17. Que-puta-mala-suerte
🎶👿Dynasties & Dystopia – Denzel Curry
La molestia no se me quita, solo empeora cuando veo a Ezra con Broddy, un muchacho narigón, uno de sus amigotes del club de Natación y Lara, la chica pelirroja que me pisó mis plumones. Ambos también están nuestro año y, para mi mala suerte, en la entrada del salón de Arte. Maldito sea el día en que decidí que hacer dibujos y pintar facilitaría mi vida académica y la haría menos tediosa.
—Permiso —le digo a Ezra con mi mejor cara de pocos amigos, ya que es él quien tapa la entrada—. ¿Me dejas pasar?
—Ah, no te vi —menciona como si nada y, de reojo, veo que intenta espantar la mano de Lara, quien quiere juguetear con sus brazaletes tejidos—. Discúlpame.
—Idiota —farfullo lo suficientemente audible como para que se oiga. Sé que funciona porque el otro chico se acerca a preguntarle si me ha hecho algo y Lara le dice que me ignore.
Lo odio. Juro que lo odio. Es un idiota sin cerebro. ¿Por qué juega así conmigo? ¿Por qué me tortura así?
Es decir, sé que lo ignoré por casi un mes. Cada vez que me hablaba o intentaba hacerlo, yo buscaba las excusas más absurdas para alejarme o, incluso, fingía no escucharlo y me olvidaba de responder sus mensajes pero... ¡igual!
Mis ojos comienzan a quemar y avanzo antes de oír qué le responde al chico. Lo único que me apetece es gritar por el estrés. Camino por el aula y me acomodo en un escritorio tipo atril vacío, del lado del pasillo ya que los grandes ventanales hoy me hacen sentir expuesta. Apoyo mi vaso térmico aún con un poco de café y saco un cuaderno.
Suspiro. Entierro mi cabeza entre mis brazos y caigo en la cuenta de que aún llevo puesto su blazer. Comienzo a quitármelo justo en el momento en que veo que Brinna entra al aula, seguida de una chica de cabello corto que he visto en el Club de Fútbol. Me extraña verlas juntas, y no acompañada por su amiga rubia, Tamara. Sin embargo, no me sorprende. Brinna es un imán para atraer gente.
Mis ojos se chocan contra los de ella. Trato de fingir que no la vi, volviéndome a poner el blazer y ocultándome tras el gran atril, pero no puedo, es demasiado tarde.
—Ven un momentito. —Brinna tironea a la otra chica hasta mi lugar.
Que-puta-mala-suerte. Justo cuando no quería hablar con nadie.
Brinna se me acerca con una sonrisa de oreja a oreja que me hace sentir un tedioso escalofrío que me recorre toda la columna vertebral. Mis ganas de llorar se acrecientan cuando huelo su perfume a flores. No puedo definirla como una chica popular, eso sería muy cliché; pero sí puedo decir que es perfecta, digna protagonista de una novela rosa: es muy hermosa, amable, carismática y, al parecer, de una muy buena familia, bastante conocida en la ciudad.
Suspiro y le devuelvo la sonrisa con incomodidad. Me digo que debo de dejar de ver cosas negativas en todos y pensar en positivo. Brinna arrastra una silla para quedarse a mi lado y se estira para saludarme con un amistoso beso en la mejilla.
—¿Cómo estás? —me pregunta y honestamente no sé qué responder. La amabilidad le brota por los poros y yo siento que quiero vomitar—. Hace mucho que no te podía hablar... ¿Acaso te escondes en los recreos?
Touché. Decir que dio en el blanco es poco. Pero, de repente, mi teléfono suena y me salva de responder. Tengo un nuevo mensaje del insistente de Brolin. Al segundo, otro mensaje me llega y es una foto de esas que se borran al verla una vez. La abro sin querer y veo que está sin camisa, con sus labios en forma de pucheros y tiene sus manos unidas en forma de rezo.
