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2. Catalyst Cafe, Holborn. 5:50 pm



Su primer impulso luego de asegurarse de que Marguerite iba camino a The Globe fue ir y ahogar su mal humor en un pub, pero al final declinó su intención y prefirió entrar al café.

Rhys bebía en silencio de la taza que, un minuto antes, la castañita guapa de jeans y cola de caballo había depositado en su mesa. Esperaba su orden de sándwich, patatas y salchichas y se planteaba seriamente pedir una cerveza para acompañarlas. La realidad era que la noticia del presunto suicidio de su cliente lo había enervado por completo: deseaba más que nada llegar a su solitaria casa en Pimlico y beberse las dos botellas de whisky que, mansas, reposaban en la vitrina de su sala de estar. Suspiró con agotamiento y sacó de su portafolio un pequeño volumen, viejo y de hojas delgadísimas, que empezó a leer luego de montarse sus lentes de lectura sobre la afilada nariz.

―No me extraña verte taciturno, pero, ¿sin alcohol? ¡Por todos los demonios del infierno! ¿Qué rayos pasa contigo?

Rhys alzó la mirada hacia su desconocido interlocutor. Luego cerró los ojos con profundo fastidio y exhaló un suspiro largo, como preparándose a encarar una prueba por demás desagradable.

―Y yo que estaba seguro de que la tarde ya se había ido por completo a la mierda. Minos. Qué sorpresa tan horrible. ¿Gustas sentarte? ¿Qué te pido? ¿Café, cerveza, cicuta? Creo que me dejé el cianuro en mi otro chaleco, pero igual algo se podrá hacer al respecto...

El interpelado sonrió de oreja a oreja y se sentó. Llevaba el larguísimo cabello albino atado a la nuca y vestía jeans, camiseta negra de mangas largas y botas. Miró a Rhys con jovialidad, sin ira y sin dobles intenciones, y levantó una mano para llamar la atención de la mesera. Una vez que ella llegó, le dijo:

―Por favor, doble orden de lo mismo que ha pedido el caballero aquí presente.

La jovencita se retiró después de asentir y Minos concentró su atención en el joven rubio y elegante que, con cara de pocos amigos, se encontraba sentado delante de él.

―¿Doble? ¿El imbécil de Aiacos también está aquí? ―Minos soltó una carcajada fresca y ruidosa, genuinamente alegre y afirmó un par de veces con la cabeza. Rhys resopló y bebió un sorbo de su café―. ¿A qué rayos han venido? ¿Traen orden de matarme o qué?

―¿Qué? ―preguntó Minos con verdadera sorpresa reflejada en su rostro―. ¿Por qué querríamos matarte, estúpido? ¡Si somos amigos!

―¿Amigos? ―contestó Rhys con escepticismo―. No recuerdo nuestro trato amistoso, la verdad. Me acuerdo de ambos tratando de humillarme y de probar que eran mejores guerreros que yo. Si a eso le llamas amistad...

―Anda, pero qué rencoroso eres... ―en ese momento la mesera le llevó el café y se lo agradeció con una sonrisa plácida. La muchacha dejó a su lado el otro café solicitado y se retiró. Rhys, con un ánimo cada vez más volátil, levantó la taza para llevársela a los labios, pero pareció pensárselo mejor y la dejó otra vez sobre el platito―. Oye, tranquilo. Aunque no lo creas, no hemos venido para importunarte. No expresamente. Hay algunas cosas extraordinarias sucediendo y hemos venido a comunicártelas, para que no te tomen por sorpresa. Eso es todo, ¿vale?

Rhys escuchó el eco más o menos lejano de la puerta del establecimiento abriéndose y de unos pasos acercándose. Respiró profundo y esta vez dio un sorbo a su bebida. Un segundo después tuvo otra presencia manifestada a su lado.

―Siempre me pareciste un hombre elegante, hermano mío. Verte en este momento solo me lo confirma.

Aiacos, vestido con una tradicional daura-suruwal beige, se sentó a un lado de Minos y miró con franca simpatía a Rhys, quien le devolvió una mirada parca y fría. El joven nepalés, cuyo tupido cabello negro caía desordenado y libre por sus hombros, llevaba algunos paquetes entre las manos. Empezó a revisarlos uno por uno y a mostrárselos someramente a Minos, quién asentía con aprobación. Luego tomó un sorbo de su propio café, que paladeó con gusto, y pasó un paquetito a su interlocutor rubio. El joven lo volteó por todos lados, observando el papel estraza que lo envolvía, y miró interrogativo al nepalés.

―Ammh... ¿gracias? ¿Qué es?

―Es mustard ―dijo el nepalés con gran aplomo y una sonrisa prístina. Rhys lo miró con sorpresa.

―Ah... gracias. ¿French mustard? Supongo que la usaré para las patatas...

―¿Cómo dices? ―replicó Minos muerto de risa, mientras Aiacos lo miraba sin comprender el motivo de la hilaridad del joven albino―. Aiacos, eres un zoquete. Custard, no mustard.

―Pero eso dije, ¿no? ―replicó Aiacos con una sonrisa juguetona adornándole el rostro. Minos siguió botado de risa y Rhys, que los miraba desconcertado por la actitud de ambos, abrió el paquetito, que dejó al descubierto un ordenado conjunto de pastelitos apetitosos. El joven rubio se desternilló en una carcajada profunda y desenfrenada, que los otros dos corearon sin dudar. Luego de unos segundos en los que sus risas fueron el sonido dominante en aquel pequeño café, Rhys dijo:

―No tengo ni idea de por qué me están regalando repostería de mi tierra, pero gracias.

―Bueno, queríamos traerte alguna ofrenda de paz. Sabemos a la perfección que en el pasado no nos llevábamos lo que se dice bien, pero... el pasado ha quedado bien atrás, creo yo. Y no tenemos por qué extender rencillas imaginarias al presente, ¿no te parece? ―dijo Aiacos mientras recibía con una sonrisa encantadora a la mesera que les llevaba los tres platos con sándwiches, patatas y salchichas―. ¡Gracias, preciosa! ¡Luce delicioso! ―la chica sonrió con timidez, saludó con un asentimiento y se retiró. Aiacos aún la miró apreciativamente un momento para luego dedicar su atención plena al emparedado―. Por el Señor del Inframundo, pero qué hambre tengo...

―Prueba las salchichas ―dijo Rhys al tiempo que predicaba con el ejemplo y le aplicaba un mordisco a una de las que se encontraban en su plato―. En este lugar son deliciosas. Las elaboran con una receta de la casa ―observó como Minos y Aiacos seguían sus instrucciones y mordían cada uno las salchichas de sus respectivos platos y luego aprobaban en silencio. Rhys los miró con curiosidad, mientras apoyaba el mentón en su mano derecha y sostenía con la izquierda el tenedor con su vianda. Le pegó otro mordisco, masticó con parsimonia y dejó la salchicha junto al sándwich―. Bueno, ¿qué los trae a las divertidas tierras londinenses?

―La música, por supuesto. Quiero escuchar a los Beatles ―dijo Aiacos con convicción absoluta mientras seguía devorando sus salchichas. Rhys sonrió con picardía.

―Los Beatles ya no existen. Bien puedes escucharlos en Spotify.

―Entonces Queen ―replicó Minos con la boca llena de sándwich―. No salgas con que ya no existe: tres de ellos aún viven y dos todavía se presentan.

―Sí ―afirmó Rhys―, pero no con frecuencia y en definitiva no hoy.

―Teníamos deseos de verte ―dijo Aiacos engullendo su sándwich. La voz se le escuchaba pastosa y Rhys lo miró con divertido desagrado.

―¿Casi cinco años después de que terminó la Guerra Santa? ―preguntó con suspicacia el joven rubio. Mordió su sándwich y esperó por una respuesta.

