No tenía nada
No paraba de llorar. Llevaba más de una hora mirando el mar y pensando que no podía ser más infeliz. No habían lágrimas que pudieran desahogar tan profundo desaliento y una desesperanza, que hacía que todo lo viera negro.
El atardecer me pareció la puerta que abría el mundo de las tinieblas. La noche se cernía sobre mi vida y pensé que nunca más volvería a ver la luz en mi camino. Nunca más las flores me regalarían sus más bellos colores y su dulce perfume, porque yo las veía marchitas y el olor me parecía mohoso.
Entonces, cuando ya todo creía que no podía ser peor... unos pequeños brazos rodearon mi cuello. Unos tiernos labios posaron un dulce beso sobre mi mejilla. La cálida voz de mi niño susurró solo tres palabras... te quiero mamá.
Y todo volvió a cobrar sentido. No era lo que tenía delante, eran los ojos con que lo miraba todo.
Y la luna dibujó una preciosa estela plateada sobre el oscuro manto del mar. Las estrellas brillaron en lo alto dibujando constelaciones en el precioso e infinito cielo nocturno. Las flores del jardín se impregnaron de la humedad de la noche y una fragancia dulce lo llenó todo.
Entonces me di cuenta que no tenía nada. Pero lo tenía todo.
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