Capítulo 32
PRESENTE 32
Esto es una estafa. Cuando Dayana y Bárbara se ofrecieron a ayudarme a orquestrar una cita para Carter y yo, en un lugar seguro y donde no hubiera ni el mínimo chance de que nos consiga nadie del trabajo, jamás me hubiera imaginado que hubiera sido aquí. En un parque de diversiones en Orlando.
El problema en realidad no es la ubicación, a pesar de que el parque está copado de gente de costa a costa y que cueste caminar en línea recta. Sino que las desgraciadas y hasta mi hermana, nos lanzaron a casi todos sus hijos. Así que aquí andamos Carter y yo de niñeros de Cooper, Martina, Matías, Adriana, Amanda, y Samuel. Menos mal que al menos se quedaron con los recién nacidos, sino estaría llorando.
—A ver, conteo de cabezas —exclamo entre el bullicio de la gente y la música de las atracciones.
—¡Uno! —chilla Samuel con todo el entusiasmo del más chiquito de la tropa.
—Dos —masculla Matías con desgano.
—Tres. —Cooper suspira, resulta ser de los menores.
—Cuatro. —Martina le saca la lengua a su amigo.
—Cinco. —Amanda levanta la mano como si estuviera en el salón de clases.
—¿Qué hago aquí? —Adriana pone los ojos en blanco y yo le lanzo una mirada que la hace contestar de forma apropiada—. Seis.
—Siete. —Señalo hacia mí misma.
—Ocho, pero que conste que no soy un anciano —declara Carter mientras observa un mapa del parque—. ¿Quién se quiere montar en la montaña rusa más agresiva de todo el parque?
—¡Yoooo! —responden todos excepto yo.
—Nooo —termino yo por lo bajito.
Carter levanta sus ojos del mapa y me ofrece una sonrisa no apta para todo público.
¿Cómo es eso posible, preguntaría cualquiera? Porque es una de esas que muestra cuando está a punto de escandalizarme y hacerme ver estrellas.
—¡A la carga! —Me deja con una crisis existencial para arriar a los chamos hacia la siguiente atracción.
Yo voy detrás del grupo esta vez, sobretodo chequeando de que el más peque no se nos extravíe, pero en realidad voy anonadada. Esta cita ha estado llena de pequeños momentos así que me roban la respiración y sinceramente espero que todos los chamos todavía sean inocentes y no se estén dando cuenta de nada.
El primer momento así fue cuando estábamos pasando el chequeo de seguridad para entrar al parque. Uno de los guardias se dedicó con demasiado ahínco en mí hasta que Carter me agarro la mano y me haló hacia su costado.
—La estás escaneando tanto para clonarla, ¿o qué? —Su pregunta fue un poco a modo de broma, pero reconocí ese músculo saltón de su quijada.
Estoy demasiado desacostumbrada a que un hombre me proteja y me cele a la vez. Admito que me gustó.
Luego, íbamos caminando hacia una atracción para Samuel cuando de pronto siento su brazo halarme hacia su costado. Fue un instante antes de que un niñito se estrellara conmigo, cosa que resulta muy caballerosa de parte de Carter. Excepto que puso su mano en mi cadera de una forma posesiva y un poco subida de tono para la audiencia. Me dio una buena apretadita y un guiño de ojos antes de soltarme.
Obviamente después de eso, yo tenía que vengarme, y nada lo hace más fácil que el calor en el parque. No importa que sea febrero, estar rodeada de miles de personas lo hace sofocante. Así que mientras estábamos en una cola a otra atracción, y todos los niños estaban delante de nosotros, fue la ocasión perfecta para abanicarme con mi propia franela. Eso le mostró un poco de piel y ropa interior que lo hizo ahogarse. Con suerte pude ofrecerle una botella de agua del morral que llevo en la espalda.
Así ha transcurrido la mayor parte del día. Una miradita por aquí. Una agarradita por allá. Sobretodo cuando nos sentamos juntos en una atracción que es en total oscuridad. Eso fue un poco más que una agarradita.
—Adriana, quedas encargada del grupo —ordena Carter cuando llegamos a la entrada para la fila de la montaña rusa. Es una de esas que se va a tardar al menos una hora.
—¿Pero yo por qué? —Mi sobrina gime en fastidio.
—Porque ni Valentina ni yo nos vamos a montar y entonces para qué hacer la fila, ¿cierto?
Lo observo de reojo. ¿No se va a montar? Pero si en todo el vuelo desde Miami no paraba de hablar de esta montaña rusa.
