Solae
Alex insistía en hablarme pero yo me rehusaba a ponerle atención porque temía que todo lo que saldría de su boca sería aún más doloroso para mí. No quería oír más excusas, yo solo quería pasar página, olvidarlo y empezar de cero.
Pero lo que comenzó a decirme... eso no lo esperaba.
Alex Romandi estaba diciendo que me amaba.
El mismo Alex serio y asocial, cuyo orgullo y cobardía le habían impedido toda su vida expresar siquiera una disculpa, se encontraba ahora frente a una multitud de extraños reconociendo sus errores, pidiéndome perdón y confesando su amor por mí. Y a medida que lo hacía, sentía cómo pequeñas piezas de un enorme puzzle se arremolinaban para luego irse acoplando dentro de mi inconsciente.
Sus palabras eran tan potentes y sobrecogedoras que me hacían sentir paralizada de la impresión, sin convencerme de que lo que escuchaba era real.
—Alex...
Todas aquellas incertidumbres que me habían estado carcomiendo durante estas últimas semanas, de pronto iban encontrando sus respuestas y completándose dentro de mí.
A medida que seguía escuchando su confesión, recuerdos fugaces y luego montones de flashbacks se iban adueñando de los huecos que aún quedaban en mi memoria. Era una sensación muy similar a la que había experimentado hacía tan solo unos instantes, cuando Anton me había devuelto mis recuerdos. Pero a la vez se sentía como todo lo contrario.
Esta vez era un sentimiento cálido y esperanzador. Cada una de estas memorias me bañaban como un bálsamo reconfortante, que a la vez iban aplacando todo el sufrimiento que había sentido hacía tan solo unos instantes. Y todos estos recuerdos gratificantes superaban en número y calidad todos los que me hacían experimentar dolor.
«Alex me correspondía»
Esta sensación que se transmitía desde mis oídos hasta mi estómago y me recorría como electricidad por todo el cuerpo ¿Era acaso felicidad?
Cerré mis ojos, permitiendo que los recuerdos se apoderaran por completo de mí. Comencé a visualizar miles de situaciones en las que Alex, a pesar de haber parecido indiferente conmigo, realmente solo estaba disfrazando su cariño, como parte de su forma de ser...
Recordé las veces que llamaron su atención en clases por yo estar molestándolo, y que en vez de defenderse o echarme la culpa, asumía las reprimendas en silencio, a veces, devolviéndome un enojo fingido que se le olvidaba de inmediato al recreo siguiente.
Las veces que lo llamé a su móvil demasiado temprano o demasiado tarde, luego de terminar con algún novio o luego de discutir con mis padres y necesitar contención. Nunca me dijo que no, incluso pretendía acompañarme diciendo no tener nada mejor que a hacer, a pesar de que su hermana Paula luego me confirmara que había estado durmiendo, estudiando u ocupado en otras cosas.
Cómo en repetidas ocasiones y de maneras sospechosas se le quedaban sus libros en mi casa, libros que coincidentemente él ya había terminado de leer y en los que en alguna ocasión demostré interés. Y cómo él aparecía luego un fin de semana con la excusa de solicitarlos de vuelta y terminábamos saliendo juntos a la plaza, al centro comercial o a tomarnos un helado.
Los recuerdos eran cada vez más nítidos, cada vez más vívidos.
Las miles de veces que él se ofrecía a pagar los snacks, porque yo era pésima ahorrando y nunca tenía dinero; y cuando nos juntábamos a hacer maratones de series de televisión en mi casa y era él quien siempre preparaba las salsas, porque yo odiaba hasta prepararme un simple pan con mantequilla.
Y también cómo cada cumpleaños, a excepción del último, él había estado junto a mí.
Especialmente en aquel...
—¿Un pulpo y un unicornio? —pregunté apenas abrí el paquete de regalo que contenía dos peluches. Me sorprendí de lo tiernos que eran pero la poca relación que guardaban entre sí.
—Si no te gustan, vienen con ticket de cambio. —rechistó Alex a la defensiva.
