3. Aquella película vieja de la niña con telequinesis
Good 4 u – Olivia Rodrigo 🎙️🎶
Cambiarse de ropa con el cuerpo húmedo entra en el top #5 de cosas desagradables. Tengo el cuerpo pegajoso y, cualquier mínimo roce con la ropa me da asco, quiero arrancármela. Me está comenzando a dar comezón. Solo quiero darme un baño, aunque tirarme en la piscina del colegio podría ser una buena opción.
El uniforme de deporte es incómodo. O al menos me aprieta. Me miro de reojo el busto y, sí, creo que usar la remera del año anterior no será buena opción, como le dije a mi mamá durante las vacaciones de verano.
«Al menos, las clases son solo con las chicas», pienso, aún malhumorada por la carrera extra que tuve que hacer al pasarme de parada. No estaba en mis planes entrar en calor de esa forma y, mucho menos, hacerlo bajo el rayo del sol.
A lo lejos, escucho el timbre que marca el inicio de las clases. Será mejor que me apresure, ya voy un minuto tarde. Podría ser peor, por lo que estoy tranquila, no obstante, la profesora no es la misma del año pasado y eso me inquieta.
No tengo agua, porque me la olvidé en el casillero, por lo que tomo una pequeña toalla para el sudor y me ajusto mi coleta. Por último, decido llevarme el celular que guardé en el bolso. Sin embargo, hay un problema.
Mi teléfono móvil no está.
La desesperación comienza a subir por mi cuerpo mientras me araña por dentro. La certeza me abrasa y el horror hierve mi sangre: me robaron en el bus. ¡Es que no hay otra opción! Como estaba lleno de gente, algún aprovechado lo debe de haber tomado de mi bolsillo mientras estaba distraída quitándome los lentes de contacto.
Por las dudas, revuelvo dentro de mi bolso. Sé que lo que estoy haciendo es inútil. Yo sé bien dónde lo puse... ¡ya ahora no está! Revuelvo mis cosas. Saco todo lo que puedo y lo aviento a mis pies.
No. No. ¡Y no! No está por ningún lado. Vuelvo a guardar todas mis cosas antes de que alguien vea mi peluca. Solo tengo ganas de llorar. La impotencia me domina. No sé qué hacer. Mis padres no saben que fui de Brolin. Ellos fueron muy claros sobre mi canal durante época de clases y, en estos tres días, mucho caso no les he hecho.
¿Por qué tuvo que pasarme esto? Le pego un puñetazo al casillero de los vestuarios y... ¡auch! Duele más de lo esperado. Maldigo en voz alta, en las películas parecen de papel y nadie se queja.
Miro la hora en el reloj digital de pared: ya pasaron quince minutos desde que comenzó la clase. Siento que es inútil presentarme tan tarde, pero igual lo hago: tengo que preservar mi orgullo... o lo poco que queda. Además, será más fácil decirle a mis papá «perdí mi móvil» que «perdí mi móvil y falté a clases».
Con los ojos aguados y sobándome los nudillos de la mano, camino hacia la profesora. Su apariencia de villana no ayuda demasiado. Me siento tan sensible que creo que soy capaz de pedirle un abrazo, a pesar de que su aura inspire terror. ¡Quiero mi móvil! ¡Mi vida entera está ahí dentro! Quiero hacerme bolita y llorar por una semana entera.
Dentro del gimnasio está fresco. Gracias al calor de los últimos días del verano, las clases se realizan bajo techo. La profesora está a un costado y toca su silbato con insistencia. Algo sucedió, pero no sé qué. Por un momento, su apariencia física me recuerda a la actriz que interpretó a la directora malvada en aquella película vieja de la niña con telequinesis.
—Lo siento... —me disculpo—. Tuve un inconveniente. No volverá a pasar.
Todo esto es culpa de Brolin. Si yo no hubiera ido a su departamento, no me hubiese subido a ese transporte del infierno. ¡Él insistió en corregir ese video para ViewTube y, como idiota, acepté! No debí haber hecho algo así un día de clases. ¡Mis papás me van a matar! ¡Estoy tan enojada que quiero estrangularlo!
En sí, muy en el fondo sé que él no tiene la culpa de lo que me sucedió. Que me robaran, digo. Eso es algo mío, mi propia mala suerte. No obstante, estoy tan frustrada que ese idiota egoísta se convirtió en el blanco de mis insultos.
Suelto el aire contenido con frustración mientras la mujer que tengo frente a mí me analiza.
«Ah, maldito Brolin... Yo fui la que decidió el día y la hora».
La mujer me mira con severidad y me regaña sin misericordia. Dejo de oírla a la cuarta queja. Algunas de mis compañeras me observan con lástima, pero ninguna viene a mi lado a hacerme compañía durante la tortura psicológica. No se los reprocho: yo tampoco lo haría, no somos amigas.
—Da quince vueltas alrededor de la cancha de básquet. —ordena. La observo, angustiada—. ¿Qué esperas? ¿Una invitación? ¡Empieza, ya!
Obedezco. Sin darme cuenta, mientras corro, las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos. Me muerdo la mejilla interna y me obligo a ser fuerte. Me seco la cara a tientas. No quiero que nadie me vea en esta condición, lo sentiría demasiado humillante.
Freno antes de empezar la segunda vuelta y el silbato pita en cuanto me detengo. Ya no puedo más. Hoy corrí más de lo que me moví en toda mi vida. Estoy muy cansada y mi cuerpo me lo hace saber. Me cuesta respirar. Cierro los ojos y me apresuro a apartar las nuevas lágrimas que cubren mi rostro. Tengo la cara hirviendo. No lo sé con certeza, pero sé que tengo la cara roja.
La directora de la película me regaña de nuevo —sí, la similitud le va como anillo al dedo— y, tras mirarme con decepción, me dice que para la clase siguiente tengo que entregar un ensayo de tres mil palabras que hable sobre «La responsabilidad del adolescente hacia el deporte».
—De alguna manera debes compensar esa actitud antideportiva que tienes —aclara con indignación.
Vuelvo mis manos puños. Me clavo mis uñas en las palmas para relajarme. Trato de explicarme con ella, pero es en vano. Todo lo que digo lo toma como excusa.
—Quedas suspendida por esta clase, pero... como estoy de buen humor, no lo dejaré asentado en los informes.
Una lágrima amenaza por caerse por mi rostro, pero me la limpio antes de que se deslice.
—Si no me permitirá hacer ningún ejercicio... —murmuro bajo, mi voz está a punto de quebrarse—, ¿podría retirarme? Realmente no me siento bien.
—No vuelvas otra vez con tus excusas baratas. Yo también tuve quince años. Vete a las gradas a esperar o verás cómo el ensayo de pronto se convertirá en uno por semana, hasta que acabe el año.
No tengo ganas de pelear, así que hago lo que me pide. Ni siquiera tengo ganas de decirle que tengo dieciséis años y que en unos meses cumpliré diecisiete.
¡Este día no podría ser peor! Un quejido se me escapa cuando me acomodo en el rincón más apartado de los asientos. Escondo mi cabeza entre mis rodillas y me abrazo a mí misma. Quiero contenerme lo máximo posible, pero es muy difícil. El llanto sale sin que yo se lo pida. El regaño de la profesora me dejó aún más sensible.
Sé que pronto podré tener un celular nuevo y ni siquiera será un gasto para mis padres. Puedo pagarlo gracias a lo que gano en la red, así que el dinero no es el problema. El asunto es el robo. Nunca me había sucedido algo así. Me siento indefensa e impotente. Quiero mi teléfono de vuelta, quiero mis cosas, quiero mis fotos, quiero mis aplicaciones. Agradezco tener todo guardado en la nube y las aplicaciones bancarias con huella digital... Pero yo quiero mi teléfono, ¡ahora!
Me siento como una idiota. De a poco, me voy hundiendo en una nube de negatividad en donde todo el panorama se pinta peor. La furia se mezcla con la impotencia. El tan solo imaginar el dolor de cabeza que me causará bloquear el aparato y cambiar mis contraseñas, me revuelve el estómago. Si la bruja de la profesora me hubiera dejado ir, podría haber corrido al departamento de informática para comenzar a proteger mis datos.
Y, además, de todo esto... todavía queda algo aún más importante que tendré que solucionar.
Mis padres no sabían que hoy me reuniría con Brolin. Me regañarán por mentirles y me castigarán. Incluso, pueden ser capaces de no permitirme comprar un nuevo móvil para que escarmiente. Me agarro la cabeza de solo atisbar esa opción... ¡No, no no!
Le doy un puñetazo a la banca y mi mano se lastima más. Me muerdo el labio interno para no soltar un chillido.
Lo único que deseo es largarme de aquí.
De alguna forma, sobrevivo a la media hora más larga de mi vida.
—¿Estás bien? —Una dulce voz me saca de mis pensamientos al acercarse a mí—. ¿Vibel?
No me volteo a ver, no es necesario porque sé quién es: Brinna. Ella apoya su mano en mi hombro y yo me niego a levantar el rostro. De seguro no le importo, y solo está acá por el chisme.
Además de compartir clase, lo único que tenemos en común es un proyecto de Biología en el que tuvimos que trabajar juntas el año pasado. Por obra del destino, el día que se formaron los grupos, ella faltó. El profesor la emparejó conmigo porque yo también había faltado. Simple y sencillo.
—Eh... sí. —Trato de sonar convincente mientras recojo mis cosas que tengo a los pies—. Todo está bien.
En el fondo, sé que Brinna no es una mala chica. Sin embargo, me cuesta confiar en las personas, sobre todo, si son entrometidas. Me giro tan solo por un momento para sonreírle por cortesía y sus ojos verdes se clavan en los míos. No me siento con ánimos de hablar con nadie. Además, no quiero que me digan que exagero o que no fue nada. Mucha gente opina eso cuando alguien pierde su teléfono.
—¿Segura? —insiste y se acerca hacia mí, dubitativa.
—Sí, todo bien. Solo me duele un poco el estómago. —respondo—. Gracias por preocuparte.
«¿Estómago? ¿Una excusa peor no había, Vibel?».
—Bueno... pero si necesitas algo, me avisas, ¿sí?
Junto fuerza sobrehumana y vuelvo a sonreír. Camino ligero y la dejo atrás. Bajo mi mirada y la clavo al suelo. No quiero cruzarme con ninguna tipa, de repente, interesada en mi vida.
—Bastante dura la maestra, ¿no? —comenta angustiada, al aire, una chica de piel morena y ojos claros, con las puntas del cabello rosadas, del otro segundo. La miro de arriba abajo, pero no le respondo. Nunca la había visto, creo que es nueva.
Tomo de mi mochila la bolsa de los artículos de limpieza personal y me dirijo a una ducha libre. Mi madre no pasará a buscarme hasta que saque el coche del estacionamiento de maestros, así que suele demorarse unos minutos, por lo que da igual si me apresuro o no.
Me permito relajarme por unos instantes. El agua tibia me ayuda a aclararme y, después de llorar en silencio durante un buen rato, salgo y me visto con una muda de ropa limpia.
Al mismo tiempo que cepillo mi cabello sin secármelo, decido que en cuanto llegue a casa dormiré hasta mañana. No tengo ganas de pensar qué excusa daré por el celular ni recibir más regaños por hoy.
Salgo a esperar a mi madre. El sol ya no pica y corre una brisa muy agradable que a mí me da frío. Se nota que el otoño está cerca. Agarro la sudadera deportiva, del verde oscuro de la escuela, y me la pongo. Lo último que quiero es resfriarme. Aunque, si lo pienso bien, faltar al colegio a causa de fiebre podría ser una ventaja. Lo dudo por unos momentos, pero al final termino subiendo el cierre.
Me escondo bajo la capucha y meto mis manos dentro de las mangas. Me queda un poco grande, porque elegí una talla más grande.
Solo faltan unos minutos para el interrogatorio habitual del día.
Me siento, en el borde de las rejas del colegio a esperar. Papá se fue del colegio hace horas; hoy en la noche da clases en la Universidad de San Adriel. Espero que ni él ni mi mamá me hayan enviado mensajes porque si no, se sospecharan que algo no anda bien.
Cerca, alguien chistea, pero no miro para ver quién es.
—¡Ey, tú! —Es un chico—. ¡La chica linda!
Lo mismo del año pasado se repite. El desfile de novios que tienen mis compañeras ha comenzado. Suspiro con un regusto de envidia y entrecierro los ojos.
Escucho pasos y distingo una silueta masculina caminar junto a una bicicleta. Debe ser lindo que tu pareja te venga a recoger al instituto...
Sin embargo, de la nada, el chico se para frente a mí y me toca el hombro. Por inercia, suelto un chillido agudo mucho más alto de lo que me hubiera gustado y pego un salto.
—Te estaba llamando.
—¿A mí?
A veces, me sorprende mi misma estupidez. Si alguien me toca para llamarme la atención y me dice que me estaba hablando, ¿para qué preguntar algo tan obvio? Subo mi mirada por apenas un instante y noto que él me sonríe.
«Dios mío, esa sonrisa no puede ser real», me quedo viéndolo fijo como boba y, después de unos segundos, me obligo a parpadear para verlo con atención entre mis pestañas pasadas por agua.
Él frunce levemente el entrecejo, como si esperara algo de mí.
Tengo ganas de desaparecer, ¿qué es lo que quiere? Vuelvo a agachar la cabeza. Tengo los ojos muy rojos, mi pelo chorrea agua, me robaron, me regañó la bruja de Deportes como para que, además, alguien venga fastidiarme.
—Hola —saluda, aún con esa estúpida, pero encantadora sonrisa en el rostro.
Asiento con mi cabeza a modo de saludo, solo por educación, y giro mi rostro en un claro gesto de que lo seguiré ignorando y no me interesa darle mi atención si no me dice qué es lo que quiere.
Me siento muy mal como para hablar y, mucho menos, si esa persona es alguien que no conozco. Está empezando a ponerme incómoda. No sé si me ve como presa, si necesita una dirección que no conozco o si planea raptarme y cortarme en trocitos cúbicos. Solo sé que quiero pararme y huir pero, de forma muy casual, su bicicleta me cierra el paso.
Mi imaginación comienza a volar. Aún hay algunos alumnos pululando por los alrededores. Algunos conversan, otros esperan como yo. También, puedo oír a Billy, el jardinero, cortando el césped con su enorme carrito; ese que es amarillo y suele ser la víctima favorita de los de tercero, días antes de graduarse.
Por el rabillo de mi ojo noto que él está buscando algo en sus bolsillos. Pienso en esa acción como una oportunidad para huir y amago a pararme; pero un color rosa muy llamativo me obliga a frenar.
—¿Esto es tuyo? —me enseña el teléfono con funda de conejo vestido como superhéroe.
Me paro de un salto y me abalanzo para quitárselo de su mano, ocasionando la bicicleta se tambalee. Abrazo a mi teléfono como una niñita que necesitaba a su peluche perdido y me permito soltar unas lágrimas de emoción. Sonrío sin poder creérmelo.
Ahora sí, lo miro de verdad. Él me devuelve la sonrisa. Observo que tiene ojos azules y que tiene puesta una sudadera del mismo color que me parece familiar.
—No lo puedo cre-creer. En se-serio —tartamudeo, estoy nerviosa pero por la emoción—, es que no sé ni qué decir. ¡En serio, en serio...! —vuelvo a repetir como bobalicona—, me salvaste.
—¿De verdad? —pregunta, divertido mientras se quita la capucha y me encandilo al ver cómo los últimos rayos de sol pegan sobre su cabello castaño oscuro—. Bueno, no fue nada.
—Es que, me estaba muriendo por esto. Te debo una enorme. Mil, mil gracias. De verdad. Pensé que no lo recuperaría...
—No te preocupes, está todo bien.
—Lo siento, debes creer que soy una idiota —digo, apenada.
—¿Por qué?
—Porque lo único que hago es agradecerte, cuando recién, lo único que quería hacer, era huir ya que no sabía si podías querer cortarme en pedacitos. —El chico suelta una carcajada. Sé que si no estuviera cansada, sería capaz de sonrojarme—. Lo lamento.
—Tranquila, no te apures. Me imagino. —Mientras él habla, yo observo sus facciones; un calor extraño comienza a subir por mi cuerpo, parece un cosquilleo eléctrico. Me doy cuenta de que me parece muy guapo.
«Entonces... ¿soy la chica linda?». Trago saliva.
—¿Cómo lo encontraste? ¿Se me cayó? —pregunto tratando de sonar casual, un poco menos efusiva.
—Como encontrar... yo no lo encontré. Solo lo levanté del piso —admite. Frunzo el ceño y lo miro confundida mientras él le da unas palmaditas a su bicicleta—... cuando me golpeaste.
Toda la escena regresa a mí mente. Al salir del departamento de Brolin, por correr, me choqué con alguien. No quise verle la cara para no sentirme culpable de mi propia torpeza. Mierda: es él.
—Oh. Dios. Qué vergüenza. Te juro que no soy así de torpe —miento descaradamente—. Al menos, no tanto... o no usualmente. —Cierro mis ojos al tiempo en que me deshago en disculpas; la estoy embarrando más—. Me encontraste en un mal día. En serio, perdóname por haberte atropellado y... solo muchas gracias.
—No fue nada —hace una pausa imperceptible y baja la voz—, Aisha.
¡Atención, porque en este capítulo ya tenemos más de Ezra! 😍🙌
Como saben, porque nunca lo oculté, soy su fan número #1 y estoy emocionada de que, finalmente, ustedes también puedan leerlo en esta nueva versión. 📸✨
Nuestro protagonista llega para revolucionar el mundo de Vibel (y el nuestro, claro 😉).
¿Qué opinan de él? 🌈💣 ¡Háganlo sin spoilers!, por si hay nuevos 💅🏻
¿Team Ezra o Team Brolin o Team Vibel? 🔥
Si leíste la historia antes, ¿fuiste de las que lo apoyaban u odiaban? 👀💬
¡Cuéntenme todo en los comentarios!
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