15. Prymheimr, hora desconocida / Santuario, 11:00 pm / Érebo, atemporal
Una suave satisfacción que bien podía asimilar a la felicidad envolvía el corazón de la Dama Blanca.
Su amor por el pequeño de los cabellos de fuego, por el pequeño hijo de Norðri no había dejado de ser cuestionado por cualquiera que se diese por enterado: Camus, Athena, Norðri, los hermanos y el amante del joven... Incluso Freyja, su propia hija, ponía ese amor en tela de juicio.
La habían considerado indigna ―a ella, la bellísima Dama del Invierno, la poderosa, la inefable― del jovencito, cuando la realidad era que el amante que Acuario había elegido para sí resultaba el más indigno entre todos.
Escorpio había trabajado con cuidado y meticulosidad sus culpas, de tal manera que le permitieran construir la vida que había elegido junto a Acuario. A Skade se le estremecía el corazón de alegría al recordar el desgarramiento de la cordura de aquel hombre cruel cuando lo enfrentó a sus propios recuerdos mezclados con los de Camus, mezclados incluso con los de ella.
Lo había enfrentado a las trazas de su propia corrupción, de su propia indignidad, imposible de ocultar a la luz del dolor. Con ello, con el quiebre de la psique del amante indigno, alcanzaba dos objetivos: vindicarse a sí misma como la más digna para Acuario y cumplirle a éste la promesa de destrozar a quienquiera que se atreviese a amar.
Milo de Escorpio estaba aniquilado. Después de obligarlo a degustar su propia iniquidad y de haber deslizado en su mente los últimos segundos de vida de su amado ―los últimos horribles instantes de sufrimiento, de agonía solitaria que la sangrienta nieve que lo había amortajado le mostró a la Dama Blanca cuando ésta lo demandó―, sabía que no había manera de que se recuperara.
El amante indigno estaba perdido en la locura, sin posibilidad de retorno. Poco a poco sería orillado a tomar su propia vida, para terminar con el ciclo de dolor que se había cernido sobre él.
Y como ganancia adicional, en el Santuario, los hermanos del joven habían sido diezmados también. Todos a quienes amaba estaban siendo arrasados uno por uno.
Era cuestión de tiempo para que el muchacho de sus anhelos por fin cediera. Para que se diera cuenta de que no había más opción que entregarse, pronto y de buen grado, para detener el asedio contra aquellos que consideraba su familia.
Lo haría sufrir, por supuesto, pues antes de aceptarlo en plenitud debía pagar la osadía de resistírsele. Al final, sin embargo, sería generosa y lo aceptaría en su corazón y en su lecho.
Él sería la dulce campiña a la que el invierno cubre de escarcha y sumerge en el sueño de la muerte: lo arrullaría entre sus brazos y lo convertiría en su amado durmiente, en el repositorio de su amor eterno e incorruptible.
Ella jamás lo traicionaría.
Ella lo amaría para siempre. En la quietud. En la inmovilidad del sueño congelado del invierno.
Cómo deseaba que llegara el momento de posarse sobre él, como la nieve sobre el suelo. De hacerse una con él, como la semilla con la tierra. De poseerlo hasta el fin del tiempo, como la muerte a las almas.
Así serían uno y eternos, como el frío, como el olvido, como el sueño que es para siempre.
La noción difusa de lo que era y había dejado de ser lo golpeaba de manera intermitente, errática.
Su conciencia trataba de emerger de la vorágine de ira que lo nublaba y destrozaba su alma.
No terminaba de entender. ¿Qué era? ¿Qué había sido? ¿Qué fuerza, qué mandato lo obligaba a correr vertiginoso por el mundo?
¿Por qué sentía que tenía un asunto pendiente abierto? Un asunto malo, que supuraba y enturbiaba el flujo de lo que debía ser su existencia.
¿Por qué, por donde pasaba, quedaba marcada una herida mortal? ¿Por qué la tierra se marchitaba a su paso? ¿Por qué la vida parecía escondérsele, ocultársele, como si le temiera?
¿A dónde iba? Él recordaba lugares donde se había sentido arropado y bienvenido: un extenso paisaje helado, con una cabaña aislada al fondo. Una construcción circular, marmórea, en lo escarpado de un paso montañoso. Otra similar, aunque rectangular, que no le pertenecía, pero en la que se sentía cobijado. ¿Por qué no estaba en alguno de esos sitios? ¿Por qué iba a la deriva, montado en esa suerte de aguja de viento, que lo arrastraba a un lugar desconocido? (1)
¿Y dónde estaban las personas que lo acogían? ¿Su familia, sus amigos, sus amores...?
¿Tenía amores?
La visión lejana de un trigal azotado por su prisa vertiginosa le trajo la imagen de una cabellera dorada, acariciada por la brisa. Recordaba que una fragancia única, impregnada de manzanas, incienso, canela, almizcles y sándalo se desprendía de ella.
La añoró con desesperación, como si fuera parte del motor que mantenía en marcha su existencia.
Pasó por encima de un volcán activo, que en el fondo dejaba ver el magma ardiente que se gestaba desde las entrañas del mundo.
"La tierra sangra", pensó.
Una herida punzante, abierta, se presentó en sus recuerdos como en una película que corre y le mostraba a un hombre empalidecido, con el rostro contraído de dolor más allá de lo físico: sangrando, agonizante, víctima de un mal que no tenía que ver con la enfermedad ni con la muerte, que era el destino de todos los que nacían. Sus ojos aturquesados lo contemplaban enloquecidos, aquejados de una irracionalidad antinatural que le había sido implantada por un agente externo.
Un ponzoñoso agente externo que se movía por intereses espurios y que había fragmentado el espíritu de aquel cuyo recuerdo le atormentaba.
"Milo sangra... Milo... ¿dónde estás? ¿Qué es de ti? ¿Por qué no estás conmigo? ¿Quién te ha apartado de mí? ¿Quién te ha apartado de Norðri, Norður, Norte?"
Y una vez que tomó posesión de su nombre, la imagen de su ofensora, la ofensora de Milo, la ofensora de... Sinmone... de Aiolos, de Hyoga e indirectamente de sus hermanos y de la Korítsi de quien era protector se le formó en la mente desquiciada de cólera burbujeante.
Cuando la furia le inundó la razón tambaleante, el tufo, el rastro de la bruja maldita que tanto destrozo había provocado en el panorama de su existencia se le presentó con una certeza inexorable.
Se dirigió al sitio que ocupaba esa versión corrupta de sí mismo. Se dirigió a Prymheimr. Al hogar de la Señora del Invierno. Al Santuario de la Dama Blanca. Fue hacia Vetr.
"SKADE... NUNCA MÁS TOCARÁS A LOS MÍOS. NUNCA MÁS TOCARÁS A MI SÝZYGOS. NUNCA MÁS VOLVERÁS A TOCARME..."
No le perdonaría nunca que hubiera convertido a Milo en su víctima.
Que se atreviera a ensuciar el espíritu, la mente, el cuerpo bendito de su bien amado.
Que lo hubiera orillado a cosechar su propia vida.
No lo permitiría. No lo perdonaría. No lo dejaría sin vindicación.
La Dama del Invierno moriría. En sus manos. En breve.
Ya mismo.
