojecidas.

Y tampoco les importaba mucho.

Hongjoong gimió en la boca de Mingi cuando, su erección, se empujó, insistentemente, contra su entrada. La cual se resistía a semejante intromisión. No se veían hacía un día pero, el tiempo que llevaban sin hacerlo, no era mucho. Un par de días a lo sumo, o una semana tal vez.

Por lo cual, el pelinegro, no entendía la reticencia de su entrada.

A ver, tampoco es como que lo hubieran hecho demasiado. Un par de pocas veces. Quizás, una mano bastaba para enumerar esas veces.

Su rostro se crispó con sutileza, lenta como tercamente, el miembro de su menor se abría paso en su interior. Y, tal vez, debió de ser preparado antes. Pero, siendo completamente honesto, esa ligera quemazón como, parcial dolor, fueron placenteros. Estimulantes.

Al menos para Kim.

Quien tembló una vez fue, perfectamente llenado.

Por varios y tendidos segundos, ambos chicos se mantuvieron inmóviles. Disfrutando de las sensaciones que aquella unión les otorgaba. Sus cuerpos ardían, interna como externamente. El calor de la habitación era agradable como palpable.

El de brillantes hebras gruñó tan pronto como su mayor decidió mecer, suavemente, su pelvis. Sus largos dedos se clavaron en la suave piel de sus caderas mientras sus marcadas facciones se tensaban. Hongjoong jadeó y su pelvis volvió a mecer, más firme que antes. Y continuó, mucho más confiado. Mingi resopló, sofocado por el asfixiante calor en su pecho y buscando distraerse, llevó sus pomposos y más que hinchados belfos, a la línea de la mandíbula del pelinegro.

Besando dicha zona con suavidad, siendo apenas y húmedas presiones. Fugazmente, lamió aquella fina y bellamente resaltante mandíbula. Sus dientes participaron también, arañando con ellos toda su extensión. Regocijándose, internamente, de los pequeños temblores del más bajo.

Los movimientos circulares y pausados, no parecieron ser suficientes por lo cual, Hongjoong profundizó sus movimientos e, inconscientemente, los tornó más desordenados. Arrítmicos.

Su callado entorno fue llenado con sus jadeos y el vulgar pero excitante choque de sus pieles. El cual resonaba por aquellas cuatro paredes, brindando musicalidad a su escena. A su íntima obra.

Hongjoong sintió el familiar crecer de una caliente masa en la boca de su estómago, expandiéndose por éste sin restricciones y acentuando su abrasante sentir tan pronto una de las manos de su menor fue a parar a su desatendida pero firme erección. Fue bombeado con frenesí, su completa extensión fue estimulada y su húmeda punta, atendida con excelencia. A causa de esto, sus movimientos se hicieron aún más descontrolados y salvajes.

Ansiosamente buscando su liberación. El éxtasis puro.

Hongjoong se sacudió, sus extremidades inferiores se entumecieron dulcemente y sus ojos se voltearon como las estrellas tras estos, brillaron. Luminosas. Cegantes. Sus labios se presionaron contra los del alto, mientras que éste enterraba sus largos dedos en las caderas impropias, desbordado por la ahogante forma en la que, la entrada de su mayor, se había apretado entorno a su miembro.

El abdomen de Mingi fue manchado y el interior de Hongjoong, llenado.

A medida que ambos sosegaban sus respiraciones y volvían en sí, activando sus racionales funciones, se vuelven conscientes del pequeño, no tan pequeño detalle que olvidaron. Y todo a causa del aplastante calor del momento y la cruda lascivia viajando por sus respectivos sistemas.

No usaron protección.

La expresión de Kim se desfigura con notoriedad—. Tú... no usaste... ya sabes, protección.— murmura al tener la atenta e inquisitiva mirada de su menor sobre su persona.

Mingi arruga su ceño para luego torcer sus labios con ligereza—. Yo..., no me di cuenta. Lo siento.

El mayor niega, no era tan grave. Ambos estaban sanos y no tenían relaciones con nadie más, si bien, existían ciertos y pequeños riesgos. No había problema. Realmente no era algo tan serio.

Siempre podían hacerse análisis.

Además y siendo honesto con él mismo y sólo para su persona; se había sentido demasiado bien. Aunque fue, levemente consciente, la sensación había sido diferente a lo usual. O a como, normalmente, lo habían hecho.

La idea de piel con piel, sintiendo todo de manera natural era atractiva y, de cierta manera, caliente.

