16. Jardín de Hypnos, riberas de Nyx, atemporal / Santuario, media noche
Advertencia: Contenido adulto (¡Por fin! Hell, yeah!)
Milo tenía una sensación opresiva en el pecho, como si un gran peso lo comprimiese o la angustia le estrujara el corazón.
Sabía que no se encontraba bien. ¿Cómo lo estaría, si ahora tenía la certeza de que había provocado la muerte del amor de su vida? Lo había maltratado de tal modo que lo orilló a actuar en detrimento propio, lo obligó a huir de un lugar donde estaba seguro para entregarse a la tormenta, a la diosa maldita que lo hostigaba sin que nadie, ni siquiera el propio Camus, lo sospechara.
Quería permanecer dormido, anestesiado, para no sentir el dolor. Mantenerse ajeno a sí mismo para esquivar el vacío que la falta de Keltos dejaba no sólo en su corazón perverso, sino en el universo.
Aspiraba a permanecer desconectado, inaccesible para sí mismo, para el mundo entero; incapaz de experimentar el profundo rechazo con que ahora se castigaba.
―El Señor Hades me advirtió que te encuentras en una mala situación. Pero esto supera mis expectativas, Escorpio. No es adecuado que te sientas así, que tengas una percepción tan retorcida de tu propia persona.
Milo cobró consciencia de su entorno: un jardín modesto donde el pasto lo recibía como si fuera un lecho mullido y amapolas de suave perfume se ofrecían a la extraña luminosidad emanada de las paredes rocosas que los rodeaban. Escuchaba un rumor sutil de insectos revoloteando. Para completar aquella visión de ensueño, vio nocturnas mariposas desplazándose como pétalos al viento. (1)
Miró a su interlocutor. Un reluciente tono dorado dominaba todo en él: los ojos, el cabello, la estrella radiante en su frente.
El escorpión se incorporó con desgana de la suave alfombra de hierbas: aspiró con tristeza. Se dio cuenta de que iba vestido con un quitón heleno, como los que se usaron en la antigüedad. Observó nervioso sus propias manos, que estrujó con pesar.
―¿Qué quieres de mí, Hypnos? Me sentiría más tranquilo si fuera tu hermano el encargado de recibirme. Significaría que mi vida infame ha llegado a su fin...
Hypnos frunció el ceño con seriedad, considerando las palabras del escorpión.
―Tu vida, ¿infame? ¿Infame, un guerrero honorable como tú? ¿Quién eres para considerar tan a la ligera tu propia existencia? Los dioses no te juzgamos así...
―Pues deberían. Provoqué la muerte horrible de Camus. Lo llevé a las garras de la diosa que ahora lo esclaviza. ¿No me convierte eso en el más abyecto ser que ha pisado la Tierra?
―Eso sería difícil, Escorpio. Conozco personas capaces de destrozos peores que los tuyos ―expuso el dios de los sueños―. Sé que tu enemiga se metió a tu mente y la revolvió, que destrozó tu estabilidad al mostrarte cosas que desearías que no hubieran ocurrido jamás...
Los ojos de Milo quedaron ocultos por sus párpados, que se contrajeron dolorosos sobre sus pupilas a la mención de los hechos que lo atormentaban.
Hypnos no dejó escapar ni una sola de las expresiones en el rostro del hombre bajo su cuidado: las estudió y empezó a trazar un camino para llegar a la verdad de la que se privaba.
»Milo... Ya deberías entender que no has matado a Camus. No lo mataste hace un lustro y no lo has matado ahora.
»Ha mudado su naturaleza, eso es cierto. Pero sigue vivo. Y está angustiado de un modo tan agobiante y desmesurado por ti, que se está convirtiendo en un monstruo. Le rompiste el espíritu cuando atentaste contra ti mismo.
―¿Qué...? ¿Romperle el espíritu, por protegerlo de mi influencia nefasta? ―deslizó Milo con la voz titubeante―. ¿Es que no sabes lo que le hice? Yo... yo lo hice ver... lo hice encontrarme con otro por el que no sentía nada... sólo para hacerle daño...
Hypnos guardó silencio, repasando el discurso del escorpión. Le resultaba curioso que ese joven se encontrara tan desgarrado por aquella locura sembrada, que no comprendiera que los acontecimientos de los que hablaba, habían sido superados por el aguador hacía tiempo.
―No niego ―empezó a hablar despacio Hypnos― que después de aquel primer desencuentro en Asgard, algunas de tus acciones hacia Camus fueron crueles. Que en tu corazón sabías que te sobrepasabas y a pesar de ello, no diste marcha atrás. Sin embargo, al final lo hiciste: eso fue lo que permitió que tu Keltos sobreviviera el atentado de su perseguidora.
El muchacho rubio se abrazó las rodillas y apoyó la frente en ellas. El dolor, que se le destiló por los ojos, dejó un rastro húmedo en las mejillas pálidas. Hypnos caviló unos instantes antes de volver a dirigirle la palabra a Escorpio.
»Milo... ¿entiendes que Camus te perdonó? ¿Que te perdonó todo?
»Una vez que el aguador emergió de su larga agonía, una vez que recuperó el dominio sobre sí mismo... una vez que tuvo la oportunidad de repasar hasta el hastío los eventos de los que hablas... llegó a la conclusión de que actuaste movido por tu indignación, por tu despecho...
»Entendió que tu búsqueda desesperada en la tormenta fue la prueba sin discusión de tu arrepentimiento.
Escorpio hundió la cabeza aún más. Hypnos vio la figura de aquel hombre, que durante la guerra había sido un enemigo de cuidado, estremecida por suspiros y sollozos contenidos.
»Tu Camus... tu Keltos decidió que prefería hacer a un lado el dolor provocado por tu ofensa para emprender una vida en común contigo. Atestiguó que tu devoción por él es mayor que la rabia que sentiste. Comprendió que el amor que sembraste en su corazón prevalece sobre los agravios que le inferiste desde la ira.
―No debió hacerlo ―musitó el escorpión, con la voz tomada por la amargura―, no debió dejármelo pasar. Lo envilecí. Lo ofendí de un modo imperdonable. No me merezco nada de él: ni su amor, ni su perdón, ni su desprecio. Ojalá estuviera yo muerto y él vivo: el Universo estaría mucho mejor equilibrado.
Un suspiro sutil brotó de la boca del señor del Sueño: el lugar se llenó de suaves aromas a lavanda y a cedro. El llanto de Milo cesó bajo el influjo de las fragancias y se quedó sentado, con la frente apoyada en las rodillas.
Los pasos del señor del Sueño se dirigieron hacia Escorpio. Las hermosas telas de su atavío rozaron la piel de los brazos de Milo, quien al contacto con ellas se relajó.
Hypnos se situó a un lado suyo: se inclinó un poco y apartó la cortina de cabellos rubios, para descubrir el rostro, que se mostraba un poco menos atormentado. Colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.
― Si Camus no hubiera estado dispuesto a perdonarte, ni siquiera habría intentado acercarse a ti aquella noche en Asgard, luego de la cena.
»Tal vez no planeaba reanudar su relación contigo, sino tan sólo quedar en paz, en honor al tiempo compartido. Pero aun entonces, tenía clara la verdad: que te amaba.
»Acuario te ama, Escorpio. Más allá de toda razón. Más allá de toda explicación. Te ama. Y tú a él. Deberías aceptar ese amor como lo que es: la bendición de sus vidas. Déjate de cosas y domínate: recupera tus cabales. Tu amado te necesita. Con desesperación. Y tú lo necesitas a él. No pueden existir el uno sin el otro.
Milo fijó sus ojos turquesos sobre el oro líquido que descansaba en los de Hypnos. Aunque trataba de entender las palabras del Sueño, no terminaba de asimilarlas.
―¿Cómo podría perdonarme, si lo que hice fue una aberración? Eso sin contar con que también humillé a Misty. No ha vuelto a hablarme desde entonces.
―Porque tú no le hablas ―Hypnos extendió de nuevo una mano blanca y ligera, que se posó en la cabeza rubia para acariciar los cabellos. Milo cerró los ojos y pareció concentrarse en la voz de su cuidador―. Te aseguro que Acuario y Lagarto ya hablaron, que dejaron claras las cosas. Que están en paz. Si Lagarto no te habla es porque tú no lo haces: es a ti a quien le corresponde ofrecer una disculpa, reivindicarlo. Si te acercas, no te rechazará.
―Pero... ¿Cómo podrían ellos haber hablado... a mis espaldas? ―preguntó Milo con voz titubeante, dolida.
―¿Por qué no iban a hablar Camus y Misty, a tus espaldas o a la vista de todos? Ellos tenían sus propios asuntos que tratar; que estuvieras o no presente les daba igual. Que te baste saber que hablaron y están en paz, entre ellos y contigo.
―No es cierto... Después de lo que les hice... no puede haber paz. Yo no tengo paz...
―Milo... ¿Por qué te mentiría? Soy un ser eterno. La mentira es innecesaria. Al contrario: permito que los demás alcancen la verdad a través de mis dones. Ahora mismo eso es lo que intento hacer contigo: que alcances la paz. Y que comprendas la verdad.
―¿Qué verdad?
―Que Camus de Acuario está vivo ―dijo el Dios de los Sueños con voz lenta, poderosa―. Que te ha perdonado. Que debes perdonarte. Que tu amado se desvanecerá en la rabia si no te recobras y lo haces entrar en razón. Que tú mismo puedes rehacerte de esta lamentable situación si te encuentras con él y te obligas a entender lo que le ha sucedido. De paso, lo ayudarás a él a comprenderse, a aceptarse.
»Camus ha cambiado, Milo. Se permitió cambiar en un arrebato de cólera, de impotencia infinita. No volverá a ser el que fue. Aunque, en cierta forma, aún lo es. Al menos para ti. ¿No quieres recuperarlo, conservarlo? Tú mismo has cambiado sin darte cuenta, ni entenderlo. Tienes que asirte a la razón que te queda para contemplar su nuevo rostro y para contemplar el tuyo. Tendrán que conocerse de nuevo: a sí mismos y el uno al otro.
―Mi Keltos... ¿ya no es Keltos? ―gimió Milo con el alma rota.
―Para ti siempre lo será. Pero tienes que evitar que se desvanezca. Está perdiéndose en la vorágine que es ahora. Tú también, en la locura, y no puedes permitírtelo porque sólo tú puedes recuperarlo.
»¿Puedes por favor traerlo de vuelta? Está tan fuera de sí que se ha convertido en un motor de destrucción. Arrasará todo. Y cuando entienda lo que ha hecho... será una tortura sin término para él.
―¿Tortura? ―preguntó Milo con vehemencia. La sola mención de que Keltos pudiera estar sufriendo activó la necesidad de proteger a su par―. ¿Él, torturado? ¡No, por favor! ¡Ya bastante ha sufrido! ¡No quiero que padezca más dolor! ¿Qué puedo hacer para evitárselo?
Hypnos se inclinó hasta quedar en cuclillas y a la altura del escorpión. Tomó su barbilla con delicadeza: lo hizo fijar los ojos aturquesados en los suyos, rutilantes como el sol. Le sonrió con algo parecido a la ternura: había bondad y sabiduría en aquel gesto.
―Ve con él. Eso tienes que hacer. Y no asustarte de lo que es ahora. No retroceder. Ya lo viste, hace años, convertido en esta nueva versión de sí mismo. Pero no lo comprendías. No lo comprendes aún.
»Ve a él: no lo dejes perderse. No te permitas a ti mismo perderte. Deja que él te vea, que te toque. Que sepa que estás bien, dispuesto a vivir a su lado.
Milo suspiró cansado, estremecido. Asintió casi sin que se notara.
―¿Me aseguras que está vivo?
―Sí.
―¿No me mientes?
―No. No gano nada mintiéndote.
―¿Por qué entonces... por qué entonces mi pesadilla se hizo real...?
―No es una pesadilla, Escorpio.
―¡Claro que lo es!
―Contemplaste el destino de tu sýzygos, Escorpio. No era una pesadilla.
―¿El destino? ―pronunció Milo aún turbado por la incertidumbre y la rabia―. ¿Su destino era morir congelado y trizado? ¡Reniego de ese Sino!
―No murió, Milo. Lo viste congelado y trizado, sí. Pero no está muerto... Ya te lo he dicho: cambió. Se ha convertido... en algo más...
―¿Algo...? ¿Algo más...?
Permaneció callado un momento, con las palabras de Hypnos repitiéndose en sus oídos, en su mente. El Dios del Sueño había puesto su mano sobre la frente atribulada de Escorpio, buscando atemperar el desorden de su espíritu.
Milo se volcó en la paz que Hypnos había ido desplegando sobre él en esa conversación: en las sensaciones, en los aromas. Poco a poco el llanto había cesado, merced de los cuidados que el Sueño le había prodigado. No le pasaba desapercibido que aquel dios, que en algún momento había sido un contrincante, se había ofrecido como su apoyo.
Se sintió agradecido por el don de la paz ofrecida. Y eso trajo luz a su entendimiento. Una luz que no había experimentado jamás: que le permitía ver por igual sus propias cumbres y abismos.
Esa luz le permitió rebasar el dolor y la vergüenza. Le reveló una visión sobrecogedora, sagrada.
Por un instante fugaz, tuvo la impresión de que ante sí se mostraban incontables millones de hilos con los que se tejía una historia.
Una historia enorme. Continua. Sin final aparente.
Quiso atrapar un hilo en particular para contemplar el trazo, el rastro que dejaba sobre el enorme lienzo que era la vida en el Universo. Pero se le escapaba, pues era delgado y sutil, como todos los demás.
Sin embargo, por un momento ―un momento efímero― pudo ver el dibujo que aquel precioso hilo, que en un punto determinado se teñía de oro, esbozaba sobre la tela.
También vio un libro vetusto, sagrado.
Un libro que recogía la historia de cada ser en el Universo.
Un libro que narraba con tinta indeleble la historia de aquel que era su anhelo.
El relato se desarrollaba hasta el momento en que aparecía una anomalía. Ahí, en ese punto, se tachó el camino predestinado que habría convertido el futuro en ruina y ceniza.
Sólo para reescribirse en nuevos párrafos sobre los folios antiquísimos.
Comprendió.
Sólo por un momento.
Y con la compresión, vino también la conmoción.
―Por Athena... Keltos enloquecerá de dolor ―musitó Milo con un tono delirante en la voz: la mirada se le afiebró repentinamente―. Enloquecerá sin comprender lo que sucede... lo que le sucede... que no nos pierde ni a su padre ni a mí... Por favor... llévame con él...
Hypnos le acarició la mejilla y orientó su rostro con lentitud: trabó su mirada luminosa sobre la aturquesada concentrando toda su voluntad en calmar una fluctuación extraña en la cosmoenergía, en el espíritu de Milo.
Temió que esa alteración en el alma del escorpión le arrebatara de manera definitiva la cordura.
―¿Estás listo para ir a él, para recuperarlo?
―Sí. Estoy listo. Ésta será la misión de mi vida...
―Sea entonces ―dijo Hypnos―. Ve a él. Trae de vuelta a tu amor.
Y besó la frente del escorpión, quien cayó hacia atrás. El Dios del Sueño lo acunó en sus brazos y lo depositó en el suelo poblado de hierba.
Milo se dejó envolver por la paz con que Hypnos lo confortaba para entregarlo de vuelta a la vigilia. Los suaves perfumes del aliento del Dios del Sueño lo acompañaron en su caída a aquella oscuridad que le resultó consoladora, como una amiga entrañable.
"Ve por él, Milo. Devuélvenoslo. Y vuélvete tú también a nosotros. Ambos son necesarios..."
Por mucho que Rhadamanthys intentó decirle a Camus que su padre no se desvanecería sin más, que no partiría solo al olvido, sino que había alguien esperándolo, no pudo hacérselo comprender.
La primera dificultad estribó en viajar en conjunto con él: era de todo punto imposible abrir un vórtice en el que el Viento del Norte pudiera transportarse íntegro, en el estado de completa alteración en que se encontraba.
Se había convertido él mismo en un vórtice y no había modo de canalizarlo al orden.
La segunda dificultad era la confusión absoluta que reinaba en la mente y el espíritu de Acuario: estaba convencido de que era Bóreas, pero conservaba los recuerdos y rasgos de la personalidad de Camus.
Y ambas cosas le resultaban tan naturales que le era imposible disociar una de la otra.
La tercera le concernía a él y sus hermanos: el Viento del Norte se mostraba ante ellos en toda su desnudez y gloria; a duras penas podían contener el espanto que la violencia y el poder del Aquilón en plenitud sembraba en sus corazones.
Pero entonces, ¿aquel gigantón tosco que convivía con la dama Athena y el resto de los olímpicos no era Bóreas en su forma desnuda?
¿No era esa su forma originaria, no le correspondía una figura antropomorfa como a su Señor, sus hermanos y su sobrina?
¿Cómo podrían convivir con él sin enloquecer de miedo, de dolor, de desesperación por el frío espantoso que irradiaba, que congelaba la sangre en las venas?
―¡Camus! ―gritó Rhadamanthys con la garganta desgarrada por el esfuerzo y el nudo que se le había formado desde que estuvo en presencia de Las Benévolas―. ¡Camus! ¡Acuario!
Las alas del Wyvern, su surplice, surcaban la corriente aérea tremebunda que el paso del poderoso Viento del Norte provocaba. El Gryphon y el Garuda de sus hermanos hacían lo que podían por protegerlos y transportarlos, pero la realidad era que, aun con su enorme poder, se estaban congelando.
―¡No comprende que tratas de hablar con él, Rhadamanthys! ¡Está totalmente fuera de sí! ¡Ni siquiera comprende que él es Acuario! ―gritó Minos tratando de hacerse oír por su hermano guiverno. A poca distancia, Aiacos hacía lo que podía para trazar una línea de vuelo estable, que lo mantuviera cerca de sus hermanos y del huracán cruel que los azotaba. ―¡No tengo idea de cómo conseguiremos que entre en razón, que se domine!
―¡Nuestro Señor Hades pidió que lo lleváramos de regreso, no que lo conserváramos racional! ¡Es evidente que eso no será posible! ―graznó Aiacos tratando de hacerse escuchar―. ¡Tanto él como la dama Athena tendrán qué vérselas con el arrebato de Acuario!
»Concentrémonos en dirigirlo a destino, ya que no contamos con su voluntad consciente. La cuestión es: ¿a dónde lo llevamos? ¡En su estado provocará destrozos irreversibles!
―¡Tenemos que llevarlo al Santuario! ¡Ahí es donde está su padre en estos momentos! ¡Y Escorpio! ¡Ellos son quienes podrían hacerlo entrar en razón! ¡Así que a Atenas! ―gritó Rhadamanthys.
―¡Congelará todo! ―se opuso Aiacos.
―¡Llevémoslo a través de las montañas! ¡Me parece que allí hará menos daño! ¡Acerquémoslo al Santuario a través de las montañas! ¡Hay que conducirlo a Star Hill! ―propuso Minos.
―¡Se supone que sólo el Patriarca puede entrar a ese recinto! ―razonó Rhadamanthys.
―¡Es eso o que congele por completo Atenas! ¡Te aseguro que esa no es opción para Athena! ¡Ni para nuestro Señor! ¡No es opción para nadie! ―zanjó finalmente Aiacos.
―¡Star Hill entonces! ¡Avisa a los interesados! ―pidió Rhadamanthys al tiempo que se acercaba lo que podía al vórtice del viento
Los tres grandes se encontraban ensimismados. Habían vuelto a La Fuente y se encontraban en el fondo del jardín interior.
La muchacha que de costumbre llevaba la serenidad en el rostro lo mostraba inclinado, en una postura que era al mismo tiempo reflexiva y doliente.
Desde que la paz había sido alcanzada con tantas penurias, se había propuesto remediar todos aquellos males en los que le fuera posible intervenir. Una de las primeras cosas que había hecho, fue dar la oportunidad a los miembros de su ejército de trazarse una vida y un destino felices.
Que ahora casi la mitad de la élite se encontrara caída en batalla y que Acuario se estuviera desvaneciendo en un ardid urdido por su propio padre, le revolvía las entrañas.
Sin habérselo propuesto estaba metida de cabeza en una nueva Guerra Santa y en una petición formal de venganza, que podía derivar en una decena de situaciones distintas, todas funestas.
Igual, no se arrepentía ni por un momento de haber invocado a Las Benévolas.
Si ellas no imponían un escarmiento satisfactorio, ¿debería acudir a su padre, Zeus? ¿Qué haría él, sino solicitar la intervención que por su cuenta y de buen grado el mismísimo Hades ya había ofrecido? ¿Iría el gran Zeus, como en las edades antiguas, a dirimir el conflicto a través de una batalla campal, en la que las vidas de sus santos serían arrasadas sin remedio?
No podía permitirse ese escenario de pérdida.
Tenía que prevalecer sobre Skade, porque desde el principio, la diosa del norte había tomado una ventaja ignominiosa que había minado la fuerza y el espíritu de Camus y que inadvertidamente, había torcido el panorama del Santuario.
Poseidón, por su parte, rumiaba la ira que se le iba acumulando poco a poco en el pecho.
Él no había agredido de modo alguno a la Dama de las Nieves, pero igual había recibido de parte de sus familiares la afrenta del ataque al general del Océano Índico. Krishna ni siquiera estaba remotamente relacionado con Athena o con Acuario. ¿Qué sucedería si fuera Isaac quien se encontrara solo, a merced de la ira arbitraria de la Señora del Invierno?
¿Qué sucedería cuando el Santuario fuera atacado flagrantemente por Skade y por sus hijos?
Él, como futuro consorte ―porque no pretendía otra cosa― de la Dama de la Sabiduría, ¿no debería desplegar, sin dudas y sin piedad, el poder de los océanos sobre esa desdichada y su prole? ¿No desataría ese poder la reacción inmisericorde de Njord, el señor del mar entre los nórdicos?
¿Qué clase de espantosas consecuencias llevaría ese nefasto encuentro sobre la humanidad? ¿Sobreviviría a las iras de los dos dioses de los mares enfrentados?
Hades, en cambio, se encontraba en una situación inusualmente grata: miraba con beatitud al cielo estrellado.
Disfrutaba con el corazón rebosante de dicha la contemplación de las estrellas brillantes que lo saludaban en el firmamento. Lo comparaba a los destellos en las pupilas radiantes de la inefable dama a la que adoraba desde hacía eones.
Siempre había deseado ver las luces estelares titilar en compañía de su amada. Pero ese era un anhelo que se le había negado siempre, para no aumentar la ira absurda que aún se revolvía en el corazón de Démeter, su hermana.
Athena, su sobrina, siempre le había agradado. No sólo era la hermana favorita de su dama, sino que, a diferencia de la mayoría de sus hermanos y hermanas, no se dejaba arrastrar por sus impulsos básicos.
Desde que la joven diosa había hecho su aparición en el mundo, Hades había disfrutado su conversación, su apreciación de los acontecimientos y su innegable inclinación a proteger al desvalido. Era una mujer justa y benevolente, de corazón imbatible, con la que se podía hablar y a quien valía la pena escuchar.
Su mutuo enfrentamiento por el desacuerdo sobre la humanidad le había incomodado desde el principio, pero así como ella se mantenía firme en su postura, que él se mantuviera en la suya era una cuestión de honor y respeto. ¿Cómo iba a insultar la inteligencia de su sobrina predilecta fingiendo que él también se inclinaba a proteger a la raza humana? ¿No era acaso una indignidad mentirle?
Había querido hacerle una bronca terrible por haber llamado así a Las Bondadosas, pero no podía culparla. Ella respetaba el ámbito de la dama Skade. Le importaba hacer valer los acuerdos entre panteones. Desde esa postura, ella no podía ir y meterse de cabeza en los dominios de la Dama del Invierno.
Pero las Erinias sí: podían perseguir, ya que no castigar, a la mujer que había victimado a Acuario y a la élite dorada. Incluso en el caso evidente de que pertenecieran a familias distintas.
Había la posibilidad real de que Las Bondadosas vapulearan el espíritu de Skade y la dejaran lista y mansa para el juicio que había empezado a planear en cuanto tomó conciencia de los acontecimientos.
Ahora era urgente notificar a los dioses que formarían parte del jurado. Aquellos que establecerían la naturaleza de la sanción para la Dama del Invierno una vez que escucharan los alegatos del ofendido y el ofensor.
Un eco lejano llegó a su mente mientras pensaba en estos asuntos y observaba con mansedumbre las estrellas.
Volvió la atención a su hermano y a su sobrina.
―Los Jueces han encontrado a Acuario. Lo llevan a Star Hill, para intentar minimizar los daños que su desmesura pueda provocar. Hemos de dirigirnos hacia allá, Señora sobrina, e intentar atemperarlo.
―Vayamos entonces. Avisaré a Shion para que lleve a Bóreas. Aunque de seguro ya lo ha notado y ha tomado precauciones al respecto.
―Deberías informar a tu ejército, cariño ―dijo Poseidón―. Yo estoy pensando en convocar a mi armada.
―¿Para qué? ―preguntó Saori con indignación―. Camus no es un enemigo.
―¿No lo es? ―cuestionó con toda la suavidad que pudo Julián: la joven lo miraba consternada.
―No. No es un enemigo.
―Esperemos que no, Señora sobrina. Pero mi hermano tiene razón ―deslizó Hades con voz amortiguada, descubriendo un pensamiento que venía gestando desde que vio partir a Camus convertido en tempestad.
»Es mejor que te prepares a desplegar a tus efectivos contra él si se convierte en un peligro para todos... Por mucho amor que tu corazón sienta hacia tu soldado, si es un peligro para este mundo, debe ser eliminado. Sin compasión.
―¡Nadie tocará a Camus! ―gritó la joven, embroncada.
―Mi amor...
―¡Nadie! ¡No es culpable de nada! ¡De absolutamente nada! ¡No permitiré que sufra más agresiones! ¡Es indigno siquiera pensarlo!
―Sobrina... sé razonable. Recuerda quién eres... la Dama de la Sabiduría. No puedes proteger a Acuario a costa de todo lo demás...
Athena se quedó en silencio, estrujándose las manos y endureciendo la mirada. Cuando habló, su voz fue como el chocar tremolante de los aceros.
―Nadie tocará a Camus a menos que quiera morir ―sentenció la joven con una solemnidad abrumadora―. Lo que haya que hacer con él, seré yo quien lo encare.
Ambos dioses la observaron en silencio, evaluando sus palabras y sopesando la indomable determinación de su cosmos.
La recordaron en las edades antiguas y se estremecieron: ella era La valerosa, La protectora de los dánaos, La que impera en las batallas. La imbatible. (2)
Hades suspiró, cansado.
―¿Entiendes lo que dices, Athena? ¿Lacerarás de este modo cruel tu corazón?
―Ya te lo dije, Hades. Nadie toca a Camus. Salvo yo.
―Sea entonces ―pronunció Hades con voz ceremoniosa, pero sumamente triste―. La vida de tu soldado es tu responsabilidad. Ahora vamos y tratemos de razonar con él. Tampoco a mí me emociona la idea de hacerle daño. Las Benévolas y Las Tejedoras se enfurecerán todavía más de lo que ya lo están.
Hyoga estaba sentado en una silla al costado de la cama de Milo, mientras Isaac leía la historia clínica, que entendía a medias.
Mu y Shaka se habían retirado a sus templos para comer y dormir un poco. Aries había retirado la contención, confiado en que su hermano había sido amparado por Hypnos bajo la solicitud de Hades.
Dado el estado de excepción que en ese momento primaba en el Santuario y que los santos dorados en pie debían distribuir su tiempo entre su necesidad de descanso y la protección del recinto, Hyoga e Isaac encontraron natural ofrecerse a cuidar del esposo de su maestro.
