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17. En el corazón del viento

Advertencia: Contenido adulto



Hubo una ocasión, en su infancia, en que Milo fue devorado por una ola vertiginosa que lo hundió en lo profundo del mar. El potente brazo de agua lo sacudió de un lado a otro, lo golpeó como enemigo invisible hasta dejarlo azorado, sin saber qué le sucedía y con la sensación de llevar el peso del mundo sobre sus frágiles hombros.

Cuando el océano lo vomitó, no en la playa bellísima, sino entre los acantilados de Cabo Sunion, Milo tuvo la certeza de que Poseidón había querido darle un escarmiento por la osadía de nadar tan cerca de su templo.

Esa sensación de ir a la deriva, aporreado y revuelto, era la que pesaba sobre el escorpión en el momento de ser engullido por la vorágine monstruosa que ahora era Camus.

El viento le arrebató todo: el cuerpo, el aliento, la exigua vestimenta, los vendajes, la voluntad de resistirse.

Se dejó llevar por el zarandeo precipitado y no supo dónde era arriba o abajo, si giraba o se quedaba estático.

No supo más de sí.

Un resquicio de su mente, que muy apenas conservaba una lucidez fluctuante, le hizo saber que no era más que un muñeco arrastrado por una fuerza incomprensible. Una con la que no se podía razonar ni negociar.

Camus estaba perdido para siempre.

Había sido desplazado por esta potestad elemental, irrefrenable, que ahora lo llevaba de un lado a otro como una pluma que flota en el éter.

"Oh, éter divino, y vientos de alas rápidas..." recordó Milo los versos trágicos con el último brillo de la luz en su pensamiento, antes de que las funciones vitales de su cuerpo empezaran a derrumbarse. (1)

Por un instante brevísimo, Milo sintió en cada poro y terminal nerviosa un frío brutal, más allá del que un ser vivo, incluso un santo dorado, sería capaz de soportar.

Con toda claridad notó el fallo irremediable de su corazón y sus pulmones, incapaces de bombear la sangre y respirar el aire en aquel gélido entramado de vientos.

Los mil dolores que sufrió simultáneamente se extinguieron tan rápido como llegaron.

Le quedó tan solo la certeza de que se había reunido con su amado, con el motor de su existencia. Estaba convencido de que, al entregarle así la vida, saldaba el crimen atroz que había cometido contra él y los votos de amor eterno que habían intercambiado una noche marcada para ser la última.

Con el hilo de conciencia que le quedaba intentó sonreír y se entregó a la muerte, en las entrañas de su par amadísimo.

Y antes de que la vida se le escabullera con el aliento postrero, sintió los dedos difusos de su Keltos recorrerle el rostro y enredársele en los cabellos.

Un quejido agonizante, casi inexistente de tan leve, se gestó en la garganta de Escorpio, lacerada por el frío.

Los mismos dedos fantasmales le recorrieron entonces el cuello, en un toque tierno e interminable, que se deslizó lento por los hombros. Corrió por los pectorales y los músculos de la espalda.

Una caricia leve, amorosísima, se concentró en el área donde el escorpión se había autolesionado.

Milo, al borde de la inconsciencia, en pleno trance de muerte, con el alma a punto de huir al Inframundo, se arqueó con deleite.

Sintió en la nariz y los labios el hálito de su Keltos y el aliento de la vida se insufló de nuevo en su cuerpo. Recordó con fugacidad el café y el vodka anisados que Camus solía beber, el gusto a canela y clavo que tenían sus besos.

Sintió los labios suaves de su sýzygos recorriéndole los párpados y bajando hacia su boca, su boca entreabierta y anhelante de un contacto que no sabía si sería el último.

Su deseo se vio colmado y recibió el beso añorado.

De pronto, el frío se templó.

Una oleada de tibio gozo le irradió por el cuerpo. La sintió hormiguearle en los labios fríos, contagiarse a su lengua, que de pronto estuvo húmeda y cálida de nuevo, la sintió invadiendo lo más profundo de su ser.

La piel se le estremeció al reconocer el gentil tacto de Camus.

Los dedos invisibles le recorrieron el vientre y la espalda baja, se escabulleron con deliciosa parsimonia por el músculo oblicuo, pasaron de largo su sexo dormido, se concentraron en sus muslos, sus tobillos, subieron luego hacia sus glúteos y rozaron por fin la entrepierna recién despierta.

No pudo evitar la dulce agitación que se extendía imparable por su piel, ni abrir la boca para dejar escapar un profundo gemido, ardiente y gutural.

O agápi mou, agápi mou... eísai esý? ¿Tú en el momento de mi muerte...? ¿Merezco acaso esta felicidad...? (2)

La dermis se le erizó por la sensación de una caricia sutil, apenas insinuada, en los labios, en el rostro, en el sexo.

"C'est moi, mon coeur... C'est moi, mon amour. Mais cela ne peut pas être le moment de ta mort... ¿Cómo podría vivir sin ti, sin desfallecer para siempre...? ¿Serás tan cruel de dejarme?" (3)

Y pudo percibir, al mismo tiempo, de golpe, el deseo demandante de Keltos desatado sobre su ser: las manos, los labios, la lengua de su amado recorrieron cada recoveco de su cuerpo.

Saboreándolo.

Procurándole placer.

Abrumándolo con todos los deleites de los Elíseos.

Milo se retorció y soltó un gruñido animal que subió desde lo profundo de sus vísceras.

En el momento que el gemido rompió su garganta, eyaculó con una violencia que no recordaba haber sentido antes. La humedad del semen se dispersó en su abdomen. Unos dedos largos, fríos e infinitamente delicados se deslizaron sobre la viscosidad de su semilla para atrapar luego su sexo, hipersensible después de aquel orgasmo que todavía lo enajenaba.

Lo masajearon y estrujaron con una lentitud tan tortuosa que se sintió morir en ese mismo instante.

―Ohhh... ahhhh... Camuuussss... dioseeesssss... vas a... vas a matarme...

Abrió los ojos y se dio cuenta de que estaba suspendido en el aire. El viento ya no soplaba con furia: se había calmado. Y le pareció ver por un momento una cabellera ardiente revoloteando.

Fue solo un momento, sin embargo.

No había obstáculo para aquellas manos múltiples e inquietas que ahora recorrían con tesón su piel: el pecho, la espalda, el rostro. A su mente acudió un recuerdo lejano de Camus alabándolo con la vista, silencioso, mientras le recorría con contenida lascivia el cuerpo en reposo, sobre la cama. En ese entonces se había preguntado cómo se sentiría ser tocado por la intensidad de esa mirada. Ahora tenía su respuesta: las nalgas voluptuosas, los muslos fuertes y los brazos esculturales fueron arrebatados por aquellas caricias urgentes que lo enloquecieron de dicha.

Y terminó de perder la razón cuando sintió la boca de Keltos devorarle el sexo sin contemplaciones.

Milo dejó los ojos fijos, observando la nada, pasmado, permitiendo que su conciencia se saturara de aquellas sensaciones vertiginosas y demoledoras. Se dio cuenta de que se vendría de nuevo, que el clímax le arrancaría el espíritu.

―Ba... basta... Camus... me... me moriré... es... es demasiado... demasiado...

―No, mi amor... contigo nunca es demasiado... nunca es suficiente... mon coeur... mon amour... dámelo... dame tu placer... entrégamelo... entrégame tu amor... que sin él me muero como flor privada de la luz... mi sol... mi sol... mon soleil... entrégate a mí... como yo me entrego... me rindo por completo a ti...

Y la lengua de Camus se dejó sentir de nuevo en aquel miembro rígido, llevando a Milo al borde del precipicio. Justo cuando creyó que su orgasmo no podría ser más intenso, los dedos de Keltos se deslizaron suaves en su intimidad y hurgaron profundos hasta dar con su punto más sensible.

Un alarido de goce le desgarró las entrañas: las notó cimbrarse, estremecerse, contraerse con una intensidad que en su experiencia sensible no tenía referente.

Abrió los párpados, tanto que sus ojos bien pudieron desorbitarse. Sólo entonces vio a Keltos, atosigado también de placer, volcado en darle placer, sosteniéndolo, acunándolo como si fuera una criatura delicada y frágil.

Por un momento le pareció enorme y feroz.

Pero el instante pasó y dejó en su lugar al joven esbelto como junco, blanco como la nieve, con pecas salpicándole la piel cual estrellas al cielo.

Los ojos azules lo miraban con adoración y los cabellos ardientes, veteados de blanco, lo cobijaban del frío.

Le sonrió con una ternura imposible. Una ternura inhumana.

Milo, extenuado por el miedo pasado y el deleite intenso del presente, se quedó apenas consciente, acurrucado entre aquellos brazos que lo protegían como a una joya preciosa.

―Descansa, mon coeur, mon soleil, mon hellenoi bien-aimé...

La voz de Camus llegó a sus oídos como si fuera una melodía.

Acudió entonces al llamado de la oscuridad, que lo acogió en su seno, custodiado por su sýzygos.

Por su Camus.

Por su Keltos.

Por su vendaval hecho carne.

Se quedó dormido entre sus brazos.





En el último momento antes de que Milo desapareciera devorado por la vorágine, Athena estranguló un grito angustiado que se le quedó atorado en la garganta.

Por supuesto, temió lo peor para el escorpión.

Pero se obligó a razonar, a creer que Camus no sería capaz de victimar a quien mantenía su corazón y su cordura andando.

No sería capaz.

No. No podía ser que destruyera a quien amaba tanto como a sí mismo. Más, quizás.

―¿Athena...? ―se dejó escuchar en un hilo de voz el león dorado―. Kyría... debemos... ¡debemos ayudar a Milo! Por... por favor...

―¿Ayudarlo cómo...? Su muerte es inevitable. La furia del Aquilón ya debe haberlo destrozado... ―dijo Poseidón, sombrío y pesaroso.

Mihna querida menina... ―musitó Aldebarán estremecido― debe haber algo que podamos hacer... (4)

Athena, pálida, con un hilillo de sangre bajándole por la frente de alabastro, estrujó con dedos frenéticos el asta en cuyo extremo se soportaba Nike.

―Camus no se atreverá a hacerle daño ―recitó la diosa con convicción, como un mantra. Luego se limpió, distraída, la sangre que le manchaba el rostro―. No se atreverá a hacerle daño... para él sería un comportamiento suicida...

―Todo lo que ha ocurrido con él en las últimas horas es suicida, querida sobrina ―respondió Hades, entre fastidiado y acongojado―. Acuario perdió la razón: su amor por el escorpión no será suficiente para detenerlo...

El Señor del Inframundo contemplaba los vientos borrascosos con una expresión tristísima en su mirada. Tanto su hermano como su sobrina contemplaron aquella pesadumbre y la hicieron suya.

Sin embargo, el gesto melancólico de la joven mudó de la expresión sombría hacia una luminosa.

―Esa es tu opinión, tío querido ―dijo la muchacha con esperanza en la voz mientras observaba cómo el viento se atemperaba―, y sin querer ser ruda contigo... bien puedes guardártela por ahora...

La fuerza del huracán menguó despacio. Tendió a mesurarse tanto en furor como en temperatura.

Si bien el viento continuaba levantando el polvo y las hojas desprendidas de los pocos matorrales aledaños, ya no era desmesurado ni helaba los huesos.

Poco a poco, ya sin sentirse apremiados por el furor de la batalla en ciernes, los santos dorados y los maltrechos jueces se congregaron en torno a sus señores.

Cuando sintieron fluctuar las cosmoenergías integradas en el vendaval, Afrodita sonrió con desfachatez y Aiolia, sonrojado, torció el gesto. Sin embargo, fue Shaka el que habló, irónico.

―Claro... no hay nada que una buena revolcada no resuelva...

―¡Cállate, Buda! ―reprendió Mu, dividido entre soltar una risotada o un buen golpe a su pareja―, ten pudor, que estamos acompañados. En los últimos tiempos te has vuelto tan impropio...

―Shaka podría tener un poco de pudor y no valdría de nada, porque esos dos carecen por completo de él ―dijo Shion, circunspecto.

―Sea como sea ―acotó Saori―, puesto que la follada les está resultando tan útil ―Shion se le quedó viendo a la jovencita aterrorizado al escucharle decir aquello―, por mí que continúen. Ya puedo respirar un poco tranquila.

Hades y Poseidón, ambos al mismo tiempo, la miraron con suspicacia.

―¿Puedes respirar tranquila porque esos dos están fornicando? ―dijo Poseidón con ironía.