―¿Dirás que tenías deseos de estrechar lazos con nosotros, zoquete? ―respondió divertido Minos mientras sostenía su emparedado con la zurda y la taza del café con la diestra―. No nos tratamos con amabilidad mientras estuvimos juntos, esa es la verdad. Y fue un error ―pegó un mordisco, masticó y continuó―. He pensado una y otra vez en nuestro desempeño durante la guerra y aunque es evidente que en el Inframundo llevábamos la ventaja por ser nuestro territorio, los Santos tenían algo que nosotros no: se respetaban unos a otros y eran cercanos. De algo debe haberles ayudado eso...

―¿Debimos, por consecuencia, haber sido amigos en aquel entonces? ―reviró Rhys, pensativo. Bebía su café lentamente. En efecto, el tiempo había pasado y se permitía por primera vez evaluar su relación con los dos hombres que comían delante de él. Los recordaba presuntuosos, violentos e impositivos. La imagen y actitud que en ese momento le ofrecían no tenía nada que ver con sus memorias―. Mitológicamente hablando, éramos algo así como hermanos, ¿no es así?

―Sí ―respondió Aiacos. ―Creo que debimos tratarnos con mayor confianza y respeto en aquella época. Me parece que igual habríamos perdido ―dijo en medio de una sonrisa juguetona que los otros dos imitaron ―, pero al menos hubiéramos partido con el sabor de la camaradería en el alma. En fin. Ya no se puede hacer nada... más que lo que hacemos ahora mismo ―dijo guiñándoles el ojo.

―Como no sabíamos si te gusta la repostería, te trajimos algunas otras cosas ―intervino Minos―. Mira, te compramos un juego de vasos para whisky...

―Caray, gracias... lo que siempre he querido ―respondió Rhys divertido al tiempo que recibía el paquete forrado en estraza y sonreía agradecido. Levantó la mano para captar la atención de la mesera―. Señorita, más café, por favor. Y luego stout para los tres ―la chica asintió. Rhys tomó el paquete de los pastelillos y empezó a repartirlos, ante la sorpresa de sus... amigos―. ¿Qué? ¿Pretenden que me coma yo solo estas delicias? No soy egoísta con los placeres sencillos.

―¿Y qué tal con los más refinados? ―respondió Aiacos mientras le entregaba el último paquetito, forrado en un bonito papel de seda color cielo. Sonreía de oreja a oreja cuando Rhys lo tomó y lo miró por todas partes. ―Yo mismo lo escogí en Charing Cross ―el hombre rubio empezó a retirar el envoltorio con parsimonia hasta que tuvo entre sus manos un precioso volumen antiguo. Una bella sonrisa iluminó su rostro y abrió con ceremonioso respeto el librito, mientras pasaba las páginas con delicadeza―. Te recuerdo recitando esta obra mientras bebías. Siempre estabas estresado, pero cuando recitabas parecías en paz con la vida.

―Sólo lo hacía para mí mismo, en privado ―dijo Rhys con una sonrisa al mismo tiempo torcida y soñadora―. No voy a preguntar cómo diablos me escuchaste porque es obvio que me espiabas... ―Aiacos mostró todos los dientes en una sonrisa encantadora y agitó la cabeza de arriba a abajo―. Es una edición muy bonita. En una ocasión estuve a punto de comprarla, pero... no era una persona muy optimista entonces y me pareció un desperdicio adquirirla, pues de todas formas estaba destinada a desaparecer. Justo esta noche planeaba ir a una representación de esta obra, pero las cosas no salieron muy bien...

―¿Quieres hablar de ello? ―preguntó Minos mientras daba cuenta de un custard y bebía un sorbo de café.

―No. No realmente. No hay mucho qué hacer.

―Puedes probar que el maldito esposo malnacido asesinó a la señora ―dijo Aiacos como si nada. Rhys se le quedó viendo, helado, y el nepalés se apresuró a aclarar―. Perdona, puedo avizorar lo que te traes en la cabeza. ¿Tú no puedes hacer lo mismo con nosotros?

―Sólo podemos hacer eso mientras estamos al servicio del Señor Hades... y durante la Guerra Santa nos negamos en redondo a hacerlo, por lo mal que nos tolerábamos... ―susurró Rhys, sin aliento.

