❈•≪20. Jueves, pizza y primera vez≫•❈
Tras bostezar y sus oscuras hebras ordenar, Hongjoong se levantó de su cama, tomando su móvil y encendiéndolo momentáneamente, la hora fue lo primero que vio; 7:25 pm, seguido de los cero mensajes o notificaciones de algún tipo. Se encogió de hombros y salió de su habitación.
Parsimonioso, sus pies recorrieron el habitual tramo o pasillo hacia la sala, notando que su progenitora no se encontraba allí pero sí su maletín de cuero marrón, entrecerró sus ojos y caminó hasta la cocina, encontrándola allí, arreglada y, notoriamente, desesperada en busca de algo que él desconocía.
—¿Saldrás?— cuestionó con suavidad, espantando a la mujer, quien se sobresaltó y le miró con grandes ojos—. Lo siento, ¿saldrás?
—Trabajo.— respondió una vez se recompuso, abriendo un último cajón y sacando una pequeña libreta de cuero negro, sus facciones se suavizaron y el alivio inundó su expresión—. Aquí estaba, pensé que la había perdido... o tirado.
—Con lo distraída que eres no me sorprende si un día pasara.— murmuró con indiferencia, recibiendo una mala mirada de la castaña.
—Te recuerdo que soy tu madre.
Tras un indiferente ademán y una burlona sonrisa, la mujer rodó sus ojos—. Así que, trabajo, ¿cenaré solo?
—En efecto— respondió la mujer, yendo hacia la nevera y buscando en ella no sabe Hongjoong qué—, hay dos paquetes de ramen, algunas verduras y arroz, puedes hacerte eso para cenar o te doy dinero.
El pelinegro sonrió y su mano extendió—. Se me apetece comer pizza.
Sonhee resopló pero sonrió, tomando una botella de agua y dejándola sobre la encimera a su costado, llevó su mano hasta el bolsillo de su abrigo y su billetera sacó, teniéndole a su hijo más dinero del que éste esperaba.
—Es mi primer cena desde que me ascendieron en mi puesto— informó con entusiasmo, tomando su botella de agua y dirigiéndose hacia la sala, con su hijo detrás—. Estoy nerviosa y lo más probable es que vuelva tarde, por lo que no me esperes.
—No pensaba hacerlo.— susurró al verla tomar su recién adquirido maletín—. Pero te irá bien, eso sólo una cena, relájate.
—No hagas disturbios, nos veremos luego.
Tras el marchar de su progenitora, Hongjoong se dirigió hacia la cocina otra vez, en busca del número de alguna pizzería a la que pudiera llamar, un minuto tardó en encontrar el contacto, resopló y se dirigió hacia el teléfono. Marcó y tras el pasar de otro minuto, fue atendido y pudo hacer su pedido, colgó y se dirigió hacia su habitación, se ducharía en lo que esperaba por su insana cena.
⇜✫⇝✫⇜✫⇝✫⇜✫⇝✫⇜✫⇝✫
—Bien, tal vez, exageré.
El solitario chico se encontraba sobre su cama, en su habitación y con sus lechosas y descubiertas piernas, cruzadas. En su mano derecha yacía una triangular y algo mordida porción de pizza, mientras que el resto se encontraba en la caja, sobre su cama y frente a él. Sus castaños y grandes orbes no dejaban de ver la monstruosidad de su pedido; una pizza familiar.
Apenas llevaba comiendo una porción de todo aquello y ya se sentía exhausto y a punto de estallar, tenía buen apetito y le gustaba comer, pero sin dudas, se había excedido. Aquello era más de lo que su estómago podía soportar y de lo que él podía comer.
Resopló y otro mordisco dio a la porción en su mano, aún con su vista fija en las siete porciones restantes, meneó su cabeza y su móvil tomó, eran las 7:38 pm, era jueves y no muy tarde, quizá Seonghwa se unía a él y le ayudaba.
Llevó el móvil a su oreja y tragó lo que en su boca había, primer tono, segundo y tercero. Colgó. En su segundo intento, la secuencia se repitió, y en el tercero, fue directo al buzón de voz.
Dejó el móvil a un lado y cogió una segunda y monstruosa porción, comiendo de ella con suavidad. Habían obvias razones por las que su amigo no cogía sus llamadas; estaba estudiando, estaba estudiando con Yeosang o, sencillamente, no quería hacerlo porque estaba entretenido haciendo él vaya a saber qué.