Athena se encogió de hombros.

―Ay, por favor. Como si no supieras de qué se trata. ¿Preferirías que Camus ocupe sus energías en congelarte las pelotas y no en arrumaquear a Milo? Te aseguro que se convencerá de prestarse atención en cuando te vea tridente en mano...

El viento se concentró en un punto próximo al observatorio y giró sobre sí mismo: la corriente llevaba piedras, polvo y ramas rotas. De pronto todos los desperdicios se quedaron suspendidos, flotando, y la gravedad actuó sobre ellos porque cayeron con pesadez.

Cuando la nube de polvo se desvaneció, fue posible apreciar una figura agazapada en el suelo: tenía una rodilla en el piso y en la otra, flexionada, soportaba el cuerpo desmadejado de Escorpio, quien iba vestido tan solo con su piel.

Lo mantenía acurrucado contra su pecho, sostenido por sus brazos. El torso del joven rubio estaba oculto por su cabello revuelto, pero también por la larga melena de aquel que lo sostenía con amoroso cuidado.

Athena suspiró aliviada al contemplar aquella escena y adelantó un par de pasos antes de ser detenida del brazo por Poseidón, quien miraba con desconfianza a aquel que permanecía quieto y silencioso, con Milo en brazos.

―¿Y ahora qué te pasa, corazón? Es Camus, no me hará daño.

―Eso no lo sabes...

―¡Oh, por favor! ¡Tienes ojos, úsalos! ¡Camus ya se encuentra bien!

―Te digo que eso no lo sabes...

―Suelta en este instante a Korítsi, Monsieur Tsunami. En su casa gobierna ella y tú inclinas la cabeza, a riesgo de que yo mismo te saque a patadas. Mal que te pese, continúo siendo su protector y así será hasta el fin de los tiempos. (5)

Camus se levantó y se mostró en toda su gloriosa presencia. Saori lo contempló con una sonrisa que era a un tiempo triste y aliviada. El que fuera el guardián de Acuario se alzaba, esbelto y con su bellísimo rostro de siempre, sobre sus piernas fibrosas y marmóreas, hermosas como no las recordaba. Ya no era el de siempre: era muy alto, más que Aldebarán, y su ardiente cabello se había trocado blanco y brillante, como la nieve.

Iba desnudo. Lo único que lo cubría era su cabello, largo como no lo había tenido antes.

El joven Aquilón escrutó a detalle a quienes permanecían de pie, lejos y contemplándolo. Los tres grandes guardaban silencio, a la espera de lo que tuviera para decirles; sin embargo, el joven Viento del Norte podía "escuchar" con claridad la tesitura de sus pensamientos. Los de Korítsi le resultaban entrañables, como siempre, y los de sus mayores... pues graciosos, por usar un término amable.

Vio las expresiones asombradas y a la vez temerosas de sus hermanos. Tendría que hablar con ellos, tal vez a la sombra del Theseus, para explicarles que nada había cambiado. Que para ellos era el de siempre. O que al menos intentaría seguir siéndolo.

―Milo está bien, Aiolia ―dijo Camus dirigiéndose al león dorado, quien respingó al escucharse nombrado por aquellos labios y por aquella voz que, si bien era querida y conocida, ahora sonaba con una potencia que removía las entrañas―. Está extenuado por la agresión de la Dama Blanca, por su autoatentado y por nuestro reencuentro... pero te juro que está todo lo bien que es posible.

»Me encargaré de cuidarlo yo mismo. Y yo mismo lo devolveré a La Fuente si su estado lo amerita.

Aiolia tragó saliva pensando en la naturaleza del reencuentro de esos dos y asintió con la cabeza, en silencio. Camus sonrió y dirigió entonces la vista hacia los jueces, que mostraban a todas vistas los estragos que aquella misión les había dejado encima.

»Gracias. Gracias a los tres por haberme acompañado y haber tratado de dirigirme. Sin ustedes habría causado muchos más destrozos de los que ya he provocado. Me consuela que ninguno ha sido en verdad catastrófico y que no me he llevado ninguna vida.

Los tres jueces se miraron y se encogieron de hombros.

―No lo hicimos porque nos caigas bien. Teníamos órdenes de traerte de vuelta ―dijo Minos―. Y sigo creyendo que esta es la peor misión que me han encomendado en todas mis vidas.

―Te perdonaré que me hayas congelado las bolas sólo si me invitas un buen whisky. Eres un patán, en serio que sí ―masculló Rhadamanthys echándole una mirada torva, como sólo él podía hacer. El joven Viento del Norte se sonrió.

―Acostumbro más bien el vodka caliente y especiado, pero será un honor compartir un Lagavulin contigo y tus hermanos. Además, supongo que aún debemos hablar del juicio. Hay un lugar llamado Theseus que es perfecto para ambas cosas.

―Supongo que podemos acompañarte ―añadió Aiacos circunspecto―, aunque si no hubieran metido las manos Las Benévolas, estaría tentado a dejarte resolver este problema por tu cuenta. Estuviste a punto de matar a la maldita desgraciada.

―No iba a matarla ―dijo Camus con voz ominosa―. Sólo quería encerrarla. Pensaba dejarla apresada, para que viera pasar los eones, sin que pudiera moverse ni intervenir. Para que sintiera lo que yo sentí el tiempo que me mantuvo atado a su voluntad.

»A decir verdad, si no hubiera tocado a Milo, si no lo hubiera sometido a su influjo perverso, jamás habría reaccionado como lo he hecho.

―¿Ibas a apresarla? ¿Para siempre? ―preguntó Poseidón con un tono que pretendía ser de reproche, pero que se escuchó alarmado.

El Viento del Norte miró a Poseidón por un largo momento con gesto amenazador y le dedicó una sonrisa que hizo al Señor de los Mares tragar grueso. Hades suspiró con fastidio.

―¿Ya te encuentras bien... Bóreas? ―aventuró Hades sin apartar los ojos verdísimos del enorme joven que se alzaba ante ellos―. Necesito saber que ya no debemos preocuparnos de tu estabilidad mental...

Camus se quedó pensativo y casi sin darse cuenta estrechó un poco más a Milo contra su pecho. Éste continuaba privado de todo lo que sucedía a su alrededor. El joven de la larga cabellera plateada se aproximó un par de pasos, en dirección al Señor del Inframundo. Los jueces respingaron un poco, pero Hades se quedó inmutable, en su sitio.

―Me siento estable ―respondió por fin―. Mon père me ha explicado lo mejor que ha podido la situación... pero no estaba posibilitado para aceptarla... No después de lo que le pasó a mon époux... Necesitaba saber que Milo estaba vivo y bien, que no se había apartado de mí para siempre...

»Maître me ha explicado sus razones para hacer lo que ha hecho y lo que ahora debo yo hacer. No me gusta el resultado... pero es lo que hay. Ahora mismo quisiera que estuviera conmigo, con todo y lo irritante que resulta, pero ha marchado al olvido. Me consuela saber que no está solo. Así como yo no lo estoy.

El joven guardó silencio un momento y miró a Hades.

―Por favor, Monsieur Obscurité, no me llames Bóreas... aún no soy digno de ese nombre: creo nunca lo seré. Tal vez un día pueda aspirar a ello, pero no hoy, no con el duelo por mon père rebasándome el corazón. (6)

Contra todo lo esperado, Hades le sonrió con suavidad al nuevo Aquilón, lo cual no dejó de sobresaltar a quienes lo presenciaron.

―Como quieras, Monsieur Nord. Ya te encontraremos un buen nombre hasta que quieras tomar el que te corresponde. (7)

Camus bajó un momento el rostro, sopesando el título que acababa de escuchar y sonrió discreto, como solía hacer.

―El que acabas de asignarme es más que adecuado ―respondió Camus con una sonrisa avasalladora de tan hermosa―. Ahora, si me perdonan, mi sýzygos necesita de mi cuidado.

Dio media vuelta con la intención de irse, pero la vocecita de Athena lo detuvo.

―¿Vas a Acuario?

Camus la observó un momento y un cariño sin disfraz afloró a su mirada azul y profunda.

―Sí, Korítsi. Cuidaré de mon époux en Acuario.

―Bien. Enviaré un médico. Y sólo te lo aviso, Monsieur Nord, no te estoy preguntando ―añadió la joven cuando vio las cejas de Camus fruncirse.

