5. Investigación
Historia publicada en papel por Penguin Random House Grupo Editorial. Puedes encontrarla en las mejores librerías de Chile
Aún no asimilaba por completo lo que estaba sucediendo, pero comprendía que estaba lidiando con algo más importante que una simple broma. Decidí que si hasta el señor del quiosco juraba por su madre que siempre había conocido a Anton, tendría que investigar más y conseguir las pruebas necesarias para desenmascararlo públicamente. O al menos frente a Solae.
Ya había intentado buscar entre mis cosas, empezando por mi teléfono móvil, pruebas de que Anton no aparecía en ninguna fotografía grupal del curso, o fotos mías que demostraran mi amistad con Solae; pero con tristeza comprobé que no conservaba imágenes de nosotros dos; que en todos estos años, solo había sido ella quien se preocupaba de registrar nuestra amistad.
No me quedó más remedio que meterme a revisar en internet.
Solae se había cansado de insistirme que me creara una cuenta y me hiciera su "amigo" en sus redes sociales favoritas, pero yo sabía que hacerlo era una trampa para ser acosado también de forma online y exponerme ser etiquetado en mil fotos vergonzosas y sin mi consentimiento. Además, eso de estar revisando la vida ajena, donde todos comparten hasta como les sale lo que acababan de comer, no me entusiasmaba en lo absoluto.
Partí ingresando en el perfil de Solae, pero su cuenta era privada. Las única foto a las que se permitía acceso era a la de su perfil, donde solo salía ella junto a su peluche de pulpicornio (sí, un maldito y tierno pulpo-unicornio). El perfil de Anton tampoco era público, así que además de su pose de modelo con su estúpida sonrisa de foto-banco, su página no me aportó ninguna información relevante, ni tampoco la búsqueda en otras páginas de internet. ¡Fuck!
Sin detenerme a pensarlo demasiado (porque sabía que me arrepentiría), finalmente me creé una cuenta personal. Agregué solo a Solae como "amiga" con la única intención de poder revisar sus fotos como evidencia. No sería tan terrible. Al no tener ningún otro contacto, no haría gran diferencia si tenía cuenta o no, y nadie más se enteraría. Pero, oh. Qué equivocado estaba. Durante el la noche de ese día, y la mañana del día siguiente no tardaron en aparecer solicitudes de amistad de Joto, Amelia, Paula e incluso de mi madre. ¡Agh! Pero en cuanto a la invitación a Solae, seguía ahí: triste, ignorada y al parecer sin intenciones de ser aprobada.
Ya era miércoles en la mañana y no podía seguir esperando. Si quería conseguir información más "oficial" que respaldara que todo era un montaje, debía partir entonces por los registros del colegio, siendo lo más lógico echarle una mirada al libro de asistencia. Necesitaba ver con mis propios ojos si su nombre estaba en la lista y cómo lo había agregado sin que nadie se diera cuenta.
Apenas sonó la campana del primer recreo, me acerqué adelante donde Big Alicia para pedirle prestado el libro, pero ella ya lo tenía apretujado contra su enorme pecho, como si se tratara de su bien más preciado.
—¿Necesita algo, señor Romandi? —me preguntó seria. Sin siquiera esperar mi respuesta, abandonó la sala dando largas y pesadas zancadas, obligándome a seguirla. El sobrenombre no lo llevaba solo por lo ancha, sino también por lo alta que era.
—Por favor, necesito revisar algo en el libro de clases. —le pedí, intentando mantener su ritmo. Cinco trancos de ella después y ya estábamos en la entrada de la sala de profesores. Big Alicia, al notar que la había seguido hasta allí, me miró con fastidio, pero accedió "generosamente" a prestarme el libro por cinco míseros segundos, de los cuales perdí al menos cuatro buscando la página que necesitaba. Alcancé a ver que todos los nombres en la lista, incluido el de Anton, estaban escritos con la misma letra. No se apreciaban borrones, ni rastros de haber sido intervenidos, ni que la hoja hubiese sido añadida después. Nada parecía fuera de lo normal.
—Lo siento, Romandi, pero ahora no tengo más tiempo para perder en usted —dijo cerrando el libro de golpe, casi atrapando mi nariz dentro de él y colocándoselo esta vez bajo el brazo. —Espero haber sido de ayuda. —añadió, impidiéndome el acceso a la sala de profesores con un portazo que esta vez puso en riesgo mi cara completa. La delicadeza y amabilidad nunca serían las características principales de nuestra querida profesora jefe.
—Si quieres discutir con Alicia, por mucho que estés en lo cierto, estás perdiendo tu tiempo. —me dijo una inconfundible voz de chica tras de mí. Debía ser ya tercera vez este mes, que me topaba en los pasillos con Alba Sánchez, la nueva inspectora de nuestro colegio.
Alba era muy cercana a los alumnos, quizás debido a que apenas parecía superar los veintipocos años de edad y su actitud era siempre muy jovial. Que no usara nuestro mismo uniforme de colegio era probablemente lo único que la salvaba de ser confundida con una alumna más (y también de ser acosada por algunos estudiantes).
—¿Puedo ayudarte con algo, Alex? –Mis ojos brillaron ante su ofrecimiento.
—¡Por favor! —exclamé con mayor efusividad de la que pretendía— Si me permitiera ver un instante el registro de alumnos de mi clase...
—¿Y eso, para qué sería? —preguntó inclinando la cabeza con interés. No se me ocurría cómo explicarle mis razones sin sonar como un loco.
—Necesito ver un detalle sobre un alumno. Por ahora no le puedo explicar más, pero le juro que es por algo muy importante. —le rogué, sonriendo.
Alba me quedó mirando aún con la cabeza inclinada. Por su expresión imaginé que se debatía entre su curiosidad por saber qué pretendía, o considerar que era una pésima idea y mejor ahorrarse la molestia.
Justo cuando parecía que se negaría, soltó un largo suspiro.
—Acompáñame y veamos que puedo hacer por ti. —concedió, invitándome a su oficina, ubicada en el segundo piso del colegio. Esta estaba decorada con una excéntrica temática que mezclaba gatos con mandalas (y sí, también habían mandalas de gatos). Luego de ubicarse frente a su computador, me pidió que me sentara.
—Entonces, ¿A qué alumno estamos buscando? —La inspectora Alba abría ventanas en su computadora mientras bebía sorbos de un líquido rosado transparente desde una botella de una marca que no logré reconocer.
—Anton, Anton Riss... —No conseguía recordar su apellido.
—¿Anton Rissey? Alumno de tercero medio. Sí, acá está. —me indicó girando hacia mí el monitor del computador.
—E... ese mismo —balbuceé acercándome a la pantalla, aún incrédulo por ver que efectivamente aparecía tanto su nombre como su foto, en la lista digital.
—¿Todo en orden entonces? —me preguntó con la intención de cerrar la página.
—Eh, sí, pero ¿Podría ver desde qué año es alumno de esta escuela?
La inspectora Alba, acomodó sus lentes y me examinó durante un momento entrecerrando sus ojos, con el ceño fruncido. No sabía si evaluaba mis intenciones, o solo intentaba enfocarme con nitidez.
—¿Se puede saber para qué necesitas saber eso? Si te soy sincera, no estoy autorizada para ir entregando este tipo de información a cualquier persona.
No estaba seguro de si decirle la verdad o inventarme algo para zafar. Mentir no era lo mío, pero explicarle lo que en realidad creía que estaba sucediendo parecía peor idea.
—Voy a serte sincero... Serle sincero. —me corregí. Era difícil no tutearla—. Mi amiga Solae me pidió que le dijera la fecha en que Anton entró al colegio, ya que quiere celebrar los años que se conocen. Me preguntó a mí, porque soy su mejor amigo y porque también lo conozco, pero tampoco recuerdo la fecha exacta. No tuve corazón para decirle que no me acordaba, por lo que empecé a averiguar por acá. Usted no sabe el carácter que tiene Solae si alguien no le da lo que ella quiere.
Su cara no mostraba ningún signo de creer mi (pésima) historia. Luego de una pausa, se giró en su silla, dramáticamente.
—¿Y si son tan amigos y conoces tan bien a Anton ¿Por qué querías saber siquiera si aparecía en la lista oficial? Con suerte parecías recordar su apellido. —Pestañó varias veces al mirarme. —No me pueden parecer más sospechosas tus intenciones, querido Alex.
Su cara de haberme pillado en una travesura estaba bien justificada. Debí haber planificado mejor mi excusa para indagar acerca de Anton. Ahora estaba arruinando mi última oportunidad de conseguir más información desde los archivos del colegio.
Resignado y sin poder defenderme, le agradecí su paciencia, rogando para mis adentros que lo dejara pasar, pero algo dentro de ella pareció empatizar con mi causa, ya que con un gesto me indicó que me mantuviera sentado y volvió a girarse hacia su computadora. Era eso o iba a hacer una anotación negativa en mi hoja de vida. A continuación tipeó algo y luego empezó a recorrer la pantalla con la ruedita del ratón que hacía un ruido infernal. Acomodó sus lentes, me echó un vistazo rápido y volvió a su pantalla por unos cuantos segundos más. Luego, tomando un nuevo sorbo de agua, se inclinó sobre su escritorio hacia mí y acercó su cara a mi oído. Como quien se acerca a contarte un secreto.
—Júrame que si te ayudo ya no me seguirás preguntando cosas, ni le dirás a nadie que estuviste acá. —me solicitó en voz baja, intentando sonar misteriosa. ¡Ni que le estuviera pidiendo algún tipo de favor o sustancia ilegal!
—Claro. De aquí no sale. —le prometí, solemne, aunque incómodo por su cercanía. No tenía ninguna intención de andar ventilando mi interés por un asunto tan extraño.
Entornó sus ojos y volvió a acomodar sus lentes al regresar a su asiento.
—Anton Rissey, matriculado en este colegio desde... mmm —Hizo una pausa (con demasiado suspenso para mi gusto) y justo cuando creí que me diría algo concreto, siguió explorando la pantalla, haciendo ruidos y asintiendo como si comprendiera algo importante.
—Según la información que tengo aquí, Rissey entró hace 12 años a esta escuela. Se matriculó el mismo año que tú, Alex... Romandi, ¿verdad? y... —Siguió recorriendo con la rueda el ratón—. Y sí, también el mismo año que tu amiguita, Solae Ariella.
—¡Eso es imposible! —exclamé atónito, levantándome de mi asiento. —¿Estás segura?! —pregunté, sin darme cuenta que volvía a tutearla.
El sonido de la campana de regreso a clases interrumpió la conversación y la inspectora Alba hizo un gesto con sus manos indicándome que mi tiempo se había acabado. Quise insistir, pero sospeché no conseguiría nada más, al menos por ahora.
—Nunca estuvo acá, Señor Romandi. —me dijo, ahora tratándome con formalidad, mientras apuntaba sobre nosotros, hacia el parlante que había anunciado el término del recreo. Me retiré agradeciendo su ayuda.
Estaba claro que esto ya no era una inocentada y que si Anton estaba oficialmente matriculado significaba que, o había sido infiltrado por alguien del colegio, o había contratado a alguien para alterar sus datos en el sistema, o él mismo era una especie de hacker profesional. ¿Pero con qué fin? Aunque, lo más importante era, ¿Cómo había logrado convencer a toda la clase de que siempre había estado con nosotros? Ese pequeño gran detalle me preocupaba cada vez más. ¿Acaso era un mago, un extraterrestre, un controlador de mentes...? O yo definitivamente estaba empezando a volverme loco.
Volví a clases y durante el resto del día evité lo mejor que pude el contacto social (lo cual no me supuso dificultad alguna), mientras intentaba idear un plan para demostrar mi punto. Necesitaba encontrar aunque fuera una sola pista que probara que Anton estaba engañando a todos y que yo era el único que me daba cuenta. Alguna evidencia física a la que él no tuviera acceso, algo que él no pudiera manipular. Algo como... ¡Los anuarios del colegio! Sin duda esa era la prueba definitiva e innegable de que Anton era un impostor. Podría hackear sistemas, pero no un papel impreso que estaba en mi poder.
Debía tener en mi casa los anuarios de cuando con Solae éramos pequeños. Anton no estaba en esas fotos, no había forma de que estuviera en ellas. Ya estaba ansioso porque llegara la hora de salida para poder ir a mi casa a buscar mi certificado de cordura.
Para más información sobre como comprar el libro en tu país en físico y/o digital: www.catakaoe.com y mis redes sociales: @CataKaoe
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro