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12. Ojos retadores

Óscar Ferrat no sabía cómo reaccionar ante las palabras del subgerente Felipe. Este aún sostenía el dedo que apuntaba a la joven programadora. Emilia, al igual que cualquiera en el equipo de Desarrollo, quedó sorprendida por la respuesta de Felipe ante la insoportable actitud de Óscar. El hijo de Orlando todavía no daba respuesta a las palabras de Felipe mientras sus ojos, como si no entendieran la situación, amenazaban al subgerente. Aquellos engreídos ojos bizarros y retadores del impresentable hijo de Orlando no reflejaban su angustia interna.

—Señores —interrumpió la mesera con voz calmada—, empezaremos a servir el pollo en breve. Por favor, ordenen sus mesas para que podamos colocar los platos lo más rápido posible y puedan comer calientito.

—Gracias, señorita —respondió Felipe dirigiéndose a la mesera; soltó el dedo de Oscar y luego advirtió al estúpido joven—. Vamos a tener una conversación luego.

El tenso silencio fue efímero, se esfumó en cuanto hubieron llegado las porciones de pollo a la brasa. El aroma de la comida relajó los hombros de todos, excepto los de Emilia, que seguía concentrada en el plan que había ideado en el baño.

Los platos no paraban de llegar. Hubo quienes apenas masticaron y terminaron en un santiamén; hubo quienes comieron dentro de lo normal, cogiendo al pollo con las manos cuando los cubiertos ya no servían de mucho; y finalmente estaba Óscar Ferrat tratando de usar de manera empecinada e inútil los cubiertos exclusivamente para comer el pollo evitando el uso de las manos. El subgerente Felipe notó la terquedad de Óscar; al terminar de comer lo cuestionó:

—Oye, hijo de Orlando —dijo con desagrado—, ¿por qué no usas las manos? ¿Acaso así comes en tu palacio?

Óscar no respondió mientras continuaba en su terca labor de comer el pollo usando solo los cubiertos. Emilia le veía de tanto en tanto y le recordaba a su abuelo, quien si lo hacía correctamente cuando estuvo en vida. Por los buenos recuerdos de su abuelo que arribaron, Emilia sonrió; y esta expresión fue malinterpretada por Óscar. Este pensó que Emilia se burlaba de él, aunque en realidad si lo hacía, pero la sonrisa que tenía la joven no era por el regocijo de sus pésimas habilidades con los cubiertos. Óscar estaba harto de las miradas que esperaban un nuevo error suyo. Y la gota que derramó el vaso había sido la sonrisita de Emilia.

El joven se apartó de la mesa con brusquedad, lanzó los cubiertos sobre su plato, siseo, mandó una mirada maliciosa a Emilia y se fue a los servicios higiénicos.

«Ahora quizá podría... —pensaba Emilia— demonios, si tan solo estuviera un poco más cerca... bueno, no importa, como sea.»

La idea para ganar más tiempo de Emilia fue inspirada por un par de llaves que estaban en la puerta del baño colgando de un clavo. Emilia iba a comenzar lo que tenía en mente cuando el subgerente Felipe comenzó a hablarle al notarla pensativa.

—No te preocupes por ese tipo —le dijo.

La sorpresiva intervención de Felipe hizo olvidar por un momento a Emilia lo que tenía en mente.

—¿Ah?

—Eh... —dijo Felipe, quien era consciente de su enredo—. Olvídalo... —alcanzó a decir y esperó que no se escandalice la situación.

—Espera —dijo enfurecida.

«Yo y mi gran boca...» pensó Felipe.

—¿Pensaste que iba a gastar saliva por Oscar? —sentenció Emilia.

—Pues... —contesto Felipe alargando la palabra tratando de encontrar algo coherente para responder, pero sabía en el fondo que no importaba si encontraba algo coherente o no porque no iba a cambiar nada de lo que se aproximaba— sí...

—Hay cosas más importantes que hablar de un bueno para nada de mierda como él. ¿Qué? ¿Es la primera vez que ven a una mujer decir una grosería? ¡De aquí —dibujó un círculo con sus dedos sobre sus labios— saldrán lisuras, pero nunca mentiras!

Felipe se sorprendió por la enfática respuesta y soltó unas carcajadas imprudentes y exageradas porque esperaba que Óscar estuviese cerca.

—¡Ja, ja, ja! Tienes razón, Emilia, tienes toda la razón. Bueno, Emilia, ¿y sobre qué querías hablar?

—Sobre el domin...

—No —interrumpió de inmediato—, hemos venido a este lugar para disfrutar de la comida y el ambiente. Hasta la oficina no menciones nada —dijo y luego enfatizó: — por favor.

—Entiendo... —respondió Emilia.

«Eso era lo que esperaba» pensó.

—Y, Felipe, ¿tienes alguna frase que te guste? —preguntó un instante después.

«No debo darle mucho tiempo a pensar, pero tampoco puedo interrumpirlo muy seguido...»

—Muchas frases..., diría que bastantes, pero no recuerdo ninguna ahora, ¿y tú? ¿Tienes alguna favorita?

—Por supuesto —dijo Emilia—, mi favorita es «¿Quién vigila a los vigilantes?».

—Ah, sí la recuerdo, me pareció escucharla en una película.

—En muchas, pero su origen es muy remoto.

—Vaya, ¿y por qué te agrada? —le preguntó el subgerente.

«Es muy predecible... tal como dijo la señora Fermín» pensó Emilia.

—Me agrade porque, al menos para mí, me recuerdo que tengo que desconfiar en las personas. ¡Es que no se puede confiar en nadie!

—No estoy seguro, aunque ahora hay cámaras que vigilan a los vigilantes...

—No me refería a los vigilantes de seguridad.

—¿A qué te refieres entonces?

«¡Ahora es cuando!»

—A nosotros, los informáticos, el área de Tecnología.

Las declaraciones de la joven programadora captaron la atención de otros miembros cercanos.

—Oye, Emilia —intervino uno—, para eso hay empresas que ofrecen auditoría o controles de calidad.

—Sí —replicó Emilia—, lo sé, pero por su condición de humanos son igual de corruptibles que...

—¡Eh, para! —interrumpió Óscar de pie sin intenciones inmediatas de sentarse. Le gustaba como los ojos de los demás tenían que mirar hacia arriba para dirigirse a él.

Felipe, quien no había entendido la jugada de Emilia, sintió un alivio inesperado, aunque no sabía por qué le pareció oportuna la interrupción de Óscar en ese entonces.

—¿Por qué? —replicó Emilia.

—Podremos hablar de tecnología, pero si te vas por esas riendas arruinarás la comida de todos, tú... como-te-llames.

—Soy Emilia.

—Ah —respondió sin dirigirle la mirada mientras se sentaba—, sí, sí, bonito nombre.

—Y si hablamos sobre algo que arruine la comida, podríamos comenzar con tu acti...

—¡Basta...! —interrumpió Carlos Moreno, el líder del equipo de desarrollo—, Emilia, Oscar, si continúan hablando, ustedes pagarán la cuenta.

Emilia se calló de mala gana. Quizá si fuera otra persona no lo hubiera tomado en cuenta, pero la mirada de Carlos era la más seria que había visto durante la semana. Y al juzgar por la reacción de sus compañeros, lo mejor era callar. Cosa que el diminuto cerebro de Óscar Ferrat no entendía.

—¡¿Eh?! ¿Quieres callarme? ¿Sabes quién es mi viejo?

—Sí, lo sé —respondió Carlos despacio sin parpadear y acercándose al sitio de Oscar—, tu viejo es un pobre huevón, Óscar, así como tú.

—Ustedes, gentuza, deben entender cuál es su...

Un puño lo impactó en la cara interrumpiendo lo que quería decir.

—Mira, mocoso —susurró Carlos con furia contenida—, queremos cambiar la imagen de las instituciones estatales. Y lo último que queremos es tener que aguantar a alguien como tú o tu viejo. Y anda, dile a tu viejo lo que quieras. Lo que te vas a enterar el sábado...

Y antes que Carlos continuase, notó que Felipe lo estaba callando con una seña que usaban de niños. Felipe sobó su patilla derecha dos veces y Carlos lo entendió.

—¿El sábado? —sollozó apenas Oscar mientras se tomaba el rostro sin prestarle atención a la sangre—. ¡¿Qué va a pasar el sábado?!

Carlos no le respondió.

—Eh, Felipe, —intervino Carlos—¿podemos brindar ya?

—Supongo que sí.

Felipe llamó a la mesera y le indicó que ya deseaban que se repartiesen las «bebidas» guiñando un ojo. Esta indicó a sus compañeros que recogieran la mesa mientras se preparaba el pisco sour. Los comensales volvieron a sus conversaciones, a excepción de Óscar y Emilia. El primero porque pensaba en la forma de vengarse de Carlos y Emilia porque quedó sorprendida por el golpe que increpó Carlos.

«Le importó una mierda que sea el hijo del Gerente y además mencionó que algo pasará el domingo y no se refería a las elecciones» pensó la joven programadora mientras veía hacia la nada.

Los tragos empezaron a repartirse y con ello se dilataba el tiempo que le quedaba a Emilia.

«Todo iba bien hasta que Oscar me interrumpió, me alegro por el golpe que recibió. Estoy segura que ese puñetazo lo estuvo guardando Carlos desde hace un tiempo. Maldito hijo del gerente... un momento... él quizá podría conseguir un acceso a las comunicaciones de los subgerentes... Hum... podría sernos útil, ahora tenía pleito no sólo con Felipe, sino también con Carlos...»

—¿Qué me miras? —dijo una voz.

—¿Eh? —reaccionó Emilia saliendo de sus conjeturas.

Emilia estaba mirando a Oscar casi acercándose sin percatarse de ello y este lo había notado.

—¿Qué me miras? —repitió Oscar.

—Nada... —respondió mientras se alejaba.

—Servido, señores —intervino la mesera cuando todos ya tenían su pisco sour frente a ellos, y se retiró.

—A ver, Felipe, unas palabras —dijo Carlos alzando su vaso y acompañado por los demás miembros.

—Ya que insisten... pues... —dijo mientras se paraba—. Hemos tenido un año bastante productivo, ¿no creen? Yo sé que sí. Hemos sacado adelante varios proyectos. Claro que no lo hemos hecho realidad solos, hemos trabajado en conjunto con la ayuda de los analistas, de la gente de calidad y demás involucrados. Lo que más nos debería llenar de orgullo es el magnánimo esfuerzo que hemos hecho para tener el sistema del voto electrónico a tiempo para estas presidenciales. Llevo aquí varios años y creo que tenemos un equipo increíble y que no para de crecer y evolucionar. Por lo que pido un brindis por los proyectos exitosos, en especial el que será protagonista el domingo; un brindis por quienes tomarán diferentes rumbos en un par de meses, por quienes comienzan su aventura laboral, y sobre todo por el Perú que amamos tanto. ¡Salud! ¡Y qué viva el Perú, carajo!

Los vasos empezaron a chocar, abrazos y palmadas en los hombros. Los aplausos llegaron no solo de la mesa llena de desarrolladores, sino también desde el área de los meseros, incluso desde el primer piso. El ambiente se tornó jovial, luego de haber sido tan hostil minutos antes.

«¿Será por el alcohol? —se preguntó Emilia—, No... ni el alcohol ni el patriotismo... esto es por Felipe...»

—¿No tomas? —preguntó Oscar, aunque sin dirigirle la mirada.

—¿Me hablas a mí? —respondió Emilia.

Oscar asintió sin girar a verla.

—Al menos deberías tener la decencia de mirar a quien te diriges... y sí, solo que está muy frío.

—¿Decencia? —intervino Felipe quien ya sonaba borracho — No le pidas eso (¡hic!) a un Ferrat, Emilia —y se retiró, sobándose la patilla derecha tres veces, a hablar con el otro extremo de la mesa.

Óscar le clavaba unos ojos retadores a Felipe, ahora consciente de ello.

—Oye, Óscar... —susurró Emilia— ¿quieres vengarte de Felipe?

—Sí, pero a ti que te importa, ¿por?

—Creo que puedo ayudarte.

—¿Tú? Pero tú no tienes problemas con Felipe, ¿por qué lo harías?

—Eh... pues... mis razones tienen un propósito mayor que no te puedo decir.

—¿Mi viejo?

—Algo por ahí.

—No importa si es contra mi viejo, yo también lo odio. Dime, Emilia —dirigiéndose a ella—, ¿cómo nos podemos ayudar?


En el otro extremo de la mesa Carlos pidió su tercer vaso de pisco sour a la mesera mientras cumplía el pedido que le había hecho Felipe: Estaba leyendo los labios de Óscar.

—¿Cómo vas? —preguntó Felipe ya borracho con el segundo vaso terminado.

—Entiendo lo que dice Oscar, pero Emilia está casi de espaldas y no puedo ver sus labios.

—Mientras recuerdes lo que dijo Oscar, creo (¡hic!) que no tendremos problemas.

—¿No hubiera sido mejor si te quedabas en tu sitio?

—Emilia no hubiese hablado eso conmigo. Estoy casi seguro que quiso decir otra cosa con "aude" cuando salía del baño.

—Quizá «fraude». Eres un fraude, pues amigo. Un completo desastre, sólo te salen bonitas palabras porque como programador te mueres de hambre.

Cuando hubo escuchado «fraude» el alcohol se esfumó de Felipe de golpe, la sorpresa era clara en su rostro, pero evito que la vea su amigo que seguía leyendo los labios de Oscar.

—¿Felipe? —preguntó Carlos sin voltear a verlo— quizás Óscar no confía en el sistema del voto electrónico y piensa en un posible fraude.

—Sí, quizá es eso.

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