Mi informe de lectura debe alertarlo porque me vuelve a escribir enseguida. Me apresuro a poner el móvil en modo silencioso y mi mente se dispersa por unos segundos. Sufro alguna especie de desliz mental porque me sonrojo hasta las orejas y me pongo más nerviosa de lo que mi corazón, hoy, podría soportar. Brinna carraspea para llamar mi atención y clava sus ojos verdes en mí:
—¿La persona que te gusta? —pregunta y hace hincapié con un fastidioso movimiento de sus cejas perfectamente depiladas mientras juguetea con su cabello oscuro.
¿Qué? ¿Por qué todo el puto mundo me empareja con ese imbécil? Subo la mirada y veo que Ezra también mira en mi dirección, como si hubiera escuchado.
Muero de ganas por fulminarla con la mirada por metiche, pero me contengo. Sonrío dispuesta a mandarla a volar por la estratósfera, pero, por suerte, la otra chica la toma del brazo y le pide ir a sentarse a sus lugares, ya que la profesora debe estar por llegar.
—Ya vamos —avisa—. Verás, con Cory, Tamara y unas chicas más vamos a ir a una cafetería luego de Arte, para aprovechar las horas libres y despejarnos un poco.
—Oh, qué lindo —respondo, bastante confundida y sin entender realmente por qué me cuenta eso.
Cory se ríe tan alto casi se le escapa un cerdito.
—Te está diciendo que si quieres venir con nosotras —me aclara.
Una letra «O» se forma en mis labios y la ansiedad comienza a apoderarse de mí. Sé que lo más sencillo sería decir «sí, claro, suena genial», pero para mí eso me resulta más difícil que estudiar.
¿Y si hago el ridículo? ¿Y si nadie habla conmigo? ¿Y si no sé qué decir? ¿Y si no encajo con ellas? Mi mente va demasiado rápido al imaginar todos los escenarios posibles. Mi respiración se vuelve un poco más pesada. Es como si me estuviera ahogando en el agua, pero sin estarlo, porque de manera física estoy perfectamente bien.
Sus miradas me paralizan, sé que están esperando una respuesta. Me aferro al blazer de Ezra y estrujo el borde de la tela bajo la mesa.
—Eh... no sé si podría ir —balbuceo. Intento que mi voz suene natural, pero mis palabras se oyen torpes—. Ya tengo planes...
—No tienes que venir, si no quieres. Solo pensé... pensamos que quizás te gustaría pasar tiempo con nosotras y... —empieza a aclarar Brinna con una sonrisa.
—No es eso, es solo que... tengo cosas que hacer —miento, pero el peso de su amabilidad me aplasta, y cuanto más lo intento, más torpe me siento—... con un amigo.
Mis pensamientos se atropellan unos con otros, intentando encontrar algo a lo que aferrarme: «¡Brolin!», pienso. Saber que no estoy mintiendo —del todo—, ya que él me está pidiendo para vernos, me calma de manera considerable y me ayuda a pensar respuestas de forma más coherente.
—Será la próxima —dice Brinna, aún con dulzura en su voz. Sin embargo, puedo notar en su rostro que está decepcionada.
Cory me mira con una sonrisa escéptica, como si supiera que estoy inventando alguna excusa, pero no dice nada. No sé si por darme algo de dignidad o lástima.
—Bueno, si cambias de idea, sabes dónde encontrarnos —dice Cory con amabilidad y señala unos bancos en los que se está acomodando Tamara.
—¡Tammy! ¡Llegaste! —
Brinna me genera un amor-odio inexplicable. No me cae mal, pero tampoco bien. Sé que es agradable y es el estándar de perfección que busca cualquier chico, cualquier padre y cualquier profesor. Tal vez, solo le tengo envidia y ese pequeñísimo hecho hace que tenerla cerca me ponga incómoda.
Cory le echa un vistazo a Ezra antes de marcharse. Alcanzo a ver que Lara entra detrás de él y le acaricia el rostro con mucha confianza. Sin embargo, él no le presta atención y camina directo a hacia mí. La paz me dura alrededor de dos segundos.
—Ey... ¿Qué sucede? ¿Problemas en el paraíso? —me pregunta Ezra, que se sienta detrás de mí. Se acerca a mi espalda y me observa desde atrás. Siento sus ojos azules están clavados en mi nuca.
No respondo.
—Tranquila —menciona en tono conciliador—. Sabés que no diré nada —aclara.
Una chica de piel morena me pide que me corra y la deje pasar. La observo por un breve instante y me quedo maravillada con su cabello rosado en tono degradé; primero pasa por el negro de sus raíces, luego se vuelve un gris blancuzco y, por último, un rosa pastel precioso. Se nota que está cuidado y que va a la peluquería todas las semanas. Es largo, sedoso y fabuloso: cada una de sus ondas —ondas retocadas con una buclera, debo decir— saltan en una armonía abrumadora. Ni mis mejores pelucas hacen eso.
La saludo por cortesía y ella se acomoda a mi lado. No es de mi clase pero sí de mi año, la he visto en Deporte y creo que idiomas. Me parece extraño no haberla notado en arte con lo exuberante que es, pero bueno, no es de extrañar: utilizo las clases para no hacer nada y pasar lo más desapercibida posible lejos de los ojos de buitre de la profesora —y de Ezra—.
Me obligo a concentrarme de nuevo en la realidad, por lo que me giro para mirar a Ezra a los ojos.
—Lo de hoy fue una venganza —le aclaro.
—Oye, ya no sabía qué hacer para llamar tu atención —se excusa levantando las manos y me percato de que lleva más brazaletes que los de siempre—. ¡De verdad! —se acerca a mi oído y susurra—: solo parecías concentradas en tu canal o...
La conversación queda en suspenso mientras mis mejillas vibran con fuerza. La profesora entra al aula con su usual aura arrolladora y me salva de morir de un ataque cardíaco.
Me volteo y me hago pequeña en mi asiento. Me quito el blazer y, sin mediar palabra, estiro mi brazo para devolvérselo, como si fuera un papel que ya no sirve.
Poco a poco, el estómago se me revuelve. Algo me afecta y creo que es la culpa. ¿Estoy siendo injusta con él? Ezra sabe que lo ignoré, pero no conoce mis verdaderas razones. Supone que realmente fue por crear contenido para mi canal, como le dije varias veces tras pasar horas sin responderle.
—¿Estás bien? —me susurra mi compañera de banco, con amabilidad—.
—Sí... —respondo—. Gracias... ¿Abigail, cierto?
La profesora de Arte cierra la puerta con bestialidad. Es una señora bastante rellenita, entrada en años y que se viste de forma estrafalaria, ya que, según ella, todo es una expresión artística.
Hoy lleva puesto un traje de una pieza de color verde limón y, sobre sus hombros, pasea exageradamente una piel sintética con supuesta elegancia. De su maletín —rojo— saca varios papeles y, después de darnos las buenas tardes, comienza a tomar asistencia.
—Sí, soy Abigail Robbins —acota con una bonita sonrisa y, luego de dudarlo un instante, agrega—. No puedo parar de mirarte, me resultas familiar. Por casualidad, ¿no ibas a...?
La voz de la profesora menciona los apellidos de la clase en voz alta y me desconcentra
—¿... a los scout o algo? —añade y yo niego con la cabeza. Luego, se encoje de hombros y señala a la profesora—. No sé si sentir admiración por ella o pena... por el felpudo, claro.
Con disimulo, ella señala el chal peludo que tiene sobre los hombros. Tomo mi taza térmica para ahogar la risa.
«Vibel, concéntrate y no escupas café», me digo para mis adentros.
Escucho que detrás de mí Ezra se ahoga y comienza a toser por la risa. ¡El muy chismoso nos estaba escuchando! Pero, gracias a eso, no puedo evitarlo. Me tapo la boca con la mano y trato de callame. El café se filtra entre mis dedos y también comienzo a toser. Siento que la profesora me mira, pero me hago la desentendida y me fuerzo a hacer silencio.
Abigail me tiende un pañuelo por debajo de la mesa.
—Señorita, no se puede comer en clases. —Me dice y señala mi termo térmico repleto de stickers.
—Lo siento —me disculpo sin mirarla y me limpio con el pañuelo—. Ya no beberé más.
Con una seriedad de los mil demonios, continúa tomando lista. Parece un limonero con ese traje espantoso. Espero que todo termine pronto porque, si no nos manda a hacer algo, me dormiré.
—Gauthier —dice en voz alta cuando llega a mi nombre. Justo en ese instante estoy bostezando.
—Aquí —respondo y levanto la mano, fingiendo una sonrisa
Pronto, la clase empieza y, para mí sorpresa, las dos horas pasan rápido entre la teoría y la práctica. Por eso, cuando la profesora Joselyn Martínez avisa que solo quedan unos minutos de clase, me sorprendo.
Nos pide que los que pintaron con acuarelas, laven bien los pinceles y le pasen un paño limpio a las mesas. Debemos dejar todo ordenado.
Sin embargo, nada es perfecto. O bueno, Ezra sí. Lo miro a un costado del aula, con la camisa levemente salpicada de agua, arremangado, con las venas de sus brazos marcadas y una expresión de concentración en el rostro. Cada movimiento me atrapa. Él no intenta parecer guapo u opacar a los demás, simplemente le sale natural. Hay algo hipnótico que me impide dejar de mirar.
Estoy tan embobada que no me doy cuenta de que mi termo está abierto sobre el escritorio. Al inclinarme para poder apreciar mejor los bíceps de Ezra, choco el vaso y derramo mi café sobre las hojas en las que estuvo trabajando Abigail. El líquido se extiende con rapidez y arruina sus dibujos.
«Gracias por todo. Hasta aquí llegué», cierro los ojos cuando Ezra se fija en mí por el grito exagerado de Lara al avisar a todo el mundo y medio Venus lo que acabo de hacer.
—Perdón, perdón, perdón —comienzo a decirle a Abigail y me apresuro a intentar con un pañuelo de papel su trabajo—. En serio, Dios, lo siento mucho.
Varios alumnos se arremolinan a nuestro alrededor y empiezan a cuchichear entre sí. Como siempre, las desgracias ajenas son más interesantes que su propia vida.
La profesora no tarda en venir a inspeccionar qué ha ocurrido.
—Le dije que no comiera en clases —se queja como si fuera una niñita que no sabe cuándo le dicen que no—. ¿Te dañó los trabajos? —Le pregunta a Abigail, pero ella dice que no—. Gauthier, la próxima vez que ingrese con comida a mi salón, se va directo a detención. —Su voz sale imponente, se gira de manera exagerada y se aleja de nosotras mientras acaricia su barriga como si tuviera indigestión—. Cuando termine la clase y haya limpiado todo esto, acérquese.
Estoy haciendo el ridículo. Lo sé. El calor sube por mi rostro. Me arden las mejillas y ha comenzado a sudarme el cuero cabelludo. ¿Todos pueden percibir mi falta de aire? Mis orejas deben estar del mismo color que mi rostro. Soy incapaz de ver a cualquiera de mis compañeros a los ojos que apenas puedo levantar la mirada. Quiero desaparecer
Una parte de mí se pregunta si todo esto no es karma por lo que le hice a Ezra.
—Tranquila, en serio. No te preocupes. No fue nada —me contesta Abigail y me toma de las manos con ternura. Poco a poco, el aire regresa a mí, pero su amabilidad me hace sentir más incómoda—. Estoy segura de que seco se verá muy vintage.
—¿De verdad? —le pregunto, nerviosa mientras la miro a los ojos grises.
Ezra se acerca por detrás y apoyo su rostro en mi hombro. Ahogo un grito mientras me tiende un paño húmedo para limpiar el banco, aún con sus mangas arremangadas.
—Gracias —farfullo y Abigail se ríe de nosotros.
—¿Te traigo una mopa? —inquiere.
Como ya no tengo orgullo, asiento, resignada y me pongo a limpiar el desastre.
En eso, Abigail camina hacia el pizarrón. Le murmura algo a la profesora y esta le tiende un plumón de color rosa. Ambas comienzan a aplaudir para atraer la atención de los alumnos.
—Por favor, por favor. Aquí —dice Abigail con una soltura que se me hace familiar. Por un instante, siento que estoy viendo a Aisha—. Préstenme un minutito de su atención. —Hace repiquetear sus tacos, sí, tacos, en el suelo—. Chicos, por favor, ¿pueden escucharme? Sí, ustedes, los del lavabo. Por favor, ¿recién estaban mirando en primera fila todo el asunto del café y ahora no son capaz de ver hacia aquí? Oh, porfi... No sean así. —Los chicos en cuestión se giran y la observan de arriba abajo evaluando cada parte de su cuerpo. Ella sonríe complacida al ver que su cometido su cumplió—. ¡Gracias! En fin, como les decía, pronto será mi cumpleaños y haré una megafiesta. Todos están invitados. Es en tres semanas, sábado 31 de octubre. Agéndenlo. Obvi, ni lo pregunten, sí: la temática es Halloween. El lugar será una sorpresa.
Abigail se da vuelta y comienza a escribir en el pizarrón la información que acaba de decir.
💗 Megafiesta de Abi Robbins 💗
⭐ ¡No falten! ⭐
🧡 31 de octubre a las 20 h 🧡
Adorna la invitación con varios corazones y estrellas. Todos los alumnos se miran entre sí y no tardan demasiado para estallar en vítores. ¿Cuánto dinero debes tener para invitar a chicos que no son tus compañeros de tus clases diarias?
Ezra, que en ningún momento se movió de mi lado, se pega y me pregunta al oído si iré:
—Sí. Seguro. Espérame disfrazado de algún superhéroe de Narvel o de zombie —menciono con ironía mientras termino de limpiar el desastre que hice.
Pero ¿a este tipo qué le pasa? ¿Yo, en una fiesta adolescente llena de excesos? Claro, como si existiera una realidad así.
Ruedo mis ojos y, por un instante, comienzo a caminar para salir del salón, con los demás. Sin embargo, la profesora me detiene con un chisteo de su voz. Ezra voltea, pero la profesora les pide a todos que salgan.
Con precaución y sintiéndome poco a poco aterrorizada, me acerco a ella. Estoy temblando y tengo temor de mirarla a los ojos. Sin mediar palabra, me entrega una papeleta de sanción que debo hacerle firmar a mis padres por la «atrocidad» de volcar café sobre las hojas de una compañera.
Excelente.
—Que seas la hija de Nicholas, profesor de Historia, y Margareth, profesora de Biología y quien será nuestra nueva vicedirectora no te da derecho a hacer lo que quieras en mi salón —menciona, con desdén, casi indignada por mi presencia.
Sin embargo, yo solo puedo centrarme en una de las palabras que dijo.
—¿Cómo? —en mi cara se debe leer por completo la confusión—. ¿De qué está hablando?
«Vicedirectora».
Lo más extraño es que ni siquiera se me cruza por mi cabeza que eso puede ser un error, porque de ser cierto, todo tendría sentido. Las horas extras, el estrés, las reuniones de este último tiempo. ¿Pero por qué? ¿Por qué mamá no me lo dijo a mí?
¡Hola, linduras! 💖
Para Vibel, la suerte es algo efímero. 😂 Y ahora está en esos días en los que todo parece ir mal para Vibel 😣. ¡Donde nada sale como esperabas! 🌧️
Preguntitas:
¿Alguna vez tuvieron un día que todo salió mal? 🌧️
¿Cómo creen que Vibel va a salir de este mal momento? 🤔
Si estuvieran en su lugar, ¿cómo reaccionarían? ¿Qué harían? 💬
Por otro lado, quiero disculparme porque no seguí con el calendario de adviento como había planeado. Tuve algunos problemas personales. 😔 Espero que me comprendan. 🙏
¿Les gustaría una maratón de capítulos para ponernos al día o prefieren que siga publicando como hasta ahora? ¡Los leo! ✨
Gracias por acompañarme, ¡y no olviden dejar su comentario! 💖
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