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❈•≪18. Salón 5..., otra vez≫•❈

Hongjoong alzó sus pequeñas manos y las llevó hasta su rostro, cubriéndolo al principio para luego restregarlo, despeinando su cabellera en el proceso. Ligeramente frustrado.

Apenas la campana sonó, él había salido de clases junto a Lee, hacia la cafetería. Es algo que solían hacer, muy de vez en cuando. En realmente escasas situaciones y esa fue una de ellas.

Caminaban hacia aquel gran espacio, lado a lado, conversando de la clase anterior y sosegados, serenos. Hasta que a Hongjoong le llegó un mensaje y se detuvo a verlo, sabía de quién era y por eso lo abrió. «¿Adivina dónde estoy», al principio no entendió, de hecho, confundido arrugó su temple y apretó sus labios, viendo aquella formulada pregunta, desconcertado.

Sus engranes y manecillas, despertaron. Toda la maquinaria que conformaba su cerebro, se activó. De un funcionamiento lento y parsimonioso, pasó a uno acelerado y extenuante, hasta que la lamparilla en la parte más alta de toda su maquinaria, brilló.

La respuesta había llegado a él luego de unos pocos segundos que se sintieron como tendidos minutos; salón 5. Allí es donde el alto estaba. 

Aunque sintió su cuerpo arder, no respondió. Meneó su cabeza y guardó el móvil, restándole importancia a la pregunta de Lee y continuando su camino, pero a mitad de éste, dudó. Otra vez se detuvo, inseguro de si voltearse e ir hacia al dichoso salón o seguir junto a Lee.

Resopló y se disculpó, girándose sobre sus talones y volviendo por el extenso camino recorrido.

Y allí estaba, a un corto tramo del salón 5, meneó su cabeza y farfulló insultos contra sí y el no presente alto, a causa de otra vez estar cediendo ante éste sin oponerse demasiado. Y lo peor de todo, es que ni siquiera lo intentaba seriamente.

Alucinaba con él mismo.

—Pensé que no vendrías.— burló el de rojizas hebras al verlo ingresar, estaba de brazos cruzados y con una lobuna sonrisa en sus belfos.

El pelinegro resopló y le imitó, cruzando sus brazos más fuertemente—. Si te vas a burlar, me voy.

Mingi negó y sus brazos descruzó, aparentando tranquilidad—. Ambos sabemos que, irte, es lo que menos harás.

Con sus mejillas adornadas de un delicado como encantador rosa, Hongjoong refunfuñó. Claro que no se iría, no tenía sentido que hubiese caminado hasta allí para, ante un arranque de irá causado por las burlas de su menor, irse.

Además, su cuerpo y él mismo estaban expectantes, no estaba allí para conversar, vamos, que con el alto lo que menos hacía era eso mismo.

—Mingi.— pronunció en un claro tono de advertencia.

—Está bien, está bien, paro.— concedió con una sonrisa más ligera, enderezándose en el asiento y con sus manos, palmeando sus grandes muslos—. Anda, ven.

«¿Pretende que me siente en su regazo? Oh Dios mío».

Su rostro se incendió, sus mejillas decidieron sacar un manto de intenso carmín y posarlo sobre su blanca superficie, delatándolo. Su garganta se secó y su corazón, despertó. Latiendo enérgico dentro de su pecho. Ansioso. Desesperado.

Torpe e inseguro, caminó hasta el contrario. Su mirada era tan penetrante, oscura y fija que le entorpecía, dando pasos y trastabillando con objetos y piedras que allí no habían.

Tembló cuando aquellas grandes manos se posaron, delicadamente, sobre sus caderas, ayudándole a tomar asiento sobre sus muslos. Su respiración se paró y su cuerpo se tensó, aunque ya habían estado, sofocantemente, cerca el uno del otro con anterioridad. Para el de menor estatura, seguía siendo demasiado. En todos los sentidos, era más de lo que podía soportar.

Su atractivo rostro, su oscura mirada escrutando cada centímetro de su cara, sus grandes manos sosteniéndole por las caderas, sus fuertes y cómodos muslos bajo él, el calor que su cuerpo irradiaba y se enlazaba con el propio en una extraña armonía junto con su masculino aroma colándose entre sus fosas tan descaradamente, mareándole.

No podía, era demasiado.

Avergonzado y queriendo huir de todo aquello, se movió, colocando sus pequeñas manos en aquel firme pecho, acercándose, y su rostro, en la curva de su cuello. Ocultándose.

Estaba nervioso e intimidado.

Mingi se estremeció cuando los labios de su mayor temblaron a causa de los nervios y rosaron su piel, ligeramente. Suspiró y con sus brazos rodeó más fuertemente la diminuta silueta sobre sus muslos, abrazándolo.

Estaba encantado, maravillado.

—No tienes porqué estar nervioso, no haremos nada raro.

Hongjoong sabía aquello, pero las revueltas emociones dentro de él y su inexperiencia, le cohibían. Ignorando que, eso sólo era una pequeña parte y la mayor y restante, se debían al alto mismo.

Era tan confiado, tan atractivo como masculino que, algunas veces, sólo quería ocultarse de él.

«Vamos, sólo no pienses mucho en ello y déjate llevar».

Tras asentir ligeramente para sí, se enderezó. Sus castaños orbes conectaron con los contrarios y aunque su rostro aún ardía en un incendio que parecía no tener fin, avanzó hasta que sus rosados labios apresaron los contrarios.

Como Hongjoong tuvo iniciativa y se atrevió a besarle, Mingi le permitió llevar el ritmo, le dejó experimentar y mover sus labios tan lenta y dulcemente como quisiera, no se quejaba, no lo hacía mal. Teniendo en cuenta que las primeras veces se petrificó y no hacía nada, o hacía todo lo que no debería. Aquello era, no sólo un avance, sino que una mejora también, una que felicitó mentalmente.

Gimió y sus ojos abrió, asombrado. Hongjoong le había mordido el labio inferior con suavidad, tirado de éste con duda y pasado su húmeda y caliente lengua con timidez. Inseguro.

Cogió aire por la nariz, notorio. Ruidoso. Y su mano alzó, llevándola hasta la blanca nuca del chico sobre su regazo y bruscamente, sus labios unió.

Siendo él quien dominaba y marcaba el ritmo del beso.

El cual no era lento ni dulce, al contrario, era agresivo y demandante. Succionaba como aplastaba aquellos rosados belfos a su antojo, arrebatándoles lo que ofrecieran y más. Maltratándolos hábil como placenteramente. Y a Hongjoong eso le encantó, le enloqueció.

Era algo nuevo, tan lujurioso como pasional.

Sus pequeñas manos ascendieron por aquel cubierto pecho, posándose por unos pocos segundos en sus hombros para, más segundos después, rodear su cuello con fervor. Enterrando sus diminutos dedos en su frondosa y sangrienta cabellera, halando de esta con afán, importándole poco si le causaba o no daño.

Sus pechos colisionaron, se aplastaron hasta que el aire ya no pudiese circular entre ellos, sus bocas se abrieron y sus lenguas se enlazaron, disfrutando de la contraria con ahínco, palpándose con maestría y batallando con devoción, con verdadero ardor.

Sus pieles ardían, sus pulmones quemaban solicitando, exigiendo y rogando por oxigeno. Por un descanso. La tensión y la más pura lujuria los envolvía, haciéndoles ignorar aquella función tan básica y a su misma vez, necesaria que sus cuerpos necesitaban para andar. Para vivir.

Porque en ese momento, nada podía importarles menos que respirar.

Pero Hongjoong cedió, sucumbió al desesperado pedido de sus pulmones, y con involuntarios jadeos aflorando de sus labios y su pecho moviéndose agitadamente, se apartó. Intentando regular ambas cosas, sus jadeos y arrítmico respirar, fallando estrepitosamente.

Estaba exhausto y totalmente consumido. Mingi también.

Éste relamió sus labios y permitió que sus pulmones cargaran oxigeno tanto como quisieran, permitiéndole a sus orbes observar la descompuesta apariencia del pelinegro; sus rosados belfos hinchados y enrojecidos, resultados de su salvaje encuentro. Su cabellera algo desarreglada y su camisa arrugada, hacia un lado. Mostrando con coquetería la tersa y suave piel que resguardaba tras de sí.

En la cual aún yacían algunas pequeñas marcas que le había hecho hacía dos días, discretas. Sutiles. Pareciendo llamar por él, aclamar por su atención y caricias.

Hongjoong notó la vehemente mirada que aquella sensible parte de su cuerpo estaba recibiendo, se estremeció y tragó aquel invisible nudo que se le había formado en la garganta a causa de la tensión. No podía permitir que se le acercase, no a su cuello al menos. De casualidad su madre no notó las orgullosas marcas que, hacía dos días, tan intensamente habían quedado grabadas en su piel. Y que por suerte, hoy eran menos visibles.

Esa fue su, aparentemente, firme resolución. No permitir que el alto hiciese nada en su cuello.

Pero como era de esperarse, la mandó a un recóndito lugar en su mente, encerrándola en la primera y más diminuta caja que encontró. Asegurándose de que fuese tan diminuta como difícil de hallar.

Puesto a que su mente le recordó qué tan bien se había sentido cuando aquellos hinchados y voluminosos belfos se habían posado en su piel, las mil y unas terminaciones que había despertado con sólo besarle, las sensaciones que le habían sacudido y estremecido cuando fue succionado, y el descomunal placer que había viajado por su sistema cuando fue mordido.

Abrupto, Mingi detuvo su respirar cuando el más bajo ladeó su rostro, ofreciéndole su cuello tan seductoramente, otorgándole permiso de hacer lo que quisiera con éste sin emplear palabras. Viéndole con aquellos castaños, grandes y brillantes orbes, expectante. Desesperado.

Suspiró y sus labios separó, cerrándolos sobre aquella blanca, suave como tersa y sutilmente marcada piel. Varias veces hizo lo mismo, repartiendo pequeños y húmedos besos por toda su extensión. Disfrutando de su textura, de los inconscientes suspiros que escapaban de los entreabiertos labios del pelinegro y de los inexorables estremecimientos de su pequeña anatomía.

Los suspiros de Kim pasaron a ser jadeos cuando Mingi decidió mordisquear aquella piel, diestro y ferviente. Viéndole retorcerse cada vez que aplicaba un poco, sólo un poco más de presión y fuerza en sus mordidas, el de oscuras hebras no tardó en rogar y lloriquear porque parase. Era placentero, sí, pero tortuoso también y comenzaba a desesperarse. A agitarse. Ante esto, Song dejó de morderle tan cruelmente y pasó a succionar su piel con insistencia.

Queriendo dejar marcas.

Hongjoong se tensó e, involuntariamente, un gemido corrió fuera de sus labios. Abrió sus ojos y bajó su mirada, arrepintiéndose al instante, en efecto, aquello que su cerebro pensó que era, se encontraba allí.

Había sentido como algo nacía bajo su trasero, una especie de duro bulto, el cual se oprimía contra su trasero y a pesar de ambos tener sus prendas puestas, lo había sentido. Por lo que, le fue imposible no gemir, la sensación fue, aunque inesperada, agradable.

Tanto su lento crecer como aquella, sutilmente, notable dureza. Chocando contra su trasero. Estaba tan perdido en las caricias del alto sobre su cuello que, cuando notó todo esto, no comprendió, no al principio. Su cerebro sí, hasta le susurró el qué podría ser, malicioso. Él se negó y decidió bajar su vista, comprobar que no era aquello, pero sí lo era.

Una erección, ¡Song Mingi tenía una erección! ¡le había provocado una maldita erección!

«¿Por qué mierda estoy tan orgulloso de ello?».

Él también tenía una erección, le fue imposible no excitarse. El calor de sus cuerpos, la lujuria más pura y abrasadora envolviéndolos, las placenteras caricias y Mingi en sí hicieron su trabajo. Le hicieron reaccionar.

Relamió sus labios y alzó la mirada, clavándola en la impropia. Brillante y dilatada. Lasciva.

Suspiró suavemente y sus labios conectó, ansiando volver a sentir aquellos belfos, ahora hinchados y rojizos, dominar los suyos.

Porque le fascinaba, le extasiaba.

Con perfección y armonía, sus labios encajaron, siendo desde un inicio un beso brusco y, ciertamente, desesperado. Sus lenguas chocaban y se enredaban con torpeza, hoscas. Mientras su frenético respirar volvía a estar presente.

Hongjoong no se resistió y fuertemente mordisqueó su labio inferior cuando, los traviesos y ansiosos dedos de Mingi, comenzaron a descender. A danzar con lentitud hacia su erección, contuvo una gran cantidad de aire cuando llegaron a su objetivo y, por sobre la tela, comenzaron a estimularle. No eran más que movimientos suaves, apenas perceptibles y circulares, pero para él y su sensible cuerpo, eran suficientes para enloquecerle.

