❈•≪29. Despedida≫•❈
Y el día más entrañable de todos los existentes, llegó.
Colorido y, ciertamente festivo, se posó sobre todos. Iluminando algunos rostros como relajando algunos otros. Hasta el ambiente se tornaba, ligeramente más ameno y vivaz.
Aquel día que indicaba el final de una semana y por nombre se le había concedido; viernes. Había llegado, cálido, aclamado y como siempre, bien recibido.
Además, el llegar de este día indicaba que, desde los amargos e imprevistos acontecimientos vividos por el pelinegro, habían pasado ya cuatro días.
Cuatro días, de los cuales, los dos primeros, le fueron, considerablemente difíciles de llevar. Puesto a que, si bien el martes se lo pasó con su dongsaeng y amigo, haciendo nada en particular pero sí compartiendo algunas que otras risas y buenos como frustrantes ratos. Eso no fue hasta la tarde, a eso de las seis, o poco más.
Horas antes, Hongjoong, estuvo en su cama sin poder mover un misero dedo, puesto a que su progenitora estuvo sobre él como abeja tras polen o polilla en busca de un fosforescente foco de luz. Cerciorándose de que le obedeciera y no saliera de su cama a menos que, necesitara ir al baño.
Al principio le gustó, bueno, las primeras tres horas. Luego de su despertar, a eso de las nueve de la mañana.
Miró películas en su portátil, comió como si fuera un rey, en su cama y con su madre trayéndole de beber o, valga la redundancia, de comer. Vio vídeos como navegó por el internet, buscando nada en particular.
Pero cuando se hicieron un poco más de las doce, casi la una del mediodía, se hastió. Yacer en su cama sin poder hacer nada por mucho tiempo, realmente le frustró como le desesperó, constantemente estaba moviéndose, yendo de un lado al otro, estuviera haciendo algo importante o no.
Gustaba de moverse, de caminar y de estar en constante funcionamiento. Dentro de su casa como fuera de ésta.
Pero cuando sus altos visitantes se fueron, quedó tan satisfecho como agotado, por lo que, con ayuda de su madre, fue hasta al baño, hizo lo que debió y se fue a dormir.
Para el siguiente día y que por nombre tenía miércoles, la inflamación en su pie había desaparecido aunque aún sentía una ligera, muy diminuta molestia al caminar. Para su suerte, era soportable.
Lo peor fue ingresar a clases y tener que ocupar su asiento de siempre, junto a Lee. Por obvias razones ninguno quiso saludar al otro, es más, apenas ingresó y vio en su dirección, el castaño tenía sus auriculares puestos y se encontraba viendo hacia la ventana allí. Algo que nunca antes había hecho.
Eso sin dudas fue incómodo pero aún así, soportable.
Lo que le hizo querer levantarse de su asiento y correr fuera para no volver, fue Kwang y su mirada. Éste había ingresado varios minutos después que él y tres minutos antes de que la campana sonase, acompañado de su amigo Kang y de otros dos chicos.
Hongjoong se encontraba mirando, desinteresadamente, hacia la puerta porque, ¿qué más podía hacer o hacia adónde más podía mirar en lo que esperaba por el inicio de clases?
Sus miradas se encontraron y él tembló con sutileza, intimidado. Los ojos del rubio, apenas se encontraron con los suyos, relampaguearon. Más que crispados y sumamente resentidos. Su mirada era tan pesada como oscura.
Y a pesar de eso, él no apartó la suya y fingió confianza.
Alzó su mentón de manera arrogante como se enderezó en su asiento, queriendo lucir osado como más grande de lo que, físicamente era. Supo que esa actitud suya no fue bien vista por su rubio compañero cuando las facciones de su rostro se crisparon hasta tensarse y contrariado, apartó la mirada.
Internamente se felicitó, él no se doblegaría ante nadie y si tenía que simular tener confianza cuando no la tenía para que aquello no sucediese, lo haría.
En cuanto el siguiente día a ese, llegó. La situación fue más amena. Aunque Kwang como algunos otros más siguieran perforando su nuca con insistencia y saña, fue un día bastante ameno en el cual, lamentablemente, no vio a su dongsaeng en ningún momento. Pero estuvo con Seonghwa y eso fue suficiente para él.
En cuanto al viernes, día actual, apenas se encontraba transcurriendo el tercer receso, y de momento, estaba siendo como el anterior, ameno y un poco más alegre.
Lo que agradecía.
—¿Qué harás en vacaciones, Hongjoong?
El nombrado quitó la vista de su sopa y la clavó en su castaño y curioso amigo—. ¿Estas vacaciones?— inquirió con suavidad, distraído.
Seonghwa rió y su cabeza meneó, incrédulo y burlesco—. ¿Si sabes que éste es el último día de clases, no?— cuestionó con una de sus cejas enarcadas—. Hoy comienzan las vacaciones.
El pelinegro detuvo sus movimientos, con la cuchara de su sopa a medio camino y sus orbes, expandidos. Incrédulos, pasmados.
—Eso explica el porqué, casi todas las personas con las que me he encontrado, están tan alegres y sonrientes.— murmuró de manera queda, asintiendo y terminando el recorrido de su detenida cuchara hacia su boca.
Mingi rió, apartando su acabado desayuno para verle—. Eres realmente distraído algunas veces, ¿eh?
—¿Es una pregunta o una afirmación?— cuestionó sin verle, acabando con el poco caldo en su tazón.
—Una afirmación, por supuesto.
—Tal vez.— concedió, sacudiendo sus hombros y suspirando, satisfecho. Su sopa de pollo ya no existía—. Sabía bien.
—Lo notamos.— replicó su amigo—. ¿Y bien? ¿harás o no algo en vacaciones?
—No lo sé.— respondió poco después, tras el arrugar de su ceño, pensante—. Nunca planeó nada, ni mi madre tampoco. Si no tiene demasiado trabajo, puede que hagamos algo o no.
—Y luego dice que soy aburrido.— masculló el castaño, divertido y fingiendo estar ofendido.
—¿Cómo...?
—Me lo ha hecho saber en alguna que otra ocasión, muy directamente.— interrumpió con una ligera sonrisa en sus labios, divertido. Hongjoong negó, ligeramente avergonzado y pasmado.
—¿Y qué harás tú en las vacaciones, hyung?
—Iré unos días a Jinju.— respondió, monótono y Mingi ladeó su rostro, curioso—. Allí nací, visitaré a mis tíos.
El menor asintió y un alargado «ah», escapó de sus pomposos labios, en señal de comprensión—. Dicen que su población no es muy grande.
—No lo es.— aseveró el castaño, asintiendo con ligereza.
—¿Por cuántos días estarás allí?— cuestionó el de oscuras hebras.
—No lo sé, cuatro días, tal vez.— respondió, frunciendo sus labios, dubitativo—. Mi madre no está segura aún, a mi padre le da igual y yo..., a mí me toca esperar a que se decidan.— agregó tras sacudir sus hombros, desinteresado.
—Te vendrá bien.— aseguró Hongjoong, sonriéndole fugazmente y siendo correspondido de manera afable, sutil—. ¿Y tú, tienes planes también?— cuestionó, girando su rostro hacia su pelirrojo dongsaeng.
—Visitaré a mis abuelos y primos en Incheon.
—¿Eres de allí?- inquirió un curioso Park, sorprendiéndose ante el afirmativo asentir recibido-. No lo sabía.
—Tampoco sabía que fueras de Jinju.— replicó el menor allí.
—Como tampoco debías de saber que Hongjoong es de Anyang, ¿cierto?— y la asombrada expresión que obtuvo, fue suficiente.
—Ciertamente parecen nativos.— terminó diciendo, escueto.
—Tanto Seonghwa como yo llevamos viviendo aquí desde que tenemos once.— replicó Kim, sin adornos y escueto también.
—¿Desde esa edad se conocen?— tanto el pelinegro a su lado como el castaño, negaron.
—Nos conocimos a los catorce.— aclaró el más bajo allí, suave—. ¿Cuánto llevas en Seúl?
—Apenas y dos años.
—¿Y tu acento?— cuestionó un, genuinamente interesado castaño.
—Dejé de usarlo a los pocos meses de estar viviendo aquí.
Y antes de que, cualquiera de los dos mayores pudiera pronunciar o replicar algo, la campana ya había sonado.
Por lo que, dieron la conversación por finalizada y, perezosamente, los tres se levantaron y tras devolver las bandejas, salieron rumbo a sus respectivas clases.
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Hongjoong revolvió sus húmedas hebras y tras suspirar con sutileza, sus brazos extendió al igual que sus piernas para, segundos después, brincar y caer, bocabajo, sobre su mullida cama. Quejándose levemente ante la caída no muy suave que tuvo.
Momentáneamente, sus ojos cerró y tras que otro, ligero suspiro, abandonase sus pequeños y rosados labios, los abrió. Giró sobre sí mismo, quedando hacia arriba y con sus grandes y castaños orbes, fijos en su poco interesante techo.
Parpadeó varias veces, viendo aquella plana e impoluta superficie con desinterés, inconscientemente sus labios se abultaron y sus pequeñas manos se aferraron a la holgada y negra sudadera que vestía.
—Siento que a ti te queda mejor que a mí.
Con su rostro ardiendo y su corazón galopando, salvajemente. El pelinegro se enderezó y pasmado, vio hacia la abierta puerta de su habitación, allí y recostado sobre el marco de la misma, yacía su dongsaeng. Sonriente, de brazos cruzados y con sus pequeños orbes, brillando con mofa.
—¿Cómo entraste?— inquirió aún ardiendo pero con su ceño fruncido. Su madre hacía dos horas se había ido a trabajar, no pudo abrirle.
—La puerta no tiene llave, ¿tienen la misma manía con tu madre?— respondió mientras la sonrisa en sus labios se acentuaba y él ingresaba, cerrando la puerta.
—¿Y decidiste, por cuenta propia, que era mejor ingresar que llamar y esperar a que atienda?— cuestionó con una de sus cejas enarcada, censurante como asombrado.
Mingi rió y sus hombros sacudió—. Si lo dices así, suena y se ve mal.
—Porque lo está.— replicó con obviedad, ignorando el vuelco que su corazón tuvo apenas el chico de dorada tez, tomó asiento en su cama y a centímetros de su cuerpo—. ¿Qué haces aquí?
—Venía de ver a San— murmuró entre dientes, vago—, y me pareció buena idea pasar a verte también, hablar y eso, antes de irme a Incheon.— procedió más firmemente, con sus oscuros ojos puestos en los impropios.
—Ya, ¿y cuándo es que te vas?
—Mañana.
Hongjoong asintió y un grito ahogó tan pronto las manos de su menor se posaron en sus descubiertos y cruzados tobillos, los cuales, hábilmente y con absoluta facilidad, descruzó como sus piernas separó. Tirando de éstas y acercándolo, en un instante, a su fornido cuerpo.
El chico de clara tez y sonrojadas mejillas, mordisqueó, nervioso, su labio inferior—. T-Tú y y-yo..., no s-solemos hablar.
Mingi ladeó su rostro y una torcida sonrisa danzó en sus voluminosos belfos, adornándolos bellamente—. Eso es muy cierto— aseguró tan pronto sus manos se posaron en las caderas ajenas—, pero se me es muy difícil mantener una conversación contigo.
—¿Tus revolucionarias y siempre despiertas hormonas tienen que ver en eso?— replicó con su rostro ladeado y un pequeño atisbo de burla en su voz. Provocando una suave y corta risa en su menor.
—Tal vez.— concedió, risueño—. Pero el que seas tan atractivo..., sencillamente hace que quiera tener mi boca sobre ti.
«Malditas sean mis hormonas».
—¿Cuántos días te quedarás en Incheon?— cuestionó con suavidad y disfrazado interés, ignorando el caliente cosquilleo en lo profundo de su vientre.
—¿Por qué?— repreguntó, relamiendo sus labios y ladeando su rostro aún más, como un cachorro que no comprende una orden—. ¿Me extrañaras?
«Sí».
Hongjoong enrojeció, desde la base de su blanco cuello hasta la punta de sus orejas, quemándose en un intenso y sumamente acusador granate.
—C-Claro q-que no— farfulló torpemente y se maldijo por dentro—, curiosidad.
El de bronceada tez rió y su cabeza meneó—. La primera semana, tal vez. Aún no se decide.
Inconscientemente, el de oscuras hebras abultó sus labios en un ligero pero aún así perceptible mohín, disgustado.
Seonghwa se iría unos días a Jinju y Mingi una semana o tal vez más, a Incheon y él, él se quedaría en su casa, hastiado y totalmente solo. Rogando porque su madre no tenga tanto trabajo y puedan hacer algo juntos.
Sin dudas, las mejores vacaciones de su vida.
—Luces devastado.— Hongjoong parpadeó y su entrecejo arrugó.
—No lo estoy, sólo pensaba en cuán divertidas serán mis vacaciones en comparación a las tuyas o a las de Seonghwa.
—¿Eso fue sarcasmo?— inquirió el de brillantes hebras, enarcando una de sus cejas.
—Absolutamente.— pronunció su mayor, irguiéndose y sonriendo ampliamente, como si estuviese orgulloso de ello. De sus sarcásticas palabras.
Mingi apretó sus labios y contuvo la sonrisa que en estos quiso formarse. Francamente, aquel chico de baja estatura, le tenía más que fascinado. Todas sus facetas eran refrescantes y sin lugar a dudas, Kim Hongjoong era un verdadero encanto.
Sin emplear palabras, Mingi apartó al contrario, por unos pocos centímetros, de su cuerpo. Confundiéndolo. Segundos después, cruzó sus largas piernas con comodidad y, tras regalarle una fugaz sonrisa, palmeó sus grandes muslos y, suavemente, le pidió que tomara asiento sobre estos.
Con un suave sonroso en sus mejillas, el de lechosa tez, obedeció. Tomando asiento, cómodamente, en los grandes muslos impropios y, vacilante, sus pequeñas manos dejó en sus amplios hombros.
—¿Puedo besarte?
Y el sonroso de Kim, pasó a ser un intenso rubor—. Es más vergonzoso cuando lo preguntas a cuando, simplemente, lo haces ¿sabes?
—Ya veo, pero, ¿puedo o no?
—Sí.— masculló en un bajo y cohibido tono.
