13
Afortunadamente para el joven príncipe, Erik no estaba de humor para hablar mucho, así que sólo le dio un breve resumen a la reina sobre lo que ocurrió: –Aren intentó escalar la muralla en la desembocadura del río y casi se mata. Pero lo rescataron y sobrevivió.
Abel abrió mucho los ojos, mientras Engla miró a Aren fijamente: –¿Es cierto?
–…Sí…
–¿Por qué lo hiciste?
–Estaba aburrido… creí que lo lograría.
La reina se dio un ligero golpe en la frente con la mano. Aren se apegó más a ella: –No lo haré de nuevo, lo prometo. Solamente… Bueno, tengo una cosa importante qué contarte, pero juro que no es nada peligroso.
Engla respiró profundo y respondió: –De acuerdo, confío en que ya aprendiste la lección. Aún así, después de saber más detalles decidiré si te aplicaré algún castigo más.
El príncipe asintió con la cabeza.
Abel rió nervioso: —No debí nombrarte Aren, ahora no le tienes respeto a las alturas.
El muchacho contuvo una carcajada antes de afirmar: —Dudo que sea tu culpa, además amo mi nombre. Pero trataré de no ser tan imprudente y evitar caer de nuevo.
El príncipe mayor se acercó y le dió palmaditas en el hombro, antes de situarse junto a Erik, quien dirigió nuevamente a su tía: –Debes estar cansada por el viaje. Será mejor que Aren y yo nos encarguemos de los asuntos del reino por hoy.
La reina contestó: –Lamento darte tantas molestias, pero agradezco mucho tu ayuda.
Se dispuso a salir del despacho, pero Aren la detuvo: –¿Podemos hablar ahora? No puedo esperar más tiempo.
–Hmm, está bien. ¿Qué tienes que contarme? – accedió Engla.
El joven miró a su primo: –¿Pueden dejarnos solos?
El rey frunció el cejo, pero salió de la habitación, seguido por Abel.
La reina suspiró y se sentó junto a la ventana, mientras que su hijo se acomodó en el suelo frente a ella. Engla acarició el cabello de Aren y preguntó: –¿Por qué no me esperaste? Te dije que te acompañaría cuando regresara.
–No me gusta ser el príncipe, quería escapar un rato de todos los deberes – explicó Aren.
–Me gustaría haber logrado huir junto a tu papá. Entonces ustedes se conocerían, y no tendrías que estar aquí encerrado. Pero si nuestro destino era el que estamos viviendo, no queda más que aceptarlo – afirmó Engla, conteniendo su llanto al recordar a su amado Daven. Aun así, se sobrepuso a la tristeza y preguntó: –¿El asunto importante, de qué trata?
Aren se acercó más a su mamá, y dijo: –Bueno, lo que quiero contarte es que conocí…
Pero, fue interrumpido por un guardia, que llegó corriendo y dijo a la reina: –Su majestad, a las puertas está el rey Einar, solicita hablar con usted de inmediato.
Engla se puso un poco pálida, pero respondió: –Está bien, que pase al salón principal. Iremos enseguida.
La monarca y su hijo se dirigieron al salón para recibirlo, aunque el joven estaba un poco confundido, ya que no esperaba que su abuelo llegara sin avisar antes. Hacía al menos diez años que no lo veía, pero frecuentemente enviaba cartas.
En cuanto el monarca entró, seguido por cuatro guardias, el ambiente pareció enfriarse. Su mirada de cazador recorrió el lugar antes de posarse en el joven.
Aun con su natural impiedad, cuando vió a Aren, quien por instinto se escondió detrás de su mamá, sonrió enternecido, y habló: –Buenos días, reina Engla. Veo que en verdad crió bien a Aren; creció con muy buena salud por lo que veo.
–Majestad, aprecio sus halagos, pero creo saber el motivo de su visita – respondió ella.
El príncipe entendió a qué se refería: desde que era un niñito, su mamá le había explicado que probablemente tuviera que participar en el torneo para suceder a su abuelo como soberano de los selkies. Era otro de los motivos por los que ella había procurado hacer de Aren un buen príncipe: el trato que hizo con Einar cuando los dos príncipes selkies murieron.
–Tiene razón, majestad. Aren deberá tomar parte en el torneo para sucederme en un futuro. Ya todos mis nietos rebasan la edad necesaria, así que sólo necesitamos de Aren para llevar a cabo la competencia. – explicó Einar.
Engla asintió: –Supongo que ha venido por él.
Einar respondió: –En efecto. Puede acompañarnos también, ya que es tradición que toda la familia esté presente en el torneo, y aunque no le di el reconocimiento oficial en su momento, usted es la mamá de Aren, la compañera de mi hijo.
La reina miró al príncipe, quien se sentía un poco desconcertado e interrogó: –¿Cómo que has venido por mí? ¿O sea, nos iremos ahora?
–Así es, pequeño. No tienes que venir solo, pero no podemos esperar más tiempo – confirmó el rey.
Aren no sabía qué hacer: se suponía que en esa tarde era cuando iría a ver a Delph, por eso quería hablar con su mamá, ya que no estaba seguro de qué debería hacer después de esa inesperada confesión… Ni siquiera estaba seguro de que el joven tritón quisiera buscarlo de nuevo, pero él no quería fallarle, con haberse reído de sus sentimientos ya le parecía un error grave, aunque no le correspondiera.
–Abue, no puedo irme ahora, tengo que hablar con un amigo antes de viajar contigo – explicó Aren.
Einar respondió: –Entonces ve a buscarlo, de prisa.
–No puedo, él vendrá por la tarde, y no me es posible enviarle un mensaje para explicarle lo que pasa.
Engla dedujo que no estaba hablando de Helge, ya que él estaba en el castillo, lo había visto ocupado con Nilsa y otros guardias cerca de la entrada. Este otro amigo debía ser de quien Aren estaba a punto de hablarle antes de la llegada del rey selkie.
Einar dudó por un momento. Debían regresar pronto a su territorio, antes de que la marea cambiara y afectara el acceso al reino. Pero la expresión en el rostro de su nieto no le permitía imponerse.
–¿Vendrá a buscarte aquí, en el castillo? – interrogó.
–No... En realidad, nos veremos en la desembocadura del río. Aunque quedamos en que sería en la tarde, y ya está pasando el mediodía. Debería irme ya, así puedo regresar pronto y no causaré problemas.
Aren caminó rápidamente para irse, pero Einar lo detuvo: –Nos queda de paso; vayamos todos juntos allá.
El príncipe pensó por unos segundos y asintió: –Creo que es una buena solución. Iré por mi caballo y avisaré a mis guardias.
Salió rápidamente del salón. Engla dijo: –Debo informar que nos ausentaremos, pero dígame cuántos días estaremos en su reino.
El rey respondió: –Sólo quince días.
–Hmm, será la ausencia más larga de mi reinado.
Einar se quedó callado. No quería decir algo malo, pero tampoco se le ocurría nada agradable, así que el silencio era su mejor opción.
La reina le hizo una reverencia y salió del salón para buscar a Erik. Probablemente no le agradaría saber estas noticias, pero tampoco pensaba dejarlo a cargo, sobre todo cuando él también tenía que regresar a su país.
No tardó en encontrarlo, pues lo escuchó discutiendo con otra persona, y entró a la pieza donde el rey de Heland acababa de desenfundar su espada y la apuntó hacia el príncipe Abel, que apenas había tocado la empuñadura de su arma, por lo que estaba en desventaja. Pero al ver llegar a Engla, en seguida se calmaron (o algo así).
Ella suspiró y dijo: –No tengo tiempo para preguntar por qué se estaban peleando. Abel, tendrás que sustituirme por dos semanas.
Los dos se sorprendieron mucho: –¿A dónde vas? Si apenas llegaste.
–El rey Einar vino, necesita que Aren vaya al reino de los selkies, y yo también voy. Como Erik debe volver a Heland mañana, te toca a tí, Abel.
Ellos se miraron uno al otro mientras la reina salía de la habitación, sin dar otra explicación. Tras unos segundos en silencio, el príncipe dijo: –En ese caso, deberíamos dejar nuestra discusión para otro momento.
El rey contestó: –Me parece que sería mejor terminar con esto de una vez.
Abel resopló y afirmó: –Tal vez tengas razón. Prefiero dejar la noche para otros asuntos. Sin embargo, no puedo cambiar de opinión acerca de esto, es algo muy importante para la estabilidad de todos los reinos del norte del continente.
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Mientras Erik y Abel intentaban ponerse de acuerdo, Aren y Engla salieron del castillo junto al rey Einar para viajar a aquel reino.
Aunque el soberano llevaba a sus guardias, el príncipe había podido convencer a Nilsa y Helge para que también fueran con ellos. Los humanos viajaban en caballos, siguiendo a los selkies, que aunque iban caminando, avanzaban rápidamente. Cruzaron el territorio habitado y llegaron al bosque, por lo que no debían tardar en alcanzar el delta del río.
La reina se acercó a su hijo, y le preguntó: –¿Qué es lo que querías decirme antes sobre tu amigo?
Aren titubeó antes de responder: –Él es quien me rescató. La verdad aún no es tal cual un amigo, sólo me cae bien, pero nuestra situación se volvió un poquito extraña porque él cree estar enamorado de mí. Y yo me reí cuando lo dijo porque pensé que era broma, pero creo que herí sus sentimientos, así que no estoy seguro de qué hacer ahora, si es que vuelve a buscarme.
–Ya veo. En ese caso, debes disculparte por reírte de él, pero también explícale por qué no puedes corresponderle. Estoy segura de que lo comprenderá, sobre todo si es verdad que te ama – contestó Engla.
El muchacho sonrió y asintió: –Lo haré. Gracias, mamá.
Engla le devolvió la sonrisa y acarició su cabeza. Continuaron avanzando por el bosque, pero de repente, unas flechas volaron entre los árboles, una de ellas hiriendo a uno de los selkies, por suerte no de gravedad, pero estaba claro que el grupo había caído en una emboscada.
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