Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

❈•≪26. Lo quiero todo≫•❈

Hongjoong bostezó y con pesadez, abrió sus ojos, parpadeó varias veces hasta que se acostumbró a la sutil luz de su entorno. Quiso levantarse, pues le urgía usar el baño, pero un increíblemente sofocante e inerte peso sobre él, se lo prohibió.

Arrugó su ceño y obligó a su cerebro a despertar y ponerse en marcha, así fuera muy temprano por la mañana y no quisiera, obligó a que sus manecillas comenzaran a circular y obligó a sus engranes a girar, lentos pero eficientes.

Y así fue que notó qué, o quién mejor dicho, le prohibía el levantarse. Mingi.

El menor no le estaba abrazando como en las películas que había visto, aferrándose a él con brazos y piernas, de manera dulce y agradable. No, por supuesto que no. Mingi y él no formaban parte de esas películas. Mucho menos de las románticas.

Su menor estaba, literalmente, sobre él.

Aplastando su diminuta silueta con su enorme cuerpo, su rostro estaba escondido en la curva de su cuello mientras que su pecho estaba sobre el suyo y sus caderas sobre las suyas, hasta sus piernas estaban sobre él.

Como si fuera algo en lo que alguien pudiera quedarse, cómodamente dormido. Como si su pecho no se estuviese oprimiendo, adolorido y como si sus pulmones no se estuviesen oxidando por la falta de oxigeno.

El cual no llegaba a ellos con propiedad.

Gruñendo y con excesivo esfuerzo, Hongjoong quitó a su menor de encima. Él tenía el sueño pesado pero el contrario..., ese chico era otra cosa, apenas y susurró un par de palabras al ser movido bruscamente.

Resopló y su cabeza meneó, tenía un ligero malestar en su parte trasera, pero nada serio, lo cual agradeció. Quizá el lubricante había sido el causante de ello y lo agradecía puesto a que... Rápidamente apartó aquellas ideas de su mente y se dirigió hacia el baño, no sin antes tomar la rosada remera del pelirrojo.

Le había gustado y quería ver qué tan grande quedaría en él, además, fue lo primero que encontró en suelo. Su blanca remera estaba muy lejos y algo sucia como para colocársela otra vez.

Una vez en el baño, entró en conflicto. Tenía que lavarse los dientes pero, por obvias razones, no tenía su cepillo consigo, por lo que, inevitablemente, tendría que usar el de su menor y la idea no le provocó más que asco.

Una cosa era besarse y otra muy diferente usar su cepillo de dientes, era algo personal. Individual.

Razón que le motivó a ejecutar la acción lo más rápido y descuidadamente posible, una vez acabó, lavó su rostro y, gracias al espejo ante él y al profundo corte que la rosa prenda tenía, percibió las violáceas marcas que yacían en su blanca piel.

Irregulares y notorias. Tardarían en irse, lo sabía.

No se mosqueó, al contrario, las observó y, muy en el fondo de su persona, se sintió orgulloso de portarlas, pero no lo reconocería ante nadie, nunca. No había necesidad.

—Mingi, Mingi, Mingi, Mingi, Mingi... ¡Mingi-yah!— exclamó como al susodicho sacudió, pero no obtuvo respuestas, frunció sus labios en un pequeño mohín y se cruzó de brazos, comenzando a golpetear el frío suelo con su desnudo pie—. ¿Cómo puedes no reaccionar?, idiota.

Resopló por segunda vez y fue en busca de su tejano, recordando que allí estaba su móvil y que la noche anterior, aquella prenda había sido lanzada por la habitación sin importancia alguna.

«Que no esté roto, que no esté roto, por favor, por favor, por favor».

Su frágil alma volvió a su cuerpo al notar que el aparato estaba intacto, sin rasguños o lesiones. Lo encendió, verificando si su madre le había llamado o mensajeado, pero no. No había nada en su pantalla de bloqueo, sólo la hora, fecha, temperatura y más cosas.

Pero rastros de una preocupada madre, en lo absoluto. Ninguno.

«Ella sin dudas sabe algo».

Apenas eran las ocho de la mañana, no entendía cómo estaba despierto, era sábado y su cuerpo estaba fatigado, normalmente dormiría hasta las once o diez. Pero, tal vez, que aquella no fuera su cama, su habitación ni su casa y que su vejiga estuviera por explotar, fueron los factores que le despertaron y quitaron el sueño que, se supone, debía tener.

Y el que estuviera por morir asfixiado, sin dudas, fue el factor principal para su despertar.

Sacudió sus hombros y se dirigió hacia la azul y cerrada puerta, según el durmiente chico, sus padres, cuando salían a cenar, no regresaban hasta tarde por la mañana o hasta el día siguiente. Por lo que, se supone, en esa casa debían de ser sólo ellos.

Tenía hambre y la noche anterior, su dongsaeng le dijo que se sintiera como en casa, por lo que, hurgar en su cocina en busca de un decente desayuno no estaba mal ¿cierto?

«Tú sólo ve, nadie se enterará».

Una vez en aquella acogedora cocina, comenzó a hurgar en los cajones de la alacena, teniendo que ayudarse de una silla para llegar a ellos, tal y como en su casa hacía. En ellos habían cereales de diferentes marcas y colores.

Colocó la silla en su lugar y fue al refrigerador, allí habían jugos, frutas, verduras y ramen. Muchas cajas de ramen, seis al menos y todas distintas entre sí. Su estómago gruñó y él asintió, tomando el más común allí y menos picante. Lo colocó en la encimera y fue por un vaso, optando por servirse del jugo de naranja.

Ahora sólo tenía que preparar su ramen y...

—Lindas piernas.

El corazón de Hongjoong se desbocó, asustado. Se sobresaltó y giró, rápidamente sobre sus talones. Se habría emocionado por tan estúpido halago si hubiera salido de los abultados labios de su pelirrojo, pero éste no se encontraba en el marco de la puerta y con dos bolsas en cada brazo, viéndole descaradamente.

Al contrario, un chico casi tan alto que el durmiente Mingi estaba allí, un chico que jamás en su vida había visto.

Pensó que podría ser su hermano, pero recordó que el menor afirmó, tiempo atrás, ser hijo único así que, veloz, descartó la idea. 

¿Un amigo cercano?, pero eso era estúpido, ¿por qué un amigo tendría alguna copia de la llave de su casa?, eso no tenía sentido y, reiterando, era sumamente estúpido.

Nadie le daba copias de las llaves de su casa a un amigo, no importaba qué tan cercanos fuesen. Eso no pasaba. Así que lo descartó también.

Entonces, ¿quién era y cómo había entrado?

Un muy hábil ladrón, no podía ser. Imposible. Tenía bolsas en sus brazos, dos, había hecho las compras, así que ¿un familiar?, no había otra explicación para que hubiese entrado y estuviese ante él sin haber forzado la cerradura.

—Lindo rostro también.— volvió a pronunciar, sonriendo de manera ladeada—. No sabía que a Mingi le fueran los chicos...

—Cállate y deja de decirle esas cosas.— ambos se sobresaltaron cuando Mingi apareció, gruñendo y golpeando en la nuca, de manera sentida, al desconocido chico. Al menos para Hongjoong lo era—. ¿Te dijo algo más?

—N-No...

—No sabía que te fueran los chicos.— repitió el de azabache hebras, dejando las cosas en la mesa para sobar su golpeada nuca, fue un golpe seco pero le había dolido.

—No es de tu interés si me van los chicos o las chicas.— replicó arisco, cruzando sus brazos y cubriendo con su figura la expuesta de su mayor. Recordemos que sólo vestía una remera que, para su suerte, le cubría hasta las rodillas—. Deja de verlo tanto.

—Nunca lo había visto antes, estoy curioso.— respondió y sus hombros sacudió, indiferente—. Es lindo, ¿amigo nuevo?

—Eso no es de tú interés, Seung.— masculló y sus labios arrugó, algo que el bajo pelinegro no percibió—. ¿Qué haces aquí? ¿cómo entraste?

—Bueno, verás...

Unas alegres voces alertaron al único chico semi-desnudo allí, eran voces adultas, un hombre y una mujer, conversando de manera risueña pero moderada.

Definitivamente, los padres de Mingi.

Su corazón se desbocó, otra vez, latiendo en un desesperado frenesí, atemorizado. No estaba presentable, sólo traía una prenda que, milagrosamente, cubría gran parte de su cuerpo, aún así, era tan inapropiado. Tan incorrecto.

«¿Qué pensarán de mí cuando me vean?».

Quería morirse.

—Cariño, nos encontramos a tu primo de camino a casa, se ofreció a ayudar con las compras y...— la suave y cálida voz de la hablante mujer, paró, al igual que el desbocado corazón de Hongjoong—. ¿Quién se esconde detrás de ti?, apártate, apenas puedo verlo.

El pelirrojo iba a obedecer, se iba a apartar, pero Kim lo notó y sostuvo a Mingi por los brazos, evitando que lo hiciera y fuertemente, lo mantuvo en su sitio.

—Ni se te ocurra moverte.— musitó por lo bajo, ahogado y demandante. ¡Que no estaba presentable!—. Y-Yo..., mmm, no visto de manera adecuado.— expresó en un tono más elevado pero aún así, tembloroso por los nervios y la vergüenza—. Agra-Agradecería qu-que Mingi se mantuviera en su sitio.

—Ya veo.— murmuró la mujer, asintiendo sin ser vista por uno de los tres chicos allí—. Seung y yo iremos a la sala y tú podrás ir a la habitación de Mingi y cambiarte, ¿de acuerdo?

—Por favor.— murmuró mientras asentía desesperado, aunque no fuera visto por nadie—. Yo... lo siento.— agregó poco después, apenado.

La mujer rió y negó—. Está bien, tranquilo. Seung, vamos.

—Pero yo quiero ver....

—Vamos.— reiteró, tomándolo por el brazo y llevándolo consigo.

—Ya se fuer...

Mingi no pudo terminar de hablar cuando Hongjoong pasó por su lado y corrió hacia su habitación.

Una vez en ésta, chilló y permitió que su rostro se quemase tanto como quisiera, estaba más que avergonzado. Escandalizado. Aunque sólo alguien lo hubiera visto de esa forma, aún así había sido alguien de la familia de su dongsaeng.

Estaba mortificado.

Boca arriba se tiró en la cama impropia, pataleando por unos segundos para luego, estirando su brazo derecho, proceder a tomar una almohada al azar y con ella, cubrir su rostro y ahogar sus agudos lamentos.

No quería salir de esa habitación, definitivamente quería permanecer allí hasta que todos se hubieran ido o desaparecido.

«Por favor tierra, vomítame en algún otro lado».

—¡Dijiste que vendrían tarde por la mañana!— exclamó ferviente el pelinegro, enderezándose y destapando su rostro apenas oyó la puerta ser abierta y a su misma vez, cerrada.

—Es lo que suelen hacer.— replicó el recién llegado y dueño de aquella habitación, esquivando la almohada que fue lanzada a su rostro con saña—. No tengo la culpa de que hayan aparecido antes. No tenía cómo saberlo.

—Lo sé y te odio por eso.— masculló, haciéndose hacia atrás con brusquedad, fijando su vista en el gris y ajeno techo—. ¿Quién les dirás que soy?

—Un amigo— musitó a la vez que le acomodaba la subida prenda, tapando su vientre y entrepierna con delicadeza—, con derechos.— agregó, posicionándose a su lado.

—Hablo en serio, idiota.— farfulló entre dientes, estirando su brazo y, sin saña o fuerza alguna, golpeó su hombro.

Mingi rió con suavidad y su cabeza meneó, cuando su apenado y conflictuado mayor también le miró a los ojos, fijo y tendido, actuó. Rápido, ágil como inesperado.

Posicionándose entre sus piernas, sobre su cuerpo y con sus manos a cada lado de su rostro, de manera diestra.

—Relájate, ¿por qué te preocupa tanto?— cuestionó y su rostro ladeó, escrutando cada parte del contrario.

Hongjoong enrojeció pero no rehuyó de su intensa mirada—. Porque son tus padres.

—Mi madre no hará nada para incomodarte y mi primo, él es sólo un idiota. Ignóralo.

—Bien, de acuerdo.— concedió tras un ligero asentir. Persuadido.

—¿Cómo te sientes?— cuestionó tras unos segundos de silencio, clavando sus oscuros y suaves ojos en los ajenos.

—¿Con respecto a qué, exactamente?

—Con respecto a tu lindo trasero— respondió en un bajo tono, disfrutando, internamente, del sonrojo conseguido—, ¿cómo estás, dulzura? ¿te duele?

Hongjoong hizo una mueca pero negó—. Comparado con las primeras dos veces, apenas siento una incomodidad al andar, así que, estoy bien.— aseguró, jugando con sus dedos—. ¿Por qué?

—Mientras más seguido lo hagamos, mejor será para ti y para mí.— musitó con malicia, recibiendo otro golpe en su hombro y una mala mirada. Rió y se disculpó sin sentirlo—. El lubricante tenía Áloe Vera, es bueno para aliviar los dolores.

—Oh, eso lo explica todo.

—Lo hace.

Antes de que siquiera alguno lo dijese, sus bocas ya estaban sobre la opuesta, ¿cómo o por qué?, no había explicación para ello, simplemente se vieron atraídos por una fuerza, invisible y difícil de ignorar.

Deseo, atracción o anhelo. Cómo quisieran llamarle.

Y más que estarse besando, se estaban devorando. Hambrienta como intensamente.

Sus lenguas no tardaron en aparecer y explorar, lentas y ansiosas, las cavidades ajenas. Aunque ya lo hubieran hecho ciento de veces antes, igual a esas anteriores veces, se recorrieron con afán. Con verdadero ahínco.

No dejando ningún área sin explorar.

Hongjoong ahogó un gemido en los labios contrarios cuando, el pelirrojo, presionó su entrepierna con la suya y coló una de sus grandes manos bajo aquella prenda que le cubría y no le pertenecía.

—Puedes seguir usando esa remera— murmuró Song mientras se apartaba de sus labios y descendía, lento por su cuello, erizando sus vellos en el proceso—, o tomar alguna otra prenda de mi armario, no me molestaría.— agregó, ronco, y sus dientes se deslizaron por la curva de su cuello, arrancándole un leve gemido—. Es más, me alegraría que lo hicieras. Te ves bien en ella.

