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9. ¿Te desperté?


Sucker for You – Matt Terry


Brrr... Brrr...

—Mmm... ya... —me quejo.

Brrr. Brrr. Brrr.

—Basta...

Brrr. Brrr. Brrr.

Poco a poco, abro mis ojos. ¿Qué hora es y cuándo me dormí?

Brrr. Brrr.

Tras unos segundos, me doy cuenta de que tengo el celular sobre el pecho. Está vibrando. Me reincorporo en la cama y me froto los ojos. Parpadeo varias veces para eliminar la sensación de arenilla que me genera haberme quedado dormida con los lentes de contacto puestos.

La vibración cesa. Aún confundida, me estiro para encender las luces que rodean la cabecera de mi cama y mis estanterías. Una tenue luminosidad rosada inunda mi habitación. Perro está dormido a mis pies y lanza un gruñido por la repentina claridad.

Casi pareciera que he dormido demasiado. Busco mi móvil, que se ha resbalado entre las sábanas, y trato de centrar mi vista en la hora.

Son las nueve de la noche.

—¡Mierda! —chillo y mi estómago también lo hace por el hambre. Recuerdo que lo único que comí en el día fue un insulso desayuno a las siete de la mañana.

Perro, mi gato, se despierta repentinamente y me pide que le abra la puerta. Con los músculos todo entumecidos por mi larga siesta, me levanto a abrirle mientras desbloqueo mi teléfono. Dios mío, ni un sedante para elefantes me hará dormir esta noche.

Lo primero que veo es un mensaje-testamento de mi madre. Me dice que me dejó la comida lista en el microondas y que trató de levantarme pero que no pudo, ya que yo estaba profundamente dormida. Me aclara que me notó afiebrada, pero que no cree que sea nada grave y que mañana tengo que ir al colegio. Su doctorado en Ser Madre le afirma que debe ser calentura por haber estado expuesta al sol, pero que si me sigo sintiendo mal que me tome un paracetamol del blíster que me dejó sobre la mesa antes de dormir. Luego tengo un mensaje de mi hermano diciendo que se comió la carne extra que había en el microondas. Maldito.

Tengo demasiada hambre. Antes de bajar a cenar, decido darle un rápido vistazo al resto de mis notificaciones. Tengo dos llamadas perdidas. Y son de Ezra. Trago saliva en seco. No me esperaba que él me llamara y, mucho menos, después de lo que sucedió hoy. Mi corazón empieza a latir con fuerza, ¿cómo se supone que me debo tomar eso?

Brr...

Brrr...

Veo su nombre en el visor de una nueva llamada entrante. Un escalofrío me recorre de arriba abajo.

—¡AY! —grito por la impresión. Mi teléfono vuela por los aires y cae boca abajo. Un ruido sordo, que retumba, se extiende por la habitación.

«La rompí. La pantalla. Esta vez sí que se rompió...».

¡Maldita sea! ¿Qué demonios le pasa? ¿Por qué es tan insistente conmigo? ¿Ahora también será el culpable de que mi teléfono se dañe? Tomo aire y trato de tranquilizarme; las secuelas del susto aún bailotean por mi cuerpo. Me agacho para recoger mi móvil y lo levanto con miedo de ver la pantalla estallada. Sin embargo, me llevo una sorpresa.

Más allá de que la pantalla está increíblemente sana, Ezra continúa llamando.

Brrr... Brrr...

Su insistencia me pone los nervios de punta. No sé cómo comportarme cuando estoy con él. Quizá, insultarlo sea la mejor opción, aunque también podría disculparme por mi reacción de hoy —o la de ahora—. Cierro los ojos y me paso la mano por el cabello, despeinándome aún más, si eso es siquiera posible.

Creo que lo mejor es ignorarlo y fingir que nada pasó. Pero en el fondo, no tan muy en el fondo, me gustaría ser simplemente yo, sin máscaras, sin prejuicios ni pelucas. Solo yo. Y hablarle como Vibel.

Pero también, haberlo visto interactuando con otras personas en clase de Arte aún me duele. Sé que no tengo nada para reclamar, pero ver su facilidad de fingir que todo está bien me sabe amargo.

«¿Fingir?», pienso. Quizá nuestra conversación no fue lo suficientemente importante para él como para surtir algún efecto.

Y eso es lo que más me asusta.

Brrr... Brrr...

Brrr...

Pronto cortará. Sin embargo, el fugaz pensamiento de él-sabe-mi-secreto vuelve a mi mente de forma certera y punzante. No estoy en una posición para hacerme rogar. No con él.

Tomo aire y atiendo como si nada, como si no me implicara una carga mental gigante.

—Hola. —Mi voz sale entre suave y ronca a causa de los vestigios del sueño y mis chillidos.

—¿Estabas dormida? —pregunta. Trato de distinguir alguna clase de mensaje oculto en sus palabras, como preocupación o intriga, pero no encuentro nada. La decepción me domina por unos instantes.

—Ya no.

—¿Te desperté?

—Sí.

—¿Podemos hablar?

Suspiro. No entiendo a dónde quiere llegar.

—¿No lo estamos haciendo?

—¿Por qué no fuiste a clase después del almuerzo? —vuelve a preguntar. Cruzo un brazo sobre mi pecho mientras mis cejas se levantan, inquisidoras. ¿Acaso estoy en alguna clase de interrogatorio?

—Porque no —le respondo.

Que me hable me cae como un baldazo de agua fría que roza la temperatura de congelación. ¿Qué son todas estas preguntas? Esta vez, en sus palabras oigo algo extraño. No puedo descifrar el tono que utiliza para hablarme. No termino de comprender si hay un dejo de enfado o curiosidad, pero hay algo. Parpadeo varias veces para intentar despejarme por el sueño. No respondo.

—¿Fue por lo que pasó hoy? —insiste.

¿Y ahora? ¿Qué respondo? ¿La verdad?

«Sí, no fui porque lloré toda la hora del descanso como una idiota. Se me caían los mocos y, por suerte, no se me corrió la máscara para pestañas porque había usado una transparente. Mis ojos parecían haber sido sometidos a una mascarilla coreana de skincare aroma a cebolla ultraconcentrada. Cuando fui al salón, con mi honor resignado a quedarse por los suelos, y te vi rodeado por un grupito me sentí miserable», pienso.

Nop. Definitivamente, no puedo decir eso. Solo se me ocurre mentir de forma inteligente, para sonar madura y despreocupada.

—No tengo que responder a nada, ¿lo sabes? —comento mientras afilo mi mirada, como si de pronto me sintiera como alguien demasiado importante—. Pero para que te quedes tranquilo, falté porque tenía cosas que hacer para mi canal.

—Sí. Vi que borraste un video... —menciona—. La profesora y tus amigas dijeron que ya habías faltado el lunes.

—¿El lunes? —retruco, confundida, sin darme cuenta. ¡A la mierda mi madurez!

—Sí. El lunes.

Me tomo mi tiempo y pienso antes de embarrarla aún más. ¿Qué sucedió el lunes que no lo recuerdo? Ni siquiera sé qué cené anoche. Exprimo mis neuronas al máximo y los recuerdos parecen volver a mí. Sé que estaba triste. Las vacaciones habían terminado y la vuelta a clases fue inminente. El día comenzó con dos horas eternas de Literatura y, luego, dos de Álgebra. Tenía unos dolores menstruales de los tres mil y un demonios y, además, era el día en que más me bajaba la regla. Como era el primer día de instituto, en cuanto sonó el timbre del almuerzo hui sin mirar atrás.

Además, y no menos importante, daban el último capítulo de un animé y quería verlo en el horario de estreno para compartir mis reacciones en la red.

—Ah... el lunes —repito con el tono maduro y despreocupado—. Simplemente, no tenía ganas.

—No sabía que podías ser rebelde. —Escucho cómo una sonrisa adorna esas palabras y, poco a poco, me derrito por dentro.

—No sabes muchas cosas de mí, en realidad —respondo, fingiendo autocontrol.

—Tienes razón —admite y hace una pausa que parecer ser eterna—. Perdón.

—¿Qué? —Sin darme cuenta me siento en la cama y comienzo a apretujar un almohadón.

—Hoy yo... —silencio, otra vez—. No debía, simplemente, no debía meterme de esa forma. No soy quién para decirte cómo actuar. Lo siento.

Agradezco por todos los cielos y dioses del universo que esta vez estemos teniendo una videollamada. Mi cara ha pasado por toda la gama cromática en tan solo dos segundos. Creo que se detuvo en un tono morado vino muy cool que se debe a mi incapacidad para respirar en estos instantes.

—¿Sigues ahí?

—... Eh, sí —respondo. ¿Debo agradecerle por las disculpas?

—De todos modos... —continúa, dudoso—. Aunque me haya disculpado, aún creo que deberías pensar en lo que te dije, aunque mis modos no hayan sido los mejores, y me disculpo por eso. No creo que debas gastar tu energía en cosas y personas que no tienen valor para ti. Vive tu vida sin tantos... no sé... ¿arrepentimientos, quizá?

Oigo que suspira del otro lado de la llamada. Su respiración me hace cosquillas, aunque sea a través de un parlante.

—¿Por qué? —pregunto. De repente, quiero entender qué fue lo que hizo que me hablara de esa forma—. ¿Por qué haces esto?

—Porque intento disculparme contigo por haber sido bastante mierda hoy.

—Sí, ¿pero por qué fuiste una mierda en primer lugar? —quiero sabe, casi al borde de necesitarlo.

—Ya te dije: soy una mierda. —¿Su voz se torna sombría o es mi imaginación?—. En fin... era eso. Nos vemos mañana.

—Espera... —le pido—. De acuerdo —continúo y me sorprendo incluso a mí misma por lo que digo—. Prometo que lo intentaré. Sin embargo, no quiero que se repita lo de hoy. Fuiste desconsiderado al no pensar que, lo que me decías, me lastimaste de forma innecesaria.

—Por favor, no me hagas repetirlo —pide—. Te dije recién cómo soy. Supongo que en el fondo no puedo evitarlo —se ríe, aunque no hay risa, solo un eco vacío—. Lastimar a las personas por ser una mierda es mi don.

🙌✨

Esta vez, Ezra termina con una frase final que deja a Vibel (y vos lectora también) en modo: ¡OMG, qué habrá querido decir con eso último?! 😱🔥

Prepárense para votar, comentar y, luego de hacerlo, recién podrán entrar en pánico colectivo conmigo. 🚨🌀

💬 ¿Qué opinan de Ezra hasta ahora?

🔮 ¿Fue un simple comentario o algo más profundo?

🔥 ¿Cuánto más caos falta en la vida de Vibel?

¡Los leo! Su feedback siempre hace que mis días sean mejores. 💖✨

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