Como premio obtuvo otra fugaz y suave sonrisa, porque en milésimas de segundos después, aquellos sonrientes belfos, estaban sobre los suyos.
Como siempre, el inicio de su beso no fue más que un superficial y cosquilleante toque. Suave, ligero, dulce y, podría decirse que, casto también.
Hongjoong suspiró con suavidad sobre los labios contrarios cuando, lentamente, se apartaron de los suyos. Sus párpados elevó y su mirada se encontró con la de su menor, tan pronto como ambas se enlazaron, sus labios volvieron a chocar.
Y fue tal cual, un choque. Una ferviente colisión que, ligeramente, ocasionó que su cabeza se hiciese hacia atrás. Hasta su cerebro danzó en su cavidad por el brusco impacto.
Hongjoong pasó de estar con sus manos apoyadas en los hombros de Mingi, a estar, fuertemente, sujeto a su cuello. Con sus brazos enredados entorno a éste. Mientras que, las manos de Mingi, pasaron de estar apoyadas en las caderas de su mayor a, firmemente, enredarse entorno a su pequeña cintura.
Sus labios colisionaban entre sí con dureza y desbordante ahínco, devorándose rudamente. Empleando sus lenguas y dientes, tirando de allí y mordiendo de allá. Impetuosos. Desesperados.
Lo que ocasionó que, rápidamente, sus respiraciones comenzaran a fallar miserablemente, mientras que sus pulmones, palpitaban fuertemente, gritando por oxigeno y rogando por piedad. Comenzaban a quemarse, sañosos. Exigiendo ser escuchados y complacidos.
Por lo que, inexorablemente, ambos adolescentes se apartaron, reticentes. Cogiendo aire con desespero y notorio frenesí.
—Realmente mi sudadera te queda bien.— pronunció el de rojizas hebras, suspirando y moviendo sus labios de manera descendente, en dirección al cuello impropio—. Pero, es verdad también, que te ves aún mejor sin ella.
Hongjoong jadeó y sus párpados apretó, la ronca y calmada voz de su menor era todo, su grande mano colándose bajo aquella holgada prenda que vestía mientras que sus labios besaban, diestramente, la piel de su cuello. Era mucho más.
El calor existente en lo profundo de su vientre, aumentó y se trasladó a todo su cuerpo, elevando la temperatura de su piel y fundiendo su raciocinio como su cerebro entero.
Y no se sorprendió cuando, minutos después y tras retener algún que otro gemido, aquella holgada prenda que vestía, abandonaba su cuerpo, dejando al descubierto su blanco torso.
Sus uñas se enterraron en la cubierta piel de su menor tan pronto los dientes de éste se deslizaron por la piel de su cuello, bajando por su apenas sobresaliente clavícula y descendiendo aún más, hasta que sus regordetes belfos atraparon su pequeño y rosado pezón derecho.
Su garganta vibró, complacido al igual que, inconscientemente, sus caderas se balancearon con sutileza.
Su mente terminó por fundirse y su vista por nublarse, cegado por la lujuria creciendo dentro de él a pasos agigantados.
La cual inhibió su bochorno y frenos completamente, y le permitió, conscientemente, mecer sus caderas con ligereza, creando una débil pero aún así, perceptible y cosquilleante fricción entre ambos. La cual, por portar cortos y delgados pantalones, él sintió más.
Mingi jadeó y sus labios apartó de aquel estimulado pezón, el cual brillaba a causa de su saliva y se encontraba endurecido a causa de sus labios. Sus oscurecidos como dilatados ojos observaron su trabajo, complacidos y orgullosos.
Relamió sus labios y la mirada alzó, centrándola en la desarreglada figura de su agitado mayor, extrañamente, sus hebras estaban revueltas, desordenadas y puestas en cualquier dirección. Su pecho subía y bajaba a medida que el aire ingresaba a sus pulmones como salía, sus labios se encontraban separados con ligereza mientras que sus grandes y castaños orbes, brillaban.
Deseosos, necesitados y, algo más había, pero no sabía de qué forma catalogarlo.
Embelesado por tal imagen, llevó su mano derecha hasta su nuca y acercó, bruscamente, sus rostros. Haciendo que sus labios colisionasen otra vez, sólo que más duramente, lo que les causó, a ambos, un ligero dolor. Debido al hosco impacto.
Pero, ¿qué era del placer sin un poco de dolor?
Más que rápidos, se correspondieron. Abriendo sus bocas con avidez y cierta maestría. Respirando, ambos, pesadamente por sus narices. En cambio, sus lenguas se enredaban con la ajena, batallando fervientemente e intentando doblegar a la contraria con insistencia y, asombrosamente, ambos dominaban aquel beso. Equitativos.
Pero ante tal salvajismo y desespero, más de una vez, sus dientes chocaron entre sí, pero poca importancia le dieron a esto.
Cuando sus pulmones volvieron a gritar y arañar en busca de oxigeno, Hongjoong fue quien se apartó primero, cediendo ante tan desesperada demanda y una que, lastimosamente, era imposible de ignorar.
Por lo que, suave pero firme, sus dientes se enterraron en el belfo inferior de su dongsaeng, mordisqueando el mismo por unos escasos, realmente efímeros segundos, para luego tirar de éste con lentitud. Sintiéndose satisfecho ante el jadeo obtenido.
Sus párpados se elevaron y sus dilatados ojos se toparon con los contrarios, los cuales brillaban pesada como intensamente.
Sin restringirse en lo absoluto, Hongjoong llevó sus manos hasta la parte final de la remera contraria, aferrándose a ella con decisión y, confiadamente, tiró de ésta hacia arriba. Quitándola sin dificultades y dejando a la vista, el firme como bronceado torso que cubría y su menor, poseía.
Sus labios se resecaron y sus manos cosquillearon, ansiosas por recorrer, libremente, aquella dorada piel.
No era necesario decir o señalar siquiera que, ambos adolescentes, estaban excitados y con notorios bultos bajo sus respectivas prendas.
Los cuales crecían considerablemente, siendo más notorios para sus propietarios y a su misma vez, difíciles de ignorar para estos.
Hongjoong jadeó a modo de queja cuando, tras mecer sus caderas varias veces, buscando estimular su ahogado miembro, no consiguió más que pequeñas y frustrantes fricciones. Las cuales le habían causado un muy sutil cosquilleo y seguro estaba que al pelirrojo, menos que eso.
Él quería más, necesitaba más al igual que su cuerpo rogaba por más.
Mingi tensó sus facciones y apretó sus labios, reteniendo sus pequeños jadeos. Si bien no estaba recibiendo las mejores y más palpables sensaciones, algo, por más escaso y desesperante que fuese, estaba recibiendo.
—N-No tengo p-preservativos c-conmigo.— informó el de luminosas hebras, ahogado.
—¿Y e-eso q-qué?
Mingi clavó sus dedos en la blanca y expuesta piel de su mayor, sañoso—. N-No podemos ha-hacerlo.
Hongjoong arrugó su entrecejo y aún meciendo sus caderas en busca de algo, pensó.
¿Por qué no podían?, ambos eran chicos y ya lo habían hecho con anterioridad y portando protección como, la última vez al menos, ayudándose de un lubricante.
Su poco despierto y funcional cerebro no tardó demasiado en brindarle una respuesta y en recordarle, tenuemente, las clases de educación sexual que había recibido los primeros tres años de su joven pubertad. O ya bien concebida, adolescencia.
«Infecciones de transmisión sexual», la respuesta que, cansado, su cerebro le murmuró cuando, en un pasado y estando en sus más óptimas funciones, le habría gritado por buscar el porqué de algo obvio, muy obvio.
Frustrado el pelinegro resopló, él quería hacerlo.
—N-No tiene po-porqué haber ese tipo de contacto.— terminó diciendo, con sus caderas meciéndose más insistentemente y sus ojos, fijos en los impropios—. Anda Mingi, p-por favor.
Rogar se le estaba haciendo una asquerosa costumbre cada vez que estaba con el susodicho, estuvieran por tener sexo o no. Y no sabía cómo sentirse al respecto.
Pero su innecesaria como naciente reflexión, fue catapultada lejos, muy lejos, a un lugar fuera de su mente. Desterrada de ésta.
Y todo a causa de los labios contrarios que, otra vez, se posaron sobre la suave y sensible piel de su cuello, besando la misma delicadamente, como si no fuera más que una simple y superficial caricia, una que procuraba no dejar marcas en aquella zona.
Bueno, procuraba no agregar más marcas, porque haber, ya habían. Y como siempre, muy notorias.
Hongjoong jadeó, sorprendido, aferrándose fuertemente al cuello impropio apenas su cuerpo fue inclinado, y aunque supiera que su espalda chocaría contra su mullido y suave colchón, su anterior acción fue un acto reflejo.
Sumamente mecánico e impensado.
Un acto que divirtió al pelirrojo, puesto a que, una ladina sonrisa se había deslizado por sus labios como una suave y corta risa, escapado por entre estos. El pelinegro infló sus mejillas, indignado, y golpeó su desnudo pecho varias veces y sin fuerza alguna. Avergonzado y con su rostro ardiendo.
—Eres encantador, ¿sabes?— exclamó el aún sonriente Mingi, acomodándose entre sus piernas y con su rostro, ligeramente ladeado hacia la izquierda.
—Podrías no decir esas cosas mientras tenemos...
—No tendremos sexo.— interrumpió su dongsaeng, malicioso.
—Todo es parte del sexo, cállate y sólo..., cállate.
—Encantador~.
Hongjoong separó sus labios, dispuesto a reñir al menor sobre su cuerpo y entre sus piernas, pero de sus, ligeramente, hinchados labios, no salieron palabras, sino un inesperado gemido. El cual fue ocasionado por la mano contraria, la cual, intencionalmente, había rozado su aprisionada longitud.
Su cuerpo entero se sacudió como sus piernas temblaron, la corriente que había nacido en su miembro y recorrido el largo de su columna velozmente, había sido más de lo que él había conseguido con el mecer de sus caderas.
Su espalda arqueó tan pronto como, el pelirrojo, presionó su entrepierna con la suya, notando a la perfección su erecto y duro miembro. Notando también que, su dongsaeng, ya no portaba sus molestos tejanos, sino que, como él, yacía en ropa interior.
Porque sí, en algún momento en los que él, muy probablemente, se encontró más enfocado y cegado por las sensaciones transcurriendo en su cuerpo, tanto interna como externamente, que el despoje de sus cortos pantalones, fue poco relevante y notorio.
Simplemente y de un momento para otro, ya no estaban.
Lo cual agradecía porque su miembro, a pesar de haber una fina y asfixiante tela de por medio, se rozaba libremente con el contrario, pudiendo palpar con exactitud todo; su prominente o destacable tamaño, su punzante dureza y su ligera humedad.
Gimió más profundamente cuando su menor volvió a balancear su cadera, creando una sentida fricción y que sus punzantes miembros, se rozasen otra vez. Y otra vez, y otra vez, y otra vez y otra más.
Hongjoong comenzaba a marearse, a desesperarse ligeramente y a rogar, desesperadamente, por más, porque él necesitaba, su cuerpo necesitaba que todas sus áreas fuesen estimuladas tan diestramente.
Y a pesar de saber que aquello por lo que, entre balbuceos rogaba, no llegaría. De sus labios no escapaba otra palabra que no fuera «más», y ambos sabían a qué se refería con ella.
Hábilmente, Mingi le ignoró y continuó meciendo sus caderas, frotando sus miembros y besando la piel de su mayor, succionando como mordiendo cada blanco espacio que su boca encontrase a su alcance.
El pelinegro enterró sus uñas, sañoso, en las espalda del pelirrojo como abrió sus ojos, sofocado y asombrado, dirigiendo su nublada vista a donde su, ahora liberado miembro, se encontraba.
Y el motivo de su sorpresa había sido, primeramente, la mano de su menor enredándose, gentilmente, entorno a su miembro pero no para acariciarlo o bombearlo como anteriores veces, sino que, para liberarlo de su asfixiante encierro.
Eso le alivió.
Pero lo que, verdaderamente había causado su asombro, no había sido eso. Sino el que, su miembro y el de su menor, estuviesen uno junto al otro, tocándose. Pegados.
Sus castaños y dilatados orbes, se oscurecieron aún más, fascinados y claramente, excitados. Observando con suma atención aquella lasciva y estimulante imagen ante él.
Su miembro, por obvias cuestiones, era unos pocos centímetros más chico que el de su dongsaeng, el cual, como alguna vez se dijo, era, prominente, sumamente destacable y tal vez, más grande que la media. Realmente, mucho más grande.
Y esto no era más que una simple suposición, puesto a que en su vida, le había visto el miembro a otro chico como para saberlo con absoluta certeza. Ni tampoco quería.
Lo que le asombró también, aparte de ver su miembro pegado al impropio, fue el cuánto estaba sintiendo del ajeno a través del suyo, es decir. Podía sentirlo palpitar, necesitado y desesperado, tanto como el suyo lo estaba. Pudo percibir su abrasante calor y su viscosidad, ocasionada por su líquido preseminal. El cual se encontraba también en su miembro.
Su pecho se oprimió como su garganta se resecó. En su vida imaginó que una imagen como aquella y encontrarse en una situación como en la que estaba, le parecerían hechos o situaciones extremadamente excitantes.
Su respiración fue un completo y auténtico desastre cuando Mingi comenzó a bombear ambos miembros con sólo una mano, la derecha, mientras que la izquierda, firmemente, se dirigía a sus testículos y sin pena o vacilo alguno, los estimulaba con maestría. Su espalda arqueó como su cabeza hizo hacia atrás, cerrando sus ojos con fuerza mientras sus uñas, más duramente, se enterraban en la fornida y bronceada piel del dorso de su, sofocantemente, experto menor.
Y por el siseo que de sus voluminosos labios afloró, muy probablemente, le había más que arañado. Sacado sangre, tal vez.
Pero fue un pensamiento muy fugaz, una preocupación sumamente efímera, porque, tan pronto como su menor había siseado, adolorido, sus labios se habían enganchado en el lóbulo de su oreja, succionado el mismo como si se tratase de sus labios. Y aquella electrizante corriente que allí se creó, viajó por todo su cuerpo, estremeciéndolo.
Hongjoong se retorció bajo el cuerpo de Mingi, todo su cuerpo ardía, como si estuviera en un sauna o enfermo y con su temperatura más allá de las nubes. Todo él estaba sensible y ante las mínimas acciones del contrario, su cuerpo se sacudía, indicio de que, claramente, estaba a nada de caer en picada.
