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10. Sí, definitivamente, está vacío

Mente en blanco – K4OS


El timbre suena y el alivio me recorre. Estiro mis brazos y mi espalda para atraer energía mágica de lo que me rodea y sentirme con más fuerzas, pero no funciona. No entiendo. La protagonista de la serie que vi ayer lo hacía y se transformaba en una superheroína con un poder incontrolable.

Chasqueo la lengua con fastidio. La vida real es demasiado aburrida en insulsa. Apoyo mi codo sobre la mesa y suspiro mientras miro por la ventana.

Contra todo pronóstico, sobreviví a las primeras cuatro horas de clases del último día de la primera semana del nuevo año escolar. Las primeras dos horas fueron de Salud, una materia que habla sobre sexualidad y adolescencia; pero que se me hace súper incomoda. Tener que tratar esos temas, en una clase mixta con trogloditas que lo único que hacen es reírse por lo bajo y hablar sobre lo grandes —o pequeños— que son ciertos penes resulta trágico.

Luego, dos horas más de Historia con mi papá, que podría clasificarlas como «puro sufrimiento». Sus clases son eternas y aburridas. Escucharlo solo me da ganas de usar el celular a escondidas para leer, pero no quería ser regañada. ¿Ser la culpable de «la caja» este año también? No, gracias. Ese sistema es demasiado tiránico para los estudiantes del siglo XXI. Me niego a ser la que inaugure no tener móviles durante las horas de clases. El año pasado no hubo ni un profesor que no usara la caja cuando estaba de mal humor y, si alguien escondía su celular y era atrapado usándolo, terminaba en suspensión.

«Tendré que aprender a dormir con los ojos abiertos», pienso. Sin embargo, ahora eso no importan. Es viernes, bello viernes. Me puedo desvelar mientras veo series hasta tarde y...

—Mirov, Gauthier. Vengan un momento. —Mi padre me llama por mi apellido, cortando mi ensoñación sobre cómo voy a disfrutar mis días libres.

Levanto el rostro confundida. El choque fantasmagórico que recorre mi médula espinal, cada vez que un profesor me llama la atención, se hace presente. Solo cuando veo que Ezra se acerca a él para hablar me doy cuenta de que él es el otro alumno.

¡Eso es malo! Me apresuro en guardar mis cosas y corro hacia el escritorio, con mi cuaderno de apuntes en los brazos.

—¿Sucede algo, pa...profesor? —pregunto despacio.

—No, nada —me responde papá con una sonrisa—. Ezra me contó que fuiste de mucha ayuda ayer, enseñándole el Instituto. Muchas gracias, hija. —Apoya su mano en mi cabeza, con orgullo paternal—. Sabía que podía contar contigo.

«¿Qué?».

Mis piernas se aflojan y tardo unos momentos en entender el hilo conductor de todo este asunto. Me abrazo al cuaderno y asiento con lentitud. Quiero abrir la boca para hablar, pero Ezra se adelanta. Aprieto mis labios, no creo que sea buena idea interrumpir.

—Sí. —Me observa a los ojos—. Gracias.

Me obligo a sonreír de manera exagerada y quedo como una idiota que no sabe interactuar de forma natural cuando recibe cumplidos. Mi papá se despide de nosotros, toma su maletín y se va del salón. Al cerrar la puerta, noto que nos hemos quedado solos. Trago saliva en seco y busco a algún compañero rezagado, pero ya no hay nadie.

Es cierto, en situaciones así, solo te esperan tus amigos...

Carraspeo.

—Gracias por mentir —le digo.

—O podríamos decir que me debes otra, que es distinto —sonríe.

—Oh... no otra vez... —Me llevo las manos a la cara y me masajeo las sienes—. ¿Ahora qué quieres?

—Me gustaría entender por qué te empeñas en ocultar que eres maravillosa. Es molesto —murmura—. En fin, Ley del Talión.

—¿Eh? ¿Disculpa? ¿Maravillosa? —inquiero, sintiendo que el calor sube a mi rostro. La frente comienza a sudarme—. ¿Talión? ¿Se supone que debo entender la referencia?

Ezra hace un gesto de horror en cuanto pronuncio mis últimas dos preguntas y se lleva una mano al corazón, mientras niega con la cabeza. El aire se me escapa; me gustaría que nos centremos solo en la parte en la que me llama «maravillosa».

Siento que lo que dice me suena familiar, así que me imagino lo debo haber escuchado en alguna serie de televisión. Opto por no indagar más; pero él se acerca a mi cabeza y la golpea suavecito, como si fuera una puerta.

—Sí, definitivamente, está vacío. —Ahora, es él el que se masajea con fastidio la frente—. ¡Idiota! Lo vimos en clase... recién. Tu padre lo acaba de explicar. ¿No escuchaste nada? —Sin pedir permiso, me quita mi cuaderno de Historia y comienza a hojearlo. No tengo tiempo de impedírselo—. ¿Babilonia? ¿Código de Hammurabi? ¿Principio de justicia retributiva?

Me quedo con la mente en blanco. ¿Acaso está recitando un listado de videojuegos indies que no conozco? Me suenan a juegos de tablero o cartas; no sé, aún no he explorado demasiado ese estilo.

Ezra se detiene al ver por qué no respondo y levanta la vista de mis apuntes-garabatos. Vaya, ese gatito sí que me quedó bonito.

—No. Puede. Ser —luce casi indignado—. Quizá deberías ir al médico. Seguro que uno de tus lentes de contacto arcoíris se dio vuelta y se te metió en el cerebro. No te diste cuenta y ya se derritió... Puede que ya no tengas salvación... Lo lamento —se disculpa con solemnidad.

Mi expresión lo dice todo. Quiero sentirme ofendida, pero no puedo. Se me escapa una risita traidora. ¿Realmente es nuevo en la ciudad y no tiene a nadie para hablar?

—Oye —me quejó y le quito, por fin, mi cuaderno—. No seas malo.

—¿Cómo es que llegaste a segundo año?

—Estudio un día antes, por supuesto.

Su indignación me causa mucha gracia. Yo tampoco entiendo cómo hago para pasar de año. Eso es algo que me pregunté durante mucho tiempo, pero ya me resigné a la falta de explicaciones.

—Okey. Bueno. Supongo que así serás una persona exitosa.

—¡Ay! Por favor. Ya lo soy. ¿No viste mi canal de ViewTube? —le digo sin medir mis palabras; con soltura y sinceridad. Sé qué soné graciosa, pero no fue mi intención sonar tan natural y mucho menos con él. Supongo que ya me resigné con el hecho de que él sepa mi verdad, ¿no?

Tal vez, en el fondo, ya me estoy encariñando con su compañía. Veo un dejo de sorpresa en su rostro y sus rasgos se suavizan. Suelto un grito interno que me desgarra el pecho: ¿cómo puede ser tan lindo?

«No te dejes engañar, Vib. Es un demonio. Un demon...».

Se lleva su mano a la cara y se sacude el cabello. Suelta una sonrisa ladina y siento que me derrito. Mi corazón late tan fuerte que temo que me fracture las costillas.

«... io. ¡Pero guapo!».

—Tienes un punto. Un gran punto —veo que duda—. En algún momento quiero que me cuentes sobre tú negocio. Siempre me llamaron la atención los famositos de la web. Si necesitas a alguien que haga tus trámites y esas cosas, no dudes en contratarme. —Se mete la mano en un bolsillo y finge darme una tarjeta de contacto, sin embargo, es goma de mascar de uva—. Llámame. —Señala el dulce que me dejó en la palma abierta.

«Ah, estamos hablando de Aisha Miau...», pienso. Poco a poco, comienzo a sentirme mal y se me revuelve el estómago. Hablar con Ezra reduce mi capacidad mental un 20 % y ya, de por sí, perdí un 50 % por no dormir casi nada durante la noche. Además, si sumamos las desveladas nocturnas previas... ¡Estoy en problemas!

Me siento sofocada. Necesito aire fresco. Tengo que irme de aquí.

—Emm... —empiezo a murmurar mientras jugueteo con uno de mis aretes de manera despreocupada—. ¿Quieres que vayamos a almorzar?

«¡¿Qué?!». Se supone que huiría, ¡pero no con él!

El calor de mi rostro se va acrecentando. Siento que es inútil fingir que no estoy roja. Hasta las orejas me arden e incluso las manos me sudan.

Ezra abre sus ojos y me mira. Esta vez sí que lo sorprendí, no obstante, no siento como si yo hubiera ganado al ver la expresión de pena que aparece en sus facciones.

La pulsión en mi pecho es tan grande que deseo ir nada en hielo para enfriar mi cuerpo.

—Vaya... ¿piensas cumplir tu palabra? Me siento honrado. —Hace el gesto de limpiarse una lágrima falsa que le cae por la mejilla.

Suelto el aire que, sin darme cuenta, tenía contenido y bufo. No es tan difícil responder. ¿Por qué da tantos rodeos? Sí o no, nada más. ¡Este chico me desquicia!

—Si no quieres, no hay problema. Simplemente quería cumplir contigo. —Hago una pausa—. Además, quería disculparme. Por ayer. Tampoco debí haberte gritado.

Clavo mi vista en mis zapatos acharolados del uniforme mientras jugueteo con el espiral de mi cuaderno. No me había dado cuenta de que era dorado.

Sé que Ezra me mira, pero no me atrevo a cruzar mis ojos con los suyos. No quiero volver a olvidar cómo respirar. De reojo, noto que sus ojos se abren. Como presa de una hipnosis maligna, subo mi vista y me quedo embobada mirando sus iris. No quiero admitirlo, pero sus ojos me tientan; son tan azules que creo que podrían competir con el mismísimo océano.

«Iug... ¿Yo pensé algo tan cursi?».

Muevo mi cabeza para alejar esas ideas de mi mente y poder concentrarme en no hacer el ridículo. No quiero darle más material de humillación.

—Lo de ayer ya pasó. No tiene sentido seguir con eso. —Sonríe—. De todos modos, aunque me gustaría aceptar, ya tengo planes...

Parpadeo. Parpadeo muchas veces y como una tonta por no haber previsto el rechazo como una opción válida de respuesta. No me imaginaba que me dijera que no luego de su insistencia. De hecho, me molesta siquiera haberme imaginado que él podría ser capaz de rechazarme.

«¿Cómo es posible que me haya creído especial? ¡Vibel, me decepcionas!», me regaño a mí misma.

El gusano —¿o debería decir serpiente mutante?— de la envidia me visita. ¿Planes? ¿Con quién? Sus palabras perpetran en mi cerebro y comienza a doler. Pero... ¿por qué me duelen?

Vuelvo a parpadear como si tuviera un par de neuronas en cortocircuito. Hasta hace un instante, no tenía ni idea de qué hacer con mis manos. Ahora, simplemente están congeladas contra mi cuaderno, como si en el abrazo encontrara algún tipo de consuelo. La palabra «especial» retumba en mi cabeza y poco a poco se transforma en una burla silenciosa.

Trago saliva y pongo todo de mí para forzar una sonrisa que no llega a mis ojos. Mis mejillas arden cada vez más, pero no por la vergüenza, sino porque estupidez me golpea de frente. ¿Cómo pude pensar que yo era diferente para él?

—Está bien, no hay problema. —Doy un paso hacia atrás—. Bueno... Yo iré a comer que luego tengo club —le regalo una sonrisa de molde. Prefabricada, falsa, de esas que nadie puede distinguir si son ciertas, excepto nuestra parte más profunda.

Giro sobre mis talones. No soy especial, no sé por qué lo creí. Ezra tiene su vida aquí ya, y entró en la mía solo porque me ve como un juguete. Se divierte conmigo con un algo que es muy importante. Al contrario, tengo que convencerme de que sus planes son una ventaja para mí. Quizás, hasta tengo suerte y los planes lo distraen lo suficiente como para dejarme en paz de una vez por todas.

Supongo que estoy en lo correcto. Ver series, jugar videojuegos y leer, para alejarme de todos, es la mejor forma que tengo de salir ilesa. Me resguarda, me aísla, me protege. No me gusta tratar con las personas; no las entiendo y no me entienden. Es un fastidio e implica un esfuerzo mental muy grande para, al fin y al cabo, no obtener buenos resultados al relacionarme con los demás. Todo lo siento como un proceso lento que termina por hacerme sentir angustiada. Empiezo sintiendo ese espantoso sudor frío por la obligación de tener que hablarle al otro, la respiración se torna entrecortada y sigue la sensación paralizante de querer estar solo, simplemente porque sola me siento más a salvo. Es una situación agotadora, por lo que es mejor no intentar.

Volteo y voy por mis cosas.

—Uff...Me hubieses dicho antes. Así no arreglaba con nadie —murmura mientras meto en mi bolso el cuaderno y mi móvil.

—Oh, supongo que fue casualidad —me río, incómoda. Me adelanto hasta la puerta.

—No, no. En serio. —Tengo mi mano sobre la perilla de la puerta—. Es que, si sabía que de verdad querías que comer conmigo, movía la invitación del equipo de Natación para comer. La profe dijo que el club quiere darme la bienvenida.

Algo se afloja dentro de mí. Mi respiración se regulariza como, si de pronto, el aire tuviera más espacio para fluir. La tensión en mis hombros se deshace de a poco y una calma extraña me recorre desde el centro de mi pecho. Sin entender por qué, una pequeña sonrisa se asoma en mis labios.

—¿Al menos te veré en la cafetería? —inquiere.

—Oh, sí, seguro —respondo. Por fin, abro la puerta y me voy—. Te veo ahí.

😱✨ ¿Qué fue eso, Ezra?

Espero que hayas disfrutado este capítulo lleno de tensiones y... un momento por demás inesperado. 🙈💔 

Ezra, mi niño, ¿cómo pudiste planear algo con el club de natación? 🏊‍♂️💦 Para el capítulo siguiente, libera tu agenda... ¡Vibel te lo agradecería, y... realmente yo también! 💣👽

Ahora que llegamos a este punto, tengo curiosidad:

💬 ¿Qué opinás de lo que acaba de pasar?

💭 ¿Creés que Vibel manejó bien la situación?

🌊 Si estuvieras en su lugar, ¿cómo habrías reaccionado?

¡Contame todo en los comentarios! Me encanta leer tus opiniones y teorías. 💖✨

Nos vemos en el capítulo 11... Aunque, yo moriría por ver a Ezra en la piscina 👀 🏊‍♂️💦

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