CAPÍTULO 7: ELLIOT
Hoy, aparte de la visita de mi padre, Alicia y Nicoll. Nadie más vino a verme. Creo que he bajado mis niveles de popularidad. Son las 6pm. Así que con el cabello húmedo aún de mi reciente baño. Escojo uno de mis libros favoritos, y salgo de la habitación. Camino a un par de habitaciones al lado de la mía y me encuentro con Rubí saliendo del cuarto de Elliot.
—¿Cómo lo ves?
—Un poco mejor, no hemos tenido que aplicarle ningún tipo de sedante desde que ingresó aquí.
—¡Genial! ¿Podría verlo?
—Claro querida, recuerda presionar el botón de su cama en caso de que las cosas se pongan rudas...
—Bien.
Me deslizo por la puerta y lo encuentro sentado escribiendo.
—¡Oh! Lo siento, ¿te interrumpí?
Se sobresalta.
Pero rápidamente retoma el control. Me ofrece una sonrisa.
—No, está bien. Me han dicho que cualquier avance lo puedo escribir aquí. Así iré llevando la cronología de mis progresos.
—Me dieron uno, también.
—¿Y qué escribes?
—Pues, de los dos años que llevo aquí...— Sus ojos se hacen grandes —Sinceramente empecé a utilizarlo hace un par de días.
—¿Dos años?
—Sí.
—¡Vaya! Pero es que ¿tienes algún tipo de demencia o algo? —espeta preocupado.
Suelto una carcajada.
—¡No!
—Lo siento.
—Está bien. Los Doctores dicen que debido a mi accidente, he bloqueado una parte de mi memoria. Por temor.
—Ojalá yo pudiera hacer eso.
—¿Por qué lo dices? No es nada agradable, Elliot.
—Lo sé, seguramente es difícil para ti. Pero para mi sería crucial.
—Supongo que la parte de tú cerebro que quisieras bloquear es la que te altera y te causa esos pensamientos, ¿cierto?
Asiente.
—Dios no nos pone pruebas que no podamos afrontar.
—¿Quién dijo eso?
—Yo.
Sonríe.
Le extiendo el libro que seleccioné para él. Y lo coloco en su escritorio.
—¡Gracias! Es un lindo gesto, aunque, si me permites... Ya lo leí.
—¿Cazadores de sombras?
—Sí, el hecho de que sea mayor que tú no significa que no me puedan gustar esas cosas.
—¡Oh! No, no, no. No lo decía por eso. Es solo que, no esperaba que fuera tú género.
—Dijiste lo mismo, pero con distintas palabras.
Sonrío.
—Tu edad no tiene nada malo.
—Lo sé, solo quería bromear un rato. Entonces, te gusta leer.
—Sí. Y por lo visto a ti también.
—Los libros eran mí único apoyo cuando empecé a notar que había algo distinto en mi.
—Los libros eran mí único apoyo cuando empecé a notar que las personas son tontas.
Nos reímos.
—¿En dos años aquí aún no han logrado desbloquear esa parte de tú mente?
Niego con la cabeza.
—Al principio decían que era porque aún no había activado la parte de mi cerebro adecuada...— frunce el ceño —Por ejemplo, cuando nace un bebé y llora incesantemente se calma al escuchar la voz de su madre, o cuando se lo coloca en su pecho y siente los latidos del corazón de su progenitora. Hay una zona del cerebro que reacciona al sentirse seguros, el bebé detiene su llanto... Y por ende se estimulan mejor.
—Entonces, no han encontrando ese olor, color, sonido, sustancia, nombre. O lo que sea que altere tú mente y te haga recordar...
—Exactamente. No digo que no recuerde nada, por supuesto que lo hago. Pero hay ciertas cosas que por ley debería recordar y sin embargo las ignoro.
—¿Ni las terapias te han ayudado? —niego con la cabeza.
—Por ejemplo, mi mejor amigo. Elián, tiene una novia. Sí recuerdo que tenga una novia, pero jamás vino a mi mente su nombre. Ni su rostro. Él dice que se llama Larissa y que estudiaba con nosotros en la Universidad de West Haven, y yo sin embargo no puedo recordarla. Y es raro porque hace mucho de eso.
—Eres de West Haven, ¿Por qué venir tan lejos?
—Larga historia, en resumidas cuentas el día del accidente me encontraron cerca de Portland. Así que, aquí estoy.
Agacha la cabeza y habla:
—Yo perdí el control. Ni a mi esposa escuchaba, estaba paranoico. La agorafobia es algo letal. Realmente no pensé que existiría el temor al temor.
—Pero, lo detectaron a tiempo. Pudiste venir y estas en tratamiento. Estás bien.
—¿En serio crees qué esté bien estar aquí?
—Eso depende de la perspectiva que tengas, Elliot.
—¿Cómo...?
Suspiro.
—Yo estoy bien aquí, porque no sé que me depara el mundo exterior. Tú estás bien, porque esto —hago un ademán con mis manos rodeando la habitación— te mantiene a salvo. No veas el lugar, ve lo que te hace sentir.
Se queda en silencio un largo rato, supongo que entiende que tengo razón en mis palabras.
—¿Tú tienes novio? Quiero decir, ¿recuerdas haber tenido un novio?
—Una vez, cuando era muy chica. Tenía trece. Él murió. También en un accidente. Es curioso, eso no lo he podido olvidar...
—Lo siento.
—Está bien, no habrá nada de lo que me digas que lo devuelva a ésta vida.
—Quizás, pero siempre que quieras tú puedes traerlo.
—En mis pensamientos, por supuesto que lo hago. Inclusive, él día del accidente, tuve una alucinación o al menos eso creo que fue. Yo lo vi, y él me pedía que siguiera luchando, que todo estaría bien.
—Está científicamente comprobado que eso es posible. Que probablemente a quien hayas visto, haya sido él.
—Prefiero dejarlo en incógnita... ¿Tú esposa se divorciará de ti?
—No la juzgaría si lo hace.
—Lo siento.
—¿Te diste cuenta qué nos hemos disculpado una enorme cantidad de veces?
Asiento.
—Pues basta de disculpas, yo no tengo la culpa de lo que te sucedió. Y tú tampoco la tienes, de lo mío.
—Bien.
—¿Te gusta leer en voz alta, Alena?
—Algo, ¿Por qué?
—¿Me leerías Cazadores de Sombras?
—Pero ya lo leíste...
—Exactamente, yo lo leí. Tú no me lo has leído.
Sonrío.
Me levanto de la cama y tomo el libro de su escritorio. Lo abro en la primera página y comienzo, su rostro se ilumina al escuchar y yo me dedico a hacer algo que hace mucho no lograba. Hacer feliz a una persona...
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