―Ya lo sabemos ―agregó Minos con suavidad. Rhys palideció un poco―. Tranquilo, no vamos a ninguna guerra. Al menos no nosotros. Y nos abstendremos de husmear en tu mente si así lo deseas, no tenemos por qué hacer uso de todas las atribuciones que nos entrega Nuestro Señor. En los últimos tiempos han sucedido algunas cosas... imprevistas. El Señor Hades "firmó", por así decirlo, la paz con la dama Athena una vez que resurgieron de sus breves "muertes". Están en tregua. Probablemente para siempre. Si me lo preguntas, me parece bien que se haga así. A nadie le beneficia que nos estemos matando los unos a los otros en un bucle sin fin por una querella de voluntades, donde las de los dioses son las que menos importan. Con el tiempo los humanos nos autodestruiremos y fin de la cuestión. Cuando eso suceda, los dioses harán lo que deseen de este mundo...

―Pero ya que estamos hablando de esto, podemos explicarte por qué estamos aquí ―añadió Aiacos―. El Señor Hades se está preparando para formar un tribunal de dioses.

El joven rubio miró con profunda atención a sus dos interlocutores. Cerró los ojos, concentrándose en ellos, y trató de escudriñar sus mentes. Los dos hombres lo entendieron sin necesidad de palabras y le facilitaron la labor al no oponer resistencia alguna. Cuando Rhys abrió los ojos ambarinos, las espesas cejas se habían juntado en su frente de tal manera que le daban un aspecto severo y ríspido. La mirada se mostraba dura e implacable.

―¿Dioses del Norte? ¿La Dama del Invierno fue capaz de una bajeza semejante? ¿Entiende el ofendido hasta qué punto llega la gravedad del crimen del que fue objeto?

―No hemos hablado con el ofendido ―respondió Aiacos―. No sé si llegaremos a hablar con él. La dama Athena no ha pedido la intervención del Señor Hades. Todavía no. Pero creemos que sucederá. Si no de parte de ella, sí de sus Santos.

―Y por mi espíritu que tendrán razón ―intervino Minos―. No me sé capaz de juzgar a un dios. Pero sí una acción tan detestable como la que la Señora cometió.

―Nosotros no podemos juzgar a un dios ―dijo Rhys con llaneza. Guardó silencio mientras la mesera se acercaba con tres pintas de stout y dejaba un bowl con nueces diversas y trozos de chocolate en el centro de la mesa, al tiempo que retiraba los platos y tazas vacíos. Los tres hombres le sonrieron y la vieron alejarse―. No sin la supervisión de otro dios que funja como juez supremo.

―Ese sería nuestro Señor Hades ―intervino sin dudar Aiacos―. Sin embargo, hay una especie de acuerdo tácito que impide a dioses de distinto panteón interferir unos con otros...

―Ese acuerdo no se lo toma en serio nadie ―dijo Minos mientras mordía gustoso una nuez.

―Me encanta esta cerveza ―deslizó Aiacos ―, sabe a chocolate.

―Las nueces potencian el sabor, inténtalo ―respondió el rubio―. Nadie se toma en serio ese acuerdo, es cierto. Pero nuestro Señor y la mayoría de sus familiares sí. Lo más adecuado en este caso, y también lo más justo, es que un tribunal de dioses griegos y escandinavos se colijan para resolverlo. El viejo Bóreas pedirá formar parte de dicha liga, pero no sé hasta qué punto sea adecuado...

―Me parece que de parte de los nórdicos, Njord y sus hijos pedirán lo mismo. Pero, al igual que Bóreas con Acuario, ellos estarán muy involucrados emocionalmente con la Dama del Invierno. Por principios, debemos inhibirlos a todos, no deben formar parte del Tribunal ―dijo Minos.

― ¿Y qué me dicen de Athena? Ella sí que está involucrada hasta el alma en este asunto ―reflexionó el rubio―. Invadieron su Santuario sin que mediara una declaración formal de guerra. Se toma muy a pecho esta clase de acciones. ¿Le daremos a ella el derecho de intervenir?

