Capítulo 6
PRESENTE 6
—Nahhh —susurro por lo bajito.
Paso la página del reporte de los de compras sobre diferentes proveedores que estamos evaluando para el evento anual de la compañía. Mis ojos vuelven a desviarse sobre las hojas.
Las paredes de cristal que dividen mi oficina de la de Carter están claras, con lo que puedo verlo claramente. Lleva cuarenta minutos en una reunión virtual, así que tiene puestos audífonos y gracias a eso recorre toda su oficina de arriba a abajo. Es una reunión de esas animadas, y a cada rato mueve las manos en el aire como si las otras personas pudieran ver sus gestos. En este instante, está parado frente a la ventana observando la vista llena de rascacielos de metal y cielo azul de Brickell.
En cambio, yo me lleno la vista de él como una misma acosadora. Pero no porque me lo esté buceando, sino que ando buscando signos sobre lo que aseguran Bárbara y Dayana.
En todo este rato, no me ha mirado ni una sola vez. Eso comprueba mi teoría de que no tiene sentimientos hacia mí. En mi experiencia cuando un hombre está empepado con una, no la deja de mirar.
El problema es que si les digo que lo confirmé después de observarlo por mucho rato, van a pensar que la que tiene sentimientos soy yo y eso tampoco es cierto.
Carter es como un mal necesario, alguien que si no hubiera conocido en el trabajo, me resultaría totalmente X. No tengo nada en contra de los padres solteros y viudos, pero sí en contra de los ladillas que se portan como niños chiquitos con tonterías. Este es un macho vernáculo que le tiene fobia al brócoli y que tiene que pagarle a un asesor de moda para que le escoja la ropa porque sino se pondría franelas, chores y Crocs todos los días.
O dicho en resumen, es demasiado Florida man.
Respingo ante una notificación en mi laptop. Es un recordatorio de una reunión que tengo en quince minutos. Al ver el título se me escapa un gemido de queja.
Los asistentes ejecutivos somos los responsables de organizar el evento de la compañía, y la reunión es el seguimiento semanal. Ya estamos a un mes del asunto y aquí es donde normalmente se ponen los ánimos caldeados. No conforme con eso, la vaina es tan compleja de organizar que es la razón directa de por qué hace dos años me desmayé en el trabajo pal carajo. Mis ganas de ir pa' esta guebonada son menos cien.
Me apuro revisando el reporte porque precisamente de esto es que tengo que actualizar a los demás. Justo cuando estoy terminando de tomar notas en mi iPad, se abre la puerta de la oficina.
—Valentina. —Levanto la cabeza. Carter apoya un hombro contra el marco de la puerta.
—Carter —devuelvo mientras pestañeo. Sus labios tiemblan pero contiene la sonrisa.
—¿Trajiste almuerzo?
Normalmente sí. Mi mamá y yo vivimos juntas y en afán por ahorrar, nos turnamos cocinar cada día. Pero ayer ella tuvo una cita con un vecino y yo no quise moverme del sofá, así que nadie hizo nada más allá que cotufas en el microondas.
Sí, soy consciente de todas las ironías ahí.
—No. ¿Por qué?
—Ah bueno, almorcemos juntos. —No suena como una orden pero tampoco como una pregunta. A este es el punto al que hemos llegado. Y como la cosa aplica en las dos direcciones, le contesto con muy poca elegancia.
—'Ta bien, pero tú pagas.
—Órale. —Con la misma se regresa a su oficina, y ahí me doy cuenta de que seguía en la reunión porque se acomoda los audífonos y le sigue hablando al éter como si nada.
Sacudo mi cabeza. Quisiera decirle a mis amigas: ¿ven? Aquí no hay nada que ver.
Agarro mis macundales y meto todo en un folio de esos de cuero todos fancy. Después de una bocanada de aire profundo, me aventuro fuera de mi cajita de cristal segura.
Quizás ya se le pasó la pendejera a la gente porque al fin no me echan miradas raras en el camino. Llego al salón de reunión sin rollo, y me siento en un puesto cualquiera. Una vez cometí el error de tomar las silla a la cabeza de la mesa, y Lauren se pasó toda la reunión haciendo comentarios cizañeros de que me las daba de líder solo por ser la asistonta del CEO. Sus palabras, no las mías.
Los demás empiezan a llegar casi dos segundos después de que saco mi iPad. El primero es Frank, asistente de operaciones. Luego Lauren, que lamentablemente es la asistente de Josh aunque él no se merece eso. Después Davina, la de finanzas, y ella se sienta justo al lado mío donde podemos intercambiar pensamientos con los ojos porque a las dos nos cae malísimo Lauren.
Y de último entra Amy.
Davina me echa la primera mirada del día. Leo que significa «¿y ésta qué hace aquí?». Levanto mis hombros sutilmente en respuesta.
—¿Ya estamos todos? —pregunta Amy, tomando el puesto de honor.
—Este, sí... —Frank tiene la decencia de mostrar la misma confusión que yo siento—. ¿Pensé que esta reunión era solo para nosotros cuatro?
—Sentí que sería buena idea involucrar a R.R.H.H. desde el principio —contesta la pendeja de Lauren.
Inhalo profundo y lo dejo salir suave y lentamente, como me decía uno de mis terapeutas hace años. No ofrezco reacción alguna más allá de esto.
—Procedan como si nada. Pretendan que no estoy aquí. —Amy ofrece lo que yo llamo una sonrisa Miami, de esas que han sido enderezadas a perfección y tan blanqueadas que prácticamente son ultravioletas.
Davina bufa por lo bajito y yo le doy un manotazo en la pierna para que se quede quieta.
—Eso es imposible. —Lauren ríe y aletea una mano como queriendo decir que el chiste fue tonto.
Lo fue. Si Amy fuera una buena persona, aún así sería imposible no notar que alguien de R.R.H.H. está en la habitación.
—Okay. —Frank se aclara la garganta y teclea en su iPad—. Aquí les envío los sitios que he seleccionado. Mi favorito es el de Dry Tortugas National Park.
Echo un vistazo y como era de esperarse, es la opción más cara. Sí, el resort es la vaina más espectacular que he visto, y Bolting Consulting está podrida en dinero, pero si a uno se le olvida que una empresa está para ganar dinero y no para gastarlo, todo se puede ir al caño rápido.
—Mi jefa no va a aprobar esto —señala Davina enseguida—. No es costo-efectivo.
—Lamentablemente estoy de acuerdo. —Suspiro.
—Por supuesto que lo estás —murmura Lauren, como si mi amistad con Davina fuera un crimen pero ella si puede tirarle sonrisitas a su amigui de recursos humanos.
—Me encanta la ubicación, pero me parece un precedente peligroso. El año que viene los empleados esperarán un sitio aún mejor —remato, ignorando el comentario por completo.
Al pobre Frank se le caen los hombros.
—Entonces, ¿nos vamos por el de los Everglades?
Las demás chequeamos las siguientes opciones hasta que damos con un resort en los Everglades que es la opción más económica. Ya por ahí vamos bien. Pero después de ver los detalles, parece un antro de mala muerte.
—Este... —Hago un sonido con la garganta—. ¿No hay más opciones?
—Pobre Frank. —Lauren le da una palmada en el hombro—. Tanto trabajo que puso para seleccionar estas opciones, solo para que otros lo menosprecien todo.
—Valentina —Amy dice, pronunciando mi nombre con esas vocales híbridas típicas del inglés—, tienes que ser más team player.
—Te tomo el feedback —añado como si nada—, pero soy tan buena jugadora en equipo que me preocupa que no haya suficiente dinero para el bono navideño si lo gastamos todo en este evento.
—¿De verdad crees que la empresa no va a hacer nada de ganancias de aquí a navidad? —Lauren se ríe.
—Claro que sí, pero sino, estaríamos en la banca rota y a todos nos despedirían. Y ahí lamentaríamos haber gastado tanto dinero en este evento porque nuestros paquetes de despido serían muy bajos. —Sonrío plácidamente como si no estuviera hablando de algo tan aterrador. A mi lado, Davina se ahoga con las ganas de reírse.
—Tienes razón, voy a seguir buscando opciones —dice Frank.
—Y rápido, porque ya el evento está en la punta de la nariz —agrega Davina con mucho menos tacto que yo, pero Lauren y Amy no se la comen.
—¿Será que posponemos la fecha? —musita Amy.
Sé que debiera dejar mi boca cerrada, pero no puedo evitar dar mi opinión. Es la abogada en mí.
—La fecha ya está anunciada a los empleados. Además, como el evento es en octubre y es en temporada baja, dudo que tengamos problemas para conseguir una reserva. —Volteo mi atención hacia el asistente más joven—. Dime si te hace falta ayuda, por favor. Con gusto me ofrezco para asistirte.
—Qué magnánima, lo lanzas al suelo y luego le das la mano.
La mano le voy a dar pero en su cara si sigue con la guebonada.
Davina sacude su cabeza, recordándome que éste no es el sitio adecuado para un berrinche. Por lo menos porque la mesa está de por medio entre Lauren y yo.
—Este... gracias, Valentina. —Frank sonríe con algo de incertidumbre, como oliendo las ganas de pleito en el aire.
—Mandas mucho pero, ¿dónde está tu update? —Amy curvea sus labios agrandados por maquillaje artísticamente aplicado en lo que creo que debe ser una sonrisa pero sale más como una mueca.
—El servicio de catering ya está re... —No logro ni terminar la palabra cuando Amy interrumpe.
—¿Te aseguraste de considerar las restricciones alimenticias de cada empleado?
—Sí. —Asiento con confianza—. Personalmente he confirmado las necesidades alimenticias de los ciento cincuenta y tres empleados.
—A mí no me preguntaste —frunce el ceño.
—No, porque sé que eres pescatarian —contesto, refiriéndome a lo que ella le ha gritado a la los cuatro vientos de que solo come verduras de la tierra, y todo lo que se mueva en el mar.
—¿Y tú? —Davina le lanza la pregunta a Lauren.
—Los elementos de marketing y comunicaciones están listos. Yo se los pasé por correo esta mañana. —Qué chimbo que Lauren también viene preparada.
—Los vi, pero también se pasan del presupuesto —Davina refuta con una sonrisa.
No logro disfrutar la forma en la que la cara de Lauren se pone roja como un semáforo. Mi celular vibra sobre la mesa y cuando lo levanto, veo un mensaje de texto del big boss.
«Ya tengo hambre».
«Estoy en reunión, escríbeme si es urgente y no para lloriquear».
«Sí es urgente, me estoy muriendo de hambre. ¿Quieres que tu jefecito, el que te paga el salario, caiga muerto en su escritorio mientras te espera?».
¿Carter inmaduro? Quién dijo.
Me debato si contestarle con sinceridad solo por un segundo, pero en realidad ya no me importa. Después de cinco años trabajando con este espécimen y sin que ninguno de los dos salga corriendo, ya nada importa.
«Mijo, yo no te doy lata cuando estás en reunión».
«Si te estuvieras muriendo de hambre sí que lo harías».
«No, porque siempre traigo comida».
«Hoy no. ¿Se te olvidó?».
Carajo. Es verdad que no se le pasa nada.
En eso mi estómago hace un rugido tipo león de la selva. Davina se da cuenta y me codea.
Lo bueno es que la conversación no ha parado. Lo malo es que Lauren y Amy tienen yo que sé qué tertulia, y me entran unas ganas enormes de escapar en este instante.
Mi celular vibra de nuevo. «Vamos, güerita».
No se diga más.
—Lo siento —interrumpo sin tregua—, Carter tiene una emergencia y debo irme.
—Tranquila, te envío mis notas si te hacen falta. —Davina sacude una mano despidiéndome. Le ofrezco el mismo gesto a ella y a Frank, y huyo apretando los labios para no sonreír.
Qué importa que sea un malcriado fastidioso, ¡qué viva Carter!
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