❈•≪22. Un agitado sábado≫•❈
Bruscamente y notoriamente sobresaltado, Hongjoong se enderezó en su cama, sus cabellos revueltos y hechos un completo caos, dispersos en todas direcciones mientras que, su adormilada expresión fue suplantada por una de alerta y desconcierto.
Parpadeó y vio a todos lados en su habitación, aún estupefacto, intentando de enfocar su cansada vista mientras intentaba también, que su cerebro se pusiera en marcha y funcionase con propiedad.
Un fuerte sonido le había despertado y ahora, luego de su exaltado reaccionar, no había más que silencio en su habitación y nadie en ella, no había absolutamente nadie, porque sí, por un corto lapso de tiempo, a su mente se le ocurrió, otra vez como hace tiempo atrás, que alguien se había colado en su habitación. Pero no había nadie.
A veces su mente tendía a ser muy activa.
Suspiró y se hizo hacia atrás, golpeando su espalda, secamente contra su colchón, hundiéndose en éste y su comodidad. Parpadeó varias veces más y cerró sus ojos, dispuesto a volver a conciliar el sueño, pero, inesperadamente, aquel fuerte sonido que le había despertado minutos atrás, reapareció. Inundando el silencioso lugar con un fuerte y predeterminado sonido.
Una llamada.
Brincó y con su corazón galopando en su pecho, se enderezó, buscando su móvil y tomándolo con brusquedad.
—¿Sabes qué horas son?— masculló con sus dientes apretados, animoso.
El chico al otro lado de la línea, rió—. Sí, ¿y tú?— el pelinegro balbuceó, no tenía idea pero estaba cansado y solía ser irritable temprano por la mañana, por lo que, ¿era temprano, cierto?—. Son diez y media, Hongjoong.
El aludido infló sus mejillas, no era tan temprano como pensaba—. ¿Y eso qué?, es sábado, Mingi y estaba durmiendo. ¿Qué quieres?— cuestionó y se volvió a dejar caer sobre su colchón, clavando sus ojos en su ordinario techo.
—¿Por qué debería de querer algo?
—Porque rara vez me llamas y es sábado, no lo sé.— musitó y sus hombros sacudió, desganado.
—Quizá sólo quería hablar contigo, decirte buenos días.
Y el chico de lechosa tez que yacía sobre su propia cama, sereno, algo adormilado pero completamente relajado, ardió. Su temperatura se elevó en demasía como su blanca tez pasó a ser de un intenso carmín, su tranquila respiración se cortó y su pobre corazón, enloqueció. Pasando a martillar con desespero, resonando en su pecho con fervor.
«Sus palabras no deberían emocionarme tanto, mierda».
—No lo has dicho.
Aunque la primera opción que surcó su fundida mente fue la de insultarle y decirle que no dijese tonterías tan temprano por la mañana, aunque, valga la redundancia, no fuera temprano por la mañana. Eso no fue lo que terminó saliendo de sus coloridos labios.
Sino que, tímidamente y con su voz estrangulada por los repentinos nervios, pronunció en un bajo tono, en uno demasiado bajo, que había dicho muchas cosas, menos lo que, supuestamente, había motivado a su llamado.
Al otro lado, Mingi sonrió, encantado y, extrañamente complacido. Le encantaba el Hongjoong antipático, el que gruñía, el que a veces quería golpearlo pero terminaba optando por insultarlo, el que era reticente y un poco malhumorado.
Pero sin dudas, su versión cohibida y tímida, era aún más encantadora. Aún más brillante.
—Buenos días, Hongjoong.— pronunció con ligereza, endulzando su tonto con notoriedad.
El susodicho contuvo su respiración y sacudió sus piernas, pataleó para liberar de alguna manera que no fuera chillando, la extraña y avasallante emoción de gozo que había inundando su pecho y dado calidez al mismo.
—Cómo sea, ¿qué quieres?— el pelirrojo rió y él también lo hizo.
—¿De ti?— distraído el de oscuras hebras asintió, regañándose porque no podía ser visto para luego exclamar un suave «sí»—. Muchas cosas.— ronroneó y luego sonrió, Kim había ahogado un gemido que, gustosamente, el de centelleantes hebras percibió—. Principalmente, verte.
Nervioso, Hongjoong atrapó su labio inferior entre sus dientes, la temperatura de su cuerpo había vuelto a subir y comenzaba a sentirse acalorado. El tono seductor del contrario le fascinaba.
Además, inexorablemente, él también quería verle.
«¿Qué clase de mal estoy experimentando?».
—Bueno si...eh...— rápidamente su voz perdió consistencia como volumen, apagándose. Sus ojos cerró y su nuca rascó, pensando qué quería comunicar o proponer y cómo sería mejor hacerlo, una vez resuelto, su garganta aclaró—. Hoy es sábado y bueno, ya sabes, si no tienes ningún plan o algo que hacer hoy, puedes..., bueno, venir a mi casa.
—¿Cómo podría negarme a tal invitación?— exclamó el pelirrojo tras unos segundos de silencio, llevando su pulgar a la boca para comenzar a mordisquear, ansioso, la uña de éste—. Además, eso significa que quieres verme también, ¿me equivoco?
Apenas escuchó aquellas afirmativas palabras salir de los pomposos labios del contrario, Hongjoong, comenzó a toser de manera frenética, avergonzado. Había sido atrapado y debía huir.
—Mi madre me está llamando...
—No lo has negado.— interrumpió con sorna.
—Adiós.
Y sin más, colgó. Abrupto.
Gritó y sus piernas sacudió, importándole poco si su madre ingresaba para reñirle, burlarle o decirle que se callara que los vecinos pensarían que le estaban degollando cual cordero en matadero. Su vergüenza era mayor, y una vez acabó, procedió a cubrirse con las sábanas hasta la cabeza.
No volvería a dormir pero necesitaba prepararse mentalmente antes de salir de su cama y habitación.
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—Luces ansioso, ¿es por algo?— Hongjoong se sobresaltó y miró a su progenitora, la cual le miraba también, curiosa y con un ligero brillo que no podía etiquetar—. ¿Y bien?
El pelinegro meneó su cabeza y dirigió su vista a la televisión frente a ellos, fingiendo calma—. Todo bien, ideas tuyas madre.
Sonhee asintió pero no le creyó, fijando su vista en el poco entretenido programa que ambos veían—. Seguro, cómo tú digas.— y su hijo asintió, sin inmutarse—. Son más de las seis y sábado, ¿no harás nada?
—No saldré si a eso te refieres.
—Me refiero a si no tienes planes.— replicó tras sacudir sus hombros, resoplando, hastiada de aquel supuesto programa de entretenimiento—. ¿Tienes planes?
—No estoy seguro.— respondió endeble, ojeando su móvil; 6:47 pm y cero mensajes, frunció sus labios y guardó el aparato—. Creo que no.— agregó, hundiéndose en el sofá.
—¿Esperabas a alguien?— inquirió con interés, centrando sus ojos en su hijo, inquisitiva. Éste asintió sin verle—. ¿A Seonghwa?— recibió una negativa que le hizo sonreír—. Ya veo, entonces, ¿Mingi?
Hongjoong evitó, con todas sus fuerzas, sonrojarse, pero claramente fue en vano. Porque sucedió, con levedad, pero sucedió.
—Si bueno, ya sabes..., uhm tú querías que fuera, esto, Seonghwa estaba ocupado.— balbuceó con nerviosismo, deseando ser tragado por un agujero negro.
Sonhee río y su castaña melena acomodó tras sus hombros—. Ajá, seguro. No tienes que actuar tan nervioso, ¿se traen algo entre manos?— Hongjoong no respondió, el timbre sonó y para él fue el destino dándole un descanso—. Iré a ver.— la mujer se levantó, camino hacia la no muy lejana puerta principal.
—Siento molestar.
Suaves palabras pronunciadas por una grave voz, un excesivamente respetuoso tono con intensiones de agradar; Mingi.
—De eso nada, pasa, venga.— dijo la mujer con afabilidad—. Hongjoong me comentó que vendrías, no realmente, pero lo supuse.— agregó y un ojo al menor allí le guiñó, pícara—. Lucía un poco...
—Al fin llegas.— interrumpió el aludido, levantándose del sofá con apuro—. Cambia esa basura mamá, Mingi, vámonos.
La castaña río y procedió a cerrar la puerta, viendo a los dos adolescentes desaparecer de su vista en pocos segundos.
—Eso no fue muy discreto, ¿sabes?— expresó el recién llegado, cerrando la puerta de la habitación impropia.
—Lo sé, pero fue efectivo.— replicó tras escogerse de hombros, sentándose en el borde de su cama—. Aunque vivas a dos segundos de mi casa, no puedes venir tarde por la noche.— riñó con ligereza.
—¿Tarde?— Mingi ladeó su rostro y caminó hasta sentarse en la cama ajena, contra el cabecero—. Apenas van a dar las siete, no es tarde.
—Lo es. Ya no hay sol.
—¿A caso te preocupas por mí?— cuestionó con diversión, enarcado una de sus cejas.
—No.— respondió cruzando sus brazos, defensivo.
El pelirrojo río y su cabeza meneó, viendo más atentamente al chico frente a él y a centímetros de distancia, no portaba sus prendas de siempre, lo que no había notado antes. Portaba una remera negra, sí, pero era de mangas largas y sus piernas estaban cubiertas por un largo pantalón de algodón gris.
—Lástima.— murmuró tras chasquear su lengua, obteniendo una confusa mirada del contrario—. No llevas las prendas de siempre.— señaló poco después.
Hongjoong se escogió de hombros—. Deben lavarse y tenía frío.— Mingi asintió pero no dijo más, provocando que el silencio, ante la mudez de ambos, nazca y se propague entorno a ellos. Infestando la cerrada habitación con él. Hongjoong resopló y bajó la vista a sus cruzadas piernas, jugando con un pequeño hilo suelto de una de sus medias—. Es incómodo y extremadamente molesto cuando no dices nada y sólo te me quedas viendo.
El alto ladeó su rostro y sonrió, discreto y fugaz—. Me gusta verte.— aseveró apenas recibió una expectante mirada del contrario, al verle sonrojarse, se relamió sus labios—. Desnudo principalmente.
—¡Mingi!— exclamó en un agudo tono, horrorizado, el nombrado carcajeó—. Eres... un idiota.
—Tal vez lo sea.
—Lo eres.— afirmó tras un corto asentimiento.
—Bien, lo soy.— cedió con una pequeña sonrisa exornando sus labios—. Ahora acércate, estás muy lejos.
Hongjoong negó de manera torpe—. M-Mi madre... ella, no.
—Le puse el seguro a la puerta.— tan rápido como el alto le informó de aquello, él volteó su rostro, viendo hacia la misma, «¡le puso el seguro!».
—¡Harás que lo malinterprete!
—Si gritas cosas como esas...— musitó con sorna, viéndole profundizar su sonrojo, indeciso—. Vamos, Hongjoong. Ven.— reiteró, meloso y palmeando sus muslos. Insistente—. Prometo no hacer nada.
«A la mierda, parece honesto y si no, ya me arrepentiré luego».
—¿De verdad?— preguntó en un bajo tono, endeble por los nervios y vacilante por el deseo de querer acercarse y no saber si hacerlo. Mingi asintió, sonriente—. ¿No me estás mintiendo, cierto?
—No.
Hongjoong suspiró y se mentalizó, sólo debía acercarse a él y sentarse sobre sus muslos, estaban solos y la puerta cerrada, su madre no entraría, no tenía cómo. No gracias al alto.
Ya lo había hecho antes, no era nada nuevo ni muy íntimo. Además y hace no mucho, habían estado en situaciones aún más comprometedoras que esa y, en una de esas tantas, la ropa escaseó.
No tenía de qué preocuparse.
Sólo gatear hasta él, sentarse a horcajadas sobre sus firmes, grandes y cálidos muslos. Sí, nada muy complicado, la contracción de su vientre y al frenético circular de su sangre como el enérgico bombear de su corazón se lo informaron.
Aquello era fácil, algo irrelevante. Simple.
«Era tan íntimo, maldición».
—Hongjoong.
Apenas su nombre salió de aquellos pomposos y brillantes labios, el aludido salió de su estupor, tragando el nudo en su garganta e ignorando cualquier pensamiento pecaminoso. Gateó con la cabeza gacha, sintiendo el corto tramo, interminable. Suspiró con profundidad y con suavidad, tomó asiento en los muslos impropios, sintiéndose morir ante la intensa y complacida mirada que recibió.
—Lu-Luces asquerosamente satisfecho.— señaló una vez las grandes manos ajenas se posaron en su cintura, sujetándole.
—Tú no luces diferente.— replicó y una torcida sonrisa le otorgó.
Y tenía motivos para estarlo, el primero, su menor estaba allí, en su casa, o en su habitación más precisamente. Y aunque, prácticamente, él le hubiese invitado a ir luego de que le confesara querer verlo, nunca le aseguró que iría.
Pero allí estaba, y era algo por lo que estar ¿satisfecho?.
El segundo motivo, había dejado sus inseguridades e inquietudes en un rincón, bien ocultas, y hecho lo que quería hacer; acercarse al alto y sentarse sobre sus piernas. Mantener contacto físico con éste. Aunque hubiese una endeble voz dentro de él gritándole que no lo hiciera, que no cediera a su mandato. Él la ignoró. Y siendo como era, alguien demasiado indeciso, aquello era un gran paso. Algo por lo que estar complacido. Orgulloso.
El tercero, estaba manteniendo contacto físico con Mingi, no era la gran cosa, pero a la misma vez, sí. Aquello le gustaba, su calidez y la contraria chocando, entrelazándose e intensificándose con notoriedad. Era agradable y placentero.
No podía fingir que no le gustaba aquello, aunque se avergonzara y dudara mil veces antes de ceder y hacerlo posible. Hacerlo una realidad.
De poder ocultar su gozo tan hábilmente, no lo haría.
—Quizás me hice más confiado.— respondió poco después, con sencillez, alzando sus manos para colocarlas en los firmes hombros impropios. Conectando sus miradas—. Deberías decir algo, ¿sabes?, no callar. Es, umn..., incómodo.— murmuró mientras sacudía sus hombros.
—Ya te dije, me gusta verte.— respondió sin adornos o demoras, moviendo sus manos y rodeando la cintura ajena con sus brazos, atrayéndolo más cerca de su persona, de su cuerpo—.Y esta vez, no me refiero a verte desnudo, sino a tu rostro. A ti. Eres más que lindo.
Hongjoong se incendió, intensas llamaradas colorearon no sólo sus mejillas, sino su rostro entero, desde la base de su cuello hasta la punta de sus orejas. Era más intenso que un simple rojo, más elegante que un notorio carmín y más resaltante que un exótico granate.
Era indescriptible.
«Mierda, mierda, mierda... Hongjoong no, ¡no!, está tu madre. Ni lo pienses. ¡NO!».
El pelinegro se removió sobre el regazo ajeno, inquieto, llevando sus manos hacia la nuca de éste y comenzando a jugar con los pocos y cortos cabellos que conseguía atrapar entre sus pequeños dedos, nervioso. Relamió sus labios y apagó cualquier función racional que su cerebro estuviese ejecutando en ese momento.
El querer y la necesidad eran más fuerte.
—Mingi.— llamó en un tono cohibido, ahogado. Éste le miró y ladeó su rostro, atento—. Sé lo que dije y bueno.... verás, esto yo... ¿puedo besarte?
Tan pronto como la cuestión salió de sus labios, el aludido se mostró confundido, curioso por tal petición y encantado por tan sumisa y roja imagen, por lo que sonrió. Complacido y malicioso.
—Pero creí que tu madre...
—Lo sé.— interrumpió un rojo Kim, rehuyendo de su mirada—. Pero... yo... realmente, eh...
—¿Quieres besarme?— interrumpió como cuestionó su menor, divertido y deseoso.
Hongjoong asintió, temeroso alzó su vista—. Quiero hacerlo, ¿puedo?
—No es algo que debas preguntar, Hongjoong.
Y cuando sus palabras terminaron de ser formuladas, sus labios conectaron.
Al principio fue un sutil roce, como aquel primer beso que al mayor se le arrebató. Nada muy profundo, íntimo o duradero. Fueron dos bocas rosándose con extrañas y repentinas inseguridades de algo desconocido latiendo en sus pechos.
Luego de eso vino la conexión, sus bocas se abrieron y acoplaron con una armoniosa y envidiable perfección, manteniéndose de esa forma por unos escasos segundos que parecieron eternos. Infinitos.
La inexistente música resonó entre ellos, para ellos, ligera y meramente instrumental. Una pieza elegante, grácil y dulce. Igual que sus besos.
Hongjoong suspiró y sus brazos rodearon el cuello contrario con firmeza, negándose a que exista espacio entre ellos que los separe, negándose a ser apartado de aquel cálido, firme y masculino cuerpo. Con tan imprevisto y quizá, brusco movimiento, la pieza se aceleró también. Trasmutando el compás de la misma, es decir, del beso.
Puesto a que Mingi también hizo un movimiento que, podría considerarse hosco, al rodear más fuertemente la diminuta figura que sobre sus muslos tenía, acercándolo, de manera que pareciera imposible, aún más a sí. Al punto de que sus pechos choquen, al punto de que se fundan como si hubiesen sido destinados para encajar de esa forma. Tan irreal e increíble.
El de oscuras hebras gimió, complacido. El pelirrojo había mordido su labio inferior y succionado éste poco después.
La pieza había perdido ritmo y elegancia, siendo ahora irregular y salvaje. Sus pasos eran torpes y poco virtuosos. Desesperados.
Sus bocas se abrían a la contraria con fervor y ansias, necesitadas. Buscando en la otra cualquier cosa que tuviese para ofrecer y más, saqueando de aquí y de allá, de manera egoísta y vehemente. Pero su arrítmica brutalidad tuvo que parar, un inesperado anfitrión apareció; el oxigeno. Con prisas y empujones, los separó.
Tanto el mayor como el menor allí respiraban de manera irregular. Ruidosos. Intentando llenar sus pulmones con aire mientras sus miradas se mantenían más que fijas, estaban enlazadas de una forma que no comprendían. Sus cuerpos fusionados y sus corazones martillando, furiosos.
Ambos tenían sus labios hinchados, enrojecidos por el pasional encuentro y desde la perspectiva de ambos, la imagen era más que tentadora o apetecible. Era seductora. Pidiendo por el contrario.
Hongjoong mordió su labio inferior, nervioso, quería seguir besando al alto pero sabía cómo eso terminaría y la idea de que las cosas se desencadenaran y terminaran de esa forma, dentro de todo, no le atemorizaba o cohibía. De hecho, le era atrayente. Un disparador.
Aún así, no se fiaba, aunque el seguro estuviese colocado y su madre no tuviese cómo entrar, su habitación no era de paredes extra gruesas ni tampoco eran finas, por esa misma razón no quería correr ningún riesgo innecesario y mucho menos uno que pudiese evitarse.
Pero siendo sinceros, estaba tentado, aquel chico frente a él, viéndose de aquella forma y viéndole de aquella forma tan..., libidinosa. Como si honestamente le deseara. Allí. Ahora. En su casa. En su cama.
«Dios mío».
No dudaba en que su propia mirada no fuera diferente.
Algo dentro de su vientre se calentó y creció, incomodándole. Inconsciente movió sus caderas, suave, sin realmente saber qué buscaba con ello, pero lo que obtuvo no le disgustó. Al contrario. Ni a él ni a su menor.
Fricción. Hongjoong había causado una pequeña fricción entre ambos.
La cercanía de sus cuerpos, el calor sofocante que estos emanaban y el hambriento beso que habían compartido como la tensión sexual que habitualmente los rodeaba, había conseguido que sus miembros despertasen, ligeramente. El vaivén del pelinegro, que tomasen más forma.
Ambos se tensaron como gimieron, uno más suave y quedo que el otro.
—Esto... n-no... no podemos, Mingi.— pronunció el mayor, vacilante y endeble. Más para sí que para el contrario—. N-No... podemos..., d-de ninguna ma-manera.
El nombrado sonrió, acercando sus labios al oído contrario—. ¿Seguro?— cuestionó y su lóbulo mordió, tirando de éste y temblando complacido ante el ahogado gemido obtenido—. No creo que ingrese, no tiene cómo.— recordó con suavidad, bajando la tonalidad de su voz a la vez que sus labios rozaban la, débilmente, marcada piel contraria. Sintiendo y viendo como éste se erizaba—. Además, quieres que lo haga tanto como yo quiero hacerlo, ¿me equivoco, Hongjoong?
