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Capítulo 8| Ser valiente.

Su presencia para nada me agradaba, era como si de la noche a la mañana aquel amor platónico que sentía por él se disipara de la nada, me sentía de una manera extraña, me hubiese gustado quedarme con aquella idea errada de que era el fantabuloso chico de mis sueños, pero ahora solo he descubierto que nada mas ha sido un perfecto imbécil.

Cabe mencionar que me extraña verlo aquí mismo, lleva ese aire de ser el puto amo del universo y que ganas que tengo de bajarlo de esa nube.

—¿Cómo te sientes?—Rayan me pregunta de una manera relajada, tan calmado como si en realidad se preocupara de mi. No le respondo.

El enfermero lo ve, luego pasa a verme a mí, es un chico pecoso que no debe tener más de veinte años al igual que yo. Es lindo, no lo puedo negar.

—Ya estas despierta, voy a revisar la herida-me dice con una sonrisa ignorando a Rayan—Voy ir por unas gasas nuevas.

Le devuelvo la sonrisa y sale. La señora que está al otro lado me ve con cierta curiosidad pero no dice nada.

—¿Dónde está Lori?—pregunto de golpe.

—Supongo que por ahí—se limita en responder.

—Vete, no quiero que estés cerca.

—¿Sigues enojada?

—¿Tú qué crees?

Ambos nos sostenemos la vista de una manera expectante, hay algo en su mirada que me hace querer salir huyendo, es como si supiera cosas que yo no sé y que por ende la voz dentro de mi cabeza me exige que le siga la corriente, sin embargo hay una línea delgada en medio de todo este desmadre que no me permite hacerlo.

—Las discusiones de pareja son normales, pero si se quieren lo pueden superar—la señora se mete en la conversación como si nada, recargo mi mirada en ella y juro que quiero arrancarme la cara.

—No somos pareja—le aclaro de inmediato.

—Oh, lo siento tanto—ella se disculpa con la cara tornada en rojo por la vergüenza.

—No se preocupe—le digo con una sonrisa y ella asiente.

—Quiero ser directo, Morris—Rayan habla, haciendo que centre nuevamente mi mirada en él—Necesito que me digas todo lo que ha ocurrido en Watson y si pudiste ver a los hombres.

Entonces por eso ha venido, no esperaba menos. Sin embargo, no le pienso decir ni una sola palabra, de este caso me encargo yo misma.

—Las noticias no mienten, todo lo que ha salido es verdad, no tengo mucho que agregar.

—¿Segura?

—Segura.

Veo como las comisuras de sus labios se elevan en una pequeña sonrisa torcida, es una que grita que me ponga a la defensiva. Rayan ve de reojo a la señora para luego agregar:

—No olvides que mi propuesta aún sigue en pie—me ve una última vez, da vuelta sobre sus talones y se marcha, en ese instante entra el enfermero nuevamente.

—Menudo idiota—murmuro para mí misma.

—Es guapo—la anciana me comenta.

—Lo que tiene de guapo lo tiene de sinvergüenza—le suelto y ella suelta una risita.

—Okay señorita, veamos como es de grande la herida—el enfermero me sonríe al tiempo que levanta un poco la bata azul. Hago una expresión de dolor cuando siento la punzada al tocarme. Agh, mierda.—No te muevas—me avisa.

—Duele—le digo.

—Te entiendo, pero si te quedas quieta acabamos más rápido.

—Solo hazlo un poco más suave—le pido. La verdad es que si me dolía mucho.

—Vale, lo haremos con más amor—dice riendo.

Él procede a curar con sumo cuidado la herida, yo solo hice silencio mientras lo veía hacer su trabajo. La ética que tiene es sorprendente, comenzando por la parte en cómo trata a sus pacientes.

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Miraba fijamente el ataúd de la madre de Luz, era tan irreal que ella estuviera metida allí.

Me sentía como dentro de un dejavu, los funerales no me gustaban. Me da pena ver a las personas llorar ya que ese dolor se transmite, la última vez que fui participe de uno fue en el funeral de Abbie, pero solo pude ver todo de lejos, no tuve valor de estar tan cerca de ella. Si lo hacía podría haberme roto en pedazos y no quería verme tan vulnerable frente a tanta gente, a ella no le hubiese gustado verme llorar. Quizás me habría dicho que me veía patética.

Ella siempre solía decir que llorar no le hace mal a nadie, pero cuando yo lo hacía me solía consolar con la idea de que lucía patética, el tiempo que pasamos juntas fue tan corto que a veces pienso que nada de eso fue real, que todo me lo he inventado. Una tonta manera de auto consolarme.

El negro era uno de mis colores favoritos, pero cuando recuerdo este tipo de escenas lo odio por completo, vestir de ese color me encanta cuando necesito realizar algún trabajo, era una clara referencia a que la muerte los visita un día antes. Hay tantas cosas que me hacen pensar que en mi historia soy mi propia villana y tan mentira no es, tengo en claro que las cosas cuestionables que hago no tienen perdón y que quizás el infierno sea mi segunda casa, esa que me esperará con las puertas abiertas una vez que muera.

—Iré junto a la niña al parking—Lori me susurra al tiempo que toma en brazos a la pequeña hermana de Luz, una niña que apenas tiene cuatro años—¿Puedes sostenerte tu sola por un momento?—me pregunta.

—Claro, lleva a Lulú a otro lado—le digo y ella asiente.

—Quiero a mi mami—la niña murmura en un bostezo. Joder, eso hace que me duela hasta el alma.

—Vamos cariño, duerme un poco—Lori le susurra y le da un beso en la mejilla—Han, creo que mejor me llevaré a la niña a mi departamento, no quiero que vea esto, dile a Luz que la pase llevando en la noche. ¿Puedes irte sola?, también podrías llevarte a Rodolfo, no creo que Luz se sienta bien, hay que apoyarla en lo más que podamos, somos sus únicas amigas.

—Yo me llevaré al niño—le aseguro, ella asiente y se va.

Hoy en la mañana me han dejado salir del hospital, tuve que rogar y suplicar, no quería dejar sola a Luz en un momento tan difícil como este. La herida aun me duele, se supone que mañana tengo asignada una cita para quitar algunas puntadas, todo que no cometa ningún desmando estaré bien.

Pri aprieta su agarre en mis manos, la veo de reojo y noto pequeñas lágrimas en sus mejillas. Tiene el cabello recogido en un moño y un vestido negro que le llega hasta las rodillas. A un par de metros de nosotras veo llorar bajito a Luz mientras tiene la cabeza recostada en el pecho de su hermano y tiene la mano entrelazada con la de Rayan.

Cuando el padre termina de dar su charla y nos da la bendición, empiezan a dejar caer la tierra encima del ataúd, es ahí donde siento que no podre soportar la escena. Veo como Luz se deja caer al suelo mientras grita de una manera que desgarra, su hermano solo baja la mirada y llora en silencio.

—¡NO, NO, NO!—ella decía repetidas veces—¡ELLA NO!, ¡Haz algo Rayan, mi mamá no puede estar metida allí, le tiene miedo a la oscuridad!

—Luz—Rayan la trataba de levantar pero ella no se dejaba y lo golpeaba en el pecho.

—¡Quiero que esos malditos se mueran!, ¡los quiero muertos!, ¡encuéntralos y que me devuelvan a mi madre!

—Cariño, no hagas esto más difícil.

Entonces no me pude contener y corrí a como pude hacia ella, al verme se incorporo y me abrazo.

—Hanna, mi madre está muerta y no quiero creerlo—me dice con la vos entrecortada—Ella no debió... si yo no hubiera salido quizás ella...

—Vamos Luz, hay que ser fuerte—le digo.

—No sé qué haré de ahora en adelante.

—Ser valiente.

Ella se separa y me ve con dolor, sus ojos están hinchados, rojos y con ojeras, su piel pálida y cabello desaliñado.

—Me quiero ir a casa—me dice—A mi casa.

—Entonces ve, yo estaré con los chicos.

—¿Dónde está Lulú?

—Con Lori. Yo iré con Rodi y Pri al piso.

—Ellos me necesitan.

—Pero también necesitas estar bien, por ahora no te preocupes de más nada.

—Te quiero mucho Hanna, si tú te vas no se qué haré, eres la mejor amistad que he tenido junto a Loren.

No puedo responder, me siento sucia por lo que sucedió con Rayan, no merezco sus palabras. Pero de algo estoy segura, haré que sus palabras se cumplan, esos tipos van a pagar.

—Vamos a casa, amor—Rayan interviene en la conversación y se la lleva.

Doy un suspiro y me giro hacia al chaval, Rodolfo solo ve con neutralidad la sepultura de su madre. Se ve ausente de sí mismo, como si no hubiera nadie a su alrededor. Este tiene la misma edad que Priscila, su cabello es tan oscuro como el de su hermana, sus ojos tan negros como la noche.

—Andando—le digo y él asiente para luego seguirme.

Desde que lo conozco tengo entendido que es un chico de pocas palabras, casi nunca vas a recibir una respuesta de él. Noto que Pri lo ve con recelo cuando nos subimos al coche, pero no da ninguna opinión al respecto. Cuando tomo lugar tras el volante siento como me duele hasta el culo, mierda, esto es insoportable.

—Antes de ir al piso compraremos un celular, luego comida y lo que se les antoje—les digo con una sonrisa.

—Yo quiero un helado—Pri me dice.

—Rodi, ¿tu quieres algo?—le pregunto.

Solo niega con la cabeza, asiento y enciendo el motor para luego arrancar.

Estos días han sido una verdadera mierda.

-----

Los demás días han sido un poco menos frustrantes, me ausente a clases por la herida y aunque eso no me hiciera gracia tuve acceder en reposar. Cuando fui al hospital para que me quitaran por completo los puntos de la herida me topé con aquella chica que me había traído al hospital.

Sin dudarlo me acerqué a ella, cuando me vio hizo una cara de sorpresa. En las manos llevaba un lonche.

—Hola—le saludo.

—Hola—me lo devuelve.

No encontraba las palabras para agradecerle lo que hizo por mí.

—Yo quería decirte gracias por lo del otro día—le digo con el corazón levemente acelerado—La verdad es que fue muy noble de ti y de tu amiga no dejarme morir.

—No te preocupes, cualquiera en mi lugar lo hubiese hecho.

Me mojo los labios y asiento. Sus ojos verdes me ven con nobleza y en ellos veo cierta inocencia, su cabello rubio, voz y facciones me hacen recordar a Abbie de alguna manera.

—¿Quieres ir a tomar algo?, si no quieres está bien, es solo que quiero agradecerte.

—Claro, solo deja y le doy esto a mi hermano—me señala la lonchera.

—Okay—le digo.

Entonces cuando da dos pasos aquel enfermero que me atendió la otra vez aparece, ella le sonríe y le da un abrazo. ¿Son hermanos?, eso no me lo veía venir. Una vez que se despiden ella me dice que esta lista, le digo que podemos ir a donde ella quiera, entonces me sugiere una cafetería no muy lejos de la universidad, se encuentra casi en el centro de la ciudad.

—Entonces tu nombre es Hanna—murmura.

—Correcto—le digo una vez que ya hemos entrado.

El lugar es lindo y cómodo, una chica de lentes y cabello rizado se nos acerca, en la manga de su camiseta lleva escrito su nombre, Melanie.

—¿Qué quieres pedir?—le pregunto a Rose.

—Yo solo quiero un café sin azúcar.

—Tráeme un café helado a mí—le digo con una sonrisa a la chica.

—En un momento su orden—nos dice y se aleja arrastrando sus pies y gritándole a un chico que en la mesa dos hay un pedido y que se apure.

—Es agradable venir aquí—me comenta.

—Si, ya veo.

—Enserio—dice riendo. También me rio.

Sin embargo, no tarda mucho cuando una llamada se roba mis sentidos.

Saco a toda prisa el celular de mi mochila, me disculpo con ella y le digo que es urgente que responda. Salgo afuera y descuelgo la llamada, mi corazón se había acelerado, las manos me empezaron a temblar.

Esta llamada definiría el rumbo de la historia. 

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