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14. Santuario, bien avanzadas las 9:00 pm


Camus miraba con aparente calma el rostro de Milo: había pasado una hora entera sentado, observando el monitor que registraba su ritmo cardiaco y la regularidad con que su pecho subía y bajaba, denotando una respiración fluida y constante. 

Un pesar, una melancolía difusa combinada con una ira apenas reprimida se había apoderado de su ánimo desde que había rescatado a Milo del campo de batalla en Escania y no había nada capaz de aminorarla. Si acaso, contemplar la luz reflejada en los ojos amados, esos que permanecían cerrados e inaccesibles para él. Suspiró e inclinó la cabeza: muy pocos, entre ellos su amado yacente, habrían sido capaces de leer la tribulación que reinaba sobre el Mago del agua y el hielo. Se sacó del bolsillo la cinta y se anudó el cabello con ella. Acarició la mano de Milo y le depositó un beso efímero. 

Después, se había levantado y colocado en un rincón, para admirar los rasgos bellísimos de la faz de son époux y lamentar en silencio su estado inexplicable. ¿Así se sentía entonces velar por la salud incierta del amado de tu corazón? ¿Así se había sentido Milo respecto a Camus, casi cinco años atrás?

Hacía un rato que Bóreas había vuelto de su conciliábulo con Mademoiselle, Monsieur Poséidon y Monsieur Hadès. Su humor estaba más huraño y taciturno que de costumbre, si es que eso era posible. Se había acercado a Milo, le había tocado la frente y dedicado una casi imperceptible caricia; luego se había ido a sentar en el piso, en un rincón lejano de la habitación. Cuando Camus le dirigió la mirada, son père suspiró con desgano. Lucía fastidiado. Cansado.

Qu'est-ce que ce, Maître; quoi de neuf ? Qu'est-ce qui ne va pas ? (1)

Rien, mon cher. Tout va bien, mon fils...(2)

Ne me mens pas, s'il te plaît. Je te connais... un peu... et tu es inquiet. (3)

El gran Aquilón suspiró profundo, con lo que a Camus le pareció una enorme tristeza. Tan enorme como la masa misma de su padre. Por un momento le pareció debilitado: su opulencia menguante, el gesto contraído, el cabello desastrado, sin vida. Abandonó su posición y su aparente inexpresividad para sentarse a un lado del que era a un tiempo su progenitor y su maestro. Le tocó el antebrazo con levedad.

―Puedes decírmelo sin problemas, mon père... ¿qué querían de ti Mademoiselle y sus ilustres acompañantes?

―Ella... ellos... están preocupados por ti... No les parece bien que te haya mostrado cómo dominar el viento del norte.

―¿Temen que no pueda controlarlo? A decir verdad... yo también temo eso... Pero no deberían preocuparse, porque tú eres su guardián legítimo y es a ti a quien obedece...

Mon petit, Je... Yo... ¿te sientes capaz de dominarlo? ¿De dominar al viento?

Camus concentró su mirada en el rostro de Milo. Desde su posición, en el piso, le parecía que el perfil de son époux simulaba la silueta de una cadena montañosa, con sus elevaciones y valles.

Deseó con toda su alma reposar en esa geografía amada, llenarla de besos y caricias, de suspiros y roces etéreos. Deseó ser un suave soplo de brisa recorriéndolo y quedarse para siempre en ese paraje añorado, cobijado, contenido por su amor sólido.

Deseó colmarlo. Y colmarse de él.

Je ne sais pas... A veces creo que puedo hacerlo sin ningún problema. Y en otras ocasiones me supera por completo. (4)

―Hoy, cuando nos trajiste... ¿te sentiste superado por él?

―No del todo. Fue más bien... me pareció desmesurado. Angustiado. Bronco.

Bóreas sonrió. Era una sonrisa extraña a los ojos de Camus. No era alegre, ni feroz. Era nostálgica, triste... y orgullosa. El Aquilón extendió la diestra y lo acarició con una dulzura que a Camus le parecía imposible que fuera dirigida a él. Pero así era. Su padre le acariciaba el rostro como si fuera un niño pequeño. Su niño. Y sus ojos resplandecían de orgullo.

―Para que no lo sientas desmesurado e incontrolable, debes tranquilizar tu espíritu. Debes saberte su dueño: de su poder, de su fuerza. ¿Entiendes? Es violento por naturaleza. Pero también noble. Lleva la muerte consigo. Pero sólo porque es un mensajero de la vida. Para que no se te rebele, debes ser humilde... contigo mismo. Saber que... de la muerte que acarreas... nacerá una vida nueva. Rutilante y bella.

Camus escuchaba con los ojos fijos en los de Bóreas. Le parecía que entendía todo. Y nada. Sabía que su padre le estaba enseñando algo importante. Quizá lo más importante de su vida. Pero no alcanzaba a encontrar el hilo maestro que guiaba toda la trama de aquel tejido inmenso, titánico, que le constituía el viento del norte.

El Aquilón tomó el mentón de su hijo con suavidad, la dicha reflejada en su rostro férreo. Un brillo acuoso se insinuó en su mirada y Camus se sintió asustado de esa repentina debilidad. Su padre era un dios. ¿Por qué lloraba?

―Perdóname, pequeñito ―dijo el viejo Bóreas con voz titubeante―. Perdóname por no haber sabido ser tu padre.

―¿Qué dices, mon père? Ne dis pas ça, s'il te plaît. Bien sûr tu es mon père. Et bien que nous ayons eu des moments difficiles... nous les traversons. (5)

―No... no es tan fácil... lo que te pasó con la Dama Skade es culpa mía... Debí cuidar de ti. Debí... debí ser un padre cabal e imponerme. Cuando me mandaste al demonio... cuando me exigiste distancia... yo debí mandarte a ti a paseo y quedarme contigo. Cuidarte. Alejar a la maldita degenerada de ti y de tus dos amigos... Pero no me atreví a contrariarte... no me atreví a contrariar a un niño... Porque tu indignación hacia mí era justa. Tienes razón, por supuesto. La tenías entonces y la tienes ahora. Yo iba a ustedes cuando quería y por eso ella... ma bien-aimé, mon adoré... murió de ese modo horrible y miserable. Ni ella merecía esa muerte ni tú encontrarla así. Y como sabía que tenías razón... me alejé cuando lo exigiste. Después de todo... ¿qué beneficio había llevado a tu vida?

Camus sintió cómo los ojos se le desbordaban por sus mejillas.

―Me diste vida, padre. Junto con mi madre. Me diste vida... Me diste la oportunidad de estar con Milo. Con Skade o sin ella, la sola posibilidad de coincidir con mon époux ha valido cada segundo de mi existencia. Cada latido y respiración. Cada dolor. Cada dicha.

Bóreas sonrió apenas y, en un arrebato que Camus no se esperó nunca, lo abrazó. Lo pegó a su pecho y le besó la coronilla. Descubrió la vieja cinta anudando su cabello: tomó un extremo de ella y depositó un ósculo fervoroso.

―Eres tan parecido a ta maman. Todo lo que hay de hermoso en ti lo has tomado de ella. Estoy tan orgulloso de ti, de lo que te has convertido, de que estés edificando tu vida con Milo... Escucha: tienes que cuidar al insectito. Te va a necesitar un montón...

Mon père...

―Estoy... henchido de orgullo por ti... prométeme que cuidarás de ti y del alacrancito. Que no permitirás que la Dama Blanca se te acerque de nuevo... o a él... o a nadie más... ella no entiende... no entiende lo que ha hecho... no entiende que es malvada... no puede entenderlo... no puede verlo...

Tu me fais peur. Que se passe-t-il ? Qu'est-ce que tu ne me dis pas ? (6)

―Milo es un buen muchacho. El mejor que pudiste encontrar. Y tienes que recordárselo. Si la Dama Skade está haciéndole lo que creo, tu esposo necesitará escuchar de ti que lo amas y que es bueno, ¿entiendes? Dile que todos somos capaces de mezquindades cuando estamos furiosos. Todos, sin excepción... Dile que yo lo considero la mejor persona que pudiste encontrar. Dile que lo he querido casi tanto como te he querido a ti...

Assez, papa ! Que prétends-tu ? (7)

―Mírame... ¡Mírame! ―Camus lo miró con fijeza. Bóreas llevaba el rostro curtido por los embates del frío ártico surcado de lágrimas y la barba hirsuta desmadejada―. Skade está en su cabeza. ¿Entiendes? Así como está en la tuya. Pero él... no tiene idea de cómo defenderse... será diez veces peor para él que para ti... perderá la razón y la vida si no lo contienes... ¿entiendes lo que te digo?