El aludido gimió más sonoro, moviendo sus caderas con ligereza, volviendo a crear fricción entre ambos. Aquello era un afirmativo, para él mismo que dudaba tanto de todo y para el contrario, quien siempre lucía tan seguro y arrogante.
El de destellantes hebras sonrió contra el cuello contrario para luego depositar un suave beso en éste, porque segundos después, hizo lo que quiso con aquella zona que tan sensible era para el de baja estatura y tan magnífica y adictiva le era para el de mayor estatura.
Puesto a que, primero y como acostumbraba, comenzó besando su blanca longitud, arriba y abajo, depositando besos húmedos y fugaces. Repitiendo la secuencia varias e incontables veces, hasta que su mayor gruñó, frustrado. Necesitado de más, de lo que fuera. Por lo que procedió a besar su piel con mayor esmero, succionando la misma como si quisiera llevarse una parte de ella, pero no lo hacía. Sólo dejaba intensas y llamativas marcas una vez se apartaba.
Marcas rojizas, brillantes e irregulares. Marcas que resaltaban y exornaban aquella lechosa tez.
Aunque sólo fueron tres, no se detuvo, trabajó en ellas aún más, incluso las mordió con entusiasmo y ligero fervor, asegurándose por cualquier medio posible que durasen. Y cuando su bajo amante lloriqueó, suplicó y rogó por que parase, que aquello le dolía y no podía soportarlo más. Él lo hizo.
Paró.
No era tan cruel. O no lo sería con él al menos.
Por lo que procedió a besarlas con extremada delicadeza y a lamerlas, queriendo aliviar el placentero dolor que le causó, porque, por más que quisiera evitar su mirada mientras hacía lo que hacía, sus ahogados gemidos no habían sido desapercibidos para él.
Disfrutaba de aquella ligera rudeza, lo sabía. Y su erección creciente y punzante contra la de él, se lo decía también, a gritos.
Mientras tanto, Hongjoong pensaba, no quería volver a tener sexo con Mingi, no en su habitación y con su madre a metros pudiendo escuchar. Eso era tan descarado y bochornoso, no podía hacerlo, no tenía esos fetiches ni los tendría jamás.
Pero sí admitía que la ligera rudeza de Mingi le enloquecía al punto de querer tener sexo con él así se encuentre el presidente a metros y escuchando.
«Kim Hongjoong, cálmate, vamos, piensa en cosas desagradable, bacterias, inodoros, carne putrefacta. En Seonghwa, maldición. No lo sé chico, ¡cálmate!».
—Mi-Mingi.... p-por favor, ha-haz algo....
Murmuró el pelinegro mientras el vaivén de sus caderas era más intenso y enérgico, buscando que la fricción que con sus movimientos creaba fuera más potente, más palpable.
Un pequeño y perlado sudor cubría su frente, logrando que algunos pequeños y oscuros mechones se pegasen a la misma con discreción, mientras su mandíbula se encontraba desencajada, relajada de tal manera que su boca se mantenía algo abierta. Permitiendo que sus jadeos y reprimidos gemidos escapasen con total libertad y disfrazada euforia.
En cambio Mingi, le observaba de manera penetrante, silenciosa y avasallante. Registrando cada facción de su rostro como cada sonido liberado de su boca, de manera minuciosa. Extasiado.
Su mandíbula se encontraba tensa mientras sus brazos se cernían más duramente contra la silueta de su mayor, reprimiendo sus más brutales y salvajes instintos.
Un gemido afloró de sus voluminosos labios cuando el chico de blanca tez movió su pelvis con mayor ímpetu y rudeza, creando una placentera fricción que viajó desde lo más bajo hasta lo más alto, electrizante. Abrasador. Consiguiéndole sacar un, realmente, sonoro y ronco gemido a ambos.
Quienes no dudaron en unir sus labios con mayor devoción y entrega que al principio, devorando sus bocas como si fueran el manjar más exquisito, el agua más cristalina en el más seco desierto y aquella valiosa tierra que se le prometió a muchos tiempo atrás.
El ruido de sus labios colisionando, la fricción de sus cuerpos, el abrasador calor entorno a ellos y sus incontrolables como arrítmicos jadeos, todas esas partes y cada una de ellas formaban una peculiar, inusual y sublime sinfonía.
—Mi-Mingi... no... podemos...— jadeó vacilante, queriendo frenar el mover de su pelvis pero fallando estrepitosamente—. Esto... p-para...
—Ho-Hongjoong.— pronunció e hizo el intento de volver a conectar sus labios con los contrarios, fallando él también—. ¿Re-Realmente q-quieres que pare?.— preguntó con la voz entrecortada, acezado.
El mayor negó, gimiendo de manera queda, quiso hablar pero sus palabras se negaron a salir, permanecieron, cómodamente en su garganta. Lo que le frustró, quería parar pero a la vez no.
Ya lo dijo una vez, era tan bueno como malo.
Gimió otra vez y avergonzado bajó la vista, topándose con algo que, quizá, no quería toparse. O sí. Daba igual en este punto.
Pero el miembro de Mingi, a pesar de estar cubierto como el suyo, resaltaba. Era un bulto grande y ya lo había visto, dos veces para ser exactos, pero entre sus tejanos oscuros relucía aún más. Duro, firme y aprisionado. Gritando por ser liberado y atendido. Kim se sentía mareado.
«¿Qué me está pasando?, esto es... excitante no, lo siguiente».
Extasiado y fuera de sí, movió más fervientemente sus caderas, con sus castaños y dilatados orbes fijos en aquel cubierto trozo de carne. Relamió sus labios e ignoró la extraña necesidad que crecía dentro de él por, valga la redundancia, querer tener aquello dentro de él. Realmente algo en él había latido, (y aún lo hacía), exigiendo por atención, por ser llenado y jodido como sólo una persona sabía hacerlo.
Quería ser jodido por la persona que bajo él tenía, jadeando, viéndole con lascivia y devorándole sin pudor alguno mientras sus largos brazos le rodeaban con tan asfixiante y dulce fuerza.
—Ho-Hongjoong...— el nombrado alzó su vista, jadeante y con sus ojos brillantes de la más pura lujuria, la misma que encontró en lo rasgados orbes contrarios—. Querías estar arriba ¿no?, ¿por qué no saltas un poco?, anda. Hazlo.
—N-No ha-haré e-eso.
—Vamos.— insistió con su voz aún más ronca, deseosa. Demandante.
—N-No me re-refería a e-eso.
Mingi no respondió y movió su pelvis, creando una extraña y placentera sensación para Hongjoong, quien gimió y cerró sus ojos con fuerza, creyendo ver estrellas.
Relamió sus labios y se llenó de valor. ¿Qué más daba?, según él no estaban siendo muy ruidosos y su madre, probablemente, estaba entretenida viendo alguno de sus programas o yacía en su habitación.
Con los ojos cerrados y un desconocido valor circulando por su sangre, Hongjoong se atrevió a llevar a cabo aquello que su alto y dominante menor le pidió; brincar.
Fue ligero y nada muy exagerado, pero cuando él brincó y el más alto movió su pelvis, yendo a su encuentro, y a pesar de ambos estar cubiertos de prendas, no muy gruesas cabe señalar. La sensación fue directo a donde debía ir. Por lo que, sus complacidos gemidos, no tardaron en aparecer y llenar la habitación.
De manera discreta claro.
La secuencia se mantuvo, por varios y tendidos minutos. Ambos comenzaban a perder la cordura, si es que alguna vez la tuvieron. Pero en definitiva, aquello comenzaba a no ser suficiente para ninguno. Por lo que sus movimientos fueron más erráticos y desesperados. Necesitados.
No irían más allá de lo que estaba haciendo pero aún así, querían más.
Querían su liberación, el éxtasis puro. Caliente.
Sus besos eran feroces, devorando del otro lo que no tenía, siendo hoscos y despiadados. Sus respiraciones ya ni existían, no estaban presentes ni eran regulares, todo lo contrario. El calor en la habitación no podía compararse con nada existente en este mundo, con mil soles, tal vez.
O más.
—Mingi... Mingi... Mingi...
Hongjoong estaba en su límite, su mente estaba en blanco, vacía. Todas sus neuronas fundidas y su raciocinio muerto, su cuerpo tenso y sus dobladas piernas, dulcemente entumecidas. El aire le faltaba de una manera asfixiante y sus pulmones quemaban, todo su cuerpo se estremecía y su corazón ya no martillaba ni galopaba, ahora corría. Impetuoso y sin limite, queriendo romper las paredes que le rodeaban y salir fuera.
Los fuegos artificiales estallaron, grandes, chicos, con o sin forma, explotaron bajo sus párpados. Toda su persona convulsionó, los espasmos le atacaron al igual que la flacidez a sus músculos.
Sin fuerza se dejó caer en la figura contraria, bueno, simplemente le abrazó con menos vigor y ocultó su rostro en la curva de su cuello. Adormilado y complacido.
Luchando por no cerrar sus ojos con esmero y dormirse de una buena vez.
Estando allí pudo apreciar varias y diferentes cosas. Mingi olía demasiado bien, no era menta pero sí era algo refrescante, masculino también, aunque dudaba de que eso tuviese sentido. Era seductor, atractivo y relajante. Su cuello o la curva de éste, le pareció un sitio cómodo, lo cual le incomodaba.
Pero sobre todo, sus pechos estaban tan unidos, tan fusionados que, inevitablemente, podía oír el latir del corazón impropio. Y era salvaje, sonoro, como si gritase algo hasta al punto de desgarrarse.
Era débil, por lo que cerró sus ojos y afianzó su agarre entorno al cuello impropio con ganas, abrazándole con tal fuerza que le importaba poco si le asfixiaba o no. Sentía que debía hacerlo. Se acurrucó más contra su cuerpo y hundió más profundamente su rostro en la curva de su cuello, inhalando su aroma.
Suspirando débilmente ante esto, le gustaba. Demasiado, tal vez.
Mingi le abrazó también, firme pero no brusco o sofocante. Al contrario. Como si tampoco quisiera apartarse y como si quisiera mostrarle su cariño, porque de alguna manera, aquello no era sólo íntimo y peculiar, era también amoroso.
«Okay, eso sí que no. No, no, no y no. Aléjate ya. Eso no, rotundamente no».
Con sus mejillas ardiendo de manera violenta y torpe como sólo él podía serlo, Hongjoong rompió el abrazo, apartándose de alto y cayendo de la cama.
—Pero qué... ¿estás bien?— apresurado y más asombrado que preocupado, el pelirrojo vio al recién levantado pelinegro.
—Sí, sí, sí, todo bien. Esto yo...— nervioso rascó su nuca e insistente mordió su labio inferior, ya lo dijo una vez, o varias, no era bueno mintiendo o creando excusas—, tengo que, ya sabes, cambiarme por el desastre y ¡ya vuelvo!
Dejando a un confundido Mingi sobre su cama, el mayor y de baja estatura huyó hacia su cercano baño, encerrándose en éste. Su respiración estaba tan o más agitada que su corazón, no quería verse en el espejo, sabía el rojo que le adornaba.
«Okay, bien, ¿qué pasó allí?».
Desorientado y algo mareado, fue hasta el lavado, abriendo la llave y enjuagando su rostro con insistencia. Queriendo acabar con el ardor que le inundaba.
Se sentía tan avergonzado por su comportamiento, abrazó al alto de una forma tan..., peculiar... ¿amorosa? ¡blanda!. Él no era de los chicos que hacían esas cosas, con nadie. No las odiaba pero tampoco le gustaban demasiado.
Incluso Seonghwa le reclamó tiempo atrás por no ser muy afectivo o demostrativo, cuando el castaño tampoco lo era. Lo cual era bastante irónico.
«No quiero volver».
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—Pensé que no regresarías.
Fue lo primero que el chico de lechosa tez escuchó apenas ingresó a su habitación, suspiró y cerró la puerta, caminando hasta su cama y tomando asiento en el borde de ésta.
—Fui a cambiarme.— respondió y los rasgados ojos contrarios apartaron la vista de su móvil y le vieron con detenimiento, su largo pantalón ya no estaba, ahora portaba uno corto y de color azul marino—. Y te traje algo para que comieras.— agregó, removiéndose en su sitio, incómodo por la intensa mirada que estaban recibiendo sus descubiertos y cruzados muslos—. Deja de verme y ten esto.
Masculló con sus mejillas teñidas de un suave rosa mientras le lanzaba una bolsa de color verde, una que contenía snacks salados, para su desgracia, Mingi la atrapó y su intento de golpearlo con ésta, falló.
—Ya te lo dije, varias veces de hecho, me gusta verte.— murmuró con firmeza y suavidad, abriendo la bolsa y comiendo lo que en ella había con rapidez, al instante.
Hongjoong apartó la mirada e ignoró el revoltijo en su interior, removiéndose por segunda vez en su sitio, entrelazando sus dedos, más incómodo que nervioso.
—Decir ese tipo de cosas....— murmuró vacilante, con su vista aún fija en sus piernas—, coquetear de esa forma, ¿te funciona?
Mingi masticó lo que yacía en su boca, parsimonioso, viendo con minuciosidad a quien tenía delante, lejos de su persona por unos cuantos centímetros. Ladeó su rostro y se llevó más de esas galletas saladas a la boca, no respondiendo y notando cómo su mayor se ponía más y más nervioso, ansiando una respuesta que no llegaba y crispándose por ello.
Una vez tragó todo lo que en su boca había, procedió a dejar el paquete casi vacío sobre el buró del pelinegro, sereno. Sin prisas. Limpió sus palmas y, lentamente, se hizo hacia atrás, recostándose contra el cabecero de la cama.
Aunque pareciera inexpresivo por fuera, por dentro, Mingi se estaba divirtiendo demasiado, le gustaba fastidiar al contrario y no respondiendo a su, sinceramente, curiosa cuestión, era una forma de tantas que tenía. Puesto a que, al más bajo, le irritaba cuando alguien tardaba en darle una respuesta o, adrede, demoraban.
Cuando al fin Hongjoong alzó su vista y, enfurruñado le miró, Mingi decidió responderle, porque aparte de querer molestarle un poco, quería que le viera.
No importaba de qué forma fuera, a él le gustaba cuando aquellos grandes y castaños orbes se clavaban únicamente en él.
—Depende de quién sea la persona.— musitó tras sacudir sus hombros, indiferente.
Hongjoong arrugó su ceño, confundido e interesado—. No logro comprender. ¿Te funciona o no?
—Dímelo tú, Hongjoong, ¿funciona?
El aludido enrojeció con salvajismo, ahogó un grito y sintió que su apacible corazón sufría de un ligero y fugaz infarto, todo en él se descontroló y no entendió porqué.
«A la mierda que sí lo hace».
El mayor allí no quería responder, ya sea de manera positiva o negativa, no quería hacerlo y tampoco tenía sentido, porque ambos sabían cuál era la respuesta.
Relamió sus labios y fingió no haberle escuchado, centrando su vista en cualquier punto en su habitación, como si buscase algo en ella, Mingi rió con levedad y se inclinó, sus largos dedos habían rodeado los tobillos de sus, ahora estiradas piernas, y fácilmente jaló de éstas. Acercándolo a su persona como si nada.
De manera queda, Hongjoong se quejó, su dongsaeng lo había empujado hacia atrás, haciendo que su espalda chocase contra el colchón para que éste pueda posicionarse entre sus blancas piernas y sobre su diminuta silueta.
Eclipsándolo.
—Tus brazos son muy largos.— murmuró el pelinegro, ligeramente fascinado al recordar con la facilidad que había sido tomado y puesto en esa posición.
—Más cosas en mí son largas.— respondió con picardía, riendo de la avergonzada apariencia contraria y de su vago intento por golpearlo.
—¿Puedes quitarte de encima?— preguntó en un bajo tono mientras sus dedos jugaban con la parte final de la prenda ajena. Deseando quitarla y que el contrario no se aparte, le gustaba la calidez que su cuerpo trasmitía.
—¿Puedes quitarme la remera?— inquirió el de despampanantes hebras, aproximando su rostro al contrario.
«¡Por supuesto que puedes, quítasela, hazlo maldición!».
—¿No?— musitó con su voz ahogada, conteniendo su respiración cuando aquellos regordetes labios rozaron los suyos.
—No suenas seguro.— señaló Mingi mientras, asombrosamente, pegaba su cuerpo más al contrario. Consiguiendo un apagado jadeo de éste.
—Mingi.— llamó en un ruego, cada que hablaban sus bocas se rozaban y cosquilleaban dulcemente.
—¿Sí?
—Bésame.
Y su pedido fue cumplido.
Mingi conectó sus labios de manera suave, superficial. Hasta podría considerarse que fue un conectar tierno. Para luego sólo tomar, rudamente, todo lo que aquellos labios le ofrecían. Sus lenguas no tardaron en encontrarse y entrelazarse entre sí, de manera hábil pues ya se conocían.
La calidez de sus cuerpos volvió a ascender y sus corazones a enloquecer, ignoraban aquello mientras se devoraban de manera hambrienta, como si no se hubieran besado antes.
El beso fue interrumpido por un gemido que escapó, travieso, de los labios de Hongjoong, gracias a la ligera presión que el pelirrojo había ejercido en su entrepierna con la propia. A raíz de esto y de manera inconsciente, el pelinegro separó un poco, escasamente, sus piernas.
Concediéndole más acceso al de bronceada tez.
Su beso fue más intenso y fogoso, más que hambriento. Devoraban sus bocas con una necesidad desconocida y sofocante. Desesperados.
Y aunque el aire les comenzó a faltar y aunque sus pulmones comenzaron a oxidarse por la falta de oxigeno, ellos continuaron, ignorando aquello como si no fuese importante. Usando sus lenguas y dientes, magullando sus labios con ímpetu. Con afán. Despeinando sus cabellos en el proceso y desacomodando sus prendas también.
El calor crecía, la desesperación como la necesidad de más, también.
Y cuando Mingi volvió a frotar su entrepierna con la impropia, causando que ambos gimieran complacidos, fueron interrumpidos, inesperadamente una canción comenzó a sonar, sobresaltándolos.
Se apartaron, agitados, con sus respiraciones erráticas y ellos hechos un completo desastre.
Resoplando, Song sacó su móvil del bolsillo de su tejano y atendió la llamada, con su lasciva mirada clavada en el sentado chico a su lado, el cual, claramente, no le veía.
—¿Tienes que irte?— preguntó Kim una vez su menor finalizó la llamada con su madre.
—Sí, ya es tarde.— respondió con un ademán indiferente—. ¿A caso no quieres que me vaya?— ronroneó mientras acercaba, coquetamente, su rostro al contrario.
Hongjoong balbuceó incoherencia como su cabeza meneó, al no lograr hacerse entender, simplemente estiró su mano y empujó el invasivo rostro ajeno lejos del suyo.
—Eres encantador.— murmuró un risueño Mingi, levantándose después de su carmín mayor—. Lástima que tenga que irme, tal vez si tú....
—No te invitaré a quedarte en mi casa.— respondió como interrumpió con rapidez, cruzando sus brazos y arrugando sus labios. Aquello era demasiado, definitivamente no.
—Al menos lo intenté.— replicó con fingida pena, sacudiendo sus hombros y abultando sus regordetes labios en un mohín.
La respiración del más bajo, paró. Y segundos después, su corazón comenzó a martillar furioso en su pecho, desbocado.
—Ya lárgate de una vez.
Mingi volteó sus ojos pero asintió, y antes de irse, se dedicó a acomodar las prendas del contrario. Comenzando con su arrugada remera, una vez satisfecho llevó sus manos a las oscuras hebras de éste, ordenándolas con diligencia y propiedad.
Le echó un rápido vistazo y complacido con su compuesta imagen, se inclinó. Besando, cariñosamente, la punta de su nariz.
—Nos vemos, Hongjoong.
El susodicho permaneció estático por unos varios segundos, procesando todo, aunque no fuera necesario, lo hizo. Una vez volvió a la realidad, parpadeó varias veces y saltó sobre su cama, pataleando y ahogando sus quejidos que, sinceramente, eran agudos gritos.
Su corazón retumbaba en su pecho, jocoso e impetuoso. Gritando, desaforadamente el nombre de Mingi.
«Estoy jodido y necesito a Seonghwa».
Gracias por las 13k en lecturas, casi 2k en votos y 1k de comentarios. I'm so happy.
No me convence una parte de esto, pero, ya la corregí lo mejor que pude, de vuelta. Muchas gracias ^^
Psdta: Amo a mis padres, bye. ( *¯ ³¯*)♡ㄘゅ
💜~
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