—Fine —espeta Adriana antes de volverse a los peques—. Vamos, y el que no me siga no vuelve a ver a su familia nunca más porque yo no me voy a poner a buscar a nadie.
Qué dulce.
Pero parece funcionar, porque los otros cinco se le pegan detrás como velcro. Los observo hasta que entran a la fila e incluso otro rato, para asegurarme que nadie se escape. Sobretodo un tal Cooper y una tal Martina.
Eso me recuerda, este es el momento propicio para tener esa conversación. No la pude tener en noche vieja como había planeado porque... bueno, me ocupé demasiado con esto de comerme la boca de Carter, y todo. Y después de eso, cada día ha sido más anormal que el anterior y se me olvidó.
—Carter. —Giro sobre mis talones hasta quedar de frente a él—. ¿Has visto algo extraño entre Cooper y Martina?
—¿Cómo qué? —Desliza sus dedos entre los míos y agarra mi mano firmemente.
—A ver, son un chamo y una chama preadolescentes. ¿Qué crees?
—¿Ah? —Abre los ojos—. ¿Ya estamos en ese punto?
—Sí. Bárbara piensa que hay algo ahí. ¿Ya has tenido esa conversación con Cooper?
—No. —Frota su cara con la otra mano que le había quedado libre—. Pensé que todavía tenía unos años más.
—Pues me parece que no.
—Está bien, hablaré con él al volver a casa. —Me observa con detenimiento—. ¿Me quieres ayudar con esa conversación?
—¿Y yo por qué? —Bufo—. No soy su mamá.
—Pero vas a serlo.
Mi boca se abre.
—¡Carter! A penas estamos en nuestra primera cita. Cooper ni siquiera sabe que estamos empezando a salir juntos. Sería muy extraño si de pronto yo empiezo a explicarle sobre las abejas y las flores.
—¿Nadie te ha dicho que eres la flor más hermosa del jardín? —Carter desliza sus dedos por un mechón de mi cabello. Lo levanta para darle un beso como si estuviéramos filmando una película de los años mil ochocientos en Inglaterra.
—Concéntrate, hombre.
—No puedo, no sé cómo lo logré por años. —Le doy un empujón y atrapa mi otra mano en la suya—. Da igual que solo estemos estrenando las etiquetas de novio y novia, tú sabes que esto acaba en boda.
—¿Me estás proponiendo matrimonio? —Me carcajeo hasta que noto la seriedad en su mien—. Ya va, ¿es en serio?
—No estoy saliendo contigo a medias, si es lo que pensabas. —Levanta los hombros—. ¿Cuándo te quieres casar?
Balbuceo. Abro y cierro la boca. Exhalo.
Pero la verdad es que tampoco estoy metida en esto a medias. Si finalmente estoy dispuesta a arriesgar mi trabajo y mi reputación por este relación, no es para salir sola del otro lado. Y el asunto también es que si alguien vale ese posible sacrificio, es precisamente este hombre.
—No sé, ¿dentro de un año? —sugiero un poco mareada.
—Seis meses y ni un día más. —Carter sonríe como si estuviéramos solos.
—Te fumaste algo. —Sacudo la cabeza—. Eso es demasiado rápido.
—¿Y por qué? Nos conocemos desde hace años y sabemos mucho más el uno de la otra y viceversa que lo que se puede descubrir en cien citas.
Se acerca hasta que sus labios rozan con mi oreja, sus manos abandonan las mías para rodear mis caderas y deslizarse dentro de los bolsillos de atrás de mis jeans. Lo que quiere decir que está agarrando mi culo en público.
—Además —murmura con voz baja y gruesa—, soy una abeja adicta a tu miel.
Inhalo agudamente.
—¡Carter!
—Y sé que estás adicta a mi aguijón. —Tiene las cachazas de reírse.
—Ugh. —Escondo mi cara caliente como el sol en su pecho—. ¿Sabes qué? Creo que sí es buena idea que te ayude con la charla con Cooper. Si lo dejo en tus manos, quién sabe qué cochinadas le vas a decir.
—¿Yo? Yo soy el parangón de buen comportamiento. —Sube sus manos de mis bolsillos, pasándolas por debajo de mi franela, hasta conseguir mi piel.
—Sí, claro. —El sarcasmo es palpable en esas dos palabras—. Eres tan bien portado que vas a hacer que nos expulsen del parque por indecentes.
—Pero si solo estamos abrazados.