«Genial, ¿y ahora?».
Sin pensarlo demasiado volvió a coger su móvil, encendiéndolo y yendo a un contacto en específico, al de su dongsaeng. Era de buen apetito, y si bien su relación era un tanto peculiar, no se llevaban mal y además, no vivía lejos de su casa, a diferencia de su castaño amigo.
Lo invitaría y la pasarían bien, si no era así y el chico se comportaba de manera molesta, lo patearía fuera y no lo volvería a tener en consideración nunca más.
—¿Quieres pizza?— tan pronto como su llamada fue cogida, cuestionó. Mordiendo de la mitad que aún no podía acabar.
—Vaya, esto es inesperado, Kim Hongjoong ¿me estás invitando? ¿a mí?— con fingida sorpresa y notoria burla, inquirió.
El susodicho bufó, comenzando a arrepentirse—. No, ya no. Olvídalo. No dije nada.
—Sólo bromeaba, me encantaría ir por pizza contigo.— murmuró con extremada melosidad al notar su crispado tono.
—No, dije que lo olvidaras.
—¿Harás que te ruegue?— cuestionó con palpable incredulidad.
—Tal vez.— respondió, juguetón. Olvidando su momentánea irritación—. Tal vez no, no lo sé, ¿estás en casa?
—No, salí en busca de algo para cenar.
Hongjoong asintió y mordió de su pizza—. Bueno, si aún no encuentras nada, puedes venir a mi casa.
—¿No me estás mintiendo, verdad?— desconfiado, murmuró—. Quiero decir, no me harás ir hasta tu casa para decirme que no te encuentras y que bromeabas ¿cierto?
Kim arrugó su ceño y alejó, momentáneamente, el aparato de su oreja, atónito—. Eso es ridículo, ¿alguien te lo hizo?
—San, hace no mucho.— respondió con sinceridad y su mayor, estalló en una sonora carcajada, realmente divertido—. No te burles.
—No me lo creo, bueno sí, sí lo hago. Eres tonto en serio.— suspiró y su cabeza meneó—. Lo admito, tu amigo es ingenioso.
—¿Ingenioso?, es un cretino.— corrigió con falsa molestia.
—Ya, claro. Pero hablaba en serio, puedes venir si...
—No tardaré en llegar.— interrumpió tras asentir, acción que el pelinegro no pudo ver.
—La puerta está abierta.
Sin esperar respuestas colgó, dejando su celular en donde anteriormente estaba, en el pequeño buró junto a su cama.
Sus labios aún se mantenían curvados por la gracia que la contada anécdota le causó, pudiendo, realmente, imaginar la situación del pelirrojo yendo a lo de su rubio amigo para que éste, maliciosamente, le diga que no se encuentra y que fue a su casa para nada. Que era una broma no muy inocente. La incredulidad bañando su rostro, y quizás, la indignación y la molestia arremolinadas en su pecho ante dicha revelación. Meneó su cabeza, intentando deshacerse de la aún latente diversión en su persona.
Quizá, muy escasamente y en ciertas situaciones, su dongsaeng podía ser algo ingenuo.
Suspiró y dio dos mordiscos más a su casi inexistente pizza cuando, suavemente, la puerta de su habitación fue abierta, se sobresaltó y un grito en su garganta ahogó. Milagrosamente, consiguió no ahogarse con la pizza en su boca.
—Rayos, Mingi, toca al menos.— exclamó cuando tragó los molidos restos de la saborizada masa.
—Lo siento, traje soda.— murmuró apenado mientras alzaba la blanca bolsa en su mano izquierda, la cual, en efecto, contenía dos latas.
—Da igual, toma asiento y come antes de que se enfríe.
El recién llegado asintió y tras disculparse una segunda vez, procedió a sentarse en el espacio sobrante de la cama, en la parte final, cerca del borde. A los pies. Cruzando sus piernas y sacando una lata de la bolsa, tendiéndosela al más bajo.
—Gracias.
Mingi asintió y tomó una de las seis porciones restantes—. Deberías de ponerle llave a la puerta.— murmuró antes de dar un mordisco a su tibia masa.
—Tú venías— respondió con indiferencia, encogiéndose de hombros—. Además, no hay robos por la zona.
—No significa que por ello debas tener la puerta sin llave.
—Cuando te vayas le pondré llave.— concedió tras resoplar, rendido.
Mingi sonrió y comparó su casi terminada pizza con la que, Hongjoong, lenta y costosamente, intentaba acabar con pequeños, realmente, diminutos mordiscos.
—¿No has sido demasiado ambicioso con el tamaño de la pizza?— cuestionó con suavidad tras murmurar un pequeño «encantador» que no fue percibido por el contrario.
—No lo pensé cuando hice el pedido.
—Lo noté.
Hongjoong no respondió y abrió la lata en su buró, a la misma vez que se hacía hacia atrás, recostándose en el respaldo de su cama, bebiendo del contenido en silencio. Viendo al alto con brevedad.
El silencio se extendió sobre ellos como un fino manto, uno invisible pero aún así palpable, no era incómodo pero tampoco agradable. Hongjoong luchaba por acabar con su segunda y, probablemente, última pizza mientras Mingi comía su segunda porción sin complicaciones, viéndole de manera abierta y fija.
Una vez terminó, suspiró, limpió sus manos y volvió a coger su soda, bebiendo de ella con nerviosismo. Necesitaba conversar con su dongsaeng, de lo que fuera, pero ese silencio y sus oscuros ojos clavados en su persona con insistencia, debían acabar.
Torpemente comenzó a hurgar en los cajones de su mente, ignorando los más viejos, empolvados y grandes, aquellos que estaban cargados de viejos recuerdos. De recuerdos que no se acoplaban a la situación.
Rebuscó y rebuscó, hasta que se topó con un cajón mediano, brillante y sin cerradura, sin dudarlo lo abrió, era un recuerdo bastante reciente, de hecho, de hoy. De hace un par de horas.
Ni siquiera era él el protagonista, sino su elegante amigo y su exótico dongsaeng; Yeosang.
Se encontraba yendo al salón 5, en el segundo receso, caminaba sin prisas y cuando dobló en el pasillo de siempre, camino a las escaleras, el pelirosa pasó por su lado y pareció no reconocerle, lo que no le sorprendió. Habían tantas personas a su lado que era tarea imposible.
Curioso vio por sobre su hombro, el chico se veía ansioso y apurado, a unos pocos metros de distancia, quizá a dos, su amigo estaba recostado contra la pared de su salón, tal vez, no estaba seguro. Miraba su celular con hastío mientras unos chicos yacían a su lado, hablando con bastante emoción. Kang le llamó y Seonghwa alzó su mirada, sonriendo con levedad y disculpándose con aquellos chicos, estaban a dos pasos de distancia cuando, los pies del menor, se enredaron en sí mismos y trastabilló.
Hubiera ido a parar al suelo de no ser por la rapidez del castaño, quien consiguió tomarlo de los hombros, deteniendo su caída, todo Yeosang tembló como ardió con violencia, bajando la mirada y ocultando su rostro en el amplio pecho de su amigo, quien parecía consolarlo con suavidad. A su estilo.
Que el chico estuviera por varios y tendidos segundos con su rostro oculto en el pecho de su amigo, negándose a apartarse, no fue lo que más le llamó la atención, al menos a él. Su sincera emoción por verlo, sus palpables nervios y su brillante rostro. Sí.
Todo en él parecía gritar sólo una cosa, y una muy notoria.
—¿Qué piensas de Seonghwa y Yeosang?— cuestionó con fingida casualidad.
Mingi ladeó su rostro, confundido—. ¿A qué te refieres exactamente?
—Ya sabes, a ellos..., juntos.
—¡¿Salen?!— cuestionó con obvio asombro, rápidamente, Hongjoong negó—. ¿Visualmente?— inquirió y el contrario, negó. Otra vez—. ¿A las posibilidades de que terminen saliendo?— se aventuró por tercera vez, desconfiado. Acertó y Kim, asintió—. Según San, Yeosang lleva un tiempo colado por Seonghwa-hyung.
—¿Cómo él sabe eso?— inquirió con su ceja, ligeramente, enarcada. Curioso.
—Sale con su mejor amigo y, supuestamente, se lo contó por accidente. Se le escapó.
—Ya veo.
Si aquello era cierto y no una simple suposición del no presente rubio, Yeosang estaba perdido. Terminaría desilusionado y, quizá, no estaba seguro, con un corazón roto.
«Mierda».
—¿A Seonghwa no le gusta?— Hongjoong negó—. ¿Te lo dijo?
—Se dio una situación y se lo pregunté, dijo que nunca pasaría.
