Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

9. Entrando en calor

Historia publicada en papel por Penguin Random House. Puedes comprarla en las mejores librerías de Chile


Levantarme ese viernes me estaba resultando imposible. No sólo aún no me recuperaba del shock del día anterior, sino que mi cabeza me dolía de tanto pensar. Pero ya había decidido que igual iría al colegio. No podía permitir que Anton ganara más terreno, que se saliera con la suya y tenía la sensación de que me perdería algo importante si faltaba. Además, para qué estamos con cosas, yo era de esos alumnos que mientras aún mantuvieran algo de pulso y pudiesen respirar sin necesidad de un ventilador artificial, no faltarían a clases.

—¿Has visto mis calzones rojos? —me preguntó Paula, para variar estresada, mientras se cruzaba por mi puerta en el momento que yo salía de mi habitación. No quería saber por qué me preguntaba algo así a mí, ni por qué tenían que ser de ese color en especial ¿No podía ponerse cualquiera? Solo ella y Solae solían hacerme ese tipo de preguntas tan fuera de lugar.

La relación con mi hermana había vuelto a ser la misma que antes de contarle acerca de los anuarios. Conversando lo que fuese estrictamente necesario, y tratando de molestarnos lo menos posible. Para mi alivio, parecía comportarse como de costumbre, salvo el pequeño detalle de haber olvidado todo lo que tuviese que ver con Solae. Al menos me consolaba el hecho de que no había olvidado que era mi hermana, a diferencia de Solae, para quién ahora yo era un simple compañero de clase.

De tener un plan sólido contra Anton, no se podía decir que lo tenía y mi ánimo tampoco me ayudaba demasiado a inspirarme. Pero estaba pensando seriamente en aprovechar que él había empezado a demostrar algo de "interés" en ser mi amigo (por muy falso que fuera). Quizás la mejor forma de enfrentarlo era hacerme el tonto, simular que todo estaba bien fingiendo ser su amigo para encontrar su punto débil y averiguar cómo sería mejor proceder.

Luego de la enorme fuerza de voluntad que debí reunir para ir al colegio; apenas llegué me fui enfocando en ver todo desde el punto de vista de la nueva situación. Solae era ahora solo una compañera más, su mejor amigo era Anton, y siempre había sido así. Pero por mucho que me esforzara, aquello no tenía ni pies ni cabeza. Todo era demasiado surrealista, sin embargo estaba sucediendo y tenía que dejar de darle vueltas para poder seguir adelante.

Era hora de comenzar a actuar. Acercarme a Anton, lo que a la vez significaba volver a acercarme a Solae. Esta vez era yo quien debía ganarme su amistad, algo que jamás imaginé que necesitaría esforzarme por lograr.

—Pensé que hoy no vendrías —me dijo Joto, mientras abrochaba sus zapatillas de gimnasia. Nos encontrábamos en el camarín de hombres, cambiándonos para lo que sería la primera clase del día: Educación Física. ¡Hurra! No cabía en mí de felicidad de tener que correr justo hoy, que me sentía como la mierda.

—Quizás no debería haber venido. —le respondí sin ganas. Ya me estaba arrepintiendo de ser siempre tan condenadamente responsable.

—Te veo mejor, Alex —intervino Anton, desde atrás nuestro, sin que nadie le preguntara su opinión. Iba a responderle, aprovechando la oportunidad de que él iniciaba la conversación, pero al darme vuelta, él ya no estaba.

Las clases en esta ocasión se realizarían en la pista atlética que colindaba con el colegio y que era al aire libre, y nuestra profesora, la señorita Fabiana, ya estaba esperándonos en la cancha. La edad de nuestra profesora de Educación Física siempre había sido un gran misterio para todos nosotros. Tenía un cuerpo escultural y tonificado que a varios les quitaba el sueño, pero su cara llena de arrugas y oscurecida por el abuso de sol, hacía dudar hasta al más entusiasta.

—¡Se inicia el precalentamiento! ¡Wuuuuuup! —nos llamó gritando a todo pulmón y aplaudiendo con fuerza un ritmo constante, que casi la hacía parecer que estaba bailando. Cuerpo de veinteañera, cara de cuarentona, pero con más energía que un niño de 4 años. Mi veredicto sentenciaba que ella era extraterrestre.

—¡Oh vaya, qué calor! —exclamó Joto, mientras nos acercábamos a las colchonetas. No encontré que fuera para tanto, pero al seguir su mirada, me di cuenta que no se refería precisamente al clima.

El buzo de colegio de las chicas, que en invierno era un buzo igual de aburrido y plano que el de los hombres; con el cambio de estación se había transformado en unas calzas azul marino cortas y ajustadas, combinando una polera blanca, de manga corta con el diseño de nuestro colegio. Mientras que algunas aún conservaban los pantalones largos, había quienes sabían llevar muy bien aquellas prendas tan básicas.

—No puedes decir que esta clase no tiene sus lados buenos. —me dijo Joto, sin intentar disimular su mirada lasciva dirigida al grupo de chicas que ahora empezaban a hacer abdominales. Él ya había encontrado su forma particular de precalentamiento y yo no era nadie para ir contra su afirmación.

Joto luchaba por levantarse sin mucho éxito mientras yo sostenía sus piernas. Él no era alguien al que llamarían gordo, pero su condición física dejaba bastante que desear. Por mi parte, yo, aunque no era un atleta, estaba en bastantes mejores condiciones, pero justo hoy todo me estaba costando el doble del esfuerzo normal.

Aunque todo esto era una dinámica mixta, por lo general las chicas se sostenían las piernas entre ellas y los hombres entre nosotros. Claro que habían ciertas excepciones, como Mica y su novio Diego, cuyos abdominales consistían en juntar sus labios al llegar hasta arriba, provocando naúseas colectivas; Joto a veces con su mejor amiga, Amelia, algún otro caso aislado más, y Solae conmigo.

Al menos antes era así. Siempre que Trinidad o alguna otra amiga no se lo solicitara, Solae estaba junto a mí, abrazando mis piernas y animándome a dar mi mejor esfuerzo. Lo hacía casi con más entusiasmo que la misma profesora, que ahora empezaba a trotar energéticamente sobre su puesto marcando un nuevo ritmo con sus palmas.

—¡Wuuuup wuuuup! ¡Muévanse, muévanse, que los quiero a todos súper calientes antes de empezar a correr!

Estalló una risotada colectiva. Muchos nos reímos, pero la carcajada inconfundible de Solae explotó fuerte y claro, haciéndose notar por sobre las otras. Solae, que le sostenía las piernas a Anton, ahora intentaba ahogar su risa escondiendo su cabeza entre sus piernas.

Sabíamos perfectamente de qué se reía, porque Solae siempre ha sido muy malpensada; pero no podía entender ese nivel de confianza con él. Cualquiera que los viera interpretaría mal también esa situación. Anton le sacudió suavemente su cabeza, regañándola con ternura por su arrebato, mientras que a mí solo me daban ganas de golpearlo.

La señorita Fabiana, que pasó por alto el motivo de las risas, ajustó su cronómetro y nos indicó a todos que ya era hora de levantarnos.

—Me gusta ver que tienen tanta energía. Ahora se me ponen a trotar quince minutos sin detenerse, desde ahora listos ¡¡¡Wuuuuuup!!! —gritó en una especie de alarido, mientras agitaba las palmas, para luego soplar con fuerza su silbato. El estridente pitido, casi al lado de nuestros tímpanos, bastó para que con Joto nos levantáramos de un solo salto.

—¡Quince minutos! ¿No deberían ser doce? —me reclamó Joto, mientras avanzábamos hacia la enorme pista, que hoy se veía más grande que nunca. Amelia, una de las pocas chicas que aún usaba pantalones largos, y que casi siempre estaba junto a Joto, se nos unió antes que me respondiera. Fue así como los tres juntos comenzamos a trotar, sin ponerle muchas ganas.

Anton y Solae partieron poco después que nosotros, también impulsados por el silbato de Miss Fabiana.

Se suponía que debíamos mantener un trote suave, porque sino nadie lograría resistir los quince minutos sin morir en el intento, pero ellos parecían desbordar energía, por lo que no tardaron en adelantarnos. No pude evitar recordar que este circuito siempre lo había realizado junto a Solae, y siempre que la profe no nos veía, disminuíamos la velocidad; conversábamos, nos reíamos y Solae, tonteando, zigzagueaba con la intención de empujarme fuera de la pista.

Pero ahora ella estaba con Anton, delante mío y agitando su cola de caballo con un ritmo hipnotizante. Ambos trotaban en perfecta coordinación, manteniendo un ritmo constante, como intentando, además de cumplir la meta, verse perfectos ante a una cámara imaginaria.

Antes de darme cuenta, yo también había acelerado mi ritmo y me esforzaba por darles alcance; mientras que mi cuerpo olvidaba lo mal que me sentía. No sabía si quería ganarles, pero algo en mí necesitaba romper esa perfección. Necesitaba demostrarles a Anton y Solae que no les sería tan fácil sacarme del camino.

—¡Espéranos Alex! —me gritó Joto al darse cuenta que me distanciaba rápidamente de ellos, y escuchaba como a la vez, Amelia lo llamaba a él. Pero yo no cedería. Sentir sus voces detrás mío y ver a Anton alejarse junto a Solae me daba más combustible para aumentar la velocidad. Luego de un esfuerzo adicional, logré alcanzarlos y mantenerme a su ritmo, tratando de que mi cara no delatara que me estaba muriendo por dentro. Anton y Solae me miraron, pero yo sin despegar la vista del frente, aumenté aún más mi velocidad.

No miré a Anton, pero pude imaginármelo sonriendo poco antes de que acelerara y se pusiera nuevamente a mi lado. Solae, que se había quedado atrás, tampoco tardó en unírsenos. Al verla de reojo entre medio de nosotros dos, pude notar que sonreía; y al encontrarme inmediatamente con la mirada de Anton pude confirmar que él también. Pero nuestra corrida en paralelo duró solo un par de segundos, porque esta vez él agilizó el paso dramáticamente.

Sobrepasarlo, o tan siquiera pensar en alcanzarlo de nuevo, se dificultaba cada vez más. Esto estaba ya lejos de ser un trote suave y mis pulmones me imploraban detenerme por más aire. Pero no me dejaría ganar por este tipo. Me comenzaba a doler el costado, y sudaba como si me estuviera desangrando en agua, pero el no ceder se había convertido en mi prioridad. Anton, sin embargo, si no fuese por el suave sudor normal sobre su frente y polera, casi parecía estar disfrutando de una placentera caminata.

Solae volvió a alcanzarnos por un instante, pero al momento en que ambos empezamos a acelerar nuevamente, desistió de seguirnos el ritmo. Agotada se incorporó al ritmo de Joto y Amelia, quienes seguían avanzado desde lejos, muy por detrás nuestro.

No tenía idea cuantas vueltas llevábamos, pero la señorita Fabiana parecía encantada de vernos participar tan activamente de su clase. La mayoría ya sólo caminaba, por lo que deduje que los quince minutos ya habían terminado, sin embargo Anton no demostraba intenciones de detenerse. Yo ya no procesaba el aire y necesitaba con desesperación beberme una fuente completa de agua fresca. Mis pantorrillas dolían horrores y rápidamente la distancia entre nosotros comenzó a hacerse cada vez más evidente. Nuestros compañeros que ya descansaban a un lado de la pista, nos animaban a seguir compitiendo. Yo necesitaba parar, pero no podía detenerme.

—Ya te lo dije ayer, Alex. Te exiges demasiado. —me dijo Anton sorpresivamente. Había disminuido su velocidad para ponerse nuevamente a mi altura. Quise responderle, pero apenas tenía aire suficiente para mantenerme con vida. Fue un alivio cuando él disminuyó la velocidad casi de golpe, hasta quedar caminando tras de mí. No dudé en imitarlo. Solae, al ver que nos deteníamos, corrió hacia nosotros junto con Joto y Amelia, aunque Solae no corría precisamente hacia mí.

—¡Wow! ¡Increíble! Deberías ser maratonista —le dijo a Anton con admiración. Parecía evaluar si abrazarlo en consideración a lo sudado que estaba.

«¿Y yo qué?» reclamé para mis adentros, caminando detrás de ellos. Intentaba mantener mi dignidad.

—¡Vaya Alex! ¡Si que tienes harta resistencia! —me dijeron Joto y Amelia, reconociendo mi esfuerzo con palmaditas en la espalda. Pero por alguna razón, no fue adulación suficiente para dejar de sentirme derrotado.

Estaba teniendo un momento difícil tratando de recuperarme. Necesitaba agua, aire, un analgésico para caballos y dormir como mínimo una semana. No me sentía capacitado para seguir con la clase, por lo que la señorita Fabiana me permitió retirarme antes, aún maravillada por el repentino entusiasmo que había puesto en su clase.

Antes de irme a los camarines, le eché un vistazo a Anton y Solae por última vez. Ambos reían y tonteaban mientras se alistaban, junto al resto, para la siguiente actividad. Mi intenso dolor al tratar de respirar se acrecentaba al verlos, mientras consideraba que descansar quizás no sería suficiente para recuperarme.


Para más información sobre como comprar el libro en tu país en físico y/o digital: www.catakaoe.com y mis redes sociales: @CataKaoe

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro