Capítulo 8
PRESENTE 8
Me alegra reportar que esta vez no llego a parar a un hospital. La organización del evento transcurre durante el resto del mes sin contratiempo. Sí, la compañía que habíamos contratado para las comidas nos cancela a última hora, pero mi mamá tiene una amiga con su propio servicio de comida gourmet y lo solucionamos rápido. Por otro lado, Amy y su secuaz se entretienen bastante con un ahora ex empleado al que le consiguieron fotos picantes en el celular del trabajo, y temporalmente se olvidan de mí.
Con todo eso, los rumores pendejos del supuesto triángulo amoroso entre Josh, Carter y yo, finalmente pasan a segundo plano.
Total, aquí voy en un bus con como cincuenta empleados, flanqueado de otros dos buses igual de repletos, hacia un resort que conseguimos a súper buen precio justo antes de cruzar hacia el Key Largo.
—Vamos a pasarla bien, no importa lo que hagan las dos buitres —dice Davina junto a mí.
—Uf, si ya la estamos pasando buenísimo porque vienen en otro bus. —Mis hombros se sacuden con una risa bajita.
—Sí, pero no te confíes. Acuérdate de lo que te hicieron el año pasado.
Ah, sí. Cómo olvidarlo.
Ya era hacia el final del día y estábamos recogiendo. Ese evento fue en Miami mismo, en un centro de entretenimiento con canchas de todos los deportes, pista de go karting, y demás juegos. El salón de conferencia había quedado patas pa' arriba después del discurso de cierre que dio Carter, y los organizadores nos dispusimos a limpiarlo.
Pues tan responsable soy, que ni cuenta me di de que todo el mundo se había ido sin mí. También nos habíamos transportado en buses alquilados y tuve que pedir un Uber por mi cuenta.
Se lo cargué a la compañía, así que tampoco es que fue grave. Y aparte no estuvo mal irme sola a casa después de todo un día de corre corre. O lo que es más, de semanas de mucho trabajo.
—Bueh. —Aleteo con la mano—. No fue grave. Peor fue el año anterior.
Me refiero a cuando sí llegué a dar al hospital. Davina frunce toda la cara al acordarse.
—Parece que los eventos de la compañía no son tu mejor momento.
—No me pongas nerviosa. —Me persino por si a las moscas.
Nada malo ocurre. Al bus no se le espicha un caucho. Al conductor no le da un yeyo repentino. Llegamos a destino como si nada. Lo único malo es que Amy y Lauren también lo hacen, pero nada en este mundo es perfecto.
Davina y yo somos las primeras en bajar del bus, que es lo que pasa cuando te tienes que sentar justo detrás del conductor para arriar a todos los gatos. A cada persona le asignamos un color y un número al azar porque van a haber eventos en parejas y en equipos. Estoy en ese plan cuando se planta alguien junto a mí.
—Hola.
Como su presencia no interfiere con mi tarea, lo saludo sin fastidio.
—Hola, Josh. ¿Cómo están los ánimos para el día?
—Muy altos, quiero ver si agarro a tu jefe para hablar con él.
Le echo una mirada de reojo. Tiene el cabello recién cortado y creo que lleva lentes nuevos. La chemise de la compañía le queda muy bien, y se ve más amigable en jeans que cuando lleva traje de vestir y corbata. Creo que eso es normal. Los trajes de vestir son para intimidar. El problema es que Josh no intimida mucho. Es brillante y dedicado, pero con todo y que practica artes marciales me es imposible imaginarlo rompiendo un plato.
Por todo eso, me parece tan extraño el pleito que ha tenido con Carter.
—¿Siguen peleados? —pregunto para confirmar.
Levanta una mano para frotar la parte de atrás de su cuello.
—Este...
—Suena a que sí. —Río por lo bajito. Se están portando como si todavía estuvieran en la universidad.
Una empleada se baja del bus y nos echa una mirada de esas con disimulo nivel menos cien. Yo le sonrío como si nada y le doy su pendejo número y color. Tengo ganas enormes de buscar un rincón tranquilo mientras todo el mundo esté en una actividad, cerrar los ojos y relajar mi cara. Es una ladilla tener que estar todo el día sonriendo como una payasa solo porque soy la asistente del CEO.
—Lo admito —Josh suspira—, no hemos podido tener una conversación normal desde lo del ascensor.
Termino de entregar los perolitos al último en bajarse, y le hago gesto a Josh de que me siga.
—No me digas que hay que encerrarlos en un cuarto hasta que se arreglen.
—Creo que nos mataríamos.
—¿Por qué? —Pestañeo con confusión—. No es la primera vez que están en desacuerdo.
—Es que esta vez es grande. —Se mete las manos en los bolsillos—. Va mucho más allá de un producto nuevo. Se trata de que...
—Ya va. —Levanto mi mano y me pongo de puntillas. En efecto, Davina me está haciendo señas de que me necesita—. Perdona, Josh. Creo que tengo que ayudar a Davina. ¿Terminamos la conversación después?
Él asiente enseguida, y su expresión contiene alivio. Solo por eso me entra curiosidad, pero Davina empieza a gritar mi nombre sin que le importen las miradas.
—¿Quéééééé? —Mi voz sale como la de mis sobrinos cuando están a punto de hacer berrinche.
—Que me dicen las buitres y Frank que tenemos números impares.
—Primero, me encanta que Frank sea mencionado aparte —comento con una risa.
—Él es un buen muchacho al que debemos salvar de la mala junta. —Davina aprieta los labios para no reírse con las ganas que se le notan.
—Segundo —continúo cruzándome de brazos para mayor drama—, ¿de verdad hacía falta gritar por esto? Es muy sencillo. Yo me quedo sola a echarme una siesta.
—¿Y si yo soy la que quiere tener paz y calma?
Entrecierro los ojos. Ella hace lo mismo.
—Hagamos piedra, papel, y tijera —sugiero de una vez poniendo mi mano en posición.
—¡Un, dos, tres! —Davina pierde la ronda y enseguida dice—: Dos de tres.
—Fine. —Me pongo en posición otra vez y... gano el segundo también—. ¡Yes, baby! Me voy a echar una siesta que te va a dar una cochina envidia.
—Ya la tengo —refunfuña, arrugando su carita perfectamente maquillada a pesar de que va a ser un día de intensa actividad física.
Entrelazo mi brazo con el de ella. Le llamamos la atención a algunos del grupo que se habían quedado atrás, y los arriamos hacia la parte de atrás del resort.
El sitio es bien bonito, una mega mansión de esas que salen en revistas caras, y parecen sacadas de una máquina del tiempo. Tiene unas columnas imponentes que flanquean una puerta el doble de ancha y de larga de unas normales. Creo que cada ventana corresponde a una habitación, y en la página web decía que hay como cuarenta. No me imagino tener que limpiar toda esta vaina.
Más impresionantes son los jardines. Tengo conocimientos nulos sobre plantas, solo puedo reconocer si algo es verde y frondoso, o si las flores son bonitas. En este caso las respuestas son sí, sí, y sí también. Cierro los ojos e inhalo el aire fresco y húmedo de la mañana temprana.
Quién tuviera una hamaca de esas como las hacen las guajiras y la pudiera guindar debajo de unas matas de estas con el sonido de las olas del mar en el fondo.
Nos unimos al grupo y Lauren está montada en un pequeño muelle junto a los que contratamos para el evento de kayaking. Este es uno de esos eventos que son en pares, y se supone que son para desarrollar confianza con un colega de otro departamento. Para esto eran los números. Asignamos los departamentos a un mismo bus, pero emparejamos a los individuos con alguien del otro bus. Somos unos genios.
—Cuando se me ocurrió esta idea, mi enfoque era en mejorar la colaboración entre departamentos, y también conocer a alguien nuevo —Lauren dice con una sonrisa dirigida hacia mí.
Respiro profundo. La idea se nos ocurrió a todos. Yo fui la que dije por qué encajaría bien. Pero ella con mucho gusto se roba todo el crédito.
Al menos Frank me lanza una mirada de congoja, así como de que esta mujer le da pena ajena. Yo le devuelvo el gesto.
—La mato —masculla Davina entre los dientes.
—No vale la pena. Sería mucho reguero —le devuelvo.
—Bueno, después de eso te mereces la siesta. Disfrútala. —Me da un abrazo y, como los demás, parte en busca de su asignado.
Eso. Que Lauren se vanaglorie todo lo que quiera. Yo finalmente me voy a relajar.
—Señorita, ¿dónde está su pareja? —Uno de los que trabaja para el servicio de kayaks mira a mi alrededor, como si por arte de magia fuera a aparecer otra persona.
El pobre no sabe que si le contestara de verdad, la respuesta sería un poquito mórbida. «Lo asesinaron hace catorce años».
—No tengo, vinimos en números impares. Pero como soy una de los organizadores, me voy a quedar aquí. —Señalo hacia una silla de playa que está solita y en busca de compañía—. ¿Puedo?
—Sí, claro. Si no le importa mi compañía. —Aquí es donde se pone medio complicado el asunto, porque me lanza una sonrisa de un millón de dólares y no puede evitar echarme un vistazo un poco demasiado amigable.
Es un chamo lindo... pero como diez años más joven que yo. ¿No ve que soy un vejestorio en comparación? A menos que sean de esos que les gustan mayores.
—Ja ja. —Mi risa sale totalmente incómoda. Miro a mis lados, casi deseando que aparezca alguien con quién me pueda emparejar y así escaparme de este bebé.
—Valentina.
Se me pone la carne de gallina.
Giro sobre mis talones y helo aquí, nada más y nada menos que mi jefe. Camina hacia mí desde el frente del hotel como si acabara de llegar.
Abro y cierro los ojos. ¿No lo había visto bajarse de un bus? Sé que no estaba entre esos últimos que Davina y yo condujimos hacia aquí. Me parto el cráneo pensando y... la verdad no recuerdo haberlo visto cuando estábamos ordenando a los departamentos para montarnos en el bus.
—¿Te dejamos atrás? —Las palabras salen como un chillido ante darme cuenta de que soy la peor asistente del mundo.
—No. Le dije a Frank que venía aparte porque tenía una emergencia. —Carter vacía todo el aire de sus pulmones mientras atraviesa el último estrecho hacia mí—. Tuve que devolverme a buscar al delincuente de mi hijo, que se escapó de la escuela para ir a un McDonald's.
Pestañeo rápido.
—¿Y por qué no me dijiste a mí?
—Es que justo estaba hablando con Frank por el teléfono del trabajo cuando me llamaron al privado de la escuela —contesta ya a un paso de mí.
—¿Y por qué no me enteré?
—Yo que sé, güera. Ni que estuviéramos fusionados a la cadera.
—¿Es su par, señorita? —vuelve a preguntar el bebé en pañales este.
—Sí —responde Carter con confianza antes de mirarme otra vez—. ¿Para qué?
—Para lanzarnos en parapente sobre un campo minado.
Una de las cejas de Carter se levanta lentamente. Parece halar de la esquina de sus labios a la vez.
—¿Ah, sí?
—Para kayak en parejas —anuncia el pendejo este que contratamos por hoy.
—Pero yo me voy a quedar aquí a descansar así que... —Obviamente Carter no me deja terminar la frase.
—No, ¡qué va! A kayakear se ha dicho. —Mi jefe me agarra por el codo y me arrastra a mi terrible final.
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