Hongjoong se sonrojó y un aura de timidez envolvió a su encogida persona, esquivando la mirada del contrario, habló;

—S-Se si-sintió bien.— farfulla por lo bajo, avergonzado—. N-No hay pro-problema.— agrega en un tono más endeble que el anterior.

Song sonríe y se inclina, besando la punta de su nariz—. Bien, si tú no ves problema en ello. Está bien.

El de blanca y exornada tez, se estremece en cuanto el alto y bronceado chico, lo levanta sin dificultada aparente para retirarse de su interior.

—¿Pu-Puedes, eh..., prestarme ro-ropa interior?— cuestionó el mayor allí, entrelazando sus dedos y centrando sus orbes en la cerrada y azul puerta.

—Por supuesto.

Tan pronto su dongsaeng se levanta, él cierra sus ojos. Y en cuanto recibe la prenda interior limpia, sale corriendo en dirección al baño, no sin antes exigirle al pelirrojo que no lo vea.

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Tras colocarse su rosa sudadera, Hongjoong camina hasta la cama de su menor, acostándose en el lado derecho de ésta. Bosteza y toma su móvil, repitiéndose mentalmente que, debería sacar el aparato de sus prendas porque, cada vez que sea desnudado y X prenda revoleada a un rincón, su móvil para nada barato, se terminara rompiendo.

Al hallar el contacto de su madre, le explica, sin detalle alguno, el porqué no llegará a casa.

—¿Qué quieres cenar?, mis padres aún no regresan.

Kim deja su móvil en el buró ajeno y alza sus orbes, centrándolos en su menor. Cabellera húmeda y caída, torso desnudo, a la vista y sin ninguna prenda que obstruya o cubra sus trabajados abdominales y fuertes brazos. Relame sus labios y el holgado pantalón gris que cubre sus torneadas piernas, no puede importarle menos.

—A ti, otra vez por favor.— bromea con una ladina sonrisa exornando sus rosas labios.

Mingi ruedas sus ojos pero aún así, sonríe. El pelinegro a veces era descarado y otra veces tan tímido y resbaladizo que él sólo podía fascinarse y contemplarlo. Era un diamante en bruto.

El pelirrojo camina hasta su mayor y, cuidadosamente, se posiciona sobre su pequeño cuerpo y entre sus piernas, ligeramente separadas.

—Me refiero a comida de verdad.— replica con suavidad, risueño.

Hongjoong expande su sonrisa y desliza sus manos por los brazos ajenos hasta llegar a su cuello y rodearlo—. Creo que unos simples fideos nos servirán por hoy.

—¿Sin apetito?

—El sueño o la fatiga suelen cerrar mi estómago.— responde entre dientes, arrastrando las palabras.

—Interesante.— musita al ver más detenidamente, la adormilada expresión contraria—. Vayamos a comer algo antes de que caigas rendido.

—Me parece bien.

Varios minutos después, Hongjoong volvía a yacer en la cama de su menor. Más somnoliento que antes pero ahora, con el estómago lleno. Bostezando, observa el tranquilo y, ligeramente perezoso andar de su menor; arrastrando los pies, se dirige hacia el interruptor de la luz y, segundos después, la misma muere. Desaparece y sume el cálido entorno, en la negrura misma.

Siente el hundirse del colchón a su lado izquierdo, por lo cual voltea el rostro y, entrecerrando sus ojos, intenta distinguir la silueta del pelirrojo, pero apenas y consigue distinguir algunas partes de su afilado rostro.

—Buenas noches.— musita su dongsaeng, bajo.

El interior de Kim se revuelve y una intensa sensación, difícil de ignorar, emerge de lo más profundo de su mente y, vacilante, la concreta. Moviéndose sobre la blanda superficie, dubitativa como torpemente, consigue pasar su brazo derecho por sobre la cintura del alto. Con su extremidad descansando allí, puede sentir la calidez de la expuesta y ajena piel. Sus mejillas enrojecen y aún así, se acerca un poco más, hasta que su frente se pose en el descubierto pecho de su menor.

Su calor corporal lo envuelve y él suspira, sintiéndose bien.

—Buenas noches.— murmura en un, excesivamente bajo tono. Avergonzado.

Mingi ríe, enternecido, y sin vacilo alguno, coloca su brazo izquierdo por sobre el contrario y derecho. Con una suave sonrisa aún decorando sus belfos, cierra sus ojos.






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