Sus padres no paraban de gritar.

A todas horas se despedazaban con palabras tan crueles que a él solo le producían dolor. Tanto dolor, que cuando su alma se secó, tan solo le quedaron ganas de infringir el mismo dolor. ¿A quién? A quien fuera.

Empezó maltratando al polluelo que se cayó del nido, arrancándole las plumas... luego se lo entregó al gato.

Y siguió incendiando el rabo del gato, riéndose de su desespero, mientras sus padres le ignoraban y seguían hiriéndose.  Pero él, no le importaba a nadie.

Así que siguió... ya todo daba igual... el psicópata estaba servido.