15. Intentemos algo
(I Can't) Forget About You – R5
Mi padre anuncia que Ezra entro en el colegio ya hace más de un mes, y que eso lo pone muy feliz porque es un muy buen compañero.
Paso saliva en seco.
«Sí, buenísimo», digo para mis adentros mientras su voz retumba en mi cerebro, al igual que lo ha hecho durante las últimas semanas.
Vibel, ¿podemos hablar?
Ha pasado un mes de nuestro beso con sabor a lo últimos día del verano. Un beso entre Ezra y yo, conmigo, y no con Aisha.
De todos modos, eso ya no importa
¿Por qué me estás ignorando?
Podría decir que él me ignora y que se ha comportado como un total cretino, pero no. Si lo hago, sería una total mentirosa y ya suficiente me estoy mintiendo a mí misma.
Dime, ¿hice algo malo?
El asunto es al revés. Si tengo que ser sincera, yo soy la que lo está esquivando. Si me envía un mensaje, finjo no verlo hasta que pasan horas o le respondo que estoy ocupada, cualquier excusa me sirve. Así ha sido durante casi un mes. Un mes terrible en el que no he podido hacer nada más que concentrarme en evitarlo.
¿Me silenciaste?
Todo empezó la misma noche de la cita. Él me envió un mensaje de texto y me dijo que quería que hagamos una nueva videollamada. Con los nervios por las nubes y con el corazón que me latía a mil por hora, mientras buscaba cómo ocultar una marca de beso morada, le dije que no podía. Simplemente, inventé algo de que estaba ocupada grabando un video para el canal.
[Lo siento. Ahora, no. Estoy trabajando].
Lo adorné con muchos —tres— emojis de dedos en V, para suavizar el golpe. Lo sé. Actué mal, ¿pero qué podía hacer? Sencillamente, no estaba lista para hablar con él tan pronto. Necesitaba aclarar mi mente. Después de semejante beso, por poco llegué viva a mi casa. No sabía qué hacer, me quedé en shock. Casi cometo la idiotez de llamar a mi hermano y pedirle que me deje dormir con él. Por suerte, recobre la compostura antes de cometer el suicidio.
¿Me bloqueaste?
Ese beso, mi primer beso, me hizo llegar a la conclusión de que Ezra me hace mal. Me desestabiliza, me afecta en lo más profundo de mi ser. El solo hecho de tenerlo cerca, me nubla la cabeza. Cuando estoy con él, mi cuerpo actúa por sí solo y me asusta.
Me aterra pensar qué podría pasar haber pasado si él no se detenía, me asusta imaginar un «después» del beso, me asusta creer que podríamos ser algo más, que solo fui uno de sus juegos o algo por el estilo.
¿Cambiaste de número?
En mi vida solo tuve tres besos en la boca. El primero fue jugando con una botella, las pequeñas de vidrio de Mepsi, en el cumpleaños de una chica de mi secundaria durante el primer año. Me tocó con el primo de la cumpleañera. No quise negarme, los que se animaban a jugar tenían que participar o, si no, se les daría una penitencia. Aún recuerdo su acné rozando mi nariz. Asqueroso. El segundo... Bueno, el segundo preferiría olvidarlo porque fue con Brolin.
Hace unos meses, él me invitó a hacer un video de retos. Lo hicimos en vivo para que nuestros seguidores vieran que no trucaríamos nada ni fingiríamos las cosas. Para hacerlo más interesante, yo —sí, yo— sugerí que los seguidores nos propongan los retos. Las propuestas con más votos serían las que haríamos. Brolin me preguntó si yo estaba segura de eso. Como no nos podían pedir nada demasiado «peligroso» o «sexual» a causa de las normas de uso de ViewTube, me sentí completamente segura. Además de comer cosas asquerosas, de tocar texturas raras con los ojos cerrados y de hacer cosas bochornosas, el comentario con más likes fue un reto.
[Un beso real de varios segundos, o sino cada uno se tiene que sacar la prenda de ropa superior].
«Gracias, bonito seguidor».
Yo tenía vestido. Y no, quitarme el sostén y dejarme la ropa no era una opción. Primero, ni loca hubiera dejado que miles de babosos pudieran definir el relieve de mis senos y, segundo y aún más importante, no llevaba puesto sostén. Ese día llevaba un vestido con su propia zona reforzada en los pechos.
