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36

Aren miró a Delph por un segundo antes de abrazarlo con fuerza. Se encontraban en el agua, nuevamente al interior de la cueva, por lo que no había mucha luz, pero no le era necesario para reconocerlo.

Junto a ellos, Solveig estaba lista para abrir otros portales, y previendo que se pusieran a perder el tiempo, exclamó: -Escuchamos tu conversación con ese villano, así que no hace falta que des explicaciones al respecto.

El príncipe solamente asintió, todavía aturdido por lo rápido que estaba pasando todo. Soltó despacio a su compañero y miró alrededor. Todos estaban despiertos, incluso los más pequeños. Parecía que esperaban a que él dijera algo, que creara un nuevo plan. O tal vez sólo era su imaginación exaltada por tanta presión. De cualquier forma, tenía que hablar, improvisar algo para poner a salvo a todos, aunque fuera por poco tiempo.

-Necesitaré que lleves a todos al lugar más lejano que recuerdes, donde Abel no pueda hallarlos tan fácilmente. Yo debo regresar al reino de los selkies y revelar la verdad. Nos reuniremos después de eso - decidió.

Nilsa miró a la sirenita y agregó: -Sólo recuerda llevarnos a donde haya tierra firme.

Solveig giró sus ojos ante el comentario y miró a su mamá, esperando a que aprobara esto o sugiriera una idea distinta. Anémona respondió velozmente: -Envíalos a Toivonpaikka. No tendrán problemas si explican que nos conocen. En cuanto a nosotros, jamás podrán alcanzarnos mientras permanezcamos en lo profundo.

Delph sostuvo la mano de Aren y afirmó: -Me quedaré contigo, por si necesitas ayuda.

-De acuerdo, pero no digas mi nombre - pidió el príncipe. El tritón asintió con la cabeza, sonriendolevemente al pensar en otras formas de llamarlo.

Sin esperar más, Solveig abrió un nuevo portal hacia la isla de los cuatro reinos. Engla cargó a Lura, y junto con Helge y Nilsa cruzaron hacia allá. Con otro portal, la sirenita envió a su hermano y al joven híbrido hasta la entrada submarina del reino de los selkies.

Ya solo quedaba en la cueva la familia de sirenas. Ari preguntó a su esposa: –¿Qué haremos nosotros? ¿Le contarás esto a Haakon?

Anémona reflexionó y contestó: –Creo que no será necesario. Esperemos a Delphi para regresar juntos a casa; creo que el tío Google se alegrará de no tener que hacer dos viajes.

—¿No es peligroso para Delphi?

—Es nuestro hijo, él es el peligroso para sus adversarios.

Ari sonrió y asintió. Sostuvo en brazos a Ina y Viggo, y nadó hacia la salida. Anémona tomó la mano de Solveig y abandonaron ese lugar.

Mientras tanto, Delph y Aren, quien aún conservaba su apariencia más humana, atravesaron el túnel y llegaron al reino selkie. Esta vez, los guardias de turno ni siquiera los ignoraron, sabiendo que era costumbre del príncipe híbrido desacatar cualquier orden. Con esta ventaja, los jóvenes no tardaron en llegar hasta la puerta grande del castillo.

Al salir a la pequeña playa, Aren se apresuró a comprobar que podía abrir la puerta, y como en efecto, esta no tenía ningún seguro, corrió al interior, directamente a la habitación de los príncipes.

Faltaba poco para que amaneciera, así que la luz era muy tenue. Con cuidado de no chocar contra nadie ni hacer ruido, el muchacho avanzó despacio hasta encontrar al hechicero que había tomado su lugar. Yngve descansaba tranquilamente, ajeno a lo que había ocurrido hacía unas horas, causando que Aren lamentara interiormente tener que informarle de la situación, pero no había otra opción. Sacudiéndolo con cuidado, consiguió despertarlo.

El brujo lo miró con algo de enojo, que se cambió a sorpresa cuando reconoció al príncipe. Desconcertado, inquirió: -¿Qué haces aquí? Te advierto que no puedes cancelar el trato que hicimos.

Aren respiró hondo y respondió: -Y yo te advierto que estamos en peligro. ¿Conoces al príncipe Abel, de Kylmä maa?

-Mis papás lo conocen; nunca me ha caído bien. ¿Qué hay con él?

Antes de que Aren pudiera contestar, sintió el peso de una mano grande que lo tomó por el cuello de la camisa y lo hizo ponerse de pie. Yngve se levantó de un salto al darse cuanta de quién había llegado: el rey Einar miraba atentamente a ambos chicos, intentando descubrir cuál de los dos era el verdadero príncipe. Al sentir tantos movimentos en la habitación, algunos de los otros jóvenes despertaron también, quedando desconcertados ante esta escena.

-¡¿Qué sucede aquí?! - exclamaron al mismo tiempo varios príncipes.

Aren cerró los ojos y respondió: -Lo siento mucho. Los engañé al decir que tenía un plan y envié a alguien más a sustituirme en el torneo, y ambos debemos marcharnos ahora si no queremos empeorar todo.

Yngve frunció el ceño: -Explica bien lo que ha sucedido, esto es demasiado molesto hasta para tu nivel.

Einar miró a ambos y soltó a su nieto. Con su más intimidante expresión, habló: -Lo supuse desde que volví esta tarde. Fui en busca del kraken para pedir su ayuda, sin encontrarlo. En cambio, pude ver que estabas tonteando con tu amigo, era imposible que hubieras regresado antes que yo, y aun así una persona igual a ti estaba entrenando con los demás príncipes.

Aren guardó silencio, tratando de secar sus lágrimas antes de que salieran de sus ojos, mientras que Yngve, en vista de que habían sido descubiertos, se retiró el colgante de madera con el que mantenía su hechizo, mostrando su aspecto rapaz y verdadero. Sin piedad alguna, agarró por los hombros al príncipe, mostrando sus dientes amenazadores y exigió: -¡Di qué es lo que nos amenaza de una buena vez!

Desafinando la voz por el esfuerzo de mantenerse firme, Aren respondió: -Abel había prometido ayudar a tu papá con su venganza, pero lo traicionó. Quiere apoderarse de éste reino, nos rastrea con nuestros nombres. De tu familia, sólo queda vivo tu hermanito, debes cuidar de él ahora.

El hechicero quiso escupir un "¡Estás mintiendo!", pero en realidad no había motivos para que el príncipe ocultara la verdad. Por lo tanto, lo soltó, tan furioso como dolido.

Einar estaba enojado con los dos, pero no podía ignorar que nuevamente estaban en riego de ser atacados por los humanos. Dudó en su siguiente paso a dar, pero mientras tanto, los príncipes se acercaron más y comenzaron a dar sus opiniones:

-Deberíamos adelantarnos e ir por la cabeza de ese sujeto.

-No funcionaría, eso sólo agravaría la situación. Debemos cerrar las salidas y reforzar la seguridad, además de preparar a nuesto ejército para la defensa.

-¿Debemos permitir que Aren siga siendo elegible como sucesor?

-Ya veremos. Mientras, deberíamos mantenerlo aquí para vigilarlo, igual que al hechicero.

-Concuerdo contigo.

-Hmm, si los mantenemos aquí tal vez vengan a buscarlos, no creo que sea buena idea.

-Esto es muy confuso. ¿Podemos llamar a las chicas? Son las futuras consejeras, tal vez tengan una mejor opción.

Mientras hablaban, Yngve murmuró unas palabras e invocó una espada, y tomando del brazo a Aren, exclamó: -¡El único culpable de todo siempre has sido tú! ¡Pagarás la vida de mi padre, y luego iré por ese infame humano para que salde la de mi madre! ¡La sangre del rey helanés correrá por la de mi hermana!

Aren todavía se atrevió a dudar de Erik, sentía que también había sido engañado por Abel, pero como eran pareja, era más probable que estuviera involucrado también. Pero al igual que cuando llegó a este reino por primera vez, seguía creyendo que él era el principal culpable, y aun así, no quería morir, todavía no había llegado a tanta depresión.Y había olvidado despedirse de Delph cuando corrió hacia el castillo.

Con este pensamiento, empujó a Yngve, pero no tan rápido para que no cayeran juntos por otro portal. Uno de los príncipes había dicho su nombre, olvidando que los rastreaban con ellos. La espada invocada se desmaterializó en la mano del joven hechicero, y los dos muchachos vieron hacia todos lados hasta encontrarse con la engañosa mirada del príncipe de Kylmä maa, sonriendo mientras cerraba el portal, luciendo mucho más siniestro y auténtico al ser iluminado a medias por la incipiente aurora: -Te dije que te encontraría sin importar a donde fueras. Los encontraría.

El hechicero profirió una maldición, e invocando un par de dagas, se lanzó para acabar con Abel, pero este simplemente sostuvo con firmeza su espada desenvainada, atravesando a su atacante. Si bien, no era una "solución" permanente, debido a la naturaleza mitad silfo de Yngve, logró que cayera inconsciente por la gravedad de su herida.

Aren no tenía su espada para defenderse, estaba cansado y Delph no estaba cerca para rescatarlo. Abel ya había dejado en claro que no pensaba herirlo, al menos no de manera física, pero sin duda dejarse usar como un títere por él era incluso peor. Momento de improvisar otra vez. Y nuestro héroe dominaba el arte de la improvisación.

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