—¿Crees que fue sincero?
—Demasiado, lo conozco y no me estaba mintiendo, cuando lo hace es como yo, pésimo.— aseguró con un ligero asentir, viendo al menor acabar su tercer porción de pizza con rapidez—. Tampoco es como que se pueda evitar el rechazo que, de confesarse, Yeosang recibirá.
—Si decide confesarse.— replicó el pelirrojo, acabando la bebida de su lata.
—Por eso dije, de confesarse, no sé si lo haga o no.— musitó tras rodar sus ojos, cruzando sus brazos.
—Ya, ya— susurró y sus brazos alzó, conciliador—. No vi a tu madre, ¿no está?
—No, tuvo una cena de trabajo, ¿por qué crees que te invité?
Y aquella sonrisa que hace días no veía, apareció. En los acolchados labios contrarios, se posó. Insinuante, coqueta.
—Porque me extrañabas, tal vez.— murmuró con sutil coquetería, guiñando su ojo derecho.
Hongjoong apartó la mirada y gruñó por lo bajo, avergonzado por las palabras del contrario y porque, su rostro, lo hubiera delatado tan fácilmente, tiñéndose de un intenso como violento carmín. Sintiendo el ligero ardor que acompañaba a tan llamativo color.
—No digas tonterías, por favor.
—¿Lo son?— cuestionó y se levantó, tomando la caja con las tres porciones de pizza restantes, las vacías latas y, ordenadamente, las colocó sobre el buró—. Porque yo sí te extrañé, Hongjoong.
Los diminutos vellos en la nunca del nombrado, se erizaron. Como su columna entera cosquilleó, el color en sus mejillas se acentuó e intimidado, en su cama se encogió.
No se había emocionado, para nada. En lo absoluto.
Tímidamente, largó lo primero que a su mente vino, arrepintiéndose segundos después—. No-Nos vi-vi-vimos en la ma-mañana.
Mingi volvió a tomar asiento en la suave cama, sereno—. Eso no evita que te haya extrañado.
La contestación que el pelinegro pensó decir, no salió. Se quedó atrapada en su mente, como una simple idea, como una acción no llevada a cabo, no concretada.
Y todo a causa del inesperado como rápido actuar del alto, su cuerpo posicionándose sobre el suyo, eclipsándolo, y su rostro, como ya era costumbre, sofocantemente cerca. A milímetros.
Sonoramente cogió aire por la nariz y sus brazos descruzó, alzándolos y pasándolos por sobre los amplios hombros impropios, rodeándolos con firmeza. Acercando, aún más, sus anatomías.
Todo Mingi era atrayente, irresistible. Y tampoco es como que él hiciera un esfuerzo resistiéndose o algo parecido.
Tras el imperceptible entrelazar de sus miradas, sus bocas procedieron a unirse. El inicio del beso fue suave, lento y ligeramente sensual.
El compás que sus bocas llevaban, uno ligero y armonioso. Pero pronto ambos se hartan de tan suave y podría decirse que, cariñoso beso, por lo que, sus bocas se mueven en busca de más fervor, más sentimiento..., más pasión.
Sus labios se aplastan, se devoran y succionan con desmedido ardor, frenéticos y, sutilmente, descompasados el uno con el otro. Sus lenguas hacen aparición en la escena, entrelazándose al instante en que sus bocas se abren, danzando de manera devota y firme, sus respiraciones comienzan a perder el ritmo, agitándose, agotándose. Los pequeños quejidos que el más bajo de ambos intenta retener para sí, son la musicalidad elegida.
Es un beso húmedo, brusco, arrítmico y claramente hambriento.
Se besan y besan más, mucho más, hasta que la escena es cortada con brusquedad. Ambos protagonistas se alejan, sus irregulares respiraciones resonando en aquella silenciosa habitación, sus miradas conectadas y oscurecidas, consumidas por el placer más puro.
—Hongjoong, no.
—Mingi...— pronuncia el mayor allí, en un suave ruego. Ignorando su tono de advertencia y su vago intento por apartarse, afianzando sus brazos entorno a su cuello—. Por favor... más
El menor suspira sonoramente y vuelva a cernir sus labios en los contrarios, atrapándolos con suavidad para, inmediatamente, introducir su lengua en la cavidad ajena. Demandante.
Exigiéndole y quitándole más de lo que tenía y más de lo que estaba acostumbrado a dar.
Asfixiado, Hongjoong rompió el beso, las manecillas en su cerebro comenzaban a frenar, sus engranes a perder aceite, su racionalidad a empacar sus cosas y su cuerpo entero, a arder.
Los pomposos labios del contrario sobre la sensible piel de su cuello, se sentían correctos. Más que agradables. Besaban su piel tan suavemente, siendo, realmente, pequeños roces. Ligeras presiones. Estaba más que encantado, fascinado.
Por lo que le era imposible contener sus débiles suspiros.
Los cuales se hicieron más audibles y firmes ante las diestras succiones que Mingi estaba empleando en su sensible zona, Hongjoong mordió su labio inferior y contuvo sus quejidos, inevitablemente, comenzó a retorcerse. Necesitado.
Su piel ardía, se sentía dulcemente sofocado y excitado.
Quería más, necesitaba más, en todos los sentidos de la palabra.
Inexorable, un gemido floreció de entre los labios del pelinegro, bajo y ronco. Mingi había tomado un poco de su piel con sus dientes, firmemente, había mordido con saña y tirado de ella poco después. ¿Le dolió?, sí. Pero más le excitó.
Curvó su espalda y enredó sus dedos en las sedosas hebras contrarias, tirando de ellas con suavidad y volviendo a fundir sus bocas en un torpe beso.
—Deberíamos parar...
Hongjoong meneó su cabeza, negando fuertemente.
A ver, claramente su juicio no existía, en ese preciso momento, lo que menos tenía era uso de razón, era muy notorio. Y todo a causa de la presencia contraria sobre la suya, aplastándolo, irradiándole calor, mientras su masculino aroma se colaba entre sus fosas, intoxicando su maquinaria y haciendo a la misma frenar. Fallar. Nublando su juicio y ensordeciendo su pequeña voz.
Estaba tan o más excitado que Mingi, eso era un hecho.
Sus cuerpos estaban pegados, demasiado juntos, por lo que, sentir la excitación contraria no era muy difícil. Y más para él que portaba unos cortos y delgados pantalones negros.
A pesar de todo eso, era, mínimamente consciente. Sabía qué estaban haciendo y cómo, probablemente, terminarían si no se apartaban. Si no detenían todo aquello.
Pero él no quería parar, quería continuar, quería terminar hecho un desastre por Mingi. Eso era otro hecho.
—T-Tú sólo sigue.— murmuró con la voz quebrada, baja.
—Pero, ¿estás seguro?
Hongjoong asintió con sus ojos cerrados, estaba avergonzado de su propio y tan necesitado comportamiento. Sus hormonas estaban más liberadas de lo que alguna vez llegó a considerar.
—Pero...
—Por favor.
Rogó con su voz estrangulada mientras, tanto inconsciente como conscientemente, movía su pelvis con ligereza, creando una sutil y vaga fricción entre ambos.
—Levántate.— Hongjoong abrió sus ojos, asombrado. No era la primera vez que escuchaba la ronca voz de Mingi, ahogada por el placer, pero sin dudas, esa fue de sus veces favoritas. Sonó tan ronca y grave, quebrada. Obedeció y algo tambaleante, se enderezó, viéndole, expectante—. Alza los brazos, anda.
Y apenas llevó a cabo dicha acción, su holgada y gris remera de cortas mangas, se deslizó fuera de su cuerpo, mostrando, ampliamente, su lechoso dorso. Intimidado por la fija mirada contraria, cruzó sus brazos, intentando cubrir su repentina desnudez.
Se sentía expuesto y débil.
—Se ve muy pulcra tu piel..., muy blanca.— murmuró por lo bajo el pelirrojo, estirando su mano y deslizando su índice por aquella suave piel, viéndolo temblar ante el toque. Sonrió y el contorno de su ombligo, delineó—. No tienes porqué avergonzarte. Tienes un lindo cuerpo.
Con sus mejillas de un intenso carmín, Hongjoong se hizo hacia atrás, cayendo sobre el colchón y apartando su figura del contrario y, de su travieso dedo, también. Estaba ardiendo y abochornado. Quería correr y esconder su cabeza en algún hueco.
—Encantador.
Su replica se quedó a medio salir cuando, inesperadamente, los enrojecidos y voluminosos labios impropios se posaron, suavemente, sobre la blanca piel de su pecho. Besándola.
Sus ojos se abrieron notoriamente, pasmados, observando embelesados el recorrido que aquellos belfos trazaban, aleatoriamente, sobre su pecho. Subiendo y bajando, de un lado al otro. Y se obligó a encapsular su respirar cuando, sin él preverlo o esperarlo, aquellos belfos decidieron capturar uno de sus pezones.
Sus vellos se erizaron, sus piernas temblaron y su espalda se curvó, al principio Hongjoong negó y, torpemente, intento decirle al contrario que aquello no le agradaba, que le era incómodo y extraño. Pero, o Mingi no le escuchó o fingió no hacerlo, porque succionó su rosado botón y, suave y con sus dientes, lo estiró.
Una agradable corriente viajó desde su atendido pezón hasta su ya, bien formado, bulto.
Hongjoong era incapaz de pensar de manera coherente y de hablar con propiedad, todo su cuerpo se encontraba sensible y receptivo a las atenciones que Mingi le estaba brindando tan diestramente, con sus labios intercalándose de un pezón en otro, con sus manos recorriendo la longitud de su espalda con suavidad y con su entrepierna presionándose en la propia.
Estaba acalorado y deseoso.
Su cuerpo se retorcía, sus dedos se enredaban en aquella colorida cabellera mientras de sus labios escapaban incomprensibles palabras y quejidos. Ruegos y gemidos.
Cuando el pelirrojo se apartó, él pudo respirar, calmar (estrepitosamente) su errática respiración y darse cuenta en la situación en la que se encontraba.
No tenía remera, eso lo sabía, pero su corto pantalón ya no estaba tampoco, ¿cuándo había sido arrebatado de su pequeño cuerpo?, no tenía la menor idea y eso le abochornaba. Sus facultades eran pésimas, nulas en ese momento.
Estaba en ropa interior, excitado y a merced de su menor.
Le miró y notó su desecha apariencia; cabellos revueltos, labios hinchados y rojizos. Su dorado torso al descubierto, adornado por una delgada y no muy notoria capa de sudor. Su torso lucía firme, fuerte y no estaba exageradamente marcado, como aquellos que poseían músculos sobre esos mismos músculos. Al contrario, el torso como el cuerpo de Mingi en sí, era lindo. A él le gustaba.
Quería deslizar sus manos y palpar aquella extensión de piel, quería...
«¡¿En qué momento se había quitado la camisa?!».
—¿Te gusta lo que ves?— cuestionó con sorna el alto, deslizando sus manos hacia las caderas del contrario, viéndole acentuar el carmín de su rostro y apartar la mirada—. Porque a mí sí.
Hongjoong no respondió, no podía y no sabía cómo hacerlo tampoco.
¿Que si le gustaba lo que estaba viendo?, vamos que le encantaba, le embobaba. De aceptarlo a pronunciarlo, había un considerable tramo que no estaba dispuesto a cruzar, de momento.
Mordió su labio inferior con insistencia y asintió ante la fija y expectante mirada impropia. Mingi pareció conforme y él pudo volver a respirar, por unos segundos al menos, porque otros segundos después, su única prenda fue quitada con agilidad.
Estando ahora sí, completamente desnudo.
No lo podía creer, realmente Hongjoong no podía creerlo. Llevaban conociéndose por alrededor de un mes y medio, casi dos y él estaba así; expuesto, desnudo y vulnerable.
Con él... ¡Para él!
El bochorno le fue mayor y terminó cubriendo su rostro con sus manos, se estaba incendiando, todo él estaba ardiendo y no sólo por la lujuria navegando, libre y descontroladamente, por su torrente sanguíneo. Sino por la vergüenza también.
—Hongjoong.— «Oh Dios», su cuerpo entero tembló por el simple hecho de ser llamado, se sentía ridículo—. Vamos, mírame.
—No.— pronunció en un cohibido y amortiguado tono, meneando su cabeza.
—Venga, anda.— obedeció, pero no por el tierno tono que usó, sino para apartar las ascendentes manos del alto, las cuales se dirigían a su entrepierna con descaro—. No sería la primera vez que agarre tu...
—¡No lo digas!— completamente granate, interrumpió, cubriendo su más íntima parte con sus temblorosas manos.
—De acuerdo, de acuerdo.— aseguró en un conciliador tono, asintiendo con una discreta sonrisa en su rostro—. Necesito asegurarme que realmente quieres ir más allá y, necesito preservativos.
—Sí y... umh... esto... en el buró, ya sabes, bueno, hay eso.
Mingi ladeó su rostro, desconcertado—. ¿Hay qué?
—Sólo ábrelo.
—¿Por qué tienes preservativos allí?— cuestionó con honesta curiosidad, una vez abrió el cajón del buró y tres preservativos aparecieron ante sus ojos.
—Mi mamá..., bueno ella, es muy, muy..., ella me los dio.— respondió con sus ojos fijos en su soso techo, escandalizado es como estaba.
—Deberíamos agradecerle luego.
Hongjoong no respondió y simplemente atrajo al contrario más cerca, uniendo sus labios en un beso irregular y algo torpe, no quería conversar ni tampoco ser observado de aquella forma tan..., oscura.
Su beso fue húmedo, profundo pero lento, abismalmente diferente al primero o a los que hubieron después de ese.
—¿Y-Ya l-lo ha-has hecho antes?— con su voz entrecortada por la falta de aire, Hongjoong consigue preguntar, una vez el alto liberó su boca y se apartó, desprendiendo el único botón en su pantalón.
—Sí, salí con tres chicas antes.— respondió y su pantalón bajó, el pelinegro apartó la mirada.
—N-No me refiero a eso— murmura para después negar—... chicos, ¿lo has hecho con chicos?
—Siendo franco, no.— y un ligero temor más asemejable con la preocupación, se instaló en el pecho de Hongjoong—. No es tan diferente, sólo debo ser cuidadoso. Te gustará, tranquilo.
Hongjoong asintió, muchas personas exclamaban lo bueno que el sexo solía ser, por lo que, no esperaba algo diferente, era consciente del ligero molestar por el que, tal vez, pasaría pero no sería gran cosa ¿verdad?
—¿Yo seré el que...? bueno, ya sabes.— balbucea con torpeza, evitando que su mirada caiga y observe el desnudo cuerpo frente a él y esa parte en específico.
—¿Qué te hace pensar que será diferente?— cuestiona con diversión, jugueteando con el preservativo entre sus dedos, mirando fijamente a la tímida figura ente él.
—Bueno...— inevitablemente, sus ojos ceden y caen. Observando el miembro impropio, sus orbes se expanden con ligereza era, considerablemente más grande que el suyo, era... grande. Traga con dificultad y vuelva a alzar su vista, acalorado—. ¿Qu-Qué te hace pensar que no puedo..., bueno, estar arriba?
Mingi sonrió de manera arrogante y rasgó el envoltorio del preservativo, hábil—. Te gusta ser doblegado. Te encanta que te sometan, niégalo cariño. Anda.
Hongjoong se relame los labios y gime cuando, "distraídamente", el miembro contrario y el suyo se rozan. Se estremece y, sutilmente, su espalda arquea.
No quería admitir que el pelirrojo tenía razón y que, su cuerpo se encendía cuando era sometido (al menos por Mingi), que todas sus membranas se abrían y sus sentidos se activaban, expectantes. Receptivos. Que él mismo ansiaba ser ordenado y manejado al antojo del contrario, porque aquello le gustaba, le encantaba en la misma forma que le enloquecía.
Pero tampoco quería mentir y decir que, aquello que afirmaba, no era cierto. Pero desde que, de manera forzada, Mingi llegó a su vida, es lo que más hacía. Mentir. Engañar.
—Cállate ya, Mingi.— responde al final, evasivo.
El nombrado ríe con levedad y asiente, colocando sus grandes manos, firmemente, en los blancos muslos del bajo, separándolos. Con sus ojos clavados en los contrarios, se lleva dos dedos a la boca, los chupa con esmero y cuando considera que es suficiente, los quita. Mostrándoselos al patidifuso pelinegro, sonriéndole y llevándolos a su expuesta y única entrada.
Antes de que éste pueda cuestionar el porqué de su acción o qué planeaba hacer con ellos, el primer dedo se introduce en él, se tensa y coge aire con profundidad, se resiste a ceder y eso le hace sentir aún más incómodo.
—Tienes que relajarte, vamos.
Hongjoong asiente, respirando de manera lenta y profunda, intentando fijar su mente en otra cosa que no sea ese ligero malestar, que Mingi comience a besarle en diferentes áreas, ya sea en el pecho o cerca, demasiado cerca, de su pelvis, le ayuda. Le distrae como le relaja.
Tanto como para que, el ingresar de un segundo dedo, sea menos molesto y más soportable que el primero.
Y sin más, comienza a moverlos, lentamente, dentro y fuera. Los abre como los cierra con seguridad, hábil y confiado. Y cuando es un poco más brusco, no le molesta o incómoda, le gusta, suspira cuando abandonan su cuerpo y contiene un gemido cuando regresan, con uno extra.
Un tercer y definitivo dedo.
El proceso vuelve a ser el mismo, sólo que con un dedo más, sus manos se aferran a las blancas sábanas bajo su cuerpo y muerde su labio inferior, una extraña y peculiar sensación viaja por su columna, quiere retorcerse y liberar aquellas exclamaciones que rasgan su garganta, pero no lo hace.
No lo permite y se contiene.
—¿Qu-Qué...?
Hongjoong abre sus ojos, su vista se encuentra algo nublada y su cordura, en cambio, no se encuentra. Al final se fue, viajó lejos, muy lejos.
Mingi se encuentra respirando sobre sus labios, sus dedos ya no están en su cavidad y un extraño y sofocante sentimiento de vacío le sacude. Sus miradas se cruzan y sus labios se funden, al mismo tiempo que, las molestias o incomodidades anteriores, ya no son nada para Hongjoong.
No cuando siente esa nueva intromisión, presionando contra su entrada, rasgándola para hacerse paso y llenarle.
Siente el dolor, siente el ardor y siente los centímetros que anteriormente vio. Sus manos se alzan y aferran en aquellos firmes y tensos brazos, los dedos de sus pies se cierran, sus ojos arden y las involuntarias lágrimas, caen.
Mingi le besa intensamente, limpia sus lágrimas como acaricia cada sensible área de su cuerpo, queriendo distraerlo, queriendo hacerle más soportable el dolor.
Varios minutos después, sucede. El dolor es menor, soportable. Y el más alto lo nota, moviéndose con ligereza, siendo un suave vaivén, uno que consigue arrancarle un sutil jadeo al pelinegro. Motivado por ello, Mingi repite la acción, balanceándose otra vez. Provocando que ambos jadeen.
Lento y algo cohibido, Hongjoong afloja su agarre en los brazos impropios, atreviéndose a deslizar sus manos por éstos, ascendentes. Se abraza a su anatomía con firmeza y se entrega a la situación, al placer y al contrario.
La primera embestida le arranca un gemido, la segunda intensifica aquella caliente y cosquilleante bola en su vientre, la tercera le hace temblar, la cuarta curvar su espalda y la quinta, le desarma por completo.
—Mingi... ah...
Hongjoong gime su nombre y Mingi gruñe.
El chico de bronceada tez acelera sus embistes, siendo estos, más profundos e intensos, como puede, el contrario intenta ir a sus encuentros.
—Mingi.., ahí, ¡ahí!
El pelinegro no está muy seguro de qué fue o de qué pasó, pero uno de los embistes del pelirrojo dio, donde se supone, debía de dar. Y fue increíblemente placentero.
Se retorció de la misma forma que rogó por más, acompañado de ligeros vaivenes de su pelvis.
Cuando Mingi, de manera acertada, vuelve a dar en su punto, las manos de Hongjoong se deslizan por su espalda, arañando la misma con insistencia, con fervor.
La habitación se llena de sus jadeos y roncos gemidos, del vulgar y obsceno sonido que hacían sus pieles al conectar, al chocar con tanta efusividad. La temperatura de sus cuerpos es excesiva, la de su entorno, sofocante.
Mingi está siendo tan duro y hosco con Hongjoong, y a su misma vez, tan bueno.
Y el pelinegro nota como la mano del contrario se desliza por su muslo, ascendiendo, camino a su erecto miembro. Nota sus unidos cuerpos, el sonido que hacen y la lujuria que los envuelve. Ni cuando era masturbado se sentía tan extasiado, completo y desbordado.
Los coloridos y brillantes fuegos artificiales aparecen, bajo sus párpados. Estallan. Sus piernas se entumecen de manera dulce, todo él se sacude y estremece con violencia. La liberación llega él. Exquisita, apabullante.
Y ni siquiera fue tocado.
Siente la liberación contraria y jadea. Exhausto, satisfecho y más que complacido. Mingi se aparta poco después, cayendo a su lado.
Hongjoong relaja sus piernas, sus brazos y su errático respirar, permite que sus párpados caigan y envuelvan sus ojos. Se calma. No escucha nada, ni tampoco piensa en nada.
💜~
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro