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38. Gran hermano

Alex


Hoy era uno de esos días en que mi madre estaba en la casa y se levantaba temprano, haciendo que conseguir seguir durmiendo resultara toda una proeza. Eran las 7:38 de la mañana de un sábado que prometía ser muy largo, así que me preparé mentalmente y bajé a la cocina a servirme un buen desayuno, para ver si luego podía seguir durmiendo.

—¡Alex! ¡Estás despierto! ¿Vas a desayunar conmigo, mi pollito? —me preguntó mi madre mientras sacaba cosas del refrigerador. Parecía estar tan contenta de verme, que reprimí un reproche por lo del sobrenombre.

—Claro. —respondí encogiéndome de hombros. Y bastó con eso para que dispusiera un puesto extra en la mesa, metiera más pan a tostar y luego fuera entusiasmada a intentar a alcanzar algo al mueble de arriba de la despensa. Al ver que no lo conseguía, me acerqué a ayudarla. Aunque no me dijo nada, me miró con cara de sorpresa, llevando su mano hacia el pecho en incredulidad. Preferí no hacer comentarios.

—Es el paquete que está ahí al fondo. Sí. Ese. —me iba indicando. Hasta que conseguí alcanzar un envase de galletas importadas, bañadas en chocolate que se veían bastante apetitosas—. Las compré para alguna ocasión especial —me dijo, sonriente—. Compartámoslas.

—Pensé que no comías cosas tan calóricas. —dije, interpretando que su ocasión especial se refería al curioso hecho de que tomaríamos desayuno juntos.

—Que sea profesora de yoga no significa que haya hecho un pacto de celibato con la comida, amor. —aclaró preparando algo en el mesón y cortando unas rebanadas de queque. Mientras tanto, me senté en la mesa y comencé a revisar mi celular (costumbre que había adquirido desde que tenía redes sociales), pero por la hora y el día, aún no había mucha actividad.

—Y bien. ¿Qué tienes para contarme? —me preguntó dejando el pan caliente y el queque sobre la mesa y la sorprendí mirando de reojo hacia mi móvil, justo cuando revisaba el perfil de Solae.

—Nada especial. Todo bien. —mentí apartando el celular boca abajo y levantándome para servirme café de la máquina—. ¿Café? —le ofrecí.

No eran muchas las ocasiones que pasaba junto a mi madre, y menos en las que ella se interesaba realmente en saber sobre mí. Al ver su celular cargando sobre el mesón, sospeché el motivo. Ya me habían extrañado sus repentinas ganas de interactuar conmigo.

—Has estado llegando más tarde. —me comentó, luego de aceptar mi ofrecimiento de café. ¿Se había dado cuenta? Maldita Paula y su bocota. Seguramente ella le contó sobre el castigo.

—Hmm... —gruñí. No sabía qué tanta información manejaba.

Mi madre solo se limitó a mirarme como si me estuviera analizando. Saqué una galleta de chocolate para hacer algo con mis manos y tener una excusa para no poder hablar.

—Entonces no hay nada que quieras contarme... —continuó, sin perder el buen ánimo, dándole un sorbo a su café.

—Hoy iré a una fiesta. —solté, sin darme cuenta, y me arrepentí enseguida. Explicarle lo que era el Tri podría ser un problema peor que lo del castigo.

—¡Una fiesta! ¡Pero que maravilloso! ¿Irás con tu amiga Solae? —preguntó con real entusiasmo y me quedé de piedra. ¿¡Qué!? ¿Mi mamá aún recordaba a Solae? Ni se me había ocurrido preguntarle, pero tenía todo el sentido del mundo si no había visto a Anton. Ni siquiera creí que estuviera pendiente o le interesara con quién me juntaba en absoluto.

—¿Es que recuerdas a Solae?

—¿A Solae? Pero por supuesto que sí, pollito, si es tu mejor amiga de la vida. —afirmó con seguridad, sorprendiéndose por mi pregunta. Luego, como si de pronto recordara algo, comenzó a reírse—. Cuando ustedes eran pequeños, te pasabas persiguiéndola y acariciando su cabello. Me decías que ella te gustaba mucho. —sonrió—. Claro, después te llegó la edad del pavo, en la que sigues ahora, comenzaste a hacerte el tonto interesante y me negabas que te siguiera gustando. Pero es bien difícil creerte cuando la sigues viendo casi todos los días después del colegio, ya sea acá o visitándola en su casa.

—¿Que yo qué?! ¡¿Que le acariciaba el pelo?! —pregunté muriendo internamente de la vergüenza. No recordaba haber hecho algo así, en absoluto.

—¡Ay sí! Ojalá te hubiese grabado haciéndolo, ¡eras tan tierno! Y hasta le decías que lo tenía muy lindo. Pero después, quién sabe por qué, empezó a llevarlo siempre amarrado. —dijo pensativa, echándole mermelada a su pan tostado.

Definitivamente no recordaba haberle ido tocando el pelo a Solae, pero sí de pronto tuve el recuerdo de haberle dicho en más de una oportunidad que su cabello estaba siempre muy desordenado y que mi comentario no le agradara demasiado...

—Me alegro que de nuevo decidiera llevarlo suelto. Lo tiene hermoso y le viene perfecto a su look tan femenino. Me gustó mucho también su último vestido floreado... —agregó.

Escupí un chorro de café.

—¿¡Cómo es que la viste!? —pregunté sobresaltado. Sabía que mi madre hacía bastante tiempo no se encontraba con Solae y eso debió haber sido antes de que Anton le borrara su memoria, y la única vez que la vi con vestido floreado recientemente, fue durante la fiesta que hice a escondidas en la casa. La miré con sospecha, pero se limitó a darle un sorbo a su tazón de café, mirando hacia otro lado. Con miedo comencé a mirar hacia las paredes y hacia el techo en busca de alguna cámara oculta.

—Que no esté presente no significa que no me preocupe por la seguridad de mis hijos. —me sonrió, encogiéndose de hombros a modo de disculpas.

—¿¡Es que en verdad pusiste cámaras!? —pregunté incrédulo y totalmente aturdido.

—¿Pues qué esperabas, pollito? ¿Acaso me crees tan mala madre como para dejarlos solos en la casa sin seguridad alguna? Tengo una aplicación muy buena para monitorear los sectores más vulnerables de la casa...

¡No podía creer a mi madre! Recordé la junta que organicé en mi casa la semana anterior y todo el alcohol que había sacado sin permiso...  haber bailado con Solae y haber estado a punto de...

SHIT! ¡Quería matarme! Estaba seguro que ni Paula sospechaba de que estábamos siendo espiados en nuestra casa ¡por nuestra propia progenitora!

—Entonces... —pregunté con miedo, ocultando la cara entre mis manos.

—Sip. Lo vi todo. —admitió sin ninguna vergüenza—. Y también vi cómo ese otro chico rubio te lo arruinó todo con Solae, en la pequeña e inocente junta que organizaste en mi ausencia...

Comencé a hundirme lentamente en mi asiento sin saber qué responder. No quería ni imaginar qué otras cosas había visto mi madre. Oh-my-God. Si Paula era cotilla, ahora sabía de quién lo había heredado.

—No te sientas tan mal. No estoy enojada por lo que hiciste. Además fui yo quien procuré que tuvieras harto alcohol para atender bien a tus amigos. Aunque debo admitir que pensé que serían más. —se rió—. Me alegro que mordieras la carnada de "no vayas a hacer ninguna fiesta en mi ausencia" Siempre funciona. —dijo riéndose.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Paula aún medio dormida uniéndose de pronto a la conversación. Nunca supe en qué momento había entrado a la cocina. No esperaba verla de nuevo tan temprano.

—¡Absolutamente nada! —gruñí, aún hundido en mi asiento. «Es solo que nuestra madre nos ha estado espiando a través de cámaras ocultas por toda la casa.» me hubiera gustado decirle, pero rápidamente comprendí que era el tipo de información que me convenía mantener en secreto para usarla en mi favor si resultaba necesario.

—Aún no me respondes si irás a la fiesta con Solae, pollito. —insistió mi madre, luego de saludar a mi hermana, quien tras buscar un plato y tazas para ella, se sentó con nosotros.

—¿Qué fiesta? ¿¡No me digas que finalmente te invitaron al TRI!? —saltó Paula incrédula, pero apenas miró mi mamá bajó sus revoluciones—. Digo... ¿Vas a ir al cumpleaños de Tri... Trinidad? —carraspeó, más calmada, sacando unas cuantas galletas de chocolate.

—¡Sí! Eso me estaba contando. Y al parecer irá con su "amiga" Solae. —Paula se abstuvo de vociferar su sorpresa, mirándome con los ojos y la boca bien abiertos. Sacudí mi mano a modo de señal para que no hiciera comentarios.

—Sí. Solae irá a la fiesta. Pero eso no significa que yo vaya con ella como pareja. —aclaré.

—Detalles. —comentó mi madre—. Lo importante es que esta vez te espabiles y la beses antes que ese otro chico te la termine de quitar por completo. —Los ojos de Paula parecían hacer esfuerzos por abrirse más allá de lo humanamente posible. Hasta podía escuchar «Exijo que me cuentes de qué mierda están hablando».

—Demasiado tarde para tus consejos... Anton ya es el novio de Solae.  —dije sin mirarlas.

—Detalles. —repitió, sonriendo complacida y Paula ya no se aguantó más.

—¿¡Le admitiste a la mamá que te gusta Solae, pero a mí no!? —preguntó Paula ofendida.

—¡No he admitido nada y ya basta de Solae! —me levanté golpeando la mesa, intentando no mostrarme nervioso. Cogí la taza para tomarme mi resto de café y me dirigí hacia el lavaplatos.

—Paulita. ¿Por qué no acompañas a tu hermano a comprarse ropa para la fiesta? Un corte de pelo de esos que están de moda, tampoco le vendría mal. Les dejaré dinero para que tú también te compres alguna cosita. —Al girarme vi cómo el rostro de mi hermana se iluminaba, para volver a ensombrecerse de manera casi instantánea.

—¿Mamá, realmente crees que Alex va a aceptar ir de compras conmigo? —comentó abatida.

Recordé la mención de Joto y Ame sobre que yo era algo popular, pero definitivamente aquello no aplicaba a mi estilo en el vestir, ya que en el colegio todos usábamos el mismo uniforme. Ir a una fiesta sería algo totalmente distinto y no recordaba tener nada que me sirviera para la ocasión.  Recordé la ropa de Anton y en cómo Solae se había quedado mirándolo embobada...

—No me vendría mal comprarme algo de ropa... —admití con la cabeza gacha, después de terminar de lavar mi taza. Y me fui a sentar, con un nuevo café.

—¿¡En serio!? —me preguntó Paula sorprendida. Pude ver cómo mi madre sonreía a mis expensas, mientras juntaba ambas manos ilusionada, como si por fin se le acabara de cumplir un deseo. Yo, por mi parte, asentía resignado.

Terminamos el desayuno familiar, que a pesar de todas esas recriminaciones y revelaciones que hubiese preferido no recibir, fue el más agradable que había tenido en años. Mi mamá recordaba a Solae y a pesar de sus ausencias eternas y su aparente descuido, sí estaba preocupada (a su manera muy especial) por nosotros dos. Tan en armonía estábamos, que hasta me ofrecí a recoger y lavar las cosas, lo que causó varias bromas de parte de ambas.

—Yo ahora me tengo que ir, mis amores —nos dijo mi mamá ya camino a la puerta y luego se acercó a darme uno de sus abrazos efusivos que incluían besos hostigosos, de esos que le dan las abuelas a sus nietos—. Espero que todo salga bien en tu fiesta. Juégatela por esa niña, que siempre me ha gustado para ti. —agregó apretándome contra ella. Esta vez, en vez de rechazarla, decidí dejarla ser.

—Gracias, Má... —le dije, abrazándola brevemente de vuelta, esperando sinceramente que sus buenas vibras y deseos me ayudaran a superar el gran día que se venía por delante.


⭐ ⭐ ⭐

¡Un abrazo, y hasta el miércoles!

Historia publicada en papel por Penguin Random House.
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