Una sonrisa amable engalanó el rostro de Monsieur Nord.

―Como quieras, Korítsi. Comme tu veux, Mademoiselle.  





Aclaraciones

Hola, a tod@s. Bievenid@s a la actualización (atrasadísima) de la semana.

Les ofrezco una disculpa por haber tardado tanto en actualizar. Ha sido una espantosa semana de trabajo en la cual los Hombres Grises me succionaron el alma, pero digamos que ya la he recuperado. Al menos a medias y por algunos días.

No sé qué comentarles sobre este capítulo, excepto que fue interesante imaginar una secuencia de sexo bizarro para Milo y Camus, cuyas circunstancias han cambiado tanto en esta historia. Espero que no haya sido tan bizarro que haya resultado desagradable y que al menos les haya parecido interesante. 

Me ha parecido que la única manera en que Camus podía volver a ser un poco Camus, y Milo dejar atrás la angustia que lo ha tenido enloquecido, pues... era que pasaran por lo que han pasado en esta ocasión. Además... pues ya Shaka ha dado su opinión al respecto XD

Éste ha sido un capítulo muy corto en relación con los que he actualizado en el pasado inmediato. Me parece que el asunto a resolver era muy concreto y no he querido mezclarlo con otros acontecimientos. En fin, que espero que haya sido de su agrado.

Empiezo con las aclaraciones. Primero las más genéricas, como de costumbre.

El Theseus es el bar donde Milo y Camus, acompañados de algunos dorados, pasaron la tarde al inicio de Las mañanas frías, el fic que precede a éste.

Algunas expresiones muy manidas en este capítulo son mon coeur, mon soleil, mon hellenoi bien-aimé (francés): corazón mío, sol mío, mi hellenoi bienamado. 

Luego están otras muy "cotidianas" en esta historia: Korítsi (muchacha, niña en griego contemporáneo), sýzygos (esposo, en griego contemporáneo), Maître (maestro, señor en francés)...

Si se me pasa alguna, creo que han sido tan empleadas desde Al romper la aurora que ya todas son identificables. Si no es así, por favor pregunten sin dudarlo.

Ahora, vienen las más complejas (es un decir) o puntuales, tanto de contexto como lingüísticas:

1. "Oh, éter divino, y vientos de alas rápidas..." son las palabras iniciales del lamento de Prometeo una vez que queda encadenado al Cáuscaso. Esto en el Prometeo encadenado del divino Esquilo. Fue la obra con la que me inicié en la tragedia griega, en mi juventud friki, y es también la más cercana a mi corazón. Salud para don Esquilo, que espero se encuentre en los Elíseos junto con la tortuga que le rompió la cabeza.

2. O agápi mou, agápi mou... eísai esý? (Ω αγάπη μου, αγάπη μου... είσαι εσύ;) (griego contemporáneo): Ah, mi amor, mi amor... ¿eres tú?

3. C'est moi, mon coeur... C'est moi, mon amour. Mais cela ne peut pas être le moment de ta mort (francés): Soy yo, corazón mío... Soy yo, mi amor. Pero éste no puede ser el momento de tu muerte.

4. Mihna querida menina (portugués): Mi niña querida.

5. Monsieur Tsunami (francés): Señor Tsunami.

6. Monsieur Obscurité (francés): Señor Oscuridad.

7. Monsieur Nord (francés): Señor Norte.

8. Comme tu veux, Mademoiselle (francés): Como quieras, Damita. 

Y es todo. 

Busqué ilustraciones que resultaran adecuadas al espíritu del capítulo y la que más me gustó es la que ya han visto. Encontré muchas fotos de vendavales, huracanes y ventiscas, pero como hasta ahora no he subido sino fanarts, pinturas e ilustraciones no he querido romper con la costumbre.

Así entonces, el crédito de la imagen de portada es para su talentos@ autor o autora. 

Agradezco, como siempre, su amable acompañamiento a lo largo de este cuento. Espero que el capítulo, no obstante la brevedad, haya resultado satisfactorio. Confieso que me divertí un montón escribiéndolo. 

Su lectura, comentarios, apreciaciones, votos, tiempo y cariño son retribuidos por entero. Desde las profundidades de mi alma friki: gracias por el amor.

Nos vemos la próxima semana. Besos.



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