Capítulo 14
PRESENTE 14
—Esto es pura pachanga en esta empresa. —Sacudo la cabeza con pena ajena—. ¿En qué momento se trabaja de verdad?
Davina bufa, totalmente consciente de que es todo en broma y nada en serio. Ninguna de las dos reemplazaría la organización de la fiesta de navidad por cosas como procesar facturas o planificar eventos que no involucren o alcohol o comida gratis, o preferiblemente los dos.
—Que no se te olvide que después del año nuevo tenemos que trabajar en la conferencia de emprendedores. —Davina se ríe ante mi expresión.
—Mierda, se me había olvidado. Mejor nos concentramos primero en salir de esta antes de entrar a la otra.
Apoyo mi codo contra el mostrador que le sirve de barrera a su escritorio y me ladeo para echarle otro vistazo al pasillo. A unos quince metros o algo así hay un escritorio igual al de Davina, pero le pertenece a Lauren. La susodicha lleva al menos veinte minutos encerrada en la oficina de su jefe, y ni ella ni Josh han siquiera asomado las narices.
—Y hablando de entrar —comento como si ese hubiera sido el tema importante de la conversación—, ¿crees que algún día pueda entrar a la oficina de Josh?
—La verdad no lo sé. —Davina me hace un gesto con la mano de que me acerque y lo hago—. Esos dos han estado muy raritos últimamente, pero a diferencia de Lauren, yo no soy una corre ve y dile.
—Pero a mí sí me vas a contar, ¿verdad?
—Por supuesto —responde ella—, el problema es que no sé qué pasa.
—¿Y entonces qué es lo raro, pues?
—Bueno, tú sabes cómo es esto de ser asistente personal de un ejecutivo. Es más lo que una tiene que ser niñera del jefe, y por eso pasamos mucho tiempo juntos.
Asiento. Por eso la gente se hace historias en la cabeza y le dan lata a una con cierto jefe que sí, es muy atractivo, pero que nada que ver.
La pausa de Davina se extiende. Ella chequea el pasillo de lado a lado, e incluso se asegura de que su propia jefa esté bien ocupadita todavía.
—El asunto es que yo los veo como que están pasando más tiempo juntos de lo normal.
—¿Cómo?
—Hoy ya van dos veces que se encierran en la oficina de Josh por un buen rato —remata con los dientes pelados en una mueca de incomodidad.
—Pero eso no quiere decir nada —siseo casi a la defensiva. Unas cuantas personas a través de los años han hecho comentarios así cuando Carter y yo nos encerramos en su oficina a discutir agenda, por ejemplo. A veces eso se tarda forever y es algo totalmente inocente.
—Eso yo lo sé, pero nosotras no nos encerramos con nuestros jefes varias veces al día y salimos llorando algunas veces y otras sonrojadas y con las miradas perdidas.
—¡Davina!
—Es verdad. —Levanta las manos a modo de inocencia.
—Ya va, si fuera lo que estás pensando, ¿por qué saldría llorando?
—Yo que sé. Por eso te digo que es raro todo el asunto. Y más raro aún es que nadie esté hablando al respecto, si tú sabes que los amoríos con jefes son prohibidos.
—Eso huele a Amy. —Toda mi cara se frunce.
—No me extrañaría que le estuviera encubriendo el secreto a la mejor amiga.
—Total, no sabemos si la cosa sea un jujú o qué. No debiéramos elucubrar.
—Pero no tengo ganas de trabajar. —Davina gime en fastidio y sacude los hombros como niña chiquita a punto de berrinche—. Ayer estuvimos hasta tarde con el cierre de mes y de verdad me quiero ir a mi casa.
Mi reloj indica que son pasadas las cuatro de la tarde.
—Aguanta al menos media hora más. Tú puedes.
—Querrás decir, yo y mis veinte tazas de café podemos.
Mi risilla se corta en seco cuando finalmente se abre la puerta de la oficina de Josh y sale Lauren.
Davina tiene razón. Ahí hay gato encerrado.
Lauren lleva una falda muy ajustada, y se corre una mano por la cadera para estirarla hacia abajo. Con la otra mano se peina el cabello suelto. Creo haberla visto con un moño en la mañana. Rodea el mostrador de su escritorio hasta sentarse de nuevo, y como estoy de pie y hacia un lado, tengo total campo de visión para observar como levanta un espejo de su escritorio, inspecciona su maquillaje, y toma un tubo de pintalabios para reaplicárselo.
Lentamente, como si fuera una muñeca animada en una película de terror, volteo hacia Davina.
—¿Viste? —Su voz es muy bajita, acorde a la gravedad del asunto—. Estoy noventa y nueve punto nueve por ciento segura de que esos dos andan haciendo cochinadas en la oficina de Josh.
—¡Davina! —Uso su nombre como un reclamo pero también en un tono muy bajo.
—Te apuesto diez dólares a que le vas a ver algún vestigio sospechoso a Josh cuando entres en su oficina.
—Ew, por favor no me pongas esas imágenes mentales en la cabeza. —Hago una pausa—. Veinte dólares.
—Hecho.
Nos damos las manos y recojo mi iPad. Estiro mi espalda y me enrumbo hacia la oficina del CTO. Al acercarme, mis ojos se mantienen clavados en Lauren. Ella se pasa un papelito por el borde inferior de los labios para remover el exceso de labial rojo.
—Buenas tardes, ¿Josh tiene unos minutos?
Sus ojos parecen cortar el aire hasta que se posan sobre mí, igual de agudos.
—¿Para qué lo quieres ver?
«Para no es tu peo», quisiera decirle.
Pero al final de cuentas, las asistentes somos un filtro para proteger el tiempo de nuestros jefes. Entiendo que sea selectiva, pero carajo, cuándo va a aprender modales esta mujer.
—Necesito que firme el alquiler del local para la fiesta de navidad. Dijimos que lo iba a absorber su centro de costos, ¿no? —Pongo una sonrisa de esas que le hacen pensar a la gente que soy incapaz de un ataque de temperamento.
Esta taimada me mira de arriba a abajo, como si quisiera buscar defectos en mis zapatillas negras, mis pantalones negros de corte ancho, o mi blusa de tonos gris y también ancha.
—Envíame la factura a mí y yo me encargo.
—Me comprometí con el proveedor a tenerles la orden de compra autorizada esta misma tarde, así que me gustaría hacerlo yo misma para no afectar la credibilidad de la empresa. —Otra mueca de concursante de belleza.
Lauren levanta un labio como con asco.
—Está bien, pero apúrate porque tiene una reunión en diez minutos.
La que se debió apurar fue ella entonces.
—Gracias —contesto en vez de lo que de verdad querría decir.
Por si a las moscas, toco la puerta de la oficina de Josh y espero a oír su voz antes de pasar.
Por culpa de Davina, esperaba alguna prueba de algo indebido junto con entrar. No sé, un escritorio desordenado, o a Josh acomodándose la ropa. En vez de eso, lo consigo con la cabeza en sus manos como si no tuviera fuerza para sostenerse a sí mismo. Y no en plan de que está exhausto después de... ajem. Sus hombros tiene una curva de derrota profunda.
—Josh, ¿te pasa algo?
Levanta la cabeza de golpe. Se le ve un poco pálido y sorprendido.
—Yo... este... No. —Sacude la cabeza—. Sí, pero es complicado. ¿Podríamos hablar literalmente de cualquier otra cosa?
—Supongo que sí. —Doy unos pasos a tientas hasta llegar a su escritorio. Despierto mi iPad y se lo ofrezco—. Necesito que me firmes la orden de compra para el local.
—¿La fiesta de navidad, no? —Estira la mano para recibir el dispositivo y revisar la información—. ¿De verdad tenemos que hacerla este año?
—Sí, la navidad es todos los años —contesto con algo de sarcasmo que le hace sonreír a medias—. ¿Qué tienes en contra de la navidad ahora?
—No es en contra de la navidad, es en contra del muérdago.
Pestañeo.
Él pone su firma en el documento digital y me devuelve el aparato. Levanto una ceja.
—¿Qué?
—¿Qué te hizo el muérdago? —Pregunto de regreso y se hace una pausa muy larga.
—No es que me hizo algo —explica de forma poco convincente—, es lo que me puede hacer este año.
Todas mis alertas rojas se disparan en mi mente.
Puede que Davina tenga razón. Me parece que entre estos dos hay algo raro.
¿Será que Carter lo sabe y por eso han estado como perros y gatos? Ya sospechaba que era algo personal, y tendría sentido que sea esto. Josh ha estado intentando convencer a Carter de algo y el segundo no cede. Debe ser sobre cambiar los lineamientos de la compañía para que Josh y Lauren puedan salir juntos abiertamente.
—¿Tú y Lauren? ¿Muérdago el año pasado? —musito en voz alta, intentando no poner una mueca ante la imagen mental.
Josh intenta no mostrar reacción alguna, pero la inhalación aguda lo delata.
—Um...
Levanto una mano.
—No se diga más. Me aseguraré de que no haya ni una sola ramita en todo el local.
—Bueno, ahora eso no es lo que me preocupa más. —Arruga la cara como un niño a punto de ser regañado.
—Esta es la razón del pleito con Carter, ¿no?
—Escuché que te graduaste de abogada en tu país, pero creo que nos mentiste y en realidad fuiste detective, ¿verdad?
—Voy a pretender como que no sé nada porque tengo cero ganas de asomarme en el radar de Amy, pero Josh —pauso para regalarle una expresión de what the ef—, ¿cómo se te ocurre?
Suelta una exhalación que vuelve a derretirle la espina hasta que solo sostiene la cabeza con sus manos.
—No me juzgues, también te puede pasar.
—¡Qué va! —Bufo—. Soy demasiado pobre como para saltarme lineamientos de la compañía.
—No me refería a eso y lo sabes. —Tiene las bolas de reírse.
—Estás jugando con fuego, Josh. Y para que sepas, no soy la única que ha unido los puntos.
—Lo sé. Carter me dio un ultimatum. —Se enseria de nuevo—. Yo no es que me puedo ir de la compañía así como así. Y tampoco voy a hacer que Lauren pierda su trabajo por mí.
Mierda.
Siempre he sabido que Carter es una persona justa, pero de alguna forma pensé que haría alguna excepción por su mejor amigo. Quizás por eso han estado tan de malas estos últimos meses.
—Valentina, te lo digo como amigo... no te enamores de Carter, y no pongan muérdago en la fiesta de navidad de este año, ¿okay?
Pongo cara de que tengo asco.
—Gracias por el consejo que no me hace falta.
—O al menos disimulen más que Lauren y yo, no sé.
—Bueno, te dejo para que sigas en tu espiral de culpa y angustia. —Giro sobre mis talones y me encamino hacia la puerta, dejando atrás la risa irónica de Josh.
Afuera, Lauren me hecha una mirada de pocos amigos. Ni que yo le fuera a robar al macho. Aunque seguro cree que sí, porque siempre ha pensado que le robé el puesto. Capaz que ahora que está liada con Josh piensa que si ella fuera la asistente de Carter, todo sería perfecto.
Sape gato. Los dejo atrás con su drama. Para mi fortuna, Davina no está en su escritorio y así no me va a acribillar sobre qué descubrí en mi incursión en territorio semi hostil. Parece que me hizo caso y se fue temprano de la oficina.
Llego a la mía y me tropiezo con mis propios pies. Los cristales entre la oficina de Carter y la mía están claros y él está plantado frente a las ventanas, que lo ponen de lado hacia a mí. Tiene puestos los audífonos mientras habla en una reunión remota, y se está enrollando las mangas de la camisa. Un mechón de su cabello cae sobre su cara en un arco que brilla como el ámbar contra el sol de la tarde. Y los músculos de su antebrazo flexionan al trabajar en una forma que no debiera ser apta para la oficina. Lo peor de todo es que desde aquí distingo las gruesas cuerdas de sus venas.
Mi pulso también se tropieza consigo mismo.
—Cálmate, Valentina —me digo a mí misma. El hecho de que Carter es apuesto es tan claro como que el cielo es azul. No es lo suficiente como para que la advertencia de Josh se vuelva una profecía.
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