—¡Mamáá mira un payaso!

El payaso miró al pequeño con una enorme sonrisa. Cogió la flor llorona que llevaba en la solapa de su chaqueta de cuadros de colores, y se la acercó a la nariz, a la vez que ésta soltaba un chorro de agua directo a sus ojos y el niño estallaba en una tremenda carcajada.

—¡Oh gracias, muchas gracias! Hacía mucho tiempo que no veía reír así a Diego. Eres un ángel.

Y el payaso sacó un montón de confeti que tiró como lluvia sobre el suelo de la habitación del hospital.

—Mamá hace magia. Yo de mayor quiero ser payaso también, para que muchos niños puedan ser felices como yo.

Y la mamá se sonrió y besó a su hijo, mientras lo estrechaba con fuerza contra su pecho. Sí, ojalá que pudiera trabajar como payaso cuando fuera mayor, y pudiera vencer ese odioso cáncer.