Capítulo 17
PRESENTE 17
Musito por un momento. Carter no tiene tapujos respecto a hablar sobre sus citas, aunque obviamente no revela detalles porque es un caballero. Pero yo nunca he hablado mucho sobre mi vida amorosa. Ha sido fácil porque no tengo ninguna en el presente, y la del pasado es tan deprimente que nunca la he querido traer a colación ni cuando él me ha mostrado algo de curiosidad.
Me hubiera gustado seguir así, excepto que ya le empecé a contar a Cooper. Ellos podrán tener una relación medio tensa pero viven bajo el mismo techo, así que dudo que Cooper sea capaz de mantener mis secretos.
—Vamos a la sala, necesito sentarme para lo demás —ordeno y de una vez me mudo a la poltrona donde Matías estaba jugando videojuegos.
Uno a uno, los demás también se desplazan. Martina toma la esquina del sofá que está más cerca de mí, al lado de ella se sienta Cooper y Matías en la otra esquina. Carter se aposenta en la poltrona opuesta. Levanta una pierna para asentar su tobillo sobre la otra rodilla y se acomoda contra el respaldo. Se le notan ganas de echarme vaina pero rapidito se le van a quitar cuando termine el relato.
—Quedamos en lo de la encuesta, ¿no? —Acomodo mis manos sobre mis piernas.
—Aja.
—Pues al principio yo no le quería ni dar los buenos días. Teníamos que recorrer toda la facultad...
—Qué es la...
—El campus —contesto a la pregunta que no le dejo terminar a Cooper—. Y bueno, una cosa llevó a la otra...
—Tía. —Martina me pone cara de pocos amigos.
Suspiro.
—Okay, no quería admitir esto pero la verdad es que... —Todos menos Matías se inclinan hacia adelante—. Él olía muy bien. Y tenía la voz muy bonita.
El sol se inmiscuye entre las cortinas y decide reubicarse a mi cara. Así de caliente se siente. El rango de expresiones de la audiencia me hace avergonzarme aún más.
Martina pega un chillido de la emoción y le da golpecitos en el brazo a Cooper. Por su lado, él arquea como si estuviera a punto de vomitar. Matías arruga la nariz como si algo oliera mal. El pendejo de mi jefe aprieta un puño contra la boca para contener la risa. También tiene la cara roja y los ojos llorosos. Así de difícil es pretender que no está aquí.
Hola, mi nombre es Valentina Machado y tengo debilidad por los hombres con voz sexy y olor delicioso. Desafortunadamente mi jefe entra en esa categoría.
Bueno, su voz a veces me saca la piedra. Sobretodo cuando la usa para intentar librarse del trabajo de una forma u otra. O cuando menciona cierta marca de joyería.
—El problema no fue ese, sino que en una de esas íbamos caminando hacia unos salones de clase y me trastabillé con un hueco en la acera. —¿Cómo olvidar el descuido de mi universidad? Huecos en las aceras, pupitres sin tornillos, baños que no servían. Sacudo mi cabeza y continúo—: Justo antes de que me comiera el pavimento, Gustavo me atrapó en sus brazos como un superhéroe.
Así era él, en resumidas cuentas. Mi héroe, en más de una forma.
—¿Y ahí fue? —Carter pregunta.
—¿No y que eras invisible?
Se pasa los dedos por los labios como si estuviera cerrando un cierre.
Me muevo, intentando aumentar mi nivel de confort físico aunque la incomodidad es por dentro.
—Y no, no fue necesariamente ahí. Pero si fue un momento que se me quedó en la mente por varias semanas. Y luego una amiga me contó que había oído a Gustavo y a Rubén peleando por lo imbécil que era Rubén, y empecé a pensar que quizás Gustavo no era tan malo.
—¿Quién es Rubén? —susurra Carter hacia Matías como si eso lo absolviera del trato.
—El primer novio de tía Valentina, que era el mejor amigo de Gustavo —responde mi sobrino con vos aburrida.
—Ah.
Pasaron muchas cosas de por medio, pero no son ni la mitad de divertidas que los cuentos de Bárbara o Dayana, y mucho menos que la épica aventura de Valeria y Salomón, así que me las salto.
—Fue como el semestre siguiente durante otra rumba...
—Es decir, una fiesta —añade Cooper hacia su padre.
—Roger that. —Carter saluda también como soldado. Debe ser él quién me pegó el gesto.
Le agradezco al cielo por la pausa porque casi vuelvo a poner la torta.
Gustavo no era un baboso como Rubén y yo ya estaba menos presta a jueguitos con los chamos. Pero si describiera lo que de verdad pasó mientras Gustavo y yo bailamos, sería too much para los peques.
Es que a veces no hay ni que bailar pegado para que alguien se le meta a uno por debajo de la piel.
Yo no sabía sino hasta que él me lo admitió mucho después, pero a esas alturas ya Gustavo estaba enamorado de mí. Yo solo me sentía prisionera por sus ojos mientras nuestros cuerpos se movían al ritmo de una balada suave. Si cierro los ojos todavía puedo verlo en mi mente. Sus grandes y cálidas manos firmes en mi cadera. Esos ojos oscuros fijos en los míos, escrutando como si pudiera conseguir alguna pista de que le podría dar la bienvenida a algún avance. Y ese aroma a chamo sexy y limpio que le nubla la mente a cualquiera.
Cuando abro los ojos, Carter me está mirando fijamente.
Por un instante siento como si mi corazón dejara de latir.
Así. Esta es la forma en la que Gustavo me observaba esa noche.
Desvío mi atención hacia el sofá y me enfoco en mi sobrina, que es la más segura de esta audiencia. La única que no me va a hacer morir de vergüenza.
—¿Y entonces? ¿Lo besaste? —Martina se arrima hacia el borde del asiento.
—No. Pero fue la primera vez que me dieron ganas —admito—. Todavía no estaba lista para tener nada con nadie. Y mucho menos con el mejor amigo de mi ex.
—¿Y cómo fue que se enamoraron?
—Al siguiente semestre —contesto—. Gustavo y Rubén dejaron de ser amigos y creo que eso fue lo que me impulsó a aceptar mis sentimientos por Gustavo.
—O sea, ¿se pelearon por tí?
—No. —Suspiro tal como lo he hecho por años cada vez que su madre o Dayana me echan vaina con lo mismo—. Quizás fui parte de la razón, pero simplemente Gustavo se hartó de compartir tiempo con alguien que cada vez se comportaba peor.
Lo dejo hasta ahí porque tengo cero ganas de contarles sobre cómo Rubén embarazó a una chama y luego no reconoció al hijo, porque le iba a arruinar las posibilidades de seguir acostándose con quien quisiera indiscriminadamente. De la que me salvé.
—Gustavo y yo fuimos novios por eso de dos años —continúo con voz un poco queda—. A veces se necesitan muchos años para conocer a alguien. Para saber si de verdad es alguien que vale la pena. Pero desde el instante en que le di una oportunidad lo supe. Gustavo era el amor de mi vida.
Inhalo profundo y enfoco la mirada en el rasgado estratégico a la rodilla de mis jeans. Pestañeo rápido para que mis ojos no tengan oportunidad de aguarse.
—Nos faltaban dos años para graduarnos de la universidad cuando me propuso matrimonio. Dije que sí sin dudarlo. No había forma de que quisiera pasar el resto de mi vida con otra persona.
El único ruido en la casa es el leve zumbido de la unidad del aire acondicionado, y el ocasional ronroneo de la nevera. No me atrevo a levantar la mirada. Creo que todos saben que esto no acaba bien, y por alguna razón quiero seguir contándolo pero sin mirar las expresiones de lástima que puedan haber en sus caras.
—El único defecto de Gustavo es que era parte del centro de estudiantes. —Hago una pausa para tragar grueso—. Es que... en la carrera de derecho en Venezuela todo es muy político. Muchísimos abogados entran en la política nacional, son ministros o diputados y demás. Y ya en esa época estaba todo muy polarizado.
Aprieto las manos hasta que me tiemblan. El dolor de mis uñas encajándose en mis manos me mantiene centrada en el presente.
—Y bueno, Gustavo era uno de esos soñadores que quería hacer una diferencia. Él tenía una bondad que desbordaba por los poros y los demás lo notaban con mucho más facilidad que yo al principio —río con amargura.
Rubén era objetivamente mucho más apuesto, y eso me cegó por más de un año. Por su parte, Gustavo tenía una luz interior que... no sé, eso era suficiente para atraer a la gente a pesar de que no era Mister Venezuela. Cómo lamento haber desperdiciado el tiempo extra que pudimos haber tenido.
—Total, ya casi cuando terminábamos la carrera, él se lanzó como candidato para representante estudiantil ante el rectorado. Era el cargo político más alto al que los estudiantes podían aspirar y... bueno, la política no es exactamente justa allá.
Subconscientemente levanto una mano para secar una lágrima que rueda por mi mejilla. Inhalo agudamente y levanto la mirada hacia el techo, como si eso pudiera hacer que no caiga ninguna otra. Pero las lágrimas ruedan hacia mi pelo.
—Gustavo no me dijo nunca que había hecho enemigos. Me enteré después de su funeral.
A alguien le silba el aire entre los dientes.
—Tía... —Siento la manito de Martina en mi rodilla—. No tienes que decir nada más.
Asiento, aún sin tener el valor de mirarla a los ojos. O a los demás.
—Perdón por arruinar el humor. —Intento sonreír pero no puedo.
Sin advertencia, mi sobrina se levanta de su puesto y cierra sus brazos alrededor de mi cuello. Mi cara queda magullada contra su hombro huesudo pero le devuelvo el abrazo.
—Terminen de hacer la tarea, ¿bueno? —Le doy palmadas a su espalda.
Martina se separa. Sus ojos están aguados y sus mejillas rojas, pero asiente.
—Vamos, Cooper.
El chamo se levanta sin más ni más y la sigue a la cocina. Se instalan de nuevo en sus asientos en silencio.
—Voy a mi cuarto —anuncia Matías agarrando su Nintendo Switch y se levanta del sofá. Lo sigo con la mirada hasta que desaparece subiendo las escaleras.
Un ruido junto a mí me llama la atención. Carter se ha mudado al asiento que dejó Martina y al sentarse, su rodilla choca con la mía. Ya no queda traza de hilaridad en su expresión. De hecho, se parece al Carter que enfrenta llamadas de negocio difíciles donde la gente se grita las unas a las otras.
—¿Estás bien?
—No —respondo con sinceridad.
—¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor?
—Nada. —Levanto los hombros.
—¿Te traigo una galleta?
Bufo suavemente.
—No, pero gracias.
Carter pasa una mano por su pelo y la baja hacia su nuca.
—Hay mucho más detrás de ese final abrupto de tu historia, ¿cierto? —Cuando no digo nada, él añade—: ¿Tiene algo que ver con los ataques de pánico que te dan a veces? ¿Esos de los que no me quieres decir nada?
Me inclino hacia atrás hasta reposar mi cabeza contra el espaldar de la poltrona. Soy incapaz de verbalizar alguna respuesta en este momento.
Carter se acerca hacia adelante y por un momento creo que va a hacer como Valentina y poner su mano sobre mi rodilla, pero en vez de eso apoya sus codos sobre las suyas y me observa en silencio. Su quijada está tan apretada que le salta ese músculo que típicamente aparece cuando está disgustado, aunque no sé qué razón podría tener para sentirse así.
Finalmente abre la boca para hablar, pero otra voz se le adelanta.
—¿Señorita Valentina? —Desvío la atención hacia Cooper, quién aparece detrás de su padre sigilosamente—. Me gustaría pedirle un favor.
¿Ah?
Sospecho que Martina tiene algo que ver con esto por la forma en la que evalúa la situación con plena atención desde la cocina. Pero no tengo idea de qué se traen.
—Dime. —Consigo la mirada de su padre pero él parece igual de confundido.
—En la escuela nos han pedido que nuestras madres horneen galletas y pasteles para la beneficencia de navidad y... —Cooper cambia su peso de un pie al otro, moviendo una mano como si quisiera acelerar sus propias palabras—. Como todos saben, no tengo mamá.
Los ojos de Carter se agrandan otra vez.
—Cooper, no puedes pedirle algo así a la señorita Valentina de pronto.
—Pero si hizo unas galletas muy buenas tan rápido.
Detrás de él, Martina junta sus manitos rápidamente en aplausos silenciosos.
Ya entiendo. Están intentando distraerme de mi tristeza. Eso me molesta enormemente cuando viene de mi hermana o mis amigas, pero estos dos repollos son inocentes. No tengo derecho a molestarme con ellos.
—Está bien.
Carter voltea la cabeza hacia mí tan rápido que no sé cómo no se marea.
—¿Qué?
—¿Cuándo las necesitas? —le pregunto a Cooper.
—Bueno es que... se supone que las debemos hacer juntos. Y tiene que ser el fin de semana que viene. —Aprieta sus labios para contener una sonrisa.
—Cooper... —Carter usa su voz de papá, profunda y llena de amenaza. Me pone la piel de gallina, pero no porque le tenga miedo—. La señorita Valentina seguro tiene planes.
—Ahí estaré. —Esta vez sí ignoro a mi jefe como me aseguró que podía hacer.
—¡Muchas gracias! —Cooper se da la vuelta y regresa a la cocina a chocar su mano con la de Martina.
Señalo hacia él para que Carter lo vea bien.
—Eso es lo que puedes hacer para hacerme sentir mejor —comento como si todavía estuviéramos en ese punto de la conversación—. Mírale la alegría a Cooper. ¿Cuándo fue la última vez que lo viste así?
—Hace años —balbucea Carter frunciendo el ceño—. ¿Eso qué tiene que ver contigo?
—Necesito estar ocupada todo el tiempo, sino me pongo a pensar en lo que le pasó a Gustavo y me deprimo. Por eso trabajo una cantidad bestial de horas en la empresa —admito por primera vez.
—Pensé que era porque te agradaba mucho tu jefe.
—Para nada. —Sonrío para que sepa que es en broma.
Carter hace algo que nunca le había visto. Muerde su labio.
—¿Segura?
De pronto no. Pero no quiero defraudar a los niños. Por eso les conté la historia, resumida y sin los detalles más espeluznantes.
—Sí. —Levanto el mentón, desafiante aunque no sé por qué.
—Entonces nos vemos en mi casa el finde que viene. —Carter se pasa la mano por el mentón y el roce rasposo contra su corto bello facial me envía electricidad por la espina.
Caigo en el veinte, como dice Carter.
Voy a su casa. A verlo en su entorno más cómodo. Si la visión repentina de él en franela y jeans me hizo doblar las rodillas, ¿qué carajo me va a pasar cuando lo vea más cómodo todavía?
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