En manos de Norðri. Norður. Norte. Bóreas.
Milo se debatía entre lágrimas y lamentos sentidísimos. Por más que lo intentaban, Shaka y Mu no conseguían que el escorpión aclarara su mente, que les creyera que Camus seguía con vida.
Mu había detenido la hemorragia que Milo se había causado a sí mismo al herirse y el doctor Katsaros, no obstante su agotamiento después de tantas horas atendiendo aquellos despropósitos, lo sometió a un minucioso estudio radiológico para asegurarse de que la herida no pasara a mayores.
La lesión no fue mortal, pero pudo serlo: Milo se había perforado el esternón y provocado un micro desgarre en el pericardio. Aunque la herida no afectó de manera directa el corazón, sí causó un sangrado en el saco que lo contenía. Katsaros lo sometió a un tratamiento farmacológico inmediato, esperando evitar una operación.
Si bien no lo hizo pasar a cirugía, igual tuvo que sedarlo, en un vano intento por moderar su estado de completa alteración psicoemocional. Para desesperación del médico, en cuanto pasó el efecto más duro del calmante, Escorpio dio rienda suelta al dolor de su espíritu a través del llanto y la continua intención de zafarse de sus cuidadores para huir del hospital.
A la vista del mediocre resultado que el sedante tuvo para Escorpio y pretendiendo evitarle un daño mayor, Katsaros ordenó que lo ataran a la cama, ante el escepticismo de Aries y Virgo.
Mu, en silencio, sin retirar las amarras ordenadas por Katsaros, tejió una sutil contención con su telekinesis para mantener a Milo bajo control.
―Al menos el veneno no lo afectó ―dijo Shaka imponiéndole las manos en la frente sudorosa, mientras el escorpión se debatía entre sus ataduras.
Aun debilitado por el sedante, la fuerza que conservaba Milo bastaba para vencer las bandas de kevlar que había solicitado Katsaros y para retar la resistencia de la red creada por Mu. Shaka, por su parte, intentaba pacificar su mente. (2)
―Es inmune a su propio veneno ―respondió Mu con la mirada humedecida―. Eso no quita que haya atentado contra sí mismo. Detesto a esa maldita. Las cosas que desenterró de su mente, las que le plantó... Milo ha invertido años en adormecer su dolor y remordimiento, en aceptar sus culpas y trazarse un camino que le permita crecer junto a Camus. Y esta desgraciada viene y tira todo su esfuerzo en diez segundos. La odio con toda mi alma.
―La odiamos todos, pero eso no ayudará a Milo ―pronunció una voz melodiosa que Aries y Virgo reconocieron de inmediato como la de su señora―. ¿Cómo está?
―Fuera de sí ―murmuró Shaka, apesadumbrado―. No sé si lo recuperaremos alguna vez. Skade le removió cosas muy dolorosas, le puso sal en heridas viejas. Asuntos malos entre él y Camus; implantó en su mente los últimos segundos de vida de nuestro hermano en el derrumbe, justo antes de que consiguieran sacarlo ―Milo exhaló un suspiro doloroso y Shaka de apresuró a colocar la palma de su mano sobre la frente del escorpión―, lo ha hecho contemplarlo en el momento de su muerte. Luego lo culpó de ello... y Milo asumió la culpa.
―Estoy podrida de que la malnacida reparta en otros su responsabilidad ―dijo la muchacha con voz amenazante―. Estoy harta de que le fastidie la vida a Camus y de paso a todos nosotros.
Poseidón y Hades se perfilaron en la entrada de la habitación y contemplaron al santo enloquecido y a sus hermanos que lo guardaban. Poseidón mostró en el rostro la preocupación que en ese momento le inspiraba su amada y Hades, circunspecto, lanzó un suspiro casi imperceptible al mirar el estado del joven rubio.
―Señor Hades ―pronunció respetuoso Shaka―, ¿ha dado a sus jueces el mensaje que Sinmone envió a Camus por intermedio de Deathmask?
―Sí, Virgo. Los tres están enterados y lo comunicarán a Acuario cuando lo encuentren ―contestó el señor del Inframundo con fría cortesía. Luego se dirigió a Saori―. ¿Qué pretendes hacer, Señora sobrina? ―preguntó en tono mesurado, pero firme―. No me gusta tu ira. Ya te he garantizado que un juicio ocurrirá. Ya te he explicado quiénes han sido convocados al proceso. Este asunto se resolverá en los Altos Tribunales. Mis Jueces tendrán un desempeño impecable en pro de dirimir la controversia que denuncia Acuario.
Athena miró a Hades con fría parsimonia, a través de la cual no podía ocultar la rabia burbujeante que le iba atenazando el ánimo.
―¿No te gusta mi ira, Señor tío? ¿Sentirías otra cosa que veneno en tu espíritu si estuvieras en mi lugar? ¡Esa perra ha profanado a mi familia, mi hogar! ¡Milo se ha vuelto loco! Y Camus... ¡Camus ya no es Camus! ¡Ya nunca lo será! ¡Angelo fue envenenado! ¡Aiolos está malherido y a punto de morir! ¡Saga al borde del abismo! ¡Kanon privado de sí mismo! ¡Skade se ha metido incluso con la armada de Poseidón! ¡Y Bóreas...! ¡Mi amigo...! ¡No volveré a ver a Bóreas...!
La cólera y el dolor de la joven se desbordaron por sus ojos. Poseidón, con el gesto contraído, quiso acercarse para estrecharla entre sus brazos, pero ella retrocedió, renuente.
―Señora sobrina ―dijo Hades con suavidad―, no rechaces el consuelo que te ofrecemos, a ti y a los tuyos. Las Altas Damas en las que tu corazón ofendido busca justicia ya han sido convocadas al proceso: es imposible mantenerlas al margen. No necesitan ser espoleadas. Ellas ya están más que al tanto de este lamentable asunto y si no se han iniciado las medidas provisionales, es porque su grado de acción contra tu enemiga es limitado. Odín y los suyos ya han sido emplazados de que se iniciarán las acciones conducentes en contra de su familiar. Los jueces y los verdugos que tienen competencia para condenarla ya han sido designados.
Saori guardó silencio. Se acercó al escorpión: le acarició el rostro. Milo, al sentir el tacto gentil de las manos de Kyría, abrió los ojos para buscarla con desesperación. Necesitaba su consuelo, pero a pesar de tenerla junto a él, el alivio a su dolor se mantenía inaccesible.
―Se me ha muerto, Kyría. Keltos se me ha muerto. Lo vi morir en el alud. Y ahora lo he visto despedazado y llevado por el viento... mis pesadillas se han vuelto realidad... todas y cada una... no volveré a ver a mi amor... se me ha muerto y lo he ofendido tanto...
―No, Milo, no. Camus no está muerto. Estás engañado. Skade te ha hecho ver lo que ella ha querido. Quiere hacerte daño para a su vez lastimar a Camus...
Milo contrajo el gesto al escuchar el nombre odioso de la Dama Blanca y en sus ojos brilló el dolor cuando su amado fue mencionado por los labios de Kyría.
―¿Cómo puede lastimar a Camus, si ya está muerto? ―el horror se apoderó de las pupilas de Escorpio, que empezó a debatirse, desesperado― ¡La maldita bruja se lo ha quedado! ¡Se ha quedado con él! ¡Me lo ha arrebatado! ¡Se ha apropiado de su alma, lo ha convertido en su esclavo! ¡No, no, no! ¡Déjame morir para ir con él, para protegerlo! ¡Para quitarle de encima a la maldita degenerada! ¡Él no soporta sentirse suyo! ¡No lo soporta, no lo soporta! ¡No puede permanecer así la eternidad! ¡Atado a quien lo tortura!
―¡Milo...!
―¡Por favor, por favor! ¡Déjenme, déjenme ir a su lado! ¡Déjenme...!
Los lamentos de Escorpio se apagaron en un instante. Mu, Shaka y Athena vieron con horror como Hades posó con suavidad la mano sobre los ojos del escorpión y éste se sumió en un sueño profundo, como el de la muerte. Saori lo miró con una expresión de indecible pánico.
―No, Señora sobrina. No me he cobrado su vida... ― respondió Hades con voz suave a la muda pregunta de Athena―. Pero es mi parecer que no merece este tormento... Cualquier ofensa que le infligiera a Acuario la pagó con el largo camino de sufrimiento que compartieron a partir del accidente. He pedido a Hypnos su asistencia. Tu santo permanecerá bajo su cuidado un tiempo, mientras tratamos de encontrar una cura a su mal.
―¿Acaso hay cura para su dolor? ―cuestionó Saori con voz trémula.
―No lo sé. Quisiera decirte que teniendo frente a sí a Acuario recuperará el sentido de la realidad. Pero Camus ya no es el que fue. Es posible que no vuelva a serlo nunca.
Saori arrugó el entrecejo. Un gesto de rabia, de impotencia, dominó su rostro delicado. Julián trató de tomarla una vez más de los hombros, pero ella lo rechazó de nuevo. El joven suspiró resignado, aunque al borde del fastidio. Fue hacia una mesilla, le sirvió un vaso con agua y se lo ofreció.
―Camus no puede remediar su mal ―murmuró la muchacha, temblorosa, al tiempo que aceptaba el vaso con una inclinación de cabeza en señal de agradecimiento; empezó a beber. Pero lo sostuvo con tanta fuerza que lo trizó y los cristales se le incrustaron en la piel inmaculada.
Un fino manantial de sangre empezó a caer al piso.
―¡Oh, querida mía, te has herido! ¡Espera, que en seguida te curaré! ―exclamó Poseidón, alterado por la visión de la sangre de su amada.
Saori se quedó viendo un momento la sangre vertida. Su frente, imperturbable, ocultaba ideas que no terminaban de aflorar a los ojos ajenos.
―Nocturnas... ―musitó apenas audible, aunque Poseidón y Hades la miraron en seguida con espanto―. Nocturnas... ―la muchacha tomó aire: cantó en voz alta y poderosa―. "Nocturnas, profundas, ocultas y apartadas, Tisífone, Alecto, Megera espantables, emerged de vuestro antro profundo envueltas en la noche..." (3)
―¡Cállate, sobrina! ―gritó Hades, palideciendo―. ¡Ellas igual están convocadas al juicio y acudirán de buen grado! ¡No las hagas enfadar!
―"... agentes del Destino que con fiereza castigáis solícitas infligiendo las tremendas, merecidas penas que acostumbráis..."
―¡Por favor, mi amor, calla, por favor! ¡Todos podemos ser sujetos de su cólera!
―"...Venid... venid... venid agentes multiformes del Destino con vuestras cabelleras de serpientes..."
―¡Basta, Dama! ―gritó Shaka, espantado.
―¡Venid y castigad! ¡Venid y haced justicia! ¡Venid y tomad mi sangre como prenda! ¡Le juré a ella que os la ofrecería! ¡Se lo juré a mi enemiga y no seré perjura! ¡Venid y ayudadme a perseguirla! ¡Venid, Euménides santísimas! ¡Ayudadme a enderezar lo que se ha torcido!
―¡Saori! ―gritó Mu, zarandeándola de los hombros. La muchacha lo miró con dureza: lágrimas furiosas asolaron sus ojos―. ¡Saori! ¡Athena! ¡Basta! ¡Mi niña, mi Damita! ―Aries la abrazó con ternura y acarició su cabello―. ¡Ellas no tienen piedad! ¡Ya las has llamado, no hay nada qué hacer! Pero es mejor que te detengas ahora, no las fustigues más...
Y dejó que Julián se acercara y la tomara en brazos, para que la muchacha purgara aquel llanto iracundo y ponzoñoso aferrada a su pecho. Hades no hacía más que negar con la cabeza mientras se pasaba la diestra por el cabello, intentando disimular su desazón.
―¿Qué tan malo es? ―se atrevió a preguntarle Shaka.
―No lo sé ―respondió el regente del Inframundo con los verdes ojos entornados―. Las Bondadosas son imprevisibles. Yo ya las había notificado. Pero ella... ella les ha ofrecido sangre... sangre divina... No sé qué vayan a hacer instigadas así... ni qué sean capaces de hacer realmente contra Skade... ella debería ser juzgada por una liga de deidades y ajusticiada por los suyos, con una sanción colegida con nosotros. Eso es lo justo. Meterlas a ellas de manera personal... no es buena idea...
―¡Pero claro que es buena idea! ―dijo Athena enjugándose el rostro―. No he pedido nada que no sea justo. Skade es una depredadora para Camus y quienes le amamos. Se ha inmiscuido en su vida y en las nuestras sin ser invitada. Ahora ha decidido minarle la existencia a Milo, como ya lo hizo con Sinmone en su momento. La décima parte de estos hechos merece la intervención de la noble Alecto: ya ella me advirtió que, puesto que Skade pertenece a otro panteón, sus manos permanecen atadas de gran manera. Sin embargo, así como nosotros podemos llegar a acuerdos, ellas también pueden hacerlo con quienes son sus familiares. Y pueden ayudarnos de diversas maneras.
―¿Cómo, querida? ―preguntó Poseidón entrecerrando los ojos―. ¿Qué acordarán y con quién? ¿Qué pretendes conseguir de ellas?
Saori permaneció callada un momento, mientras fijaba sus ojos profundos en los de su amado y permitía que su tío la sondeara con largueza. Al final, la muchacha habló.
―Quiero que traigan a sus santísimas hermanas... a las Hilanderas...
― ¿Las Hilanderas? ¿Quieres a las Moiras? ¿Para qué? ―cuestionó Poseidón con algo de escepticismo―. No saldrán de su antro por este asunto, mi amor.
―Yo creo que sí ―reviró Athena con voz firme―. ¿No es cierto, tío? Y no sólo por el asunto de Bóreas. Aquí hay un cabo suelto que a ellas les debe interesar...
Hades suspiró con fastidio.
―Las Moiras no tienen hijos, sobrina. Tu escorpión no está relacionado con ellas. Ellas no pueden curar su desazón.
―¿Estás seguro de eso, que no tienen relación? ¿Por qué entonces puede Milo avizorar el destino, como lo ha planteado Bóreas?
―Señora sobrina... ―dijo Hades con apenas un hilo de paciencia― te digo que ellas no tienen hijos.
―No estoy afirmando que sea hijo suyo... lo que digo es que pertenece a su linaje.
―Pero, ¿cómo podría...? ―empezó a cuestionar Hades. Se detuvo pensativo un momento. Luego se dio la vuelta y observó al muchacho rubio dormido. Su rostro dejó entrever las dudas que se gestaban en su espíritu―. Supongo que Bóreas tiene razón y somos tontos. Preguntemos a Shion por el padre.
―De acuerdo. Preguntémosle ―respondió la muchacha con llaneza.
Una cosa era cierta e inmutable. En la oscuridad vasta y primordial que era su hogar, había justicia absoluta. En la oscuridad, había igualdad y equidad. En la oscuridad primordial que las había engendrado, había paz y olvido.
Su misión en el Universo les impedía disfrutar con plenitud de la paz que padre Érebo les dispensaba cuando las envolvía, dulce y protector, como polluelos abrigados bajo las alas de su madre. El Seno de Padre era frío e infinito, pero no por ello menos entrañable.
Ah, cómo amaban ser contenidas, arrulladas, acariciadas por la tersa oscuridad que les había dado el ser. Era sutil, como brisa ligera, y densa, como fragante aceite de oliva.
Pero su paz, como la de todos los seres del Universo, era frágil y efímera.
El llamado fue hecho.
No el llamado sensato que la generosa Alecto había recibido primero de la Santa Damita de los ojos glaucos: una petición humildísima de consejo, que otorgó de buen grado y con la deferencia que se debe a los familiares, no importa si son de línea directa o lejanos.
No el llamado oficioso que Las Benévolas en pleno recibieron, con pulcra cordialidad y franca devoción de parte del Señor del Inframundo. Escucharon la petición y reconocieron la necesidad de su asistencia. Y de buen grado accedieron a prestarla.
Éste que recién se hizo escuchar fue un clamor furioso, visceral, indignado.
Sangriento.
Sangre. Sangre santa fue ofrendada para proferirlo.
No por la ofensa inicial, sino por otras muchas acumuladas, en muy poco tiempo.
La iniquidad había sido sembrada y se las había llamado a ellas, Las Bondadosas, para recoger la cosecha, para ajusticiar el alma del criminal que había dispendiado violencia y dolor.
Pero... ¿podían llevar a cabo ese escarmiento?
"¿Escuchas, hermana, el hórrido grito de la sangre?"
"El de la sangre y el de las lágrimas... ¿cómo se ha hecho tanto mal y por motivos tan vanos?"
"La que nos ha llamado Las Venerables y ha instaurado nuestro culto piadoso en su ciudad ha lanzado llantos lamentables. Como doliente, como plañidera, así ha vertido el llanto. ¿Qué hechos han conseguido quebrarle la paciencia infinita?"
"Los que llama sus hermanos han sido heridos de muerte."
"Aquel que llama amado ha recibido daño a su vez."
"Ese a quien llama protector y amigo dilectísimo se encuentra al borde del olvido."
"¡Crimen de sangre filial! ¡Un hijo ha tomado la vida del padre!"
"No hay tal crimen, Tisífone entrañable, que ha sido el padre el que se ha entregado por amor al hijo. ¡No hubiera yo esperado jamás un acto así de filantrópico de parte del Viento Desmesurado!"
"¡Crimen injurioso a un tálamo santificado por votos sagrados! ¡Un amante ha llenado de abyección al amado!"
"Un crimen que no castigamos en su momento, Megera carísima, por las dudas que el caso particular generaba. Ambos amantes llevaban oprobio en el alma. Y la deuda que tenía el uno con el otro fue pagada con dolor. ¿Por qué castigar lo que ya ha sido saldado?"
"¡Crimen aberrante! ¡Crimen contra la inocencia! ¡Traición suprema, abuso infinito! ¿Es que esta desalmada no tiene límites, que violenta los espíritus desde la ternura que tendría que ser sacra hasta que el hombre no puede más con el dolor de la ofensa inferida? ¡El crimen de ésta es mayor! ¡Ha desatado todos los demás! ¡Muerte y deshonor! ¡Sangre y lágrimas han sido derramadas, y por quien soy, Alecto la implacable, que tomaré venganza por ellas!"
"No te atrevas a decir, Tisífone bienamada, no te atrevas a decirme a mí, la misma Megera con quien compartes la dulce vida de tus venas, que este crimen no es objeto de nuestro escrutinio y que su ejecutora no es sujeto de nuestra justicia... ¡Dioses y mortales han de temernos! ¡Dioses y mortales han de ajustarse a los mandatos del Sino! ¡Al orden del universo! ¿Quién es ésta, que se cree superior a los designios del Destino, al mandato de las Tejedoras? ¡Incluso a sus propias Hilanderas se ha atrevido a desafiar!"
"No negaré, hermanas amadísimas, la oprobiosa maldad que ésta, que debiera ser guardiana bendita del orden sagrado de este mundo, destila en cada una de sus acciones. Su vergonzosa lujuria merece castigo, certero e inmediato. Mas, como hemos aprendido de la Damita sabia, bien conviene tener en cuenta las circunstancias. Ésta que ha quebrantado el Orden no nos pertenece. Pero igual podemos fustigarla. Igual podemos hacerle padecer un poco del horror que ha infligido en espíritus nobles. Que nuestras hermanas santas, Dispensadoras del Destino, acuerden con sus iguales del Norte lo que ha de proceder con la infractora inicua. Mientras eso sucede... probemos el dulce néctar de su pavor... y devolvámosle un poco de la locura que ha regalado a otros..."
En la oscuridad vasta y primordial que las había creado, que había sido su cuna amada, se gestó un lamento. Una queja que inició como el gemido doloroso de un deudo quebrantado por la ofensa. Un clamor al que se fueron uniendo, uno a uno, los gritos furibundos de cada víctima que había poblado el Universo. Una lamentación colosal, multiforme, caótica y enloquecida de almas que fueron y ya no eran, pero que en los corazones inmarcesibles de Las Benévolas aún tenían eco y presencia.
Ese clamor pavoroso revolvió las entrañas apacibles de la oscuridad primordial y las hendió, para dar el paso a las Hijas de la Noche y la Oscuridad. Las Hijas de Nyx y Érebo.
El Érebo sacro dejó ir con dolor a sus hijas predilectas, las que llevaban justicia, retribución y balance al Universo.
El batir de sus alas poderosas se dejó escuchar, como el eco espantoso de batallas añejas e inacabables, en los confines de la creación.
Y las serpientes en sus cabezas, mensajeras de la desesperación, se retorcían de regocijo anticipado ante el sabor anhelado de la sangre corrupta que habían de escarmentar.
Una influencia desconocida la había apartado de disfrutar la confusión sembrada en el espíritu del amante indigno.
Con una mueca de disgusto, la Dama del Invierno se acurrucó en su Trono que no era trono, sino la matriz originaria en la que había despertado a la existencia.
Al abrir los ojos cuando fue llamada a la vida, lo primero que se ofreció a su vista fue la bóveda oscura que coronaba las entrañas de aquella gruta profunda, enclavada en las montañas heladas, en la que su padre llevó a cabo los ritos y misterios que la trajeron a luz. Luego de la bóveda, fue el rostro de su padre lo segundo que conoció.
Siendo ésta la primera faz reconocible en su existencia, la recordaba con singular emoción.
Su padre había sido el único en ganarse un sitio inobjetable en su corazón.
Si bien su esposo fallido, Njord, había sido amable y gentil con ella y conservaba cierta deferencia por él, y sus hijos, Freyr y Freyja, a veces añorados, conmovían sus entrañas hasta cierto punto, la verdad era que sólo su padre había tenido un lugar inamovible y verdadero en sus afectos.
Padre la había traído al mundo. La había creado. Le había insuflado vida, la había dotado de inteligencia, de grandeza, de belleza. La había hecho, en fin, perfecta y hermosa, fuerte y orgullosa.
¿Cómo no iba a volcar cada anhelo de su espíritu en honrar y recordar al padre bienamado, ese que la cuidó y la enseñó a amar? Ese que se allegó a ella con todas las deferencias y ternuras que se debe a quien te idolatra. El padre que la había llamado centro de su existencia y fuente de sus anhelos.
El padre arrebatado con muerte cruel y alevosa por los Ases, a causa de una diosa ridícula que no valía la desazón que hubo de pagar la Dama Skade con sus lágrimas, clamores e iras.
Pocas cosas añoraba tanto la Señora del Invierno como el toque gélido y amoroso de su padre adorado sobre su piel.
Imaginaba que esa sensación que rememoraba con dolor podía mitigarse con el tacto de la piel de Acuario. Otro ser del Invierno. Otro ser gélido, pero amable.
Sin embargo, no lo sabría hasta que tomara posesión completa de él. Hasta que con dulzura lo acunara en su seno justo como su padre hizo con ella en el pasado remoto.
Mientras esa posibilidad de plenitud se colmaba, la paliaba con los sucedáneos de los que disponía. Y verse privada de su nueva diversión, el dolor del amante indigno, le escocía.
En el exterior de la gruta, los vientos se revolvían. Vientos que ella no terminó de reconocer como suyos.
El sonido lejano de esos cierzos arrebatados la distrajeron de su malestar. Vio que por las paredes de su magnífica gruta empezó a trepar, rápido como la carrera de un corazón desbocado, una visible pátina de escarcha, con patrones de hielo distintos de los que ella solía imaginar: éstos eran toscos y desagradables, como jirones de tela desgarrada.
¿Quién osaba alterar el orden de su morada majestuosa?
El rumor cada vez más cierto de aquel trayecto de soplos violentos se dejó oír de pronto, con violencia, y así con violencia la atrapó en una vorágine salvaje, espantosa, que la zarandeó como una hoja arrebatada por la furia de aquel vendaval familiar, pero que no terminaba de reconocer. Un vendaval que conoció al fin.
―¡Norðri! ―gritó Skade con ira. Las ráfagas impetuosas y heladas la estrellaron una y otra vez contra las paredes y la bóveda de la gruta, lastimándole la piel e hiriéndola. La Dama Blanca comprendió de inmediato que su oponente estaba furioso y dispuesto a destruirla, lo cual la espantó por un momento―. ¡Basta, Norðri, basta! ¡No sé qué pretendes, pero has entrado sin permiso a mi casa!
El viento aulló con una furia abisal que dejó pasmada a la diosa. Comprendió que su oponente estaba más allá de todo intento de diálogo mientras sentía sus huesos crujir contra la roca y su piel abrirse cruelmente. Una suerte de voz distorsionada por los embates del vendaval y una rabia monstruosa, desconocida incluso para ella, retumbó, no sólo entre los pulidos muros de roca sólida, sino en su cabeza.
"¡LA DESVERGONZADA OSA RECLAMAR LA INTRUSIÓN, LA VIOLENCIA, LA SINRAZÓN, CUANDO ELLA MISMA HA SIDO ARBITRARIA E INICUA HASTA EXTREMOS INDECIBLES! ¿CÓMO TE ATREVES A RECLAMAR PARA TI LA DECENCIA QUE NO ERES CAPAZ DE PRODIGAR A OTROS? ¡RAMERA INFELIZ!"
―¿Cómo? ¿Ramera? ¿Ramera yo? ¿Acaso escuchas tus disparates, anciano imbécil? ¡Dices necedades en medio de tu decrepitud! ¡No digas luego que no mereces escarmiento!
La ira la dominó e hizo acopio de todas sus fuerzas para repeler aquel ataque sañoso, mas cada ocasión que intentaba regresar el embate del viento, éste la lanzaba con mayor furor contra las paredes y el suelo. Al final, sopló intenso estampándola contra un rincón de su gruta, sin darle la oportunidad de moverse.
Skade sintió cómo el hielo, durísimo y más frío que cualquiera que ella misma hubiese creado alguna vez, lamía despacio sus pies y subía centímetro a centímetro por su piel. Quiso contraatacar, pero se dio cuenta de que estaba inutilizada: Norðri había decidido destruirla y lo hacía sin compasión ni consideraciones.
Nunca lo había visto así de furioso.
Nunca lo había visto así.
En plenitud.
Desnudo.
Sin disfraces ni apariencias que suavizaran su verdadero aspecto.
Sin el glamour que impedía a todos quienes le rodeaban enloquecer ante la gloria de su ser desatado.
Skade lo comprendió de pronto, con una certeza que la dejó anulada de espanto: ella, la gloriosa Señora del Invierno, iba a morir. Allí mismo. Bajo la voluntad imperiosa e inquebrantable de aquel que era un familiar lejano. Lejanísimo.
"¿CÓMO TE HAS ATREVIDO, SÚCUBO MALDITO? ¿CÓMO TE HAS ATREVIDO A MANCILLARLO? ¡A MI SÝZYGOS! ¡A MI AMADO! ¿CÓMO TE HAS ATREVIDO A SEPARARLO DE MÍ? ¡A QUEBRANTAR SU ESPÍRITU! ¡MALDITA! ¡JURO QUE NO SALDRÁS INDEMNE! ¡JURO QUE TE VERÉ SANGRAR Y SUPLICARME PIEDAD!"
La Dama Blanca abrió los ojos sin comprender lo que Norðri decía. ¿De qué estaba hablando? ¿Separado él del amante indigno? ¿Qué tenía que ver el triste despojo que era el que tuvo en sus manos el corazón de Acuario para destrozarlo con el inefable Norðri? ¿Por qué se preocuparía por una basura insignificante como el escorpión inicuo?
―¿Qué más te da lo que le suceda a ese maldito? ¡Trató a tu hijo como basura! ―ladró enfadada la Dama del Invierno intentando hacerse escuchar entre los embates de viento que la mantenían pegada a la pétrea pared―. ¿Ahora me dirás que el amante indigno es inocente e impoluto? ¡Se comportó como un bastardo con el vástago alumbrado por tu semilla! ¡Como a una ramera, así lo trató!
"¡DEJA DE HABLAR DE MI SÝZYGOS, DE MON ÉPOUX! ¡TE PROHÍBO QUE VUELVAS SIQUIERA A PENSAR EN ÉL! ¿QUÉ LE HAS HECHO, MALNACIDA? ¡LE ARREBATASTE LA CORDURA, LE ROBASTE SUS DESEOS DE VIVIR! ¡LO HAS APARTADO DE MÍ! ¡NADA EN EL MUNDO ME HARÁ TENER COMPASIÓN DE TI, ASESINA, DEGENERADA, PÉRFIDA! ¡NO VOLVERÁS A ACERCARTE A MI AMADO, A MIS HERMANOS, A KORÍTSI! ¡NO VOLVERÁS A TOCARME!"
Skade contrajo la expresión: primero hubo en su ceño desconcierto, luego furia y al final un dolor desnudo y punzante. Entendió lo que había sucedido, aunque no el modo ni el porqué.
No importaban los motivos, que no estaba interesada en comprender. Lo único importante era que la perfecta y bellísima naturaleza de su amado se había perdido para siempre.
―¡No, no! ― gritó la Dama Blanca con dolor, con legítima desesperación―. ¿Qué has hecho, insensato? ¿Qué has hecho con Norðri? ¿Qué le has hecho a tu padre? ¿Qué has hecho, desventurado? ¿Cómo has podido jugar así con tu belleza y perderla? ¿Cómo te has atrevido a herirme así, a mí, que te amo tanto? ¡No lo vale, no lo vale! ¡Tu amante indigno no vale ni uno solo de tus afanes! ¡No vale ni una brizna de tu dolor!
"¿QUÉ DISPARATES DICES? ¡CÁLLATE DE UNA VEZ, CÁLLATE! ¡TE ACORDARÁS DE MÍ Y MI VENGANZA PARA SIEMPRE! ¡DESEARÁS MORIR, PERO NO PODRÁS HACERLO! ¡NO VOLVERÁS A TOCARME, NO VOLVERÁS A TOCARLO, NO VOLVERÁS A TOCARNOS!"
El frío se intensificó y el hielo que se formó alrededor de las piernas de Skade le quitó la sensibilidad por completo.
Por un momento, la Dama Blanca se sorprendió por lo inconmensurable de aquella gelidez. Ella había estado segura a lo largo de su existencia que sólo los Jötnar eran capaces de generar un frío tan intenso que fuese capaz de congelar, de paralizar la vida sobre el planeta.
Luego se había topado con Norðri y se dio cuenta de que aquel dios de apariencia desprolija era mucho más poderoso de lo que suponía: aprendió a respetarlo y lo mantuvo todo lo lejos que le fue posible.
Por esa razón, porque lo excluyó de su entorno, no llegó a conocerlo a profundidad. De haber sido así, habría reconocido su parentesco con el niño del cabello de fuego que le había robado el corazón, y tal vez habría tenido prudencia y habría esperado... tal vez.
Ahora, con Norðri perdido y asumido por su hijo, se daba cuenta que no había llegado a comprender ni un poco el alcance del poder de aquel dios esquivo.
Ahora caía en la cuenta de que no era menos poderoso que ella, como en ocasiones pensaba, sino que había pasado los eones controlando su potestad para no excederse en sus deberes.
Y que ese poder, trasvasado a aquel muchacho inestable y herido en sus afectos, se había liberado sin posibilidad de control.
En una situación regular, en la que conservara el dominio de sí mismo, este Norðri equipararía su poder al de la Dama Blanca, como en apariencia había sido siempre con su viejo familiar lejano.
Pero ésta no era una situación regular. No. No lo era en absoluto.
Ésta era la ira de un corazón roto. Como el de ella luego del asesinato de Thjazi. Luego de la muerte de su padre amadísimo.
¿Eso constituía el amante indigno para el muchacho del cabello de fuego?
¿Era esa la clase de amor que sentía por el escorpión inicuo?
Se recordó a sí misma asolando a los Ases ante la sangre amadísima derramada.
Y lo supo.
Norðri la mataría, por supuesto.
De paso, exterminaría toda cosa viva que se le pusiera en el camino.
Norðri pareció adivinarle el pensamiento y se dignó a hablarle.
"NO, MALDITA, NO VOY A MATARTE; LA MUERTE ES UNA AMABILIDAD QUE NO TE MERECES... ¡VAS A QUEDARTE CONGELADA Y VIVA PARA SIEMPRE! ¡NADA EN EL UNIVERSO PODRÁ SACARTE DE LA MUERTE EN VIDA A LA QUE HOY TE CONFINO! ¡HUMILLADA, ASÍ COMO ME HAS HUMILLADO, COMO NOS HAS HUMILLADO! ¡PRESA EN TU PROPIO ELEMENTO! ¡Y NO IMPORTA CUÁNTOS EONES PASEN, MI CORAZÓN NO SE CONMOVERÁ POR TI!"
La masa informe de hielo había subido hasta su cintura y trepaba más y más, centímetro a centímetro. Si bien se sintió ofendida e iracunda por la condena de aquel muchacho, tuvo la entereza de reflexionar que ella, en su lugar, habría hecho algo parecido.
Aceptaría la cárcel a la que sería relegada, pero eso no significaba que daría su brazo a torcer.
―¡Haz lo que quieras, espíritu ingrato! ―gritó con saña―. ¿Cuál ha sido mi crimen, sino amarte en demasía? ¡Yo permaneceré la eternidad atada a tu prisión, pero tu amante indigno estará perdido hasta el último segundo de su despreciable existencia! ¡No habrá poder en la Creación que pueda unir los pedazos de su alma decadente! ¿Y sabes qué? ¡Merecido se lo tiene! ¿Dices que yo te humillé? ¡Más te humilló él con su traición asquerosa! ¿Por qué su yerro es disculpable a tus ojos y mis acciones no? ¡Yo te he amado, te amo aún y no sería capaz de traicionarte!
"¡A ÉL LO ACEPTÉ EN MI VIDA DE BUEN GRADO, POR MI VOLUNTAD! ¡TÚ TE HAS INMISCUIDO EN ELLA SIN PEDIR PERMISO, DESTROZANDO TODO A TU PASO! ¡HAS DERRAMADO LA SANGRE DE MIS SERES AMADOS! ¡SANGRE INOCENTE! ¡SEAS MALDITA PARA SIEMPRE! ¡NO VUELVAS A DECIR QUE ME AMAS, PORQUE NO TIENES IDEA DE LO QUE ESO SIGNIFICA!"
Y antes de que el hielo llegara a la garganta de cisne de aquella mujer majestuosa, una fuerza similar en intensidad a la de ambos, pero de una naturaleza constrictora, los separó sin remedio.
El hielo que la cubría perdió fuerza. Se resquebrajó. Le permitió liberarse a medias.
Sólo a medias.
"¿Cómo osas tomar el papel de verdugo, cuando te corresponde el de víctima, el de ofendido? ¿Cómo pretendes que defendamos tu causa, cuando te comportas como Tifón enloquecido?" (4)
Una confusión de acerbas voces mezcladas se propagó en ecos interminables en la bóveda de roca. La Dama Blanca sintió su corazón agitado por una emoción desconocida, como casi todas lo eran para ella. Ésta, sin embargo, era desagradable. Hacía que su ánimo orgulloso se replegara con desasosiego.
"¡Atrás, insensato! ¡Las vidas de los criminales son también sagradas, pues antes de ser tragadas por el olvido han de pagar como es debido su falta! ¡No tienes el derecho de tomar esta existencia, por muy indigna que te resulte! ¡Potestades más altas que tú han de tomar esa resolución!"
Las Benévolas habían llegado a aquella caverna y con ellas, el griterío enloquecedor que las acompañaba siempre, para sumir el espíritu de los ofensores en la más cruel desesperación.
Skade, presa en parte por aquella masa de hielo poderosa como la ira desmedida de aquél que usurpaba al Viento del Norte, fue capaz de vislumbrar en su alma la naturaleza oscura, desgarradora de aquellas tres mujeres con mayor majestad que ella de modos que aún no lograba comprender.
Las serpientes en la cabeza de Alecto, que se encontraba justo frente a ella, sonriéndole de un modo espeluznante y con ojos profundos como foso insondable, se enroscaban y debatían cerca de su rostro, de tal modo que el toque de sus lenguas bífidas fue sentido en más de una ocasión por la piel tersa de su rostro inmaculado.
La Señora del Invierno se sintió asqueada y desvalida ante aquellos seres de las sombras que no llegaba a entender a cabalidad.
Megera hizo frente a la vorágine del Viento del Norte, que pugnaba por imponerse de nuevo.
"Te largas ahora, muchacho estúpido, antes de que decidamos tomar venganza sobre ti también... tu padre aún no se entrega por entero a la oscuridad originaria... te espera para terminar de instruirte en el camino que te ha puesto para andar. ¡Que no vuelva a verte si no es en el juicio!"
"¿LARGARME? ¿DEJAR ATRÁS A MI OFENSORA, A LA VICTIMARIA DE MON ÉPOUX? ¿DE MIS HERMANOS? ¿DE KORÍSTI? ¡QUÉ OSADÍA!"
Megera sonrió de tal modo que Cerbero habría salido corriendo despavorido.
"¿Osadía, dices? ¡Hasta este punto seremos compasivas contigo y tomaremos en cuenta tu estulticia proverbial! Sé que eres demasiado joven y estúpido para temerme, para temernos... hijo de tu padre al fin..."
Tisífone fijó sus ojos de oscuridad ignota en él.
"Vete, y más te vale recobrar al que lleva sangre preciada por nosotras. El pequeño cazador, el pequeño vidente es caro a nuestro corazón. Y aunque su proceder para contigo ha sido pérfido en más de un sentido, el precio que ha pagado por sus acciones ha sido desmedido. Hazle saber que esta desventurada tiene poder sobre él, sólo si se lo permite. Es lo bastante poderoso para quitársela de encima. Todos ustedes lo son. Todos llevan sangre bendita en las venas..."
Las sombras reinantes en la morada de Skade reverberaron como si de pronto tuvieran vida y las figuras de los Jueces se materializaron. Miraron con velado horror la magnífica y atroz presencia de Las Benévolas. El pánico que aquellas tres mujeres terribles les inspiraba y el frío que el viento furioso infligía, los tenía paralizados. Con todo, Rhadamanthys hincó una rodilla ante las terroríficas Erinias.
―Señoras amadísimas, generosas damas que persiguen a los infractores y consuelan con su justicia a las víctimas... Hemos sido enviados por Nuestro Señor Hades para recoger y llevar con nosotros a Acuario. Su señor padre aún vive y ha considerado la propuesta de los Tres Grandes que en este momento se encuentran en el Santuario de Athena: ahora mismo soporta con dolor el embate del olvido, se esfuerza por permanecer un poco más en este plano para hablar con su hijo, para instruirlo en sus nuevos deberes...
Rhadamanthys tragó saliva para deshacer el doloroso nudo que se había formado en su garganta, para conservar la voz entera, como correspondía a su dignidad de Alto Juez del Inframundo. Se armó de valor y continuó con su súplica.
Porque sólo mediante la súplica se podía llegar al corazón de las terribles dueñas de la retribución.
»Por favor, amadas señoras, Venerables, Benevolentes, Amables... Euménides inefables... permítannos partir con Acuario. Permítannos conducirlo a donde se encuentra el viejo Bóreas...
Tisífone dirigió sus ojos, poblados de oscuridad y desolación, hacia la vorágine del viento y le habló:
"Márchate ya, Acuario. Nosotras velaremos a la criminal mientras nuestras hermanas las Moiras y sus pares, las Nornas, llegan a hacerse cargo de ella. Mientras jueces verdaderos se hacen cargo de este asunto lamentable. Te veremos en el juicio."
"¿ACUARIO? ¡ACUARIO! YO NO SOY ACUARIO. YO SOY BÓREAS. YO SOY NORTE. ¿CÓMO TE ATREVES A DESCONOCERME?"
Las tres damas de la desolación lo miraron con algo parecido a la piedad. Una piedad descarnada, calamitosa, de la que nadie querría ser objeto. Tisífone hizo oír su retumbante voz.
"No puedo reconocer lo que aún no es reconocible. Eres incapaz de comprender tu situación, lo que ya no eres y lo que todavía no puedes llegar a ser. Casi eres Bóreas... Casi. Ve con tu padre, Acuario. Dale consuelo. Permite que te consuele, que te explique que no está solo, que es añorado con amorosa nostalgia. Y consuela a tu amado, a nuestra sangre. Hazlo volver. Y nuestros corazones antiguos, vetustos como las arenas del tiempo, sentirán amor por ti."
La pesada cortina de sus párpados se corrió hacia arriba y una luz amortiguada, declinante como su existencia, llegó a sus retinas cansadas.
Estaba solo, en la cámara de Athena, echado sobre el lecho de la diosa.
No. Solo no. No lo estaba.
Shion, Sumo Sacerdote, Papa, Strategos del ejército ateniense, antiguo Santo de Aries, lo contemplaba desde un rincón penumbroso. Lo miraba con atención, con dolor. (5)
El rostro del Patriarca adquirió una expresión suave. Nostálgica. Le sonrió con ternura.
El que había sido Bóreas ―el que a duras penas era Bóreas todavía― le tendió con debilidad una mano. Entre los dedos llevaba enredada una vieja cinta de terciopelo negro.
Shion se apresuró a acercarse y tomar la mano extendida.
Como si fuera una sombra, Dohko se deslizó junto a Shion y se quedó a un lado suyo. Al igual que su par, le sonrió al dios en declive que yacía tendido en aquella cama: también tomó su mano.
El que con dificultad era Bóreas agradeció a Shion y Dohko su fraternal sostén. Le comunicaban su calor. Su ánimo.
Eran un par de viejos cursis. Pero muy agradables. Y por alguna razón que no terminaba de discernir, le resultaron reconfortantes.
Era cosa buena contar con amigos fieles en los últimos momentos de tu existencia.
"Mi hijo... mi hijo viene... Está turbado. No termina de comprender lo que le pasa... No creí posible que pudiera confundirse, pero así es..."
―Debe ser duro para él, querido Bóreas ―dijo Shion en voz baja―. En realidad, estuvo muy poco tiempo a tu lado y no conoce gran cosa de tu naturaleza. Estará asustado de la carga que ahora lleva sobre sus hombros. Y sobre todo, estará devastado por perderte.
"No. No está asustado. No todavía... Y no me atrevo a presumir que me extrañará... Está furioso. No consigue calmar su ira. Tan solo entiende que Milo sufre por causa de Skade... Y muy en el fondo, se siente responsable de que eso sucediera..."
―Lo ayudarás a aclararse la mente, viejo gruñón. Tranquilo. Se solucionará... Camus es casi siempre ecuánime. Con tu ayuda, volverá a serlo ―le dijo Libra con dulzura.
"Viejo gruñón... siempre has sido un gracioso, vejete bobo... Camus no puede entrar aquí... no puede acercarse a Atenas en su actual estado... destrozará todo. Háganlo ir a donde no pueda provocar daño... Y llévenme con él..."
El que antes fue Bóreas y ahora estaba dejando de serlo, retiró su diestra y dejó entre las manos de Shion la cinta. El viejo Santo de Aries la miró con tibia añoranza.
"Cuando mi hijo vuelva a sí mismo... regrésale la cinta de su madre. No tendrá paz en su espíritu si la pierde..."
Shion y Dohko asintieron sin decir palabra. Ambos, a un tiempo, estrecharon una última vez los dedos del que fuera el poderoso Viento del Norte. El Patriarca le habló:
―¿Será demasiada humillación para ti que te lleve en brazos, Bóreas? ¿Prefieres que tan solo te sostenga?
Una sonrisa cálida y sincera adornó los labios delgados del dios a punto de dejar de ser. Dohko lo observó con seriedad y le dijo:
―Tú aseguras que todo en Camus pertenece a la dama Hélène. Yo te digo que tiene más de ti de lo que te imaginas. Tu sonrisa, para empezar. Y tu temperamento horrible, para continuar.
"Ayúdenme a levantarme de una vez. Ayúdame, Shion de Aries; no sea que tu sýzygos haga más chistes a costa mía..."
Shion lo levantó en brazos. Era casi tan liviano como un muchacho. Casi como Camus.
―¿Es esta una de tus formas, Bóreas? ¿Por qué nunca te presentaste así ante nosotros, ante la Dama?
"Sólo mis mujeres me ven de esta manera. Sólo ellas..."
―Ven la versión amable de ti, aquello que es posible amar sin barreras ―añadió el caballero de Libra.
"No existe tal cosa como una versión amable de Bóreas. Soy lo que soy. Mis amadas me han visto así. Así me les he presentado. No es una apariencia falsa. En parte, esto es lo que soy..."
Shion y Dohko caminaron unos pasos y luego salieron hacia el salón del trono. Una vez allí, Shion se detuvo, pensativo.
―Camus es muy parecido a ti, viejo amigo ―le dijo el Patriarca al hombre que llevaba en brazos―. Te felicito. Tu hijo es un joven maravilloso. Será magnífico ocupándose de tu legado. Te honrará a cabalidad.
―Ya está aquí ―dijo Dohko, frunciendo el ceño al percibir de manera errática la energía descomunal que empezaba a manifestarse―. Parece estar en las montañas. Anda, Shion, reunámoslos antes de que las cosas se pongan en verdad feas.
Los tres hombres desaparecieron del salón en un parpadeo. La sala quedó vacía, con las cortinas ondeando con levedad, como previendo el vendaval que estaba por desatarse.
Aclaraciones
Bienvenid@s a la actualización de esta semana.
Ofrezco disculpas si me he tardado. Este capítulo (y los pocos que siguen) ha sido objeto de un minucioso escrutinio por muchas razones. @Chantry-Sama me hizo el favor enorme de revisarme el vocabulario jurídico, porque de leyes sé lo mismo que de química: nada.
Gracias, comadre queridísima 😘😍❤
Les tengo que confesar que disfruté mucho de escribir este capítulo. He sido friki de la mitología y la literatura griega desde tiempos inmemoriales (o sea, desde mi infancia y adolescencia) y volver a leer historias, obras y poemas que me chiflaron en mis años mozos fue la onda. Espero que el resultado les guste.
El vocabulario extranjero que estoy manejando ya lo hemos visto mucho en capítulos anteriores. Me parece que el único término que puede resultarles chocante es Vetr: Invierno, que es como Bóreas llama a Skade.
Van entonces las aclaraciones, que son contextuales y no lingüísticas:
1. Aguja de viento: tradicionalmente, aguja de viento es lo que conocemos como Rosa náutica o Rosa de los vientos y se emplea en la navegación marítima.
La aguja de viento a la que me refiero en este párrafo marcado con el (1) es otra, y tengo que confesar que es de origen incierto. Alguna vez mi esposo, en conversación con chicos de la nación tzotzil, les escuchó narrar una historia en la que una niña, que vagaba en la selva a pesar de las advertencias parentales, fue secuestrada por una "aguja de viento"; es decir, una ráfaga de viento tan fuerte (y consciente, cabe decir) que fue capaz de levantarla del suelo y llevársela no se sabe a dónde. Por supuesto, hasta allí se supo de la chiquilla.
Digo que la fuente es imprecisa porque mi esposo ya no recuerda esa conversación, que le resultó evidentemente anecdótica. Para mí, en cambio, fue una historia maravillosa que no dejo de recordar y que vino a dar aquí. Ya ven el resultado...
2. Kevlar es una fibra de alta resistencia empleada en aditamentos de protección (como chalecos antibalas) y de deportes extremos y aeronáutica. Es altamente resistente a las roturas y perforaciones, aunque no es infalible. Katsaros intenta meter en cintura a Milo con bandas de este material, pero es insuficiente para contener a un santo dorado. Por eso Mu interviene del modo en que lo hace.
3. La plegaria que recita Athena para llamar a Las Benevolentes es uno de los himnos órficos de la antigüedad. Se llama, específicamente, "A las Erinias". Por supuesto, no es más que un fragmento y al final me permití hacerle una ligera modificación. Licencia poética, le dicen.
Si acaso quisieran consultarlo, esta es la ficha: Maynadé, J. (comp.). (1973). Himnos órficos. Editorial Diana.
Y lo confieso: para dar con el tono de las Erinias, estas simpáticas hijas de la noche, tuve que leer (hace muchos años que la leí por primera vez) Euménides, de Esquilo.
4. Tifón, hijo de Gea y Tártaro, es algo así como el padre de todos los monstruos griegos. Se trata de la criatura mas fiera que haya pisado el planeta. Enorme, además, porque al parecer alcanzaba las estrellas cuando estaba en pie. Era tan poderoso, que el único capaz de vencerlo fue Zeus, quien lo desterró al Tártaro.
Ah, sí. Y era muy, muy feo. ¿Ya mencioné que era feísimo?
5. Strategos: en la Grecia antigua, el general, el líder máximo de un ejército terrestre. Era uno de los cargos de magistrados más prestigiosos de las antiguas ciudades estado griegas. Y es también el cargo o dignidad que ostenta Shion en este universo narrativo.
Y pues ya. Salvo que me equivoque, no hay más aclaraciones qué hacer.
El crédito de la imagen de portada es para su portento@ autor o autora. La verdad sea dicha, no sé con exactitud si la dama de la imagen es una erinia, pero creo que se le acerca mucho. Por esa razón la elegí para acompañar este capítulo.
Por último, espero que hayan disfrutado de esta lectura. Como siempre, agradezco su acompañamiento. Su tiempo, lectura, votos, comentarios, observaciones, sugerencias son valorados como no imaginan. Les mando un abrazo.
Hasta la próxima semana.
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