Alex
No recuerdo cómo fue que llegué aquí.
No sé qué hora es, pero al menos sé que es de día y que estoy recostado sobre mi cama y con una jaqueca insoportable. Intento incorporarme y recordar qué pasó la noche anterior pero es inútil. Sin abrir los ojos, me llevo la mano a la sien y a tientas rebusco en el cajón de mi velador algo que sea capaz de quitarme el terrible dolor que siento.
Aún no estoy completamente despierto. Los ojos me pesan y me cuesta mantenerlos abiertos. La luz es demasiado intensa y la música proveniente de la habitación de Paula se convierte en una tortura infernal. Al no lograr encontrar un analgésico, me veo obligado a levantarme hasta el baño para ir por el botiquín.
Cuando regreso a mi cuarto, noto que mi celular está lleno de notificaciones. La mayoría son de redes sociales, de compañeros y amigos colgando selfies, fotos y videos de la fiesta de anoche. Las ignoro y continúo deslizando la pantalla para ver si hay algo importante, hasta que me encuentro un mensaje que no me causa ninguna gracia.
—"Juntémonos en Starfour, dentro de una hora".
Suspiro con fastidio. ¿Está hablando en serio? ¿Por qué demonios quiere Anton juntarse conmigo en un café justo hoy que no valgo una mierda? Apenas tengo ánimo de mantenerme con vida, mucho menos de vestirme y salir.
—"Hoy estoy muerto. Veámonos el lunes en el colegio.˝ —le respondo, volviendo a acomodarme dentro de la cama, pero al instante vuelvo a sentir mi celular vibrar y maldigo por lo bajo.
—"Tiene que ser hoy. Levanta el trasero, que es importante."
Pienso en ignorarlo y me escondo bajo la almohada esperando desaparecer, pero me doy cuenta que a pesar del cansancio que tengo, ya no lograré retomar el sueño. Maldigo a mi mejor amigo y a regañadientes me pongo en pie.
Luego de bañarme, tener la rutinaria discusión amor-odio con Paula y de desayunar algo rápido, me dirijo caminando al café que me había indicado Anton, lugar en el que solemos reunirnos debido a lo cercano que queda a nuestras casas y a que no es abusivamente costoso.
Apenas entro, lo veo sentado revisando su celular, junto a un café negro a medio tomar y unas galletas.
—¿Por qué tardaste tanto? —me pregunta comprobando la hora en su móvil.
—Agradece siquiera que vine. —reclamo, sentándome frente a él. Aunque siempre soy puntual para todo, hoy nadie tiene derecho de exigirme nada. —¿Qué es eso tan importante que necesitas decirme, que no podía esperar hasta el lunes?
Anton me alcanza el menú y me señala que escoja algo, que él invita. Elevo una ceja con incredulidad y Anton me mira de vuelta, asegurándome que la oferta es real. Siendo así, me acomodo mejor en mi asiento y comienzo a inspeccionar la carta. Todo indica que nuestro encuentro va para largo.
Escojo un café latte con un pedazo de torta de nuez, algo que no suelo pedir con mi presupuesto normal, y Anton no protesta. Mínimo que me invite a algo bueno si me ha obligado a levantarme un día domingo, en este estado.
—¿Y me vas a decir para qué vine? ¿O solo es una excusa para tener una cita conmigo?
—No seas tan impaciente, Alex. —me dice impasible dándole un sorbo a su café.
Anton no parece interesado en continuar la conversación y yo no estoy de ánimos para seguirle la corriente y suplicar, así que solo desvío la mirada hacia la ventana.
Además del dolor de cabeza, me siento extraño, como si hubiese un gran vacío dentro de mí.
Un maravilloso sol veraniego ilumina el exterior, a los árboles y la gente, y entra oblicuamente a la cafetería, entibiándome la cara. Cierro los ojos para disfrutar la sensación, mezclada con el cálido aroma del café, y ese vacío se suaviza.
—Me pareció muy valiente lo que hiciste anoche. —suelta Anton, de la nada. Lo miro confundido, sintiendo los colores escapar de mi rostro.
—¡Ay no! ¿Qué hice, exactamente? —Intento recordar, pero solo logro aumentar mi dolor de cabeza—. Por favor no me digas que hice el ridículo.
—¡Y de qué manera! —asegura riéndose, mientras yo me hundo en mi silla.
—¿En serio? ¡Ya deja de tomarme el pelo!
—Pero la decisión que tomaste fue la correcta. —agrega, dándole un sorbo a su café.
—¿Qué decisión?
—Te prometo que ella será muy feliz. Lo sé con certeza.
—¿Ella? ¿A quién te refieres? ¡Ya deja de torturarme y dime qué hice!
En lugar de responderme, Anton alza su vista hacia algo que se encuentra detrás de mí.
—Ya era hora. —sonríe mirando en dirección a la puerta de vidrio polarizada de la entrada y me giro hacia allá. Se aprecia la silueta de una chica que va entrando distraída, concentrada en su celular.
—Solae, podrías apurarte un poco, que ya llevamos casi una hora esperándote. —exagera Anton, con su característica voz calmada, pero firme. Al darse cuenta que le hablan a ella, levanta la vista de su móvil y lo guarda en su bolsa sin siquiera disculparse y se acerca a nuestra mesa sonriendo con inocencia.
Así suele ser Solae, la chica más alegre de nuestra clase. La novia de Anton.
—Hola, amor. —lo saluda Solae con un beso rápido en la boca, para luego acomodarse en la silla junto a él.
—¡Ay! Hola Alex. —me saluda luego, haciéndome un gesto breve con la mano, como si recién se diera cuenta que yo también estaba ahí.
—Hola. —contesto con voz queda. No entiendo por qué Anton me pidió venir si iba a estar con Solae. ¿Es que acaso pretende que sea su violinista? Además, aunque sea su novia y nuestra compañera de clases, la verdad es que apenas recuerdo haber hablado alguna vez con ella.
—Pide lo que quieras, mi Sol. Yo invito. —la anima, alcanzándole la carta.
—¿En serio? ¿Lo que sea? ¡Qué rico! —sonríe entusiasmada—. ¡Siempre he querido probar el Frapuccino arcoiris de mango con coco! —escoge, dando saltitos en su puesto y me vuelvo a admirar de lo animada que siempre suele ser.
—Por supuesto, Solcito —le dice Anton mientras le indica con la mano a uno de los meseros que se acerque a tomar nuestro pedido.
No puedo dejar de preguntarme qué demonios le pasa a Anton que se está mostrando tan generoso con nosotros hoy. Y tan misterioso. Me muero por saber qué pasó anoche, pero ya no me atrevo a preguntárselo frente a Solae. Estoy perdido en mis pensamientos, cuando de pronto son interrumpidos por el chico amable que nos atendió, regresando ahora con nuestra orden. Una vez servidos, Anton toma nuevamente la palabra.
—Invité a mi mejor amigo y a mi hermosa novia hoy, porque quiero celebrar el inicio de una nueva vida. —dice, casi como proponiendo un brindis, y con la otra mano, alcanza la de Solae. Imitándolo, ambos alzamos nuestras tazas y vaso, sin comprender—. Por una vida mejor. —propone, elevando su café.
—Solae asiente sonriendo y, sin saber por qué, yo también.
—Porque la felicidad no siempre está donde uno cree que la encontrará, ¿verdad Alex? —dice ahora, mirándome serio—. Y a veces lo que deseamos nos juega en contra. A veces la felicidad es apreciar lo que tienes. Y otras, dejarlo ir.
Lo miro completamente perplejo.
—¿Ahora eres poeta? —me burlo.
—Solo digo la verdad. —afirma dándole un sorbo largo a su café—. Pronto lo comprenderás.
Ambos lo quedamos contemplando en silencio cuando, de pronto, su móvil vibra sobre la mesa, interrumpiendo su extraño soliloquio. Arqueo una ceja.
—Lo siento chicos. —dice Anton terminando de leer el mensaje que le acababa de llegar—. Surgió algo urgente y tengo que irme. —nos informa levantándose de su asiento, dando abruptamente por acabada nuestra conversación. Solae hace el amago de levantarse para acompañarlo, pero él con un gesto le pide que se mantenga sentada.
—Por favor, al menos terminen sus pedidos antes de irse. —dice dejando sobre la mesa dinero suficiente como para pagar nuestro consumo y alimentar además a unas cuatro personas más—. Acéptenlo como disculpa por tener que irme.
—¿Y te vas a ir así? ¿Lanzando frases incomprensibles sin decirnos nada? ¿Para eso me hiciste levantarme hoy? —reclamo.
—¿En serio tienes que irte? —le pregunta Solae, alcanzando su mano.
Anton sin molestarse en responder, besa cariñosamente la frente de Solae y a continuación saca de su bolsillo una servilleta de papel doblada. Acercándose ahora a mí, la encierra dentro de mi mano guiñándome el ojo. De la perplejidad, no me muevo ni pregunto nada.
—¡Nos vemos luego! —dice esta vez con la mano en alto, retirándose del café, mientras lo observamos alejarse, aturdidos y sin entender nada.
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