5. Favores
Emilia empezaba a entender mejor cómo funcionaban las cosas dentro de la ONPE, dentro del mundo. La subgerenta le había adelantado que necesitaría crear favores o, en el peor de los casos, cobrarlos.
El primer favor fabricado fue inmediato. La secretaria le debía un favor a Emilia tal como fue planeado por la subgerenta. Esta le dijo que se guarde dicho favor, pues podría necesitarlo luego.
La joven agradeció la sugerencia de la secretaria para ser «mimada». Sin embargo, le dijo que quizás otro día podía devolverle el favor. La secretaria aceptó el pedido de la Emilia. Esta se retiró de la oficina bajo la mirada de los otros trabajadores. Todos fueron a hablar con la secretaria en cuanto Emilia se encontrase en una distancia significativa.
Los chismes de los puestos gerenciales no conocían era inmunes a esa norma no escrita de enfocarse en el trabajo el viernes previo a las presidenciales.
En el camino hacía su oficina, Emilia se encontró con Manuel. El joven guardia quiso entablar una conversación amena, pero ella tuvo que acelerar el paso y decir que estaba ocupada... tal como se lo había dicho la subgerenta.
Emilia no había comprendido por qué la subgerenta le había dado dicha orden, pero tras el fugaz encuentro con Manuel lo comprendió. Aquel joven la veía con ojos de cariño, con ojos de «¿te gustaría salir esta noche a ver una película?». Esos ojos los conocía muy bien. Siempre los rechazaba, pero los ojos de Manuel decían algo más y no sabía qué era, pero le gustaba.
"Bajo ninguna circunstancia te detengas a hablar con Manuel, ¿entendido? Ninguna."
La frase resonaba en la cabeza de Emilia desde que vio a los lejos a Manuel hasta que llegó a su oficina. Sus compañeros fueron indiferentes a su regreso. A otra hora del día y en otro día se hubieran fijado en Emilia con ahínco, pero ya faltaba poco para el almuerzo. El almuerzo. Ese almuerzo de los viernes antes de algunas elecciones (sea municipales, congresales o presidenciales) donde el subgerente de Desarrollo salía con todos los miembros a comer Pollo a la Brasa.
Al sentarse, Emilia vio como el subgerente se dirigía hacia ella. Esta continúo con las indicaciones de la señora Fermín encendiendo su laptop de trabajo.
—Emilia —comenzó el subgerente—, estoy enterado de que la subgerenta Fermín te llamó y tuviste que irte sin previo aviso. Fue sobre la adopción de un cachorro, ¿no es así?
—Así es, me mostró fotos del pequeño. Es muy tierno, una cosita bien rica.
—Bueno... eh... no le veo la importancia, pero tampoco tenías algo relevante que hacer aquí, así que lo dejare pasar por esta vez. Pero, la próxima vez avisa, POR FAVOR —dijo enfatizando la frase final—. Recuerda que somos un equipo aquí. ¿Está bien?
—Sí, está bien, subgerente Gómez.
—Dime Felipe, por favor. Odio que me digan subgerente. Me recuerda que Orlando es mi jefe...
Emilia definitivamente admiraba como la subgerenta Fermín podía saber qué cosas iban a ocurrir sólo teniendo información.
—Entiendo, Feli...pe —dijo Emilia esforzándose—, disculpe, es difícil.
El subgerente asintió y le indicó a la jovencita que apagara su laptop. Ya era hora de ir a comer «El almuerzo». La subgerenta le había hablado de esto a Emilia, aunque la joven ya lo sabía. Emilia junto a sus compañeros iban a ir caminando hasta la pollería y en el recorrido tenía que hablar con el subgerente Felipe. Eran solamente tres cuadras de distancia. La programadora tenía que aprovechar cada paso de la ida y de la vuelta.
Un par de hombres vestidos de negro regresaron a su auto eléctrico del mismo color, que además tenía detalles de color gris en las puertas. Antes de llegar a su auto, Piero se golpeó, como era habitual, con un poste por lo que estuvo tambaleándose durante unos segundos. Arlos se burló de su compañero mientras abría la puerta del auto. Este entró rápido al asiento detrás del piloto y llamó a su compañero con la mano, como si de un perro se tratase. Aún afectado por el anterior golpe, Piero se golpeó la cabeza con el techo del auto mientras ingresaba al vehículo.
—Es como un deporte para ti el estrellarte, ¿no?
—Calla mierda.
Piero encendió el auto, cuyo motor apenas emitía sonido. El mismo quería sacar algo de la guantera del auto, pero Arlos lo detuvo.
—Oye —advirtió—, cuidado que te golpees.
Piero le mostró el dedo medio de la mano derecha mientras abría la guantera con la mano izquierda. Sin embargo, la guantera no abrió.
—Piero, ¿me haces un favor?
—Eso depende —respondió el más torpe mientras aún intentaba abrir la guantera—, ¿es algo relacionado con esta porquería?
—No, tú solo di que sí —dijo Arlos poniéndose serio.
—¿Cuál es el favor —respondió mientras se rindió de abrir la guantera—, pendejo?
—¡Deja de ser tan estúpido! —dijo Arlos exaltado—, podrían descubrirnos por tus tonterías.
Arlos agradecía que los ruidos dentro del auto no eran audibles siempre y cuando todas las puertas y ventanas se hallasen cerradas. También llevaba lunas polarizadas, pero los movimientos torpes de Piero hacían que carro se moviese. Este último solo alcanzó a reír.
Desde su ubicación, el par vio las luces del policía que se acercaba a atender la llamada hecha por Rosarima. Esa era su señal para irse. Piero presionó un botón en el volante y mientras el auto avanzaba sin prisa, se mezclaba con su ambiente. Desapareció.
El joven guardia se encontraba angustiado. Quería saber qué ocurría con Emilia, por qué se fue de esa manera. Ella no era el tipo de chica que haría eso. Manuel hubiese deseado tener más tareas para evitar pensar en ella, pero ya faltaba poco para la hora del refrigerio.
Manuel suspiró.
Al terminar, vio a la subgerenta Fermín con mirada decidida dirigiéndose hacia el sótano dejando atrás a dos analistas. La subgerenta lucía apurada y el joven creyó que lo mejor era no interrumpirla, pero... sólo le preguntaría por Emilia.
Manuel la alcanzó con pasos largos y mientras bajaban los escalones este le preguntó por la joven programadora.
—Subgerenta Fermín—comenzó Manuel—, solo quería preguntarle si sabe cómo se encuentra Emilia. Lo que pasa es que hace unos minutos parecía otra persona.
—Ahora estoy un poco apurada, hijo.
—Por favor —suplicó el joven—, se lo agradecería mucho. Es que me agrada mucho y...
—Ajá —inquirió la subgerenta—, así que te gusta la pequeña Emilia. Mira, yo te diré lo que le pasa a Emilia, pero tú me harás un favor luego, ¿te parece bien?
—Claro que sí, por supuesto.
—Entonces, escucha atentamente porque ya comienza el almuerzo.
—Pensé que se iba a la oficina de Infraestructura.
—Para nada, me iba al comedor. Que ambos se encuentren en el sótano es otro tema. No te desvíes, muchacho. Escucha lo que te diré.
La subgerenta sabía con pericia que los hombres enamorados son los seres más manipulables y débiles que uno puede conocer. Manuel era un claro ejemplo, pues ni siquiera había preguntado el favor que le iba a deber a la subgerenta.
El rostro de Manuel mostraba su expectación, sus ganas por saber qué le ocurría a Emilia. Aquel rostro jovial con una sonrisa llena de esperanza se tornó en un rostro plano sin emociones. La subgerenta le había dicho una mentira sobre Emilia a Manuel, que o bien lo mantendría con ellas o lo espantaba.
La subgerenta no dependía de Manuel, pues ya tenía un favor pendiente de su parte. Con eso era suficiente pensaba Fermín, pero nunca está de más un poco de ayuda.
Emilia no estaba enterada de esta parte delplan. La subgerenta se preocupó apenas por no habérselo dicho antes porque eraun hecho que Emilia se iba a enfadar.
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