Y apenas el chico de alborotadas y rojizas hebras comenzó a embestir su miembro, mientras aún lo estimulaba con su mano y mientras aún su otra mano se mantenía en sus testículos.
Saltó, no esperó a ser empujado o jalado por el abismo mismo, él simplemente decidió brincar hacia éste.
Sus ojos se voltearon y luminosas, realmente destellantes estrellas aparecieron bajo sus cerrados párpados, las facciones de su rostro se tensaron como cada extremidad de su cuerpo se entumeció dulcemente. Su mandíbula se aflojó y de su boca escapó un estrangulado, roto como, extrañamente grave gemido.
Su liberación, realmente arrolló todas sus funciones y sentidos, haciéndole convulsionar a medida que se relajaba y su orgasmo desaparecía. Paulatino.
Cuando sintió al contrario apartarse de su cuerpo y caer a su lado, duramente, su rostro viró como sus ojos abrió, perezoso. Mingi yacía a su lado, bocabajo y con una dulce y adormilada expresión en su rostro.
Inexplicablemente, el corazón de Hongjoong, galopó, errático y emocionado.
—Lástima que tenga que ir a Incheon, podríamos haber disfrutado de las vacaciones con entusiasmo.— murmuró entre dientes, arrastrando unas cuantas palabras y sonriendo de manera ladina.
Kim se sonrojó—. Eres un cerdo pervertido.— masculló, abochornado y, sutilmente cohibido.
—Te gustaría, no lo niegues.— replicó Song, sacudiéndose con levedad a causa de su pequeña risa.
«Sí, y hacer otras cosas también. Imbécil hormonado».
Hongjoong resopló, sus ojos rodó y decidió que, mejor sería no decir nada y simplemente callar. Mientras los ojos contrarios observaban su rostro, aguardando alguna replica, tal vez. Los suyos se deslizaban por la firme, amplia y bien trabajada espalda ajena, viendo cada zona de su dorada piel con gozo.
Hasta que sus orbes se expandieron, horrorizados y sorprendidos. Habían algunos arañazos suyos en aquella piel, sí, pero el motivo de su sorpresa y espanto no fue eso, sino que, un poco más abajo de sus omóplatos, varios centímetros más abajo y podría decirse que, sobre sus dorsales. Yacían, a cada lado, dos largos rasguños, y el rojizo por el cual brillaban no era nada más ni nada menos que sangre, mínima y, aparentemente seca.
Pero sangre al final de día.
Rápidamente el pelinegro se enderezó, alarmado, preocupado y, completamente abochornado.
—L-Lo siento ta-tanto, Mingi.
El aludido retuvo su sonrisa y sacudió sus hombros, despreocupado—. Admito que, al principio, el ardor fue placentero y realmente, no me fijé mucho en él. Hasta que me dejé caer a tu lado y el ardor es ahora dolor, escuece pero estoy bien.— aseguró, sonriendo vagamente—. Viviré.— agregó, burlón.
Hongjoong arrugó sus labios, contrariado—. ¿Tienes que bromear con respecto a todo?— cuestionó, saliendo de la cama con una sorprendente confianza que no sabía que poseía.
—Sí, debo.— respondió con suavidad, asintiendo sin ser visto—. Además, así te gusto.
Tras Hongjoong haber encontrado la negra sudadera de su dongsaeng, no dudo en colocársela y cubrir con ella, su casi desnudez, puesto a que, aún portaba su ropa interior, ignorando el hecho de que estaba sucia y pegajosa y, realmente, era más que incómodo llevarla.
—N-No me gustas.— aseveró una vez sus orbes se posaron en los brillantes de su menor y éste le sonrió con mofa—. ¡Hablo en serio!
Lo último que el pelinegro escuchó antes de salir de su habitación, fue la ronca y baja risa del pelirrojo, lo que le crispó.
«No pudo haberlo notado..., ¿o sí?, imposible. ¡Él no es así de listo!».
—¿Por qué traes un botiquín de primeros auxilios?— cuestionó el adormilado pelirrojo, enarcando su ceja más visible, curioso.
—Para limpiar la sangre seca.— respondió como si no fuera obvio, tomando asiento en su cama y cruzando, cómodamente, sus piernas. Colocando el pequeño botiquín entre éstas.
—No es necesario.— murmuró con fingida indiferencia, reprimiendo el nacer y querer salir de sus melosas palabras—. He tenido peores y... ¡Hongjoong, eso duele!
—Oh, lo siento, no fue intencional.— masculló el susodicho, parpadeando varias veces y fingiendo inocencia como asombro, procediendo a retirar el algodón con alcohol de las heridas que él ocasionó en aquella piel que tanto le gustaba—. En serio, me distraje un poco, perdón.
—Claro, cómo digas. Además, no me refería a eso. Sino a lesiones.— pronunció con fingida seques tras chasquear su lengua con también, fingida indignación.
«Aún así, no me arrepiento».
—Lo siento.— reiteró sin hacerlo, convincente, según él.
Mingi rió y sus oscuros como rasgados ojos, brillaron. Fascinados—. Sé que no lo sientes, te conozco dulzura.— aseguró con suavidad, sonriendo más afectivamente y estirando su brazo izquierdo hasta posar, sutilmente, su palma en la sonrosada mejilla ajena—. Tú realmente me golpeaste duro, ¿sabes?
—Nunca te he golpeado.— replicó un confundido Hongjoong, ignorando el calor en su corazón y el regocijo en su pecho.
—No me refería a eso, dulzura.
«Entonces..., ¿a qué se refería?».
El pelinegro sacudió su cabeza, suavemente, haciendo que la mano de su dongsaeng se apartase de su mejilla y dejase de acariciar la misma.
Para él, no tenía sentido intentar descifrar las palabras de su menor, no era bueno y hacía mucho lo había aceptado. Además, su cerebro coincidía con él. Lo que pocas veces sucedía.
Por varios y silenciosos minutos, Hongjoong se dedicó a limpiar la escasa sangre seca que en la espalda de Mingi había, esta vez, siendo cuidadoso y delicado, para cuando finalizó, desapareció por unos pocos segundos, para volver luego de que otros pocos más hubieran pasado.
—Aún tengo la ropa interior que me prestaste aquella vez en tu casa.— murmuró, yendo a su armario y sacando una bolsa de allí—. Está limpia y siento no habértela devuelto antes, se me olvidó.
El pelirrojo asintió como agradeció, tomando sus prendas y la bolsa con su prenda interior, yendo camino al baño, puesto a que sabía dónde se hallaba.
—Podríamos ducharnos juntos, ahorrar agua y eso.— pronunció apenas llegó a la puerta.
—No pasará.
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—¿No tienes que ir a Incheon mañana?— cuestionó el dueño de aquella habitación una vez salió de su ducha y se encontró a su alto dongsaeng en su cama, bajo sus sábanas y viendo su móvil con desinterés.
—Es tarde.— musitó una vez apartó su vista del móvil y la centró en él.
—Son apenas las nueve, Mingi.
—Mi madre me llamará una hora antes de irnos, hice mis valijas antes de ir con San.— respondió, apoyando su cabeza en la almohada ajena y abriendo las sábanas a su lado derecho—. Ahora, si no te importa, a dormir.
—No he cenado y tú tampoco.— señaló con su ceño arrugado, contrariado.
—No tengo hambre, ¿tú?— Hongjoong masculló por lo bajo, tenía sueño y no había nada que pudiera ser una aceptable cena—. Eso es un no, sin dudas. A la cama.
Mascullando por lo bajo, el pelinegro apagó la luz de su habitación y con firmes pisadas, se acercó a su cama, más vacilante, ocupó el espacio que el pelirrojo le había dejado y brincó, involuntariamente, cuando los brazos de éste le rodearon como, fácilmente, lo acercaron a su cuerpo.
Sus mejillas ardieron y su corazón brincó, emocionado. Extremadamente encantado.
—Te tomas demasiadas libertades conmigo.— farfulló, avergonzado mientras ocultaba su rostro en el amplio y cálido pecho impropio.
—Es porque me lo permites y de no hacerlo, sería igual.— murmuró, hundiendo su respingona nariz en las oscuras hebras de su mayor—. Además, eres tú.
—¿Qué significa eso?— inquirió con verdadero interés.
—Eso mismo.— farfulló torpemente, bostezando poco después.
—Eso no me dice nada..., ¿Mingi?— aunque la luz se encontrase apagada y la habitación a oscuras, aún así y con su vista acostumbrada, Hongjoong notó los cerrados ojos de su menor—. ¡Te echaré de mi casa, Mingi!
El aludido rió, suave y sus brazos apretaron, cuidadosamente, el cuerpo que rodeaban—. No se supone que así trates al chico que te gusta, dulzura.
Quemándose fuertemente, Hongjoong ahogó una exclamación—. Dije que no me gustas, imbécil. Deja de contradecirme.
—Cómo tú digas, ahora haz silencio.
El mayor allí resopló pero, como era de esperarse, terminó obedeciendo y guardando silencio mientras Morfeo, sigilosamente, se acercaba a él y extendía su cálido e imposible de ignorar manto, rodeándolo dulcemente.
Y antes de ceder a las no dichas demandas de un mitológico ser, Hongjoong se cuestionó qué, realmente, significaban todas las palabras expresadas por su menor.
No sólo quería saber, su corazón exigía respuestas, las necesitaba porque, honestamente, su corazón no estaba sólo ilusionado y encantado con su dongsaeng.
Estaba, completa y enteramente, entregado a éste.
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