―Es mi parecer que sí, aunque no como juez. Tal vez pueda defender a Acuario ―dijo Aiacos―. Si bien la Dama está envuelta profundamente en esta querella y podemos considerarla también la parte ofendida, es lo bastante sabia y fría para no permitirse una impiedad, una desmesura. Así haya sido nuestra enemiga, todos aquí sabemos que es honorable.

―La ofensa cometida contra Acuario no es la única ―dijo Minos―. Al momento de atentar contra él, la Señora del Invierno asesinó a una niña cuyo destino habría sido crucial para la resolución de la Guerra Santa que recién culminamos. La invasión al Santuario también puede considerarse un acto criminal, pues fue una extensión del ataque inicial al guardián del onceavo templo. En fin, si nos ponemos serios...

―...la lista de cargos imputables será larga ―concluyó Rhys―. Será una pesadilla. La cantidad de cargos por castigar, los intereses encontrados y las voluntades en pugna nos entorpecerán el trabajo enormemente. Sin contar con los actos lesivos que la inculpada pueda cometer en un arrebato vengativo. ¿Cómo haremos para detenerla y obligarla a someterse a la justicia? ―el joven guardó silencio solemne por un momento, para luego extender por su rostro una sonrisa torcida y fría―. Por el Señor del Inframundo, ¿qué estamos esperando? No puedo con la impaciencia de ajusticiar a ese monstruo, por muy diosa que sea...

Minos y Aiacos le dedicaron una sonrisa franca y amistosa a Rhys. Levantaron sus pintas en señal de saludo, que el joven rubio, feliz, correspondió.

―Qué gusto tenerte de nuevo con nosotros, Rhadamanthys ―dijo Aiacos, solemne―. Los Tres Jueces del Inframundo están reunidos, y si el Señor Hades lo permite, pronto impartiremos justicia.  



Aclaraciones


Pues aquí está el segundo capítulo (más bien breve) de este cuento y también la segunda actualización de la semana. Espero que les haya resultado agradable e interesante.

Como bien han podido apreciar, se trata de un episodio de contextualización que nos permite saber qué se traen Rhys y compañía. Cuando ultimaba los detalles de este fic, me planteaba qué clase de vida habrían llevado los jueces una vez liberados de sus deberes, y me pareció que en particular Rhadamanthys tendría dificultades para separarse de la ley. Por eso sencillamente volvió a su vida como civil y a lo que hacía antes de irse al servicio de Hades, es decir, a litigar.

En cuanto a Minos y Aiacos... pues ya tendrán oportunidad de ver cómo se las gastan. En verdad están interesados en hacer las paces con Rhada. Ya veremos si se les da bien o no.

Como es costumbre, van las aclaraciones del capítulo, que no son muchas.

1. Catalyst es un establecimiento que realmente existe y que es muy cercano a Inns of Court. Uno y otro se encuentran en el barrio de Holborn, que es el que Rhys frecuenta debido a su trabajo. He usado este establecimiento como base para imaginar al Catalyst Café que, hasta donde sé, no existe con ese nombre.

2. Daura-suruwal: es el atuendo masculino típico de Nepal y con el cual acude Aiacos a su "reunión" con Minos y Rhys; es decir, Rhadamanthys.

3. Bueno, creo que tod@s sabemos lo que es mustard: es decir, mostaza. Custard es un postre al parecer típico en Londres, algo así como una pequeña tartaleta rellena de crema. Este es el obsequio de paz que Minos y Aiacos llevan a Rhadamanthys.

4. Stout: tipo de cerveza oscura (muy, muy oscura) muy usual en Inglaterra y particularmente tradicional en Irlanda. La Guinness es probablemente la más tradicional en Reino Unido. En México, la casa Minerva produce una particularmente buena. Es una cerveza que combina no solo con sabores salados, sino también con algunos dulces.

El crédito de la imagen de portada, con nuestros tres queridos jueces, es de su talentosísim@ autor@. No tengo el gusto de conocerl@, pero los tres bombones le quedaron así: bien bombones y bien simpáticos. 

Y pues ya está. Gracias por su tiempo, lectura, votos y amor. El amor tiene vuelta. Que la vida les sea leve, querid@s. Hasta prontito.

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