Con su rostro ardiendo y sus facciones tensas, bajó la mirada, curioso. Viendo cómo, hábilmente, sus alargados dedos desprendían el único botón allí, bajaban la cremallera con una exasperante lentitud y bromistas, tiraban del elástico de su ropa interior. Jugando con él.

Sonoramente liberó aire cuando, luego de verle tirar de su elástico dos veces más, se decidió por introducir sus dedos y tomar su erección con seguridad. Firme y confiado.

Ya no pensó si estaban en un salón, si alguien más vendría para saltarse alguna clase o hacer lo mismo que ellos. Ya no pensó en que luego tendría dos extenuantes horas de matemáticas y que, por segunda vez, tenía la apariencia de quien hubiera tenido sexo. Necesario y placentero.

Directamente, ya no pensó.

Mingi movió su mano, arriba y abajo por toda su extensión con una tortuosa lentitud, observándole con sus dilatadas pupilas separar sus labios, jadear y enterrar sus blancos dientes en la suave carne de su belfo inferior. Intentando acallar sus ruidosas exclamaciones, y fallando tontamente.

Sonrió y su boca llevó hasta su maltratado cuello, queriendo estropearlo aún más.

Lo besó con suavidad, lo succionó con esmero y lo mordió con ganas. Asombrándose como deleitándose de los fuertes gemidos como del inconsciente vaivén de las caderas del pelinegro, al parecer de las tres acciones realizadas, la tercera le estimulaba más.

Hongjoong llevó su mano izquierda hasta las rojizas hebras de su menor y tiró de éstas con, según él, ligera vehemencia. Apartándolo de su cuello para poder unir sus labios en un pasional y hambriento beso.

Estaba necesitado de estos, de él.

Sus piernas se entumecieron, sus párpados cayeron y los fuegos artificiales bajo éstos, estallaron. La abismal bola de calor dentro de su vientre explotó y su cuerpo entero tembló. Se sacudió y descolocó ante su placentera y aplastante liberación.

Jadeante se apartó y sus ojos abrió, Mingi lamía sus dedos tan gustosamente mientras le observaba, sin parpadear. Lascivo. Su rostro se coloreó con fervor, su corazón se descarriló y sus pupilas se dilataron, aquello le impactaba de la misma forma que le excitaba.

Se retorció y gimió, bajando su mirada con asombro, la erección de Mingi aún estaba presente. Clavándose en su trasero con insistencia. Tragó duramente y relamió sus labios.

No le desagradaba, ni le espantaba o asqueaba. Todo lo contrario.

Se removió con sutileza, curioso. Sintiendo una electrizante corriente viajar desde su miembro hasta la parte superior de nuca. Gimoteó, volviendo a mover sus caderas y a crear esa dulce fricción, se acababa de correr, estaba sensible pero aún así quiso volver a hacerlo. Quiso volver a sentir aquella dureza en su parte íntima.

Pero no pudo.

Las grandes manos de Mingi habían ido a parar a sus caderas, sujetándolas con fuerza, enterrando sus dedos en su cubierta carne. Amenazante. Prohibiéndole realizar algún otro movimiento o crear aquella dulce y estimulante fricción.

Hongjoong alzó la mirada y se encontró con un sombrío semblante, oscuras como excesivamente dilatadas pupilas y su respiración prisionera en sus pulmones. Conteniéndose.

—Mingi...— murmuró en un lastimoso tono, rogando por ser soltado y mover sus caderas libremente. Tanto como quisiera—. Por favor~...

—No, Hongjoong, no.

El susodicho se estremeció, la voz del alto salió tan jodidamente grave, ronca. Sin dudas, su excitada voz era tan atractiva como su voz de siempre.

—¿Por qué?— cuestionó y volvió a moverse, no consiguiendo nada. Ni un roce ni fricción.

—La campana sonará en nada y... no, definitivamente no.

Lloriqueó pero aún así asintió, desistiendo de mala gana. Se acababa de correr, por los cielos, y a pesar de eso se sentía tan necesitado. Desesperado por fraccionar su cubierto cuerpo con el contrario, desesperado por sentir más de su dureza, por estimularlo y verle deshacerse a causa del placer.

«Diablos, no puedo creer que esté tan caliente y desesperado por Mingi y su... Okay, me hace falta una fría ducha. Urgente».

—¿Cómo harás?— el pelirrojo sonrió y su mano derecha mostró, riendo ante la asqueada mueca obtenida—. No sería necesario si me dejarás ayudar.

Ardió y su mirada apartó, abochornado. Ni siquiera sabía qué estaba diciendo o pidiendo exactamente.

Nunca antes había visto o tocado un miembro que no fuera el propio, ¿y ahora rogaba por uno?, alucinaba con él mismo.

—Eres muy excitante ¿sabías?— cohibido y abochornado, negó. No se veía de aquella forma. Mingi suspiró y se inclinó, besando con fugacidad la punta de su nariz—. Anda guapo, arriba. Tengo un problema que solucionar y ambos debemos ir a clases.

Con una extraña y caliente como cálida sensación latiendo en su pecho, Hongjoong obedeció. Levantándose.

Se sentía particularmente tímido y satisfecho.

«Tal vez y sólo tal vez, no sea tan malo venir a este salón junto a Mingi. Pero de vez en cuando».

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Luego de ser burlado por su amigo, hostigado por la indescifrable mirada de Lee sobre su persona e incomodado por algunos leves murmullos sobre él.

Llegó a su casa, saludó a su progenitora y huyó hacia su habitación, buscando prendas nuevas que ponerse.

Parsimonioso se duchó, reprimiendo los recuerdos que a su mente querían llegar sobre su día con el alto.

Acabó y fue hacia la cocina, tenía hambre y su madre parecía concentrada cocinando lo qué fuera aquello en la olla.

—¿Qué tal tu día? ¿Seonghwa? ¿y Mingi, cómo le va a él?

Hongjoong resopló ante las pequeñas imágenes que asaltaron su mente ante la escucha del nombre de su dongsaeng. Se recriminó y sacudió su cabeza, deshaciéndose de ellos.

—Mi día fue... agotante pero productivo.— masculló con sus mejillas ardiendo, desviando la mirada—. Seonghwa se encuentra bien, aún ayuda a ese chico con su japonés y su vida sigue igual de balanceada que siempre. Armoniosa.

—Como siempre, Seonghwa lo hace bien.— felicitó y se giró, clavando sus orbes en la silueta de su pelinegro hijo—. ¿Y Mingi?

«No te sonrojes, no te sonrojes, ¡no te atrevas!».

—Él está bien... sí, muy bien. Nada por lo que preocuparse.

Sonhee enarcó una ceja pero ignoró la extraña contestación—. Ya, ¿tú y el extraño chico que me nombraste alguna vez, salen?

Ahora sí, se sonrojó. Ardió.

—¿Qué...?

—Las marcas en tu cuello.— expresó y con su índice decorado por un esmalte blanco, apuntó a su descubierta zona.

«Mierda, imbécil».

—Sí eh... verás...

Sus palabras no salieron, no podía mentirle tan descaradamente y decirle que fue una chica.

Primero, se le daba fatal mentir y su madre lo sabía. Segundo, lo notaría. Y tercero, le sentaría mal engañarle.

Una cosa era ocultarle que había robado unas respuestas de matemáticas y gracias a ello obtenido una excelente calificación. Otra muy diferente ocultar la identidad del chico y aún más diferente era mentirle por la falta de coraje en sí y de confianza en la relación que tenía con su madre.

Una peor que la otra.

—Está bien si no me quieres decir.

Frenético movió sus manos, no le diría todo tan honestamente, pero tampoco le mentiría más.

—Hablé con Seonghwa hace no mucho y bueno..., le comenté qué estaba pasando y cómo me estaba sintiendo.— expresó mientras rascaba su nuca, dubitativo. La castaña le miró, paciente. Expectante también—. Tras discutir y pensar con seriedad, me di cuenta que ese chico me atrae. Me sorprendí pero ya.

—Bien, eso es bueno. ¿Dejarás de insistir con que no eres gay?— inquirió con sus cejas moviéndose. Danzando maliciosas.

—No soy gay.— farfulló entre dientes—. Sólo no soy tan heterosexual como pensaba.

La mujer carcajeó, divertida. Adoraba a su hijo y la terquedad en él—. Está bien también, ¿lo conoceré en algún momento?

«Jamás, no».

—No es algo serio, no estamos en una relación ni me gusta.— aclaró con rapidez.

—Por algo se empieza— musitó la mujer, volteándose y comenzando a cortar algunas verduras, hábil—, además, la atracción y el gusto no son tan distintos.

—Por supuesto que sí.

—No, cariño, no.

Resopló y decidió ya no responder, su madre era terca como él por lo que, seguir insistiendo no tenía sentido. No acabarían nunca y quería comer en paz. Relajado.






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