2. ¿Qué está pasando?
Historia publicada en papel por Penguin Random House.
Puedes comprarla en las mejores librerías de Chile
Empezaba una nueva semana y me levanté como siempre para ir a la escuela. Había disfrutado de un fin de semana inusualmente tranquilo, sin noticias de Solae, aunque tanta paz no me dejaba de resultar extraña.
Una vez sentado en el comedor de la cocina, ya vestido, tomando desayuno, observaba con desgano el estresante ritual matutino de mi hermana, que aún en pijama recorría la casa en cámara rápida, alternando las tareas de vestirse, desayunar y preparar las cosas para armar su mochila.
Tratando de ignorar su ansiedad, le di el último sorbo a mi té, mientras esperaba como de costumbre a que sonara el timbre de la casa. Ya casi era hora. Todos los días Solae me venía a buscar para que fuéramos juntos al colegio. Aunque para todo lo demás solía ser muy impuntual, cada mañana, de lunes a viernes, sin excepción, hacía su aparición a las 7:40 am frente a nuestra reja y se pegaba tocando el timbre hasta que alguien le abriera. Pero esta mañana aún no había señales de ella.
Miré el reloj de la pared y lo comparé con el de mi móvil para comprobar que no se hubiese roto, pero todo funcionaba como siempre. Fruncí el ceño al ver que mi hermana aparecía ya vestida y casi lista frente a mí, mientras forzaba a saltos sus pies dentro de sus zapatos y se lavaba los dientes al mismo tiempo.
—Wow, hoy por fin te gané. ¿Y Solae? —me preguntó enjuagándose la boca en el lavaplatos y ya lista para correr una carrera hacia el colegio.
—Viene atrasada. —le respondí restándole importancia y Paula se fue sin hacer más preguntas. Las pocas veces que Solae se había enfermado, me había avisado con anticipación (a pesar de nunca habérselo pedido). Pero ahora no tenía ningún mensaje de ella (ni de nadie) en mi celular y no sería yo quien le escribiría preguntando.
7:46 am.
No sé por qué decidí esperarla unos minutos más, pero por cada nuevo segundo que pasaba, mi nivel de estrés crecía una décima junto con mi arrepentimiento. Al final, logré soportar (con mucho esfuerzo) unos eternos cinco minutos, pero la ansiedad que me generaba la posibilidad de no llegar un día a la hora fue mucho más fuerte. No tenía por qué esperarla. ¡No sabía por qué la seguía esperando!
Ya con solo diez minutos para alcanzar a llegar al colegio, agarré mi mochila y partí corriendo por tramos, recordando, muy a mi pesar que justo hoy las clases las iniciaba Big Alicia. Hoy definitivamente era el peor día para llegar atrasado.
—¡Maldición! ¡Maldita Solae, te maldigo!
Casi sin oxígeno y empapado por haber subido corriendo los tres pisos hasta nuestra sala, finalmente logré llegar a las 7:59 am, aliviado de no haber interrumpido mi historial de puntualidad impecable.
Ya estaban casi todos dentro, salvo unos pocos rezagados que se paseaban o conversaban en el pasillo apoyados en el balcón. Entre ellos me llamó la atención un chico muy alto que jamás había visto antes, conversando con mucha familiaridad con Trinidad, una de las compañeras más populares de nuestro curso. El chico estaba de espaldas, pero por su cabello rubio, casi platinado, podía estar seguro que nunca lo había visto antes rondando por el colegio.
Entré a la sala, recuperando poco a poco un ritmo normal de respiración y para mi sorpresa noté que rodeando el puesto de Solae se encontraban Micaela, Daniela y Francisca hablando muy animadas entre chillidos agudos varios. Aún sin estar muy seguro de si Solae era parte de la reunión o no, me acerqué a mi asiento que se encontraba justo su lado izquierdo. Efectivamente ahí estaba ella y no se veía precisamente enferma. Se reía y celebraba un adorable mini pulpo de peluche con corbata que acababa de desenvolver, mientras sobre su mesa se amontonaban unos cuantos regalos más que esperaban ser abiertos.