Quoi ? ¿Estás seguro? ¿Estás seguro de que está en su cabeza?

―¡Por supuesto que lo está! ¿Por qué entonces no despierta, si se encuentra en perfecto estado físico? Y si está con él... tú lo sabes de tu propia experiencia. No será bueno lo que le esté haciendo... lo tendrá preso contemplando lo peor de sí mismo... convenciéndolo de que eso que le muestra es todo lo que es... Pero tú sabes que no es cierto, sabes que es un buen hombre. Y vas a tener qué recordárselo...

Un quejido lastimero brotó de los labios de Milo. Camus, alerta y alterado por la interacción con su padre, se puso de pie como si lo hubiera impulsado un resorte. De inmediato estuvo junto al joven y apartó con dedos trémulos los mechones rubios que se le pegaban a la frente sudorosa.

Milo, preso en las cenagosas aguas del sueño, empezó a maldecir, a gimotear, a llorar. Y Camus supo que su padre tenía razón, que Skade había conseguido meterse en la mente de su amado y torturarlo, tal como hacía con él todas las noches.

―Milo, hellenoi, mon coeur... No importa lo que te diga, te está mintiendo. Lo que sea que te muestre, miente. Tienes que saberlo, tienes que entenderlo...

El monitor empezó a mostrar el desnivel en el ritmo cardiaco del escorpión: de un trazo pacífico y regular pasó de golpe a un delineado caótico, doloroso. El gesto sosegado se crispó de pronto y emitió un grito desgarrado. Camus le tomó las manos y se las estrujó, ansioso.

Déesse... Milo, mon coeur, tu dois te calmer... Ne te désespère pas, ne souffres pas... s'il te plaît... (8)

Una profunda angustia se fragmentó en la garganta del escorpión, quien abrió los ojos de golpe y expulsó una ráfaga de cosmos tan intensa, que mandó a volar a Camus y los artefactos que había a su alrededor. Camus se estrelló de espaldas contra la pared y por un momento vio un montón de lucecitas de colores titilar y bailotear alrededor suyo.

Confuso, le pareció que su padre se precipitaba sobre Milo para intentar contenerlo; vio cómo otra descarga de energía echaba hacia atrás al Aquilón, que no esperaba el rechazo violento e inconsciente del muchacho postrado en la cama.

El joven rubio se incorporó con trabajo del lecho y así, con el pijama del hospital pendiendo de su cuerpo, dio algunos pasos titubeantes hacia el exterior.

―Milo... espera...

Bóreas fue tras el muchacho, que lo adelantaba varios metros en el pasillo. Antes de que el Aquilón intentara asirlo del hombro, Milo se rodeó de un aura de cosmos para repeler con rudeza a quien se acercara, así que la enorme masa del Señor del Viento rebotó contra la pared del pasillo. 

Camus llegó hasta su padre, quien era preso de una inexplicable debilidad, para ayudarlo a levantarse: éste negó enfático con la cabeza y le señaló en silencio al escorpión, para indicarle que lo siguiera. Acuario fue tras él y lo alcanzó en la sala de espera, donde Aiolia, Mu y Shaka, alertados por aquellos estallidos de cosmos, ya se encontraban reunidos. Miraron alarmados a Escorpio al notar que no estaba en sus cabales. 

―Milo, tranquilo... estás desorientado, pero todo está bien... estás en casa, con tu familia ―dijo Mu mientras se acercaba con sigilo para tratar de calmarlo―. Todos estamos pendientes de ti, ¿ves? Camus incluso regresó de Siberia para estar contigo: ha pasado el último par de horas velando tu recuperación. Por favor, cálmate y hablemos, ¿sí?

Milo, con el cabello revuelto y la respiración agitada, miraba de un lado a otro, confundido, como perdido en una pesadilla. Mu trató de tomarlo del brazo y Milo retrocedió: se puso en guardia y la larga Aguja Escarlata brotó en su índice. De inmediato los santos de la sala se tensaron y llamaron con sus cosmos a los ausentes, que empezaron a dejarse ver. Camus se le aproximó, desde el costado derecho, con las palmas por delante, para tratar de tranquilizarlo.

Mon coeur... Milo, mon amour... s'il te plaît... te lo ruego... hablemos, ¿quieres? No sé qué crees que sucede... pero seguro estás equivocado, d'accord? Detente un momento, tranquilízate y sentémonos a conversar... 

Milo observó a Camus con una expresión enloquecida: los ojos se le aguaron, se le desbordaron al tiempo que un gemido lastimero le estremeció el pecho.

―¿Quién eres tú? Mi Camus... mi Keltos está muerto... está muerto... lo he visto morir... no lo salvé... no llegué a tiempo... se me ha muerto desangrado... congelado... clavado en la nieve como una polilla...

―¿Qué? ¡No, no, mi amor! ¡No es cierto! ¡Aquí estoy, hellenoi, mírame, tócame! ¡Tú me encontraste! ¡Hace años! ¡Tú y nuestros hermanos me sacaron de la nieve! ¡Mu me trajo al hospital! ¡Tú pasaste meses cuidándome! ¡Me ayudaste a recuperarme! ¡Hemos vivido juntos y felices desde entonces!

―¡No, no, no! ¡Es mentira! ¡Esa vida ha sido un sueño, ha sido falsa! ¡Lo vi morir, vi a Keltos morir! ¡Lo escuché tratando de llamarme! ¡Lo vi exhalar su último aliento, vi cómo sus ojos perdían la luz...! ¡Nadie estaba con él! ¡Keltos murió solo, creyendo que ya no lo amaba! ¡Oh, diosa, diosa! ¡Las horribles cosas que le dije, las horribles ofensas que le hice padecer...!

―¡Milo, no es cierto! ¡Estoy aquí! ―gritó Camus al borde de la desesperación―. ¡Fue un mal sueño, hellenoi, mi amor! ¡Ella te está enviando malos sueños, visiones horribles! ¡A mí también me hace eso! ¡Por favor, no le creas, te está mintiendo!

―¡No, no, no...! ¡No miente! ¡Lo lastimé! ¡Estuve a punto de matarlo en la Guerra Santa...!

―Milo... mon coeur...

―Vamos, Milo, respira profundo y hablemos, ¿quieres? ―dijo Mu intentando acercarse, pero Milo lo amenazó con la Aguja Escarlata―. Estás confundido... y estás asustando mucho a Camus... nos estás asustando a todos... por favor, cálmate...

Los jueces, que habían estado deliberando en la cafetería sus impresiones y notas, entraron en la sala de espera y contemplaron aquella escena: Camus hecho un mar de lágrimas y Milo enloquecido. Rhadamanthys hizo el amago de acercarse, pero Aiacos lo impidió de tajo.

―No intervengas. Escorpio está trastornado y tiene un mal recuerdo de nosotros. Sólo empeoraremos las cosas...

―Milo ―gimió Camus―, Milo... hellenoi... te lo suplico... guarda la Aguja Escarlata y hablemos... déjame acercarme, déjame abrazarte... estás mal... déjame llevarte con el médico... por favor...

―No sé quién eres... mi Camus ha muerto ―un profundo lamento gutural se gestó en las entrañas del escorpión―. ¡Está muerto y lo cubrí de ignominia! ¡Lo deshonré como un canalla! ¡Lo hice verme fornicar con otro! ―Camus abrió los ojos, desolado, y por fin comprendió el dolor irracional que nublaba la mente de su amor―. ¡Lo insulté y lo envié a morir! ¡Lo entregué a la muerte! ¡Se lo entregué a esa bruja! ¿Cuánta maldad necesita un hombre para condenarse al infierno? ¡Ni la mitad de la que yo derroché sobre él! ¡Soy un maldito, soy un maldito! ¡Y ahora él está muerto!

―¡Basta mon coeur, por favor!

Milo se deshizo en lágrimas y bajó un momento la guardia. Mu y Shaka vieron la oportunidad de lanzarse sobre él para inmovilizarlo y lo tiraron al suelo, mientras el escorpión aullaba fuera de sí.

―¡No! ¡No! ¡No me toquen, no me toquen! ―vio a Camus arrojarse a su lado, en el piso y se revolvió con más fuerza― ¡Que no se me acerque, que no me toque! ¡No sé quién es!

Mais c'est moi, mon coeur, mon hellenoi ! C'est moi... ton Camus... ton Keltos... ton chouchou ! Ne me rejette pas... Je t'en supplie...(9)

Aiolia trató de apresar las piernas del escorpión para inmovilizarlo y dar así la oportunidad a algún médico de sedarlo: al igual que sus hermanos, se negaba a usar alguna técnica sobre Milo para no arriesgarse a hacerle más daño del que ya sufría.

Camus se arrodilló a su lado y tomó sus manos para intentar enlazarlas con las suyas. Pero Milo estaba fuera de sí, horrorizado con la certeza de la muerte de Keltos y con la incertidumbre de quién era ese que usurpaba su apariencia, su voz y su dolor. Se revolvía como un condenado que lucha por la vida y empezó a lanzar golpes y zarpazos, hasta que su Aguja Escarlata conectó con el hombro de aquel Camus que presumía falso y éste lanzó una queja de dolor al aire.

Escorpio consiguió liberarse, se puso de pie entre tambaleos. Mu y Shaka se colocaron cada uno a un costado suyo, acechándolo de nuevo, mientras Aiolia se limpiaba un hilillo de sangre de la boca: había recibido un rodillazo tirado al azar.

Y mientras Escorpio, amenazante, pensaba en el modo de escapar de allí, se encontró con los ojos de Keltos que lo miraban aterrorizados. Sólo entonces vio la herida en el hombro con la sangre manando: eso lo dejó en completa quietud, con la respiración contenida. La cordura lo golpeó como un ramalazo.

―¿Camus? ―preguntó con inusitada calma―. ¿Camus, eres tú, chouchou?

Una mezcla de esperanza y angustia mal disfrazada brotó en la expresión de Camus, quien miró anhelante a Milo al tiempo que intentaba acercarse.

―¡Sí, sí, soy yo! C'est moi, mon coeur, c'est moi, c'est moi ! Laisse moi m'approcher, laisse moi t'embrasser, mon coeur, mon amour... Tout est bien... tout est bien... (10)

Milo apretó los párpados, como intentando ahuyentar una imagen, una sensación desgarradora de su mente. Intentando concentrarse. Mu por un lado y Shaka por el otro se acercaron, con la guardia alta, tratando de prever una reacción adversa de parte de su hermano.

Camus, que estaba mareado por el dolor y el veneno del escorpión, hizo acopio de su toda su fuerza y fingió una estabilidad que no sentía. Dio un par de pasos hacia su amor, pero Shaka le extendió la diestra, indicándole que era mejor conservar una distancia prudencial, darle tiempo a Escorpio de recuperar el control de sí mismo.

Qué cruzaba por la mente de Milo en esos momentos era un misterio para sus hermanos. Shaka se esforzó en dilucidar los pensamientos de Escorpio, pero estaban tan revueltos que consideró peligroso adentrarse en ellos: tal vez su hermano, alterado aún, lo considerara un peligro y volviera a la carga. Así, al igual que Mu, Camus y Aiolia, se mantuvo cerca, expectante, tratando de prever lo imprevisible.

Milo, volcado en comprender lo que sucedía, trataba de ralentizar su respiración. Se tomó la cabeza con las manos, se obligó a aspirar y exhalar despacio. Después de unos momentos que parecieron eternos, abrió los ojos y contempló su campo de batalla. Mu y Shaka, cada uno a un costado, listos para derribarlo. Aiolia detrás, tenso, preparado para un ataque preventivo. Más lejos vislumbró a Marín, que se mantenía relajada en apariencia, pero tenía las manos en puños y las piernas rígidas, a punto de efectuar un salto. Alde, con un vaso con café en una mano, la sonrisa tranquila en los labios y una posición de ataque en ciernes.

Justo frente a él estaba Camus. Keltos. O alguien que se le parecía mucho. Pero... debía ser Camus. Porque solo Camus lo miraba con esa devoción y con el alma a punto de saltarle por los ojos. Lo contempló parsimonioso, tratando de identificar todo aquello que caracterizaba a su chouchou y que lo mantenía perpetuamente prendado de él.

Se ofrecía a sus ojos con su presencia angelical: ahí estaba la cabellera de fuego, tan contradictoria en un guerrero del hielo. Los ojos azulísimos, profundos como océanos, rebosantes de amor y preocupación, estaban al borde de la histeria. Los labios suaves que no se cansaba de besar a todas horas. Las piernas de ensueño, largas, poderosas, que igual se tensaban en la danza, que al enroscársele en la cintura, cuando hacían el amor. Las pecas, diminutas y sutiles, constelando el mapa de su piel. Y como un horrible agujero negro en aquella galaxia amadísima, se mostraba la punción de la Aguja Escarlata. La aguja que él mismo le había ensartado.

Chou... chouchou...

Mantuvo una distancia precaria, cautelar, pero igual extendió la diestra, con la aguja aún en ristre, para tocarle el rostro y luego la herida. La valoró con cuidado, mientras sus hermanos, a su alrededor, intentaban comprender sus intenciones. La cordura recién recuperada de Escorpio los asustaba tanto como su anterior demencia.

―Te lastimé... ―musitó Milo con voz tranquila.

―No, no... no es nada... apenas un rasguño... ―dijo Camus, obligándose a sonar tranquilo, aunque en realidad se lo estaban comiendo el dolor y la ansiedad.

―Mira ―insistió el escorpión―, te lastimé. Estás sangrando. ¿No te duele? El veneno debe estar escociéndote...

―¡No, no, mi amor! ¡Es un rasguño sin importancia! ―exclamó Camus con vehemencia, ante lo que Milo entreabrió los labios, en un mohín doloroso. Camus se concentró: dulcificó su tono de voz―. Te aseguro que no me duele. Que es una herida sin importancia. Pero... pero he estado preocupado por ti. Aún lo estoy. ¡Por favor, por favor, déjame acercarme, déjame llevarte con el médico! ¡Estás alterado, pero todo estará bien, todo estará bien! Estoy contigo, ¿ves?

Acuario extendió la mano y acarició, como si fuera un soplo de brisa, los cabellos rubios de su amado. Se atrevió a acunar con el hueco de su palma la mejilla y el mentón de Escorpio, quien a su vez atrapó la mano blanquísima con su siniestra. Besó los dedos, dulce; paseó la nariz por la muñeca, en un movimiento que fue afectuoso y sensual a un tiempo. Camus se estremeció, la piel se le puso de gallina. Milo cerró los ojos, pendiente tan solo de la fragancia de la dermis de su amor.

―¡Ay, chouchou! ¡No hago más que herirte! ―musitó Milo mirándolo con tristeza. Le acarició el hombro con cuidado, como temiendo romperlo, para volver luego al rostro. A Camus el corazón le latía desaforado, como si fuera el de una fiera corriendo―. Te amo tanto... tanto... que no puedo explicarlo... me faltan las palabras...

Milo se atrevió a acercarse a Keltos y lo envolvió en un abrazo estrecho. Camus soltó entonces el aire que llevaba contenido en los pulmones y se apretujó contra el pecho de son époux, aliviado. Sus hermanos y los jueces relajaron sus posturas. Milo, arrobado con el calor de Keltos contra su cuerpo, acariciaba con dulzura el cabello ardiente como tizón, apenas apresado por la cinta. Suspiró. Relajó el abrazo. Lo soltó. Le acarició el rostro con fervor. Le sonrió beatífico y lo miró como quien contempla a una joya perfecta, inalcanzable.

―Ojalá ―dijo el escorpión―, ojalá pudiera protegerte como siempre he querido... Pero ―sonrió con una tristeza infinita―, ¿cómo puedo hacerlo, si yo mismo me ocupo de lastimarte? ¿Cómo puedo protegerte, si soy tan malvado, tan indigno de ti...?

Y sin que ninguno pudiera preverlo, porque al final, Milo era el más veloz de todos ellos, se clavó a sí mismo la Aguja Escarlata en el pecho, cerca del corazón.

La sangre corrió de inmediato.

Camus estranguló un grito de espanto, que se le quedó atorado en la garganta y alcanzó a evitar que el hellenoi, invadido de una debilidad mórbida, se estampara contra el piso. Aiolia corrió a buscar a un médico mientras Mu y Shaka ayudaban a Camus a recostar a su amado en el suelo.

―Ya está... ya está... ahora sí estarás a salvo... ahora sí... soy la maldición que lastra tu vida... mon coeur... mon chouchou... pero ahora sí estarás bien...

