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CAPÍTULO 29: REFUGIO

¿Cuándo iremos a llegar?

—¿Cuánto falta, Jacob? —ya estoy desesperada.

Ni siquiera sé porque acepté venir con él. ¿Y si es una trampa?

¿Y si va a completar su trabajo?

¡Qué idiota eres, Alena!

—Puedes estar tranquila, no pienso hacerte daño, de nuevo. Estás hiperventilando. Por cierto, ¿Un vestido de fiesta con unas Jordan retro?

Me observo.

Esbozo un pequeña sonrisa, estoy avergonzada. No me imagino como me veo.

—Estaba nerviosa.

—Te entiendo...

Da vuelta al final de una calle. Y estaciona.

—Aquí no hay nada Jacob.

Tengo ésta especie de Flashbacks, de cuando él detuvo el auto, y una persona me sacó de allí a la fuerza. Observo a todos lados, y parece ser un pueblo abandonado.

El lugar perfecto para matarme sin dejar rastros.

—¿Por qué no solo ir a un hotel?

—Porque ya tienen tú número de pasaporte. Alena, no se cuándo entenderás que esto es algo que va más allá de todo lo que crees. Estamos hablando de droga, narcotráfico.

Observa a todos lados. Como si alguien nos pudiera escuchar, pero estamos adentro del auto.

—Ven.

Baja del auto, y lo sigo.

Toma mi maleta de la parte trasera, y en ésta oportunidad, me aseguro de tomar mi celular.

No tengo señal.

Todo sigue saliendo mal.

Me guía directo a una casa, la más hermosa del lugar. La noche es fría, a pesar de que el mar está a escasos metros de nosotros.

Se de tiene frente a la casa y revisa en sus bolsillos, tomando una llave. Abre la puerta y me hace ademán para que pase.

Al menos es caballeroso.

La casa está sumida en la penumbra, y tiene un aroma a chicle de tutifruti y polvo. La luz se enciende y es debido a Jacob, quién ya cerró la puerta. Pasándole múltiples llaves.

Mi corazón no ha parado de latir con insistencia desde que salimos del aeropuerto. Es que no puedo confiar en él, lo estoy intentando. Pero, no puedo.

—Ten —extiende las llaves hasta mi— sé que no confías en mí, he aprendido a descifrar miradas. Tú te encargas de las llaves. Y yo de la seguridad.

Retira de su espalda un arma.

¿Será esa el arma con la que me disparó?

Quito la vista de él y de su tétrica arma.

—¿Qué piensas hacer con eso?

—Puede que nos hayan seguido. Así que... Debemos estar seguros. Descuida. La puedes tener tú, si eso quieres.

La verdad, es que no quiero. Pero entre tenerla él, y yo. Prefiero cargar con esa arma.

—Dámela —ordeno.

Esboza una corta sonrisa.

—Está bien. Espera.

Camina hasta uno de los muebles de madera y abre las gavetas. Vuelve hasta mi con una bandolera. Coloca la pistola y la cuelga en mi cuerpo.

—Así está mejor. Solo debes, quitarle el seguro—, señala lo que al parecer es el seguro —y apuntar. Siempre un poco a la izquierda, la trayectoria de la bala cambia con la velocidad. Apunta y dispara. Sin importar a quién, ¿Bien?

Asiento.

—Llevaré tú maleta a la habitación de arriba.

Me deja sola.

¿Ya saben qué sucede cuando dejan a alguien solo en las películas de terror, no?

Entro a la cocina. Y descubro que hay un pequeño televisor. Le paso por la pantalla una servilleta de papel, y lo enciendo.

Busco el canal de noticias, donde hace unas horas escuché lo del atentado. Y después de mucho zapping, lo consigo.

Todavía no tenemos noticias al respecto de cómo se encuentran los dueños de la famosa franquicia AFE, la única novedad es que agentes de la DEA acordonaron el área y no dejan que nadie, ni siquiera la policía local entre al lugar de los hechos. Los bomberos están haciendo todo el esfuerzo posible, pero éste incendio parece imposible de apagar...

La misma mujer de hace unas horas.

Las lágrimas están presentes en mi rostro. En la parte superior de la pantalla, puedo ver las imágenes en vivo de los bomberos intentando apagar el fuego.

¡Qué fuerte ha sido todo esto para la familia Taylor! Una pequeña, y poco ostentosa familia de Portland, que vino a West Haven a cumplir su sueño—. En ésta oportunidad habla un periodista, hombre.

Así es, Rufus. Después del intento de asesinato de una de las herederas de la franquicia, Alena Taylor. Todo ha sido desgracia para dicha familia.

—Ciertamente, tengo entendido que la muerte de Alena Taylor, se mantuvo así hasta hace unos meses. Que salió de la clínica de salud mental en la que se encontraba recluida, porque perdió la memoria...

El televisor se apaga.

—¿Pero qué?

—Es mejor que no te tortures, tus padres están bien.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque todo esto siempre se ha tratado de ti.

—Aquí se supone que estamos seguros, ¿No?

Asiente.

—¿Me puedes contar? —insisto— Todo.

Camina hasta el pequeño refrigerador. Para lo abandonada que luce esta casa, me sorprende que el refri esté tan lleno.

Jacob nota mi expresión de confusión.

—Es solo una fachada. Entre menos sepan de ésta casa, mejor.

—¿Es tuya? —niega.

—Era para... ¡Oh, mira! Hay de todo para hacer brownies. ¿No tienes hambre?

Frunzo el ceño.

Recuerdo cuando aquel brownie se me quemo. Una sonrisa se escapa de mi alma. Y con fuerza, seco las lágrimas que siguen en mis mejillas.

—¿Acaso eso es una cena...? Brownies.

—La cena, querida. Es cualquier cosa que ingieras antes de dormir.

Buena justificación. Debí haberla aplicado en mis noches de dieta.

—Bien, brownies.

—Yo preparo el chocolate caliente.

Él piensa que no sé lo que está haciendo, me intenta distraer. No quiere que siga angustiada. Pero en cualquier instante, saltaré con ochocientas preguntas, que tendrá que responderme porque tengo pensado amenazarlo con la pistola.

Me concentro a mezclar ingredientes. Precaliento el horno y busco una bandeja donde pueda colocar la mezcla.

—Alena...

—¿Qué sucede?

—Está sonando tú teléfono.

Suelto todo lo que tengo en las manos y corro hasta la sala. Busco en mi bolso y lo consigo casi cuando la llamada está a punto de finalizar.

Número desconocido.

📱

—¿Hola? —pregunto nerviosa.

—¿A-Alena...?

—¿Sí?

—Soy Elliot.

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