—Nooo, ¡Si me encantan! —dije abrazándolos con fuerza—. Pero quiero saber por qué. —Le sonreí casual, intentando que no notara lo emocionada que estaba. Alex me miró un poco incómodo y se sentó a mi lado sobre mi cama.
—Tú me pediste que escogiera algo que me recordara a ti, y bueno... —dijo rascándose detrás de la oreja—. ¿En serio tengo que explicarlo? —me reclamó bajando la cabeza.
Asentí divertida.
—No puedes negarte, es mi cumpleaños y decírmelo es parte del regalo. —le pedí poniendo el unicornio prácticamente en su cara, para que empezara por él.
—El unicornio... —prosiguió, avergonzado, tras fracasar en su intento de que lo librara de aquello—. Lo escogí por lo estridente, lo colorinche, lo excesivo...
Fruncí el ceño e inflé mis mejillas, fingiendo estar ofendida. Alex sonrió.
—Ok, quizás también por lo llamativo, lo... alegre, lo tierno, lo mágico... —carraspeó, para disimular que se había ruborizado, mientras yo sentía un cosquilleo en mi estómago—. Aunque por sobre todo por lo chillón. —dijo volviendo a elevar la voz—. Lo chillón e intenso de tu personalidad. —se rió, y no pude aguantar reírme con él.
Giré el muñeco hacia mí para contemplarlo y lo abracé con fuerza, como me hubiera gustado abrazarlo a él en ese momento.
—De acuerdo con el unicornio... pero ¿y el pulpo? ¿Insinúas que soy gomosa y que escupo tinta? —acoté divertida.
—¡No! Bueno, el pulpo... —continuó ahora, mientras tomaba el peluche y comenzaba a jugar con sus extremidades—. Bueno, son inteligentes... y además parecieran tener la habilidad de hacer mil cosas a la vez. —escrutó mi rostro y se dio cuenta que me estaba emocionando—. Aunque en realidad lo escogí porque me pareces un intimidante pulpo que usa sus tentáculos solo para aprisionarme, torturarme y manipularme para conseguir todo lo que quieres.
—Siempre tienes que arruinarlo todo con una queja, ¿verdad?
—Es inevitable hablar de ti sin quejarme... —respondió sonriendo maliciosamente.
—Mmmm... ¿Como si te aprisionara con mis tentáculos, dijiste? —pregunté amenazándolo con mis brazos extendidos hacia él, acercándome, mientras él retrocedía sobre mi cama en un inútil intento por escapar.
Fue en ese momento en que, haciéndole honor a mi nuevo apodo, lo rodeé con mis brazos y él cayó sobre su espalda sobre unos cuantos peluches quedando debajo de mí. Se defendió colocando sus manos sobre mi cintura y empezó a hacerme cosquillas, las que le devolví, a pesar de que daba una buena resistencia.
La contienda se transformó en carcajadas, en las que Alex me llamó desde pulpo a pulpicornia, maldiciéndome y diciendo que me odiaba, que no me soportaba, mientras que yo le afirmaba que era mutuo, hasta que finalmente, proclamándome ganadora y dedicándome la sonrisa más hermosa que le había visto hasta ese entonces, me deseó feliz cumpleaños.
Siempre me había gustado estar con Alex, siempre lo había querido, pero fue en ese instante en que supe que ya no podía vivir sin él, que sus quejas hacia mí muchas veces eran solo su forma de demostrarme su cariño, que yo no le era indiferente. Era por eso que no había palabras ni emociones para describir lo que significaba para mí finalmente escuchar a Alex decirme lo que tanto había estado esperando.
Había vuelto a recordar las razones por las que me había enamorado de él.
Era cierto que Alex no era perfecto, pero a pesar de las cosas malas, encontraba que las buenas eran aún muchas más, y con ello también caí en cuenta de lo egoísta que había sido con él.
¿Quién era yo para recriminarle querer un momento de paz cuando yo misma a veces, y en forma consciente me dedicaba a forzar los límites de su paciencia? ¿Cuántas veces lo molesté sin percatarme que aquello también podría estar causándole daño?
Él no era el único que había estado pensando solo en sí mismo. Yo también lo había hecho. Ambos tuvimos la culpa de que nuestra relación se fuera deteriorando hasta el punto en que llegamos a requerir con urgencia alejarnos el uno del otro para comprender cuánto nos necesitábamos. De cuántas cosas sobre nosotros mismos debíamos mejorar.
Alex había cambiado. Se merecía otra oportunidad y yo quería dársela. Por más que había querido olvidarlo, me di cuenta que solo me estaba mintiendo a mí misma al desear hacerlo.
Apenas terminó su confesión, quise arrojarme a abrazarlo, decirle que lo perdonaba, que lo correspondía, que estaba dispuesta a comenzar de cero con él, pero en vez de eso, me encontré aún de pie frente a él, completamente fría e inmóvil.
«¿Qué está sucediendo?»
No lograba separar mis labios para emitir una respuesta. Decirle a Alex que yo también lo correspondía, que yo también lo amaba.
Para cuando mi voz por fin consiguió salir, palabras totalmente ajenas a mis deseos, ascendieron por mi garganta y salieron por mi boca, quemándome como lava hirviendo.
—Lo siento. Ya es demasiado tarde. —me oí pronunciar.
«¡No! ¡No es demasiado tarde! ¡Nunca lo fue! ¡Alex, por favor escúchame!»
Intentaba gritar, advertirle que yo no había dicho eso, pero el cuerpo no me respondía. No lograba moverme, no conseguía hablar.
Era Anton. ¡Anton estaba en control de mis acciones!
«Déjamelo a mí, Sol»
Escuchar su voz dentro de mi cabeza me provocó un escalofrío, además de una intensa repulsión.
«¡¿Qué haces?! ¡¡No quiero olvidarlo!! ¡¡Anton, déjame moverme, que necesito responderle!!»
El miedo me invadía mientras me sentía prisionera dentro de mi propio cuerpo. Con impotencia intentaba liberarme, pero estaba actuando independiente de mi voluntad, y muy a mi pesar, escuchaba cómo mi voz seguía rechazando a Alex, mientras sentía mi corazón destrozarse al verlo tan derrotado.
«¡¿Qué demonios pretendes, Anton!?»
«Cumplir tu deseo»
«¡Este ya no es mi deseo! ¡Me engañaste! ¡Los recuerdos que me devolviste estaban incompletos!»
«¿Para qué quieres estar con alguien con tantos defectos, si sabes que a la larga volverá a hacerte sufrir?»
«¡No me importa! Sé que Alex no es perfecto, pero yo tampoco lo soy.»
Solo recibí su silencio como respuesta.
De pronto sentí la mano de Alex alcanzando la mía, preguntándome si lo que en verdad quería era olvidarlo. Si eso me haría feliz.
«¡Noo! Alex, ¿cómo voy a querer esto? Por favor lee mi mente» pensaba mientras intentaba presionar el pulgar contra su mano, hacer nuestra señal que nos permitía comunicarnos en silencio, pero fue en vano. No logré presionar, no conseguí transmitirlo y mi mano cayó lánguida y fría en el momento en que él la soltó.
Alex estaba renunciando a mí.
Sentimientos de desesperanza e impotencia se adueñaron de mí, sin embargo, no era capaz de externalizarlo. No había forma de llegar hasta él.
«No te preocupes, Sol. En unos instantes ninguno de los dos recordará nada de esto. Ya no recordarás lo que sientes por él.»
«Yo no quiero esto, ya no lo deseo. ¡Por favor no lo hagas!»
«Y serás feliz. Yo te haré feliz»
«¡No quiero ser feliz contigo!»
«Estarás bien. Solo aguanta unos segundos más...»
«¡No! ¡Por favor no!»
Quería gritar, quería llorar, pero nada salía de mí. Era la marioneta de Anton, atrapada bajo su control absoluto. Me odiaba por no haber escuchado a Alex cuando aún estuve a tiempo.
«Al menos déjame despedirme, déjame abrazarlo por última vez...»
Anton no volvió a responder.
Solo me quedaba presenciar, sin poder hacer nada para impedirlo, cómo inevitablemente perdería a Alex.
Otra vez.
Y para siempre.
🌟
Historia publicada en papel por Penguin Random House.
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