―Pero... pero... ¿qué has hecho? Mon coeur, mon coeur ! ¿Cómo has podido...?

Camus se percató de que tenía sangre de Milo en las manos y se consternó. Sintió que la compasión de alguien lo apartaba: Aldebarán. Vio a Mu y Shaka auxiliar al hellenoi: Mu golpeó un punto vital del escorpión para detener la hemorragia. Shaka le impuso las manos en la cabeza para intentar atemperar el desorden absoluto en la mente de su hermano. Aiolia volvió con un doctor, que se arrodilló al lado del caído.

Bóreas, que había sido un espectador a la distancia, apareció al lado de su hijo de pronto, con una expresión tan ominosa en el rostro que atemorizó a todos los que la vieron.

Acuario se quedó estático, en su lugar, como si un bloque de hielo se le hubiera formado en los pies y no lo dejara desplazarse. Le escocía el hombro, tal como Milo le había dicho hacía unos segundos. Sentía todo aquello tan... extraño... tan imposible... pero estaba sucediendo. Estaban pasando cosas pavorosas, equívocas, torcidas.

Y como todas las cosas horrendas en los últimos tiempos de su vida... Skade era responsable de ellas.

Ella se lo había quitado. Se lo había arrebatado. Skade había despojado a Milo, a son coeur, a son époux de sus deseos de vivir. 

Le había robado a Milo. Lo había hundido en la locura. Tal vez para siempre.

En medio de aquel pandemonium, Athena, Poseidón y Hades, recién llegados de su reunión, entraron a la sala. Athena, contemplando la evidencia de que algo indeseable había sucedido, se fue directo sobre sus guerreros y Hades llamó con una señal de su mano a sus jueces. Poseidón se situó junto a Shaka, para hacer lo necesario y restablecer la cordura de Escorpio.

Camus, perdido en ese mar de dolor que arrasaba su vida, estaba sin estar. La devastación absoluta de la pérdida y la rabia insidiosa contra la artífice de su desdicha le ahogaban el alma.

Bóreas acarició con ternura el cabello de su hijo: el cabello idéntico al de la madre. Tomó entre sus dedos la cinta que se le iba deslizando, lánguida, hacia el suelo. Sonrió a Camus con un orgullo salvaje.

N'aie pas peur, mon petit. Tu es libre. Fais ce que tu dois. (11)

Camus miró a su padre con una expresión tan desolada, que podía romper de dolor un corazón, y tan furibunda, que suprimiría de miedo a un ejército infernal. 

De sus ojos manaron silenciosas lágrimas que se deslizaron de su barbilla al pecho.

Ahí donde cayeron, se empezaron a congelar.

Y como todos estaban concentrados en sacar a Escorpio de aquella absurda crisis, nadie notó al principio la variación en el cosmos de Acuario, que estaba tan alterado como el de su amor.

La marca de energía propia de Camus se extinguió como si nunca hubiera existido. Luego, un cosmos inusitado, agresivo, frío hasta la desmesura se dejó sentir.

Todo en Camus cambió de un segundo a otro: la piel se le volvió palidísima y casi traslúcida, resplandeciente, como si reflejara la luz, mientras el cabello, blanco de golpe, le ondeó en una ráfaga de viento que de pronto lo hizo estallar en miles de esquirlas de hielo. 

Durante un segundo, todos se vieron abrumados por el frío espantoso que reinó en aquella sala y que pasó tan pronto como la presencia de Camus se desvaneció del lugar.

Allí donde Camus había estado de pie, no quedaba nada. Ni siquiera una pátina helada cubriendo el suelo.

Milo, aturdido por su arrebato de locura, el dolor autoinfligido y la sangre que había perdido vio aquella imagen dolorosa y familiar de Keltos desintegrándose en millones de astillas heladas y gritó con el corazón partido, extendiendo la diestra hacia donde lo había visto por última vez. El recuerdo de un sueño funesto, habido hacía casi un lustro, lo aplastó con el peso de la realidad.

―¡No, no, no! ¡Por favor no! ¡No de nuevo, no puede estar sucediendo de nuevo! ¡No puede ser tragado por la tormenta otra vez! ¡No se me puede morir otra vez! ¡Ya basta, basta! ¡Déjenme morir, no quiero estar sin él!

―¿Qué está pasando? ―gritó Saori enfurecida― ¿Qué pasa con Camus?

―¡Bóreas! ―dijo Julián alarmado mientras dejaba a Milo en manos de sus hermanos y corría hacia el Aquilón, que se había desplomado a unos metros de distancia.

―Bóreas... las Moiras pedirán cuentas... ―dijo Hades, sombrío, inclinándose sobre el Aquilón, que permanecía hecho un ovillo en el suelo estrujando la cinta del cabello de Camus con la diestra―. Rhadamanthys, Aiacos, Minos, ¡ármense!... traigan a Camus cueste lo que cueste. No importa a dónde haya ido ni qué esté haciendo. Si no regresa pronto su padre dejará de ser... y nadie quiere ver lo que sucede cuando un dios deja de existir... 





Deathmask sintió el soplo de la brisa en los cabellos: era fría y llevaba consigo el aroma familiar y entrañable de las rosas de Afrodita. No sólo las rosas: el perfume que despedía la piel de Afro y la de Shura estaba presente junto con el de las flores. Le pareció ser estrechado por brazos queridos, amantes y un enorme consuelo anidó en su corazón inquieto. Lo último que recordaba era a Shura, lloroso, pidiendo perdón por una ofensa estúpida, inexistente. Ahora lo sabía: la pelea que tuvo lugar entre ellos había sido tonta e infantil y no había valido ni una de las lágrimas de la cabra necia a la que amaba con el alma. Apretó los párpados, negándose a abrir los ojos para no perder la sensación de estar cobijado por su familia, pero al final decidió abrirlos.

Se encontraba en un paraje verde, florido, sobre una mullida alfombra de hierba. Olmos, coníferas y fresnos se alzaban hacia el cielo, como pacíficos guardianes. El terreno era escarpado, pero hermoso; se sentía un frío moderado. A pocos metros de distancia había unas cuantas rocas dispersas y algunas de esas tablas pétreas con caracteres raros, como las que había en Höös, cerca de la cabaña de Afrodita. Una joven taheña le daba la espalda y miraba el horizonte. Algo en ella le resultaba conocido, aunque no lograba precisar qué cosa.

―¿Vas a quedarte tirado en la hierba, preguntándote qué haces aquí? ¿O vendrás a saludar y hacerme compañía un momento?

Deathmask se sobresaltó de que aquella muchacha lo interpelara. Se levantó de su mullido lecho y se acercó a la chica. Una vez que estuvo junto a ella la miró curioso, intentando precisar de dónde la conocía. La joven le dedicó una sonrisa diáfana, feliz; estiró una mano para acariciarle el rostro.

―Oye, sí que eres guapo. Ya me lo parecías antes, pero ahora que puedo dedicarte toda mi atención, pues... ¿es que en tu Santuario no hay hombres feos?

Oh... ma... piccolina? Che diavolo... Le ragazze morte non crescono più... (12)

―¿Y tú cómo sabes?

Come immagini che io lo sappia? Mi dedico a transportare le anime dei morti! (13)

―Creí que te dedicabas a cantar nanas... lo haces tan bien y tu voz es tan bonita que pensé que era tu oficio ―dijo la joven con una sonrisa arrebatadora.

Deathmask se quedó con la boca abierta y se sentó en silencio junto a Sinmone. No podía quitarle los ojos de encima. Tomó un mechón de sus cabellos y constató la textura: parecía real. Pero sabía que eso era imposible: Sinmone estaba muerta, él había presidido el rescate de sus despojos y la organización de sus exequias. Entonces, ¿qué era aquello? ¿Se había muerto y Sinmone era su comité de bienvenida?

La joven, como leyéndole el pensamiento, se echó a reír.

―Todavía no te mueres, tontito... aunque has estado cerca. Ese novio tan absurdamente guapo que tienes te salvó el pellejo.

―Sé clara. Tengo dos novios.

―Sí, salta a la vista que eres un acaparador y no te basta con uno. Me refiero al pedazo de ángel encantador que habla con las hijas de la Tierra.

―¡Ah, vamos! Te refieres a Afrodita. Pues sí, pedazo de ángel lo describe. Un ángel completo, si me lo preguntas. Pero igual es una apreciación personal. Shura... es guapo como el diablo también, aunque sus encantos van para otro rumbo. Es muy protector y decidido. Y leal... tal vez demasiado. ¿Entonces? ¿Por qué estoy aquí? ¿Dónde estoy? ¿Y por qué contigo? No me malentiendas, es agradable verte... sobre todo crecida...

―Ah, ah, ah... cuidado y tu angelito se entere de que me coqueteas... se ve a leguas que no tiene paciencia. Ni sentido del humor...

―Al contrario. Le sobran ambas cosas.

―Apuesto a que no es así cuando alguien te ronda, querido...

―¿Y qué va a hacer? ¿Atacarte? ¿Tengo que recordarte que estás muerta? Además... ¡si eres como una hermanita para mí! ¿Cómo te piensas que voy a ir tras tus huesos? Bueno, es un decir, no te ofendas...

―No me ofendo... es agradable verte...

―También para mí es agradable. Lo que quisiera saber es: ¿por qué?

―Oh, bueno. Ya sabes. Si sucede algo que involucre a Camus estaré interesada.

Che dire del gelato? (14)

―Ha pasado algo que... no sé hasta qué punto sea malo.

―¿La loca del norte está tras él de nuevo? Qué mujer tan obstinada... quiero decir, il mio fratellino ne vale la pena, ma... La signora deve aver già capito che ciò che vuole non è possibile... (15)

Deathmask guardó silencio de pronto al darse cuenta de la mirada enigmática de la muchacha. Suspiró, abatido.

―Perdóname, chiquitita. Mi cerebro está siempre en modo insolente, me olvido de que no tengo por qué decir sandeces todo el tiempo. La maldita loca esa te lo quitó todo.

―Me temo que en eso tienes razón. Si la Dama Skade no hubiera intervenido como lo hizo, Camus y yo estaríamos llenos de hijos ahora mismo.

―¡Caray! ¿Tanto así? ―preguntó Cáncer con curiosidad genuina.

―Sí: tanto así. Muchas cosas habrían sido diferentes. Pero no vale la pena lamentarse. Esto es lo que hay. Lo acepto. Camus encontró un amor que lo complementa. Me doy por satisfecha.

Ambos guardaron silencio, contemplando el paisaje que se extendía ante ellos. A lo lejos, Deathmask vio una cabaña pequeña y acogedora. Comprendió que era la misma donde Surt y Sinmone habían crecido y en la cual Camus se había alojado durante su fugaz entrenamiento en Asgard. La muchacha, de una belleza que embriagaba, parecía perdida en remembranzas. A Cáncer le pareció que si la pequeña Sinmone hubiera vivido, habría atrapado sin remedio el corazón de Acuario, que el joven representante de Ganimedes en la Tierra no habría tenido ojos para nadie más que para ella. El Milo de antaño, altanero, pagado de sí mismo, no habría tenido oportunidad contra aquella mujercita noble, hermosa y fuerte como roble. 

Y que podía ver seres sobrenaturales sin enloquecer.

Eso quería decir que...

―Eres una diosa...

Sinmone se le quedó viendo divertida: le sonrió de oreja a oreja.

―Estoy demasiado muerta para ser una diosa, ¿no crees? En todo caso, soy descendiente de dioses... y hermana de un dios guerrero. Somos un puñado en todo el mundo, incluyéndolos a ustedes... tenemos una función especial y necesaria. Vigilamos el orden y el equilibrio. Nosotros podemos hacer cara a los dioses cuando se exceden. Al menos por un tiempo ―se detuvo, buscando las palabras precisas para explicar a Deathmask la situación―. Pero también podemos ser agentes del caos. Y temo que justo en eso se está convirtiendo mi Camus ahora mismo.

―¿Camus? ¿Agente del caos? Lo dices porque no lo has visto limpiar y organizar su casa. ¡Es un maniático del orden!

―No, querido, no... no esa clase de caos... Hablo de caos de verdad. Camus está al borde de un abismo. Norðri... Norður está tan enojado por los abusos de la Dama Skade que, como sabes, se llevó a Camus y a sus chicos a entrenar de nuevo.

―¿Norður?

―Bóreas... ustedes lo llaman así. Para nuestros ancestros fue Norðri y para nosotros es Norður: Norte. Me parece que se ha excedido... y ahora Camus puede convertirse en un problema.

―¿Qué clase de problema? ¿Por qué? Camus no se mete en líos. No por su cuenta.

Norður... Norte... está muy enojado. Y le pareció buena idea enseñarle a Camus y a los chicos a controlar el viento del norte. Es decir, una función que sólo le corresponde a él. Sólo Camus ha sido capaz de controlarlo, los chicos al parecer no dan una.

―¿Y es muy malo que Camus pueda hacer eso? ¿Por qué? Al final tiene sentido que acceda a los dominios de su padre, ¿no crees?

Norður es una fuerza de la naturaleza, querido. No puede haber dos Norður...

―¿De qué rayos hablas, piccolina? Camus es Camus y Bóreas es Bóreas. Que Camus pueda controlar el viento del norte no puede ser tan grave.

―No entiendes, querido. Bóreas no domina el viento del norte. Bóreas ES el Viento del Norte. Norður... es Norður.

―Pero... ―y Deathmask enmudeció, porque comprendió de pronto la preocupación de Sinmone―. Dannazione... Che ne sarà dei due? (16)

―Sólo puede haber un Norður. Y Norður... Bóreas, que sí entiende lo que sucede, ya ha tomado su decisión.

―No... Camus se nos morirá de pena...

―Camus no se morirá de ninguna forma. Pero sí querrá hacerlo, porque no entenderá lo que le pasa. ¿Te imaginas lo que significa el viento del norte desatado, fuera de control? Pues eso es lo que habrá con Camus, a menos que se le detenga. Y Milo fue vulnerado. Se sentirá desvalido, sin basamento. Pero sí lo tiene, de sobra. Escucha. Estás a punto de volver. Tienes que decirle a Camus una cosa. Que además de su familia en el Santuario, las mujeres de su vida cuidamos de él. Siempre. Y que si su padre se marcha... tiene quién lo espere. ¿Se lo dirás?

―¡Le diré lo que quieras, pero para eso tengo que largarme de aquí! Senza offesa...

―Tontito... no me ofendes... ―la joven se acercó y le besó la mejilla―. De todos los hermanos de mi Camus, eres mi favorito. Incluso antes que Milo. Aunque bueno, Milo no es su hermano... ¿Los cuidarás a ambos? ¿Cuidarás de ti mismo y tus noviecitos? Y si quieres salir de aquí... ¿en serio tengo que explicarte cómo, Drottinn sem leiðir sálir til helvítis? ¡Vete ya! Eres necesario en otra parte. Y gracias... siempre voy a quererte mucho, elsku litli bróðir... (17)

Angelo sintió la calidez del beso de Sinmone en su piel y cerró los ojos, para atesorarla. Sabía que cuando los abriera, aquella muchacha de ensueño ya no estaría allí. Así que se dejó inundar por la presencia de aquella hermanita incidental, que poco a poco dio lugar a otras sensaciones. 

El aroma de Afrodita y Shura se le volvió más constante y al abrir los ojos, una luz lo encegueció. Apretó los párpados para protegerse y trató de despejarse el cabello de la frente, pero su mano estaba sujeta. Y algo le obstruía la tráquea.

"Che diavolo..." ―pensó. Y crispó la mano diestra con desesperación.

―¿Angelo? ―la voz de Shura, a punto de quebrarse, lo recibió. Deathmask abrió los ojos por completo y tuvo la visión de aquel hombre, que ante todos se mostraba imperturbable, aferrado a su mano derecha y a punto de caerse a pedazos―. ¡Angelo...! ¡Por fin! ¡Por la diosa, creímos que no volverías a nosotros!

Angelo, por su parte, apretó la mano de Shura mientras se llevaba la siniestra primero al cuello y luego a la boca. Notó el respirador y puso cara de desesperación. Shura trató de tranquilizarlo tomándolo de un hombro y besando su frente, pero Angelo no parecía relajarse.

―Tranquilo, querido. Tienes un respirador, por eso no puedes hablar. Ahora que has recobrado la consciencia, seguro te lo retirarán.

Cáncer se impacientó. Retiró su diestra de la de Capricornio y, con las dos manos, hizo el amago de retirarse el tubo que le obstruía la garganta.

―¿Pero qué demonios te piensas que haces, grandísimo tonto, anóitos? ―bramó una voz enojadísima. Angelo se congeló y miró hacia el doctor Katsaros, que lo observaba con verdadera indignación―. ¡Lo que nos ha costado mantenerte vivo, estúpido! ¡Y ahora te me vas a poner rebelde! ¡No seas ridículo! ¿Qué clase de médico eres?

Angelo, consternado, tendió una mano a su maestro, quien acudió a su llamado no obstante su evidente molestia. Una vez que lo tuvo cerca, se aferró de su brazo y con señas le indicó que necesitaba hablar. Shura, testigo mudo de toda la escena, se empezó a mordisquear las uñas, nervioso.

―¡Pero vamos, Angelo! ¿Cómo va a resultar que te me pones histérico por un procedimiento de protocolo en caso de accidente cardiovascular? Sabes perfecto que antes de extubarte tengo que reconocerte y valorar si es viable proceder. ¡Tranquilízate de una vez!

―Doctor ―dijo Shura con algo de timidez, porque el médico le imponía, igual que a todos sus hermanos―, me parece que Angelo necesita decir algo...

―Pues que se aguante. Me tomará diez minutos reconocerlo y otros diez extubarlo, si es que viene al caso. Más el tiempo necesario de preparación. ¿Pues qué te crees, muchacho bobo? ¡Fue demasiado pronto tu pase a clínica, ahora me doy cuenta!

Angelo, bastante desesperado, miró a Shura y le hizo la seña de escribir. Shura tomó un fajo de hojas clínicas y un lápiz. Le puso el lápiz entre los dedos y las hojas en la cama, ante el gesto desaprobatorio de Katsaros. Angelo garrapateó un galimatías y dejó que Shura leyera.

―¿Quieres hablar con Camus?

―¿Con Acuario? ¿De qué? Lo que sea, puede esperar a que estés en condiciones ―graznó Katsaros.

Cáncer apretó los párpados con tanta frustración que una lágrima se le deslizó por entre las pestañas. El gesto del doctor cambió: sabía que Angelo no era así de emocional y eso le preocupó.

―Vale, vale. ¿Es urgente? Igual no hay gran cosa qué hacer. No hace mucho tu hermanito de Acuario y su sýzygos dieron un espectáculo: el señor Escorpio incluso quiso suicidarse ―Angelo y Shura pusieron cara de desconcierto― y el señor Acuario, alteradísimo, se retiró... en medio de un vendaval. Su padre, el grandote, cayó medio muerto al piso. Mikrí Kyría y sus mayores no nos permitieron ni tocarlo: pidieron al señor Shion que los llevara al Templo Principal y ahí está ahora la plana de dioses. Qué remedio, ¿quién los entiende? Son muy complicados...

―¿Todo eso pasó? ―preguntó Shura en un hilo de voz―. Percibí un alboroto, pero no quise creer que sería algo tan grave.

Angelo pareció angustiarse todavía más. Shura se sintió calado por el estado de ánimo de su compañero: le besó una mano y salió sin mayores explicaciones. El doctor Katsaros se quedó a solas con su alumno. Su mirada severa se suavizó.

―Ya, Angelo; ya, hijo mío, tranquilízate. No tengo idea de qué pretende tu novio cara de pocos amigos, pero seguro vuelve pronto. No se te ha querido separar, ¿sabes? Parecía que iba a darle una apoplejía desde que llegamos contigo. Estuviste muy grave: creí que te haría el acta de defunción. No hagas eso: eres tú quien me hará el acta dichosa a mí, ¿estamos? Pretendo que tú te me quedes a cargo de este maldito manicomio...

Shura volvió trayendo a Shaka a rastras y lo dejó a un lado de Deathmask.

―Anda, Shaka. Sé bueno y dinos qué carajo quiere decirnos Angelo antes de que se arranque la tráquea junto con el maldito tubo de ventilación.

―Ah, vamos: me quieres en su cabeza. Me asustaste. Ya bastante asustados nos dejaron Milo y Camus. A ver, Angelo, ¿qué te traes?

Y le colocó las manos en las sienes, con cuidado. Shaka cerró los ojos: suspiró con fastidio.

―Mira, Angelo, no te quiero desanimar, pero como que ya no viene mucho al caso la advertencia de la noviecita muerta de Camus. Hay un alboroto por causa suya, de Milo y del viejo Bóreas, que al parecer está desvaneciéndose.

Angelo cerró los ojos con fuerza y, frustrado, empezó a darle puñetazos al colchón. Hizo otra vez el amago de quitarse el tubo del respirador. La vía prendida en el pliegue de su brazo se zarandeó. Shura y Katsaros le tomaron las manos al tiempo que Shaka lo miraba cejijunto.

―Óyeme, basta. Se lo haré saber a Shion y a Athena, ¿está bien? Que ellos se encarguen de encontrar a Camus o hacerle llegar el mensaje. Ahora mismo Mu y yo estamos ocupados con Milo, que ha perdido piso y no reconoce la realidad. Mientras tanto quédate quieto y deja que tu maestro te quite con los cuidados debidos el armatoste ese que tanto te ha ayudado. Afrodita está con Krishna. Le avisaré que has despertado para que te acompañe. Con permiso.

Deathmask cerró los ojos y buscó la mano de Shura. Una vez que la encontró, la sujetó con fuerza.

"Milo è impazzito? Siamo fregati... Camus sarà fuori di testa..." (18)

―Va, pues ―dijo el doctor, resignado―. Te extubaré. Si tienes fuerzas para hacer tanto drama es porque puedes respirar por ti mismo. En seguida vuelvo. 





A lo largo de los incontables siglos que había durado su existencia, Bóreas tuvo una sensación constante: la ingravidez, la de flotar por encima de todo.

A esa se le unía la increíble celeridad con que el mundo se movía para él.

Por supuesto, era él y no el mundo quien se movía. Corría. Volaba. Soplaba. Llevaba frío, hielo y nieve. Nubes y viento. A veces lluvia y tempestad. Granizo. Vendavales. Luz y sombra. Sueño y muerte. Sueño para la tierra nutricia. Muerte para los vivos. El cierre de un ciclo. La contemplación del final. La posibilidad del renacimiento. Del rejuvenecimiento. La vida brotando a través del letargo del invierno. La vida abriéndose paso a través de la muerte.

Eso era él. El gran Bóreas. El Viento del Norte. Norðri. Norður. Norte. El gran vendaval. El Aquilón. El protector de Atenas. El señor de la aurora boreal. El padre del Ártico. El padre de los santos de Acuario. El padre de Camus. El padre ofendido de Camus. El padre que clamaba por justicia. El padre que había preparado a su hijo para hacerse justicia. El dios menor. El dios que de menor no tenía nada. El dios dispuesto a renunciar a todo en favor de su niño. El hombre de Hélène.

El esposo de Hélène.

El triste viudo de Hélène...

El desolado doliente de Hélène que ahora no sentía nada más que pesadez. Inmovilidad. Los átomos de su cuerpo agregándole peso, uno por uno. Sometiéndolo a amarras que lo mantenían preso de la gravedad: piel, carne, huesos, uñas, cabellos se habían convertido en cadenas que lo inmovilizaban. Que le impedían el vuelo. Incluso su mente, de ordinario rauda y ligera, se le antojaba torpe. El pensamiento se le iba deslizando a paso lento, fluyendo espeso, como aceite.

Qué extraño.

Qué extraño se sentía ya no ser él mismo.

Ya no ser...

―Bóreas, querido. ¿Me escuchas?

"..."

―Es claro que te escucha, sobrina. Aunque no por mucho.

―¡Calla, tío! ¡No seas imprudente!

―No es esa mi intención. Pero no callaré lo que salta a la vista.

―Basta, hermano. Paz...

―¿Qué pasa con ustedes dos? Estoy en paz. Intento ser respetuoso con nuestro familiar. Ha perdido las fuerzas, por mucho que nos esforcemos en retenerlo; no sabe cómo hablarnos en su nueva condición, pero nos escucha perfecto. Y me niego a que crea que no me lo tomo en serio.

"Camus..." ―creyó musitar el viejo Bóreas. En realidad, era lo que quedaba de su mente la que evocaba palabras.

―Camus se ha ido. Creemos que va detrás de Skade. Has sido un imprudente total, querido Bóreas. ¿Qué hará tu hijo, excepto entregarse en bandeja de plata a esa mujer? Le mostraste que puede hacerse con el viento del norte, pero no a SER el Viento del Norte. ¿Qué puede hacer contra ella?

"Justicia..."

―Bóreas... justicia buscarán las Moiras por este despropósito ―deslizó Hades con su voz sosegada―. Irán por él. Incluso Las Bondadosas. Considerarán que ha cometido parricidio. Y luego vendrán por ti. Y por nosotros, por no haberte detenido.

―El riesgo, Bóreas. El riesgo... te lo dije... Tu hijo es muy inestable. Se fue de aquí con el corazón roto por la locura que aqueja a su amante. El dolor es mal consejero, Bóreas. Tu muchacho lo lleva en dosis elevadísimas.

Bóreas frunció el ceño. O eso le pareció.

"Anda, señor Poseidón... Señor don Maremoto... ¿tú me hablarás de... de inestabilidad?"

―Contigo no se puede hablar... ¿Qué hay de tu deber? Lo has cumplido a cabalidad por eones. ¿Ahora lo dejas de lado por un muchacho efímero?

"Efímero o no... es mi hijo... Podría haberlo cuidado toda su vida... y en el momento de su muerte... ella se lo habría quedado... a mi niño... al niño de Hélène..."

Una mano pequeña y suave se posó sobre su mejilla, le comunicó su tibieza. Escuchó la vocecita de Athena.

―¿Por esa razón le has entregado todo a Camus, Bóreas? ¿Para evitar que Skade pueda llevárselo? ¡Pero no lo has preparado! ¿No te das cuenta?

El Aquilón intentó abrir los ojos, mirar a su amiga, sin resultados. Decidió externar la otra preocupación de su espíritu.

"¿El... el alacrancito...? ¿Milo...? ¿Qué le ha sucedido? ¿Se lo ha quedado ella...?"

―Shaka está con él y Mu los acompaña a ambos. Están tratando de recomponerlo, pero Shaka dice que tiene la cabeza hecha un lío. No sabe qué es de Camus: si está vivo o está muerto. Y verlo irse del modo en que lo hizo, lo ha alterado todavía más...

"Muchacho... muchacho tonto..."

―No es tonto, Bóreas. Es apasionado. Una barbaridad. Y aunque suele ser centrado cuando se trata de asuntos oficiales, Camus es su punto débil. Siempre lo ha sido. Por eso reacciona con tanta desmesura. Cuando ocurrió el deslave que devoró a tu hijo, Milo soñó que se despedía de él y que luego se hacía pedazos de hielo que eran arrastrados por el viento.

―Justo lo que vio hace un rato ―añadió Poseidón, fastidiado.

Bóreas suspiró con dolor. Entonces, ¿así se sentía padecer dolor? Aunque no podría verlos porque mantenía los ojos cerrados, sintió a Athena, Poseidón y Hades tensarse, preocupados por él.

"Muchacho tonto... No vio a mi hijo arrastrado por el viento. Vio a mi hijo siendo el viento... ¿Cómo han sido educados tus guerreros, Korísti, que no se dan cuenta cuando tienen atisbos del destino?"

―¿Destino? ¿Milo puede avizorarlo...? Quiero decir... ¿Milo?

Una risa baja y sardónica se dejó oír. Poseidón reflexionó en voz alta.

―¿Quién querías que los educara? Shion no estaba disponible y Dohko acumulaba polvo mientras vigilaba el sello de los espectros. Habrá que preguntarle a Saga cómo se ocupó de todos ellos...

―Seamos prácticos ―atajó Hades antes de que su hermano se pusiera atrevido―. Es evidente que no preguntaremos a Géminis qué hizo o dejó de hacer durante su... patriarcado. Más bien tenemos que averiguar cuál es el linaje de Escorpio. El de todos tus santos, sobrina. Tan solo para que sepas a qué atenerte.

"Es... el santo de Escorpio... La venerable Gea envió al escorpión... a detener a Orión... un cazador contra un cazador. Escorpio es criatura de la Tierra... y entrever el destino... ¿quiénes pueden hacer eso? ¿Quién puede? A veces... a veces son tan tontos..."

―¡Bóreas!

―Calla, Julián ―dijo Athena, tratando de poner calma―, que Bóreas tiene razón... a veces somos tontos... ―se dirigió entonces al dios menguante―. Ya hemos hecho buscar a Camus, querido Bóreas... no te preocupes. Cuando vuelva daremos marcha atrás a este proceso...

"Camus no me preocupa...él hará lo necesario... siempre... Son ustedes quienes se preocupan. Pero él... él estará bien... Lo hará de maravilla. Como todo lo que hace..."

―Insisto en que has tomado demasiados riesgos. E hiciste mal en no explicárselos con sinceridad a tu muchacho ―intervino Hades con calma―. A las Moiras les dará igual que hayas hecho esto con o sin razones justas. El orden cósmico no debe alterarse y eso es lo que has hecho al abdicar en favor de Camus.

"Dejen de parlotear... dejen que me disuelva tranquilo... soy un dios... en camino al olvido. Respeten mi marcha... Yo a mi vez los respeto a ustedes... también son familiares queridos para mí..."

Saori tomó su mano ―¿esa era su mano? Qué pesada se sentía―, la misma en la que aún llevaba enredada la cinta de Camus, de Hélène. La acarició y la llevó a su frente. Sintió una humedad cálida en la piel.

―Gracias. Gracias porque siempre me has cuidado... a mí y a mi ciudad. A mis guerreros... eres un amigo carísimo a mi corazón...

"Y tú al mío, Korítsi. Lamento no verte casada con el Señor Vorágine de Agua, pero estoy seguro que serán felices y estarán bien. Que Don Oscuridad sea quien presida la unión. Será interesante que ustedes tres se lleven bien por fin..."

―Deberías intentar resistir, Bóreas ―dijo Hades con una sonrisa casi imperceptible en los labios: el Aquilón le hacía gracia con su fárrago de recomendaciones―; a tu hijo le hará bien que lo entrenes un poco más, si en serio pretendes dejarle tu legado. No digo que reviertas el proceso. Sólo que lo postergues, en favor de preparar mejor a tu sucesor.

"C'est une bonne idée. Une idée dont tu devrais tenir compte, mon cher. Si possible, reste un peu plus longtemps avec notre petit." (19)

Los tres dioses en plena potestad guardaron silencio y notaron el desequilibrio momentáneo que mostró la consciencia de Bóreas. Si bien su poder había migrado a Camus y su esencia se iba disgregando poco a poco, su cuerpo ―uno distinto del que siempre había mostrado, menos capaz, menos poderoso― seguía vivo. Si Bóreas estuviera dispuesto tal vez encontrarían el modo de que conservase una "vida" menos compleja que la que había experimentado desde hacía eones. Pero tenía prisa por retirarse, según podían apreciar.

Sin embargo, el silencio les venía de percibir aquella otra presencia, que no era divina, ni maligna. Una presencia que al menos a Athena le resultaba un tanto familiar y que alteró por completo el espíritu del viejo Bóreas.

"Chérie... ? C'est toi ?"

Fue Hades quien intuyó de qué iba la perturbación. Se movió de su sitio e invitó a sus dos acompañantes a hacer lo mismo.

―Vamos, Señora sobrina, Señor hermano. Nuestro familiar tiene asuntos que hablar con su última mujer. No quisiera que nos tomaran por indiscretos por no respetar su privacidad. Permanece con nosotros un poco más, Bóreas. Te dejamos en buena compañía.

"Alors, mon cher, peux-tu attendre encore un peu ? Notre fils est capable, mais peut-être n'est-il pas prêt pour la mission que tu lui réserves... Reste encore un peu avec lui, s'il te plaît." (20)

"Él puede hacerlo bien sin mí, querida. No me necesita en absoluto."

"En eso te equivocas. Tu as totalement tort. Nuestro niño siempre te ha necesitado. A los dos. Siempre quiso amarte. Aimer nous tous les deux. No fue posible antes, pero ahora sí. No le niegues la posibilidad." (21)

"El proceso ha iniciado. No puedo retrocederlo..."

"Pero puedes postergarlo. Aunque sea un poco. Eso depende de ti, no de Camus. Porque tú sí sabes lo que está ocurriendo y él no. Al menos deberías explicarle. Le debes eso."

"Si le explico no aceptará."

"Lo hará si le haces entender que no hay marcha atrás. Ya asumió tu poder. Ya te asumió. Y tú has asumido que él es Norte. Pero aún no le has traspasado todo lo que eres. Puedes acordar tu marcha con él. Incluso puedes negociarlo con las Moiras. Y no dirán que no. Porque seguro tienen previstos todos estos acontecimientos."

