¡No salgas!
—No salgas a la calle. Recuerda que allí fuera no hay nada para ti.
—Estoy cansado de estar encerrado entre estas cuatro paredes. Me siento atrapado en una cárcel. Solo hablo contigo. No tengo más vida que ese mohoso libro que ya me he leído cien veces.
—Sabes que no puedes salir. En cuanto salgas todo se habrá terminado.
—No te creo. Estoy cansado y no quiero seguir aquí. Prefiero arriesgarme y si todo se termina, lo aceptaré. Pero ya no puedo más, entiéndelo... no he conocido más que esta habitación y si tengo que seguir así para el resto de mi vida... prefiero que todo se termine.
—A lo mejor no se termina, a lo peor solo descubres la realidad de lo que eres.
—¿Qué quieres decir? ¡Deja de torturarme! ¡Deja de controlar mi vida y de decirme siempre lo que tengo o lo que no tengo que hacer! ¡Déjame en paz!!
Y abrió la puerta del dormitorio sin mirar atrás. En la habitación solo se quedó una cama deshecha sobre la que, tirado sobre las arrugadas sábanas, se encontraba un libro tan gastado, que las hojas se podrían haber caído con el más leve soplido. En la penumbra, en un rincón se quedó ella mirando como salía y suspiró. Sabía que nunca más volvería a verlo.
Se quedó maravillado. ¿Por qué no se había atrevido a salir nunca de la comodidad de su espacio de confort? Lo que descubrió desde que abrió la puerta lo dejó maravillado. Todo era espectacular, no tenía palabras para describir las maravillas de ese mundo que se extendía ante sus ojos... y sí, ella tenía razón, la cobardía se quedaría allí en ese cuarto para siempre porque a partir de ahora, pensaba descubrir el mundo con la valentía como compañera. Él ya no volvería a ser el mismo, había descubierto que podía ser mucho más de lo que era. Solo tenía que creer en él mismo.
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