—Oh, mierda...
Pude ver cómo Solae, por un instante me miró para luego seguir charlando como si yo no estuviera presente, pero no podía culparla. Acababa de darme cuenta de lo idiota que había sido con ella el otro día, al rechazar dos veces la invitación de ir a su casa el fin de semana.
Entre las mil peculiaridades de mi amiga, una bien particular era celebrar su cumpleaños solo a partir de la hora en que nació, lo que era a las seis de la tarde, y había dejado estatizado que nadie podría saludarla antes de esa hora, so pena de muerte o alguna sentencia de severidad similar. Cada año celebrábamos juntos el inicio de su cumpleaños y por eso me había invitado sutilmente a su casa a "estudiar" ese día. Y yo no solo lo había olvidado por completo, sino que además le había gritado que no podía y mejor ni hablar de mi inexistente regalo de cumple-disculpas. Me esperaba lo peor.
—Vayan sentándose rápido, que no tengo todo el día.
Nuestra profesora jefe, la corpulenta señorita Alicia, alias Big Alicia, hizo su entrada a la sala cerrando la puerta bruscamente tras de sí, con su semblante estricto y seco de siempre.
—¿Señor Alex Romandi, sería tan amable de sentarse para permitirnos comenzar la clase?
Ante su llegada todos habían corrido a tomar posiciones, siendo yo el único idiota que aún figuraba parado junto a mi puesto, con la mochila todavía en mi espalda. Me apresuré a sentarme, entre un par de risas de fondo, mientras que Solae, a mi derecha, me seguía ignorando olímpicamente. Parecía que esta vez en verdad estaba muy enfadada.
Como de costumbre, la clase dio inicio con nuestra profe pasando lista de asistencia, pero fue antes de llegar a mi apellido que se detuvo en un nombre que yo jamás había escuchado y al parecer, por su cara, ella tampoco.
—¿Ris-sey... Anton? —preguntó mirándonos con el ceño fruncido, para que nos dignáramos a responderle—. El señor Anton Rissey. —repitió, y esta vez todos nos miramos con extrañeza. Busqué la atención de Solae, pero ella miraba hacia el otro lado, sin darse por aludida.
Big Alicia repitió el nombre por última vez, golpeando su escritorio con impaciencia y cuando ya, molesta, iba a pronunciar el siguiente nombre, en ese momento se abrió la puerta del salón.
Sin siquiera pedir permiso, el misterioso chico rubio que había visto un poco antes en el pasillo, hacía su entrada triunfal a la clase. No pude evitar compadecerme un poco de él, por su desafortunado atrevimiento.
Al verlo ahora de frente, su apariencia de pronto me resultó extremadamente familiar, haciéndome escarbar entre mis recuerdos más recientes. ¿Dónde más lo había visto? Más alto que cualquiera de nosotros, cabello con corte de ídolo pop, cara digna de aviso publicitario y demasiado guapo para ser hombre. ¡El idiota que había chocado contra Solae el otro día!
—Presente, Señorita Alicia. —dijo el chico rubio, que al parecer se hacía llamar Anton, sonriendo con despreocupación—. Por favor disculpen el retraso, tuve un problema en el camino. —añadió, ahora dirigiéndose a nosotros, mientras nos saludaba con la mano.
—¿Un problema en el camino? ¡Si todo este tiempo estuvo afuera de la sala! —musité para mis adentros, pero al parecer su descaro solo me molestaba a mí, ya que las hormonas de mis compañeras (y alguno que otro compañero) parecían dispararse sin disimulo.
Por su parte, Miss Alicia aún no reaccionaba ante la interrupción. Se había quedado perpleja, como si alguien le hubiese apretado pausa. Pero luego de unos segundos, como si nada extraño estuviese pasando y, muy al contrario de lo que haría con cualquier otro alumno, amablemente lo invitó a entrar.
—Claro, Anton, no hay problema, por favor ve a tu asiento. —le indicó, apuntando hacia un puesto desocupado.
Anton se internó en la sala y se instaló donde en efecto había un asiento libre a la derecha de Solae, el que extrañamente nunca antes había notado. Una vez sentado y luego de colocar su mochila detrás de su silla, se inclinó hacia Solae y le dijo algo en voz baja que no logré escuchar. Solo sé que la sonrisa que le dedicó no me gustaba nada.
Para mi sorpresa, después de esta insólita interrupción, la clase continuó con total normalidad. Incrédulo examiné a los demás buscando reacciones similares a la mía, o al menos la atención inicial de mis compañeras al verlo, pero ahora todos estaban inusualmente atentos a lo que fuese que estuviera hablando Big Alicia. Ni Solae, ni ningún otro compañero comentaba nada, ni le ponía particular atención.
¿Pero qué demonios acababa de pasar? ¿A nadie le extrañaba la presencia de este tipo? ¿Por qué la profe no lo presentó? Y sobre todo, ¿Por qué llegaba un compañero nuevo a estas alturas del año? ¿Me estaban jugando todos una broma?
—Solae. ¡Solae! —traté de llamar su atención hablándole en voz baja para no alertar a la profe, pero seguía sin mirarme. Resignado me dirigí a José Tomás, que se sentaba a mi izquierda.
—¡Joto! —lo llamé en voz baja— ¿Qué está pasando? ¿Sabes quién es ese tipo? —Joto, que al parecer estaba medio dormido, me miró confundido, sin entender a qué me refería.
—El tal Anton. ¿Sabes de dónde salió? —le repetí para quitarle la cara de pregunta.
—¿Anton? ¿Te refieres a dónde vive o algo así? —parecía confundido, quizás aún no despertaba del todo.
—No, idiota ¿Sabes por qué no nos presentaron al compañero nuevo?
—¿Qué compañero nuevo? —me preguntó a medio bostezo, mirando hacía los lados. La ineptitud de Joto para entenderme me estaba colmando la paciencia.
De repente, Big Alicia dejó de hablar y miró en nuestra dirección buscando el origen de los murmullos que interrumpían su clase. Fue suficiente señal de advertencia para enderezarme de golpe y quedarme callado. Arriesgando un castigo mayor, pero no soportando la incertidumbre, saqué ahora mi celular con disimulo y continué con el interrogatorio a través de mensajes.
—"¡Hablo de Anton, el rubio que acaba de llegar atrasado!"
Joto dio un mini brinco al sentir la vibración de su celular en su bolsillo. Al ver el mensaje, se rascó la cabeza y a continuación se puso a tipear su respuesta, con una lentitud exasperante.
—"Anton está con nosotros desde primaria. No sé de qué compañero nuevo me hablas."
Si Joto era parte de la broma, la estaba representando demasiado bien. En verdad parecía convencido de lo que me estaba diciendo. Big Alicia también continuaba con su clase como si nada fuese diferente. No podía ser que con lo seria que era, fuese cómplice de una broma tan rara. Definitivamente había algo que no estaba entendiendo.
Miré de nuevo a Solae y le hice gestos con la mano. Su inusual atención hacía la pizarra me sugería que me seguiría ignorando y que no tenía sentido seguir intentando. Cuando mi vista se enfocó un poco más allá, justo a su derecha, me encontré de frente con los ojos del famoso Anton. Me miraba sonriente y me guiñó un ojo para terminar de incomodarme. Desvié la vista automáticamente hacia la pizarra haciendo una mueca de disgusto.
Definitivamente todo esto parecía ser parte de una horrible pesadilla y sería mejor dejar de insistir por el momento. O al menos hasta que terminara la clase.
Para más información sobre como comprar el libro en tu país en físico y/o digital: www.catakaoe.com y mis redes sociales: @CataKaoe
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro