1. Inns of Court, Holborn. 5:00 pm
―¡Señor Wybert! ¡Señor Wybert! ¡Espere, por favor!
El joven de impecable traje gris Oxford se detuvo un momento y se giró apenas para mirar a la mujer, delgada y vestida con una larga falda color malva, tableada, y una blusa de seda blanca. La dama llevaba el lacio y canoso cabello peinado en un sobrio moño y las orejas adornadas con sencillos pendientes de perlas. Cuando la señora estuvo junto a él, la saludó con un asentimiento.
―¿Qué sucede, querida Marguerite? ―preguntó con una voz dulce y suave, que contravenía su expresión rigurosa y marcial.
―Por favor, disculpe, señor Wybert. Sé que es su hora de salida, pero el señor Dacre quiere hablar un momento con usted, de manera urgente. Me ha pedido que no le deje ir, dice que es indispensable que conversen.
El hombre frunció el ceño, de manera que sus espesas y pobladas cejas adquirieron una apariencia aún más áspera de lo habitual. Exhaló un suspiro cansino y se apretó con fastidio el puente de la nariz.
―Mi querida Marguerite, querida señorita Thorn, como sabes voy a The Globe. Presentarán Much Ado About Nothing; compré el boleto hace semanas y no me permitiré perder la función. Di al señor Dacre que lo lamento, pero Shakespeare me espera...
―Oh, querido Rhys, ya lo sé... pero de verdad es urgente. El señor Dacre se veía tan molesto. Parece que es sobre tu caso...
El rostro pétreo adquirió una expresión sorprendida. Miró de nuevo a la dama, resuelto. Sin decir más pasó a un lado de la mujer y se dirigió a la puerta del fondo del despacho. Dio dos golpes breves y sonoros, y entró.
En la pequeña oficina, detrás de un escritorio rebasado de papeles y expedientes, un hombre bajo y entrado en carnes, tirando a la calvicie, se aflojaba el nudo de la corbata. En el respaldo del sillón ejecutivo reposaba el saco negro. Los anteojos se le resbalaban por la nariz mientras se limpiaba la frente con un estrujado pañuelo blanco.
―¡Ah, Rhys! ¡Qué gusto que la buena de Marguerite te haya atajado! Por favor, perdona que te retrase justo hoy: sé que has esperado meses por Shakespeare, pero...
―¿Pero qué, Reg? Sabes que detesto retrasarme. Sabes que detesto cambiar mis planes. Sabes que cuando lo necesito, me preparo con meses de antelación para que las cosas no se me malogren. Es mi manía desde la infancia, y desde la infancia la conoces. ¿Qué es tan importante para que llegue tarde a mi función?
―Rhys... es sobre tu caso. Sobre tu cliente...
―¿Qué cliente?
―La señora Brown.
Wybert se desabrochó el saco al tiempo que se dejaba caer sobre el sillón de trabajo y soltaba un fuerte resoplido. Se quitó de la frente el rubio cabello revuelto. Miró con fijeza a Dacre.
―¿Qué hay con la señora Brown? El juicio será el próximo lunes. Tengo el caso bien planteado, sólido. Mis pruebas listas y mis alegatos afinados. El bastardo del marido se arrepentirá de haberla acusado falsamente. Lo voy a contrademandar y lo haré trizas...
―Rhys...
―¿Qué cosa, Dacre? ¡Deja de llamarme por mi nombre de una puta vez y dime que pasa!
―Me ha llamado la Fiscalía. La señora Brown se suicidó...
Rhys miró a Dacre con franco estupor. Por un momento quiso decir algo, pero no encontró las palabras adecuadas y se quedó así, con los labios entreabiertos y temblorosos. Luego de unos instantes respiró profundo y recuperó el gesto ríspido y marcial que le acompañaba siempre.
―Repíteme eso, por favor.
―La señora Brown se ha suicidado, Rhys. Está de más decir que sin acusado, el juicio es innecesario...
―La señora Brown no se suicidaría jamás― afirmó Rhys con voz fría e inalterable.
―Rhys... ―dijo Dacre en voz baja―. De verdad que lo siento. Sé que el caso era importante para ti, pero no hay nada qué hacer. La pobre mujer no ha podido con la presión y se ha matado.
―¿Y cómo, según tú, ha podido matarse Eleanor? ¡No era capaz de defenderse del bestia de su marido, pero sí de matarse! ¡Por favor, no digas estupideces!
―¡Rhys! ¡Respeto! ¡Y ha sido el "bestia de su marido", como tú dices, quien la ha demandado por lesiones!
―¡No me vengas a pedir respeto! ¡Y no me alegues la demanda estúpida de ese animal! ¿Cómo se ha matado Eleanor, a ver?
―¡Se pegó un tiro, Rhys, se voló la cabeza! ¡La han tenido que identificar con sus huellas digitales!
―¡Y una mierda! ¡La señora era tímida como un cervatillo y cobarde como un conejo! ¡No me vengas con que se pegó un tiro...! ¡Y en la cabeza! ¡Por todos los diablos! ¡Pero qué ridiculez! ¡Tú quieres verme la cara de imbécil! ¿Dónde? ¿Dónde demonios estaba el marido? ¿A qué hora ocurrió la muerte? ¿Quién la encontró? ¿Dónde está el arma? ¿Dónde los agentes que levantaron el informe? ¡Quiero verlos! ¡Quiero ver a Eleanor! ¡Quiero ver al malnacido hijo de puta del marido, que sin duda la ha matado! ¡Quiero verlo y que me diga de frente que él no la mató, que tenga el valor de mentirme para que yo pueda decirle en la cara que lo veré en el infierno...!
―¡Rhys! ―gritó Dacre.
El joven, acalorado y afligido como estaba, se detuvo de golpe, con las palabras atoradas en la garganta y las manos como garras, clavadas en los reposabrazos del sillón. Miró a Dacre con furia, con fijeza ardiente, y con esa mirada de plomo derretido lo atravesó. Lo señaló con un dedo acusatorio.
―¿Qué más te da a ti? ¡La mujer te importaba un carajo!
―¡Rhys, por Dios! ¡No puedes exaltarte así por un caso de oficio!
―¡Claro! ¡De oficio! ¡Porque si se tratara de un cliente adinerado en este momento estarías removiendo cielo, mar y tierra para entender qué demonios pasó! ¡Pero como la señora no le importaba a nadie, como era pobre y su caso no trae ningún prestigio a la firma, te importa una mierda!
―¡Basta, Wybert! ¡Dios sabe que quise enormemente a tus padres y que en su honor soporto tus excentricidades! ¡Pero te estás pasando! ¿Cómo te atreves a acusarme de tantas estupideces? ¿Qué interés puedo yo tener en la pobre mujer como para desearle mal? ¡Me haces parecer un monstruo! ¡Yo sólo te he detenido porque es mi deber informarte del devenir de tu caso! Lo lamento, en serio que sí. Pero te aviso que ya no es necesario que sigas interviniendo en este triste asunto. La señora no soportó el estrés. Se mató. Se cancela el juicio. Nada más qué decir. Ahora sí, puedes irte a tu función, disfruta a Shakespeare...
Rhys se puso de pie lentamente, con la ira apenas contenida. Observó a Dacre con profundo desprecio.
―Ya sé que tú no tienes ningún interés en la señora Brown. Jamás podrías interesarte en alguien tan insignificante. Ya sé que no me apoyarás cuando solicite una investigación sobre la causa de muerte de nuestra cliente, ¡porque la señora Brown era nuestra cliente! Aunque tú no hayas tenido nada qué ver en su muerte, tu tremenda indiferencia al respecto me resulta ofensiva. Ojalá fuera un juez para exigir e impartir justicia para Eleanor y para todas las mujeres en su situación. Pero no es así, no soy más que un simple abogado en una firma de porquería que aspira a enriquecerse a costa de defender lo que muchas veces es indefendible.
―¡Rhys! ¡Basta, no te permito más ofensas! ¡Ya te dije que solo cumplo mi deber de informarte!
―¡Cumple tu deber de abogado y ayúdame a solicitar que se abra una investigación sobre esa muerte! ―gritó Wybert al tiempo que golpeaba con un puño cerrado el escritorio.
―¡Estás loco! ¡La causa de muerte se ha fijado como suicidio! ¡No lograríamos nada, excepto desperdiciar...!
―¡Dinero, ya lo sé!
―¡Y recursos valiosos, como tu tiempo, grandísimo estúpido! ¡Siento mucho que te hayas involucrado tanto en el caso! Lo siento, en serio ―dijo Dacre en un tono más sosegado ―, pero tienes qué entender que estas cosas lamentablemente suceden. Y sobre todo, que por mucho que te esfuerces, no puedes salvar a cada mujer en situación de abuso. No pudiste salvar a tu madre, es un hecho que no podrás salvar a todas las que quisieras...
―¿Qué has dicho, asno malnacido? ―dijo el joven con una calma fría, que auguraba una espantosa tormenta. Dacre lo miró con furia.
―¡Rhys! ¿Cómo te atreves a insultarme?
―¿Cómo te atreves tú a mencionar a mi madre? ¡Escoria infeliz! ¿Quién eres tú para manchar la memoria de mi madre nombrándola?
―¡Caray, Wybert, cálmate! ¡No he tenido la intención de molestarte!
―¡Ni a mí, ni a ella, ni a nadie! Porque si hubieras tenido alguna intención, la que fuera, bien podrías haberla salvado tú, que yo era un chiquillo cuando el maldito de mi padre la molía a golpes. Tú, en cambio, la conocías desde la infancia, eras su amigo. Tenías la obligación moral de protegerla, pero no lo hiciste. Dime una cosa... ¿es cierto que mi padre te facilitó el dinero para abrir esta firma?
―¡Rhys! ¡Deja de ofenderme! ¡Te suspenderé!
―No es necesario. Me voy de este prostíbulo. Haz lo que quieras con este y con todos los casos que he llevado hasta ahora. Renuncio. Puedes irte a la mierda. Y cuando necesites mis haceres y oficios, no me busques, porque no pondré mi prestigio personal al servicio de un mercenario como tú.
―¡Rhys! ¡Vuelve acá!
Pero Rhys ya atravesaba hecho una furia el umbral de la pequeña oficina y se dirigía presuroso a la salida del despacho general. Marguerite lo vio pasar como un vendaval y se levantó presurosa de su silla, para seguirlo.
―¡Señor Wybert, señor Wybert! ¡Deténgase, no se vaya así, que tendrá un accidente!
Wybert se detuvo un momento y se volvió para observar a la mujer que, con las manos apretadas en un angustioso nudo pegado al pecho, lo miraba acongojada. El joven se pasó una mano por los revueltos cabellos rubios y respiró hondo para sosegarse, cosa que consiguió superficialmente y solo para tranquilizar a la dama que fijaba los ojos suplicantes en su agraviada figura. Suspiró profundo y puso su diestra sobre el hombro izquierdo de la mujer.
―Está bien, querida Marguerite, querida señorita Thorn. Ya estoy más tranquilo, ¿ves? No te preocupes por mí.
―Rhys... ―musitó la dama, y una lágrima se le deslizó por el pómulo. Rhys suavizó su expresión adusta y limpió con ternura el vestigio de humedad en el rostro pálido y aún bello de su amiga―. Rhys... no te vayas así... Dacre no es mala persona... solo es... es...
―Es convenenciero. Medroso. Rastrero. Eso es lo que es. No necesita robar ni matar a nadie para ser una escoria. No hace honor a nuestra profesión. Es una indignidad que ejerza en Inns of Court. Pero ya pagará sus mezquindades, en esta vida o en la otra...
―No, Rhys, no hables así... ―y la vieja dama se echó a llorar. Wybert la abrazó con suavidad y pasó su diestra lentamente por la espalda de la mujer.
―Perdóname, Marguerite. ¿Estás bien? ¿El estúpido de tu exmarido mantiene la distancia?
―Sí, Rhys, sí. No ha vuelto a acercarse desde que me representaste...
―Eso es maravilloso. ¿Tienes mi número personal? ¿Mi dirección, mi apartado postal? Cualquier cosa que necesites, por pequeña e irrisoria que te parezca, tienes que contactarme de inmediato. No necesito trabajar para este animal para defenderte de quien sea...
―Rhys...
―Todo estará bien para mí, Marguerite, te lo juro. Sabes que no tengo dificultades económicas, ¿verdad? Si he trabajado para esta firma, es porque necesitaba litigar para sentirme completo. Pero ya me ocuparé de hacerlo de manera privada, ¿de acuerdo? No tengo por qué depender de alguien tan vil como Dacre...
Aflojó su abrazo y tomó a la vieja dama por los hombros. Le sonrió con dulzura. Si su madre viviera, tendría la edad de la señorita Thorn. Y una apariencia muy similar. Metió la mano derecha en el bolsillo interior de su saco y extrajo un sencillo sobre de papel, que entregó a Marguerite. Ella, al recibirlo y entender de qué se trataba, negó enfáticamente con la cabeza. Wybert sonrió con ternura, afirmando.
―No puedes estar hablando en serio, Rhys...
―Oh, vaya que sí lo hago, Marguerite. Te pondrás tu bonito blazer y tomarás tu bolso en este instante, me acompañarás a la avenida donde te conseguiré un taxi y disfrutarás a Shakespeare por mí, porque yo he quedado con un humor lamentable para la bella Hero y su indomable prima Beatrice.
―Has esperado meses...
―Y esperaré otros tantos más para que la vuelvan a poner en tablado. Hoy tú asistirás en representación mía. La próxima vez, compraré boletos para ambos y los dos lloraremos de felicidad con los versos del bardo... ¿De acuerdo?
―Si eso te hace feliz, Rhys, de acuerdo...
Y ambos abandonaron la oficina del brazo, sin mirar atrás.
Aclaraciones.
Pues aquí estoy de vuelta para dar la lata. Hell, yeah!
Con este fic continúo los eventos planteados en Las mañanas frías. Espero que les guste y cumpla con sus expectativas. De antemano les digo: gracias por continuar leyendo esta historia que inició con Al romper la aurora y tuvo su interludio cómico con Le cadeau d'anniversaire. Está resultando una aventura personal muy interesante de la que estoy aprendiendo mucho y gracias a la cual he encontrado a maravillosas amigas.
Al igual que en el caso de Las mañanas frías, estaré haciendo dos actualizaciones por semana, con el plan de concluir la historia en dos meses a lo más. En este momento, me falta escribir solo un par de capítulos para terminar. Con toda sinceridad les digo que estoy nerviosa, pues este relato me ha resultado demandante y ha sido ambicioso en varios aspectos; aunque deseo con todas mis fuerzas hacerle justicia a los personajes, no estoy plenamente segura de haberlo logrado. ¡Por favor, no me maten si no es todo lo buena que imaginé! En fin, ya ustedes me dirán con el resultado final.
Como es costumbre, hago aquí las aclaraciones pertinentes al capítulo. En esta ocasión son solo dos. Empiezo.
1. Inns of Court son asociaciones o colegios donde los barristers (abogados) de Londres están agremiados y practican el ejercicio de la ley. No soy iniciada en esta disciplina y mucho menos experta, pero por lo que he entendido de mi investigación, en la actualidad Inns of Court sigue siendo el sitio donde los abogados tienen sus oficinas o bufetes de trabajo.
2. Much Ado About Nothing (Tanto para nada o Mucho ruido y pocas nueces) es una comedia de William Shakespeare que ya ha pasado por al menos un par de adaptaciones a la pantalla. En The Globe (el teatro donde originalmente Shakespeare presentó buena parte de sus obras) se presenta por temporadas. Muchos ingleses suelen tener predilección por las obras del bardo y Rhys es uno de ellos.
Los créditos de la imagen son para su talentos@ autor@, cuyo arte es fantástico.
Y ya está. Con esto empezamos oficialmente el fic. Gracias por su lectura, comentarios, votos y, en especial, por el amor. El amor, como siempre, es recíproco. À bientôt !
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