Hongjoong se retorció, complacido, cuando el contrario mordió su piel y tiró de la misma con saña, apartándose con ligereza y dejando, probablemente, una nueva marca mientras era observado con genuina lascivia.

«Sus padres y su primo están en la casa, contrólate».

—¿Podrías esperar por mí en lo que me visto?— pidió de manera ahogada, ignorando el calor en su vientre.

—Por supuesto, siempre.— aseveró con un firme asentimiento, apartándose de su cuerpo por completo.

—Gracias.

⇜✫⇝✫⇜✫⇝✫⇜✫⇝✫⇜✫⇝✫

—¿Y papá?

Tan pronto como Mingi realizó la pregunta y a la cocina ingresaron, dos pares de ojos se centraron en ellos. Hongjoong enrojeció y su mirada cayó al limpio suelo en el que se encontraba parado.

—Durmiendo.— respondió la mujer, sirviendo jugo en unos vasos—. Las compras le dejaron exhausto, no se levantara hasta la tarde, probablemente.— agregó y sus manos limpió, sonriendo dulcemente—. Supongo que él es Hongjoong, haz que tome asiento, anda.

El nombrado se sorprendió y cohibido alzó la mirada, curioso. Cuestionándose cómo aquella mujer sabía su nombre mientras el bronceado chico a su lado le tomaba por la muñeca, arrastrándolo consigo hasta la pequeña mesa allí, le corrió una silla y le indicó que tomara asiento en ella, poco después, él tomó asiento a su lado, a mano izquierda y frente a su primo.

—Espero que el desayuno te guste.

—Po-Por supuesto, no se preocupe. Gracias.— murmuró, optando por beber del jugo de naranja. Su estómago estaba cerrado y él muy nervioso como para ingerir algo sólido de inmediato.

—Mingi te ha mencionado muchas veces.— dijo la mujer, recostándose contra la encimera y viéndole con suavidad—. Y no es que dude de las palabras de mi hijo, pero no mentía cuando decía que eras un chico muy lindo.

Hongjoong evitó, milagrosamente, ahogarse con la fría bebida que bajaba por su garganta y toser desesperadamente a causa de ello.

Un logro de su parte.

Eso sí, no pudo evitar arder en un muy notorio carmín, el cual, nació en sus mejillas y rápidamente, se propagó por todo su rostro, desde la base de su cuello hasta la punta de sus orejas. Delator.

Bien, Mingi le había contado a sus padres de él, le había dicho cosas de su persona, ¿qué o cuáles?, no tenía idea, de momento. Pero el simple hecho de que su dongsaeng haya mencionado de su existencia a sus progenitores, le asombraba.

Le contentaba también, pero era más el asombro que el gusto en sí, lo que había causado aquella reacción en él. O en su rostro.

Curioso se volteó hacia el único chico de coloridas hebras allí, éste se encontraba como si nada, desayunando, tranquilamente, lo que su madre le había preparado. Gustoso, sereno y con el temple, completamente relajado, al igual que su cuerpo entero.

No lucía nervioso, abochornado o disgustado.

Estando en su lugar, si su madre confesaba tan libremente, algo como aquello, hubiera gritado y corrido despavorido a su habitación, no saliendo de ésta por un día o dos.

Por que sí, como ya se dijo, tendía a exagerar un poco.

Pero claramente, la relación que Mingi tenía con sus padres, no era la misma que él tenía con su madre. Era demasiado obvio.

—Espero que, de todas esas menciones, sólo haya dicho cosas buenas.— terminó pronunciando tras un tendido silencio, llevando un poco de carne a sus labios.

—Por supuesto que sí.— aseguró la mujer, amena y, ligeramente entusiasmada—. Hasta tu terqueza y apático trato le parecían virtudes y puntos buenos a considerar.

«Voy a matarlo».

—¿Eso le dijo?— la mujer asintió, sonriente—. No tenía idea.— aseguró y, hosco, se llevó los calientes fideos a la boca. Soportando el quemar de su lengua hábilmente.

—Mingi ha dicho tanto de ti.— murmuró la mujer, girándose para lavar algunos cubiertos que fueron usados con anterioridad—. Pero sin dudas, tu variante personalidad es lo que más le gusta.

—Y su rostro.— susurró el mencionado, estirando su mano derecha hasta alcanzar el mentón del pelinegro a su lado, deslizando sus largos dedos por su suave mandíbula. Acariciándolo de manera superficial y captando su completa atención—. Y tus ojos, el color de estos, tu cuerpo y, definitivamente, t...

—Cállate.— masculló Kim en un bajo susurro, apartando su mano de un golpe, cohibido pues su primo los estaba mirando.