Milo estaba hundido en un sueño profundo. Nadie habría podido decir si placentero o angustioso. Pero al menos parecía proporcionarle un poco de la paz que había perdido luego de su encuentro con Skade y del episodio suicida que había protagonizado hacía apenas unas pocas horas.
La expresión pacífica de su rostro desmentía sus arrebatos de locura recientes y sembraba en los muchachos la esperanza de una posible recuperación para Escorpio.
Cisne leía noticias en el celular. Iba deslizando los contenidos con el índice hasta que encontraba uno de su interés y se detenía unos minutos.
De cuando en cuando, daba un apretón fugaz a la mano del escorpión, apresada con el kevlar prescrito por Katsaros.
Kraken, luego de husmear en el expediente de Escorpio, se había recostado en el sofá de descanso que se encontraba pegado a una de las paredes de la habitación y fijó la mirada en el techo.
Ocasionalmente dirigía su atención al hombre acostado en la cama, aunque no el tiempo suficiente para que Cisne le descubriera preocupado por la pareja de su maestro.
Los segundos se deslizaron lentos y suaves, como hojarasca arrastrada por la brisa. Casi sin darse cuenta, Kraken cerró los párpados. Su frente, por lo regular contraída y adusta, quedó lisa y libre de preocupaciones; un leve suspiro fue despedido por sus labios entreabiertos.
Cisne, por su parte, sintió cómo los ojos le ardían de cansancio. En realidad, había dormido poco la noche anterior, y el sueño truncado, así como la actividad accidentada de las últimas horas, se le prendieron de los músculos.
Se desparramó un poco sobre la silla y se relajó de tal manera que el celular se le escurrió de entre las manos, cayendo al piso casi sin ruido.
Los dos jóvenes se habían dormido sin remedio.
Durante unos pocos minutos, el único sonido perceptible entre aquellas paredes fue la respiración sosegada de los tres hombres alojados por ellas.
Y habría continuado de ese modo si Milo no hubiera abierto los ojos de golpe y su inspirar y expirar no se hubieran vuelto más profundos.
Milo se quedó quieto, evaluado la situación. Primero observó con fijeza el techo y luego a los durmientes muchachos.
Trató de incorporarse, pero no pudo por dos razones: el dolor agudo que le atenazaba el pecho y las ataduras que lo mantenían pegado a la cama. Miró a estas últimas como si fueran una alimaña molesta y, con la Aguja Escarlata desplegada, produjo una insignificante corriente de energía que provocó un corte limpio en las fibras del kevlar.
Se sentó en la cama con una mueca de dolor en los rasgos.
Una vez más contempló a los niños de Camus: su sueño plácido los protegía de cualquier peligro que pudiera desatarse por la nueva condición de su sýzygos. Con ello, también quedaba protegida la precaria cordura de su amor.
Una sonrisa discreta se pintó en su semblante: ya le agradecería luego a Hypnos por esta pequeña bendición.
Deslizó los pies hacia el suelo, se afirmó sobre él. Se adelantó unos pasos hacia la puerta, con el pecho desnudo, salvo los vendajes, y con el pijama colgándole holgado de la cintura. Ignoró por completo las oleadas de dolor que se extendían por su cuerpo cada vez que su corazón latía.
Suprimió su cosmos por completo.
Tomó el picaporte y lo giró.
Un momento después salía por la sala de espera desierta hacia el exterior.
Sintió la presencia de los tres grandes cerca, con sus cosmos titilando, debatiendo.
Afuera, en las proximidades de los jardines de La Fuente, notó que hacía frío. Uno que no resultaba natural en aquella época del año. La piel se le puso de gallina ante la temperatura adversa.
Levantó el rostro al cielo: cerró los ojos, tratando de dar con el objeto de sus anhelos.
Cuando los abrió, volvió la faz serena en dirección a Star Hill.
De inmediato, irreflexivo, dejó que sus pies descalzos hollaran la hierba que empezaba a poblarse de exiguas briznas de nieve. Se dirigió hacia el observatorio celeste del Patriarca.
No le importaba que fuera un lugar vedado. Ni la profunda vergüenza que todavía arraigaba en su alma.
Si Keltos estaba allí, en peligro, él acudiría.
Así Skade se le pusiera enfrente.
Aunque la Atlántida y el Inframundo hubieran desplegado sus huestes completas en el camino.
Mu yacía amparado en un sueño profundo, cobijado por el mullido lecho y las sábanas de lino. Unos brazos esbeltos y fibrosos lo constreñían y le daban calor y seguridad: su diestra entrelazaba los dedos de una de las manos ajenas. Sintió un beso en el lóbulo de la oreja y los brazos en retirada y por reflejo los sujetó.
―Anda, Mu. Suéltame ―dijo una voz dulce y divertida.
―No ―respondió Aries con voz adormilada―. No quiero... ahumm... si te vas no estaré igual de cómodo...
―Mu... quiero ir al baño ―añadió la voz entre risas.
El guardián del primer templo sintió en su rostro una serie continua de besos breves y dulces. Se sonrió en medio de la somnolencia.
―Buda... Buda no va al baño... ―masculló Mu entre bostezos―. ¿Qué clase de reencarnación de Buda eres? ¡Qué fraude!
―Buda no va al baño porque su vida terrenal terminó hace siglos. Pero yo sí estoy vivo. Y quiero ir a orinar. Suéltame... por favor... ―cloqueó entre risas Shaka―. Anda Mu. No querrás un accidente en tu cama, ¿verdad?
―Eres un adulto funcional que controla sus esfínteres ―amenazó Mu repentinamente alerta―. Si te accidentas en mi cama, tu integridad física quedará comprometida, señor asceta.
―Bueno, vale. Entonces suéltame.
Aries achicó los ojos en un gesto suspicaz. Las ticas se le fruncieron un poco y quedaron tan cerca la una de la otra, que su rostro adquirió la misma expresión traviesa que el de Kiki cuando se le ocurría una diablura.
―Tienes que pagar peaje ―soltó Mu sin preámbulos, con voz un tanto pícara―. Si no... te quedarás aquí toda la noche, esperando no desarrollar cistitis...
―¡Cabrón!
―No, no, no... te equivocas. Ese es Shura... yo soy un corderito―dijo Mu con fingida inocencia.
Shaka sonrió contra el hombro de Mu y apartó un poco la camisa del pijama para depositar una serie de suaves besos trocados de pronto en mordisquitos, que fueron recorriendo en ascenso el hombro hasta el mentón. Cuando llegó a la comisura de los labios, Mu tomó la boca de Shaka por asalto y se deslizó entre las sábanas hasta que dejó a Virgo de espaldas sobre el lecho.
Entonces fue él quien apartó las telas que envolvían a su compañero para aplicar sus labios húmedos sobre la piel desnuda.
Shaka se removió, complacido.
―¿Qué no estabas muerto de sueño? ―cuestionó Virgo con burla.
―¿Te parezco muerto de alguna manera? ―respondió Aries entre risas. Se coló entre las piernas de su compañero y le restregó descarado la pelvis contra la suya―. No dirás que esto es síntoma de rigidez cadavérica, ¿verdad?
―Ahhh... por los dioses... no... por cierto que esa no es rigidez de cadáver... ―Shaka se estremeció y se arqueó un poco para intensificar la sensación deliciosa de la dureza de Mu contra la suya. Luego deslizó una mano hacia los pantalones de Mu, para soltar el lazo que los mantenía en su lugar y después la dirigió hacia su propia ropa interior, para apartarla y unir las dos erecciones en una urgente caricia―. Ahhh... sí, amor... mi amor... muévete un poco más, amor... un poco más...
Mu cerró los ojos con languidez. Fue a la caza de los pectorales de Shaka: paseó los labios por los músculos apenas marcados. Deslizó la lengua sobre uno de los pezones y lo atrapó entre los labios, para succionarlo con una lentitud que hizo brotar un largo jadeo de los labios del joven rubio.
Aries sentía los labios cosquillearle de placer, el mismo que prodigaba a su amante, mientras permitía que Shaka los masturbara. Aprovechó la total concentración de Virgo para escurrir sus dedos en el trasero de su amante. El joven rubio bufó de gozo cuando los sintió moviéndose en su interior.
―¿Qué pasa, cariño? ¿Ya no deseas ir al baño...? ―preguntó Mu con pretendida ingenuidad.
―Noooo... hay necesidades más... urgentes por atender ―gimoteó Shaka entre suspiros y recrudeciendo el ritmo de sus caricias.
―Oh, amor... amor... ¿quieres hacerme terminar tan pronto?
―Sólo te incentivo un poco... cuando duermes tan profundo... solo puedo despertarte si trato de apartarme...
Mu gimió con voz ronca cuando además de la mano con que Shaka apresaba ambos falos, sintió la otra acariciarle los testículos y el perineo: le tentaba la piel cálida y rugosa con seguridad, tratando de introducirse, pero Mu tenía otros planes.
Lo besó con ardor mientras le apresaba las manos contra la cama: miró a Shaka unos instantes a los ojos, como buscando respuestas a una pregunta no formulada, pero que ambos conocían.
Repasó con la nariz la línea del cuello de Shaka y aspiró profundo: lotos e incienso, el aroma que se combinaba con el de la piel, uno que Mu reconocería entre mil. Recorrió con la lengua la curva apetecible de la garganta de Shaka y entretuvo los dientes en la manzana de Adán, lo que arrancó suspiros profundos del joven rubio.
Mu aprovechó la dulce confusión que había sembrado en los sentidos de su amante para, despacio, deslizarse en el interior de Shaka mientras lo cubría de besos urgentes. Virgo siseó de placer al sentirse invadido por aquella pétrea daga que se abría paso en su carne con tanta facilidad. Ronroneó cuando sintió su hombría acariciada por la mano agradablemente callosa de su amante, que había dejado de sujetarlo al comprobar que no intentaría escapar.
En ningún momento dejó de repartir besos amorosos, lascivos por donde quiera que viera piel expuesta.
―Ahh... ¿es... es... todo... lo que... tienes? ¡Anda, borreguito...! ¡Conocemos a un par... de ancianos... que deben bailar con más efusión...!
Se vio acallado en su discurso por los labios de Mu, que lo invadieron sin misericordia.
―Hablas demasiado para ser un asceta... ―dijo Aries entre sonrisas―. Y yo que tú... no metía a mi maestro telépata en tus provocaciones... le revienta que mencionen a Dohko sólo porque sí...
Empezó a embestirlo con fuerza, hasta que los suspiros se trocaron en francos gemidos de placer.
―¡Ahhhh, más... más...! ¡Y luego... mi revancha...! ―gimoteó Virgo presa de la excitación. Sintió que la respiración se le iba mientras se dejaba ir al intenso orgasmo que había sentido recorrerle la espina dorsal. Se estremeció. Y ese estremecimiento hizo a Mu venirse a su vez entre gruñidos guturales.
Cansado. Muy cansado. Apoyó la cabeza contra el pecho de Virgo: los cabellos de destellos broncíneos se esparcieron alrededor del joven rubio que estaba jadeante y sonriente debajo de él.
¿Sonriente? ¡Pero qué cínico!
―Ir al baño... ¡por favor! ¡Siempre vas antes de acostarnos! Si quieres follar, sólo tienes que pedírmelo, tontísimo, no necesitas inventarte excusas bobas ―le dijo Mu con ternura y llenándole el rostro de besos traviesos―. No es como que me vaya a negar. O quiera. O pueda...
―Cuando te lo propones... sí que me ignoras ―se quiso quejar Virgo, lo cual no le resultó, porque llevaba una sonrisa de oreja a oreja.
Shaka escuchó a su amante contestar aquello con su risa radiante, cantarina como agua que corre en un manantial; esa risa que lo había atado sin remedio a su dueño, al ariano hermoso, casi siempre apacible que le acariciaba el rostro con una ternura de la que nadie más era capaz.
Mu le besó los labios con levedad. Se recostó a un lado, colocando las manos a los lados de su cabeza, con mansedumbre.
―Y... ¿entonces...? ¿No decías que tomarías revancha? ¿O ha sido un alarde de tu parte...?
Shaka se incorporó en la cama y le colocó a Mu los cabellos detrás de las orejas. Hundió la nariz en su melena, aspiró profundo: deseaba hacerle el amor con frenesí y si algo le ponía el deseo a tope, era el aroma combinado de almizcle con maderas que impregnaba la piel y la cabellera de su amante.
―Hueles a sándalo, a cedro... qué delicia... ―musitó Shaka con el deseo apenas contenido en la voz.
―Son los arcones de la ropa... ya lo sabes... ―respondió Mu ofreciendo sus labios, que fueron tomados en un ósculo suave y profundo.
Shaka puso su diestra sobre el corazón de su amado, para sentir su suave batir. Dirigió sus labios a la clavícula, que besó y mordisqueó con adoración. Mu gimió, lánguido.
―Oye, Buda... eso... no está nada mal... ―musitó Aries entre suspiros y sonrisas pícaras―. ¿Quién lo hubiera dicho... de un aspirante a asceta... eh?
―¿Aspirante? ―se carcajeó Shaka contra la piel de la mandíbula de Mu, quien también reía―. ¿Quieres que te quite los sentidos para que veas qué tan aspirante soy, borreguito?
―¿Quieres quitármelos? Creí que... ahhhh... ―gimió Aries con ganas― creí que... la necrofilia... no era lo tuyo...
Shaka lo besó: entre risas y suspiros. Adoraba eso de Mu, que se atreviera a jugar con su presunta cualidad sagrada, ascética, que para varios de sus hermanos constituía una barrera. Mu siempre la había considerado un aspecto medular de su personalidad, pero nunca se había dejado intimidar por ella. Al contrario. Que fuera capaz de reírse amable y pícaramente de su sacralidad, lo había acercado para siempre a su corazón.
Shaka se envolvió la cintura con las piernas esbeltas y de músculos discretos de su amante y las acarició con vigor; restregó su entrepierna con la suya, para dejarlo sentir su excitación, despierta de nuevo. Luego le tomó las muñecas y las llevó sobre su cabeza.
―Me gusta que sientas mi piel y mis caricias... me gustas receptivo... me gustas sonrojado y sudoroso... me gustas cuando gimes para mí... y cuando me haces gemir... ―le susurró en el oído a Aries para luego mordisqueárselo: éste jadeó al sentir los dientes recorrerle el pabellón de la oreja con suavidad―. Sí... justo como lo haces ahora... me vuelves loco... quisiera meterme en tu piel... en tus huesos... y quedarme ahí...
Empujó suavemente la pelvis y permitió que su glande rozara la piel rugosa de la intimidad de su amante; un profundo y gutural gruñido se gestó desde sus entrañas y se arqueó buscando aminorar la distancia.
―MI amor... mi amor... ―musitó Virgo― qué deliciosa es tu piel... y tus rubores... y tus estremecimientos...
Mu perdió un momento el aliento cuando sintió a Shaka invadirlo, primero suave y con embestidas breves, y luego con furia y voracidad. Gimió arqueando el cuello hacia arriba y cerrando los ojos, pero Shaka le tomó la barbilla con la diestra y lo obligó a observarlo.
―No... no me niegues tus ojos... mírame... mírame gozarte... mírate reflejado en mis ojos... mírate gozar... escúchate y escúchame... hemos nacido... para estar juntos... para aprender el uno del otro... para crecer uno al lado del otro... para descubrir el amor... en brazos del otro...
Mu ni siquiera intentó apartar las manos que Shaka le retenía con su siniestra. Lo miró con adoración y se dejó llevar por el dulce calor que aquella vara que hurgaba en sus entrañas iba extendiendo por cada rincón de su piel. Se dejó cabalgar con una docilidad que encendió todavía más la libido de su amante, quien apretó el ritmo. Sintió la conmoción de su propio cuerpo, reaccionando al estímulo en su próstata: el orgasmo iba a ser abrumador.
―Sha... Shaka... oh... diosesss...
―Así, mi amor... así... así... devórame... ―gimoteó Shaka al sentir las contracciones que atrapaban su miembro. Apretó con fuerza las muñecas de Mu, que se retorcía debajo de él y se abalanzó contra sus labios, que besó con frenesí. Aún lo embestía, errático y espasmódico, apurando el último resquicio de placer que pendía entre ellos.
Cuando finalmente el batir de sus corazones dejó de aturdirles los oídos, Shaka soltó las manos de Mu. Las acercó a sus labios y le besó con ternura las muñecas, llenas de cicatrices, para luego llenarle las mejillas de besos tímidos.
Con parsimonia, como si fuera un ritual que había que llevar a cabo con exquisito cuidado, se apartó de su amante y se recostó a su lado, para abrazarlo y enredar sus piernas con las suyas.
Le apartó los cabellos, le besó la frente.
―Me encanta dejarte así, hecho un desastre. Que hagas un desastre de mí. Me recuerda que somos mortales, que debemos aprovechar la vida que se nos ha prestado. Qué bendecido soy de poder compartir mi vida contigo, mi amor...
―Te amo... asceta jactancioso... ―dijo Mu en medio de una sonrisa tierna y pícara al mismo tiempo, para luego depositarle un suave beso en los labios―. Adoro que hagas un desastre de mí... que te inventes excusas ridículas para coger ―tanto Aries como Virgo soltaron una risa melódica y se besaron con profusión―. Ahora, si te parece bien y tu calentura ha sido debidamente saciada... durmamos, que no sabemos lo que nos espera en la mañana...
―¿Mi calentura? ―se carcajeó Shaka―. ¿Sólo la mía? ―preguntó sugerente.
―La mía también, mi amor... la mía también ―respondió Aries con una sonrisa beatífica mientras abrazaba con fuerza a Virgo y se enredaba profusamente en sus piernas―. Te amo tanto...
―Y yo a ti...
Se acurrucaron hechos un ovillo, cubiertos por la fuerte sábana.
No pasó mucho tiempo antes de que ambos descansaran pacíficos, uno en los brazos del otro y sus respiraciones los arrullaran mutuamente.
Virgo reposaba la cabeza sobre el pecho de Aries, que le constituía la almohada más apetecible y cálida que había probado jamás. La piel de su amor era tibia, tersa; amparaba sus noches con su calor.
Por eso le resultó chocante que de pronto se erizaran los finos vellos que la poblaban. Los sentidos se le rebelaron en medio de su sopor.
Un frío que antes no estaba allí, sutil pero agudo, se extendió por la habitación.
Shaka y Mu abrieron los ojos al mismo tiempo.
―¿Bóreas? ―preguntó Mu, con la piel erizada, sin soltar a Shaka.
―Sí... ―musitó Shaka―. No... ―agregó sorprendido.
―Por la diosa... ¿Camus? ―Mu soltó a Shaka; se incorporó en la cama, estremecido por el frío, con la sorpresa y la alarma pintadas en su rostro―. Shaka... ¿qué es esto? ¿Qué le pasa a Camus?
―Nada bueno. Levántate, tenemos que armarnos...
―Nadie nos ha llamado ―soltó Aries de manera tajante.
―No. Todavía no. Pero no tardarán en hacerlo. Prepárate. Tal vez podamos ayudarlo sin hacerle daño.
―¿Hacerle daño? ¿A nuestro hermano? ¿Cómo se te ocurre?
―¡Mu! ¿Te parece que Camus está bien? ―lo increpó Shaka tomándolo de los hombros y estrujándoselos un poco―. ¿Lo sientes mínimamente centrado? ¡Está hecho un caos!
»¡Ármate, te digo! ¡Nosotros podemos intentar calmarlo! ¡Athena también! ¡Pero Hades y Poseidón están aquí y no negociarán con él! ¡Lo destruirán si no conseguimos que se modere!
»¿Y sabes lo que sucederá después de que ellos lo maten? ¡Tendremos una nueva Guerra Santa! ¡Otra jodida Guerra Santa para la que nadie tiene convicción ni voluntad! ¿Le preguntamos a los espectros, a las marinas, a nuestros hermanos? ¡Apresúrate y ármate de una vez!
Un minuto después salieron de la habitación, armados, dejando atrás un lecho revuelto y las ropas de dormir abandonadas.
Ni siquiera pensaron en llamar a Aiolia y Aldebarán, o a Shura y Afrodita.
Era un hecho que sentirían la perturbación climática, que saldrían por su cuenta a averiguar lo que pasaba.
En Star Hill la noche se deslizaba con lentitud, tachonada de astros, como sucedía desde la época del mito.
La tradición dictaba que el Patriarca debía acudir a Star Hill con regularidad para leer en las estrellas los dictámenes del Destino, de las Moiras.
Era, por tanto, un lugar sagrado, de recogimiento, al que sólo el Sumo Sacerdote, Athena y algún santo o aprendiz autorizado podían entrar.
Bóreas conocía el lugar, por supuesto, pues cuando llegaba de visita a la ciudad y al recinto del que era protector siempre pasaba por allí.
Sin embargo, aunque había recorrido el observatorio construido en roca, así como las escarpadas laderas de la montaña en su forma verdadera, nunca lo había "pisado" en su forma mundana.
De hecho, seguía sin pisarlo, porque Shion todavía lo llevaba en brazos y no parecía dispuesto a soltarlo.
El viento helado, cortante, soplaba con fuerza. Revolvía los cabellos de aquellos tres hombres que contemplaban el abismo: los rubios de Shion, los castaños de Dohko, los entrecanos de Bóreas.
Sin embargo, aunque la crudeza del viento del norte se percibía cada vez con mayor potencia, no se presentaba aún ante ellos.
―No lo entiendo. Podemos sentirlo, pero todavía no está aquí. ¿De qué se trata esto, Bóreas?
―Deja en paz a Bóreas, Dohko. Esta situación es tan extraña para él como para nosotros ―dijo Shion―. Esta es la primera vez, y la única, en que traspasa su poder a su hijo. Por mucho que diga lo contrario, no tiene ni idea de cómo funciona este proceso.
"Idea... idea sí que la tengo... pero es sólo eso... una idea..."
―Y más bien vaga, ¿verdad, grandísimo gruñón? Estoy tentado a opinar lo mismo que Hades y Poseidón: eres un imprudente redomado ―masculló molesto Dohko―. No tengo ni qué decirte lo que me molesta que Camus esté envuelto en esta situación.
»Más te vale que salga indemne de esto, porque de lo contrario iré a buscarte a donde sea que te encuentres para patearte las bolas.
―Dohko... ya cállate... ¿en qué ayudan tus reproches? Bóreas ha hecho lo que creyó mejor para su hijo.
"Y además... ¿me vas a buscar en el olvido? Eso quiero verlo... ¡oh, espera! ¡Ya no podré ver, así que haz lo que quieras, vejete bobo!"
―¡Qué humor el tuyo de ironizar con esta situación, Bóreas!
"¡Qué humor el tuyo de hacerme bronca, señor don Balanza! ¡Déjame en paz y amenaza a Shion, si se deja!"
El viento sopló de pronto con una furia inusitada que los hizo tambalearse. Un rugido que les resultó desconocido atronó en sus oídos: el gran vendaval del norte había llegado con toda su furia y el frío que desataba era capaz de helar hasta los huesos.
A Shion y Dohko se les desorbitaron los ojos.
―¿Qué rayos es esto? ―gritó aterrado Libra.
Shion, ante la situación inusitada, hizo arder su cosmos para protegerlos a él y sus acompañantes de la onda gélida que se cernió sobre ellos.
―¡Bóreas! ¡Nosotros nunca te conocimos así! ―añadió Shion a voces.
"¡Porque nunca me han visto cabreado de verdad! ¡Pero mi muchacho lo está hasta los cojones! ¡Y no tiene muchas luces consigo en este momento! ¡Bájame, Shion de Aries! ¡Necesito intentar hablar con él!"
Entre las ráfagas de violento aire poblado de polvo, hojas y ramitas arrancadas de los arbustos cercanos, tres bultos cayeron desde el cielo, azotando como rocas en el suelo circundante.
Shion y Dohko se espantaron un momento, pero luego Libra se separó apresurado para ayudar a los jueces a levantarse.
Tan pronto como llegaron a Star Hill, el gran Aquilón los había botado lejos de él.
―¿Minos? ¿Están bien? ―vociferó Dohko para tratar de hacerse oír mientras levantaba al juez de los ojos de ópalo: lo rodeó con su cosmos en un intento de reconfortarlo.
Minos lo miró aturdido, tratando de comprender sus palabras. Cuando por fin lo consiguió, negó con la cabeza.
―Quiero decir que sí, que estoy bien... ¡pero esta es la misión más horrible que me han encomendado en todas mis vidas! ¡Acuario está loco perdido! ―se levantó y fue hacia Aiacos, que trataba de incorporarse del suelo con poco éxito, aterido de frío como estaba―. Min kjærlighet! Er du ok? Er skadene dine for alvorlige? (3)
―¡Estoy bien, estoy bien! ―gritó Aiacos, tiritando―. ¿Dónde está Rhadamanthys? ¿Dónde el señor Hades? ¡Terminemos con esto y terminémoslo bien! ¡No quiero hacer daño a Camus!
Rhadamanthys, con la cabeza sangrando y el Wyvern luciendo una pátina de hielo, se puso de pie tambaleante, escaneando los alrededores. Cuando vio a Bóreas, apenas sostenido por sus piernas, se acercó a él y lo tomó de los hombros.
―¡Señor Bóreas! ¿Puedes hablar con tu hijo? ¡Está enloquecido de rabia y dolor! ¿Puedes hacerlo entrar en razón? ¡No comprende en absoluto lo que le sucede!
"Hablaré con él..."
―¿Cómo te ayudo?
"Acércame... yo haré el resto"
―¿Acercarte? ¡Te devorará, te matará! ¡Y eso lo pondrá mucho peor!
"Muchacho tonto... yo ya estoy muerto... ¿crees que estás ante el gran Bóreas? ¡Ya me he marchitado! Sólo he soportado un poco para verlo y hablarle. Esto será lo último que haga antes de extinguirme... Por favor... te lo imploro... llévame a él... yo ya no puedo volar..."
Rhadamanthys lo miró con profunda tristeza. Luego de un momento asintió.
Le pasó los brazos por debajo de las axilas y afirmó las manos sobre su pecho. Permitió que el Wyvern emprendiera el vuelo. Shion y Dohko los vieron levantarse con dificultad del piso, remontar la altura para tratar de alcanzar la vorágine que se cernía sobre ellos.
Cuando empezaban a elevarse, los tres grandes hicieron su arribo.
Bóreas, lo que quedaba de él, volvió la cabeza una última vez. Y por esa última vez miró a Athena, su amiga más cercana y verdadera desde la era del mito.
La joven, al verlo, se llevó la diestra al corazón.
―Bóreas... ―musitó Saori mientras veía la cabellera de obsidiana salpicada de plata ondear lacia en el viento. Miró por primera y última vez el rostro fino, los ojos azules y las cejas bífidas que los enmarcaban. Bóreas le sonrió y levantó una mano blanquísima para decirle adiós―. Adiós, Bóreas. Un día el olvido nos reunirá...
Uno tras otro, los santos dorados disponibles se apersonaron en Star Hill: primero Shaka y Mu, que miraron con desconfianza a Hades y Poseidón, luego Aiolia y Aldebarán, que contemplaron horrorizados la fuerza del viento y al final Afrodita y Shura, que al percatarse de que esa vorágine era Camus, sintieron desfallecer sus corazones.
Aquello no podía tener un buen final.
―¡Kyría! ―gritó Aiolia acercándose a Saori para hacerse oír―. ¿Qué deseas que hagamos?
―¡Esperar! ¡Bóreas intentará hacer reaccionar a Camus!
El vendaval rugiente atrapó en su corriente furiosa al Wyvern y a su acompañante.
Por un momento, todos contuvieron la respiración, esperando lo peor.
El viento pareció amainar durante unos segundos para luego, cobrar una fuerza inusitada: Rhadamanthys salió eyectado con violencia del interior de la borrasca. Habría sido azotado contra las laderas pétreas, pero Gryphon lo atajó en el aire. Lo llevó, medio inconsciente y sin fuerzas, a tierra.
Aries y Virgo se le acercaron presurosos para auxiliarlo: los dientes le castañeteaban y su rostro llevaba una palidez terrosa impresa. Ambos santos lo envolvieron con su cosmos; Mu además se despojó de la capa para cubrirlo con ella.
Minos dedicó al ariano una mirada agradecida; Rhadamanthys, incapaz de articular palabra, le tomó una mano y se la apretó en reconocimiento.
―Bó... Bóreas... está... está con él... No sobrevivirá...
―¿Camus lo ha matado? ―preguntó Mu con dolor.
―No... no... él... agonizaba. Sólo aguantó... lo suficiente para verlo... su muerte... era inevitable... al menos hablará con él... antes de irse...
―No sé si será útil ―dijo Shaka frustrado―. Con Bóreas muerto en su último contacto, Camus igual interpretará que ha sido él quien ha matado a su padre. Terminará de enloquecer. Tenemos que prepararnos para contenerlo de algún modo.
―Intentaré con mi Crystal Wall.
―Tal vez no sea suficiente.
―Entonces lo teletransportaré.
―¿A dónde? ¡No importa a donde lo lleves, destrozará todo! Además, ¿puedes teletransportar un vendaval? ¡Tenemos que controlarlo aquí!
Mu se separó de Shaka y Rhadamanthys. Se dirigió hacia el abismo, planteándose seriamente cómo encerrar a Camus en un contenedor creado a partir del Crystal Wall. Se preparó para ejecutar la técnica, ante la mirada vigilante de Shion.
―¡Crystal Wall! ―gritó.
Y la fuerte barrera se formó entre ellos y el viento. Por un momento, los protegió de sus embates. Sin embargo, la estructura se empezó a congelar con rapidez y lo que pareció el soplo intencional sobre la barrera, la agrietó.
La pared de energía se trizó y neutralizó en unos segundos. Mu resopló disgustado y se preparó a repetir la técnica.
―Basta, señor Aries. Déjanos intervenir ―comandó la voz imperiosa de Hades.
Mu y sus hermanos dirigieron la vista hacia el Señor del Inframundo.
―No seguimos tus órdenes, señor Hades. Estamos en paz y no tenemos intención alguna de atacarte, pero no estamos a tu servicio. Sabemos bien que si intervienes, matarás a nuestro hermano.
―Intentaré no hacerlo... No quiero la ira de Las Benévolas sobre mí por tocar a uno de sus protegidos. Pero tampoco podemos dejarlo descontrolado. Destruirá todo.
Hades extendió su mano y su enorme espada apareció en ella, lista para ser blandida. Poseidón dirigió una mirada alarmada a Athena y convocó con su cosmos su tridente, que apareció en su mano como si siempre hubiera estado allí.
Athena les dirigió una mirada inexpresiva y se les adelantó algunos pasos, mientras Nike aparecía en su mano derecha y, enarbolándola, les dijo:
―A Camus nadie lo toca: ya les advertí que si le ponen una mano encima me tendrán en modo Edad Antigua. ¡Y los haré tragarse los cojones además del polvo adherido a mis sandalias!
―¡Sobrina!
―¡Nada! En mi casa arreglo los problemas a mi modo, ¡no al tuyo! ¡Ya te quiero ver, Señor tío, como te va a caer en gracia que vaya a tu casa a hacer y deshacer con tus espectros y jueces!
Hades se mostró circunspecto un momento.
―Eso fue justo lo que hiciste cuando llegaste al Inframundo. Y también sucedió en la Atlántida...
―¡Ustedes empezaron! ¡Invadiste mi Santuario! ¡Tu hermano me secuestró! ¡Y no voy a discutir eso ahora! ¡Y tú tampoco, amorcito, que te echo de aquí sin contemplaciones y no te vuelvo a permitir verme!
―¡Pero querida...!
―¡A callar! ―gritó enfurecida, con los cabellos bailoteando por efecto del viento y el porte decidido. Dio la espalda a sus mayores y se dirigió hacia el temporal. Se colocó al lado de Mu e hizo una seña perentoria a Shion, quien se acercó presuroso a ambos ―. Tu idea es buena, Mu. Tú y Shion enciérrenlo. Tal vez entre los dos lo consigan. Yo hablaré con él: su mente perdió la fragilidad al asumir la potestad de Bóreas, ahora somos pares.
―Sí, Athena. Mu, sigue mi pensamiento. Tengo una idea de qué hacer y tal vez dé resultado el tiempo suficiente para que la Dama hable con nuestro Camus.
Ambos, maestro y alumno, se quedaron dando la cara al abismo: frente a ellos y hacia abajo rugía la tempestad que levantaba polvo, rocas, briznas de hierba, ramas desprendidas y un cúmulo de hielo que no llegaba a cristalizarse en nieve.
Las ráfagas se entretejían desordenadas: no quedaba ni un pequeño signo de la tendencia a la armonía y la templanza que caracterizaba a Camus. Casi podían asegurar que ni siquiera el viejo Bóreas en plena gloria hubiera presentado un aspecto tan caótico como aquel que contemplaban. Los dos arianos, conectados por su lazo filial, gritaron al unísono:
―¡Crystal Wall!
El viento cesó tan pronto como las barreras de energía se solidificaron en torno al Aquilón, encerrándolo en un enorme cubo flotante, sostenido a duras penas por la telequinesis de los dos santos de Aries.
Shaka, presintiendo el apuro de su compañero, acudió aprisa hacia él y el Patriarca, para sostenerlos en caso de necesidad.
Dohko, con las vísceras encogidas, se apostó junto a la diosa, más con el deseo de permanecer junto a su compañero que como guardián fiel. Reconocer en sí mismo esta necesidad le hizo sentirse dividido entre dos amores: el que profesaba a su diosa y el que rendía al compañero de toda su larga vida.
Aiolia se quedó firme junto a Kyría, esperando protegerla, ya fuera de los dos grandes que permanecían apenas a unos pasos de distancia o del viento embravecido.
Tauro, Capricornio y Piscis, sin pronunciar media palabra, se interpusieron entre Hades, Poseidón y su señora. Unos y otros se miraron con advertencia.
Capricornio aprestó Excálibur.
Athena, que sabía que aquella situación no podía sostenerse mucho tiempo, se dirigió a Camus.
―¡Ya está bien, Camus, ha sido suficiente! ¡Tienes que controlarte! ¡Destruirás todo a tu paso! ¡Y cuando recuperes el dominio sobre ti mismo, no podrás soportar la responsabilidad que pesará sobre tus hombros! ¡Detente ahora!
De aquel prisma que se mantenía precario en el aire por el esfuerzo sobrehumano de Shion y Mu emergió un lamento que fue al mismo tiempo una voz casi humana y el chillido agonizante del viento.
"¿POR QUÉ HA TENIDO QUE IRSE MON PÉRE, KORÍSTI? ¿QUÉ HA SIDO DE MON ÉPOUX? ¿QUÉ HA SIDO DE MÍ? ¡MON PÉRE ME HA DICHO QUE DEBO ALCANZAR LA PAZ! ¿POR QUÉ NO PUEDO ENCONTRAR EL SOSIEGO? ¿POR QUÉ NO SE ME HA PERMITIDO EXTERMINAR A MI OFENSORA? ¡ABATIÓ A MIS HERMANOS! ¡MATÓ LA VOLUNTAD DE MI SÝZYGOS! ¡EXTINGUIÓ LA LUZ DE MON SOLEIL! ¡NO PODRÉ RECUPERARLO JAMÁS!"
―¡No, Camus, no es así! ¡Tus hermanos se están recuperando y Milo está bajo el cuidado de Hypnos! ¡Te aseguro que haremos todo lo posible para que recuperes a ton époux! ¡Pero tienes que controlarte! ¡Te pesará no hacerlo!
"¡NO ME AMENACES! ¡NO SOPORTO QUE ME AMENACES, NI TÚ NI NADIE! ¡ESTOY HASTIADO DE AMENAZAS!"
―¡No te estoy amenazando, querido Camus! ¡Estoy tratando de ayudarte a entender la situación, tu situación! ¡Sé que te sientes terriblemente solo y confundido, que no comprendes qué ha sucedido contigo, pero debes saber que tu familia te acompaña y trata de apoyarte! ¡Todos lo intentamos! ¡Yo lo intento! ¡Has hecho tanto por mí que no me resignaré a que no te recuperes a ti mismo!
"¡NECESITO A MON PÉRE CONMIGO, NO ENTIENDO LO QUE SUCEDE! ¡NECESITO A MON ÉPOUX! POÚ EÍNAI? OÙ SONT MES PROCHES ? OÙ EST MON SOLEIL ? POÚ EÍNAI I ORKOGÉNEIÁ MOU? POÚ EÍNAI O AGAPIMÉNOS MOU SÝZYGOS?" (4)
―¡No puedo traerte a tu padre, Camus, lo siento mucho! ¡Tampoco a Milo, porque se está recuperando en La Fuente! ¡Te juro por mi vida y mi sangre que él está seguro! ¡He venido yo porque también soy tu familia! ¡Tus hermanos están aquí conmigo! ¡Por favor, vuelve a nosotros! Eímai kai i oikogéneiá sou, eímai kai i aderfí sou! Nous sommes aussi ta famille ! (5)
"NAI, EÍSAI KAI I OIKOGÉNEIÁ MOU, ALLÁ ÓCHI AFTÍ POU CHREIÁZOMAI AFTÍ TI STIGMÍ..." (6)
Y las barreras que los arianos mantenían se quebraron sin remedio ante la furia y la desdicha del viento.
Éste lo arrebató todo y a todos los envió lejos, por el suelo.
Dohko, aterrado, se apresuró a buscar a Shion. Lo encontró de bruces en el suelo, sin aliento y aterido de frío. Lo abrazó con desesperación, buscándole heridas inexistentes.
Poseidón, blanco como un papel, se acercó lo más raudo que pudo a levantar a Athena, quien se llevó una mano a la frente: sangraba.
El Señor de los Mares observó con una furia borboteante a la vorágine e hizo el amago de blandir el tridente contra ella, pero fue Hades, estremecido de una cólera lenta y sosegada, quien levantó la espada.
―Suficiente, Acuario. No te permito hacer más daño...
―¡No te atrevas a tocarlo, Hades, porque juro que te rebanaré la cabeza! ―gritó la joven con una voz potente que no tenía nada que ver con la de Saori.
Hades se alarmó al escucharla, al igual que Poseidón: la voz verdadera de Athena se había hecho escuchar y fue como el choque de mil espadas mirmidonas en pugna en los oídos que la percibieron.
Los ánimos de los santos dorados de pronto se alzaron y se prepararon al combate.
Y aunque se detuvo por la voz belicosa de su sobrina, Hades no bajó la guardia, sino que la miró con largueza, como intentando llegar a un entendimiento con ella.
―No podemos dejarlo así... ―trató de razonar.
―Es cierto, mi querida... ―añadió Poseidón revistiendo su voz de toda la suavidad que le fue posible―. Herirá de mil maneras peores a quienes son más frágiles que tú...
Tres voluntades se levantaron entonces y lucharon entre sí, para consternación de los soldados presentes. Tres manos enarbolaron sus armas y dos de ellas se aprestaron al ataque del vórtice atroz que desgajaba las rocas de la montaña.
―¡Nadie toca a mi Keltos! ―gritó la voz del escorpión.
Una multitud de ojos se fijó entonces en la figura desastrada, frágil y perturbada que se alzaba al borde del abismo.
Milo, con el cabello sucio flotando salvaje, el pijama desgarrado y apenas prendido de la cintura, los pies y las manos sangrantes por el esfuerzo de haber subido en tan malas condiciones, adelantaba su palma extendida como exiguo escudo contra aquellos dioses que amenazaban a su amor.
El torso desnudo, atravesado por el vendaje, estaba lleno de rasguños y pequeñas heridas causadas por el camino abrupto y su habilidad disminuida para ir por el campo. Los ojos aún estaban enfebrecidos por la locura, pero en ésta se apreciaba una naturaleza vehemente y no tan solo el triste extravío de la razón.
Athena recordó haberle visto aquel brillo ardiente y airado en las pupilas cuando había ajusticiado a Kanon, al encontrarlo en su cámara personal al inicio de la Guerra Santa.
El vendaval bramó.
"C'EST TOI, MON COEUR, MON AMOUR...? C'EST TOI, MON SOLEIL, MON ÉPOUX...? O AGAPIMÉNOS MOU SÝZYGOS...!" (7)
Milo volvió el rostro hacia la voz distorsionada que reconoció como la de Keltos y vio venir la ráfaga caótica de viento sobre él con una mezcla de espanto sobrecogedor, vergüenza sin disfraz y amor desbordante.
Entonces, esto era Camus ahora.
Ya no era su Camus. Su Keltos.
Y de alguna manera, todavía lo era.
La belleza cautivadora con que lo recordaba se había ido. Y había sido desplazada por esa hermosura enorme y catastrófica que apenas alcanzaba a dilucidar.
Porque había una belleza incomprensible, sin parangón, en aquel caos; una belleza que horrorizaba y conmovía a la vez.
Que lo hacía sentirse pequeño e indigno. Y al mismo tiempo, le hacía sentir la necesidad insoslayable de ser uno con él.
Abrió los brazos para recibirlo.
―Oui, mon coeur, mon amour. C'est moi. C'est moi, moi que ne suis qu'à toi... Eímai móno dikós sou... (8)
Y se obligó a mantener los ojos abiertos para contemplar la majestad absoluta del viento desnudo y desatado, poderoso e imparable que lo engulló en sus entrañas como a una hoja arrancada por el huracán.
Aclaraciones
Bienvenid@s a la actualización de esta semana, que por motivos laborales se atrasó tan espantosamente.
Ya llegados a este punto del cuento, tengo que agradecerles con el corazón que hayan aguantado hasta aquí. Espero que este capítulo haya resultado bonito e interesante.
Pues bueno, las cosas están mejorando para Milo...
¡Les juro que sí están mejorando, en serio! Con la salvedad de que está herido, medio loquito y a merced de este Camus un tanto fuera de sí, les aseguro que está bastante bien...
Sé que en este capítulo intervinieron muchos personajes, pero todos han tenido algo que hacer. Y su presencia (o bien, su despedida) está ayudando a cerrar algunos asuntos y a darle continuidad a otros.
Me parece que ya se dan una idea de quiénes son los familiares de Milo. Ya después veremos qué importancia tienen en el futuro de nuestro escorpión favorito.
Ah, sí. Y al fin hubo actividades adultas. Y no me refiero a declarar impuestos...
Pues después de tanto ajetreo, van las aclaraciones, que son de todo un poco, contextuales y lingüísticas. Helas aquí:
1. La amapola es una planta relacionada con el dios Hypnos justo por sus cualidades hipnóticas. Como se ve durante la primera sección de este capítulo, Hypnos libera diversas fragancias narcóticas para tranquilizar a Milo y lograr traerlo de regreso a la razón.
2. Así como los poetas escaldas crearon las kenningar para nombrar a los dioses y personajes extraordinarios en las Eddas y otras composiciones poéticas, así los aedos griegos ―Homero en primerísimo lugar― emplearon el epíteto para describir las cualidades de dioses y mortales. Algunos de los que empleo aquí para Athena fueron tomados de La Ilíada y La Odisea.
3. Min kjærlighet! Er du ok? Er skadene dine for alvorlige? (noruego): ¡Mi amor! ¿Estás bien? ¿Son graves tus heridas?
4. Poú eínai? (πού είναι;) Où sont mes proches ? Où est mon soleil ? Poú eínai i orkogéneiá mou? (που είναι η οικογένειά μου;) Poú eínai o agapiménos mou sýzygos? (που είναι ο αγαπημένος μου σύζυγος; ) (griego contemporáneo y francés): ¿Dónde están? ¿Dónde están mis allegados? ¿Dónde está mi sol? ¿Dónde está mi familia? ¿Dónde está mi amado esposo?
5. Eímai kai i oikogéneiá sou, eímai kai i aderfí sou! (είμαστε και η οικογένειά σας, είμαι και αδερφή σου! ) Nous sommes aussi ta famille ! (griego contemporáneo y francés): ¡También somos tu familia, también soy tu hermana! ¡Nosotros también somos tu familia!
6. Nai, eínai kai i oikogéneiá mou. allá óchi aftó pou chreiázomai aftí ti stigmí (Ναι, είναι και η οικογένειά μου. αλλά όχι αυτό που χρειάζομαι αυτή τη στιγμή) (griego contemporáneo): Sí, también son mi familia, pero no la que necesito en este momento...
7. C'est toi, mon coeur, mon amour...? C'est toi, mon soleil, mon époux...? O agapiménos mou sýzygos...!" (Ο αγαπημένος μου σύζυγος) (francés y griego contemporáneo): ¿Eres tú, corazón mío, mi amor? ¿Eres tú, mi sol, mi esposo? ¡Mi amado esposo!
8. Oui, mon coeur, mon amour. C'est moi. C'est moi, moi que ne suis qu'à toi... Eímai móno dikós sou. (francés y griego contemporáneo): Sí, corazón mío, mi amor. Soy yo. Soy yo, que no soy sino tuyo. Soy sólo tuyo...
Si se preguntan por qué Camus está hablando indistintamente en francés y en griego, se debe a que para él su lengua materna es el francés, pero la lengua que Bóreas consideraba como tal es el griego. Y como ahora Camus ha asumido la potestad de su señor padre, pues también ha tomado sus modos.
Y ya.
Espero no tardar tanto la próxima semana en actualizar. Pero la verdad es que no lo aseguro. Las cosas están un poco intensas en mi vida laboral. Ya qué.
También espero que no se hayan colado demasiados errores y dedazos, pero con la calidad de mi sueño en los últimos tiempos, pues creo que mis esperanzas son baldías.
El crédito de la imagen que trata de evocar a Camus convertido en el viento es para su talentos@ autor o autora, cuyo nombre no he encontrado en este vasto jardín que es internet. Igual es una ilustración preciosa y espero que les haya gustado. Y que haya dado en el clavo.
Gracias a Chantry-Sama por el couching con la terminología jurídica, que si bien en este capítulo es escasa, igual me resulta desconocida, y por lo tanto un misterio.
Y ya fue mucho rollo. Lamento que el capi haya quedado tan largo. En mi defensa diré que era todavía más extenso...
Desde el fondo de mi corazón friki, gracias por su lectura y acompañamiento, por los comentarios, pareceres, impresiones, porras, votos y amor. Su presencia en este espacio es querida y valorada.
Les mando un fuerte abrazo.
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