«Malditos pervertidos, hasta en eso se fijan», reniego en mi mente.
Y, entonces, lo inevitable, sucedió. Anxious y Aisha se besaron. Brolin notó que era mi primer beso, o al menos algo así, y fue lo suficientemente decente como para no burlarse en mi cara ni decir nada al respecto. Como su actitud fue amable y yo me ruboricé, la gente comenzó a shippearnos.
¿Podemos hablar?
Mi padre pide que un voluntario vaya a buscar un cable para el proyector, que al parecer no funciona, ya que quiere reproducir un video de algo para la clase. Me apresuro a ofrecerme porque el aire me vendría bien: tengo mucho sueño y sus clases no me ayudan.
Oigo que la puerta de mi salón vuelve a abrirse tras de mí.
—Espera, por favor.
Estas semanas que pasaron, Ezra continuó insistiendo en conversar. Nunca se rindió. Sabía que me estaba pasando algo. Mi propio miedo me llevó a seguir ignorándolo más y más. De pronto, noté que había aprendido a esquivarlo en los pasillos del instituto. Lo evité tanto como pude. Comencé a frecuentar los lugares solitarios a los que iba el año pasado, volví a mi antigua rutina, traté de fingir que nada había cambiado, que todo seguía igual. Traté de mentirme a mí misma y pensé que estaba funcionando.
¿La razón? Oh, es simple. Soy una idiota. No quiero admitir que me enamoré de él. Es decir, no lo conozco. Mi experiencia en el amor se reduce a la vista en series, libros para adolescentes y mangas shojos. Y ni siquiera aprendí con ellos, porque la mayoría de esas historias hablan sobre la confianza en sí mismos, en el entendimiento mutuo y blablablá. De hecho, en varias, las chicas son las que se confiesan a pesar de estar muriéndose del pánico y la vergüenza. No sé cómo lo hacen. Yo no podría porque me es impensable tener que enfrentar a mis sentimientos.
Y, por eso, sé que ahora ya no puedo dar marcha atrás. Mis excusas se acabaron.
Un sudor frío recorre mi columna vertebral, deteniéndose con lentitud en cada una de mis vértebras. Ezra me sostiene de la muñeca. ¿Cómo pude haber bajado mi guardia? ¡Es imperdonable! La falta de sueño me está jugando una mala pasada.
—Intentemos algo —dice a mi oído, luego de tanto tiempo.
Paso saliva en seco y parpadeo para tratar de orientarme. ¿Qué sucede? ¿Intentar? ¿Intentar qué? ¿Por qué me toca el hombro con tanta liviandad? ¿Por qué siento que esa zona me quema a pesar de tener una capa de tela entre sus dedos y mi piel? ¿Por qué mi aire se vuelve pesado? ¿Por qué mi mente piensa mil y una posibilidades no aptas para niños? ¿Será por qué las pensé durante estas semanas? Mierda.
Cierro los ojos y decido que debo ignorarlo. Pero mi mente me traiciona... otra vez.
—¿Qué cosa? —la pregunta se escapa de mis labios. Genial. Ahora, mi cuerpo toma las decisiones y responde por mí.
Ezra empieza a reírse como si hubiera contado un chiste muy gracioso. Su mirada me analiza de arriba abajo. Supongo que debo parecerle alguien muy decepcionante. Sé que no estoy en mis mejores días, si tengo que ser sincera. Sus ojos se centran en mi coleta mal hecha y la toca con cuidado, como si fuera algo radioactivo por la cantidad de friz que tengo. Si no estuviera tan agotada, lo más probable es que ya estaría roja como un tomate; no obstante, ya no tengo energías ni para ruborizarse.
La atención de Ezra se desvía a mis senos y me siento sucia por su mirada. Me cubro inconscientemente y él desvía la vista como un niño que no ha hecho nada malo. Sube la mano que tiene los brazaletes de macramé y puedo reconocer el que le di yo con facilidad. Se rasca la sien y me mira casi pudoroso.
—Lo siento... pero tienes... —Señala inquieto algo en mi ropa. No termina de decir la frase.
Bajo mis ojos hasta el punto en cuestión y chillo de forma aguada. Tengo dos botones sin abrochar y los que están abotonados, están corridos un punto. Sí. He estado por horas como una desaliñada, y nadie me avisó.
«Gracias, mundo».
Me cubro con ambos brazos y al hacerlo, noto que tengo la falda torcida. Genial.
Comienzo a enumerar en mi cabeza y al llegar al tres, creo que debería renunciar a la vida: no tengo la camisa bien abotonada, me olvidé el blazer dentro del auto de mi padre, mi corbata está torcida y, ahora, tampoco, tengo bien acomodada la camisa dentro de la falda.
¿Algo más? Ah, sí. Mi cabello parece haber sido peinado por una mona, olvidé ponerme una playera blanca debajo de la camisa del uniforme para evitar que se me note el sostén —que es negro con lunares rojos, por si a alguien de la clase aún no lo ha visto, aunque, supongo que gracias a las consecuencias de mi mal abotonamiento ya todo el mundo lo vio— y tengo unas ojeras que me llegan al piso por no haber dormido bien en casi un mes por culpa del chico que tengo frente a mí.
—¡Por dios! ¿Qué te paso? —Se quita su blazer y me lo ofrece. Se acerca a mí y baja su tono para sonar más confidencial—: Tus padres... Tus padres... ¿te echaron de casa?
—No, me emancipé —respondo de manera irónica.
Espero recuperar parte de mi orgullo con esa frase, pero sé que no es así, menos luego de haber aceptado a regañadientes su blazer.
Me lo coloco su abrigo, el cual me tapa hasta los muslos. En cuanto lo tengo puesto, me siento segura. Ya no me siento expuesta por haber estado enseñando cosas que no debía por ahí. Por algún motivo, es como si la incomodidad comenzare a desvanecerse. Inspiro una buena bocanada de aire y su perfume se impregna en mi nariz. Mi cabeza comienza a nublarse. Quiero huir.
—Vaya, ya veo. La vida de una casi adulta independiente debe ser muy difícil. Por eso no tienes tiempo para hablarme y, como ahora vives sola, soy un niño para ti.
Touché. Hasta el sarcasmo está en mi contra. A pesar de estar cansada, su reclamo no pasa desapercibido.
—Pero da igual —continúa—. Dime... ¿qué te pasó? ¿Te sientes mal?
Suspiro. Al menos, se merece que le dé una respuesta sincera:
—No estoy pudiendo dormir estos días. —Omito aclarar desde cuándo y que su beso es el culpable—. Así que me quedé mirando algunos capítulos de una serie.
Tampoco aclaro que vi una temporada y media, gracias al acceso anticipado que me dieron por ser influencer y reseñadora.
—¡¿Estuviste viendo series toda la noche?! —grita tan alto en medio del pasillo que temo que salga algún profesora a regañarnos—. Estás loca. —Baja la voz y comienza a hablarme de la importancia del descanso.
Desconecto mi cerebro al tercer reclamo. «¿Quién se cree que es? ¿Mi padre?».
—No. No toda la noche —Lo corrijo—. Hasta hace un rato —admito, al fin y al cabo dije que se merecía fuera sincera—. Creo que dormí solo media hora y en el auto.
—¡Eres una idiota! Te enfermarás si no duermes —me recrimina—. ¿Por qué no faltaste? No sería la primera vez que lo haces...
Enarco una ceja y vuelvo a bostezar:
—No puedo faltar porque la primera semana de clases falté demasiado. Mis padres se enfadaron cuando se enteraron y me pusieron una regla: ni una falta más. Me arrastrarían de ser necesario. Si puedo ser responsable con mi canal, también con la escuela.
—Suena lógico... —Comienza a caminar y lo sigo por inercia, ¿por qué hago eso?—. ¿Pero era necesario ver todo de corrido? ¿Tan buena era la serie?
Sin darme cuenta, le respondo y comienzo a explicarle brevemente de qué iba la serie. Sin dificultades, como si nada. Es extraño, pero me siento reconfortada y noto que extrañaba su compañía.
Pero ¿cómo puedo quererlo? No sé nada de él, no nos conocemos. Me agrada, sí, pero... pero también me vuelve loca. Me gusta demasiado. Es un modelo de revista, el sueño de cualquier chica y me duele que para Aisha pueda ser real, pero no para mí.
Me odio. Soy una masoquista.
Tengo muchas ganas de bostezar, pero me resisto. Por poco, siento que me estoy quedando dormida parada. Mi cara debe estar tan mal que seguro soy capaz de espantar a un zombie.
—¿Y cómo hiciste para sobrevivir la primera hora de clase de tu padre? Pensé que no estabas en el aula.
—Me dormí de a ratos... —Subo mis hombros para restarle importancia—. Hoy estoy sentada atrás de todo. Cuando leí en el grupo de la clase que Henry estaba enfermo, me pasé a su asiento. Delante de él se sientan los tres idiotas de fútbol y todos son enormes. Estoy cubierta.
—Bueno, te vendrá bien para las horas de Física porque apuesto que no hiciste ninguno de los ejercicios que nos dieron de tarea.
—Por favor —se me escapa una risita aguda—, seguro soy mejor qué tú en las clases. Está claro que no eres esa clase de chico que...
—¿Qué es bueno para estudiar? —Ezra enarca la mirada, casi como si me retara. Luego, sonríe de manera ladina. Tengo que avisar a las autoridades, este chico es el culpable del cambio climático. Con esos ojos azules, es capaz de derretir un iceberg.
—Sí. No se puede ser guapo, ser bueno en el arte, los deportes y también los estudios. Es imposible. Las estadísticas lo comprueban.
«Mierda, mierda, triple mierda. Le dije guapo», pienso entrando en pánico, el cual incrementa cuando, de pronto, se me acerca como si quisiera decirme algo en secreto. Ezra rompe casi toda la distancia que hay entre nuestros cuerpos. Sin embargo, de su boca no sale una palabra.
Me tironea de la corbata y pienso que me va a volver a besar, ahora, en el colegio. —«¡Vibel, cálmate! Estás desesperada»—. Pero no. Con dedos habilidosos, desata con destreza mi nudo mal hecho y lo vuelve a hacer en un instante. Pronto, mi corbata luce impecable y bien acomodada debajo del cuello de la camisa.
—La tenías mal puesta —aclara—. Me ponía nervioso verla torcida.
Mi cerebro deja de funcionar. Otra vez, por su culpa. Solo puedo pensar en la sensación que ha dejado en mi cuerpo. Mi cuello palpita en la zona que rozaron las yemas de sus dedos, justo en el sitio que sus manos entraron en contacto con mi piel al rozar mi camisa.
—Quiero que intentemos algo y no puedes negarte. Forma parte del trato.
—Sí —digo muy segura, casi por instinto, como si hubiera dicho «rojo», «blanco» o «ravioles con salsa».
Ezra frunce el entrecejo y me mira confundido. Enarca una de sus cejas y, por su gesto, me siento interrogada.
Siento que la cagué por algún extraño motivo, pero no distingo por qué. Poco a poco, el significado de sus últimas palabras llega a mi cerebro. El delay ha sido enorme y llegado con mucha interferencia.
¿Qué mierda he hecho?
—Espera... ¿qué? No te había comprend...
—Perfecto, te veo a la hora el almuerzo —finaliza, victorioso. Luego, gira sobre sus talones y regresa al salón.
Me doy cuenta de que han pasado varios minutos y aún no he hecho el recado que me encomendó mi padre,pero por sobre todas las cosas lo que más me preocupa es que tengo que volver aentrar al salón de clases y ahora llevo puesto su blazer.
Vibel lleva un mes entero evitando a Ezra. 💔😩 ¿Por qué? Porque está asustada, no quiere admitir lo que siente, y prefiere huir antes que enfrentarse a sus emociones.
Pero... ¿y Ezra?
💬 Reflexionemos juntos:
¿Cómo creen que se sintió él al intentar hablarle una y otra vez? 😔📞🔄
¿Cuánto daño le habrá hecho su rechazo? 💔💭😭
¿Qué harían ustedes si alguien les gusta y los ignora sin explicación? 🤷♂️💌❓
¿Creen que Ezra debía seguir insistiendo? 🤔💪
✨ ¡Espero sus comentarios y teorías, porque este capítulo tiene mucho para hablar!
🎄Además, recuerden que este capítulo forma parte del Calendario de Adviento de la novela. ¡No se pierdan los capítulos casi diarios y la revelación de la portada de No me despiertes! 🥳🎁
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