Capítulo 2
PRESENTE 2
—¿Acaso te las das de estrella porno?
La repentina voz de Lauren Smith tiene un efecto parecido al de un relámpago. No me afecta tanto como un trueno, pero sí me obliga a cerrar los ojos y contar hasta diez para centrarme.
Lentamente me yergo de nuevo. Estaba apoyada contra la fotocopiadora con un brazo mientras insertaba una nueva resma de papel en la bandeja con la mano libre. Cuando la enfrento, su cara oscurece más ante mi sonrisa Colgate.
—Hola, colega. ¿A qué se debe tal pregunta? —Mi voz está modulada a perfección porque con todo y que Lauren sea una abusadora y hater, no me va a agarrar comportándome como ella ni una vez. Sobretodo porque la de recursos humanos es su uña y mugre.
No sé cuál de las dos es la uña y cuál la mugre. Por mí, las dos son mugre. Pero bueno.
Ella hace ochos en el aire con su dedo, como apuntando a todo mi cuerpo a la vez. Su labio se levanta en gesto de asco.
—Es que vestida así y agachada como estabas, mostrando todo el trasero a quien pase por aquí, lo que estás es queriendo llamar la atención.
Inclino mi cabeza para observar mi atuendo de forma algo exagerada. Llevo una blusa holgada en color negro, metida en la cintura alta de mi falda tipo lápiz, también negra. El dobladillo me llega a media pantorrilla. Y hasta llevo medias panty para que mi piel no esté desnuda.
—¿Tan conservadoras se visten las estrellas porno? Es que como yo no veo ese tipo de películas no sabría decirlo. —Levanto mis hombros.
Lauren aprieta la quijada de una forma muy tipo novela mexicana de los noventas. Me pregunto si no le duele.
La fotocopiadora hace un ruido y en la pantalla indica que finalmente detecta el nuevo papel. Vuelvo a pasar mi credencial por el escáner junto a la pantalla y reanudo la impresión de los documentos que me pidió mi jefe. Que es también el jefe de Lauren... y el de toda la compañía, porque fue quién la fundó.
El problema es que Lauren no supera el hecho de que no la promovieron a ella como asistente personal del CEO hace cinco años, cuando la asistente original se jubiló. En su lugar me contrataron a mí, que venía de ser recepcionista en una oficina dental. Yo no sabía nada de startups o de aplicaciones aparte de las que uso en mi celular. No tengo estudios en negocios ni sé hablar más de dos idiomas. Así que ella, que sí tenía conocimientos de todo eso, se metió en la cabeza que la razón fue que seduje a Carter Bolton, fundador y CEO de Bolton Consulting, que para ese entonces ya estaba viudo.
Si ella supiera que la razón por la que me contrató fue porque mi primera impresión de Carter fue paupérrima y le menté la madre en plena entrevista, ella pensaría que estoy mintiendo.
Y es que Carter buscaba a alguien que pudiera ver a través de su encanto y mantenerlo en línea, cosa que es básicamente dos trabajos de tiempo completo pero para una sola persona. Si no me pagara tan bien ya me hubiera ido.
Bueno, eso sí es mentira. Me encanta estar ocupada.
Y casi termina mi impresión pero desafortunadamente Lauren sigue aquí. Recuesta su cadera contra el estante a lo largo de la pared y levanta su nariz.
—Pues yo tampoco, pero si alguien sabe tentar es una estrella porno, ¿no? Y eso es lo que estás haciendo tú con esas poses.
—¿Acaso te estoy tentando? —Coloco mi mano sobre mi pecho con delicadeza.
—Eres una...
—Ay, ya mi impresión terminó. Que tengas un lindo día. —Le ofrezco una sonrisa Miss Venezuela, de esas que son hermosas pero entrenadas, y me largo.
La dejo refunfuñando todo lo que quiera. Si tuviéramos a alguien de R.R.H.H. normal reportaría a Lauren por acoso sexual, que eso es lo que es esto. Ella no tiene por qué andar comentando ni pío sobre mi cuerpo ni cómo me visto, sobretodo cuando nadie más se ha quejado porque no hay razón. Primero porque soy una profesional. Y segundo porque lo de mostrar lo que mi mamá me dio se quedó en mi época universitaria. Ahora si pudiera ir a todos lados en sweater y pantalón de pijama lo haría, pero no... porque soy una profesional.
Paso mi mano por mi cabello mientras atravieso la oficina de regreso hacia mi escritorio. Con lo de trabajar desde la casa algunos días a la semana ya no se ve la planta repleta de gente como antes, pero para mí es mejor. Me concentro más en mi trabajo y también tengo que ofrecer menos sonrisas falsas al día.
Hay un pequeño pero elegante lobby antes del área del CEO, flanqueado por unas plantas altas que necesitan un poco más de agua. Hago una nota mental de regarlas durante mi hora de almuerzo. Mis zapatillas son relativamente silenciosas contra el piso de mármol pulido. Al pasar los dos sofás para espera de huéspedes está una gran puerta de cristal, alta como el tamaño de dos puertas normales, y detrás de ella está mi pequeña oficina.
Mi escritorio de pequeño no tiene nada, y aunque está bastante lleno de peroles, tengo un sistema de organización infalible. Un archivador para documentos de viaje, otro para documentos de compra. Uno específico para los contratos en curso con todas sus versiones. Otra con propuestas de ventas para Carter. En la repisa contigua lo mismo, pero datando de los cinco años en que he trabajado aquí. Porque no importa qué tan digitales seamos en una empresa consultora cuyos únicos productos son aplicaciones, siempre hay documentos por todos lados.
Doy la vuelta a mi escritorio y archivo los papeles aún tibios de la impresión en su respectivo archivador. Propuestas de ventas. Aprobación del jefe pendiente.
Justo cuando voy a poner mi aparentemente tentadora retaguardia en mi asiento, el dichoso jefe me envía un mensaje por Slack pidiéndome que pase por su oficina. Giro mi cabeza. Lo que divide mi espacio de su oficina es una pared también de cristal que él puede tornar opaca con solo apretar un botón. En este momento está translúcida, y lo observo leer algo en el monitor de su computadora con detenimiento. Espero que sea lo que me pidió el jefe de tecnología para que Carter lo revise.
Golpeteo la puerta de vidrio con mis nudillos y Carter menea sus dedos para que entre.
—Necesito tu ayuda —dice antes de que yo pueda si quiera abrir la boca.
—Para eso estoy aquí y lo sabes.
Sus labios tiemblan pero ahoga la sonrisa antes de que nazca. Finalmente despega sus ojos de gato, con irises casi amarillos, de la pantalla y se inclina hacia atrás.
—Necesito que me des tu opinión sobre estas opciones —comenta en español claro y raspado, porque su madre es mexicana.
—Este... —Rasco mi cabeza con la mayor elegancia posible—. A ver, he aprendido mucho durance estos cinco años, pero no podría aconsejarte sobre la nueva aplicación que están desarrollando. Aquí el que estudió ingeniería en MIT eres tú.
El Massachusetts Institute of Technology es una de las universidades más importantes del mundo. Yo solo fui a LUZ... La Universidad del Zulia, que la conocemos en mi casa y ya.
Carter entrecierra los ojos. El ladeo de su cabeza hace que un mechón de su cabello color cobre caiga sobre su frente, que se frunce en confusión.
—Si no es sobre la propuesta de tecnología, ¿entonces de qué va esto?
—Pues de esto.
No tengo más remedio que acercarme a su escritorio y me consigo nada más y nada menos que con la página web de Swarovski. Específicamente con la sección de los zarcillos.
—Ah, con que ya llegó la hora... —murmuro en voz baja mientras sacudo la cabeza—. ¿Y ahora cuál es la excusa?
—No es una excusa. —Se cruza de brazos y su camisa a botón lucha con no reventarse ante la tensión de sus músculos—. Ella dijo que no quiere tener hijos y qué lástima pero no me quiero deshacer del mío, aunque me saque de quicio a diario.
Cooper, el hijo de Carter y su difunta esposa, tiene doce años y ya está firmemente en la edad de contradecir a su padre en todo lo que pueda. Francamente me hace la competencia, porque a cada rato tengo que decirle a Carter que no puede hacer lo que quiere.
Le lanzo una mirada de esas juzgonas.
—¿No habíamos quedado en que ibas a hacer esto fuera de horas de trabajo?
—Pero si nunca dejo de trabajar. Además, tú tienes buen ojo. —Vuelve a señalar a la pantalla—. ¿Cuál de los aretes dice «se te van a ver bien en tu primera cita con otro viejo»?
Ahogo una risa con una tos.
—Creo que este par. —Señalo a unas argollas con cristales de colores—. Como es alegre te va a ayudar a que la ruptura sea amigable. Y como no es de colores neutros, no se puede engañar a sí misma de que serían los pendientes perfectos para su boda contigo.
Los dos ejemplos pasaron en la vida real con arrejuntes previos de Carter. Unos zarcillos pequeños y sencillos le ganaron una bofetada por tacaño departe de una caza fortunas. Otro par muy lindo que era plateado y con flores de cristal transparente, hicieron a otra pensar en que eran una propuesta de matrimonio no tradicional. Con los dos cuentos me carcajeé tanto que Carter casi me tuvo que llevar al hospital porque me faltaba el oxígeno.
Y que conste, ambos casos ocurrieron con elecciones de zarcillos de Carter. Cuando los elijo yo, todo sale bien.
—Listo. ¿Qué me haría yo sin ti, Valentina? —Carter pone una sonrisa de esas medio sardónica.
—Tú y toda la empresa serían un caos.
—No lo niego.
—¿Algo más? ¿O me hiciste levantarme de mi silla para hablar de algo que no tiene nada que ver con la empresa?
—Pero si nunca te lograste sentar. —Se ríe por lo bajito.
Me doy la vuelta con tanto impulso que mi cabello se enrolla alrededor de mi torso por un instante. Intento arreglarlo mientras camino hacia la puerta.
—Que la próxima llamada sí sea por algo laboral.
—Sí, jefa. Lo que usted diga, jefa.
Le lanzo una mirada de pocos amigos sobre mi hombro.
A veces me cuesta creer que este payaso medio holgazán haya armado un imperio mil millonario de consultoría de negocios, pero así son las cosas. Cuando de verdad se enfoca es que se nota que el tipo es un genio y un tiburón a la vez.
—Enfócate, Carter —le recuerdo por primera, y seguro no última, vez en el día.
Me saluda a lo militar, aunque todavía con su mueca de diversión a mi costa. El día que una mujer al fin lo logre enganchar será dichoso, porque no solo alguien más compartirá mi carga de hacerlo portarse bien, pero entonces también la cuerda de mamarrachas de la oficina dejarán de tenerme envidia. Ojalá que la siguiente candidata sea la propia.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro