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21. Elefante en la habitación


Cuando llegó el lunes, me levanté más temprano para evitar encontrarme con Anton y Solae. Ignoraba si después de lo sucedido vendrían a buscarme como de costumbre, pero no tenía intenciones de averiguarlo. Ya era suficiente con tener que verlos todo el día en el colegio.

No sabía qué esperar de esta nueva situación, pero de lo que sí estaba seguro era que no quería encontrarme con Solae. De solo pensar en mirarla a los ojos me daban ganas de enterrarme bajo siete metros de concreto coronados por un enorme monumento a la estupidez. Era muy probable que ya fuera oficialmente novia de Anton y que yo ya hubiese sido expulsado y destinado a ser abandonado en una caja, como un cachorrito en la cuneta.

¡Maldición! Lo había echado todo a perder por ponerme a beber estupideces que me hacían pensar con otras partes del cuerpo.

Cuando llegué al colegio, nuestro salón se apreciaba igual que siempre, pero vacío y agradable, y es que nadie en su sano juicio llegaría tan temprano sin tener un motivo tan idiota como el mío.

Caminar por la sala desocupada me generó un extraño efecto de tranquilidad, pero como ser optimista no era lo mío, pronosticaba que esa paz no duraría demasiado.

Recorrí con mis dedos los pupitres y me detuve un momento frente al puesto de Solae. Mirando la superficie rayada con dibujos hechos en lápiz mina, me llamó la atención un pequeño corazón escarbado en la madera que tenía dentro las letras S, A y una «y» minúscula. Sin duda aquellas correspondían a sus iniciales, Solae Ariella, pero no logré distinguir lo demás porque estaba cubierto en corrector blanco. Con la uña comencé a raspar la cobertura, como si con hacerlo fuera a ganar algún premio, cuando descubrí que debajo aparecían las letras "A" y "R". Mi corazón dio un brinco.

«A. R... ¿Alex Romandi? ¿Lo había escrito Solae?» Pero algo no me dejaba de incomodar. Seguí raspando ensimismado, hasta que de pronto recordé a mi querido némesis.

«Anton. ¿Anton Rissey? ¡¿Cómo mierda no había notado que compartimos hasta las putas iniciales?!» Estuve a punto de lanzar la mesa por los aires, cuando me di cuenta que dos compañeras entraban al salón, mirándome como quien observa a un loco peligroso del cual es mejor alejarse. Carraspeé sentándome en mi puesto, y a continuación saqué mi libro. Leer haría que el tiempo pasara más rápido y a la vez me serviría como escudo para evadir tanto la realidad como las preguntas indeseadas. Pero no esperaba que al abrir el libro cayera sobre mí la pequeña hoja marcapáginas que me había regalado Solae.

Cogí la hoja y me quedé contemplándola en silencio mientras la giraba por el tallo entre mis dedos. No era simétrica, ni siquiera su color era parejo, pero algo tenía que la hacía particularmente atractiva. Pensé nuevamente en Solae. ¡Maldición! ¿Desde cuándo todo me recordaba a ella?

—Hola Alex —me saludó Joto, manifestándose como un fantasma y para variar haciéndome saltar del susto.

—¿Por qué siempre te apareces así? —le grité fastidiado y cerré el libro de golpe con la hoja dentro de él.

—¿Estabas viendo porno que te asusté tanto? —preguntó intentando quitármelo, para ver qué le escondía. Quizás que hubiese pillado viendo porno hentai furry hubiese sido menos vergonzoso que admitir que suspiraba por una estúpida hoja de un árbol. —¡No! Tú eres el pajero aquí. —me defendí, alejándolo de su alcance.

Estábamos en eso, cuando de repente el ambiente empezó a sentirse denso y un escalofrío recorrió mi espalda. Un aura brillante comenzó a introducirse a través del umbral de la entrada, donde, rodeados de un coro de ángeles y una empalagosa nube de azucarado (y vomitivo) amor, hacían su aparición Anton y Solae tomados de las manos.

Veloz, desvié la vista y volví a abrir mi libro para aparentar que no había notado el enorme elefante rosado con alas que acababa de entrar, pero Joto sin entender mis intenciones, me seguía remeciendo, insistente. Le pisé con fuerza el pie para que dejara de fastidiar y me recosté sobre mi libro.

—¡Ooh, comprendo! —exclamó por fin guardando silencio y se sentó a mi lado sin quitarles los ojos de encima. Fingí quedarme dormido para que nadie más me preguntara nada. Quizás estaban tan absortos en su mundo que pasaría desapercibido. Quizás Solae también estaba avergonzada y quería evitarme tanto como yo a ella. Crucé mentalmente los dedos porque así fuera.

—¡Es hora de levantarse! —al abrir los ojos me encontré con la entusiasta cara de Solae agachada frente a mí. Me enderecé de un solo salto.

—Ho- hola —balbuceé. Si es que Solae sentía vergüenza, no se le notaba en lo absoluto. Detrás de ella apareció Anton, apoyando su mano sobre su cintura y saludándome también, a la vez que marcaba territorio.

—Hoy saliste más temprano. No estabas cuando pasamos por tu casa. —señaló él.

–¿Por qué no nos esperaste? —añadió ella con un puchero.

—Necesitaba preguntarle algo a Miss Alba antes de clases. ¿Y ustedes cómo están? —No sabía de dónde había surgido tan fácilmente aquella mentira.

—¡Mejor que nunca! —enfatizó Solae, mostrándome sus manos unidas, como si nadie lo hubiese notado. Su afirmación me resultó hasta cruel. Si es que ella... si en verdad Solae recordaba lo que casi había pasado entre nosotros, no me lo estaría restregando en la cara. No significaba que ahora sintiera algo romántico por ella; aquello había sido culpa del alcohol, pero alguien más sensato tendría más delicadeza antes de hacer un comentario así.

—¡Soli! —gritó Trinidad acercándose a ellos, sin poder disimular una mueca al ver que la pareja tenía las manos tomadas. La empalagosa presencia de los nuevos novios provocaba diabetes, pero a la vez invitaba a todos los curiosos a unirse y pedir más detalles.

—¡Cuéntenmelo todo! —dijo Trinidad y otro par de gritos chillones se le unieron, mientras varios de sus amigos los iban rodeando.

—¡Ya era hora! —exclamó Mica—. ¿Por qué se demoraron tanto en darse cuenta?

—¿Quién se le declaró a quién? —preguntó otro chillido más.

Ambos se reían complacidos de ser el centro de atención, mientras yo cada vez me sentía más invisible y arrinconado en el olvido. Toda esta situación parecía ser una extensión de la resaca que había adquirido por culpa de tanto trago, señalándome qué tan adentro había metido la pata esta vez. Solo mi cabeza sobresalía de entre aquellas arenas movedizas.

Por suerte la llegada de Big Alicia acabó momentáneamente con mi tortura. Automáticamente y por miedo a su severidad, todos tomaron sus asientos, no sin antes prometerse retomar aquello en el siguiente recreo.

Nunca deseé tanto que una clase de Miss Alicia no terminara nunca (y en su honor, debo admitir que hizo su mejor esfuerzo por conseguirlo, porque fue en extremo aburrida), pero el recreo inevitablemente hizo su aparición y el grupito salió al patio. Me quedé en mi puesto, enterrado sobre mi cuaderno, que no tenía más apuntes que un garabato ininteligible que representaba gran parte de mi frustración.

—Qué mala cara, Alex —me dijo Joto, preocupado—. ¿Es por lo de Anton y Solae, verdad?

Enderecé mi postura. No había estado consciente del espectáculo que estaba dando, aunque por suerte solo tenía un espectador. O dos, cuando me di cuenta que Amelia también se unía a ver mi deprimente representación.

—Después de todos estos años, ya era hora que admitieran lo que sentían. —comentó Amelia, mordiéndose una uña. —Todos nos dábamos cuenta, menos ellos.

Y lo decía ella, la eterna amiga (y claramente enamorada) de Joto que tampoco se percataba de lo que Joto sentía por ella. Supongo que todo siempre se ve siempre más claro desde afuera.

—Nosotros vamos al quiosco ¿Nos acompañas? —me invitó Joto, dirigiéndose a la puerta junto con ella. No tenía muchas ganas de nada, pero pensé que tomar algo de aire podía ser de ayuda.

—Voy... —dije invocando una fuerza sobrenatural que me ayudara a levantar mi ahora pesado cuerpo, junto con mi ánimo que también se resistía a salir de la inercia. Luego de un lastimero quejido, logré despegarme del asiento y sumarme a ellos.

—¡Buena, Alex! —dijo Joto, ubicándome entremedio de ambos y dándome un empujón que me prometía avanzar hacía un mejor porvenir, o al menos hacia un futuro, tres minutos más adelante, en el que estaría con una barra de chocolate en la mano y sintiéndome un poco más relajado.

Hablamos de cosas triviales, como las series del momento, un videojuego que estaba jugando Joto, y uno que otro rumor sobre algunos compañeros de curso. Al parecer estaban siendo cuidadosos de no mencionar a los nuevos novios frente a mí, hasta que se agotaron los temas.

—Y pensar que ya no queda nada para el "Tri", y todo hace presagiar que otra vez no seremos invitados. —dijo Joto con pesar, cuando la conversación se desvió a hablar del acontecimiento que para muchos, era el más esperado del año.

Las renombrada fiesta de cumpleaños de Trinidad, también conocida como "El Tri", tenía fama de ser «el» megaevento del año; casi comparable con el baile de graduación combinado con un matrimonio y una despedida de soltero. En su casa tipo mansión, cada año se organizaba una celebración de alto presupuesto, grandes cantidades de alcohol y muy baja supervisión paternal o adulta en lo absoluto (o al menos eso era lo que había escuchado).

Al evento solo podía asistirse con invitación y gracias a que yo antes era el mejor amigo de Solae, Trinidad siempre había estado dispuesta a sumarme. Pero desde el primer año les dejé claro que no estaba interesado, siendo quizás el único que se había dado el lujo de despreciar una invitación a una gala tan exclusiva y popular. Y es que los comentarios sobre lo que sucedía cada año no dejaban a nadie indiferente. Virginidades perdidas, alto consumo de alcohol y drogas suaves. Una fiesta demasiado reventada para mi gusto, por lo que a pesar de que igual me provocaba curiosidad, nunca sufrí por no haber asistido.

Solae, por ser la mejor amiga de Trinidad, había ido a todas sus versiones, y era ella la que me contaba todos los chismes y escándalos que ocurrían (algunos bastante inolvidables). De hecho, fue en el Tri del año pasado que Mica y Diego se hicieron novios, y ya para nadie era secreto que habían llegado a tercera base esa misma noche en una de las habitaciones disponibles para tales fines.

—Ahora que Anton y Solae por fin están juntos, será su oportunidad perfecta para que... —dijo Joto juntando sus manos por las palmas y moviéndolas rítmicamente, provocando un sonido tan vulgar como lo que representaba.

—¡Qué ordinario, Jota! —le reclamó Amelia poniéndose colorada.

—Si es que aún no lo han hecho. —continuó Joto.

—¡Claro que no lo han hecho! —les rebatí—. Solae no es así. —Ante mi reacción, ambos no pudieron disimular una mueca burlona.

—¿Desde cuándo te gusta tanto Solae? —preguntó Joto sin darle más vueltas al asunto. Él solía ser así de directo.

—¡No por defenderla significa que me guste! —alegué.

Recibí dos carcajadas en estéreo, las que luego de estrellarse contra mi cara seria, se atenuaron un poco.

—Pero Alex, si se te nota a diez kilómetros. No sé a quién quieres engañar. —Me levanté molesto. No quería seguir siendo su objeto de comedia, ni entendía por qué todos daban por hecho que sentía algo por Solae.

—¡Tranquilo, solo era una broma! —dijo Amelia bajándole el perfil. Pero sabía que no era una broma. Todo esto me pasaba por intentar socializar.

—En todo caso, mejor así, Alex. Porque ellos hacen mucho mejor pareja de lo que probablemente harías tú con ella. —concluyó Joto y su comentario me pateó aún más fuerte. ¿En verdad era yo tan indigno de Solae?

Durante nuestra amistad nunca me pregunté si ella había sentido alguna vez algo más por mí. Desde que la conocía, ella había tenido varios (quizás demasiados) pretendientes, y de esos uno o dos novios, bastante inofensivos. A pesar de eso, yo siempre me mantuve como su amigo y supe aprovechar (y hasta agradecer) cuando Solae, por estar con ellos, me dejó más tiempo para estar solo. Después de todo, Solae no se iba a ir a ninguna parte. Seguíamos siendo amigos y así estaba bien. Así estábamos muy bien.

Siempre me contaba el tipo de chicos que le gustaban y su nuevo crush de turno. Muchas veces me recalcó cuánto odiaba a los chicos rubios o demasiado perfectos (¡Oh, la ironía!) y me pedía mi opinión de hombre respecto a dar o no el siguiente paso en una relación.

Pese a lo incómodo que resultaba el tema, varias veces compartimos ciertas intimidades, pero no sé cómo fue que, mientras estudiábamos para un examen de biología y sentados sobre mi cama, que le terminé confesando que yo seguía siendo virgen. Y Solae se rió.

—¡No sé qué es tan gracioso! —le reclamé—. Tú ya me conoces. No ando preocupado de esas cosas, ni tampoco es como si me llovieran las interesadas...

—Dudo que sea porque no quieras. A mí más bien me parece que tienes miedo a mostrarte vulnerable. —dijo acusadora—. Si es que aún no estás con nadie, es porque temes entender tus propios sentimientos y que alguien te rechace.

—Piensa lo que quieras. —refunfuñé. No sabía con qué derecho, se creía para analizarme, aunque también era probable que tuviera algo de razón—. Siento mucho no ser tan experto como tú.

—Yo no soy experta, Alex. Yo... también soy virgen —dijo de pronto, en voz baja y sin mirarme. Su repentina confesión me tomó por sorpresa. Siempre imaginé que ya se habría acercado lo suficiente a alguno de sus ex-novios, debido a lo cariñosa y de piel que era siempre para relacionarse.

—¡Oh! ¿es acaso porque tus padres...? —le pregunté, recordando lo estrictos que eran con ella y falta de privacidad que tenía en su casa.

—¡Claro que no! —me dijo frunciendo el ceño y se quedó mirando sus manos, mientras jugaba con sus dedos. —Ese no sería un problema importante... —añadió y me miró nerviosa—. Sé que te sonará algo cliché, pero quiero que esa ocasión sea especial... y con alguien de quien me sienta realmente enamorada.

—Pero si ya has tenido dos novios. ¿Aún no te has enamorado?

—No... no de ellos. —dijo mirando sus pies. Al parecer el tema la avergonzaba bastante, porque le costaba continuar hablando.

—Ah... —musité, sin saber qué más decir. Me quedé junto a ella en silencio, hasta que luego de un momento, volvimos a retomar el estudio.

Desde ese día, Solae nunca más me mencionó a algún otro enamorado, ni tampoco volvió a salir el tema, lo que me hacía suponer que simplemente no había alguien más o le daba vergüenza conversarlo conmigo. De todos modos, de alguna forma estaba seguro que seguía siendo tan virgen como yo. Hasta ahora. 

Conociendo a Solae me inclinaba a pensar que era probable que en estos tres días aún no hubiese pasado nada entre ellos, pero también estábamos hablando de Anton, y con él ya no se podía estar seguro de nada.


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