"En verdad... no sería raro que los tuvieran contemplados."

"Así debe ser. Tus familiares las subestiman si creen lo contrario. Quédate un poco más con el pequeño. Tan sólo un poco... Yo permaneceré a tu lado todo el tiempo: mientras te quedes aquí y en tu tránsito a tu origen..."

"¿Vas a quedarte conmigo, amor mío?"

"Siempre he estado contigo... pero a veces eres ciego..."

"Sí... debo ser ciego para no haberte notado antes..."

"Descansa... Repose toi et attends notre fils..." (22)

Bóreas quedó en silencio y se concentró en sí mismo, en mantener su mente íntegra y sus fuerzas replegadas. Trataría de aguardar por Camus. Pero si no le era posible conseguirlo, tenía la convicción absoluta de que el muchacho sabría qué hacer.

Y la perspectiva de tener a Hélène junto a sí, aun en forma espiritual, era una dicha que no esperó volver a sentir nunca. 





Aclaraciones


¡Feliz cumpleaños a Milito bello! ¡Sí!

Aunque en este capítulo no le va todo lo bonito que quisiéramos. ¿Qué se le va a hacer?

Bienvenid@s a la actualización de esta semana. Quisiera decir que habrá otra, pero estoy hundida en trabajo. Me parece que en lo que resta del fic (que no es mucho) tendré que actualizar de este modo: una vez por semana.

Llegamos a un punto sin retorno para Camus y Bóreas. Y está de más decirlo: también para Milo. A partir de este momento muchas cosas van a  tener que cambiar y la historia se complicará. Espero que me perdonen por hacerle esta trastada a Camus. En mi favor diré... Bueno, tal vez no pueda decir nada a mi favor.

Excepto que don Camus va aparentemente hecho una furia a buscar a Skade para congelarle el otro ojo y arrastrarla del cabello hasta el hastío. Y vamos, que Camus no se va a fastidiar de este nuevo entretenimiento pronto.

Como se ha visto, en este capítulo hubo intervención de muchos, muchos personajes. Su participación se irá recuperando poco a poco de manera integral. O a eso aspiro. No me gusta dejar cabos sueltos y creo estar amarrando los hilos de cada uno de manera conveniente. 

Espero que hasta este momento el cuento les esté resultando entretenido y bonito. Sobre todo espero estar tratando a los personajes con el respeto y el amor que se merecen. Ya ustedes me darán su opinión con el resultado final.

Ahora, con las perspectivas inciertas que se ciernen sobre nuestros queridos chicos, pasamos a las aclaraciones, que son un montón. 

Van primero las sencillas, y varias de ellas ya muy conocidas, sin numerar.:

Époux: esposo (francés)

Mon père: padre mío (francés)

Mademoiselle, Monsieur: Damita, Señor (francés).

Mon petit: mi pequeño (francés)

Ma bien-aimé, mon adoré: Mi bien amada, mi adorada (francés)

Quoi: qué (francés)

Chouchou: cariño, amor, repollito (francés)

Senza offesa: Sin ofender (italiano)

Che diavolo: Qué diablos, qué rayos (italiano)

Anóitos (ανόητος): Tonto (griego contemporáneo) 

Y ahora, numeradas, las que resultan más complejas y mayormente en francés:

1. Qu'est-ce que ce, Maître; quoi de neuf ? Qu'est-ce qui ne va pas ?: ¿Qué pasa, Maestro; qué hay de nuevo? ¿Qué no marcha bien?/¿Qué cosa no marcha? (francés)

2. Rien, mon cher. Tout va bien, mon fils: Nada, querido mío. Todo va bien, hijo mío (francés)

3. Ne me mens pas, s'il te plaît. Je te connais... un peu... et tu es inquiet: No me mientas, por favor. Te conozco... un poco... y estás inquieto (francés)

4. Je ne sais pas: No lo sé (francés)

5. Ne dis pas ça, s'il te plaît. Bien sûr tu es mon père. Et bien que nous ayons eu des moments difficiles... nous les traversons: No digas eso, por favor. Eres mi padre, sin duda. Y aunque hemos tenido tiempos difíciles... los estamos superando (francés)

6. Tu me fais peur. Que se passe-t-il ? Qu'est-ce que tu ne me dis pas ?: Me asustas. ¿Qué sucede? ¿Qué es lo que no me dices? (francés)

7. Assez, papa ! Que prétends-tu ?: ¡Basta, papá! ¿Qué te propones? (francés)

8. Déesse... Milo, mon coeur, tu dois te calmer... Ne te désespère pas, ne souffres pas... s'il te plaît: Diosa... Milo, corazón mío, cálmate... No te desesperes, no sufras... por favor (francés)

9. Mais c'est moi, mon coeur, mon hellenoi ! C'est moi... ton Camus... ton Keltos... ton chouchou ! Ne me rejette pas... Je t'en supplie: ¡Pero si soy yo, corazón mío, mi hellenoi! ¡Soy yo... tu Camus... tu Keltos... tu chouchou! No me rechaces... Te lo ruego.

10. C'est moi, mon coeur, c'est moi, c'est moi ! Laisse moi m'approcher, laisse moi t'embrasser, mon coeur, mon amour... Tout est bien... tout est bien: ¡Soy yo, corazón mío, soy yo, soy yo! Déjame acercarme, déjame abrazarte, corazón mío, amor mío... Todo está bien... todo está bien (francés)

11. N'aie pas peur, mon petit. Tu es libre. Fais ce que tu dois: No tengas miedo, mi pequeño. Eres libre. Haz lo que debas (francés)

12. Oh... ma... piccolina? Che diavolo... Le ragazze morte non crescono più: Ah... pero... ¿chiquitita? Qué diablos... Las niñas muertas no crecen (italiano)

13. Come immagini che io lo sappia? Mi dedico a transportare le anime dei morti!: ¿Cómo te imaginas que lo sé? ¡Me dedico a transportar el alma de los muertos! (italiano)

14. Che dire del gelato?: ¿Qué con el helado? ¿Qué pasa con el helado? (italiano)

15. il mio fratellino ne vale la pena, ma... La signora deve aver già capito che ciò che vuole non è possibile: Mi hermanito lo vale, pero... La señora ya debería haber entendido que lo que quiere es imposible (italiano)

16. Dannazione... Che ne sarà dei due?: Maldición... ¿Qué será de los dos? (italiano)

17. Drottinn sem leiðir sálir til helvítis / elsku litli bróðir: Señor que lleva las almas al infierno / Querido hermanito (islandés contemporáneo)

18. Milo è impazzito? Siamo fregati... Camus sarà fuori di testa: ¿Milo está loco? Estamos jodidos... Camus perderá la cabeza (italiano)

19. C'est une bonne idée. Une idée dont tu devrais tenir compte, mon cher. Si possible, reste un peu plus longtemps avec notre petit: Es una buena idea. Una que deberías tener en cuenta, querido. Si es posible, quédate un poco más con nuestro pequeño (francés)

20. Alors, mon cher, peux-tu attendre encore un peu ? Notre fils est capable, mais peut-être n'est-il pas prêt pour la mission que tu lui réserves... Reste encore un peu avec lui, s'il te plaît: Entonces, querido, ¿puedes esperar un poco? Nuestro hijo es capaz, pero puede ser pronto para la misión que le has reservado... Quédate un poco más con él, por favor (francés)

21. Tu as totalement tort / Aime nous tous les deux: Estás totalmente equivocado / Amarnos a los dos (francés)

22. Repose toi et attends notre fils: Descansa y espera a nuestro hijo (francés)

El crédito de la imagen de Milo que he empleado para la portada es para su autor o autora, que tristemente no conozco, pero cuyo trabajo es magnífico. Espero que les guste y que sea lo bastante fiel al espíritu de este capítulo. Esta ocasión, fue difícil decidirme por una ilustración.

Como siempre agradezco su bondad y paciencia de seguir el hilo de esta historia: por los votos, comentarios, impresiones, sugerencias, tiempo de lectura y tantas cosas más. Durante mi vida he tomado conciencia de que leer es un acto de amor: por nosotros mismos y por los demás. Gracias, entonces, por el amor, que es recíproco con creces.

Y pues ya. C'est suffisant pour aujourd'hui. Hasta la próxima semana. 

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