—No me refiero a ahora. —Me desquito metiendo mis manos en los bolsillos de atrás de sus caquis—. ¿Se te olvidó donde metiste tu mano hace dos atracciones?
—Ah, pero es que tenía frío. —Su pecho vibra con otra risa.
—Pues ahora parece que tienes demasiado calor. —Aclaro mi garganta y levanto mi cara—. Aprovechemos para comernos un helado mientras los chamos siguen en cola, y a ver si se te calma el aguijón.
Carter levanta una ceja pero se rinde.
—Buena idea. ¿Pero ahora cómo hago para caminar?
Tomo una bocanada de aire profunda.
—Ven detrás de mí, pues.
Así hacemos por una buena parte del trayecto. Carter agarra mi morral en su mano y va detrás de mí para disimular la situación. Pero en una esas noto a una mujer con su atención puesta muy fijamente en Carter, lo que me hace pensar que no se ha calmado en lo más mínimo. Y cuando volteo para advertirle, noto que es porque el muy descarado me está mirando el trasero con ganas. No tengo la culpa si se humilla él solo, y como a él tampoco parece importarle no digo nada.
Compramos dos conos de helado, chocolate para mí y fresa para él, y trazamos el camino de regreso hasta sentarnos en una banca. Mientras comemos, le envío un mensaje de texto a Adriana para saber cómo van y me contesta que falta media cola.
—Solo hay una cosa que tenemos que hacer antes de poder casarnos.
—¿Qué? —contesto más en sorpresa que en curiosidad. Estoy sentada contra su costado, con su brazo sobre mis hombros, lo que me da una vista interesante de sus labios prácticamente besando su helado. No es un lamedor ni un mordelón, aparentemente.
—Tenemos que decirle a Cooper que estamos saliendo y ver cómo reacciona. No es como que tenga que pedirle permiso, pero sí quiero introducirle la idea con gentileza.
—Pues... claro. Pero la introducción a esa idea no puede ser cuando vayamos a hablarle de las abejas y las flores.
—¿No? —Baja su cara para darme una mirada picantoza—. ¿Sino cómo más le explicamos cuando te quedes a dormir en casa? ¿Pyjamada adulta?
—No me voy a quedar a dormir en tu casa hasta que nos casemos.
—¿Y en dónde vamos a tener las pyjamadas adultas? —Levanta las dos cejas.
—Ya se verá.
—Valentina, no me tortures así porque no sabes lo que pueda pasar.
—¿Cómo qué? —Le doy una buena lamida a mi helado.
—Que un día en el trabajo puedo nublar el vidrio de mi oficina y acostarte sobre mi escritorio. Subir tu falda y...
Golpeo su muslo de piedra.
—Ya capté la idea. Para.
—¿Te gustó? —Sonríe.
—Sí, ¿pero quién dijo que yo sería la que esté acostada en el escritorio? —Carter entrecierra los ojos para intentar imaginárselo y sacudo mi mano—. El punto es que no puede pasar nada de eso en la oficina. En tu casa tampoco porque no me parece correcto para Cooper. Y obviamente en la mía tampoco porque vivo con mi madre.
—¿Y entonces? —Su helado se ha empezado a derretir pero nada parece ser más importante que lo que yo conteste.
—Será que tenemos que esperar.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta que nos casemos.
—Y si vamos a un hotel o...
—Carter, te recuerdo que vives con tu hijo y yo con mi madre. ¿Con qué excusa les sacamos el cuerpo?
—Bueno, a veces Cooper se queda con sus abuelos de un lado o del otro. ¿Qué tal ahí? Digo... —Mueve las piernas como con incomodidad—. Sino me vas a matar antes de que nos logremos casar.
—Vas a estar bien, eres niño grande. —Estrecho mis labios en una pequeña sonrisa que sé que lo está torturando.
—No. —Aprieta los labios y frunce el ceño—. Ahora que sé cómo sabes, es imposible no querer más. ¿No te debieras sentir igual por mí?
—Hmm... Bueno, lo admito. También te quiero saborear todos los días. —Me estiro para pasar mi lengua por sus labios sabor a fresa—. Justo así.
—Mierda —murmura Carter contra mis labios—. Tienes razón una noche aquí y otra por allá no son suficientes. ¿Tres meses?
—¿Para qué?
—Para casarnos, güera. —Levanta su brazo que estaba sobre mis hombros e inserta su mano entre mi cabello. Agarra un puñado y hala suavemente para controlar el ángulo de mi cabeza. Su boca desciende sobre la mía y no sé cómo no nos botan del parque por este beso.
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