—¿Estás soltero?— tanto Hongjoong como Mingi se voltearon, bruscos, hacia el chico frente a ellos—. Realmente estoy curioso por saberlo, eres mi tipo y... ¡¿por qué me pateaste?!— cuestionó el chico, soltando sus cubiertos y alzando su, aparentemente, pateada pierna derecha. Sosteniéndola con una mueca en sus labios.

—Es mayor que tú, trátalo de "hyung".— pronunció, acabando con su desayuno.

—Bien.— farfulló y su pierna bajó, apartando su casi acabado desayuno—. Hyung, ¿está soltero?, es mi tipo y si podría, por favor, darme su.... ¡¿por qué me has vuelto a patear?!

—Me apetecía.— respondió con una torcida sonrisa, cruzando sus brazos, firmemente, sobre su pecho—. Deja de molestarlo o lo haré otra vez.

—No lo estoy molestando.— afirmó, viendo al confundido chico que junto a su alto primo, yacía. Silencioso, analítico—. ¿Me da su número?

—No.— musitó el pelinegro, seco. Sacudiendo su cabeza y apartando algunas locas ideas de ésta—. No tengo interés.

—Pero... ¡ya deja de patearme!— exclamó el de azabache hebras, viendo al pelirrojo con su ceño fruncido, molesto. Harto y con su espinilla adolorida, palpitando.

—Entonces cállate.— replicó, indiferente—. Dijo que no, así que no insistas.

Hongjoong atrapó su labio inferior entre sus dientes, nervioso ante las ideas que habían vuelto a su mente, pareciera que su menor, por más loco que sonase, estuviera celoso. 

Su pecho se infló y su interior se calentó al igual que su corazón gritó, encantado. Ilusionado.

¿Podría ser posible?

«No te hagas ideas, idiota. ¿Por qué estaría celoso?, sólo se acuestan y son..., no sé qué sean pero no te hagas ideas tontas».

—¿Por qué tan disgustado?— inquirió su primo, Seung, enarcando una ceja—. Es que acaso, quien adornó su cuello con tanto salvajismo has sido tú.

Antes de que Mingi pudiera responder, Hongjoong se apresuró y colocó, una de sus pequeñas manos, en los pomposos labios de éste, evitando que dijese algo.

Lo conocía y ambos sabían que respondería con franqueza.

—No me des más motivos para matarte.— farfulló por lo bajo, ignorando su ardiente rostro y el color que le acompañaba. Mutilando a su dongsaeng con sus castaños orbes.

—Disculpa el comportamiento de ambos.— musitó la señora Song, volteándose al instante en que él quitó su mano de los suaves labios de su hijo—. Tienen la misma edad y el mismo nivel de inmadurez— agregó con suavidad—, lo siento.

—Está bien.— aseguró y sonrió, relajado. O simulando estarlo.

—Tampoco debería ser de su interés qué hagamos y qué no.— murmuró el de rojas hebras, viendo a su primo con disgusto.

—Sólo has confirmado mi teoría no formulada.— musitó, satisfecho.

—Nunca he negado nada.— replicó desinteresado.

Hongjoong cubrió su rostro y se encogió en su asiento, queriendo desaparecer. Era eso, exactamente, lo que había querido evitar segundos antes.

Aunque si lo pensaba bien, ambos tenían marcas en sus respectivos cuellos, notorias y muy llamativas que, claramente, no eran ocasionadas por mosquitos o algún insecto similar. Todos sabían cómo se adquirían marcas como esas.

Y, hace unos cuantos minutos atrás, cuando la señora Song le pidió a su hijo que se apartase para verlo, él exclamó no encontrarse presentable como para ser visto.

Sumemos a eso que, Mingi, les contó de él y no como si fuera un simple hyung que había visto alguna vez por casualidades del destino, no, sino que, habló de él como una persona de interés. Tomemos también en cuenta que, pasó la noche en aquella casa, en la habitación de éste y en su cama.

Además, relevante o no, ¡portaba, muy gustosamente, una sudadera negra que pertenecía a Mingi, por los santos!

Sólo alguien muy despistado o ingenuo no se daría cuenta que, las marcas que ambos traían, se las habían ocasionado ellos. El uno al otro.

No importaba qué estuvieran haciendo para conseguirlas.

Era más que obvio que algo había entre ellos, era palpable. Tangible.

—Relájate, Hongjoong.— murmuró cálida, la única mujer allí—. Cuando dije que él nos ha hablado de ti, me refiero en todos los aspectos posibles, sin muchos detalles claro.

«Lo sabía».

—Esto..., eh, n-no e-es fa-fácil para mí.— respondió, destapando su colorido rostro, sonriendo apenado a la contraria y notando que sus ojos, se asemejaban a los de su único hijo. Aunque en sus rasgadas comisuras, habían obvias arrugas causadas por la edad—. Lo siento.

—Nos ha contado eso también.— Hongjoong separó sus labios, incrédulo y, notoriamente indignado, «¿qué no les ha dicho?»—. Tal vez no debí decir eso.— agregó con una divertida sonrisa en sus delgados labios.

—Tal vez.— afirmó su hijo, asintiendo y sonriendo también.

—¿Qué no les ha contado?— cuestionó con interés y disimulado fastidio.

—Cómo se acercó a ti.— dijo la mujer de corta y oscura cabellera, ladeando su rostro, pensante—. Nunca nos dijo cómo, después de tanto mencionarte, se atrevió a acercarse.

—¿Llevaba hablando mucho tiempo de mí?— inquirió con su delgada ceja izquierda, enarcada. Sinceramente interesado por una respuesta.

—Demasiado.— aseguró la mujer, asintiendo con suavidad.

—¿Cuánto es...?

—Recordé que quería mostrarte algo, Hongjoong, vamos a mi habitación.— interrumpió el más alto de todos allí, abrupto. Levantándose y viendo al nombrado con fijeza—. Anda, arriba.

—¿Lo acabas de llamar por su nombre?— cuestionó su primo, sorprendido—. Se supone que es mayor que tú.

—Yo puedo, lo tengo permitido. Tú no eres nadie.— respondió sin verle—. Vamos, dulzura, arriba.

Y como era de esperarse, el pelinegro terminó obedeciendo y yéndose con el alto.

Porque le avergonzó que le llamara de esa forma ante dos personas que acaba de conocer y además, como ya tenía bien sabido y aceptado, su menor era insistente. Exageradamente perseverante, no se daba por vencido con facilidad, por lo cual, seguiría insistiendo si no cedía de una buena vez.

Y eso significaba que emplearía cualquier recurso para conseguir su cometido, el cual era; que se levantara y fuera con él. Entre esos posibles recursos, se encontraban el avergonzarlo y el montar una escena.

Ambos significaban los mismo; avergonzarlo.

Esos factores fueron los que le hicieron disculparse con la madre de éste para retirarse sin haber tocado su desayuno.

—Eso no fue justo.— murmuró Hongjoong una vez se encontraron en la habitación—. Yo quería saber.— agregó y sus brazos cruzó.

—Puedes preguntarme a mí.— sugirió el alto, acercándose a él y colocando sus manos en sus caderas, acercándolo a su figura.

—¿Cuánto tiempo llevas mencionándome?— cuestionó y su rostro elevó, expectante por una respuesta.

Mingi sonrió y sus ojos brillaron, maliciosos—. No puedo recordar, lo siento.

—En serio que te detesto algunas veces.

—¿Y las veces que no lo haces?— inquirió, juguetón. Relamiendo sus labios con sus filosos orbes puestos en los belfos ajenos.

«No lo digas, no lo digas, no lo digas, no lo digas... ¡No te atrevas!».

—Quisiera que me empotraras contra alguna pared.

Tan pronto como el cerebro del menor procesó aquella recibida información, gruñó y actuó.

Empujando el cuerpo del más bajo, bruscamente, contra su cerrada puerta. Éste apenas tuvo tiempo para quejarse ante el dolor cuando sus abiertos labios fueron atacados con ferocidad.

No tardó más de dos o seis segundos en corresponder, de manera torpe pero con la misma intensidad. Enredando sus brazos en el cuello impropio, acercando más sus figuras.

Mientras entregaba aquello que no tenía y robaba de aquello que se le ofrecía rudamente.

Sorprendido, el de oscuras hebras jadeó. Su menor, de improvisto, le había tomado por las piernas y elevado, fácilmente del suelo, haciendo que enredase las mismas, entorno a su cintura. Para mayor estabilidad.

Con inmediatez, el calor ajeno envolvió su cuerpo.

Varios minutos después, Hongjoong se encontraba hecho un desastre, un jadeante desastre de apariencia desarreglada y revueltos cabellos. Su cuerpo ardía, su vientre quemaba por la necesidad y todos sus sentidos estaban despiertos y receptivos.

Esperando por el pelirrojo, gritando por éste.

Pero cuando éste comenzó a mover sus caderas, embistiéndolo por sobre sus prendas con esmero y acrecentando la excitación de sus despiertos miembros. Su voz de la razón apareció también.

Su Pepe Grillo volvió de sus temporales vacaciones, recordándole, con insistencia y fervor que, por más que la habitación de su menor estuviese apartada de donde yacían los familiares de éste, aún así, estos estaban en la casa y hacer lo qué sea que planearan, era incorrecto.

Excesivamente descortés e inmoral.

Ahogando sus gemidos y suprimiendo sus deseos más carnales, Hongjoong despejó su mente de las emociones y sensaciones que el de brillantes hebras producía tanto en su mente como en su corazón y con la voz quebrada, habló;

—Pa-Para Mi-Mingi...., pa-para.

—¿Por qué?— cuestionó sin dejar de embestirlo y de friccionar sus cubiertos miembros, viéndolo directo a los ojos, pudiendo apreciar así el deseo en ellos. Por su cuerpo, por él.

Hongjoong gimió y sus ojos cerró, estremeciéndose—. N-No po-po-podemos se-seguir..., pa-pa-para.

—¿Por qué?— reiteró, embistiéndolo con mayor hervor. Agitando a ambos más notoriamente.

—Tu-Tu fa-familia..., agh, para...

—¿Seguro?

Y Hongjoong meneó su cabeza, negando. Mandando a su Pepe Grillo a un profundo rincón, ocultándolo bajo muchas cajas y mantas, sepultándolo. Daba igual, ambos estaban al borde del precipicio, sólo tenían que liberar un pie y caer, no tenía sentido no hacerlo ahora.

Estando al limite como estaban.

Hongjoong ocultó su rostro en la curva del cuello ajeno, mordisqueando aquella dorada y aromática tez con suavidad. Succionando, entusiasta, aquella piel que se encontraba cerca de su nuez de Adán.

Disfrutando de los ligeros temblores que ocasionaba en su menor gracias a sus caricias y observando cómo, los vellos en la nuca de éste se erizaban al igual que su garganta vibraba, produciendo guturales sonidos. Complacido.

Sus labios se juntaron con desespero cuando, por fin, saltaron libremente al vacío.

Ambos cuerpos temblaron como se tensaron, aplastados por sus respectivos orgasmos. Mingi tuvo que esforzarse, seriamente, en no caer de rodillas al suelo y llevarse consigo a su mayor, puesto a que, la corriente de placer que había recorrido su cuerpo fue intensa y, básicamente, dejó sus piernas hechas gelatina.

—Manché tu ropa interior.— murmuró el pelinegro, agotado y con sus párpados pesando.

Mingi le sonrió con suavidad, cansado también—. No es importante eso ¿sabes?, puse tu remera y ropa interior a lavar apenas me levanté.— informó, reprimiendo el rebelde bostezo que quiso huir de sus labios—. Han de estar secas ya.

Hongjoong aseguró, más firmemente, sus brazos alrededor del cuello contrario. A la vez que su rostro ladeaba y, perezoso pero honesto, le otorgaba, probablemente, la primera sonrisa de auténtico agradecimiento como de tímido afecto en todo el tiempo que llevaban conociéndose.

Alterando sin saberlo, el corazón de Mingi.

—Gracias.— musitó, suave, parpadeando varias veces para evitar caer en los brazos de Morfeo.

—Son poco más de las nueve, traeré tu ropa interior y te cambiarás para que duermas un poco más, ¿de acuerdo?— informó con afabilidad, posicionándolo en el suelo con delicadeza—. No creo que a tu madre le importe.

—Realmente pienso que sospecha algo.— susurró volviendo a bostezar—. Y de ser así, es tu culpa, estoy seguro.

—Ya regreso.

Minutos después, Hongjoong yacía en la cama de su menor y cubierto por sus cálidas sábanas, con su ropa interior puesta y limpia, aún portando la negra remera de éste.

Pues era holgada y cálida, además de que tenía su fragancia.

—No dejes que duerma mucho, ¿entendido?— exclamó con fingida seriedad, recibiendo un divertido asentimiento del pelirrojo—. Tampoco le digas nada a tu madre o te mataré.

—Bien, bien, entiendo.

—Gracias de nuevo.— murmuró, endeble y entre dientes, cerrando sus ojos.

—Duerme, dulzura, duerme.

⇜✫⇝✫⇜✫⇝✫⇜✫⇝✫⇜✫⇝✫

Cuando Hongjoong se despertó de la que, se supone, debía ser una corta "siesta", no fue del mejor humor. 

¿Por qué?

Primero que nada, su menor nunca le despertó como le pidió. Él mismo lo hizo, o bueno, la pequeña convulsión que tuvo mientras dormía lo hizo. Segundo, de ser las nueve de la mañana, pasaron a ser las tres de la tarde, casi las cuatro. Tercero, llevaba todo un día, o casi uno, fuera de su casa y su madre ni un mensaje le había mandado. Cuarto, la vergüenza volvió a él al escuchar fuertes risas y recordar que los padres de su menor estaban en la casa.

Se enderezó y su rostro cubrió, lloriqueando con levedad. Debido a que, honestamente, la situación era demasiado para él. Era inesperada y, en cierto punto, tan sofocante.

«Ni que fueran novios, es más, ¡ni que estuvieran saliendo, idiota. Cálmate!».

—Ya, eso no me ayuda.

—¿Con quién hablas?— Hongjoong brincó y con grandes ojos miró a Mingi, quien se encontraba a medio entrar y con una ceja enarcada, divertido y curioso.

—Te dije que no me dejarás dormir mucho.— masculló, apartando las sábanas y caminando hasta donde su tejano estaba, tomándolo y poniéndoselo con brusquedad—. Son casi las cuatro de la tarde, Mingi.— agregó con sus ojos fijos en el nombrado.

—Te veías cansado.— musitó y sus hombros sacudió, indiferente—. Y demasiado pacífico, no quería perturbar tu sueño.

—Bien.— se dijo más para sí que para el contrario, suspirando y ordenando sus cabellos—. ¿Están en la sala, verdad?

—Lo están, ¿quieres irte por la ventana?— murmuró con sorna, apuntando a la misma. Carcajeando sonoramente al recibir un desesperado asentimiento—. Lástima, tienes que ir por tu calzado y remera.— procedió con fingida pena, chasqueando su lengua—. Además, eres casi un universitario y alguien civilizado como para huir por la ventana.

—Cállate y muévete, quiero ir a mi casa.— gruñó, ignorando sus granates mejillas.

—¿Te vas?— tan pronto como el pelinegro y el pelirrojo aparecieron por la sala, la primera en notarlo fue la señora Song, quien parecía apenada ante esa probable realidad.

—Sí..., eh, ya es tarde..., bueno no, pero mi ma-madre.— balbuceó intimidado por las miradas y, principalmente, por una nueva. La del señor Song, era tan analítica y profunda, le recordaba a la de su hijo.

—Ha sido un placer conocerte, o verte por primera vez, ¿volverás?— cuestionó una ilusionada y no muy alta mujer.

—Mmm..., esto, tal vez, yo... eh, s-si Mingi qui-quiere, s-sí.— tartamudeó tanto que bajó su vista a sus manos, sus palmas sudaban.

—De ser por Mingi, te tendría en su habitación todos los días.

Hongjoong se sorprendió, quien había dicho aquello, malicioso y, ligeramente ameno, no había sido el primo del nombrado o la madre de éste, al contrario, había sido su padre. 

El cual, cabe señalar, tenía una ronca voz también, pero no como la de su hijo. La suya, se notaba que era por fumar en exceso, sonaba gastada.

Ciertamente maltratada.

—Okay, demasiada franqueza, vamos dulzura.

—Adiós.

Murmuró el más bajo, cohibido, mientras era tomado por la muñeca y arrastrado hacia la salida, allí tomó su calzado y una vez se colocó el mismo, se encontró en el fresco exterior junto con su menor.

—¿Te acompaño?— cuestionó el pelirrojo, cordial—. ¿No?— agregó asombrado ante la negativa recibida.

—No, tuve mucho de ti, tanto ayer como hoy.— replicó y su cabeza meneó, decidido.

—Ayer parecías no tener suficiente de mí.— ronroneó Mingi al instante en que sus fuertes brazos rodearon la cintura contraria, juntando sus cuerpos y provocando un débil jadeo en su mayor por la sorpresa.

«No te atrev....»

—Nunca tendré suficiente de ti.— largó con franqueza, viéndole fijamente a sus ojos. Su conexión cerebro-boca, claramente, no estaba en sus condiciones más óptimas—. Quiero más de ti, realmente lo quiero todo.— agregó en un suave murmullo, rozando sus labios.

«Porque tú tienes todo de mí, te lo he cedido todo sin siquiera darme cuenta de ello».

Instintivamente, Hongjoong, cerró sus ojos como abrió sus labios cuando los ajenos se posaron sobre los suyos con exigencia. Con ruda demanda.

Devorando sus labios con ahínco, extinguiendo su respirar hábilmente y robando su alma con envidiable excelencia.

⇜✫⇝✫⇜✫⇝✫⇜✫⇝✫⇜✫⇝✫

—¿Se divirtieron?— apenas Hongjoong llegó a su casa, su madre volteó su rostro, desde el sofá en el que yacía, para observarle. Atenta.

—Sí....

—¿Usaron protección, cierto?— interrumpió con su ceja enarcada y una ladina sonrisa en sus coloridos labios.

—¡Mamá!— exclamó, abochornado, dejando sus zapatos donde debía de manera torpe—. N-No es lo que pie...

—¿Por qué traes su remera y marcas en tu cuello, entonces?— inquirió mientras le apuntaba con su dedo, señalando ambas cosas con su rostro ladeado.

—Y-Yo... verás...,— sus palabras murieron al instante, «atrapado», pronunció su cerebro, cantarín—. ¿Po-Podemos hablar de ello otro día?

—Por supuesto.— accedió Sonhee, volteándose hacia la televisión, conforme—. Me sorprende que hayas tardado tanto en querer hablar.

«Realmente no quiero, ni siquiera tenía pensado hacerlo».

—Esto, ¿hablaremos...?

—Mañana.— musitó la castaña con firmeza, sin dar lugar a replicas o quejas.

—Bien, iré a mi habitación.— informó, repentinamente cansado.

—Adelante.

«Será un largo e incómodo día el de mañana».






No me convenció del todo la primera parte de esto, pero ya lo corregí tanto que..., I'm done. I did my best, sorry.

💜~

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro